Mostrando entradas con la etiqueta España. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta España. Mostrar todas las entradas

domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

domingo, 27 de mayo de 2012

¡Cumpleaños!

   El próximo jueves hará un año que apareció la primera entrada de este blog. Había comenzado a sentir la necesidad de responder a muchas cosas que estaban sucediendo. El 15-M fue el catalizador final que me trajo hasta aquí. Aquel día de mayo no me planteé como reto lograr que este blog llegase vivo a su primer año de existencia. De hecho, mi reto fue mucho más modesto. Sabía que tenía material para escribir dos o tres entradas, después, todo era un proceloso mar de oscuridad en el que no tenía muy claro cuántas semanas podría durar mi singladura. En cualquier caso, tracé una línea roja que me propuse no traspasar,  escribir por escribir. Las entradas habrán sido mejores o peores, pero siempre han respondido a la necesidad que he ido teniendo de escribir acerca de eso. No sé lo que motiva a los demás a emborronar las hojas con palabras. Yo necesito escribir sobre determinados temas del mismo modo que necesito leer, investigar, averiguar su estructura interna. Ambas necesidades van unidas. Naturalmente, miro las estadísticas, pero, para mí, el trabajo está terminado cuando la entrada ha sido colgada. No siento satisfacción ni orgullo, simplemente, siento paz. No suelo releerme si puedo evitarlo. Releerme es sinónimo de rescribir. Ahí es cuando aparece la satisfacción y el orgullo, cuando, por un motivo u otro, tengo que releer lo escrito y no encuentro manera mejor de expresar lo que quería decir. Pero esa situación rara vez se produce.
   Después está lo otro. Ya lo había comprobado con mi página web y con mis libros, pero no puedo dejar de asombrarme cuando se produce: ¡soy leído! Me resulta muy difícil explicar hasta qué punto me siento asombrado y agradecido hacia las personas que me leen y, aún más, hacia las que me escriben. Me resulta asombroso que alguien pueda perder una fracción de su tiempo leyendo cosas que, por otra parte, yo no he escrito para nadie en concreto, sino porque tenía la necesidad de hacerlo. Por ello, me siento profundamente agradecido hacia esas personas. Esa sorpresa y agradecimiento va en aumento cuando uno va descubriendo cosas de sus lectores. Algunos son muy cercanos, personas con las que se comparte el día a día pero con las que no se tiene tiempo de hablar más que de las cosas cotidianas. Otros son lejanos, extremadamente lejanos. Es fabuloso saber que hay gente, tan lejana geográficamente, que, sin embargo, se interesa por lo que escribes.
   Otra de las sorpresas que me ha proporcionado estre blog es su propia temática. En realidad, es casi monotemático, sólo hablo de España. Y es una sorpresa porque la inmensa mayoría de noticias que leo no hacen referencia a este país. Cuando cojo un periódico leo de modo sistemático noticias internacionales. Cada vez que tengo tiempo, ojeo la Neue Zürcher Zeitung, el Moscow Times, el Mail & Guardian nigeriano y hasta la versión en español del Diario del pueblo chino, entre otros. En la sección "nacional" de un periódico español, rara vez paso de los titulares. Sigo el malestar de los estudiantes chilenos, el desgobierno hacia el que se encamina Malí, la violencia interminable en Sudán, la expansión del terrorismo en Nigeria, la aparente evolución hacia la democracia de Birmania... No me pregunten quién gobierna en Cantabria. Sin embargo, ahí está España, en una entrada y en otra también. El caso es que este país me asfixia, me cansa, me irrita, pero no puedo decir que me importe. Para mí es más una nube tóxica que un problema. Desesperé de encontrarle una solución hace ya mucho tiempo. Siempre hemos sido lo mismo, una potencia aparente y huera y no creo que vayamos a cambiar, al menos, en el próximo milenio. La única explicación que encuentro para una obsesión que no me apasiona es que, en el fondo, muy en el fondo, más allá de donde puede alcanzar mi razón, sigue existiendo un pequeño rescoldo de esperanza de estar equivocado.
   Me hubiese gustado equivocarme en muchas cosas que he escrito. Ya lo he dicho, intento no releerme si puedo evitarlo. Tampoco me gusta autocitarme y mucho menos recordar que no me equivoqué allí donde quise hacerlo. No es mi estilo. Siento alivio cuando leo un comentario, una reseña, un editorial, con ideas que yo ya había tenido pero sobre las que no había encontrado ocasión de escribir. Me libera de tener que hacerlo. No forma parte de mi manera de entender las cosas el escribir para decir lo que dice todo el mundo. Si es eso lo que pienso que estoy haciendo lo dejo de inmediato y me dedico a otra cosa. Por eso, aunque la referencia a noticias de actualidad ha sido inevitable, tampoco he querido seguir fielmente lo publicado en la prensa. Tal vez, en ocasiones, he dado la imagen de estar verdaderamente en una torre de marfil hablando de filosofía mientras lo que estaba en boca de todo el mundo era otra cosa, pero, siempre que he encontrado, aunque sea indirectamente, citado en lo ya escrito, por mí o por otro, un comentario oportuno de la actualidad, me he escabullido de repetir los temas.
   También ha habido cosas que no salen. Algunas porque al releerlas no las he encontrado de suficiente calidad u originalidad. Otras porque no hubo ocasión. Al menos dos veces he intentado escribir sobre baloncesto hasta que una cuestión de última hora se ha metido de por medio. Prometo, eso sí, que acabaré escribiendo sobre fútbol americano.
   En fin, gracias por venir, graciaspor estar ahí, gracias por leerme, gracias por escribirme. Intentaré hacerlo mejor a partir de ahora.

domingo, 8 de abril de 2012

¡Qué suerte! (1)


   España es el país de la suerte. Todo se achaca a la suerte, todo es gracias a o por culpa de la suerte, todos tenemos buena o mala suerte. La suerte, ya sabemos es fundamental. Tan fundamental que lo rige todo, desde lo trascendental hasta lo trivial. Normalmente, cuando se le explica a cualquier español que los griegos y los romanos tenían un dios para cada cosa, suele esbozar una sonrisa. Los había para los viajes, para los negocios, para los casamientos, para el amor, hasta tenían un templo al dios desconocido. Sin embargo, es difícil entrar en un negocio cualquiera sin encontrarse con la efigie de nuestro dios de los negocios particular, San Pancracio. Naturalmente, no basta con tener una imagen suya, además, hay que ofrecerle los correspondientes exvotos. A su lado, a sus pies, se coloca una ramita de perejil y todavía hay san pancracios que llevan en su índice una moneda de 25 pesetas, de aquéllas que tenían un agujerito en el centro. Como todos los santos, la historia de San Pancracio tiene miga. En primer lugar su nombre. Pancracio viene del griego pankration que, literalmente, significa “todo el poder”, “toda la fuerza” o “toda la energía”. Era la denominación de una especie de lucha extrema de las olimpiadas, en la que se permitía todo tipo de maltrato al contrincante, salvo morderle y sacarle los ojos. En las olimpiadas panhelénicas, claro, porque en los juegos espartanos, por ejemplo, sí estaba permitido morderle y sacarle los ojos al rival. Sin duda, es un bonito nombre para alguien destinado a la santidad. Por otra parte, algo habitual en los santos, los relatos más antiguos sobre su vida son siglos posteriores a su muerte. A San Pancracio, en concreto, lo martirizan con catorce años y ya me contarán Uds. cómo alguien con catorce años puede convertirse en patrón de los juegos de azar. Porque eso es lo que realmente es San Pancracio, el santo protector de los jugadores y no de los negocios. Que se lo pueda encontrar en prácticamente cada uno de los que hay abiertos en este país, lo dice todo acerca de lo que es nuestro concepto de cómo se gestiona una empresa. ¿Para qué se va a preocupar uno por las necesidades de los clientes si basta con ponerle perejil fresco todos los días a la estatuilla de San Pancracio? ¿Para qué se va a preocupar uno por los detalles si, como todo el mundo sabe, los negocios son cosa de suerte? ¿Qué puede haber conducido al cierre de una freiduría de pollos, llamada “El pollazo” (sic), si no ha sido la mala suerte?
   Indudablemente, existen personas con suerte, con mucha suerte y personas con mala suerte, con mucha mala suerte. Pero unas y otras son los casos extremos, no el término medio habitual. La vida de la inmensa mayoría de las personas no viene condicionada por un golpe de buena o mala suerte. Puede condicionar una parte, incluso una parte importante, de nuestras vidas, por lo general, no toda. Aún más, un golpe de buena suerte puede ser una impresionante desgracia. Conozco alguna historia de personas bien asentadas, con un trabajo estable y una familia. Un día tuvieron la buena suerte de recibir un chaparrón de millones en la lotería, en los cupones o cualquier otro juego de azar. Con tanto dinero, ¿cómo no comprarse un par de coches lujosos, una gran casa, poner un negocio, no importa cuál porque sobra el dinero? Naturalmente, en el cambio de vida  y de vivienda va implicado el cambio de amistades y, ya puestos, de marido o esposa. Un día, las cuentas empiezan a no salir. Se ha comprado más de lo que se puede mantener si no hay nuevas aportaciones de dinero... Éstas no pueden venir del negocio que se emprendió que, al fin y al cabo, era un capricho y, en lugar de generar ingresos, es un agujero negro que se lo traga todo.... El estilo de vida adoptado es demasiado alto para los intereses que proporciona el banco... Por otra parte, ha pasado el tiempo, el probo empleado se ha acostumbrado a la molicie, a levantarse tarde, a pasar los días sin hacer nada concreto... Al final, el golpe de suerte ha acabado por destrozar una vida que tampoco iba tan mal. En cierta ocasión, un jugador tuvo una sorprendente racha de buena suerte jugando a la ruleta. Consiguió una fuerte suma de dinero. Mientras lo veía cambiar las fichas, otro cliente le comentó a un croupier: “Esto les pondrá a Uds. un poco nerviosos”. El croupier, sonriendo, le respondió: “¡Oh, no crea señor! Todo lo más, ese dinero pasará una noche fuera de casa”.
   Mis dos historias favoritas acerca de la suerte vienen a colación de lo anterior. Una es la de aquel campeón del golf, que, harto de que le recordaran la suerte que tenía, un día replicó: “sí, es cierto que tengo mucha suerte, pero, además, me ocurre algo curioso, cuanto más entreno, más suerte tengo”. Tener suerte está bien y es importante. Más importante es estar preparado para gestionarla. No existe suerte alguna en el mundo, no existe talento alguno en el mundo, que produzca resultados por sí mismo. Y, a la inversa, gente sin talento y sin suerte pueden lograr enormes éxitos a base de un continuado trabajo diario. Esto forma parte de mi realidad cotidiana. Veo estudiantes a quienes cualquiera atribuiría unas capacidades limitadas, salir adelante, muchas veces de un modo brillante, a base de un esfuerzo brutal, de un hábito de trabajo fuera de toda lógica. Para ellos no existe la suerte de que en un examen caiga lo que se han estudiado, simplemente, se lo estudian todo. Por contra, veo estudiantes, dotados de una inteligencia singular, estrellarse contra la primera asignatura que les exige algo más que los cinco minutos que están acostumbrados a emplear en el resto. Por eso maldigo los test de inteligencia, las pruebas de aptitud y los mapas genéticos. Son todos zarandajas pseudocientíficas que pretenden clasificar a la gente, dejarles claro a qué se les permite aspirar. Sí, por supuesto que Einstein tenía un coeficiente intelectual de 160. Bobby Fischer lo tenía de 180 y la ristra de locuras y extravagancias que jalonaron su vida no tiene fin. De qué estamos hablando lo pueden comprobar muy fácilmente. Llévenle a un grafólogo un manuscrito y díganle que es la letra de Mozart o de Picasso. Le oirán contar maravillas de las destrezas que muestra el trazado de sus vocales, de la pasión y genialidad de sus consonantes. Ahora llévenle el mismo fragmento y díganle que es de su vecino de al lado, ¿serán los mismos los resultados de su análisis? Háganle un test de inteligencia a un alumno mediocre y convénzanlo de que sus resultados demuestran que posee una prodigiosa inteligencia, hasta ahora oculta. No tardará mucho en convertirse en un alumno brillante. Me pregunto cuántos profesores de universidad, cuántos pintores, literatos, científicos, premios Nobel, hubiesen llegado donde han llegado si les hubiesen hecho uno de esos tests y se hubiesen conformado con sus resultados.
   Otra historia que me encanta repetir acerca de la suerte es la del indio que encontró un magnífico caballo salvaje. Lo capturó y se lo llevó a su poblado. Todo el mundo comentó la suerte que había tenido consiguiendo un caballo así. Intentando domarlo, se cayó y se fracturó una pierna. Sus vecinos afirmaron que había tenido muy mala suerte. Entonces se declaró la guerra contra  una poderosísima tribu rival. Todo el mundo estuvo de acuerdo en que el indio había tenido mucha suerte no yendo a esa guerra de la que, a buen seguro, la mayor parte de los guerreros no volverían. Pero la guerra fue un paseo triunfal y todo el mundo lamentó la mala suerte que había tenido no participando en la gloria de los combates. Buena y mala suerte dependen, muchas veces, respecto de qué o de cómo se considere. Todos nosotros tenemos mucha suerte viviendo en una parte del mundo en la que la guerra está prácticamente ausente y el agua potable sale de los grifos y tenemos muy mala suerte porque nos ha tocado vivir una época de crisis y muy buena suerte porque el accidente de tráfico que hemos presenciado no nos tocó a nosotros y muy mala porque no conseguimos acertar ni un número en la lotería primitiva y muy buena porque nunca nos hemos tropezado con el psicópata que vive en nuestro barrio y... Tener buena o mala suerte depende, con frecuencia, de en qué nos fijemos y no de lo que realmente ocurre.

domingo, 21 de agosto de 2011

Siria

   Con frecuencia, los países quedan atrapados en su acto fundacional y no son capaces más que de recrearlo una y otra vez bajo diferentes formas. Es el caso de Pakistán y su traumática separación de la India, es el caso de España y la unificación de las coronas de Castilla y Aragón y es caso de Siria y Líbano. Para los sucesivos gobiernos sirios y para una parte de la población libanesa, la frontera que separa a ambos países es, simplemente, un resultado de la frontera que delimitaba los protectorados francés y británico. El panarabismo sirio, sus reyertas con Israel y su intervencionismo en Líbano son tres aspectos de esta fijación. Pero, cuando se plantean de este modo las cuestiones, acaban por no ser nunca unidireccionales y así llegamos a la situación actual.
   Siria es un Estado autoproclamado socialista, con lo que tiene el dudoso honor de ser la primera monarquía republicana y socialista de la historia. Aunque suene raro, existen numerosos ejemplos de esta suerte de oxímoron. Napoleón, por ejemplo, fue emperador de una república y, en tiempos más recientes, Corea del Norte es una monarquía comunista. Otro caso es Grecia, una república parlamentaria con una familia real, los Papandreu que, cada cierto tiempo, heredan el cargo de presidente del PASOK y, a la corta o a la larga, de Primer Ministro. El trono sirio está ocupado por un tipo que es mismamente el príncipe Felipe pero con bigote y expresión mucho más aviesa.
   A raíz de las recientes revoluciones mediterráneas (porque ni en España ni en Israel ha habido muchos árabes en las manifestaciones), una parte de la población siria ha llegado a la conclusión de que ellos también quieren democracia y libertad (por cierto, a los que ya no somos jóvenes, ese grito de "democracia y libertad" nos suena de algo ¿verdad?) Pero Siria no es España, ni Israel, ni Egipto y ni siquiera Libia. Tiene un ejército que durante cuarenta y tantos años se ha estado entrenando, se suponía que para la liberación de los Altos del Golán, pero que ahora está claro para qué lo hacía. Si hemos de creer las noticias que llegan desde el interior del país, ese ejército lleva más de cinco meses disparando contra la población civil y arrasando ciudades. Si hemos de creer a la prensa oficial, está defendiendo a la población de bandas armadas que la masacran, pero que se dejan filmar tan ricamente cuando se acerca la televisión estatal. Juzguen Uds. mismos. Yo suelo creerme muy pocas de las cosas que dice una televisión estatal, sea del país que sea. Alguien que sabe que unidades del ejército van a asaltar su ciudad, que sabe que va a morir en el anonimato, que sabe que después de cinco meses la situación no avanza y que, aún así, está dispuesto a salir a la calle para manifestarse, merece respeto, admiración y apoyo. Respeto, admiración y apoyo que, desde luego, no les están llegando de las muy libres y democráticas sociedades occidentales.
   Las muy libres y democráticas sociedades occidentales están mirando hacia otro lado, como miraron en el caso de Bahrein y como ya habían hecho algo antes en el caso de Tian’anmen. Y es que, ya se sabe, la democracia y la libertad están muy bien para Europa, porque aquí está claro que no van a entrar en conflicto con otra libertad más importante, la del mercado, pero para otros países... Verdaderamente, ¿qué situación más beneficiosa para los intereses occidentales puede esperarse en Siria que la dictadura de este sátrapa? Francia y Estados Unidos parecen haber llegado a un acuerdo tácito con él por el que sus tejemanejes en Líbano se van a hacer ahora bajo una pátina democrática, es decir, cada uno apoyará a sus aliados políticos. Para Israel, los Asad desde la Guerra del Yon Kipur, son una perita en dulce. Mantienen el control de los Altos del Golán, desde los que se domina el camino hacia Damasco sin mayores sobresaltos. Cuando sacan un poco los pies del tiesto, les bombardean una central nuclear y ni rechistan. Es cierto que, de vez en cuando, les azuzan a las milicias de Hezbollah, pero eso está incluso bien si se pueden ocultar escándalos políticos, problemas económicos y crisis sociales con un buen bombardeo del sur del Líbano. A todo ello hay que añadir que, con el actual Asad, ha habido una liberalización económica que a todos ha interesado.
   Este es el punto en el que el intervencionismo sirio en Líbano obtiene su justo reflujo. Para empezar, se rumorea que si los opositores al régimen poseen teléfonos por satélite y acceso a Internet es gracias a poderosos hombres de negocios libaneses con poco apego por Siria. Además, el tipo con la cara del príncipe Felipe estreñido, sigue en el poder porque las clases medias de Siria y una buena parte del ejército (junto con las potencias occidentales), temen que su desaparición conduzca a una libanización de Siria, con partidos encerrados en sus comunidades étnicas y/o religiosas y la constante amenaza de una guerra civil.
   Todos los dictadores juegan con el fantasma de una guerra civil y a todos ellos se los mantiene en el poder porque la democracia no está hecha para... Libia, Egipto, Siria... España. ¿Se acuerdan? Los que ya vamos cumpliendo más años de la cuenta, recordamos que también los gritos pidiendo democracia y libertad en España solían obtener la réplica de que la democracia y la libertad no estaban hechos para los españoles. Los únicos que parecen haber creído en el derecho de cualquier pueblo a la democracia y la libertad han sido los "facinerosos" de Anonymous, que hace ya meses lanzaron un raid contra las páginas web de las embajadas sirias en Europa. Triste destino el de nuestras democracias ciertamente, si los únicos que defienden su exportación a otros países son los que se hallan en el límite de su legalidad. Y si la pregunta es "¿qué puedo hacer yo?" la respuesta es, como siempre, muchas cosas, empezando por aquí.

domingo, 7 de agosto de 2011

"Son puras matemáticas" (1)

   La única razón por la que filosofía no es una ciencia es porque comenzó a plantear la cuestión de su cientificidad antes de que naciera Th. S. Kuhn. Después de su libro La estructura de las revoluciones científicas, una legión de disciplinas han encontrado el camino allanado para subirse al pedestal de la ciencia. La última es el marketing. Con el muy “científico” argumento de que existen paradigmas en marketing y Kuhn dice que los paradigmas son característicos de la ciencia, ha nacido la ciencia de la manipulación mental. La verdad es que los paradigmas nunca han existido más que en la mente de Kuhn. Él nunca fue tan tonto como quienes usan indiscriminadamente el término “paradigma” y acabó por abandonarlo. De todos modos, decir cosas de este tipo acerca de otras disciplinas, es lo que hace dudar de la cientificidad de la filosofía.
   Hubo una época en que ningún rey le cortaba la cabeza a nadie sin consultar con su astrólogo. El astrólogo no es que diera explicaciones muy comprensibles de lo que ocurría, a cambio, siempre conseguía manipular los hechos para que pareciera que él ya había advertido sobre ellos. Un argumento muy parecido al del marketing es lo que llevó a cierto género de astrólogos a convertirse en científicos a los que todo el mundo está deseoso de escuchar. El supuesto argumento dice lo siguiente, dado que la ciencia usa las matemáticas y nosotros también, somos científicos. Así es como un conjunto de creencias sobre los seres humanos, consejos para hacerse rico, trucos de tendero y mucha ideología en estado puro, se convirtieron en ciencia, la ciencia económica. Siempre me sorprendió que la economía fuese capaz de elaborar complejísimos entramados matemáticos acerca de cantidades imposibles de medir y definiéndolas de modo ridículo o contradictorio. La ciencia puede emplear las matemáticas porque utiliza unidades de medida muy claras. Se las define de un modo arbitrario que, precisamente por ello, no deja lugar a ambigüedades. Pero ¿qué es un bien económico? ¿algo escaso que cuesta trabajo producir? ¿de verdad? Entonces la salud no es un bien. Y el valor añadido de un producto ¿qué es el valor añadido de un producto? ¿con qué se mide? ¿con una unidad que se llama la valorita y cuyo patrón está en una oficina de pesos y medidas o con la misma unidad con la que se compra una raya de coca? ¿Cómo puede definirse el riesgo de un activo para que resulte calculable? ¿diciendo que es lo que perderíamos si se materializaran todas las amenazas potenciales que encierra ese activo o diciendo que es lo que perderíamos si se materializaran todas las amenazas potenciales que podemos imaginar sobre ese activo? Lo primero es irrealizable, lo segundo no es una definición de riesgo. Mejor no vuelvo a mencionar el tema de la productividad. ¿En serio pretenden que alguien se trague sofisticadas teorías matemáticas con semejante base?
   Prudente como soy, no me atreví a expresar estas críticas en voz alta hasta que descubrí cosas mucho más duras en los escritos de un tipo que tenía alguna idea sobre este tema, un tal John Maynard Keynes. Keynes debería ser lectura obligatoria en las facultades de filosofía, porque, como han tenido que poner de manifiesto los economistas, sin él no se puede entender al “segundo” Wittgenstein. En realidad, cuando comparaba a la economía con la astrología estaba exagerando. La economía sólo es comparable con la astrología en su parte predictiva. En su parte descriptiva, la economía es filosofía. Como los filósofos, cuando dos economistas están de acuerdo en algo (por ejemplo, en reducir la inflación o el déficit público), ese “algo” no son los datos incontrovertibles, es la ideología (política) que comparten.
   Quizás piense Ud. que me estoy pasando, así que vamos a poner un ejemplo. Supongamos que es Ud. analista de las ahora famosas agencias de calificación y que le viene un cliente que le dice que está dudando entre invertir en bonos del país A o del país B. El país A presenta un déficit público del 9% y una deuda pública de 102% de su Producto Interior Bruto. El país B presenta un déficit de 6% y una deuda pública que no llega al 70% de su PIB. Para que nos entendamos, esta cuestión es semejante a la siguiente. Dos amigos le han pedido dinero. Ud. sólo tiene capital para socorrer a uno de ellos. De hecho, su capital es tan escaso que necesita que, sea quien sea el beneficiado por su crédito, le devuelva su dinero. Por tanto, decide analizar las finanzas de sus amigos. Uno de ellos tiene comprometido para el total del año gastos de 12.240€ pese a que sus ingresos anuales son de 12.000€. Además, cada mes gana 1.000€, pero gasta 1.090€. El otro tiene los mismos ingresos, pero sus gastos comprometidos son 8.400€ al año y gasta mensualmente 1.060€. Si Ud. quiere asegurarse que su dinero le será devuelto, ¿a quién de los dos se lo prestará? Pues bien, si consulta a una agencia de calificación, los sólidos fundamentos matemáticos de su analista le llevarán a recomendarle que le preste su dinero al amigo con mayores deudas y mayores gastos, esto es, que invierta en bonos del país A, porque el país B está al borde de la suspensión de pagos. ¿Cuáles son los “sólidos fundamentos matemáticos” que conducen a semejante conclusión? ¿o no son sólidos fundamentos matemáticos? ¿cuáles son, entonces esos “fundamentos sólidos”? Pues que el país A se llama EEUU y el país B se llama España. España se halla al borde el abismo por cuestiones que ni son sólidas, ni son de fundamentos, ni tienen nada que ver con ninguna teoría matemática. Es cuestión de algo más intangible, es una cuestión de imagen o, si lo prefiere, de confianza.