domingo, 13 de marzo de 2022

Pikuach nefesh (2 de 2).

 

A quienes sufren persecución y cárcel en Rusia

por manifestarse contra la invasión de Ucrania.

Son un ejemplo de lo que Rusia tiene que ofrecer

al mundo.


   En 2018, a “Naranjito” Trump se le ocurrió sacar a EEUU del acuerdo para limitar las investigaciones nucleares de Irán. Esperaba obligar a los ayatolás a negociar un acuerdo desfavorable para ellos en mitad de su segundo mandato y, en última instancia, favorecer los planes bélicos de Netanyahu. Se lo ha puesto fácil a Biden. A la administración norteamericana le conviene que el petróleo iraní vuelva al mercado. Otro tanto cabe decir de sus aliados europeos. Irán, dicen los expertos, está al borde del caos económico. Se echaron en brazos de Pekín como gran salvación y lo único que han conseguido es desatar la sinofobia de su población que ha visto cómo los productos de ínfima calidad procedentes de Oriente han fagocitado los comercios tradicionales y las pequeñas empresas. Su ejército se cae a trozos y los pilotos todavía vuelan en los F-14 comprados por el Sha. Saben, además, que Israel tiene sus centros de investigación en su punto de mira y quieren evitar la humillación de ver cómo los reducen a cenizas, algo contra lo que, en última instancia, sólo podrán lanzar amenazas y maldiciones. Israel, que no figura por ninguna parte en las negociaciones, es, en realidad, quien decide. Parte de sus élites, espoleados por sus nuevos aliados en las monarquías del Golfo, es partidaria de acudir a los procedimientos militares, pero otra parte, previendo lo que se avecinaba, preferiría un acuerdo y esperar a ver cómo se desenvuelven los acontecimientos. En cualquier caso, el tiempo apremia. Se supone que, para mayo de este año, Irán obtendrá material susceptible de uso militar. Desde 2018, Rusia ha venido operando, más o menos en la sombra, como la gran muñidora del acuerdo. Su diplomacia se ha esforzado por mediar entre Irán y EEUU, incluyendo hacerse cargo del material fisible iraní y tener acceso a todos los secretos de su programa. Israel ve con buenos ojos semejante mediación, pues tienen Rusia tan infiltrada que todo lo que llegue a sus manos acabará en los despachos del servicio secreto israelí. La intervención rusa, por supuesto, no se debe a fines altruistas. La firma de ese acuerdo será también la firma de multitud de tratados con Irán, particularmente, en materia militar, acuerdos de esos que generan comisiones astronómicas que se pueden entregar a los amigotes sin mucho disimulo. Algunas de ellas llegarían de modo inmediato, pues hay 11 Mig-35 ya fabricados que se han quedado compuestos y sin novia y que podrían entregarse a Irán. El problema está en que Teherán no tiene divisas, ni oro, sólo puede pagar en petróleo. Con el precio del barril en las cifras del año pasado, con la vuelta de Irán al mercado, los beneficios para Putin y sus adláteres se volvían pírricos. Sin embargo, con una guerra de por medio, con las magras sanciones que el Kremlin esperaba, con amenazas múltiples de guerra nuclear, cada barril se convertiría en una montaña de oro. Alguien, alguien más listo que los demás, ha puesto ya las comisiones que esperaba recibir en el mercado de futuros. En estos momentos está virtualmente arruinado. Probablemente fue él quien llamó el pasado 3 de marzo al despacho de Putin. El día 4, Rusia hizo público que no firmaría el acuerdo nuclear si EEUU no ofrecía garantías por escrito de que las sanciones no afectarían a “su colaboración con Irán”. El sábado 5, Bennett viajó a Moscú. Llevaba un mensaje de “amigos comunes” que contaba una historia muy diferente de lo que está leyendo Putin en los informes que le llegan y que sólo hablan de las enormes ventajas que las circunstancias actuales comportan para Rusia, del triunfo que acabará obteniendo sobre Occidente, cuando no de la conveniencia de declararle la guerra a la OTAN ya. El mensaje que al primer ministro israelí, como el único mandatario con el que Putin se permite gastar bromas, le había tocado llevar, era claro: debía aceptar la mediación que Erdogan le iba a proponer al día siguiente, su ministro de exteriores llevaría a la reunión con su homólogo ucraniano una propuesta de mínimos y el Kremlin aprovecharía las primeras de cambio para declarar que “se han alcanzado todos los objetivos de la operación militar especial”. De lo contrario, Putin tendría que acostumbrarse al sabor a Polonio en sus comidas. De la conversación de Putin con Erdogan ha trascendido que no fue distendida y que Putin aceptó un encuentro a alto nivel con las autoridades ucranianas. El lunes 7, portavoces del Kremlin afirmaban que para el alto el fuego bastaba el reconocimiento de las repúblicas independentistas y de la anexión de Crimea a Rusia. El martes 8 dejaban claro que “nunca” había sido su intención derribar el gobierno de Kiev. El acuerdo nuclear con Irán ha quedado en suspenso y nadie oculta la “frustración” que ha generado en todas las partes, incluyendo a Rusia e Irán. Cuanto más se acerquen las negociaciones a acuerdos concretos, mayor será la escala del conflicto por parte de unos y de otros para obtener una posición de fuerza. Otra cuestión es hasta dónde llegará. La afirmación del ministro de defensa ruso, Shoigú de que mimetizaría el despliegue de la OTAN en el territorio ruso, implica que, lo que resta de unidades operativas de sus fuerzas, se van a quedar muy lejos del conflicto. Falta una reserva estratégica que no se ha movido de sus bases y que parece mostrar el temor real de Putin a un ataque de Occidente. A Ucrania sólo pueden mandar ya mercenarios contratados en Siria y dotar a las milicias de las repúblicas independentistas con material incautado a los ucranianos. 

   Si todo lo que he escrito hasta aquí constituye una descripción más o menos cercana a los hechos, entonces, aún no se ha comprendido lo fundamental de lo que está ocurriendo. Estas conclusiones, como muchas otras que están apareciendo en los medios de comunicación occidentales, tienen que haberlas alcanzado (y hace mucho), quienes tuvieron sobre sus mesas informes de primera mano de la situación en Rusia hace cinco, diez o quince años. Sin duda hay quienes se habrán visto sorprendidos por la docilidad con la que Putin se ha metido en la ratonera, aunque llevan mucho tiempo cambiando el queso en ella para que no se lo comieran las hormigas. De la exactitud con la que han calculado los riesgos, del petróleo de las comisiones iraníes, de las capacidad de razonamiento de un megalómano cuyas neuronas parecen tener la misma operatividad que sus tropas sobre el terreno, de mediadores preocupados únicamente por lo que encierran los límites de su terruño, dependen las destrozadas vidas de las mujeres, niños y hombres de Ucrania y puede que de la humanidad toda. Pikuach nefesh.

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