Oficialmente hoy se clausuran los Juegos Olímpicos de Río 2016, aunque lo que realmente se clausura es el derecho de las mujeres deportistas a tener minutos de televisión y portadas de prensa. Resulta patética la cantidad de tinta que se está dedicando a buscar machismos debajo de los botones, mientras quienes cobran subvenciones por escribir semejantes cosas se tapan la cara para no ver el machismo en alta definición que aparece sobre las cincuenta y cinco pulgadas de sus televisores. Suele decirse que durante la mayor parte del año “deporte” significa “fútbol”, pero es mentira. “Deporte” significa “fútbol masculino”, porque hay poderosas ligas de fútbol femenino, que no merecen ni un segundo de atención mediática.
Sí, ya me conozco la retahíla: las mujeres tienen menos masa muscular y, en consecuencia, las deportistas son menos veloces y saltan menos. Si de verdad se cree semejantes tonterías y es seguidor de algún equipo de fútbol de la parte media/baja de la tabla, me gustaría ver a su equipo enfrentado no ya contra la selección alemana o sueca, que sería injusto, sino contra las Portland Thorns o el equipo de Washington de la National Women Soccer League de los EEUU. O, mejor aún, me gustaría verle intentando encestar una canasta ante Brittney Griner o jugando de boya en un partido de waterpolo femenino. Griner ya ha lanzado el reto de jugar un una contra uno con DeMarcus Cousins, la emergente estrella de los Sacramento Kings. Sus compañeros de la NBA, acostumbrados a considerar sinónimos “mujer” y “juguete sexual”, se han reído de ella, pero yo, viendo cómo Pau Gasol, literalmente, a la pata coja, se merendó a Cousins, sería mucho más precavido. La Srta. Griner pertenece a la única competición femenina que uno puede seguir con cierta regularidad... pagando, claro, porque el deporte femenino no se puede conseguir ni pirateando. Llegará el día en que alguna de las que tan bien viven con las subvenciones que obtienen por hacer historia de ciencia de género decidirá rendir algún servicio a su supuesta causa y pondrá números a cuántos eventos deportivos femeninos pueden conseguirse en esa maravillosa plataforma de difusión de deportes minoritarios que es Rojadirecta. Y eso que estamos hablando de la WNBA que, salvo por la cantidad de tacones altos que hay en los banquillos, resulta comparable con cualquier liga nacional.
Supongamos que, efectivamente, el razonamiento de los músculos es válido en el deporte. En la WNBA, hay equipos con entrenadores masculinos y femeninos, ¿cuántas entrenadoras hay en las competiciones masculinas de cualquier deporte? Muchas atletas tienen un entrenador, en bastantes casos, su marido o pareja. Resulta lógico, ¿no? Pero ¿por qué resulta lógico? ¿porque una mujer tiene siempre que tener un tutor? ¿Insisto, cuántos atletas, cuántos equipos masculinos, tienen una entrenadora? ¿Acaso se me va a argumentar que el músculo da conocimientos tácticos? “Es que no la respetarían”, se me dirá. Está muy bien, pero, ¿no se la respetaría porque los deportistas consideran que no se debe respetar a una mujer? ¿porque los aficionados al deporte y, particularmente, al fútbol, creen que no se debe respetar a las mujeres? ¿porque las mujeres no son respetables? ¿porque las mujeres no imponen respeto? ¿Hillary Clinton no impone respeto? ¿Angela Merkel no impone respeto? ¿Es más fácil para una mujer dirigir un país que entrenar un equipo o a un solo atleta? Si se ponen por ley cuotas de mujeres en los consejos de dirección de las empresas, en las listas electorales de los partidos políticos, ¿por qué no se ponen en los banquillos? ¿porque eso podría empezar de verdad a cambiar las mentalidades y lo que se quiere es seguir repartiendo subvenciones entre los/as amigotes/as sin cambiar nada?
Soy lo suficientemente viejo como para conocerme muy bien el argumento de “no son lo bastante buenas”. Lo empleó Inglaterra para no participar en los primeros mundiales. Al fin y al cabo, habían inventado el fútbol, ¿quién podría hacerles sombra? Pues miren el historial de los mundiales y vean cuántos han conseguido ganar. Cuando Michael Jordan asombraba con sus vuelos, su equipo era declarado, año tras año, “campeón del mundo”. Después alguien tuvo la idea del trofeo McDonald́s y los equipos de la NBA comenzaron a venir por Europa como parte de su preparación. Al principio, no ocurrió nada distinto de lo que cabría esperar. Pero una tarde en París, el Joventut de Badalona le plantó cara a Los Angeles Lakers y Magic Johnson tuvo que sudar lo que no hay en los escritos para que su equipo ganase. Otros tomaron ejemplo y las derrotas de los equipos NBA comenzaron a hacerse habituales. Por aquel entonces a jugadores como Fernando Martín o Drazen Petrovic se los trataba en los EEUU como si fuesen tarados precisamente porque no tenían músculos suficientes para defender. Hoy vivimos la otra cara de la moneda y los equipos norteamericanos se pirran por fichar jugadores europeos. Pues bien, déjese a las mujeres competir con hombres de modo regular, permítaselas entrenar con ellos, formar parte de los equipos masculinos en igualdad de condiciones y ya veremos cuánto tarda en surgir la sorpresa. Con toda seguridad, tardará menos de lo que piensan. Esas mujeres deportistas, esas mujeres cuyos triunfos ningunean sus compañeros varones, esas mujeres cuyas marcas están tan lejanas de las masculinas, esas mujeres a las que se cuestiona que deban ganar lo mismo que los hombres, la mayoría de esas mujeres, han llegado ahí por estar hechas de una pasta mucho más dura que la de los machotes que se ríen de ellas. Tuvieron que aficionarse al deporte sin tener otro referente que no fuese un hombre, porque, probablemente, ni conocían el nombre de ninguna mujer que practicara su disciplina, no vamos a decir que pudieran encontrar un miserable póster que colgar en su habitación de alguna de ellas. Tuvieron que pelear con un entorno familiar que difícilmente entendería el deporte más que como una distracción de las labores que propiamente les correspondían. Tuvieron que escuchar bonitos epítetos como “marimacho” por dedicarse a algo que no se esperaba de ellas. Tuvieron que encontrar pareja en un entorno que sólo podía ser el deportivo, pues pocos hombres ajenos a ese círculo tolerarían tales aficiones. Y, a la vez, tuvieron que entrenar y competir como cualquier hombre. ¿De verdad me van a contar que merecen ganar menos dinero, tener menos atención mediática, recibir menos elogios por sus logros?
No quisiera terminar sin lanzar una propuesta digna de un neomachista como yo. Las muy feministas miembras de la gobierna andaluza que cargan al presupuesto público un departamento de igualdad que lo único que hace es asegurarse de que en cada ley que se aprueba se diga “el/las”, “alumnos/as”, “mujeres/hombres”, etc. tal vez harían mejor en dedicar ese dinero a que nuestra televisión pública andaluza emitiera cada día de la semana un evento deportivo femenino. Con toda seguridad no acrecentaría demasiado el bochornoso agujero presupuestario que luce y si preocupa la posible caída en la audiencia que inicialmente provocaría, dudo mucho que pusiera en peligro el mayor logro que la caracteriza hasta ahora: ser la cadena más vista en los geriátricos.