domingo, 27 de marzo de 2022

¡Prohibamos la ciencia! (2 de 2)

   Incluso si el nuevo parche, por alguna milagrosa inspiración divina, hubiese adivinado las necesidades de nuestros investigadores, el modo como se lo ha “negociado”, sentencia por sí mismo su absoluta inoperancia para remediar los males de la ciencia en este país. Y los males de la ciencia de este país los resume el "caso López-Otín”. Este catedrático de bioquímica y biología molecular de la Universidad de Oviedo, encabezó un grupo investigador que consiguió logros absolutamente punteros en la identificación de genes asociados al cáncer y en la secuenciación del genoma de ciertos tipos de leucemia. Reconocido a nivel internacional, habiendo recibido innumerables premios, su vida sufrió un cambio dramático en 2016. Alguien, alguien con nombre y apellidos, alguien a quien López-Otín había impedido que le otorgara cierta plaza universitaria a uno de sus protegidos, se había dedicado a rebuscar en las 142 publicaciones del sabiñanense. Con la tenacidad que dan la miseria y la envidia, logró encontrar un puñado de imágenes sospechosas. Lejos de escudarse en tonterías, López-Otín inició una investigación interna que le llevó a descubrir que, en efecto, algunas de las imágenes aparecidas en nueve de sus artículos habían sido retocadas con fines de dejar mucho más patente lo que en ellas se mostraba. Desde luego, no se trata de una buena práctica científica, pero si hubiera de tirar la primera piedra quien jamás ha incurrido en ella, el propio Darwin tendría que mirar hacia otro lado. López-Otín emprendió la agotadora tarea de volver a realizar todos los experimentos puestos en tela de juicio. Sus resultados no se apartaron lo más mínimo de los originales, aunque algunas imágenes sí. Pidió publicar una aclaración a propósito de ocho artículos aparecidos en el Journal of Biological Chemistry, pero para entonces, la campaña contra él ya había vuelto tóxico su nombre. La revista optó por retirarlos todos, convirtiéndolo en un paria de la ciencia, pese a los testimonios de algunos colegas acerca de la validez de sus resultados. En 2018 una misteriosa infección de sus 5000 ratones modificados genéticamente acabó con ellos. López-Otín, en medio de una crisis personal que lo llevó a juguetear con la idea del suicidio, nunca ha querido plantearse siquiera qué pudo ocurrir. “Obviamente” alguien que había alcanzado tal prestigio internacional, siendo español, en una universidad que no estaba en Madrid ni en Barcelona, tenía que ser un fraude y todo el mundo se lanzó gozosamente a hacer leña de un árbol que había pretendido desafiar nuestra regla básica: no somos un país de investigadores. De futbolistas, de cantantes y cantantas, de pícaros, de fundadores y prosélitos de sectas radicales católicas, por supuesto que sí y todo el mundo loa sus grandezas sin tapujos, pero ¿de científicos? ¡Nunca! ¡jamás! A tal punto llegó la campaña que el propio Villatoro cayó bajo sus efectos… hasta que habló personalmente con López-Otín. Con la honradez de buen científico, Villatoro reconoció su error y pasó a formar parte de quienes, de un tiempo a esta parte, vienen limpiando el nombre de López-Otín. Todavía tiene que aguantar que algún periodistilla que no sabe de ciencia ni cómo se escribe le arroje a la cara la pregunta de si alguna vez cometió fraude. Y, como es natural en este país, habrá quienes afirmen que el miserable que buscó su hundimiento “seguro que alguna buena razón tendría”. 

   A veces pienso que están en lo cierto, que no se puede luchar contra ellos, que hace mucho tiempo que perdimos esta batalla, que es absurdo ir contra los hechos. Y el hecho es que España, en ningún momento de su historia, ha decaído en sus intentos, conscientes, deliberados y persistentes, por humillar, tan miserablemente como fuese posible, a sus científicos. La inquina contra cualquiera que pueda acreditar relevancia investigadora, nuestro empeño por darles la patada cuanto antes para que se larguen a otro país, la saña con la que los apuñalamos en cuanto comienzan a volver la espalda, no puede deberse a una simple casualidad o a un mal cúmulo de circunstancias. Debemos sincerarnos con nosotros mismos, debemos contarle la verdad a esos políticos que creen que van a ganar algún voto por anunciar un nuevo y falso incremento de las dotaciones para investigación. No podemos seguir permitiéndonos el lujo de gastar ingentes cantidades de dinero en formar investigadores que acabarán dando lo mejor de sí mismos en laboratorios del extranjero, no podemos dedicar cinco millones de euros a decir que tenemos un proyecto propio de vacuna contra la Covid-19, no hay fondos para seguir manteniendo a nuestra ciencia, con ensañamiento, en una perpetua agonía, no tiene sentido tirar así un dinero que tantas iglesias podría ayudar a restaurar, que tantas bocas que curitas, que tantos hermanos de presidentas de comunidad, podría alimentar. Pero también hay motivos humanitarios. No podemos, no tenemos derecho, a seguir sustentando la esperanza de mujeres y hombres, una generación tras otra, con la fantasía de que se puede hacer ciencia en este país. Causamos muchísimo sufrimiento a personas que sólo merecen la admiración, el reconocimiento y el respeto. ¡Terminemos con esta pantomima! Hagamos una ley que no sea un parche; una ley que prohíba por siempre jamás la investigación para fines no militares en España; una ley que entregue a la Iglesia la propiedad sobre cualquier empresa, institución o particular que financie ese género de investigación; una ley que cercene, desde el momento mismo de su nacimiento, la más leve brizna de ilusión en cualquier joven que quiera iniciar una carrera investigadora, condenándola/o al destierro perpetuo; una ley que castigue por traición a la patria a quien ose alabar, defender o recordar a cualquier científico nacido aquí; una ley que adjudique cátedras y plazas universitarias exclusivamente por méritos familiares, políticos, de clientelismo o de pura dedocracia; una ley, en definitiva, fiel a la realidad de nuestra amada patria de mierda.

domingo, 20 de marzo de 2022

¡Prohibamos la ciencia! (1 de 2).

   Hace tiempo que sigo La ciencia de la mula Francis, el blog de Francisco R. Villatoro. Lo visito cada vez que el resto de mis ocupaciones me dejan un hueco y cada vez que necesito aclarar mis ideas sobre algún tema de vanguardia científica. Profesor de la Universidad de Málaga, informático, físico y matemático, Villatoro dice que cuando se jubile quiere escribir libros de divulgación. Desde luego, lleva a cabo una incansable tarea para despertar el interés por la ciencia, pero siempre ha tenido claro que prefiere perder un lector que traicionar una idea. Sabe, además, que hacer ciencia es sinónimo de exploración y que explorar significa errar. Por eso, cuando leí sus disculpas públicas a Carlos López-Otín, supe que su errancia le había servido, una vez más, para encontrar la verdad, esta vez, por desgracia, una verdad muy poco oculta. Y la verdad, en este caso, es que la ciencia, de facto, está prohibida en España, que hacer ciencia aquí es desafiar un anatema y que quien se atreve a hacerlo puede pagar con su propia vida. No hay que irse muy lejos para demostrar lo que digo. Esta misma semana, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, renunciaba a probar en humanos la vacuna contra la Covid-19 que llevan desarrollando desde la aparición de la enfermedad. Y no porque no haya superado los ensayos clínicos en animales, no, simplemente, porque han llegado tan tarde que ya no hay población humana no vacunada en la que probarla en este país y que los trámites burocráticos son de tal calibre, que tampoco se puede probar en otro. ¿Cómo ha podido ocurrir? ¿cómo hemos llegado a esto si el proyecto del CSIC se colocó en la línea de salida en las fechas en que lo hicieron AstraZeneca y Pfizer? Hay dos explicaciones posibles. Una es la que pasará a la historia. Afirma que en este país no nacen científicos de calidad. Nacen buenos cantantes, buenos futbolistas, buenos pintores, fundadores y prosélitos de sectas radicales cristianas, pero no científicos. La otra, la real, es algo diferente. Desde 2019 la Iglesia española ha recibido algo así como 1.200 millones de euros del Estado a razón de 300 millones por año. El CSIC recibió para financiar sus dos líneas de investigación sobre esta vacuna cinco millones de euros. Hipra, una empresa privada que sí va a probarla con humanos, dispuso de 45 millones. Pfizer contó con 2.600 millones de euros, 483 del gobierno alemán. AstraZeneca recibió 1.000 millones del gobierno británico de los 2.900 que llegó a poner sobre la mesa. Los equipos del CSIC tuvieron que liderarlo jubilados y lo conformaron, en su mayor parte, personal eventual que ignoraba qué ocurriría con sus vidas después de este proyecto. No había especial interés por cubrir las plazas de los eméritos, así que nadie se había molestado en sacarlas a concurso. Eso sí, además de su trabajo en el laboratorio, los investigadores tuvieron que ir, puerta por puerta, buscando empresas que pudieran formar al personal y desarrollar la tecnología necesaria para fabricar las vacunas. “Extrañamente” los cinco millones invertidos no han permitido comercializar una vacuna, a todas luces, prometedora.

   Hoy, como hace 50 años, como hace 90 años, como hace 120 años, como siempre en la historia de este bendito país, hay dos Españas. La España de quienes consideran que concederle al Ministerio de Igualdad 20.000 millones de euros es justo y necesario y la España de quienes consideran que esos 20.000 millones habría que dárselos al Ministerio de Defensa. Pero una España y la otra, coinciden en que hay que seguir financiando a la Iglesia con cantidades progresivamente incrementadas cada año, que hay que seguir eximiendo a la Iglesia del pago de todo tipo de impuestos, que hay que seguir financiando sus colegios, ninguno de los cuales es económicamente viable, y que, mientras tanto, hay que seguir regateando miserablemente el dinero destinado a la ciencia, que hay que venderlo bajo la etiqueta del I+D+i para que así oculte que los únicos incrementos presupuestarios en investigación van destinados a la investigación estrictamente militar, esa que se encarga de mejorar las balas, los proyectiles de cañón, los drones y el material antidisturbios que suministraremos a Cuba o a Túnez. Siempre que se acerca la renovación del concordato con el Vaticano, se negocia pormenorizadamente cada una de las peticiones que hace la Iglesia para que no se embarque en otra oportuna cruzada “en pro de la vida”. Sin embargo, este mes se ha aprobado la nueva ley de la ciencia, concediéndole al colectivo de los sufridos científicos un sumario plazo de siete días para presentar alegaciones y a los sindicatos se les otorgó toda la atención que permitieron... dos reuniones. El último vestigio de modernidad que llegó a este país fue el despotismo ilustrado y, desde entonces, políticos, tecnócratas y economistas paren leyes que, suponen, mejorarán las condiciones de vida de ciertos colectivos, pero sin preguntarles a ellos, no vaya a ser que les cuenten algo que tenga que ver con la realidad. En estos meses, la prosecución de tan venerable costumbre nos ha otorgado una ley para la educación sin los educadores; una ley sobre el consumo eléctrico sin los consumidores de electricidad y ahora tenemos ya una ley para los científicos, pero sin los científicos. Un día de estos deberíamos hacer un esfuerzo de sinceridad y dejar de llamar a estas cosas "ley" para llamarlas como verdaderamente se merecen: parche. El nuevo parche de la ciencia, parchea cosas necesarias. Otorga, por ejemplo, el derecho de nuestras investigadoras a ser madres, pero vuelve inútil semejante reconocimiento porque no da ningún paso adelante para compensar los huecos que en el currículo investigador deja la maternidad. Habla de porcentajes para la incorporación a las instituciones del personal formado en la investigación, pero no especifica cómo se van a convertir esos porcentajes en algo mejor de lo que hay. Deja en la oscuridad completa a técnicos y gestores sin los que no puede funcionar ningún laboratorio moderno y, por supuesto, omite por completo la necesidad de blindar la financiación de la investigación no aplicada a la defensa.

domingo, 13 de marzo de 2022

Pikuach nefesh (2 de 2).

 

A quienes sufren persecución y cárcel en Rusia

por manifestarse contra la invasión de Ucrania.

Son un ejemplo de lo que Rusia tiene que ofrecer

al mundo.


   En 2018, a “Naranjito” Trump se le ocurrió sacar a EEUU del acuerdo para limitar las investigaciones nucleares de Irán. Esperaba obligar a los ayatolás a negociar un acuerdo desfavorable para ellos en mitad de su segundo mandato y, en última instancia, favorecer los planes bélicos de Netanyahu. Se lo ha puesto fácil a Biden. A la administración norteamericana le conviene que el petróleo iraní vuelva al mercado. Otro tanto cabe decir de sus aliados europeos. Irán, dicen los expertos, está al borde del caos económico. Se echaron en brazos de Pekín como gran salvación y lo único que han conseguido es desatar la sinofobia de su población que ha visto cómo los productos de ínfima calidad procedentes de Oriente han fagocitado los comercios tradicionales y las pequeñas empresas. Su ejército se cae a trozos y los pilotos todavía vuelan en los F-14 comprados por el Sha. Saben, además, que Israel tiene sus centros de investigación en su punto de mira y quieren evitar la humillación de ver cómo los reducen a cenizas, algo contra lo que, en última instancia, sólo podrán lanzar amenazas y maldiciones. Israel, que no figura por ninguna parte en las negociaciones, es, en realidad, quien decide. Parte de sus élites, espoleados por sus nuevos aliados en las monarquías del Golfo, es partidaria de acudir a los procedimientos militares, pero otra parte, previendo lo que se avecinaba, preferiría un acuerdo y esperar a ver cómo se desenvuelven los acontecimientos. En cualquier caso, el tiempo apremia. Se supone que, para mayo de este año, Irán obtendrá material susceptible de uso militar. Desde 2018, Rusia ha venido operando, más o menos en la sombra, como la gran muñidora del acuerdo. Su diplomacia se ha esforzado por mediar entre Irán y EEUU, incluyendo hacerse cargo del material fisible iraní y tener acceso a todos los secretos de su programa. Israel ve con buenos ojos semejante mediación, pues tienen Rusia tan infiltrada que todo lo que llegue a sus manos acabará en los despachos del servicio secreto israelí. La intervención rusa, por supuesto, no se debe a fines altruistas. La firma de ese acuerdo será también la firma de multitud de tratados con Irán, particularmente, en materia militar, acuerdos de esos que generan comisiones astronómicas que se pueden entregar a los amigotes sin mucho disimulo. Algunas de ellas llegarían de modo inmediato, pues hay 11 Mig-35 ya fabricados que se han quedado compuestos y sin novia y que podrían entregarse a Irán. El problema está en que Teherán no tiene divisas, ni oro, sólo puede pagar en petróleo. Con el precio del barril en las cifras del año pasado, con la vuelta de Irán al mercado, los beneficios para Putin y sus adláteres se volvían pírricos. Sin embargo, con una guerra de por medio, con las magras sanciones que el Kremlin esperaba, con amenazas múltiples de guerra nuclear, cada barril se convertiría en una montaña de oro. Alguien, alguien más listo que los demás, ha puesto ya las comisiones que esperaba recibir en el mercado de futuros. En estos momentos está virtualmente arruinado. Probablemente fue él quien llamó el pasado 3 de marzo al despacho de Putin. El día 4, Rusia hizo público que no firmaría el acuerdo nuclear si EEUU no ofrecía garantías por escrito de que las sanciones no afectarían a “su colaboración con Irán”. El sábado 5, Bennett viajó a Moscú. Llevaba un mensaje de “amigos comunes” que contaba una historia muy diferente de lo que está leyendo Putin en los informes que le llegan y que sólo hablan de las enormes ventajas que las circunstancias actuales comportan para Rusia, del triunfo que acabará obteniendo sobre Occidente, cuando no de la conveniencia de declararle la guerra a la OTAN ya. El mensaje que al primer ministro israelí, como el único mandatario con el que Putin se permite gastar bromas, le había tocado llevar, era claro: debía aceptar la mediación que Erdogan le iba a proponer al día siguiente, su ministro de exteriores llevaría a la reunión con su homólogo ucraniano una propuesta de mínimos y el Kremlin aprovecharía las primeras de cambio para declarar que “se han alcanzado todos los objetivos de la operación militar especial”. De lo contrario, Putin tendría que acostumbrarse al sabor a Polonio en sus comidas. De la conversación de Putin con Erdogan ha trascendido que no fue distendida y que Putin aceptó un encuentro a alto nivel con las autoridades ucranianas. El lunes 7, portavoces del Kremlin afirmaban que para el alto el fuego bastaba el reconocimiento de las repúblicas independentistas y de la anexión de Crimea a Rusia. El martes 8 dejaban claro que “nunca” había sido su intención derribar el gobierno de Kiev. El acuerdo nuclear con Irán ha quedado en suspenso y nadie oculta la “frustración” que ha generado en todas las partes, incluyendo a Rusia e Irán. Cuanto más se acerquen las negociaciones a acuerdos concretos, mayor será la escala del conflicto por parte de unos y de otros para obtener una posición de fuerza. Otra cuestión es hasta dónde llegará. La afirmación del ministro de defensa ruso, Shoigú de que mimetizaría el despliegue de la OTAN en el territorio ruso, implica que, lo que resta de unidades operativas de sus fuerzas, se van a quedar muy lejos del conflicto. Falta una reserva estratégica que no se ha movido de sus bases y que parece mostrar el temor real de Putin a un ataque de Occidente. A Ucrania sólo pueden mandar ya mercenarios contratados en Siria y dotar a las milicias de las repúblicas independentistas con material incautado a los ucranianos. 

   Si todo lo que he escrito hasta aquí constituye una descripción más o menos cercana a los hechos, entonces, aún no se ha comprendido lo fundamental de lo que está ocurriendo. Estas conclusiones, como muchas otras que están apareciendo en los medios de comunicación occidentales, tienen que haberlas alcanzado (y hace mucho), quienes tuvieron sobre sus mesas informes de primera mano de la situación en Rusia hace cinco, diez o quince años. Sin duda hay quienes se habrán visto sorprendidos por la docilidad con la que Putin se ha metido en la ratonera, aunque llevan mucho tiempo cambiando el queso en ella para que no se lo comieran las hormigas. De la exactitud con la que han calculado los riesgos, del petróleo de las comisiones iraníes, de las capacidad de razonamiento de un megalómano cuyas neuronas parecen tener la misma operatividad que sus tropas sobre el terreno, de mediadores preocupados únicamente por lo que encierran los límites de su terruño, dependen las destrozadas vidas de las mujeres, niños y hombres de Ucrania y puede que de la humanidad toda. Pikuach nefesh.

domingo, 6 de marzo de 2022

Pikuach nefesh (1 de 2)

   פקוח נפש, pikuach nefesh, literalmente, “cuidado del alma”, es el principio básico de la ley judía y significa que la preservación de vidas humanas permite anular cualquier otro precepto religioso. Uno de ellos es el famoso sabbat o shabat, el día que se inicia al atardecer del viernes y termina cuando aparecen tres estrellas en la noche del sábado. Ese día, en el que, según la Biblia, Dios descansó, nosotros, sus criaturas, no podemos trabajar, ni producir, ni encender fuego y ni siquiera accionar un interruptor (aunque, eso sí, podemos tener sexo). Ayer el primer ministro israelí, Naftali Bennett, tan religioso que siempre lleva su kipá, rompió el sabbat para ir a sostener una reunión de horas con Vladimir Putin. “Pikuach nefesh”, proclamó su oficina de prensa, preservar vidas humanas. En el viaje lo acompañaba el ministro de vivienda, Ze'ev Elkin, habitual traductor de los primeros ministros israelíes cuando tienen que hablar con un interlocutor ruso. Elkin nació en Jarkov y parte de su familia sigue viviendo en Ucrania. También lo acompañaba su su asesor de Seguridad Nacional, Eyal Hulata. Hulata, miembro de los servicios secretos israelíes, es conocido por su postura de que un acuerdo nuclear con Irán es mejor que nada. Su nombramiento por parte de Bennett, partidario de no volver al acuerdo de 2015 y de bombardear las instalaciones iraníes, como muy tarde, en mayo de este año, se entendió como una señal pública de que estaba dispuesto a aceptar opiniones sobre el tema. Esta visita, desde luego, iba dirigida a salvar vidas, la cuestión es: ¿qué vidas? De modo inmediato, sin embargo, no tiene esa finalidad, tiene otra, la de colocar una bambalina para que no veamos lo que ocurre más allá de los focos. Entender que está sucediendo en la penumbra nos exige consultar un libro diferente de la Torá, un libro profano, Alicia en el país de las maravillas. En este sorprendente libro, el nada inocente Lewis Carroll describe una reina que tenía que correr a toda prisa para mantenerse en su sitio. La "carrera de la reina roja" constituye un modelo clásico para explicar cómo el ansia por construir un cañón que destruya cualquier fortaleza y una fortaleza que permanezca inmune al ataque de cualquier cañón, conduce a un estancamiento en el que no se puede lograr ninguna ventaja decisiva que nos acerque a nuestro objetivo. Durante décadas EEUU y la Unión Soviética se vieron envueltos en una carrera de reina roja que acabó por dejar al bloque comunista exhausto y al borde de la implosión. Intentando evitarla, Gorbachov inició un reacomodo del bloque soviético que no hizo más que precipitar la implosión. De ella, nació Rusia y quedó marcada por este acto fundacional, por el temor a que cualquier "reacomodo" precipite la implosión. Por tanto, cierta élite del poder asumió como propio el desafío de seguir manteniendo a Rusia como una potencia mundial pese a que el costo de sus 6.000 cabezas nucleares hunde su PIB a la altura de Brasil y lo sitúa un poco por encima de España. Aún peor, si acudimos al PIB per cápita, España ocuparía la posición 30 del mundo y Rusia la 63. Con estas cifras puede entenderse por qué numerosos analistas rusos consideraron el año pasado que la puesta en funcionamiento del sistema antimisiles de la OTAN significaba el fin de su poderío nuclear. Independientemente  de la capacidad efectiva de dicho sistema, que, dicho sea de paso, no parece ofrecer muchas dudas, obligaba al desarrollo de nuevos ingenios para los que, lisa y llanamente, Rusia no tiene dinero, especialmente teniendo en cuenta que su proyecto de construir misiles con motores nucleares se fue al garete con una explosión que destruyó el laboratorio en el que se desarrollaban. Por si fuera poco, EEUU ha comenzado ya la investigación de una nueva generación de interceptores que prometen ser más rápidos y eficaces, amén de dar los primeros pasos en la dirección de utilizar campos de fuerza con fines de protección de unidades, flotas y territorios. Frente a ello, Rusia y China han explorado el mundo de los proyectiles hipersónicos. 

   Dicen quienes conocen el tema que hace quince años bastaba poner la palabra "hipersónico" en cualquier proyecto para recibir dinero a espuertas del gobierno norteamericano, pero que hará cinco años la moda decayó y Rusia y China se adelantaron en esa carrera. Los misiles hipersónicos prometen, en efecto, una velocidad y una maniobrabilidad extraordinaria que dejaría a los antiguos misiles balísticos y a las defensas que protegen contra ellos en la obsolescencia. El problema está en la letra pequeña. Un proyectil hipersónico, en efecto, resulta prácticamente indetectable e imposible de interceptar… una vez se lo coloca cerca de su objetivo. Parece que los norteamericanos descubrieron hace tiempo que la única manera de llevarlo hasta allí consistía en los viejos bombarderos y las viejas lanzaderas de misiles intercontinentales, de modo que, táctica y operativamente, poco progreso suponen. Ahora esperan poder sacar del ostracismo algunos proyectos bajo la amenaza de que los chinos están investigando esta tecnología y los rusos ya la tienen desplegada en sus submarinos, algo de lo que hacen gala cada vez que tienen ocasión. No mencionan, por supuesto, cuántos de sus submarinos han llegado efectivamente a montarlos, porque sin un propulsor clásico, su alcance resulta tan reducido que para lanzarlos, tendrían que navegar por el Mediterráneo, el mar Báltico o las aguas territoriales norteamericanas, todo lo cual parece más bien improbable en circunstancias en las que tal lanzamiento constituyese un riesgo real. El alto mando ruso conoce perfectamente todas estas limitaciones y lleva décadas trabajando sobre nuevos modelos de guerra que permitan a Rusia ofrecer un cierto aspecto de superpotencia. Los desarrollos conseguidos en la ciberguerra y las "guerras de Gerasimov" (aunque no fue Gerasimov el padre de la idea), han tratado de poner sobre la mesa de Putin estrategias novedosas en este sentido. Pero estas estrategias posmodernas presentan un enorme inconveniente a ojos de Putin y su camarilla: no afectan el precio de las materias primas y, particularmente, del petróleo.



domingo, 27 de febrero de 2022

Guerra en Europa.


   El hombre de 56 años que sale en el vídeo es Petro Poroshenko, anterior presidente de Ucrania. Llegó al poder en 2014 tras la revuelta del Euromaidan e inició de inmediato el acercamiento a Europa. Tuvo que apechugar con una situación política endemoniada tras la declaración de independencia de Donetsk y Lugansk y una economía convulsa. En 2017, la cadena norteamericana CBS consideró a su gobierno uno de los más corruptos del mundo y él, que ya era rico antes de llegar al poder, amasó una fortuna de 400 millones de dólares mientras lo ostentó. Tiene una causa abierta en Ucrania por traición y terrorismo según la cual ayudó, comisión mediante, a vender carbón para financiarse a las repúblicas separatistas. Siempre ha dicho que esa causa es una invención de su rival político y sucesor, Zelenski. Hace dos semanas Putin le ofreció asilo político en Rusia. Podría haber aprovechado la actual coyuntura y escapar entre los refugiados. Su fortuna personal le permitiría estar en un lujoso apartamento de Londres, Múnich o Moscú. Se ha quedado en Kiev. El jueves montó un batallón de voluntarios para combatir al invasor. Tienen kalashnikovs, un par de ametralladoras y una larga cola de gente, la mayoría sin experiencia militar alguna, a los que no han podido admitir porque no tienen armas para todos. Cuando el periodista de la CNN le pregunta que cuánto tiempo podrán resistir, casi se le saltan las lágrimas y responde: "¡Para siempre!" y explica que Putin no tiene soldados suficientes para doblegar a todos los ucranianos. El hombre al que acusa de "inventar" un proceso contra él es Volodomir Zelenski, el actor y productor televisivo, de origen judío, que protagonizó "Servidor del pueblo", una serie muy popular. La serie se convirtió en partido político y lo aupó a la presidencia del país en 2019. Dado que el ruso era su lengua materna, se opuso a la ley de 2014 que prohibía la contratación de actores y actrices rusos para las producciones ucranianas. Es el típico producto de nuestra época, un político hecho desde y para las pantallas de televisión, del que ningún analista hubiese esperado más que gestos, imágenes y pocos, si acaso algún, hecho. En tres días de invasión rusa, se ha convertido en un gigante con una estatura moral que, a su lado, Putin subido en todo su inmenso arsenal nuclear, parece un insignificante piojillo. Domina las cámaras como nadie. No se presenta a la humanidad como presidente de un país, sino como uno más de los que luchan por defenderlo, apenas el rostro reconocible de los que están batallando y muriendo por todos nosotros. Agradece la ayuda concreta y no las buenas palabras. Nos interpela para que decidamos de qué lado estamos realmente. Le han ofrecido sacarlo del país y, al parecer, ha contestado: "necesito municiones, no un viaje". Sigue en la capital, con su familia y los miembros de su gobierno. Sabe que le queda poco tiempo, que caerá muerto o prisionero y que, en cualquier caso, su final será cualquier cosa menos honorable. Pero sigue ahí, delante de las cámaras, mostrándonos a todos en qué consiste el deber cuando un carnicero con un arsenal nuclear a sus espaldas como Putin, intenta ponernos de rodillas.
   En 2013 Putin se ufanaba de tener sobre su mesa planes para conquistar Ucrania en dos semanas. El Jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov, lo convenció de que podía lograr lo mismo sin casi disparar un tiro. Puso el mundo de la estrategia militar patas arriba y popularizó las "guerras híbridas". Al matarife de San Petesburgo aquello le supo a poco. Seguro que le han entregado planes para provocar un golpe de Estado, para que unidades de comando secuestraran al gobierno ucraniano, para provocar sabotajes y volver el país ingobernable. Pero él quería sangre, quería muertos, quería inocentes asesinados, ciudades arrasadas, edificios en llamas, que los rusos constataran con su miseria la grandeza de su visión y, sobre todo, quería una excusa para poner sobre la mesa sus misiles nucleares y arrastrar a la humanidad al borde de la extinción. 
   Las tropas rusas avanzan hacia sus objetivos. Puede que Kiev haya caído antes de que esta entrada aparezca. Pese a ello, su avance tiene muy poco del paseo militar que supusieron y ha necesitado refuerzos chechenos, unidades adicionales. En esencia Ucrania es una inmensa planicie en la que el único accidente geográfico significativo es el río Dniéper que la atraviesa. Carece de refugios naturales para tropas de infantería que tengan que enfrentarse a unidades blindadas o aéreas. Sin embargo, en la zona de Donetsk y Lugansk, las milicias separatistas, con experiencia de combate y conocedoras del terreno, reforzadas por el ejército ruso, apenas si han conseguido avances. Jarkov, de mayoría rusófona y en la misma frontera, ha tardado cuatro días en caer y todavía no parece que esté totalmente controlada. Del desembarco aerotransportado en el aeropuerto de Antonov se sabe que los ucranianos lo recuperaron sin que los rusos hayan desmentido esa noticia. Si, efectivamente, han desembarcado en Odessa, no hay rastros de progreso más allá de la ciudad. Las imágenes muestran misiles "inteligentes" de "alta precisión" incrustados en mitad de las calles, que han causado impacto en carreteras o han acabado destruyendo edificios residenciales a 300 metros de sus supuestos objetivos. La aviación ha bombardeado instalaciones militares, pero no a las unidades desplegadas en el frente, quizás porque no conoce su ubicación. A nadie se le ha ocurrido cerrar las vías por las que pueden llegar suministros a los invadidos. El ejército ruso, en cuya reforma el Kremlin se ha gastado un buen trozo del PIB de los últimos años, parece construido con los mismos mimbres del que convirtió a Chechenia en un baño de sangre sin acabar de controlarla. Resulta fácil localizar testimonios de blindados rusos destruidos, de ataques rechazados y hasta existe la leyenda de un piloto ucraniano que ha derribado seis aviones enemigos. Con una experiencia de combate muy relativa, en inferioridad aérea, con su arsenal parcialmente destruido por los bombardeos iniciales, nadie puede dudar de que el ejército ucraniano está combatiendo con honor, aferrándose al terreno con coraje y causando al enemigo más bajas de las que éste podía esperar. Al cabo, la superioridad aérea y de carros de combate los aplastará, pero, la victoria rusa sobre el terreno va camino de acarrearles una de las mayores derrotas de la historia en términos de imagen. A estas alturas, las patéticas palabras del ogro de Moscú pidiendo a los soldados ucranianos que abandonen las armas y regresen a sus casas o que den un golpe de Estado, sólo demuestran su estupidez, hasta qué punto está o preso de delirios trasnochados o desinformado por un entorno que no tiene arrestos para contarle la realidad, que sólo posee ascendiente sobre aquellos que se dejan atemorizar por él. La activa campaña de Biden denunciando cada maniobra planificada, anticipando cada decisión, desvelando el truco escondido en cada gesto, ha hecho caer todas sus caretas denudando la bestialidad que lo constituye hasta tal punto que, antes de terminar con Ucrania, ya ha amenazado a Finlandia, a Suecia y a Occidente en general. Cuesta bastante trabajo encontrar quien repita sus dislocadas excusas y muy poco entender por qué. Se aferran a ellas para no ver lo que todos estamos viendo, que la Europa que conocimos después de la caída del muro de Berlín, desapareció el pasado 24 de febrero y que nos hallamos embarcados en un salto hacia atrás en el tiempo que nadie sabe cuántas décadas (o quizás milenios) nos hará retroceder.

domingo, 20 de febrero de 2022

Enfermos como nuestros ríos.

   Cuando escribí Enfermos como Ud. El dispositivo farmacológico de Foucault al coaching de salud, busqué, sin encontrarlos, estudios medianamente serios sobre el rastro ecológico que dejan los medicamentos que ingerimos habitualmente. Sólo pude hallar un par de informes, curiosamente autocomplacientes, que cifraban todo el peligro en haber conseguido que los pececitos abandonaran la binariedad de género. El próximo martes, los Proceedings of the National Academy of Science of the United States of America, publicará "Pharmaceutical pollution of the world's rivers" firmado por un equipo internacional que encabeza John L. Wilkinson de la Universidad de York. Se trata de uno de los estudios más amplios llevados a cabo hasta el momento. Analiza el agua de 258 ríos de 137 regiones geográficas de todo el mundo a la búsqueda de 61 principios activos característicos de la medicina y de nuestros estilos de vida. Hay dos modos fundamentales en que estos principios activos llegan al agua de los ríos, el vertido incontrolado de las empresas fabricantes y la metabolización por parte de quienes los ingieren. En teoría, todo medicamento que se aprueba requiere un análisis del impacto ecológico que supondría su liberación en el medio ambiente, pero, dado el desconocimiento que existe sobre los efectos reales que tienen cuando esto ocurre, las cifras límite se han elaborado más atendiendo a los intereses de la industria que a los peligros reales. Nuestras depuradoras no se diseñaron para eliminar estos residuos, de modo que acaban circulando libremente por las aguas que corren por los ríos. 

   Los resultados del estudio no dejan lugar a muchas dudas. La totalidad de los ríos presentan contaminación por un par de decenas de fármacos y una cuarta parte de los mismos se hallaban por encima de los parámetros de control. En más de la mitad de los casos esa contaminación hacía referencia a la metformina, carbamazepina y cafeína. La metformina se presenta habitualmente en los productos médicos como clorhidrato de metformina. Se trata del tratamiento oral característico para la diabetes mellitus de tipo 2. El cansancio, la debilidad y los dolores de estómago figuran entre sus efectos secundarios más habituales. La carbamazepina se ha convertido en uno de los medicamentos "mágicos" de los últimos tiempos. Se aprobó inicialmente para el tratamiento de las convulsiones producidas por la epilepsia. El mercado de la epilepsia no daba para mucho porque el porcentaje de epilépticos en la población se mantiene más o menos estable en torno a los 50 casos por cada 100.000 habitantes año tras año. Sin embargo, el número de trastornos bipolares sube como la espuma de modo paralelo al diagnóstico de TDAH, de hecho, la mayor parte de nuevos diagnósticos de bipolaridad en jóvenes procede de quienes han pasado por la medicación habitual para el TDAH. En consecuencia, las empresas farmacéuticas lograron la aprobación de la carbamazepina y sus derivados “más modernos y eficaces” para el tratamiento del trastorno bipolar como "neuroestabilizante". Desgraciadamente esa "estabilización" de las neuronas también suele producir dolor de cabeza, somnolencia y mareos. La cafeína, por su parte, constituye una sustancia asociada al estilo de vida, presente en buen número de refrescos, además de la procedente del propio café. 

   El estudio hace referencia a la presencia muy extendida de contaminación de las aguas por fluoxetina, sin pararse a valorar semejante hecho. Recordemos, la fluoxetina, por sí misma, constituyó toda una revolución farmacológica cuando se presentó como sustancia capaz de “regular los niveles de neurotransmisores del cerebro” o, más popularmente, como “pastilla de la felicidad” bajo la marca registrada Prozac. Cambió el estilo de vida de una generación y la forma en que la gente se pensaba a sí misma y a su cerebro, hasta que el aumento de las tasas de suicidio entre sus consumidores encendió una luz roja que debería haber centelleado desde la época de sus estudios clínicos. La puesta en retirada del machismo imperante y la visibilización de los problemas de la mujer, ha permitido que se vuelva a prescribir sin rubor, esta vez para aliviar los síntomas premenstruales. Su presencia en las aguas de nuestros ríos muestra o bien su permanencia en el medio ambiente mucho después de que su uso haya decrecido o bien el consumo abusivo de una sustancia cuyos peligros se han documentado amplísimamente. 

   Al menos otras 14 sustancias pudieron detectarse con diversas concentraciones en los ríos de todos los continentes. La lista incluye hipotensores, antihistamínicos, antidepresivos, anticonvulsionantes, anestésicos, anti-inflamatorios, benzodiacepinas, paracetamol y antibióticos. En la lista proporcionada por los autores faltan notables ejemplos de todas estas familias. Se supone que el cuerpo humano los ha absorbido al punto de generar metabolitos que sí pueden encontrarse en las aguas y de cuyo impacto ambiental se conoce todavía menos. Podemos decirlo a la inversa, todo lo presente en el agua debe entenderse como no (o no plenamente) metabolizado por nuestros organismos o, si quiere que lo diga de modo más claro, la mayor parte de estas sustancias se hallan en el agua porque las hemos ingerido en cantidades tan disparatadas que nuestro organismo las excreta sin usarlas. 

   Los ríos más afectados por esta contaminación pertenecen a países en vías de desarrollo, en los que la depuración de las aguas no alcanza la extensión de los más avanzados, pero el crecimiento en los niveles de bienestar de la población ha generado ya una importante medicalización de la misma o bien el traslado hasta ellos de la industria dedicada a la manufactura de dichos productos. La muestra más contaminada que cita el estudio procedía de Lahore, en Pakistán, aunque lugar de honor ocupan también La Paz (Bolivia) y Addis Abeba (Etiopía). Esa cosa que pasa por Madrid y que los madrileños aseguran que lleva agua, el Manzanares, encabeza la lista europea aunque, como digo, hasta las muestras extraídas en la Antártida presentaban contaminación más bien notable.

   Por supuesto, la existencia en el agua de los ríos de determinadas sustancias significa, ni más ni menos, que su presencia en nuestra cadena alimenticia. No existe estudio alguno de los efectos en el organismo humano de una medicación constante, desde antes del nacimiento, aunque se trate de pequeñas cantidades. No existe estudio alguno de los efectos en el organismo humano de una polimedicación constante, desde antes del nacimiento, aunque se trate de pequeñas cantidades. No existe estudio alguno de los efectos en el cerebro humano de la ingesta regular, desde antes del nacimiento, de sustancias antagónicas, tales como los “neuroestabilizadores” y la cafeína o la nicotina. Incluso si supusiéramos que todo eso contribuye a fortalecernos, a hacernos mucho más sanos que la generación de nuestros abuelos y que no provoca todo tipo de trastornos además de “nuevas enfermedades” o lo que la industria detecta como tal, queda en estos datos un inquietante indicio del tamaño de la bomba de relojería que venimos fabricando. Un medio ambiente empapado de antibióticos en cantidades extremadamente pequeñas garantiza, inevitablemente, la aparición de agentes patógenos resistentes a todos ellos. Ahora ya podemos entender qué ha hecho nacer la nueva generación de bacterias superresistentes y que, desde luego, la culpa no la tiene ese “uso excesivo” de antibióticos del que las compañías farmacéuticas, a las que nunca les interesó demasiado fabricarlos, han tratado de convencernos.

domingo, 13 de febrero de 2022

De escarabajos y sueños.

   En el parágrafo 293 de las Investigaciones filosóficas aparece el famoso experimento mental de Wittgenstein sobre los escarabajos. Imaginemos, dice Wittgenstein, una tribu en la que cada miembro tiene una cajita con un contenido al que suelen llamar “escarabajo”. Las reglas del pudor de la tribu implican que nadie puede mirar en la caja de otro, por lo que el único modo que tiene cada miembro de la tribu de saber a qué puede llamarse “escarabajo” pasa, única y exclusivamente, por lo que hay en su caja. Aunque en la palabra “escarabajo” reconocemos el nombre de un insecto, en el juego del lenguaje de esa tribu, no existe el efecto de designación que solemos apreciar en dicha palabra cuando la utilizamos nosotros porque bien podría ocurrir que en la caja de algunos de los miembros de esa tribu hubiese hormigas, serpientes o, simplemente, nada. El contenido de la caja, concluye Wittgenstein, resulta por tanto irrelevante para el uso de la palabra que se hace en su lenguaje. Ahora sólo tenemos que generalizar dicha conclusión, las sensaciones subjetivas de cada uno de nosotros, la intimidad de nuestras conciencias, cualquier supuesto “lenguaje privado” que las describa, carece por completo de relevancia a la hora de entender el lenguaje. “Lenguaje” implica, única y exclusivamente, algo que, como la moneda, puede intercambiarse a la luz pública en un mercado y todo lo significativo, quiero decir, cualquier significado, se reduce a los acuerdos que permiten dicho intercambio. 

   Wittgenstein se cercioró de la inevitabilidad de sus conclusiones anclando en la mente de todos que “escarabajo” quería decir “dolor” y que el dolor no puede explicarse por el modelo de “objeto y designación” habitualmente utilizado. “Dolor” a todos los efectos implica la realización de una serie de comportamientos públicamente observables y reconocibles como “dolor”. El fenómeno del dolor se agota en esa manifestación pública, en el uso que se hace de este término. Por vergonzante que pueda parecer, la totalidad de filósofos vigesimicos siguieron cual rebaño de borregos a su apóstol sin reparar en su truco de mal trilero. En efecto, ¿por qué identificar a esos “escarabajos” con el dolor? ¿en serio alguien ha experimentado alguna vez su dolor como algo que sucedía “en una caja”? ¿no existe otro análogo mejor para ese escarabajo? Intentemos hallar un sustitutivo mejor. Debe tratarse de algo que nadie más que cada uno de sus dueños pueda mirar, que no se muestra a los demás, que todos sabemos en qué consiste aunque no haya una situación en la que “abramos nuestra cajita”, que designamos con un nombre, que puede presentar múltiples formas y que, simplemente, puede no hallarse “en la caja”. ¿No acabamos de describir nuestra vida onírica? ¿Acaso alguien más puede contemplar su contenido? ¿acaso podemos contemplar el contenido de los sueños de otra persona? ¿acaso podemos saber si verdaderamente otra persona sueña como lo hacemos nosotros? ¿soñamos siempre o, aún peor, existen los sueños no recordados? Apliquemos ahora lo que dice Wittgenstein a propósito de sus escarabajos. Los sueños, de acuerdo con Wittgenstein, carecen por completo de significado a menos que los narremos en un lenguaje público. En esa manifestación pública, nuestro sueño adquiere su significado y lo hace porque existen reglas convencionales que permiten adjudicar ese significado al sueño. Si un sueño no se hace público, no existe o, al menos, carece de cualquier relevancia. Un compañero de carrera me contó una vez que había soñado con las oposiciones al cuerpo de profesores de secundaria y las oposiciones consistían en una piscina donde tiraban a los opositores y éstos se iban ahogando. Según Wittgenstein, en el momento en que me lo contó y sólo en el momento en que me lo contó, este sueño adquirió el significado del agobio y la angustia implicados en prepararse unas oposiciones. Antes de contármelo, mi compañero de carrera no podía conocer el significado de ese sueño, aún más, dicho sueño ni siquiera existía o ni siquiera tenía relevancia para su vida. Como tal, el sueño en sí, carecía de cualquier cosa merecedora de que se le aplicase el término “significado” porque todo lo relevante se reduce a lo que se conforma con las reglas comunes aprobadas por convención. ¿De verdad carecen de relevancia los sueños si no se verbalizan públicamente? ¿De verdad afrontamos con el mismo temple los días en que hemos tenido pesadillas que los días en los que hemos tenido sueños felices? ¿De verdad miramos igual a la cara a esa persona con la que hemos tenido un inesperado sueño erótico? ¿De verdad que nada tan público como la ciencia ha surgido de la experiencia íntima de un sueño? Las respuestas de Wittgenstein resultan extravagantes entre otras cosas, porque con indiferencia de a qué cultura hagamos referencia y a qué época, una constante de las vivencias humanas consiste en asumir que los sueños constituyen un lenguaje, un lenguaje a través del cual recibimos mensajes de los dioses, los antepasados, el inconsciente o los mecanismos de archivado de los recuerdos. Un lenguaje, definitiva y absolutamente, privado. Por sorprendente que pueda parecer, esta observación tan trivial mete a cualquier wittgensteniano en un brete, porque, para demostrar lo erróneo de semejante creencia, habríamos de recurrir a una definición general de qué entendemos por lenguaje. Pero, si hubiese una definición general de lenguaje, podría haberla también de sus términos, por ejemplo, del significado general de cada palabra y la teoría del uso y desuso caería por su propio peso. Por tanto, tenemos, por un lado, a buena parte de la humanidad convencida de que los sueños constituyen un cierto tipo de lenguaje y, por otra, a los filósofos del lenguaje diciendo que eso debe considerarse un error porque sus libros sagrados prohíben la existencia de lenguajes privados. La única salida consistiría en aludir a los reiterados fracasos para encontrar la manera en que surgen los sueños. Pero, claro, entonces, por contraste, habría que sacar a la luz el oscuro secreto que tanto tiempo llevan tratando de ocultar los esbirros de la filosofía del lenguaje vigesimica: que no hay por qué medir todas las relaciones humanas con las reglas del mercado; que si nos empeñamos en convertir la metáfora de las palabras como monedas en un modelo explicativo, entonces habrá que dejar claro, de una vez por todas, lo que Victor Klemperer testimonió, que detrás de cada nuevo uso de las palabras, como detrás de cada nueva impresión de billetes, se encuentra siempre la planificada estrategia de un poder establecido.