domingo, 15 de agosto de 2021

Las guerras de Colorado (3 de 3).

   El ametrallamiento de trabajadores, particularmente si pertenecen a la canalla huelguista, forma parte de la historia de cualquier democracia liberal que se precie, hasta el punto de que puede decirse que es uno de los rituales del mercado libre. En España nos apresuramos a cumplir esa tradición y, apenas muerto Franco, a una policía armada a la que casi se le había agotado el material antidisturbios la mañana del 3 de marzo de 1976, se le ordenó desalojar esa tarde, por las buenas o por las malas, una iglesia abarrotada de trabajadores en asamblea. Arrojaron gases lacrimógenos en su interior y dispararon fuego real contra todo el que salió huyendo. Cinco huelguistas muertos y 150 heridos convencieron a Vitoria y a todo el País Vasco de que la prometida democracia no iba con ellos. La misma historia la podemos encontrar repetida multitud de veces, por ejemplo, en Colorado.

   Como ya explicamos, ni a matanza de Ludlow ni la "Guerra del carbón" proporcionaron el menor avance a la causa de los mineros. La UMWA perdió presencia en Colorado y su lugar lo ocupó la Industrial Workers of de World. Frente a la UMWA, los "wobblies", como se los llamaba popularmente, tenían un perfil ideológico mucho más nítido. Se reconocían "comunistas" e "internacionalistas". Enfrentaban una causa que iba más allá de las exigencias de este o aquel sector laboral y, por si fuera poco, encarnaban nuevas formas de lucha. Vituperados con los peores términos por la prensa, temidos por los empresarios y puestos, literalmente, en el punto de mira de sus milicias, sus miembros se habían negado en ocasiones a abandonar las cárceles, una vez cumplidas sus condenas, para que no se llenaran con los caídos en nuevas detenciones e incluso realizaron proselitismo entre los guardias haciéndoles tomar conciencia de sus pobres condiciones laborales…

   El 23 de agosto de 1927, fueron ejecutados Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti en Charlestown, Massachusetts, por un robo a mano armada con resultado de muerte del que ya se había autoinculpado otra persona que no guardaba relación con ellos. Su delito, en realidad, era de otra naturaleza: se trataba de dos inmigrantes de primera generación y, además, declaradamente anarquistas. La IWW llamó a la huelga en las minas de Colorado en solidaridad con ellos y en demanda de unas condiciones laborales que ya había pedido la UMWA trece años antes. Su llamada tuvo un notable éxito, paralizando la mayor parte de las explotaciones mineras salvo una decena de ellas que continuaron su actividad gracias a los esquiroles. Particular relevancia tenía a este respecto la mina de Columbine, cerca del pueblo de Serena, a la sazón, de nuevo, una localidad creada y administrada por la empresa propietaria de la mina, la Rocky Mountain Fuel Company. La RMFC, la segunda empresa minera más importante de la región tras la CF&IC, implicada como ella en las matanzas de la década anterior, sufría en 1927 una metamorfosis tras la muerte de su fundador y la llegada de su heredera, la muy progresista, humanitaria y defensora del estado del bienestar Josephine Roche. Por aquella época Columbine era la mina más productiva de la empresa, por lo que para los huelguistas constituía un objetivo prioritario pararla. En la mañana del 21 de noviembre de 1927, 500 mineros y sus familias se presentaron ante las cerradas puertas de Serena para "llevar a sus hijos al colegio", recoger la correspondencia en la oficina de correos y, no era un secreto para nadie, parar la actividad en la mina. Tras un tira y afloja entre la policía estatal enviada por el gobernador y los huelguistas, éstos rompieron las alambradas y entraron en la localidad. La policía retrocedió hasta posiciones previamente establecidas y, tras hacer dos salvas de advertencia sobre la cabeza de los mineros, comenzó a disparar contra ellos. Los testimonios difieren acerca de si los guardias de la empresa operaron una ametralladora contra los huelguistas o no, pero, en cualquier caso, seis muertos y un número indeterminado de heridos quedaron en el suelo.

   Aunque todo el mundo esperaba una reedición de lo sucedido tras la matanza de Ludlow, como ya hemos dicho, la IWW prefería otros medios y, de hecho, el día de la masacre de Columbine había exigido a sus miembros que dejasen sus armas en casa. Esta decisión, unida a su internacionalismo e intersectorialismo, hizo que los mineros se desencantaran rápidamente de la IWW, así que la matanza de Columbine no desencadenó ninguna nueva guerra del carbón. Roche utilizó su liberalismo para airear que se podría llegar a un acuerdo si las demandas de los mineros vinieran redactadas por la UMWA, la misma que había encabezado la revuelta armada tras Ludlow, pero a la que ahora, los líderes empresariales veían como más proclive a sus intereses que la muy ideologizada IWW. Al fin, se alcanzó un acuerdo que llegaba trece años y dos masacres tarde, pero que la UMWA, Miss Roche y los partidarios del New Deal pudieron exhibir como un atisbo de los muy progresistas tiempos que se avecinaban. Ni que decir tiene, que nadie resultó condenado por los sucesos de Columbine.

   Columbine da igualmente nombre a otra masacre, la perpetrada en el centro de educación secundaria de la citada localidad (a 15 millas de Serena), también en Colorado, el 20 de abril de 1999. En ella, dos jóvenes con un amplio catálogo de problemas sociales, con antecedentes y cuyo comportamiento se había tratado de encauzar recetándoles antidepresivos, asaltaron el centro educativo con armas y explosivos a los que no habían tenido más dificultad para acceder que los matones y mineros de la época de Ludlow. Doce estudiantes y un profesor resultaron muertos. Como siempre que hay una Ereignis, un acontecimiento, los medios de comunicación dedicaron horas y horas a debates de todo tipo en los que intervinieron sesudos “expertos” de los más diversos campos y, como siempre que hay horas y horas de televisión dedicadas a un tema, intelectuales, escritores, cantantes y directores de cine se volcaron sobre el mismo. Unos y otros hablaron de control de armas, de control de los jóvenes, de subculturas, de pánico social y, cómo no, de la violencia de los videojuegos. Muy pocos, si acaso alguien, mencionó la otra matanza de Columbine; menos aún, la de Ludlow y nadie la de Sand Creek, pese a que en Ludlow hubo, con toda seguridad, quien había podido escuchar el relato de lo sucedido en Sand Creek de primera mano y en Serena quien había podido escuchar el relato de lo sucedido en Ludlow de primera mano y aún en Columbine podría haber habido quien escuchase el relato de lo sucedido en Serena de primera mano. De hecho, la historia de las huelgas y las luchas obreras de ese faro de democracia que son los EEUU está plagada de matanzas y asesinatos, con una cifra de muertos que las estimaciones más bajistas colocan por encima del millar entre mediados de siglo XIX y mediados del XX. Sin embargo, incluso los medios no ya “progresistas”, sino directamente radicales, hacen todo lo posible por esquivar el término “cultura de la violencia” y cuando éste aparece, alude a cierta planta extraña traída a las tierras americanas por inmigrantes de una u otra procedencia. Sí, desde luego, esa mala hierba es muy fácil de sembrar y muy difícil de erradicar. Y, sí, es muy fácil hacer teorías sobre la joroba que adorna el lomo del otro y muy difícil ver la que nos convierte a nosotros mismos en jorobados. Y es muy fácil presumir de virtudes democráticas cuando se tiene una gruesa y lujosa alfombra bajo la que barrer todas las miserias. Y, sobre todo, es muy fácil abonar el fértil campo de la riqueza con los cadáveres de quienes poco o nada tienen.

domingo, 8 de agosto de 2021

Las guerras de Colorado (2 de 3)

    Al sur de Colorado se extienden las Sangre de Cristo Mountains. Pese a lo que pudiera parecer, tan sonoro topónimo no procede de los colonos españoles que se referían a ellas como "Sierra Nevada", sino que se popularizó ya entrado el siglo XIX. Desde luego, el rojo de las tierras de Colorado se convierte allí en un incendio con cada amanecer o atardecer, pero aún hay memoriales que recuerdan otro tipo de sangre presente en ellas. En algunos de sus valles el carbón afloraba en superficie en los tiempos de las guerras indias. El formidable proyecto de cubrir toda la extensión de los EEUU con una red, la red ferroviaria, condujo a la forja de grandes emporios que controlaban desde la extracción del carbón hasta la colocación de los raíles de acero sobre las traviesas. Una de las más grandes, la Colorado Fuel & Iron Company, fundada por John C. Osgood, acabó formando parte de las propiedades de John D. Rockefeller, quien se la regaló a su hijo, John D. Rockefeller Jr. en uno de sus cumpleaños. La llegada de los Rockefeller al consejo de dirección de la CF&IC, acabó por convertir en sistemáticos los procedimientos de gestión que ya había ensayado Osgood. Como hicieron los Kleber con la seda en Prusia un siglo antes, la CF&IC no se limitó a explotar las minas, creó pueblos, tiendas, casas, puestos de venta de alcohol y, por encima de todo, ejerció un control exhaustivo sobre el territorio. En los condados de Las Ánimas, Huérfano y colindantes, no había más ley escrita que los contratos de la compañía. Médicos, maestros, predicadores y, por supuesto, sheriffs de la zona, cobraban directa o indirectamente de los propietarios de las minas. "Detectives", guardas y ayudantes de las autoridades locales, mantenían el orden siguiendo las estrictas órdenes de Rockefeller que incluían no ya la prohibición de que los sindicalistas entrasen en los poblados, sino que se extendía hasta los textos de Charles Darwin. No había muchos miramientos con quienes iban en contra de sus deseos. Las palizas, las torturas y los cadáveres menudeaban tanto como los accidentes laborales. Nadie, mujer, niño o anciano, se hallaba libre de la voluntad omnímoda de las "fuerzas del orden", que vivían en la completa impunidad. De acuerdo con su práctica habitual, Rockefeller ponía y quitaba políticos en Colorado a su antojo. Daba empleo directo al 10% de la población activa del estado y presumía de hacer votar como un solo hombre a todos ellos. Tampoco la prensa libre hacía muchas preguntas. Rockeffeller tenía oro para todo el que quisiera hablar bien de él y plomo para el resto, como bien sabían los jueces, que sólo declararon culpable a la empresa en uno de los 95 casos contra ella que consiguieron llegar a los juzgados. Mientras tanto, las condiciones en las minas recordaban a lo que se oculta tras aquella "revolución industrial" británica vitoreada por los libros de historia. Diez de cada mil obreros que trabajaron en la minería de Colorado murieron. No hay registro de los heridos o de quienes contrajeron enfermedades mortales o de por vida. El tifus formaba parte de las epidemias periódicas. Los grandes emporios pagaban por el carbón, literalmente por el carbón. Las tareas como asegurar el techo de una mina para evitar que se derrumbara sobre los trabajadores se consideraba "trabajo muerto" y, si los mineros querían dedicar tiempo a ello, ese tiempo no se les pagaba. Naturalmente, ningún "americano" quería trabajar en aquellas condiciones. El grueso de la mano de obra lo componían "inmigrantes", quiero decir, americanos de primera generación, la mayor parte procedentes del sur y el este de Europa, con preponderancia de griegos y balcánicos. Hasta 24 idiomas llegaron a hablarse en el sur de Colorado a principios del siglo XX, entre otros, el inglés. Aunque aquella torre de Babel y los odios ancestrales traídos de Europa supusieron un obstáculo más para la llegada del sindicalismo al área, poco a poco y en medio de un secretismo requerido por la pura supervivencia física, la United Mine Workers of America (UMWA) consiguió crear una cierta infraestructura.

   En septiembre de 1913, la UMWA presentó una lista de siete demandas a la CF&IC que incluían la jornada laboral de ocho horas, el pago del "trabajo muerto" y el derecho a elegir médico o tienda en la que comprar. Ante la negativa de la compañía a cualquier negociación, el 23 de septiembre, en medio de un auténtico diluvio, comenzó la huelga. Los mineros y sus familias abandonaron los poblados de la compañía y acamparon en puntos clave desde los que podían vigilar la llegada de esquiroles. A Rockefeller le faltó tiempo para acusar ante la prensa de "izquierdista" a cualquiera que mostrase una cierta aquiescencia con la huelga mientras contrataba más "detectives" y dotaba al cuerpo de guardias mineros con ametralladoras. Desde luego no se trataba de las únicas armas que había en la zona. Pistolas, fusiles y explosivos se vendieron con total libertad. Algunos líderes sindicales, como Louis Tikas, a cargo del campo de Ludlow, se empeñaron en que la huelga tuviera un carácter estrictamente pacífico, pero muchos otros consideraron que había llegado el momento de vengarse de algunos de los guardias más odiados. Desde el primer día de la huelga menudearon los incidentes armados de una y otra parte. Particular virulencia revistió la llegada de convoyes con trabajadores para romper la huelga, contra los que los mineros no dudaron en disparar y cuyas escoltas se abrieron paso a tiros en varias ocasiones, incluso cuando se enfrentaban a grupos de mujeres desarmadas. La caída de la noche preconizaba las incursiones en los campamentos mineros, buscando líderes sindicales a los que ejecutar o paseando por ellos con coches sobre los que se habían montado ametralladoras y que rociaban muerte a discreción. Temeroso de perder el control de una situación explosiva, el gobernador envió a la Guardia Nacional, recibida por los huelguistas con tan buen tono que en campo Ludlow, una vía de tren separaba a las tiendas de unos y otros. Muy pronto, las cosas revistieron otro cariz. En previsión de un conflicto largo, el gobernador permitió que regresaran a sus ocupaciones habituales todos aquellos miembros de la Guardia Nacional que vieran peligrar sus ingresos. Su lugar lo ocuparon "detectives", los antiguos guardias de las minas y matones de nueva contratación, todos los cuales quedaron amparados por uniformes militares. Finalmente, ocurrió lo único que podía ocurrir.

   El 20 de abril de 1914, Louis Tikas fue llamado a parlamentar con los oficiales de la Guardia Nacional. Dejó estrictas órdenes de no responder a las provocaciones, pero apenas abandonó campo Ludlow, la Guardia Nacional comenzó a montar ametralladoras sobre posiciones que lo dominaban. Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre quién disparó el primer tiro, pero muy pronto se desencadenó una batalla en la que los huelguistas sólo podían acabar como acabaron los indios, casi cincuenta años antes, en Sand Creek. Las llamas que envolvieron campo Ludlow sirvieron como pira funeraria para un número de muertos que nadie ha podido determinar pero que bien pudieron sobrepasar el centenar. Entre ellos aparecieron los cuerpos de Louis Tikas y otros dirigentes sindicales. Los muertos de la Guardia Nacional sí se contaron exhaustivamente: cuatro. Lo sucedido en campo Ludlow convirtió el sur de Colorado en el frente una guerra salvaje en la que los huelguistas tomaron ciudades, mataron esquiroles y arrasaron minas y propiedades de la CF&IC, mientras las milicias de la empresa asaltaban a sangre y fuego los campamentos huelguistas. Tras diez días sin cuartel y un intento de mediar entre Rockefeller y los mineros, el presidente Woodrow Wilson ordenó el envío de tropas con la misión específica de desarmar “a ambas partes”. Finalmente sólo se desarmó a los mineros. La llegada de los soldados terminó con la “Guerra del Carbón” pero no con la huelga que, habiendo conducido a la UMWA a la bancarrota, finalizaría en diciembre de 1914 sin la menor concesión por parte de la CF&IC.

   Aunque hubo diferentes comisiones parlamentarias e investigaciones, de ellas no se derivó ninguna condena para los miembros de la Guardia Nacional ni de los vigilantes de las minas. Varios líderes sindicales fueron condenados en primera instancia, aunque, en la mayoría de los casos, las apelaciones acabaron por dejarlos en libertad. La prensa, al fin, se enteró de lo sucedido en Ludlow y cargó con tal dureza contra Rockefeller Jr. que el buen muchacho tuvo que contratar a Ivy Lee, el pionero de las relaciones públicas, para limpiar de sangre su imagen. No puede decirse, pues, que las vidas perdidas durante la Guerra del Carbón no sirvieran para nada, inauguraron una nueva y extraordinaria área de negocios.

domingo, 1 de agosto de 2021

Las guerras de Colorado (1 de 3)

   Pese a lo que nos enseñan las películas del oeste, cuando el hombre blanco llegó a América, no había caballos allí. Las imágenes de los indios de las praderas convertidos en centauros pertenece a una época posterior, ya en el siglo XIX, cuando comenzaron a imitar a los occidentales usando caballos escapados y asilvestrados o directamente comprados, entre otros, a los colonos españoles. Originalmente muchos pueblos ni siquiera tenían nombres para aquellas bestias extraordinarias y los sioux comenzaron llamándolos "perros grandes". El caballo supuso una revolución en la mentalidad india. Como cazadores-recolectores, recorrían las praderas tras los búfalos a pie, compartiendo parte de su carga con los perros, con pocos ánimos belicosos para quienes iban encontrando en su camino, más preocupados, como ellos, por la lucha con el entorno que con otros grupos humanos. El caballo amplió los radios de caza, los territorios abarcables, expandió las migraciones y generó todo tipo de conflictos entre pueblos que, antes, apenas si se conocían. La belicosidad de los pueblos autóctonos, de la que tanto nos han informado los westerns, procede de esa época y fue consecuencia directa de la colonización blanca y no del "estado de naturaleza" que, como nos informan los viajeros del XVII y el XVIII, parecía poco menos que en una arcadia feliz. Sin esos caballos no se hubiesen producido las grandes migraciones de apaches, arapahoes y cheyennes, que alteraron dramáticamente las relaciones de poder en todos los territorios implicados. Estas migraciones los hicieron convivir con comanches, shoshones, utes y buscadores de oro y plata a los pies de las montañas de Colorado. Para el gobierno norteamericano resultó muy fácil ejecutar una política de división y victoria. En 1851, el tratado de Fort Laramie otorgaba tierras a cheyennes y arapahoes como si fuesen sus únicos habitantes y sin especificar límite alguno a las mismas. La fiebre del oro desatada siete años después convirtió aquel acuerdo en papel mojado. Aunque se firmó un nuevo tratado en 1861, muchas tribus no lo suscribieron. El gobierno norteamericano decidió que los firmantes eran la mayoría y los no firmantes se volvieron progresivamente belicosos con los blancos. A los nuevos ciudadanos norteamericanos, su gobierno los convenció de que tenían derechos legalmente protegidos, mientras retiraba unidades del ejército para destinarlas a la guerra civil en marcha. Su lugar lo ocuparon "voluntarios", es decir, aventureros, prisioneros confederados a los que se prometía una nueva vida y granjeros resentidos con los indios. Hacia mediados de abril de 1864, dos incidentes aislados costaron la vida a los primeros indios y soldados y les sucedieron una cascada de enfrentamientos con acusaciones mutuas de haberlos provocado injustificadamente, cada vez con mayor gravedad y un número progresivamente superior de combatientes. Pese a que hubo intentos de alcanzar una solución pacífica por ambas partes, el 29 de noviembre de 1864, 675 Voluntarios de Colorado, arrasaron el asentamiento indio de Sand Creek (actual Arkansas), en el que ondeaba una bandera norteamericana junto a una bandera blanca, matando 150 personas, la mayoría mujeres, ancianos y niños. La narración por parte de testigos de lo que la prensa vendió como una "victoria", recopila los peores salvajismos de los que el ser humano es capaz.

   El 1 de enero de 1865, jefes de tribus cheyennes, arapahoes y lakotas, decidieron iniciar una guerra total contra los blancos, atacando el asentamiento de Julesburg, una estación de correos y telégrafo protegida por unos 50 hombres armados a los que había que sumar los 60 que protegían el cercano puesto militar de Camp Rankin. Sobre ellos cayó una columna de más de 1.000 lakotas extremadamente decididos pero con poco más que arcos, flechas y un puñado de fusiles contra las empalizadas que protegían a los hombres blancos. Tras causarles 18 bajas, prosiguieron una campaña de ataques contra ranchos y puestos militares a lo largo del valle del río South Platte sin que las milicias de Colorado ni los colonos blancos pudieran hacer otra cosa que fanfarronear sobre las decenas de indios que mataban cada día. Con la llegada de la primavera, cruzaron a Wyoming y consiguieron un acuerdo con otras tribus lakotas para atacar simultáneamente un puente sobre el río North Platte guarecido por 120 soldados y el Fuerte Rice en Dakota del Norte. Los ataques tomaron la forma de encuentros circunstanciales entre unidades más bien reducidas, con los indios tratando de emboscar a los blancos y éstos intentando no alejarse demasiado de sus puestos fortificados, e incluyeron varios momentos en que los indios robaron los caballos de los soldados obligándolos a largas marchas de regreso a pie. La batalla final tuvo lugar entre el 24 y el 26 de julio, cuando unos 3.000 guerreros trataron de destruir el puente, matando casi a una treintena de soldados y recibiendo menos de diez bajas. Pese a ello, no pudieron alcanzar su objetivo y el formidable contingente de guerra comenzó a dispersarse en grupos cada vez más pequeños. Aunque el ejército norteamericano lanzó una expedición de más de 2.000 soldados en territorios de Montana y Dakota, sólo consiguieron localizar y aniquilar un asentamiento menor de arapahoes. La mayor parte de las tribus se reintegraron pacíficamente a Colorado, Arkansas y las Grandes Llanuras, mientras que pequeños grupúsculos, como los liderados por Caballo Loco, Nube Roja o la milicia cheyenne de los Perros Soldados, continuaron hostigando a los colonos hasta que acabaron teniendo malos encuentros con el ejército. Los historiadores coinciden en que esta guerra de Colorado fue el único momento en que las tribus indias lograron cierta unidad de objetivos y de acción y eso los condujo a una sucesión de encuentros victoriosos con el ejército que ya no se volverían a repetir.

   La comisión que investigó la masacre de Sand Creek concluyó en 1865 que los Voluntarios de Colorado asesinaron a sangre fría a hombres, mujeres y niños que, se suponía, estaban bajo la protección de las autoridades de EEUU. No hubo condenas por ello. El Coronel Chivington, oficial al mando de los voluntarios en aquella ocasión, recibió un fuerte apoyo de la Iglesia Metodista de la que formaba parte y tuvo una calle con su nombre en la localidad de Longmont hasta 1996.

domingo, 25 de julio de 2021

La ciencia de la creatividad (y 14. ¿Cuánta creatividad necesitamos?)

   Tras la caída del muro de Berlín, buena parte de los discípulos de Altshuller comenzaron su emigración a Occidente. Cabe imaginárselos ilusionados tras haber leído aquellas declaraciones de Joseph Schumpeter en las que decía que la creatividad constituye el núcleo del capitalismo, con algo como TRIZ debajo del brazo, casi esperando el entusiasta abrazo que les aguardaba tras cada puerta a la que llamasen. La realidad tuvo un cariz muy diferente. El primer umbral que atravesaron dirigía al correspondiente departamento de innovación, a cargo de personas formadas en la lluvia ideas, el pensamiento lateral y cosas semejantes, quienes rápidamente vieron en aquellas técnicas radicalmente nuevas y exitosas una amenaza para sus propios puestos. Además, hubo un auténtico choque de culturas. Altshuller consideraba que los centros de enseñanza en los que no se impartían cursos de, al menos, 120-140 horas no merecían el nombre de “Escuelas TRIZ”. Debe recordarse que esas horas hacían referencia estrictamente a la duración de las clases, no contaban el tiempo dedicado en casa a la resolución de las tareas propuestas y que dichos cursos van dirigidos a ingenieros a los que, de modo generalizado, no se libera de sus obligaciones habituales. Ciertamente, aumentan el número de invenciones, pero a tres años vista. En nuestras sociedades capitalistas ese plazo coincide, más o menos, con lo que falta para el Juicio Final. A TRIZ no le quedó otro remedio que entrar en las empresas por la lucrativa vía del circuito de cursos de formación, muchas veces de carácter express. La supervivencia en ese ecosistema no resulta fácil para TRIZ. Muchos de esos “cursos TRIZ” consisten en una presentación por parte de los miembros de la empresa del problema que les preocupa y de una sesión de lluvia ideas por la mañana. Tras una pausa para comer el grupo se divide en subgrupos a los que se les explica cómo poner en marcha diferentes protocolos TRIZ para resolver el problema y se constata la diferencia cuantitativa y cualitativa de las respuestas obtenidas. Fin de la historia. Altshuller se hubiese desmayado... Incluso los cursos de mayor intensidad buscan mucho más incentivar a individuos concretos a proseguir su formación en TRIZ que difundir conocimientos profundos sobre ella, algo que costaría demasiado tiempo en términos de nuestras sociedades capitalistas. A partir de ese momento se abren dos posibilidades. La primera, que a este individuo se le pase considerar el “genio creativo”, ese gurú al que se le permite llevar camisas hawaianas en las cenas de la empresa. La otra posibilidad consiste en que esa persona se convierta en un líder innovador que promueva una formación en TRIZ más profunda y estable. 

   Las dificultades de TRIZ se incrementan cuando hablamos de implementar áreas que dan resultados mucho menos tangibles como en el caso de la gestión de empresa, donde, a diferencia de la invención, TRIZ debe competir con tradiciones que dicen hacer lo mismo y avaladas por una larga práctica corporativa en el capitalismo. Por si fuera poco, en este campo, muchas empresas se lanzan a la piscina sin el menor asesoramiento ni control experto, porque algún directivo ha leído algo que le ha llamado la atención. Otras tantas se mueven espasmódicamente de acuerdo con el ritmo de cambios en los puestos clave de la dirección y únicamente aquellas con un respaldo unánime y sistemático desde los cargos más elevados consiguen el éxito en su propósito. Obviamente a nadie más que a la propia TRIZ se culpa de los fracasos. Todo esto mientras las formas habituales de “creatividad” en Occidente continúan cosechando el magro porcentaje de una idea exitosa de cada 3.000 ensayadas. Rápidamente surge la cuestión, ¿en serio que la creatividad constituye el núcleo del capitalismo?

   Desde la propia TRIZ se acepta que el 52% de los problemas de las empresas se puede solucionar mediante conocimientos de su personal o por ensayo y error. Para un 37% restante basta la simple lluvia de ideas o alguna forma elemental de análisis morfológico. Esto significa que sólo el 11% de los problemas que enfrentan las empresas habitualmente requiere verdadera creatividad. Aunque los problemas de niveles inferiores pueden resolverse mejor y más rápidamente aplicando TRIZ, el ámbito en el que muestra sus ventajas diferenciales queda restringido a uno de cada 10 problemas. No hace falta escarbar mucho para encontrar los motivos, Alvin Toffler sostenía que un 80% de los productos fabricados en Estados Unidos no satisfacen ninguna necesidad real. El propio Altshuller constató que el uso del ensayo y error se hallaba tan arraigado en la mente humana que incluso mostrándole las posibilidades de una metodología inventiva, la inercia psicológica conduce a negar lo que parece evidente. No se trata del único modo en que la inercia psicológica nos domina. Diferentes cuestionarios muestran que la mayoría de los ejecutivos que se dicen abiertos a nuevas ideas, eligen las más conservadoras en cuanto se enfrentan a situaciones algo o moderadamente inciertas. Ahora sólo tenemos que añadir todos los niveles de decisión que tiene que pasar una idea innovadora para llegar hasta quien pueda ordenar su puesta en práctica y obtendremos la única conclusión posible: para los requisitos de nuestras sociedades capitalistas las empresas tienen ya tanta creatividad como necesitan. Tomemos el caso de la industria que más dice invertir cada año en innovación y creatividad, la industria farmacéutica. Las estatinas constituyen un buen ejemplo. Diseñadas para bajar los niveles de colesterol en sangre, la primera, fabricada por Merck, salió al mercado en 1.987 bajo el nombre de Movecor. Desde entonces han aparecido Zocor, también de Merck; Lipitor, de Pfizer; Pravachol, de Squibb; Lescol, de Novartis; Crestor, de AstraZeneca, Livalo de Eli Lilly, etc. La práctica totalidad del dinero que la industria farmacéutica dice invertir en innovación y desarrollo en realidad va a marketing y a medicamentos me too. No se trata de un rasgo distintivo de la industria farmacéutica. Los productos mee too copan la totalidad del mercado libre. Para constatarlo no hay más que acudir a cualquier superficie, con independencia de lo que se venda en ella, y buscar en cada sección un producto que encarne una idea cualitativamente innovadora. Difícilmente se podrá encontrar siquiera uno por establecimiento. El núcleo del capitalismo no lo ocupa la creatividad sino el saqueo, porque el saqueo, como dijo Altshuller siempre resulta más rentable que la creatividad...pero no proporciona sus alegrías. 

domingo, 18 de julio de 2021

Viaje a las puertas del infierno.

Ahora que nos hallamos en una época típica de turismo y, dado que en las actuales circunstancias planear cualquier viaje se ha convertido en una tarea infernal, ¿por qué no visitar la puerta del infierno? En 1971, un equipo soviético de prospección geológica se desplazó a un remoto paraje del desierto de Karakum, cercano a la aldea de Darvaza, en el actual Turkmenistán, buscando petróleo o, al menos, gas natural. Encontraron un afloramiento de gas a nivel de superficie e iniciaron sus tareas de perforación. Para su asombro, se produjo un hundimiento del terreno que se tragó todo el equipo y el campamento entero. No se produjeron víctimas, pero el agujero, de 69 metros de diámetro, exhalaba gas por todas partes. Al parecer, habían perforado el techo de una gruta subterránea, repleta de metano. Ante la proximidad de asentamientos humanos y temiendo catástrofes mayores, alguien, no se sabe muy bien quién, porque no ha quedado informe oficial alguno sobre el incidente, decidió que la mejor solución consistía en quemar el gas, que, sin duda, se consumiría en unos pocos días. Hace 50 años de aquello y todavía perduran las espectaculares llamaradas. Con un área de más de 5000 metros cuadrados y una profundidad de hasta 30 metros, la temperatura en su interior alcanza los 400 grados, lo cual no ha impedido, más bien ha permitido, que lo colonicen microorganismos extremófilos, que necesitan de esas temperaturas para vivir. Aunque se puede contratar una visita al lugar una vez se ha llegado a Turkmekistan, el particular régimen del país, no lo promociona especialmente y pasaría desapercibido si no lo sacaran a la primera plana de los periódicos la típica abulia veraniega o los selfies de algún youtuber alocado. No se trata de la única puerta del infierno que existe. Hay otra, cuya historia parece exactamente la opuesta.


Pozo de Darvaza

A toda Azerbayán se la conoce como “la tierra del fuego”. Sus abundantes yacimientos petrolíferos generan bolsas de gas que, con frecuencia, afloran a la superficie. Los accidentes naturales o la intervención humana convierte muchos de ellos en llamas perpetuas como en Yanar Dag, pero el más antiguo parece situado en Surakhani, una pequeña población a las afueras de Bakú en la que se construyó la primera refinería de petróleo en 1857. Un siglo más parece tener su templo/castillo en el que, desde cierto pasado difícil de determinar, ardía también un fuego eterno. Testimonios diversos señalan que desde mucho antes del siglo XVII, el lugar constituía un centro de peregrinaje de zoroastras, hindúes y sikhs, religiones todas ellas a las que el comercio había hecho proliferar en la región. No queda claro si los cimientos del actual templo los cavaron miembros de la primera o de la segunda de estas creencias, pero desde el siglo XVII, los brahamanes parecen haberse hecho cargo de las edificaciones y los cultos. Eso sí, quienes se acerquen por Bakú no deben hacerse ilusiones. El fuego que ahora arde en el templo lo lleva allí una moderna tubería, porque el original, el que ardía desde tiempo inmemorial y provocó la peregrinación desde lejanas tierras, acabó apagándose cuando la extracción de gas y petróleo dejó exangüe su fuente original.

Si quiere visitar otra puerta del infierno, mucho menos lejana y exótica, puede hacerlo también en Filadelfia, Standford, Tokio, Zúrich, Ciudad de México y, por supuesto, París. En todas ellas existen reproducciones de la Puerta del Infierno de Rodin y también esta puerta tiene una historia interesante y aleccionadora. El 16 de agosto de 1880, una carta firmada por el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de Francia, encargaba al escultor Auguste Rodin la ejecución de una puerta «adornada con bajorrelieves que representaran a la Divina comedia de Dante» a cambio de 8.000 francos de la época. Además se le proporcionó a Rodin un estudio donde llevar a cabo su obra y se le prometió que que su obra abriría la entrada al Museo de Artes Decorativas de París. Dicho museo nunca llegaría a construirse y el gobierno francés acabó cancelando el encargo. Rodin, sin embargo, trabajó sobre él buena parte de su vida y en ese desarrollo, tan espasmódico como obsesivo, acabarían por ver la luz algunas de sus obras más famosas. Pensada como una recreación de la Divina comedia, cobró poco a poco un carácter autónomo, mucho más simbólico, que acabó emparentándola con Las flores del mal de Baudelaire. Las hojas la componen personajes envueltos en un mar de llamas, muchos de ellos mujeres, en poses a veces seductoras y a veces trágicas, como el terrible atractivo del mal. Los personajes de la Divina comedia aparecen por aquí y por allá y coronando el tímpano, aparece la famosa figura del pensador. Rodin lo concibió inicialmente como el propio Dante cavilando sobre la estructura de su poema, seguido en tropel por sus personajes. Su modelo parecía muy claro, el Jeremías de la Capilla Sixtina. Pero Miguel Angel pintó a un Jeremías rollizo, entogado, a diferencia de la mayoría del resto de personajes que, originalmente, iban en pelotas picadas. Jeremías no planea cómo expresar su visión del infierno. El Jeremías de Miguel Angel reflexiona sobre cómo presentar a los hombres unas profecías que necesariamente han de cumplirse, cómo hablarles de lo que, con absoluta seguridad, ocurrirá, cómo explicarles la verdad sin que los Joaquines y Sedecías de turno ahoguen su clamor en sangre. Jeremías, recordémoslo, desafió la violencia, la corrupción, la mendacidad de los poderes establecidos y exigió como muestra de arrepentimiento la liberación de los esclavos. Sus advertencias de la inminente derrota de Judea si no se restablecía la alianza con Yavéh hicieron recaer sobre él la acusación de espía babilonio, acusación, por cierto, renovada cuando Nabucodonosor lo liberó de prisión tras conquistar Judea. Rodin quiso otro destino para su pensador. Presidiría la puerta del infierno, pero no como portavoz de ningún Dios ni de ningún demonio. Su pensamiento debía separarse de todos y de todo, colocarse más allá de las pasiones y de los castigos, de las tentaciones y de su rechazo, en definitiva, convertirse en un acto creador. El pensador de Rodin no contempla la obra de otro, la construye con su puro acto de pensarla. Ascético, delgado, desnudo, carece de todo porque ha conseguido lo máximo a lo que un ser humano puede aspirar, al dominio de su pensamiento, mostrándonos con un ejemplo que muy pocos pensadores siguieron en el siglo XX, que difícilmente puede haber libertad en un pensamiento opuesto a la renuncia.




domingo, 11 de julio de 2021

La ciencia de la creatividad (13. Curva en S)

   Si construimos unos ejes de coordenadas en cuya abscisa figure el tiempo y en su ordenada la productividad, velocidad de evolución o número de invenciones que ha generado, observaremos que la trayectoria de los sistemas tecnológicos, pero también de los organismos vivos, sigue una curva en S de este tipo:

Altshuller, G. S. Creativity as an Exact Science

Señalamos ya que varias tendencias presentan un camino de ida y vuelta desde la simplicidad a la complejidad para terminar en la simplicidad. Ese camino de ida y vuelta puede quedar representado por la distribución normal, la famosa curva de campana. La curva en S corresponde a la mitad de este camino, de hecho si integramos la función de Gauss, obtendremos una curva en S o curva sigmoidal, aunque no todas las curvas sigmoidales pueden conectarse con la función de Gauss. Este tipo de curvas tienen exactamente un punto de inflexión, carácter real, diferenciable limitado, con una derivada no negativa en cada punto. La curva en S aparece como la gráfica de cualquier función del tipo 1/(1+e-x) pero también de la función arcotangente, de la función error, de algunas funciones algebraicas como x/√(1+x2), etc. Hasta aquí, por tanto, nada espectacular. Lo llamativo radica en la omnipresencia de la curva en S, pues caracteriza a todos los procesos de crecimiento y desarrollo que imaginar quepa, desde el proceso de aprendizaje de las neuronas artificiales hasta la estimación de costes en los proyectos, pasando por las ecuaciones de dosis-respuesta de Hill en farmacología o la asignación de valores de pertenencia a los conjuntos difusos, sin olvidar que puede entenderse a la Venus de Milo o el tribhanga del arte hindú como otras tantas curvas en S. El modo tradicional de entender el tribhanga resulta muy significativo, pues consiste en contraponer la dirección hacia la que se mueve el cuerpo con la dirección de las rodillas, los hombros y el cuello en un gesto que suele repetirse en danza y que recuerda un movimiento serpenteante. En occidente este “serpenteo” suele remontarse a Praxíteles, tres siglos anterior a su aparición en la India. La curva en S constituye casi una constante en la pintura occidental, pero ya no encarnada en seres humanos, sino en la forma de meandros fluviales, al menos, hasta que Edvard Munch pintó su famoso grito. No debe extrañarnos, pues, que Charles Handy se haya convertido en un gurú de la gerencia cabalgando sobre curvas en S en libros como The Age of Unreason (1989) o The Second Curve (2015). Por esas fechas Zlotin y Zusman (Zlotin, B. L. y Zusman, A. V. “Поиск новых идей в науке”, en Zlotin B. L. y  Zusman A. V. Решение исследовательских задач, ISTC Progreso, Chisináu, pág. 34) ya habían visto en la curva en S una representación gráfica de los paradigmas de Kuhn y no han faltado quienes, han querido descubrir en ella el modelo por excelencia del salto de la cantidad a la cualidad (!?) Pero antes, entre Praxíteles y Handy, Altshuller, como decimos, la utilizó para describir la vida en general y la vida los sistemas técnicos en particular.

   En su infancia (segmento 1), el sistema técnico se desarrolla muy lentamente, llegándose a un punto (α) en el cual se alcanza un primer pico de creatividad, con soluciones que pertenecen a los niveles 4 ó 5 en cuanto a creatividad. A un inventor se le ofrecen en este período múltiples oportunidades, pero debe armarse de paciencia porque el desarrollo hasta el punto α puede resultar extremadamente lento. A este segmento pertenecen la mayor parte de los “inventores heroicos”, creadores que adquieren una imagen de unicidad en su campo, luchando contra las circunstancias y que, con frecuencia, reciben poco o nada a cambio de sus esfuerzos. A partir de este punto α, comienza la implementación industrial, se multiplican los beneficios, pero el nivel inventivo disminuye sensiblemente. El esfuerzo se centra en eliminar pequeñas fallas o en la optimización en forma de pequeñas mejoras marginales pues cualquiera de ellas trae un ahorro sensible y una ventaja competitiva. Los inventos simultáneos menudean hasta alcanzar β (segmento 3), momento en que ya no puede seguir expandiéndose el campo de la nueva tecnología por el simple procedimiento de mejorarla trivialmente. Para una auténtica mejora, se requiere alcanzar nuevos máximos de creatividad, pero tal esfuerzo ya no vendrá recompensado por otra explosión en su uso, sino que éste va a crecer de un modo más pausado. Con frecuencia, la posibilidad de seguir trabajando en la misma línea viene acompañado por una invención de nivel 4 ó 5, que crea un nuevo sistema tecnológico (B), el cual comienza su lenta ascensión, mientras que el anterior (A), crece de un modo pausado hasta iniciar su curva de desconexión a partir del punto γ.

   El conocimiento de las tendencias de los sistemas técnicos en general y de la curva en S en particular, tiene un profundo significado no ya para los negocios sino para cualquier disciplina con necesidad de prospectiva, especialmente si, como hemos venido señalando, no se refiere en exclusiva a sistemas tecnológicos sino a “sistemas de interacción”. Aún más, con esta herramienta en la mano, podemos predecir el punto en que aparecerán nuevos problemas y la travesía de los mismos, todo ello generado por herramientas susceptibles de crítica y discusión y no por las estimaciones subjetivas de los expertos de turno. Por supuesto, la clave reside en saber en qué momento del desarrollo nos encontramos. TRIZ considera que el número de patentes por año referidas a la función primaria del sistema constituye el criterio último para determinarlo. Como ya hemos señalado, el tránsito por el punto α marca el momento en que la cantidad y, sobre todo, la diferencia cualitativa entre las patentes disminuye de un modo drástico. El paso por el punto β, indica el declive definitivo en el número de patentes. En concreto, si detectamos que el sistema no ha llegado al punto α, la primera cuestión a plantear reside precisamente en dónde se encuentra ese punto α. Altshuller señaló que no se puede predecir la llegada a él observando únicamente la evolución de los sistemas sino que hemos de prestar atención al sistema al que viene a reemplazar, que actúa como obstáculo para que el nuevo desarrollo alcance ese punto. Si el sistema ha pasado del punto α, pero no ha llegado al punto β, la cuestión consiste en determinar cuáles pueden considerarse los niveles 2 y 3 de invención referidos a ese sistema, quiero decir, qué mejoras en términos de optimización puede lograrse, lo cual, de modo general, no cuesta demasiado esfuerzo, pues los límites físicos suelen ofrecerse siempre con claridad meridiana. Finalmente, si el sistema ha atravesado el umbral β, la búsqueda de mejoras debe centrarse en el hallazgo de un nuevo sistema, quiero decir, uno cualitativamente nuevo, pues el anterior ha llegado ya a su agotamiento. 

domingo, 4 de julio de 2021

Las islas de ayer y de hoy.

   Lorenzo Ferrer Maldonado nació en Berja, Almería, en 1557, como “cristiano viejo”. La revuelta morisca de 1568 le costó la vida a su padre y los bienes a su familia, que se mudó por un tiempo a Guadix. Como las autoridades no reconocieron los censos moriscos, pudo regresar a la Alpujarra como “repoblador” y obtener permiso para embarcar hacia las Américas. Regresó en 1589 lleno de un oro que no tardó ni un año en perder. Emigra entonces a Madrid, donde se gana la vida, primero, como falsificador y, después, como alquimista, lo cual le permitió entrar en la corte. Allí no se cansó de repetir lo que había venido diciendo desde que volvió de las Indias, que en 1588 había descubierto el estrecho de Anián, el mítico paso que conectaba el Pacífico con el Atlántico rodeando América por el Norte. Dada su fama de embrollador, se lo ha incluido habitualmente entre los muchos bravucones que afirmaron haberlo hecho sin aportar prueba alguna. Hace ocho años, Valeriano Sánchez Ramos, del Centro Virgitano de Estudios Históricos, publicó un artículo en la revista Fura, en el que ponía de manifiesto las coincidencias entre las descripciones de fauna y flora hechas por Ferrer y las que, al parecer, existen en es Estrecho de Bering que, por supuesto, no conecta al Pacífico con el Atlántico, sino con el Ártico.  Pero en los siglos XVI y XVII, los occidentales desconocían por completo qué había allí. Ni Alaska ni el extremo oriental de Siberia formaban parte de los territorios explorados. Se supone que Semión Dezhniov, navegó aquel estrecho en 1648, en un viaje tan escasamente documentado como su propia vida, en la que hay muchas más lagunas que hechos ciertos. El mérito de haber certificado la separación entre Asia y América se lo llevó, pues, Virtus Bering, danés de nacimiento, pero al servicio de la armada rusa desde 1703. Bajo las órdenes de Pedro el Grande, exploró Kamchatka entre 1725 y 1730. Tras descubrir la isla de San Lorenzo y pasar por las Diómedes, emprendió rumbo al Norte “hasta que ya no divisó tierra”, lo cual parece indicar que recorrió todo el estrecho de Bering. Sin embargo, no logró el propósito último de la misión encomendada por el zar: encontrar la costa americana y descender por ella desde el Norte hacia el Sur. Eso tuvo que esperar hasta 1741 en la “Gran expedición del Noroeste”, que llegó a implicar a más de 3000 personas, convirtiéndose en una de las mayores expediciones de la historia y que le permitió arribar a Alaska. Pero esa gran aventura terminaría con su vida. Murió, junto con muchos de sus marineros, en el viaje de regreso. Su tumba todavía se conserva en la isla que lleva su nombre,

   Alaska se convirtió en una lejana y atractiva joya, en la que los rusos establecieron poco más que precarias bases para el comercio de nutrias. La primera colonia estable tuvo que esperar a 1784. Para entonces, los enfrentamientos con los occidentales y las enfermedades transmitidas por éstos ya habían despoblado la región de aborígenes. España reclamó sus derechos sobre Alaska y allá que mandó expediciones al mando de Bruno de Heceta y Alejandro Malaspina, pero, procedentes de California, decidieron que mejor volver a donde hacía calorcito y nunca hubo más que una reclamación formal. Más en serio se lo tomaron los ingleses que mandaron a Cook y a Vancouver, así que Alejandro II, corto de efectivo, temiendo un enfrentamiento con los británicos y mostrando mayor sensatez de la que después mostrarían los españoles, aceptó la propuesta norteamericana de venderles la región por 7,2 millones de dólares en 1867. La “locura de Seward”, como bautizó la compra la prensa norteamericana por el nombre del Secretario de Estado, William H. Seward, convirtió en frontera los 3,8 kilómetros que separan a Diómedes Mayor de Diómenes Menor, las dos islas situadas en el centro del estrecho de Bering. Unidas por cultura, tradiciones y población, oficialmente se las separó colocando entre ellas la Línea internacional de cambio de fecha. En Diómenes Mayor comienza el día que terminará en Diómenes menor (supuestamente) 24 horas después. Por si esto pareciera poco, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades soviéticas decidieron evacuar a la población de Diómedes mayor y reasentarla en Siberia. Después, durante 50 años, se impuso entre ambas la “Cortina de Hielo” que dividió al mundo entre uno y otro bando de la Guerra Fría. Sus pobladores, que en invierno habían compartido visitas, comercio y celebraciones ancestrales cruzando a pie por las aguas heladas que separaban a las dos islas, tuvieron que verse como ciudadanos hostiles de dos maneras de entender el mundo. Desde 1990 la cosa no llega a tanto aunque tienen que seguir solicitando permisos especiales para las visitas. Pero si esto les parece un desaguisado, apenas si representa una ínfima parte de lo que podía haber sucedido si los norteamericanos hubiesen aceptado la propuesta del científico soviético Petr Borisov de crear una represa de 90 Km en el estrecho de Bering para permitir la llegada de las corrientes cálidas del Pacífico al polo y así derretirlo. La idea, que adquirió la forma de una propuesta formal del gobierno de Nikita Jrushchov a los EEUU en 1956, no llegó a materializarse evidentemente, no por razones de la magnitud del desastre medioambiental, sino porque los norteamericanos no acabaron de ver claras las consecuencias que tendría para la “seguridad nacional” (que, por supuesto, nunca ha incluido consideraciones de carácter ecológico). Desde entonces ha habido numerosas propuestas de túneles, puentes y hasta ampliaciones del estrecho de Bering, la última, protagonizada por China, que intenta llevar sus mercancías directamente por ferrocarril hasta el mercado estadounidense.

   Quizás 40.000 años antes de Bering, un grupo de seres humanos procedente de las costas orientales de Asia, probablemente sin darse cuenta, atravesó, entre vientos y neblinas un territorio pantanoso de aguas bajas y heladas, culminando la proeza de caminar desde Asia hasta América. Apenas si constituyó la vanguardia de un puñado de oleadas más que los siguieron y que, de algún modo, lograron sortear la inmensa masa de hielo que cubría el actual Canadá para comenzar la expansión humana hacia el Sur. Con toda seguridad no ha habido exploración más meritoria de una epopeya que esta.