domingo, 28 de febrero de 2021

Dos vacunas.

   Vivimos tiempos muy curiosos, en los que todo el mundo quiere escribir, pero nadie leer; todo el mundo quiere opinar, pero nadie informarse y todo el mundo cree conocer, pero nadie sabe. En estos tiempos tan curiosos los micrófonos vomitan los ocurrendos de cualquiera sobre las vacunas, sin los supuestos periodistas se molesten en consultar a quienes, en principio, más deberían saber sobre el tema, las agencias reguladoras. Los informes sobre la aprobación de estos fármacos se hallan a disposición del público, su lectura no reviste especial dificultad y lo que desvelan, sobre las prácticas de las farmacéuticas, sobre el giro que se ha producido en lo que llamamos “ciencia” desde el siglo pasado, sobre el papel de las agencias reguladoras, sobre el dispositivo farmacológico en el que nos hallamos envueltos y, en definitiva, sobre uno de los rasgos fundamentales de los seres humanos que habitamos este nuevo siglo, resultan diáfanas. Basta comparar los documentos sobre la vacuna de Pfizer y la de AstraZeneca publicados por la Agencia del Medicamento Europea (EMA), para constatar que estas agencias elaboran sus discursos poco más que con un recorta y pega de los informes que les suministran las empresas farmacéuticas. Cuando éstas les entregan bonitas gráficas en color, allá que las pegan. Cuando no lo hacen, ni siquiera se molestan en tabular los datos en una hoja de cálculo para obtenerlas. No debe extrañarnos, pues, que el informe sobre la vacuna de Pfizer rebose de optimismo, pues parece muy claro que esta empresa les ha entregado material tan elaborado que la EMA poco más ha tenido que hacer que ponerle su sello. La razón no debe buscarse en la germánica eficiencia de Pfizer, sino en que ha subcontratado todo el trabajo. Por una módica fracción de la mareante cantidad de millones que le han regalado gobiernos de todo el mundo, han comprado a la baja todo el trabajo teórico y práctico desarrollado en instituciones públicas pagadas con los impuestos de los ciudadanos y se lo han ofrecido a una pléyade de pequeñas empresas que, por el coste mínimo, han desarrollado el producto por partes y han entregado los resultados de los análisis clínicos. Semejante manera de obtener mareantes beneficios antes de que un fármaco se comercialice queda recogida en el informe de la EMA como “ensayos de observador ciego”. Esta práctica, en auge, convierte cualquier ensayo clínico en una caja negra para las agencias reguladoras, los organismos de vigilancia y, en definitiva, cualquiera que desconozca los entresijos entre la empresa que contrata y las contratadas. No debe sorprendernos, pues, que esos informes muestren sistemáticamente tasas de eficacia de la vacuna por encima del 90%, ¿acaso Pfizer habría pagado la cantidad prometida por ellos si mostrasen otra cosa? Sin embargo, de modo inevitable, el enhebrado preciosista de datos allí donde las agencias reguladoras van a mirar, produce extrañas distorsiones donde se espera que nadie lo haga. Cierto que se nos ha aclarado que los sujetos del ensayo pertenecen a grupos de alto riesgo de contraer la COVID-19, pero de los datos del grupo de control (el que recibió un placebo y no la vacuna), se deduce una tasa de infección que casi triplica la media de los países en los que se llevaron a cabo los ensayos. Todavía mejor, los grupos de control muestran tasas de discontinuación que duplican a los grupos a los que se les administró la vacuna (¿a tanta gente disuadió de seguir el ensayo una inyección de suero?) Que incluso en estos informes se muestre que más del 80% de los sujetos sufrieron dolor en el brazo, más de un 60% cansancio, más de un 50% dolor de cabeza, que hubo cuatro casos de parálisis facial y dos muertes da una idea de lo que va a ocurrir: todos los sujetos vacunados con la segunda dosis recibirán uno o varios de estos “regalitos” de parte de Pfizer.

   Pese a que casi le han enviado su informe redactado, la EMA no evita reseñar el empleo en la vacuna de Pfizer de sustancias cuya toxicidad a medio y largo plazo se desconoce, las innumerables dificultades implícitas en la distribución y el suministro de esta vacuna y, sobre todo, las significativas diferencias entre el producto utilizado para los ensayos y el que efectivamente se puede fabricar a una escala como para suplir la demanda generada, algo que puede recortar drásticamente su supuesta efectividad. Pero incluso en esas líneas, moderadamente incisivas, se reconoce una diferencia de tono con lo que refleja el informe dedicado a la vacuna de AstraZeneca. 

   ¿Se acuerdan de la polémica acerca de si la homeopatía superaba o no los experimentos de doble ciego, esos que garantizan la "cientificidad" de las pruebas? Pues bien, esta vacuna se ha sometido a ensayos clínicos de “simple ciego”, lo cual significa que quien la administraba sabía lo que iba en la jeringuilla pero que quien lo recibía, no. Al inevitable sesgo que este género de ensayos provoca hay que añadir que los sujetos de estudio “en su mayoría”, pertenecían al personal sanitario. No tienen más que imaginar la situación, un ATS le inyecta “algo” a un colega suyo, ¿y no le dice si le ha inyectado la vacuna o suero? A partir de aquí no debe extrañarnos nada de lo que viene a continuación. En lugar de ensayos de fase I (para determinar la dosis), II (para establecer la toxicidad) y III (para determinar la eficacia), AstraZeneca los realizó todos a la vez, con lo que prácticamente a ningún grupo se le administró la misma cantidad de vacuna con los mismos intervalos de tiempo ni se recogieron los resultados del mismo modo. Después, ese galimatías de datos se agrupó como a AstraZeneca le pareció más conveniente, estrategia esta que la EMA defiende en su informe con la tenacidad con que protege siempre a la industria, sin que ni ella misma pueda evitar constatar inconsistencias en numerosos puntos. Pese a toda esta ingeniería de datos, AstraZeneca no logra justificar más que una eficacia entre el 57% y el 62% y un mínimo de 82 sujetos infectados después que se les administrara la segunda dosis de la vacuna. La farmacéutica (y la EMA, por supuesto), se aferran, sin embargo, al hecho de que ninguno de ellos requirió hospitalización, frente a los 14 sujetos infectados en el grupo de control que requirieron hospitalización, uno de los cuales falleció. En cuanto a los efectos secundarios, 62% de los sujetos reportaron cansancio, 57% dolor de cabeza, 48% dolor muscular, 44% malestar general y 10% fiebre. Dicho de otro modo, todos y cada uno de quienes reciban esta vacuna tendrán tres o más de estos síntomas. Los redactores del informe no se molestan en disimular que difícilmente se hubiese aprobado una vacuna con estos rendimientos de hallarnos en una situación diferente de la que nos encontramos. Tampoco Pfizer ni AstraZeneca se hubiesen interesado por una vacuna caso de hallarnos en una situación diferente.

domingo, 21 de febrero de 2021

La ciencia de la creatividad (6. Matriz de contradicciones)

   La matriz de contradicciones constituye, sin duda, el protocolo más conocido de TRIZ. Consta de una lista de 39 parámetros en su eje vertical y los mismos 39 parámetros en su eje horizontal. Típicamente se leen los parámetros dispuestos en columna como todo aquello que se quiere mejorar en un sistema técnico y los dispuestos en fila como todo aquello que empeorará como consecuencia de ese intento de mejoría. La lista de parámetros incluye: peso de un objeto en movimiento, peso de un objeto en reposo, longitud de un objeto en movimiento, longitud de un objeto en reposo, área de un objeto en movimiento, área de un objeto en reposo, volumen de un objeto en movimiento, volumen de un objeto en reposo, velocidad, fuerza, tensión/presión, forma, estabilidad, resistencia, durabilidad de un objeto en movimiento, durabilidad de un objeto en reposo, temperatura, brillo, energía de un objeto en movimiento, energía de un objeto en reposo, potencia, pérdida de energía, pérdida de sustancia, pérdida de información, pérdida de tiempo, cantidad de sustancia, fiabilidad, precisión de medida, precisión de manufactura, factores perjudiciales actuando en un objeto, efectos secundarios dañinos, manufacturabilidad, conveniencia de uso, reparabilidad, adaptabilidad, complejidad de un mecanismo, complejidad de control, nivel de automatización y productividad. Altshuller mismo y todos sus discípulos recomiendan no entender estas características en sentido estricto, sino adaptarlas a nuestro problema. De este modo podemos recordar en qué contextos se utiliza in fire en inglés y entender el aumento de visitas a nuestro sitio web como el parámetro 17, “temperatura”, o podemos leer el parámetro 22, “pérdida de energía”, como pérdida de dinero, o el aumento del área de un objeto en reposo (parámetro 6) como el aumento de conocimiento o el ser como fuerza (parámetro 10), etc. La casilla en la que se cruza la fila correspondiente al parámetro que pretendemos mejorar con la columna correspondiente al parámetro que empeora cuando lo intentamos, responde a la pregunta ¿“cómo mejorar x sin hacer y peor?” e incluye una serie de números, que hacen referencia a los 40 principios inventivos. Estos 40 principios constituyen el motor inventivo de TRIZ. En efecto, hallaremos la solución que buscábamos aplicando a nuestro caso concreto los principios generales sugeridos por la matriz de contradicciones.


   La tabla se pensó como un mural a colocar en los talleres, con la matriz, la lista de los principios y sus explicaciones. El modelo se aviene mal con el tamaño de nuestras pantallas actuales. Afortunadamente hoy día esta matriz existe en multitud de versiones, incluyendo documentos en formato imagen, hojas de cálculo, webs y aplicaciones, tanto gratuitas (incluyendo las adaptadas a la gestión de calidad o al marketing) como de pago. Personalmente siento debilidad por “TRIZ crossover QMS”. Además de fácil instalación en cualquier dispositivo Android, nunca me ha saltado publicidad con ella y ofrece un rango de explicaciones más amplio. Voy a añadir algunas explicaciones sobre cómo funciona, aunque el resto de aplicaciones y páginas webs no difieren demasiado de ella.

   Una vez instalada la aplicación, pulsamos “Start” en la pantalla de inicio.


   Harán bien en repasar todas las posibilidades que se les ofrecen en la pantalla siguiente, pero, de momento, vamos a conformarnos con seleccionar “39x39 Contradiction Matrix”. 



   Ya podemos observar una lista de los 40 principios inventivos. 


   Pulsando en la primera pestaña nos aparecerá la lista de 39 parámetros que se pueden mejorar. 



   Elegimos el parámetro a mejorar en la primera pestaña y en la segunda pestaña el que empeora. 


   Tras pulsar este parámetro, inmediatamente podemos ver una serie de principios coloreados en verde. La intensidad del color hace referencia a la pertinencia del principio en lo que se refiere a la ingeniería, para otras aplicaciones el resalte no resulta orientativo. 


   Pulsando sobre uno de ellos nos aparece el enunciado general del principio.


   Y, a su vez, pulsando sobre esta pantalla, aparecen explicaciones más detalladas que suponen la soluciones propuestas por TRIZ al problema tal y como lo hemos planteado.

   Sólo queda que apliquemos estas explicaciones generales a nuestro problema concreto.

   Recuerde, hablamos de ciencia de la creatividad, así que no tiene que creer que nada de lo que acabo de explicar le vaya a ayudar a Ud. a solucionar de un modo creativo sus problemas. Simplemente, pruebe y ya me cuenta.

domingo, 14 de febrero de 2021

La noche de los cocodrilos.

   La isla de Ramree está situada en las costas de Birmania, el país ese en el que un ejército habituado a las violaciones de todo tipo ha llegado a la conclusión de que diez años de experimento democrático ya son demasiados y ha dado un nuevo golpe de estado. Con un área de unos 1350 Km2, los principales núcleos poblacionales son la ciudad que da el nombre a la isla y Kyaukpyu, con puerto, aeropuerto y punto de partida de un a modo de carretera que conecta con el territorio continental pasando a través de los manglares que recorren el centro de la isla. Propiamente no se trata de un territorio selvático, pero sí de una zona de abundante arboleda adaptada a tierras y aguas salobres. A finales de 1944, conforme se internaban en Birmania y se alejaban de sus bases en la India, los ingleses comenzaron a necesitar aeropuertos avanzados que les permitieran avituallarse y atacar las posiciones japonesas. Kyaukpyu apareció entonces como un objetivo apetecible y contra ella lanzaron la “Operación Matador” en enero de 1945. La llegada de informes que señalaban el movimiento de unidades de artillería japonesas a la costa, hizo preceder el ataque anfibio del 21 de enero con un fuerte bombardeo desde mar y aire. En cualquier caso, siguiendo su estrategia habitual, los japoneses no pusieron muchos obstáculos para el desembarco de tropas, replegándose a posiciones defensivas en el interior. Hacia el 7 de febrero, el ejército británico, que comprendía unidades indias, canadienses y sudafricanas, había conseguido envolver las posiciones japonesas dejándoles como única salida la retirada hacia el este, hacia el territorio continental. Lo que pudiera entenderse como una batalla con líneas definidas, había terminado y todo se convirtió en una operación de limpieza por parte británica y en una, como siempre, feroz resistencia japonesa en forma de guerra de guerrillas. El 11 de febrero, las tropas japonesas asentadas en territorio continental lanzaron un ataque en un intento de abrir una vía de comunicación con sus tropas en retirada. El ataque fracasó y el 17 de febrero los británicos habían completado el cerco en torno a ellas.

   Con todo lo que pudiera entenderse por “vía de comunicación” a merced de las tropas británicas, unos 900 soldados japoneses se internaron en los manglares, muchas veces cubiertos por el barro hasta más arriba de la cintura, sin agua, atosigados por mosquitos transmisores de enfermedades tropicales, rodeados de serpientes extremadamente venenosas y de no menos venenosos escorpiones, mientras se acercaban poco a poco hacia los  territorios de un enemigo aún peor: los cocodrilos. Aquí tenemos que hacer un alto para entender a qué nos referimos con “cocodrilos”. Por mucho que en el Norte de Australia se los llame “alligator”, el saurio endémico de esa zona del mundo es el Crocodylus porosus, más conocido como cocodrilo poroso, cocodrilo de agua salada o cocodrilo de estuario. Se trata del cocodrilo (y del reptil) más grande de cuantos existen. Los machos superan con facilidad los seis metros y se han avistado ejemplares de unos 8 metros y un peso estimado de dos toneladas. Sin embargo, son extremadamente rápidos tanto en agua como en tierra, además de expertos nadadores, hasta el punto de que se los puede ver en mar abierto, por lo general, buscando presas o territorios más ricos en las mismas. Sus mandíbulas, con 66 dientes, son capaces de ejercer una presión equivalente a 1770 Kg lo cual convierte su mordida en la más poderosa existente, hasta el punto de que es capaz de destrozar el cráneo de un humano adulto sin mucha dificultad. De hecho, hablamos de uno de los pocos depredadores que existen que caza seres humanos. Frente a los búfalos indios con los que suele enfrentarse, la resistencia que ofrecemos nosotros debe parecerle anecdótica. En realidad es un voraz depredador que varía la técnica para matar a sus presas en función del tamaño de las mismas y que no duda en actuar como carroñeros, devorar ejemplares jóvenes de su propia especie, comer peces y mariscos y hasta atacar tiburones cuando la comida en tierra escasea. Únicamente los tigres se atreven con ellos cuando se encuentran con ejemplares de menos de cuatro metros en aguas poco profundas.

   El naturalista canadiense Bruce S. Wright, presente como integrante de las tropas británicas en la isla, contó en Wildlife Sketches Near and Far, de 1962, que en la noche del 19 de febrero de 1945, el silencio nocturno de los manglares se vio roto por gritos de pánico de los soldados japoneses y numerosos chapoteos en el barro. Con las primeras luces del día y la bajamar, los buitres dieron cuenta de decenas de cadáveres. De hecho, de los casi mil efectivos que se habían internado en los manglares, los británicos sólo acabaron capturando una veintena. El resto habría caído presa de los cocodrilos en lo que el libro Guinness de los récords califica como “la peor matanza de seres humanos por parte de animales” de la historia. La descripción de Wright generó rápidamente una polémica sobre su veracidad.  La “Burma Star Association”, formada por antiguos combatientes de las operaciones en Birmania, no dudaron en confirmar su versión. Otros encontraban poco creíble que en Ramree pudiera haber cocodrilos suficientes como para acabar con mil soldados. Algunas versiones afirman que entre 500 y 700 pudieron haber burlado el cerco británico, pero lo cierto es que no volvió a haber rastro de ellos después de aquella noche, hasta el punto de que el día 22 de febrero se dieron por concluidas las operaciones en Ramree. En 2001, un artículo basado en entrevistas con habitantes de la isla, ponía en duda las palabras de Wright y su propia presencia en primera línea de los acontecimientos, a la vez que certificaba que un pelotón de entre 10 y 15 japoneses murieron atacados por los cocodrilos en aquellas fechas. Los hechos resultaron imposibles de contrastar con los testimonios de los soldados japoneses. Deshidratados, enfermos, todos ellos presentaban lo que los informes militares británicos calificaban de “deficiencias psicológicas”.

   De los cocodrilos de Ramree, poco queda ya. La aparición del libro de Wright coincidió con la época en que comenzó su caza sistemática y después de los años 80 del siglo pasado, apenas si se los avista ocasionalmente en la isla, lo cual no impide que alguna publicación siga incluyendo a Ramree entre las “islas más peligrosas del mundo”.

domingo, 7 de febrero de 2021

La ciencia de la creatividad (5. Prolegómenos a TRIZ).

   Según Altshuller, únicamente podemos hablar de problemas inventivos si hemos de enfrentarnos a una contradicción. Típicamente se distinguen en TRIZ tres tipos de contradicciones: administrativas, técnicas y físicas. Una contradicción administrativa consiste en detectar el abismo que hay entre las necesidades existentes y las habilidades y los recursos a nuestra disposición. Toda contradicción administrativa revela la existencia en su seno de una contradicción técnica. Las contradicciones técnicas se caracterizan porque existe un parámetro, digamos potencia, cuya mejora conlleva, aparentemente, el empeoramiento de otro, digamos el peso. Si un ingeniero quiere dotar de mayor potencia a un motor, con toda seguridad su primer intento consistirá en aumentar su tamaño, con el consiguiente sobrepeso, lo cual hará que se necesite una mayor potencia para moverlo y una vuelta a la situación original en un círculo sin aparente salida, pero que, con las herramientas típicas de la ingeniería, permitirá una sucesión de mejoras relativas. Existen varios protocolos en TRIZ para solucionar las contradicciones técnicas, de los cuales hablaremos más adelante. Sin embargo, de acuerdo con los textos de Altshuller, una contradicción técnica siempre lleva en su interior una contradicción física y aquí ya no hablamos de algo que mejore y algo que empeore, sino de una situación en la que queremos, a la vez, A y no-A. Las soluciones verdaderamente inventivas provienen de solucionar los problemas a este nivel, porque suponen un salto cualitativo respecto de la evolución que ha habido hasta ese momento. Antes de que sigamos adelante, merece la pena que nos paremos a analizar con mayor profundidad lo que llevamos dicho.

   En primer lugar, por supuesto, el concepto de contradicción. Su uso en Altshuller goza de exquisita ambigüedad. Siempre que no se refiere a contradicciones físicas, resulta indistinguible de “conflicto” y, en sentido estricto, las contradicciones físicas más bien merecerían el calificativo de “lógicas”. De hecho, tras el abandono de la matriz de contradicciones, este segundo sentido se ve fagocitado por el primero, a la vez que el propio término “contradicción” pierde su omnipresencia en los escritos de Altshuller para aparecer únicamente cuando se describe lo que debe considerarse un problema inventivo.

   En segundo lugar, debe quedar claro que hay tres tipos de consideraciones habituales que acaban de quedar excluidas de lo que intenta hacer TRIZ: el ensayo y error, la optimización y el compromiso. El ensayo y error, el modelo típico de aprendizaje del empirismo y/o conductismo, el que hizo de Edison un mito capaz de probar 30.000 materiales hasta encontrar el que podría servir de filamento en sus bombillas, constituye para Altshuller el paradigma de lo que significa perder el tiempo y ralentizar el progreso humano. Como dijimos, TRIZ se propone llevarnos exactamente a un espacio acotado donde se halla nuestra solución. Si hay que hacer más de media docena de intentos para encontrar el modo en que podemos aplicar la solución que nos ha propuesto, debemos pensar que hemos planteado mal las cosas y volver al principio. A Edison, Altshuller lo cita reiteradamente como ejemplo de lo que no hay que hacer. Sólo debemos dedicarnos a besar sapos si utilizamos la excusa de que uno acabará convirtiéndose en príncipe para ocultar nuestra debilidad por el sabor de los sapos. Tampoco se trata de conseguir que un sistema funcione mejor de lo que lo hace, ni se trata de conseguir el justo término entre dos contrarios sacrificando algo por un lado y algo por otro. A diferencia de la síntesis dialéctica, TRIZ no intenta encontrar una amalgama útil de los términos en contradicción que obligaría al desarrollo del sistema porque la contradicción, lejos de eliminarse, sigue presente. La contradicción, como tal, desaparecerá y desaparecerá pese a que nos quedaremos con el máximo de los dos términos en conflicto, consiguiendo así no el motor que nos otorga el máximo de potencia aumentando el peso dentro de los límites tolerables, sino el motor que nos entregará la mayor potencia imaginable sin aumentar ni un gramo su peso. Cualquier compromiso, señala Altshuller, no hace sino trasladar los problemas, sin resolverlos, al futuro.

   Por supuesto, en tercer lugar, TRIZ ha tenido una extensísima aplicación en el mundo de la ingeniería. De ella nació y en ella ha demostrado todas sus potencialidades. Si sus principios constitutivos se hubiesen originado en el estudio de 200.000 patentes, de 400.000 patentes, siempre se podría pensar que hablamos de un instrumento basado en el modo en que los ingenieros se enfrentan con su práctica cotidiana. Pero si sus principios resultan adecuados para explicar cuatro o cinco millones de patentes de todo el mundo y de todos los campos patentables, como se ha demostrado posteriormente, entonces ya no podemos fingir que nos enfrentamos al modo en que los ingenieros tratan de resolver problemas. Altshuller insiste una y otra vez en que TRIZ nos ha desvelado el modo en que los seres humanos resuelven problemas, de ingeniería, de marketing, de gestión de empresas, de educación, de la vida cotidiana... Con toda seguridad, Ud. querida lectora, querido lector, tiene problemas únicos, que ningún otro ser humano ha tenido jamás, seguro que trabaja en un campo profesional muy peculiar, con características únicas, que hace inservible cualquier procedimiento general. Pero, ¿a cuántos de sus problemas personales o profesionales se aplican estas afirmaciones? ¿A todos? ¿seguro que no tiene ningún problema que ya han tenido cientos de seres humanos con anterioridad? ¿que no se enfrenta a contradicciones que ya se han resuelto en otros campos del saber, en otros países, en otras vidas? Desde luego, sólo hay una persona en el mundo llamada Tajay Gayle que en el año 2019 lograra una marca de 8,95 metros en salto de longitud. No hay nada que TRIZ pueda aportarle en este sentido. Pero, si Gayle quisiera acercarse al récord mundial de salto de longitud, ¿no se enfrentaría al mismo problema que nuestro ingeniero, que quería fabricar un motor más potente que no pesase más? De hecho, ¿nunca ha tenido el problema inverso, conseguir bajar unos kilos sin quedarse como sin fuerzas, sin energía? A esto, precisamente, se le llama el “prisma TRIZ”: buscar una formulación general para nuestro problema y lograr entonces su encaje con uno de los modelos de problema reconocido por alguno de sus protocolos. De un modo inmediato, TRIZ nos conducirá a una de las soluciones generales que a lo largo de las décadas, inventores de todo tipo han dado a ese problema de carácter general. Todo cuando tendremos que hacer entonces consistirá en adaptar esa solución general a nuestra situación concreta y nuestro problema habrá desaparecido.

domingo, 31 de enero de 2021

Cuando nos rodea la locura.

   Resulta un fenómeno habitual que si se saca a una persona mayor de su ambiente, particularmente cuando esta salida se produce traumáticamente, tiende a desorientarse y a adoptar comportamientos erráticos. Siempre he pensado que esta reacción aparece en nuestros mayores porque hay simientes de la misma en todos nosotros desde nuestra más tierna infancia, sólo que, probablemente, necesitamos para manifestar ese comportamiento una extracción de nuestro mundo habitual mucho más brusca, un cambio más radical… o uno menor pero más prolongado en el tiempo. Esta pandemia nos ha sacado a todos de nuestras costumbres, de nuestro modo habitual de relacionarnos con los demás, pintando la realidad con tonos grotescos. Quien más, quien menos, no responde de la misma manera a los mismos estímulos que en circunstancias normales y no vendría mal que un psicólogo nos echara un vistazo a todos, de no ser porque ellos, ya de por sí inestables, colman hoy los psiquiátricos. Resulta muy fácil echarle la culpa a los otros y señalar que la gente está tocada del ala, como si nosotros mismos no nos hubiésemos visto afectados por el fenómeno, como si quien anda tocado del ala pudiera adquirir conciencia espontáneamente del sesgo que domina sus pensamientos y actitudes. Deberíamos, ante cualquier situación, ante cualquier respuesta que se nos ocurra, ante cualquier línea de actuación que brote en nuestro cerebro, plantearnos críticamente si hubiésemos hecho lo mismo caso de que esa situación se hubiese producido hace un año o dos. 

   En estas circunstancias corresponde a nuestras autoridades demostrarnos con su ejemplo, que, por muy desquiciada que se haya vuelto la realidad, existe quien sigue guiándonos, con la fidelidad de una brújula, hacia nuestro Norte. Echemos, pues, un vistazo a quienes nos dirigen, intentando encontrar en ellos un modelo de actuación proverbial que pueda servirnos como ejemplo para tener la seguridad de que seguimos del lado de la cordura. Ciertamente, este recorrido debe comenzar por la Comunidad de Madrid, pues ya he explicado que su presidenta, la Sra. Isabel Díaz Ayuso, cumple una labor social de primer orden al mostrarle a todas las personas que luchan cotidianamente contra los estragos de una enfermedad mental cómo se puede llegar a presidenta de una Comunidad Autónoma lidiando con ella. Pero, claro, lo malo de este tipo de trastornos es que son una montaña rusa, con subidas y bajadas. Esta semana la Sra. Díaz Ayuso estaba de bajada y declaró, nada menos que en la correspondiente cámara de representantes, que si Madrid está haciéndolo tan mal en la lucha contra la pandemia el gobierno central debería intervenir la comunidad. ¿Cuál puede haber sido el razonamiento detrás de estas declaraciones? ¿el gobierno central tiene un criterio erróneo de lo que es luchar adecuadamente contra la pandemia, por tanto, si no nos interviene es que lo estamos haciendo bien según ese criterio? Insisto, que yo entiendo que es un rayo de esperanza para muchas personas que alguien con un trastorno mental esté ahí, pero ¿no hay nadie en su entorno que le recuerde cuándo es la hora de tomarse su medicación? En estas condiciones no me extraña que los catalanes quieran distanciarse todo lo que puedan de Madrid. Lo que ya me parece sospechoso es que quieran poner distancias estelares entre Madrid y Barcelona. Las cabezas pensantes de la Generalitat, incluso antes de alcanzar la independencia, la han lanzado a la conquista de nuevos territorios... espaciales. Parecen haber pensado que ya que les han cerrado las embajadas que Cataluña tenía en otros países, ha llegado la hora de abrirlas en otros planetas. Según han declarado, hay un negocio de millones esperándolos y miles de familias catalanas podrán vivir de él. Para empezar, han nombrado catalanes honoríficos a unas cuantas familias de Kazajastán que es donde van a efectuar el lanzamiento de su primer nanosatélite, lo que las ratas unionistas llamamos una pelota de pin pon. Este lanzamiento se va a hacer coincidir con las próximas elecciones, para que produzca el mismo efecto que las pruebas nucleares en la India y Pakistán. Si uno ha seguido los razonamientos del independentismo catalán en la última década, esto le parecerá hasta normal. Habrá que ver, sin embargo, si la nueva normalidad no acaba convirtiendo la aventura espacial catalana en el secreto de su éxito en la próxima cita electoral. Por cierto, que a propósito del aterrizaje del ex-ministro de Salud, el Sr. Illa, como candidato del Partido Socialista de Cataluña, el inenarrable líder de Podemas, Pablo Iglesias, más conocido por su apodo torero, el coleta, ha señalado que Illa es el candidato de un gobierno oligopólico, defensor de los grandes emporios de comunicación y poco menos que fascista… gobierno en el que él, el coleta, ocupa una vicepresidencia.

   Afortunadamente, tenemos al ejército, esa institución en la que se entrena a cada uno de sus miembros para mantener la cabeza fría en las situaciones más incontrolables y a la que los trogloditas de Vox no dudan en presentar como ejemplo de sensatez en medio de la locura que nos rodea. Esta semana ha tenido que dimitir el Jefe del Estado Mayor por sumarse a la partida de desaprensivos que se han lanzado a robarles vacunas a los ancianos para salvarse ellos primero de la quema (ojalá que este medicamento genere los efectos secundarios tradicionales en los potingues de Pfizer y se les acabe cayendo el pito a todos). El País, que en su día sirvió como ariete para sacar a Sánchez de su despacho en Ferraz cuando Susanita Díaz y los suyos decidieron el asalto a la cabeza del partido, se dedica ahora a justificar no importa qué de nuestro gobierno, con objeto de limar asperezas con quien tantas veces se trató de defenestrar en el pasado. A raíz de esta dimisión planteó el “debate ético” de si los cargos de responsabilidad deben vacunarse primero. En efecto, ¿qué ocurriría si el Jefe del Estado Mayor contrajera el coronavirus en plena situación de crisis militar? ¿Lo mismo que ha ocurrido esta semana? ¿que se nombraría un sustituto en menos de 48 horas? Eso sí, a las tropas enviadas a Rumanía no se las ha vacunado, pues la muerte de soldados, suboficiales y oficiales por la falta de previsión de sus superiores nunca ha planteado ningún debate ético en el ejército. 

   Después de todo esto, uno puede hallar consuelo pensando que España siempre ha sido un país de locos y que Europa es otra cosa. Pero ahí tenemos la dimisión del máximo responsable de emergencias sueco por confinar a todos sus compatriotas y, acto seguido, montarse en un avión para pasar unos días en Canarias. O Rutte, ¿se acuerdan de Mark Rutte? ¿el primer ministro holandés? ¿el calvinista aquel, siempre tan tieso que parecía que ya le estaban haciendo la prueba anal hace unos meses? Sí, hombre, el que preguntó que si nos íbamos a gastar las ayudas para el coronavirus en vino y toros (como si aquí no hubiese llegado la modernidad y no nos gastásemos todas las ayudas que recibimos en gin-tonics y furgo). El mismo que después pidió ayuda a sus vecinos porque sus hospitales no tenían recursos suficientes para atender los enfermos de coronavirus. Pues ese Mark Rutte ahora anda liado con una sublevación popular porque los muy austeros holandeses, todos esos que desprecian a los hedonistas del Sur, se han puesto en pie de guerra por el cierre de los bares y hasta han protagonizado intentos de asaltos a los hospitales a pedrada limpia, mientras la policía responde partiéndole la cara al primero que pasa por allí con mangueras a presión.

   Si, como decía Kipling, la madurez de una persona se mide por la capacidad para mantener la cabeza en su sitio mientras todos a su alrededor la han perdido y le culpan de lo que sucede, entonces lo peor que nos está pasando no radica en que nos hayamos alejado de la cordura, sino que hemos encargado a caprichosos bebés conducirnos hasta ella.

domingo, 24 de enero de 2021

La ciencia de la creatividad (4. Теория решения изобретательских задач)

   La Teoría para la Resolución Inventiva de Problemas (TRIZ por sus siglas en ruso), consiste en una serie de protocolos para abordar los problemas permitiendo obtener soluciones no triviales a los mismos. Algunos de esos protocolos poseen un carácter firmemente estructurado, tales como el Algoritmo para la Resolución Inventiva de Problemas (ARIZ por sus siglas en ruso), otros carecen de ese carácter estructurado (tales como la técnica de los pequeños hombres inteligentes) y otros tienen un carácter discutiblemente estructurado, como la celebérrima matriz de 39*39 contradicciones. En cualquier caso, la finalidad de todos ellos consiste no en generar ideas, sino en conducir de un modo directo hasta la solución del problema planteado. A diferencia de los consejitos de De Bono, de la sinécdoque, de la lluvia de ideas, de los procedimientos de Osborn y hasta del Análisis Morfológico, TRIZ no se propone aumentar nuestra creatividad mediante el procedimiento de multiplicar las ocurrencias. Por el contrario, actúa como un vector, que señala directamente al área concreta, entre todas las configuraciones posibles, donde se hallará una solución, una solución creativa, al problema planteado. A lo sumo, TRIZ ofrece media docena de posibilidades, la mayoría confluyentes en dos o tres líneas de exploración, que nos entregarán lo que andábamos buscando. Mientras la práctica totalidad de planteamientos que andan por ahí atribuyéndose propiedades creativas llevan a un punto en el que existe una instrucción del tipo: “coloque aquí el milagro”, TRIZ realiza ese milagro. Milagro, por otra parte, que no encierra ningún misterio. Los protocolos que forman parte del bagaje de TRIZ se pusieron a prueba en las instituciones de enseñanza que Altshuller fundó en la antigua URSS. Cada vez que uno de ellos conducía a los alumnos a un callejón sin salida, cada vez que un problema se les resistía, cada vez que se descubría una forma de hacer mal uso de ellos, se procedía a su revisión y reformulación. La más documentada evolución a este respecto corresponde a ARIZ, cuya primera versión puede detectarse en el escrito seminal “Acerca de la psicología de la creatividad científica”, de 1956 y que sufrió reelaboraciones hasta la versión aparecida casi treinta años después (ARIZ-85-C). Por eso, cuando ponemos en marcha uno de estos protocolos, no hacemos más que someterlo a una prueba selectiva que, en realidad, ya pasó, así que no hay nada de milagroso en que vuelva a superar la prueba.

   Tampoco debemos caer en el otro extremo, el de imaginarnos que TRIZ constituye una herramienta para evitar que pensemos. Altshuller se quejaba amargamente de quienes llegaban a sus instituciones de enseñanza con la idea de que podrían hallar la solución a cualquier problema sin esfuerzo alguno y después se decepcionaban al ver que tenían que aprender a manejar los protocolos, que tenían que hallar maneras concretas de ponerlos en práctica e incluso que tenían que cambiar sus enfoques sobre muchas cosas. TRIZ no nos evita pensar, nos ayuda a pensar. No elimina el esfuerzo del pensamiento, elimina el esfuerzo del pensamiento baldío. Como le gustaba decir a Leibniz, nos hallamos ante el filum cogitationis, que nos guía en cada paso que debemos dar en la oscuridad de los procesos inventivos. Seguimos teniendo que recorrer el laberinto y que enfrentarnos al minotauro, sólo que ahora tenemos un hilo de Ariadna que nos permite entrar y salir de él como si circulásemos por el pasillo de nuestra casa y, en lugar de con un escudo y una espada, vamos armados con un lanzamisiles. 

   Sin duda habrá quien se muestre dispuesto a afirmar que con TRIZ "piensa TRIZ y no yo", que las ideas nuevas que surgen con ella deben atribuírsele a los procedimientos de esta teoría o a Altshuller mismo y no a la persona que los pone en marcha, que despersonaliza el modo de pensar. Hay algo correcto y algo estúpido en tal manera de entender las cosas. La parte correcta consiste en que TRIZ, efectivamente, pretende que salgamos de nuestras cabezas, de nuestro modo habitual de pensar, de nuestra zona de confort, de nuestros prejuicios y nuestras preconcepciones. TRIZ funciona de mala manera si uno se lleva a ella el enfoque tradicional. De hecho, TRIZ no funciona en tales casos. Su objetivo primario consiste en romper lo que Altshuller llamó la “inercia psicológica”, sobre cuya naturaleza limitadora ya hemos hablado varias veces aquí. Se puede decir de otra manera, podemos utilizar TRIZ en el solitario aislamiento de un pueblecito de Sevilla o en la comunidad de un salón de actos, no hay límite alguno en el número de personas que pueden colaborar en la puesta en marcha de sus procedimientos, incluso se lo puede entender secuencialmente y que alguien en la isla de Jurong lo inicie en enero de este año y lo termine otra persona en Pensacola cinco años después. A Altshuller le gustaba llamar a TRIZ “la ciencia exacta de la creatividad”. Si los puntos de partida coinciden y los procedimientos se han aplicado adecuadamente, debe haber equivalencia en los resultados. Y si tal cosa no ocurre, las personas que han llegado a resultados distintos no necesitarán argumentar ni disputar largamente, sino tomar un lápiz y decir: calculemus.

   Sin embargo, parece estúpido afirmar que porque dos personas utilicen la misma regla para medir cosas diferentes “ha medido” la regla y no las personas o que “el método científico” ha producido las diferentes teorías que reconocemos que caen en las disciplinas científicas y no las personas con cuyos nombres las adornamos o que el destornillador y no yo, ha aflojado el tornillo. Para quien trabaja con TRIZ, desde luego, la experiencia no cae dentro de las categorías de la despersonalización ni de la burocratización de la creatividad como sí sentían los conejillos de indias de Johannes Müller sometidos a su implacable Heurística Sistemática. Bien al contrario, se trata de una mezcla de gozosa satisfacción y sorpresa, porque, con mucha frecuencia, uno piensa: “no, la solución no podía ser tan fácil de obtener”. De hecho, el gran problema con TRIZ no consiste en si funciona o no, no consiste en si las soluciones que halla tienen un carácter creativo o no y ni siquiera en si puede considerárselas adecuadas o no. El problema con TRIZ consiste en que genera tal explosión creativa que sobrepasa ampliamente el umbral de creatividad que cada uno de nosotros, nuestras instituciones académicas y nuestras muy libres y capitalistas sociedades pueden soportar.

domingo, 17 de enero de 2021

Perdidos en la traducción (5)

   Puede definirse a los hermeneutas como aquellos que creen desesperadamente en la traducción perfecta. Entienden por traducción perfecta, la que vierte, palabra por palabra, frase por frase, línea por línea, lo escrito en una lengua a otra. A poco que haya un desvío, un matiz, una función no completamente biyectiva entre un término y otro, desesperan de cualquier apaño y proclaman el infantil “¡nunca jamás!” respecto de la posibilidad de que los hablantes de una lengua entiendan propiamente lo que dicen los hablantes de otra. Creen los hermeneutas, que las lenguas “son”. “Son inconmensurables”, “son formas de vida”, “son lo mismo que la cultura”, “son limitadoras del pensamiento”. Las conciben, encerradas entre las tapas duras de los libros, perfectamente tangibles y delimitadas, ajustadas exactamente a los estrictos cajoncitos de sus limitadas molleras, como quienes las defienden en nombre de una patria. La realidad, por lo tanto, les parece demasiado compleja, los marea, así que se han dedicado durante medio siglo a darle vueltas al sexo de las interpretaciones mientras en el mundo real los bárbaros asedian las puertas del Capitolio. Para exorcizar sus demonios, vamos a dejar que las palabras hablen, que hablen de nosotros, que nos saquen las vergüenzas, que denuncien ellas mismas esos engaños por cuya proclama los filósofos vigesimicos recibieron notables emolumentos. Convoquemos, pues, algunas de esas palabras contenidas en webs maravillosas como https://www.infoidiomas.com/blog/6211/palabras-raras-en-espanol/, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/antiguas-palabras-castellanas/html/ o https://www.bbc.com/mundo/noticias-51156550.

   “Bluyin”, por ejemplo. ¿Qué significa “bluyin”? ¿Tiene que ver con los niños a los que les roban el bocadillo en los recreos? No, más bien, “bluyin” tiene que ver con las Investigaciones filosóficas. Wittgenstein decía allí que se trataba de un semillero de ideas para pensar y, con bastante humildad, insinuaba que “para algunas palabras su significado es su uso”. Los filósofos del siglo pasado, incapaces de pensar mientras contemplaban, absortos, sus pantallas, lo tomaron por un recetario, recortaron la afirmación wittgensteniana, demasiado larga para recordarla, y se quedaron con que “el significado es el uso”. Cuando llegó la Transición española, la Real Academia encargada de velar por nuestro idioma, decidió que debía mostrar su progresismo, sumándose al cacareo generalizado de los filósofos, con el beneficio consiguiente de trabajar menos cobrando lo mismo. Se lanzó entonces a sancionar como correcto cualquier cosa que los hablantes usaran. Ya he explicado que constituye una buena propedéutica preguntarle a cualquier lorito que repita lo de que “el significado es el uso”, ¿el uso impuesto por parte de quién? ¿el uso impuesto con qué finalidad? ¿el uso por cuánto tiempo? Los académicos de la desdichada lengua española, obviamente, no llegaron a tanto. “Bluyin” entró al diccionario de la RAE como castellanización de blue jeans, con la excusa de que constituía el uso común. Bien, ya no constituye el uso común y, sin embargo, ahí se nos ha quedado este horrible palabro entre las sacrosantas páginas que definen qué debe entenderse por “español”.

   La humildad de Wittgenstein al hacer propuestas provenía de que una parte trascendental de la vida de nuestros usos lingüísticos quedaba sin explicar en sus textos: su historia. De creerle, las palabras aparecen por generación espontánea y se extinguen por aniquilación divina. La competencia entre palabras por designar las mismas cosas y, todavía peor, la avaricia de las palabras por designar cosas distintas, apenas si podía describirla por ese “parecido de familia”, que, de tomarlo en serio, colocaría en el mismo árbol genealógico a las golondrinas y los aeroplanos. Por “avión”, en efecto, cabe entender en español, tanto a cierta simpática avecilla (delichon urbicum) como a un subgénero de máquinas voladoras. A Wittgenstein el "parecido de familia" le valía para no entretenerse demasiado y seguir avanzando en sus especulaciones, pero a quien quiera pensar desde él y no repetir sus consignas, le interesará saber que el segundo significado ha acabado arrinconando al primero porque “avión”, cuatro siglos atrás, designaba por igual a golondrinas, vencejos y aves semejantes, frecuentes en estas tierras. Y ahora, hagámosle la pregunta a cualquier hermeneutilla de esos que te zampa lo de “los tipos de racionalidad” antes de que se persigne un cura loco: si un autor del siglo XVI realizara la afirmación de que “en estos cielos abundan los aviones y en estas tierras las azafatas” y tuviésemos que reeditar dicho texto en nuestra época, ¿deberíamos dejar la palabra “avión” tal cual en el texto? ¿y la de “azafata”? Recordemos, no hay notas a pie de página. Una nota a pie de página indica que dos términos no significan exactamente lo mismo y que, por tanto, nos enfrentamos a una inadecuación entre lo escrito originalmente en el texto y el contenido del mismo que se hará circular entre nosotros. Sin embargo, una nota haría falta, al menos, para explicar que las azafatas de la época constituían un cuerpo al servicio de la Casa Real formado en su mayoría por viudas nobles. 

   Tomemos ahora una frase bizarra, pero bizarra en el sentido actual, “rara” o “extraña”, no lo que significaba en el siglo XVIII, “generosa”, “gentil”, o “lozana”, una frase del tipo: 

“ese nefelibata subido en un burdégano que se ve a través del bocín, en realidad es un agibilibus”. 

¿También deberíamos dejarla tal cual en nuestro texto? ¿no deberíamos añadir alguna notita a pie de página? Mejor aún, ¿no deberíamos sustituir sus sonoras palabras por una terminología algo más de uso común hoy día? Pero, ¿cómo lo haríamos? “Nefelibata” designa a una persona con aire soñador y, como “agibilibus” (persona ingeniosa, muchas veces en el sentido de “pícaro”), se han convertido en términos destinados a desaparecer de nuestro acervo lingüístico. El caso de “burdégano” resulta todavía mejor. Los burdéganos aparecen como consecuencia de cruzar un caballo y una burra, algo para lo que no hay ni nombre, ni experiencia, ni, dentro de poco, realidad designada. Y exactamente lo mismo ocurre con “bocín”, el hueco en los pajares para introducir en ellos la paja. Si tuviéramos que convertir en un texto destinado a circular por las pantallas de nuestros dispositivos, ¿por qué palabra del castellano que manejamos habitualmente sustituiríamos “bocín”, “besana”, “cilla”, “fonsadera”, “fumadga”, “infurción”, “merindad”, “morcajo”, “moyo”, “rabadán”, “toquilla”, etc. etc.? Porque, si algún hermeneuta respondiese que no existen palabras con exactamente el mismo significado por las que reemplazarlas, entonces tendría que conceder que entre el español actual y el que se hablaba dos siglos atrás hay la misma inconmensurabilidad que entre las lenguas europeas y el swahili.