domingo, 14 de febrero de 2021

La noche de los cocodrilos.

   La isla de Ramree está situada en las costas de Birmania, el país ese en el que un ejército habituado a las violaciones de todo tipo ha llegado a la conclusión de que diez años de experimento democrático ya son demasiados y ha dado un nuevo golpe de estado. Con un área de unos 1350 Km2, los principales núcleos poblacionales son la ciudad que da el nombre a la isla y Kyaukpyu, con puerto, aeropuerto y punto de partida de un a modo de carretera que conecta con el territorio continental pasando a través de los manglares que recorren el centro de la isla. Propiamente no se trata de un territorio selvático, pero sí de una zona de abundante arboleda adaptada a tierras y aguas salobres. A finales de 1944, conforme se internaban en Birmania y se alejaban de sus bases en la India, los ingleses comenzaron a necesitar aeropuertos avanzados que les permitieran avituallarse y atacar las posiciones japonesas. Kyaukpyu apareció entonces como un objetivo apetecible y contra ella lanzaron la “Operación Matador” en enero de 1945. La llegada de informes que señalaban el movimiento de unidades de artillería japonesas a la costa, hizo preceder el ataque anfibio del 21 de enero con un fuerte bombardeo desde mar y aire. En cualquier caso, siguiendo su estrategia habitual, los japoneses no pusieron muchos obstáculos para el desembarco de tropas, replegándose a posiciones defensivas en el interior. Hacia el 7 de febrero, el ejército británico, que comprendía unidades indias, canadienses y sudafricanas, había conseguido envolver las posiciones japonesas dejándoles como única salida la retirada hacia el este, hacia el territorio continental. Lo que pudiera entenderse como una batalla con líneas definidas, había terminado y todo se convirtió en una operación de limpieza por parte británica y en una, como siempre, feroz resistencia japonesa en forma de guerra de guerrillas. El 11 de febrero, las tropas japonesas asentadas en territorio continental lanzaron un ataque en un intento de abrir una vía de comunicación con sus tropas en retirada. El ataque fracasó y el 17 de febrero los británicos habían completado el cerco en torno a ellas.

   Con todo lo que pudiera entenderse por “vía de comunicación” a merced de las tropas británicas, unos 900 soldados japoneses se internaron en los manglares, muchas veces cubiertos por el barro hasta más arriba de la cintura, sin agua, atosigados por mosquitos transmisores de enfermedades tropicales, rodeados de serpientes extremadamente venenosas y de no menos venenosos escorpiones, mientras se acercaban poco a poco hacia los  territorios de un enemigo aún peor: los cocodrilos. Aquí tenemos que hacer un alto para entender a qué nos referimos con “cocodrilos”. Por mucho que en el Norte de Australia se los llame “alligator”, el saurio endémico de esa zona del mundo es el Crocodylus porosus, más conocido como cocodrilo poroso, cocodrilo de agua salada o cocodrilo de estuario. Se trata del cocodrilo (y del reptil) más grande de cuantos existen. Los machos superan con facilidad los seis metros y se han avistado ejemplares de unos 8 metros y un peso estimado de dos toneladas. Sin embargo, son extremadamente rápidos tanto en agua como en tierra, además de expertos nadadores, hasta el punto de que se los puede ver en mar abierto, por lo general, buscando presas o territorios más ricos en las mismas. Sus mandíbulas, con 66 dientes, son capaces de ejercer una presión equivalente a 1770 Kg lo cual convierte su mordida en la más poderosa existente, hasta el punto de que es capaz de destrozar el cráneo de un humano adulto sin mucha dificultad. De hecho, hablamos de uno de los pocos depredadores que existen que caza seres humanos. Frente a los búfalos indios con los que suele enfrentarse, la resistencia que ofrecemos nosotros debe parecerle anecdótica. En realidad es un voraz depredador que varía la técnica para matar a sus presas en función del tamaño de las mismas y que no duda en actuar como carroñeros, devorar ejemplares jóvenes de su propia especie, comer peces y mariscos y hasta atacar tiburones cuando la comida en tierra escasea. Únicamente los tigres se atreven con ellos cuando se encuentran con ejemplares de menos de cuatro metros en aguas poco profundas.

   El naturalista canadiense Bruce S. Wright, presente como integrante de las tropas británicas en la isla, contó en Wildlife Sketches Near and Far, de 1962, que en la noche del 19 de febrero de 1945, el silencio nocturno de los manglares se vio roto por gritos de pánico de los soldados japoneses y numerosos chapoteos en el barro. Con las primeras luces del día y la bajamar, los buitres dieron cuenta de decenas de cadáveres. De hecho, de los casi mil efectivos que se habían internado en los manglares, los británicos sólo acabaron capturando una veintena. El resto habría caído presa de los cocodrilos en lo que el libro Guinness de los récords califica como “la peor matanza de seres humanos por parte de animales” de la historia. La descripción de Wright generó rápidamente una polémica sobre su veracidad.  La “Burma Star Association”, formada por antiguos combatientes de las operaciones en Birmania, no dudaron en confirmar su versión. Otros encontraban poco creíble que en Ramree pudiera haber cocodrilos suficientes como para acabar con mil soldados. Algunas versiones afirman que entre 500 y 700 pudieron haber burlado el cerco británico, pero lo cierto es que no volvió a haber rastro de ellos después de aquella noche, hasta el punto de que el día 22 de febrero se dieron por concluidas las operaciones en Ramree. En 2001, un artículo basado en entrevistas con habitantes de la isla, ponía en duda las palabras de Wright y su propia presencia en primera línea de los acontecimientos, a la vez que certificaba que un pelotón de entre 10 y 15 japoneses murieron atacados por los cocodrilos en aquellas fechas. Los hechos resultaron imposibles de contrastar con los testimonios de los soldados japoneses. Deshidratados, enfermos, todos ellos presentaban lo que los informes militares británicos calificaban de “deficiencias psicológicas”.

   De los cocodrilos de Ramree, poco queda ya. La aparición del libro de Wright coincidió con la época en que comenzó su caza sistemática y después de los años 80 del siglo pasado, apenas si se los avista ocasionalmente en la isla, lo cual no impide que alguna publicación siga incluyendo a Ramree entre las “islas más peligrosas del mundo”.

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