En las dos entradas anteriores vimos cómo el determinismo genético, al igual que el resto de determinismos, lejos de basarse en “hechos científicos”, sigue a la espera de que aparezca algún hecho en la ciencia que le preste cierto apoyo. La espera de los deterministas dura ya 25 siglos. No es exactamente una crítica. A mí me parece que un hombre debe luchar hasta lo imposible por aquello en lo que cree. Pero también me parece que un hombre debe saber cuándo, aquello por lo que lucha, es imposible. Veinticinco siglos de sospechas no confirmadas debieran haber bastado para abrirnos los ojos. Sin embargo, seguimos obstinándonos en que debe haber algo que determine nuestro comportamiento, como no determina el comportamiento de una partícula elemental. ¿Por qué?
Decía Sartre que el ser humano tiene miedo a la libertad y que se inventa todo tipo de cadenas para evitar reconocerlo. No hay más que ver a un niño pequeño para comprender en qué consiste ese miedo. Puede alejarse algo de los seguros brazos de su madre para explorar el ancho mundo, pero en cuanto juzga difícil el regreso, corre angustiado al punto en que la dejó. No nacemos amando ni deseando la libertad. Nacemos con el deseo de seguridad, como desvalidos primates que somos. El amor a la libertad hay que enseñarlo, hay que inculcarlo en las cabezas, de lo contrario las sociedades se plagan de treintañeros que viven con sus padres.
Sí, es cierto, quien más quien menos, habla de su libertad, de su derecho a tomar decisiones por sí mismo y todas esas cosas. Tómese la molestia en señalarle el correlato inevitable de la libertad, la responsabilidad, y podrá ver cómo demuda el color de sus mejillas. El miedo a la responsabilidad, el terror a ser responsables, no es sino otro aspecto de ese atávico miedo a la libertad de que hablaba Sartre. Nadie está libre de ese miedo. Hay quienes ambicionan cargos con capacidad de decidir, quienes dicen anhelar esa responsabilidad. Ninguno de ellos cuenta sus noches de desvelos ante la exigencia de tomar una decisión clave y, sobre todo, ninguno de ellos tardará más de dos minutos en echarle la culpa a otro de todo lo que ha ocurrido tratando de eludir esa responsabilidad que tanto ambicionaba. Y, aquí llegamos al punto clave. Haga un repaso somero de todos sus fracasos, de todas sus decisiones desastrosas, de todos los errores que ha cometido en la vida. Analícelos detenidamente. ¿De cuántos fue Ud. el único y verdadero responsable? La respuesta que acaba de dar es exactamente la misma que han dado todos los lectores que han llegado hasta este párrafo. De hecho, es la que yo daría. En el fondo, yo no fui responsable de engañar a mi mujer, ni de traicionar a mi mejor amigo, ni de arañar aquel coche. Fueron las circunstancias, las compañías, mis mejores intenciones, la emoción del momento, la sociedad, los funcionarios, el sistema, el mundo o el big bang. ¿No sería maravilloso que ésta fuese la realidad? ¿No sería maravilloso que, realmente, no fuésemos responsables de nada porque no fuésemos libres?
La democracia directa es técnicamente posible. Bastaría abrir una página en facebook en la que colocar todas las propuestas de leyes que cada cual tuviera a bien inventarse. Se podría hacer lo mismo con el monto del dinero recaudado o con los tratados a firmar con otros países. Un gabinete jurídico se encargaría de ver el ajuste de lo propuesto con unos principios constitucionales mínimos, emitiendo un dictamen al respecto. Por supuesto, tal dictamen sería susceptible de revisión por quien quisiera hacerlo, presentando alegaciones al mismo. Una votación previa daría forma definitiva a la propuesta de ley o de gasto o de tratado para que ésta fuese votada antes de pasar automáticamente a entrar en vigor. La votación se realizaría a través de Internet. Se pondría una fecha tope para que todo el mundo emitiera su voto. Con certificados digitales, DNI electrónicos o cualquier otro procedimiento se podría garantizar la limpieza de la votación. Cada cuatro o cinco años se votaría la formación de un gobierno cuya única tarea sería garantizar la ejecución de lo aprobado. Ya tenemos nuestra democracia directa diseñada. ¿Qué ocurriría si entrara en vigor? Dígamelo Ud. ¿Cuántas veces visitaría esa página web para leer las nuevas propuestas legislativas o hacer las suyas propias? ¿Cuántas veces participaría en las votaciones correspondientes? Es más fácil ser dirigido, es más fácil ser gobernado, es más fácil estar sometido a un sistema corrupto y después quejarse por su corrupción sin hacer nada para cambiarlo.
Juan Crisóstomo Arriaga escribió una ópera titulada Los esclavos felices y yo creo que es verdad, los seres humanos hemos sido educados para ser esclavos felices. Piénselo, un esclavo no tiene que preocuparse del futuro, no tiene que pensar en qué ocurrirá mañana, no tiene que apechugar con la responsabilidad de sus acciones, nada de lo que haga tendrá una consecuencia definitiva sobre su vida porque, simplemente, ésta no le pertenece. Entre tomar las riendas de nuestra vida y construirla a nuestro gusto sin tener en cuenta más que nuestra propia voluntad de decidir y agachar la cabeza ante lo dado y pensar que, hagamos lo que hagamos, las cosas sólo cambiarán si está escrito que cambien, ésta última es la mejor opción, la más simple, la más fácil, la más gustosa, la más... liberadora.