domingo, 26 de febrero de 2023

Sabuesos del infierno (2 de 2)

   La policía no tardó mucho en localizar a Abdullakh Anzorov. Él se niega a seguir sus instrucciones y les hace frente con las pistolas de plomillo y un cuchillo bastante más pequeño del que había utilizado contra Samuel Paty. Los agentes reconocen rápidamente la naturaleza casi inofensiva de las armas que lleva. El cadáver de Anzorov presentará nueve orificios de bala. Será repatriado al pueblo de origen de su familia, en el que no nació, del que esta tuvo que salir huyendo y en el que él, de haberse criado allí, con sus simpatías islamistas, no hubiese alcanzado la edad adulta. Todo el pueblo acudirá al sepelio. Nadie más porque la policía acordonó la localidad. Durante el mismo, el alcalde lo declaró “héroe del mundo islámico”. El padre de Anzorov, en una entrevista a una revista chechena, se dirá orgulloso del comportamiento de un hijo sobre el que había perdido todo control muchos años antes. Será detenido junto al abuelo de Abdullakh, su hermano pequeño, los amigos que lo acompañaron en las horas previas al asesinato, los escolares que ayudaron a identificar a Paty y, después de tantos intentos infructuosos, Abdelhakim Sefrioui. Hoy resulta fácil encontrar páginas web en diferentes idiomas que lo ponen como ejemplo del odio de Francia hacia el Islam, que le impidió recibir la medicación que necesitaba durante algunas semanas, que va a condenarlo por un delito con el que no tuvo nada que ver y pese a las “numerosas lagunas en la investigación”. Lo describen como un hombre enérgico, entregado a la comunidad. No mencionan una palabra de su puntillosa dedicación a extender el odio contra un profesor de instituto. Brahim Chnina, por boca de su abogado, dio a conocer una declaración un año después de los hechos en la que afirmaba “haber sido un imbécil”. Su exacerbada reacción, decía en ella, se debió a su resentimiento contra un centro escolar que había expulsado repetidamente a su hija. Debía a toda Francia y a la familia de Paty esa verdad. Abdullakh Anzorov fue uno más de los que se pusieron en contacto con él en aquellas fechas y no recordaba por nada en particular el intercambio de mensajes que tuvo con él. 

   A Samuel Paty también lo han declarado héroe, pero, en este caso, del laicismo y la libertad de expresión. Los que intentaron sancionarlo, una vez muerto, lo han convertido en un símbolo, dicho de otro modo, como todo símbolo, en un capote con el que ocultar la realidad. Da nombre a colegios de localidades donde gobiernan alcaldes de derecha deseosos de mayores responsabilidades y a emotivos memoriales en localidades gobernadas por el Frente Nacional. Da nombre a una plaza de París, cerca de la Sorbona. La propuesta de dar su nombre a muchos centros educativos, entre otros, aquel en el que trabajaba, fue rechazada por padres que se han creído que es necesario llamar la atención de los descerebrados para convertirse en una de sus víctimas y a los que preocupa mucho más dormir tranquilos por las noches que dar ejemplos a sus hijos de lo que significa la libertad de expresión. Hay que entenderlos, calladito se vive mejor. La izquierda, que no tiene ningún interés en nada parecido a la verdad, prefiere ignorarle. Ellos tampoco hubiesen dudado en sancionarlo u homenajearlo, dependiendo de qué reportase más votos.

   Una encuesta aparecida un año después de su asesinato mostraba para qué sirven los símbolos. Ell 79 % de los franceses opinaba que “el islamismo ha declarado la guerra” a Francia, el 87% “que el laicismo estaba en peligro", el 78 % consideraba “justificado” que los profesores utilizasen caricaturas para burlarse de las religiones, el 60% juzgaba que el gobierno no implementaba “todos los medios necesarios para luchar contra el terrorismo”. Samuel Paty quería alumnos que pensaran, que reflexionasen, que comprendiesen que siempre había otra cara del problema, que oyeran al otro y sus opiniones. Como símbolo, es símbolo de que el terror es extremadamente útil para acallar el pensamiento libre. Unos lo mataron y otros sepultaron su mensaje con enorme alegría. 

   La misma encuesta daba cuenta de todo lo que los políticos no quieren que vea el buen pueblo de Francia. El 60% de los profesores ha vivido algún intento de censura de los contenidos de sus asignaturas por motivos religiosos. Más de la mitad de ellos reconocen haberse autocensurado para evitar problemas. Un tercio ha vivido disputas a propósito de la igualdad de género, de los valores morales, de historia o de biología. Desde la prohibición de llevar velo o símbolos religiosos, el 71% de los docentes públicos se han enfrentado a algún incidente, entre otras cosas porque ninguna ley los ampara ante la posible respuesta de las familias. La administración ha demostrado con hechos su propensión a sancionar a los docentes en cuanto dan muestra de ejercer ciertos gestos que delatan un pensamiento autónomo, como le pasó a Jean-François Chazerans, como ocurrió en Lyons y como le hubiese ocurrido all propio Samuel Paty. El 77% de los docentes franceses considera que no se ha aprendido nada desde la muerte de este último y que la administración sigue gestionando de modo penoso ese tipo de hechos. Se equivocan, el Estado sabe muy bien cómo gestionarlo. En los días posteriores a la muerte de Paty, el Ministerio de Educación envió un correo electrónico a los centros públicos para que promovieran clases de reflexión sobre lo acontecido y que los profesores hicieran listas de todos aquellos alumnos cuyos comentarios pudieran considerarse indicativos de radicalización. Ya nadie podrá culpar a los servicios de información de la policía de haber pasado por alto a esta o aquella aguja en el inmenso pajar de lunáticos que pueblan cualquier país, habrá un culpable mucho más asequible, los docentes. A ellos los alumnos los señalan, el Estado los culpabiliza, los padres los demonizan y, con un poco de mala suerte, acaba apareciendo el alucinado de turno que consigue adornar su miserable vida con unos segundos de fama. 

   Samuel Paty pertenecía a una generación de profesores franceses que cree de verdad que el Estado les paga para formar ciudadanos críticos, que las familias delegan en ellos la educación de sus hijos para que los eduquen en los valores de la República y no en los que cada familia considera oportuno, que Platón se equivocó y que los prisioneros de la caverna mostrarán agradecimiento a manos llenas por su liberación. ¡Pobres ilusos! En España, lo tenemos ya mucho más claro. Quienes compartían creencias tan ilusorias, se acercan en oleadas a la jubilación y han comenzado a llegar nuevas generaciones, me parece a mí, mucho más concienciadas de que son funcionarios como cualesquiera otros, encargados de administrar papeles, papelotes y papelajos y no saber. Afortunadamente, dentro de poco, no habrá en las aulas quienes consideran parte de su rutina laboral forjar ciudadanos capaces de pensar por sí mismos, capaces de poner coto a la barbarie. Afortunadamente para todos, gracias a nuestros políticos, a sus preclaros asesores y a cursos intensivos de pedagogía lobotomizadora, dentro de poco, aquí no quedarán sabuesos del infierno.

domingo, 19 de febrero de 2023

Sabuesos del infierno (1 de 2)

   El 6 de octubre de 2020, no era un día diferente de los demás en el instituto “Bois d’Aulne” en Conflans-Sainte-Honorine, un suburbio 30 Km al noroeste del París que todos los turistas conocen. Como cada año, a un profesor de Geografía e Historia le había tocado impartir un curso de ética y, como cada año, había llegado la hora de hablar de la libertad de expresión. Como cada año, había alumnos que, por diferentes motivos, no asistían a la clase. La rutina de la actividad siempre era la misma. Se informaba a los estudiantes que se les iban a pasar algunas imágenes que podían resultar ofensivas para los practicantes del Islam, se les invitaba a no mirarlas o a abandonar el aula antes de su proyección si así lo deseaban y después se proyectaban dos de las caricaturas de Mahoma que condujeron al atentado contra Charlie-Hebdo. El objetivo, como siempre, que los alumnos reflexionaran sobre los límites de la libertad de expresión, que expusieran sus puntos de vista y que escucharan todas las perspectivas que pueden adoptarse sobre el tema. No hubo nada durante el desarrollo de aquella clase que la hiciese destacar sobre la misma clase de otro año y, muy probablemente, el profesor implicado se fue a su casa ese día pensando que había sido un día más, de una semana más, de un curso escolar más. No muy lejos de allí, el padre de una alumna que había vuelto a ser sancionada con una expulsión del centro “Bois d’Aulne” interrogaba a su hija sobre los motivos de la expulsión. Deseosa de que su padre no se enterase de que había estado faltando a clase reiteradamente, le contó que un profesor, de nombre Samuel Paty, encargado de un curso de ética, había pedido que levantaran la mano todos los alumnos musulmanes y que, una vez identificados los que profesaban esa religión, los había expulsado de clase para enseñarles al resto imágenes de un hombre desnudo diciéndoles que era Mahoma. Cuando ella había protestado por tal comportamiento, recibió la sanción del centro. Brahim Chnina, padre de la alumna, henchido de justa indignación, colgó un vídeo en YouTube y Facebook, denunciando el comportamiento del profesor, llamándolo “matón” y “enfermo”, dando cumplida cuenta de su nombre y lugar de trabajo y pidiendo a todos sus “hermanos” que mostraran su repudio hacia semejante agresión contra sus desamparados infantes por parte de un docente. El vídeo incendió rápidamente los wasaps de la comunidad musulmana de Conflans-Sainte-Honorine y, muy pronto, se viralizó por buena parte de Francia. A las pocas horas, Chnina había recibido el acalorado apoyo de multitud de personas, entre otros, de Abdelhakim Sefrioui. Sefrioui, que se autoproclamó imán nada más llegar a Francia desde su Marruecos natal, ha dedicado toda su vida como ciudadano francés a demostrar que sus conciudadanos son islamófobos radicales, que los sucesivos presidentes han llamado a odiar a los musulmanes y que "los niños de 12 a 13 años, musulmanes, están conmocionados, son atacados, son humillados frente a sus compañeros”. Defensor de Palestina, de Hamas, de la Yihad Islámica, de la libertad de las mujeres (para llevar velo) y hábil como pocos para caminar sobre el filo de la navaja de la legalidad, su discurso siempre inflama y solivianta y no se le conoce intervención conciliadora alguna en ninguno de los asuntos en los se ha visto envuelto. Desde el año 2000, la policía francesa lo tenía en el punto de mira, sin que hubiese conseguido imputarle nada. Fue él quien replicó los vídeos de Chnina, con nombre y datos del profesor, exigiendo una respuesta de todo buen musulmán. Fue él, quien el 8 de octubre, acompañó a los padres de la alumna a exigirle al director del centro “Bois d’Aulne” que despidiera a Paty bajo la amenaza de organizar una campaña como la que dirigió contra el imán de cierta mezquita al que consideraba demasiado tolerante. Ante la evidente negativa del director a hacer algo que ni quería ni podía legalmente hacer, Chnina presentó, ese mismo 8 de octubre, una denuncia ante la policía contra Paty por “difusión de imágenes pornográficas”. Al día siguiente, el profesor tuvo que dar explicaciones de su comportamiento ante un inspector educativo, muy preocupado por la exhibición de imágenes pornográficas en el aula y por las prácticas habituales de Samuel Paty. En su informe posterior, el inspector declaraba a Paty culpable de no haber dominado "las reglas de la neutralidad y el laicismo" y afirmaba que había cometido un patente "error" del que podrían derivarse ulteriores sanciones. Ese mismo día 8, el director envió un correo electrónico a los padres dando las necesarias explicaciones que hiciesen comprensible el negligente comportamiento del profesor en la ya famosa clase del día 6. 

   El 12 de octubre Chnina vuelve a publicar un vídeo en Youtube denunciando la inacción de las autoridades educativas y policiales, pese a que ese mismo día, Paty había tenido que someterse a un interrogatorio policial en el que mostró su sorpresa por haber sido denunciado por el padre de una alumna que no estuvo en clase. Aprovecha para poner una denuncia contra Chnina por difamación, pero se sabe ya marcado. No se atreve a andar por Conflans-Sainte-Honorine, pide a sus compañeros que lo lleven en coche y busca por Internet recursos legales y hasta un abogado para intentar defenderse de lo que se le viene encima. Por esas fechas, Chnina había agradecido la encendida adhesión que le mostró Abdullakh Anzorov. Anzorov había nacido en Moscú de una familia que huyó como pudo del baño de sangre en que se había convertido Chechenia. La capital rusa no era muy acogedora con quienes tenían motivos para huir de las matanzas de Kadírov, así que seis años después emigraron a Francia. Probablemente, nunca escuchó demasiadas críticas de su entorno familiar hacia el radicalismo islámico y para 2020 llevaba tiempo coqueteando con talibanes, miembros del Estado Islámico en Siria y cuanto fanático tuvo a su alcance. Tiene 18 años, ganas de “hacer algo” y su cuenta en Twitter vomita odio contra todo el que no sea radical en la práctica del Islam. El 16 de octubre un amigo le acompaña a comprar un cuchillo de grandes dimensiones y dos pistolas de plomillos. Otro amigo le lleva en coche hasta las puertas del “Bois d’Aulne”. No le cuesta trabajo encontrar un par de estudiantes del centro que le marquen quién es Samuel Paty a cambio de 300 €. Lo sigue, lo apuñala varias veces, le corta la cabeza y sube su imagen a Twitter con un mensaje dirigido a Macron en el que, "en el nombre de Alá el misericordioso" afirmaba: "ejecuté a uno de tus sabuesos del infierno que se atrevió a menospreciar a Mahoma".

domingo, 12 de febrero de 2023

Abbas I, el Grande.

   En 1588, un golpe de estado de una de las tribus que integraban el ejército colocó como Shah de Persia a Abbas I, a la sazón, de 16 años. Quizás pensaron que sería fácil controlarlo y que, en el peor de los casos, podrían quitarlo de en medio como habían hecho con su madre y su hermano mayor. La situación de su reino no era mucho mejor. Los otomanos habían aprovechado el caos que precedió a su ascenso para apoderarse de diversos territorios y otro tanto había ocurrido con los uzbekos, además de la propia guerra civil entre tribus, ocasionalmente apaciguada pero siempre presente. El Estado tenía bases débiles, por decir que existía. Apenas un infante, confinado en palacio por quienes lo habían aupado al cargo, consiguió conspirar contra ellos y asesinar a su líder. A partir de entonces ejerció el poder sin discusión aunque con particular perspicacia. Comenzó por firmar una paz con los otomanos que, aunque humillante, le concedía tiempo para reorganizar los asuntos internos. Financió una milicia propia basada en los que hasta entonces habían sido esclavos (en su mayoría caucasianos) y con una política sutil, pero persistente, fue apartando de todos los cargos a los miembros de las tribus que hasta entonces habían ejercido el poder en la sombra y bajo los focos. De este modo, Persia se inició en el proceso de formación de un Estado moderno con una administración claramente centralizada y dependiente de la corona, tal y como estaba ocurriendo en Europa por aquellas fechas.

   Diez años después de su llegada al poder, contaba ya con un ejército capaz de enfrentarse a los uzbekos por los territorios que estos habían ocupado en tiempos de sus predecesores, en una campaña que, claramente, habría de servir como experiencia previa a su inevitable enfrentamiento con el imperio otomano. Este comenzó en 1603 y terminó en 1618 con un tratado en el que los otomanos reconocían el control de Abbas sobre todo el Cáucaso. La posterior ofensiva otomana solo sirvió para sufrir una nueva derrota de su ejército ante los persas y la entrada de Abbas en Bagdad.

   Aunque Persia había mantenido buenas relaciones con los reyes mogoles, estos habían utilizado el desconcierto en el reino que precedió a la llegada de Abbas al poder para hacerse con Kandahar. En 1622, aprovechando las derrotas que había infligido a los otomanos, Abbas lanzó un ataque relámpago para recuperar esta ciudad clave en el comercio con Oriente. Ese año, con ayuda de los ingleses, logró también arrebatarles a los portugueses el control de otro enclave de vital importancia, el estrecho de Ormuz.

   Gran estratega, paciente y diplomático cuando las condiciones lo exigían, tenaz en la persecución de sus objetivos, orador carismático, Abbas I también fue despiadado, brutal y paranoico. Sus arrebatos de cólera y su carácter vengativo son tan legendarios como sus triunfos militares. A los georgianos, levantiscos durante todo su reinado, los deportó en masa siempre que tuvo ocasión y a los armenios los trató a su capricho, como rebaño, a los hijos de uno de sus rivales los castró, a una embajadora que le enviaron los georgianos la torturó hasta la muerte, la disciplina de su ejército se basaba en castigos salvajes y desmesurados, mató o cegó a varios de sus hijos, chiita de religión, ejerció toda la crueldad que estuvo a su alcance contra los sunitas, etc. etc. Sin embargo, aunque implacable contra los cristianos de Georgia y Armenia, Abbas comprendió la importancia de ganarse el favor de los reinos europeos contra el común enemigo otomano. No solo eso, hay testimonios de su profundo conocimiento de la historia y la teología cristianas. Se le atribuye la afirmación de que prefería “el polvo de las suelas de los zapatos del más bajo cristiano al más alto personaje otomano". A cambio de ayuda contra ellos, a los españoles les ofreció derechos comerciales y la oportunidad de predicar el cristianismo en Irán. Envió embajadas a diferentes capitales de Europa y acogió a cuanto viajero europeo quiso pasar por sus tierras. Pero fueron los ingleses quienes colaboraron directamente con él a través de los hermanos Shirley y sus aportaciones para la reorganización del ejército persa, particularmente de su artillería.

   Deseoso de expresar visualmente el poder de su reino, como se estaba haciendo en Europa, en 1598, trasladó la capital a Isfahan a la cual procuró todo un plan de urbanismo que incluía la construcción de mezquitas, como las de Masjed-e Shah y Masjed-e Sheykh Lotfollah, palacios como el de Chehel Sotoun y plazas como la de Naghsh-i Jahan. También la dotó de una escuela de pintura, de la que salieron Reza Abbasi y Muhammad Qasim, de centros de producción de cerámica y del tejido de alfombras que, junto con la seda, se convirtieron en dos poderosos motores de la economía de la ciudad y del país. A pesar de la decidida fe del monarca, el arte de la época muestra costumbres más bien relajadas y con frecuencia a él mismo se lo veía paseando por las calles y bazares de la ciudad, departiendo con la gente.

   Siempre temeroso de conjuras, envuelto en un miedo a las conspiraciones que le llevó a arremeter contra sus hijos y sumido permanentemente en el arrepentimiento, la vida de Abbas no fue ningún camino de rosas. Murió en 1629, dejando como sucesor a su nieto, Mohammed Baqir Mirza, un personaje cruel e introvertido que continuó la larga saga de shahs incapaces de la que Abbas constituye una notable excepción.

   Al reinado de Abbas I pertenece el despertar en Europa de la imagen de un reino persa, lejano, exótico y fascinante, que ya no dejaría de reaparecer como cliché en todo género de orientalismos que hemos padecido. Pero esa imagen, que tanto arraigaría en nuestra cultura, no tiene un origen perdido y oscuro en la noche de los tiempos coloniales, sino que afloró como consecuencia de una estrategia planificada y dirigida desde la misma corte persa. Estrategia, para más inri, que buscaba, consciente y deliberadamente, forjar una identidad propia, al menos desde un punto de vista militar, inspirada por la europea.

domingo, 5 de febrero de 2023

Otra de herejes.

   Un siglo después de la ejecución de Dulcino y la condena de los “franciscanos espirituales”, en 1414, Jan Hus acudió al Concilio de Constanza para defender sus ideas. Nacido en 1369 en Bohemia, Hus dedicó buena parte de su vida a criticar las corruptelas de la Iglesia. En buena medida sus ideas procedían de los planteamientos de John Wyclif (1324-1384), teólogo de la Universidad de Oxford y preceptor de Ricardo II, que había sostenido, como lo habían hecho tantos un siglo antes, que la Iglesía debía abandonar todas las riquezas materiales y sus poderes temporales. La gracia de Dios, afirmaba Wyclif, otorgaba la autoridad, por lo que cada cristiano tenía tanto derecho como cualquier otro a interpretar la Biblia y a administrar los sacramentos. En la verdadera Iglesia, la “iglesia invisible”, no había jerarquías ni cargos y, más pronto que tarde, acabaría por asumir el papel de la Iglesia que hasta ese momento había existido y que, para más inri, se había zambullido en el Cisma de Occidente, con un papa en Roma y otro en Avignon. Wyclif no se cortó un pelo y comparó el cisma con dos perros que se pelean por un hueso. Sus seguidores, a los que acabó conociéndose como “lolardos”, iniciaron una amplia campaña de predicación declarándose en contra de las leyes que limitaban el salario de los campesinos y participando en asaltos contra propiedades nobiliarias o eclesiásticas. No obstante, Wyclif se cuidó mucho de apoyar la revuelta campesina que se desató en Inglaterra en 1381, lo cual le permitió seguir contando con el apoyo de sus numerosos amigos de la corte hasta su muerte en 1384.

   Hus no tuvo tanta suerte. Predicador incansable como Wyclif, defensor de una vuelta de la Iglesia a sus orígenes como los “franciscanos espirituales”, declarado enemigo de cualquier forma de acumulación de riqueza por parte de la jerarquía eclesiástica, sus ideas prendieron como la pólvora en las clases populares de una Europa asolada por las plagas y que contemplaba el Cisma como el triste espectáculo de una institución que no tenía nada que ofrecerles. Pero su rey, Wenceslao IV, apoyaba decididamente a Alejandro V, el tercer papa, elegido supuestamente para acabar con el Cisma. Cuando Hus atacó la venta de bulas papales en Bohemia, sus seguidores sacaron una procesión con una imagen del papa ricamente vestido y una imagen de Jesús semidesnudo. Tres de ellos, casualmente, de entre los más humildes, acabaron ejecutados y la condena cayó sobre las doctrinas de Hus. Las revueltas que siguieron no le convenían nada a Wenceslao, que decidió actuar como mediador y buscar una reconciliación entre las posturas de Hus y el papado (particularmente “su” papado). El Concilio de Constanza tuvo como objetivo acabar con el Cisma y, de paso, con todas las herejías que habían surgido a su sombra. A Hus se le prometió un salvoconducto hasta él y la oportunidad de defender libremente sus ideas, sin embargo, se lo detuvo nada más llegar y se lo instó a abjurar de sus doctrinas bajo la amenaza de quemarlo, cosa que sucedió el 6 de julio de 1415. Dos meses antes, a Wyclif se lo había declarado hereje post mortem. Pero las llamas que acabaron con la vida de Hus se extendieron rápidamente mucho más allá de las orillas del lago Constanza.

   Como hemos señalado, las ideas de Hus, al igual que las de Wyclif en Inglaterra, calaron sobre todo entre las clases más humildes. En Bohemia ese estrato lo ocupaba mayoritariamente la población autóctona porque las élites las formaban colonos llegados desde Alemania que fundaron las grandes ciudades y se asentaron en ellas como prósperos comerciantes. Hus se convirtió en un mártir religioso y, sobre todo, en un referente social y en un líder nacional. La nobleza bohemia protestó enérgicamente contra su muerte y por toda respuesta, obtuvo la promesa de Segismundo, a la sazón, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de exterminar a todos los seguidores de Hus y de Wyclif. El 30 de julio de 1419, los husitas se adueñaron de Praga, asaltando el Ayuntamiento y los conventos, en un levantamiento que sólo pudo apaciguarse por vía de un acuerdo de paz que duró hasta el año siguiente. En 1420, el papa Martín V declaró una auténtica cruzada contra los husitas que comenzó con la sonora derrota de los cruzados en la batalla de Sudoměř en la que 400 husitas mandados por Jan Žižka resistieron el asalto de 2000 soldados imperiales. Buena parte del éxito de esta batalla se atribuye a los “vagones de guerra” husitas, carros de caballos con parapetos y troneras. Los sucesivos asaltos de las tropas imperiales a las ciudades tomadas por los seguidores de Hus no tuvieron tampoco demasiado éxito y hacia finales de año, Žižka y los suyos podían permitirse lujos como expulsar a la población de origen alemán de los territorios husitas.

   En 1421 y 1422 hubo otras tantas cruzadas con resultados no muy distintos de la primera. Pero los husitas se habían dividido desde muy pronto en dos sectores, los taboritas y los utraquistas. Los utraquistas encarnaban la nostalgia por la Bohemia “originaria” antes de la llegada de los colonos alemanes. Nobles de diferente rango constituían la espina dorsal de este sector del movimiento. Los taboritas, por contra, miraban hacia el futuro, de hecho, hacia un futuro muy cercano en forma de fin del mundo. Mucho más radical y popular, los miembros de este sector rechazaban el pago de impuestos a los nobles y reclamaban la desaparición de la servidumbre. Mientras el talento militar de Žižka hizo salir victoriosos a los husitas de los primeros embates imperiales, ambos sectores se apoyaron mutuamente. Pero cuando llegó la oportunidad de administrar el territorio ganado todo cambió y en 1423 se enfrentaron por primera vez en el campo de batalla. Este enfrentamiento interno no frenó el impulso del husismo, que, a partir de 1425, comenzó a ganar territorios y a saquear fuera de Bohemia, llegando hasta Gdansk en 1433, pese a que contra ellos se siguieron lanzaron cruzadas en 1427 y 1431. Incapaz de vencerlos, Segismundo abrió la vía negociadora y en 1433, los utraquistas volvieron al seno de la Iglesia y ayudaron a las tropas imperiales a derrotar a los taboritas un año después. No obstante, éstos consiguieron resistir tres años más hasta la toma de su último bastión en 1437. Muy pocos taboritas sobrevivieron a sus derrotas en el campo de batalla, pues la costumbre de las tropas imperiales y de sus antiguos camaradas utraquistas consistía en pasarlos a cuchillo a las primeras de cambio. No obstante, 20 años más tarde se formó la Hermandad Moravia a la que muchos consideran la primera iglesia evangélica de la historia. De hecho, Lutero recuperó buena parte de las ideas de Wyclif y de Hus, los declaró mártires de su causa y asumió que sus críticas tenían la misma actualidad en el siglo XVI que habían tenido en el siglo XV. El paralelismo no termina aquí porque Lutero también acabó dejando en la estacada las reclamaciones campesinas como habían hecho Wyclef y los utraquistas y, para acabar de rematarlo, la espantosa catástrofe que supuso la Guerra de los Treinta Años comenzó precisamente con el levantamiento en 1618 (y posterior ejecución a manos imperiales) de la nobleza bohemia que tantos beneficios había acabado sacando de las guerras husitas.

   Si contamos las cinco cruzadas contra los husitas más la cruzada contra los dulcinistas, las cinco cruzadas nórdicas, la cruzada contra los cátaros y alguna que otra más, resulta que la mayoría de cruzadas no tuvieron nada que ver ni con el Islam ni con la defensa de ninguna "tierra sagrada". De hecho, como hemos relatado, la mitad de estas cruzadas se llevaron a cabo contra quienes pedían, entre otras cosas, justicia social. Por eso no deja de sorprender que en el siglo XX los teólogos de la liberación pidieran una Iglesia del pueblo, ¿alguna jerarquía eclesiástica defendió alguna vez al pueblo cuando tuvo que elegir entre éste y sus privilegios?