sábado, 24 de noviembre de 2012

Illusions (y 2)


El problema no es el Fallen Soldiers de Audiomachine, ni su Danuvius, ni siquiera Final Hope. El problema no es Audiomachine, ni  Immediate Music, ni X-Ray Dog. El problema empieza con Two Steps From Hell. Tomemos un "disco", cualquiera, Nero, por ejemplo, su audición es perturbadora. Es lo de siempre, épica impostada, una treintena de temas todos iguales, todos in crescendo, todos asegurándose apelar a emociones básicas por la contraposición entre los sonidos de los tambores y las voces femeninas, todos por debajo de los cuatro minutos. Pero la reiteración no produce cansancio, bien al contrario, el oyente espera ansiosamente el inicio del siguiente tema. Hay algo en ellos, algo que reclama eximirlos de la falsedad implícita en ser música para un producto aún no creado y hasta de la mercantilización. Y ese algo se llama Thomas Bergersen
Bergersen maneja las orquestas y los coros con la frescura con que los niños manejan sus espadas de madera. Sabe dónde debe ir cada cosa, conoce perfectamente qué está haciendo y a qué está jugando. Y, por encima de todo, Bergersen es como Dvorak, le crecen las melodías con la misma facilidad con que a los demás nos crece el cerumen de las orejas. En Nero hay melodías suficientes para toda la carrera de cualquier otro compositor y ello pese a que, según declara, desecha nueve de cada diez temas que se le ocurren. Vivimos en una época en que los musicólogos, empezando por Adorno, han condenado por estúpida cualquier cosa que suene melodiosa. Vivimos en una época en que todo género de papanatas se ha aprovechado de esta sentencia para convertir la música clásica en instrumento de su onanismo mental bajo la excusa de que, después de los conciertos de Schumann, se han agotado las posibilidades de hacer nuevas cosas dentro de la música tonal. Vivimos en una época en que las melodías que suenan por la radio apenas alcanzan la talla del soniquete de una lata cuando uno elimina el refuerzo de graves de su reproductor. Vivimos en una época en que el rock es demasiado viejo (y si no me creen, miren la cara de Mick Jagger), las vanguardias son pelucones empolvados, la música new age anestesia más que emociona y en el pop está permitido todo menos la originalidad. En un panorama tal, puede entenderse fácilmente que la música compuesta por Bergersen para traileres no tenga dificultades para llegar a los primeros puestos de iTunes.
Entre los especialistas, se esperaba de él un disco en serio, un álbum de verdad. Lo hizo el año pasado. Se llama Illusions. Son “sólo” 19 temas. Bergersen parece, una vez más, un niño. Quiere probarlo todo, quiere experimentarlo todo, quiere hacer las cosas muy rápido, añadir más y más condimentos al plato que está guisando. Se le nota demasiado el medio del cual proviene y aún no ha abandonado los convencionalismos que lo caracterizan. Le falta calma para desarrollar los temas, le falta perder el miedo a componer algo por encima de los tres minutos, le falta comprender que menos es más. Le sobra percusión, le sobran coros (dobles), le sobran efectos de estudio. No es un álbum de madurez. Pero esto, que en cualquier otro compositor podría ser una crítica demoledora, en Bergsersen es, simplemente, una promesa de futuro, pues aquí el muchacho tiene treinta años o, en términos musicales, es poco más que un bebé. Ahora bien, un bebé capaz de regalarnos este Gift of life. Escuchando este tema, como muchos otros de este disco, uno no puede evitar quedar atrapado en un dilema peliagudo. Sí, es una épica sin sentido. Sí, es música hecha para ser vendida. Por supuesto que son melodías, aunque no pueda haberlas después de Auschwitz. Pero es música hermosa, muy hermosa. Por tanto, ¿es arte?


domingo, 18 de noviembre de 2012

Illusions (1)

   Hace tiempo que Adorno denunció el hecho de que la música había dejado de ser una creación estética para devenir un simple producto del mercado. Todo cuanto pudiera haber en la música de originalidad, de esfera autónoma hecha por sujetos no sometidos a estándares, ha desaparecido. Ya no se trata de ofrecer alternativas a la realidad, es pura duplicación de la realidad, una copia tosca y embustera que no duda en autoproclamarse superficial y frívola porque lleva en su seno su inmediato recambio, otra copia no menos superficial y frívola, pero sutilmente modificada respecto de la anterior. La música de la industria resulta así inseparable de la moda. Como en todo mercado debidamente estandarizado, los consumidores no pueden dejar de pedir los mismos platos precocinados de siempre, si bien bajo envases distintos para impedirles caer en la abulia compradora, pues estamos convencidos de que el envase es el producto como el medio es el mensaje.
   El caso más típico de cuanto venimos diciendo, señala Adorno, es el de las bandas sonoras. La música, aplicada al cine, sólo tiene valor por su capacidad de estimular al espectador, de restablecer la continuidad rota con la sucesión de planos, de constituirse en un elemento dramático en el desarrollo épico y elemento épico en el planteamiento dramático. De hecho, la etiqueta "banda sonora" no designa tanto una parte común a todas las películas, como una cierta forma, muy común, de hacer música. Mientras las mejoras técnicas permiten películas inimaginables hace 50 años, esas mismas películas se siguen acompañando de la música de hace 50 años y con idéntica función: ocultar la absoluta vaciedad de los diálogos, la intrascendencia de la acción.
   La manera tradicional de entender la música cinematográfica está basada en una idea wagneriana. Cada pasaje de la partitura debe ser sobrecargado de significaciones para convertirlo en una representación simbólica de un personaje, una situación, o, más aún, una cualidad metafísica. Hay que hacer de la música mero instrumento intensificador de las imágenes, arrebatándole cualquier capacidad para enfrentarse a ellas. En la práctica, a lo que conduce la idea wageneriana, es a una inevitable mentira, pues, en las producciones al uso, el compositor puede sentirse feliz si logra ver una vez la película ya montada antes de componer la partitura.
   El devenir de los acontecimientos, medio siglo después de Adorno, ha convertido sus textos en un fiel reflejo de la realidad. Tenemos, por una parte, los intentos por hacer música de un modo diferente, asfixiados por una industria musical a la que su declive no ha privado de su capacidad para imponer gustos. Tenemos, por otra parte, músicos que componen con el único fin de que alguna empresa anunciante se ponga en contacto con ellos para licenciar una de sus piezas. Esto ha originado todo un subgénero musical, las músicas para los traileres de las películas. El trailer de una película se hace antes de que ésta se estrene y, con frecuencia, antes de que se le hayan dado los retoques finales. Por tanto, mucho antes de que ningún compositor haya sido contratado para su banda sonora. Por otra parte, las necesidades de la industria son muy diferentes en el caso de una banda sonora y un trailer. No es lo mismo la sucesión de imágenes de un par de minutos que, en la mayoría de los casos actuales, resumen fielmente la película, que la hora y media en la que este relato se amplía (sin, por supuesto, complicarse). Toda una pléyade de músicos se han embargado en la tarea de proporcionar a la industria música compuesta no para ese trailer, sino para cualquier trailer o para cualquier anuncio, o para cualquier juego. Música que tiene que fingir su adecuación a lo narrado del mismo modo en que una prostituta finge sus orgasmos para su cliente.
   El modo de hacerlo obedece a unos estándares perfectamente establecidos: una orquesta wageneriana, es decir, ampliada hasta el extremo; un coro, doble, de voces femeninas; un refuerzo doble o triple en la sección de timbales; y un crescendo de no más de tres minutos. Es recomendable una pausa, o dos, para acentuar la sobrecarga sonora que se aproxima hacia el final. El resultado es lo que se ha dado en llamar "música épica" y que se ha convertido en un género en alza. Dicho de otro modo, el pobre espectador termina apabullado, aplastado en su asiento por una contundencia musical que ya hubiese querido Bruckner para sus sinfonías. Sin saber muy bien qué se le ha venido encima, será incapaz de formarse una idea clara de si la película prometida merece el dinero que debe gastarse en ella, que es, precisamente, lo que se pretendía. Por lo demás, con unos mimbres como los mencionados resulta extremadamente fácil introducir pequeñas variaciones para fabricar centenares de títulos en el plazo de unos pocos años. Lógicamente, si uno tiene ciertas nociones musicales y un par de centenares de músicos a su disposición (o un medio electrónico para simularlos), al cabo de dos o tres cientos de pequeñas variaciones sobre el mismo tema, inevitablemente, acabará por fabricar alguna que otra pequeña joyita. No tienen más que escuchar el Fallen Soldiers (por supuesto, sin percusión), de Audiomachine. Pero si ésta fuese toda la historia, yo no me habría molestado en escribir una línea sobre ella.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El perroflautismo, una enfermedad contagiosa

   Hay enfermedades que han marcado épocas enteras. Fue el caso de la peste, de la tuberculosis, de la sífilis y del SIDA. El perroflautismo va camino de convertirse en la enfermedad de la nuestra. Los síntomas son bien conocidos. El sujeto que la padece desarrolla multitud de intolerancias y alergias, reaccionando con virulencia ante la policía, las órdenes, el trabajo y todo lo que huela a valores establecidos. Es una enfermedad típica de jóvenes y suele desarrollar en ellos ese característico gusto por las rastras, las flautas y los perros que le dan nombre. Más que un piso, una cuenta corriente y una hipoteca, estos jóvenes aman el nomadismo. Es bien conocido que todo imperio tiene como subproducto suyo una serie de pueblos nómadas que viven en su frontera exterior y/o en el interior de sus territorios. Son siempre lo otro, los no sometidos al sistema, aquello contra lo que hay que combatir y que, precisamente por eso, acaban por servir para que el imperio defina sus límites. Como tales, no son lo contrario a él, sino, precisamente, una de sus partes constitutivas, por lo que la presencia de estos perroflautas en las plazas públicas, en las calles, en las fiestas de los pueblos, no dejaba de ser una anécdota.
   Un día, unos opinadores profesionales de esos que llenan las radios españolas (¡si Platón levantara la cabeza!), ante la evidencia de que sus oyentes habían dejado de seguir las consignas predigeridas que acostumbraban poner en sus cabezas, diagnosticaron un perroflautismo generalizado en las manifestaciones populares del 15 M. Cierto que en ellas no sólo había jóvenes, no se escuchaban flautas y los perros brillaban por su ausencia. Sí había un regusto contra lo establecido, ese juvenil aire de querer cambiar las cosas, un deliberado intento de anteponer las personas a las cifras, las ideas a las monedas, la decencia a la conveniencia. Se trataba, desde luego, de la mutación del agente patógeno original, una mutación que lo convertía en mucho más peligroso. Primero porque se difundía de un modo exponencial por las calles y las redes sociales. Segundo porque ya no afectaba a grupúsculos nómadas, cualquiera podía resultar contagiado.
   Desde entonces, la lista de enfermos de perroflautismo no ha hecho más que incrementarse, produciendo un impacto social cada vez más grande. Ha habido de todo: sindicatos policiales, familias enteras que acudían a las manifestaciones como si fuesen fiestas, economistas, desde premios Nobel como Joseph Stigliz a peces gordos de Intermoney como José Carlos Díez... El 25 de septiembre vimos algo difícil de olvidar. Los usuarios de la estación de Atocha en Madrid sufrieron un súbito contagio a resultas del cual se lanzaron a golpear salvajemente las porras de los antidisturbios con sus cuerpos. El último colectivo que ha resultado afectado ha sido el de los jueces. Ya hemos mencionado en este blog el caso del juez Pedraz, que ha sido para esta enfermedad lo que Rock Hudson fue para el SIDA. Más recientemente, un vocal, por lo demás, conservador, del Consejo del Poder Judicial, reconocía públicamente ser un afectado al pedir en un informe, nada más y nada menos, que cambios en las leyes sobre desahucios para proteger a los más desfavorecidos. Después, hemos sabido de jueces a los que "les pica la toga", de decanos del mismo cuerpo que piden por escrito el cambio de la ley, de sentencias que buscan resquicios en el marco legal existente... Es una demostración palpable de hasta qué punto es peligrosa esta enfermedad.
   Las leyes para facilitar el desahucio de los propietarios de una vivienda parecen ser uno de los pilares centrales de la convivencia y el buen orden en nuestro país. Lo demuestra el hecho de que tienen más de un siglo de antigüedad. Ni la República, ni Franco, ni los sucesivos gobiernos democráticos, por mucho que se proclamaran "de izquierdas", han alterado una sola coma de ella, no vaya a ser que los españoles lograran sacudirse los pesados grilletes de las hipotecas, que mantienen sus pies bien pegados al suelo. Hace unos meses, ese ejemplo de simpatía y buen humor que es el Sr. de Guindos, sufrió un leve episodio de perroflautismo y lanzó un manual de buenas prácticas para las entidades financieras en el que les pedía un poco de consideración. Afortunadamente para los hombres de bien de nuestra patria, se recuperó pronto y, desde entonces, no ha movido una ceja ni por los ciudadanos que se han tirado por el balcón cuando las fuerzas para mantener la seguridad del Estado (de cosas), es decir, la policía, acudía a echarlos de sus casas.
   Lo último es todavía peor. La enfermedad ha llegado a Europa. Nada menos que la Comisión Europea ha hecho saber al gobierno español que los propietarios que no pueden afrontar el pago de una hipoteca son, ante todo, clientes de una entidad, no delincuentes, y que en el corazón mismo de la legislación europea está el hacer, por lo menos, como si se protegiese a los débiles de los todopoderosos.
   Los políticos españoles, que empiezan a sentirse como los protagonistas de The Walking Dead, rodeados de enfermos por todas partes, han decidido que, lo mejor para escabullirse, es hacer como si ellos también estuviesen afectados. Ahí tenemos el bonito espectáculo del PPSOE, mostrándose como lo que son, una panda de medradores, que no dudan en salvarse la cara unos a otros, porque tienen intereses comunes, pactando una ley que no soluciona nada, pero disimula un montón. Semejante mendacidad no podía dejar de tener émulos y CiU ya ha anunciado su intención de subirse al carro, por el bien de los ciudadanos, claro. Lo que no está tan claro es por el bien de qué ciudadanos, los que no tienen para pagar una hipoteca o los que se están enriqueciendo con el sufrimiento ajeno. En cualquier caso, quede como quede la ley, difícilmente va a impedir que el perroflautismo se siga extendiendo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Hitos históricos

   El martes, es decir, el primer martes después del primer lunes de noviembre, como marca la tradición, será elegido el próximo gobernador del mundo por tres o cuatro años. Digo por tres o por cuatro años, porque si resulta reelegido Obama, siguiendo otra tradición, nadie le hará ni puñetero caso durante el último año de su mandato (dado que no puede ser elegido otra vez). En estas elecciones, los norteamericanos deberán optar entre un mormón y un negro. Alguien que no conozca demasiado la historia norteamericana las considerará unas elecciones con un resultado fácilmente previsible porque el negro, como en todas las series y películas, tiene que ser el primero en caer. En realidad, la cuestión es peliaguda. Optar entre Romney y Obama es algo así como elegir entre Zapatero (o Rubalcaba) y Rajoy, es decir, de ilusión nada de nada.
   Como decimos, Mitt Romney es mormón. En España eso suena a jóvenes altos y rubios, con impecables camisas blancas, que recorren la geografía peninsular sin ceder jamás el asiento en el autobús ni a las embarazadas. El hecho de que sólo vengan varones y que hayan conseguido con tanta facilidad permiso para construir un centro de culto nada más y nada menos que en el sevillanísimo barrio de la Macarena (nombre, por lo demás de una popular virgen), les da ya un cierto toque inquietante. A este respecto hay que recordar que los musulmanes siguen esperando permiso para hacer una mezquita en el mucho más periférico barrio de los bermejales.
   Pero si de verdad quieren que se les pongan los pelos de punta, busquen información acerca de la vida cotidiana en el Estado mormón por excelencia, Utah. La fachada es impecable: la menor tasa de delincuencia de los EEUU, parques y bosques a dos pasos de cualquier lado, leyes para regularizar a los inmigrantes ilegales... Tras la fachada las cosas cambian ligeramente. Si Ud. no es mormón y no tiene la menor intención de serlo, hará bien en visitar el consejo mormón de su localidad e informarles de ello. De lo contrario, sus compañeros de trabajo y sus vecinos, pueden hacerle un desagradable vacío. Niños y adolescentes no suelen tolerar bien a los que son diferenes, así que, normalmente, las cosas son más difíciles para ellos. Por lo demás, el consejo mormón es quien realmente toma las decisiones importantes siendo el gobernador del Estado su amanuense. Si se decide a escarbar aún más, encontrará que Utah no sólo está a la cabeza de las estadísticas que miden el bienestar ciudadano, también está a la cabeza en el consumo de pornografía y estupefacientes. Por si todo esto siguiera sin inquietarle, debería conocer las primeras etapas del movimiento mormón, las matanzas que sufrieron... y las que provocaron, dentro de lo que se llamó las "guerras mormonas".
   Pero la figura de Mitt Romney no se comprende únicamente sobre el trasfondo del mormonismo. Es lo más presentable que le quedó al partido republicano quitando a todos los candidatos tramontanos. Se dice de él que carece de principios. Sí los tiene o, más bien, lo tiene, en singular. Su actuación se rige siempre por el principio básico de cualquier buen político: lo que sea por pillar. Así se entiende su encendida defensa de la sanidad universal siendo gobernador y el famoso discurso en el que decía que su intención era gobernar para el 5% del país que producía riqueza y no para los que estaban acostumbrados a las subvenciones. ¿Por qué formó tanto escándalo este discurso? Muy fácil, en ese 95% de americanos perezosos, acostumbrados a vivir de las subvenciones, se incluyen los veteranos de guerra, las empresas dedicadas a la exportación, la gran industria aeronáutica y armamentística y la totalidad de campesinos de la América profunda, es decir, el 95% de los votos republicanos. ¿Le sorprende saber que los americanos que protestan contra una economía subvencionada son los que más subvenciones reciben? No es el único país en el que ocurre.
   La gran ventaja de Romney es que enfrente tiene a Obama. Todo el mundo esperaba grandes cosas de él y las hizo: fue elegido, ¿para qué más? Un presidente que por sí mismo es un hito histórico ya no puede hacer nada comparable a su propia presencia en el cargo. Obama forma parte de esa oleada de justicia histórica que ha llevado al poder a minorías marginadas desde que pasó a considerárseles ciudadanos, esto es, desde que dejaron de ser esclavos. Es el caso de los negros de Norteamérica y de los indígenas de Venezuela o Bolivia. El problema está en que quien llega al poder por un método suele ser desalojado de él de la misma manera. Obama que está ahí por ser un hito histórico, puede acabar fuera de la Casa Blanca por el hito histórico que sería el primer presidente mormón. Evo Morales, que llegó al poder por la vía de la agitación social, tiene émulos hasta en el movimiento cocalero que él dirigió. Mientras unos y otros se pelean por la poltrona y las leyes de memoria histórica para con los indígenas van y vienen, el país sigue durmiendo su miseria en un colchón de gas, cuya única salida natural, Chile, está vedada por resentimientos históricos. Desde luego, es estupendo ver a un negro en la Casa Blanca, como fue estupendo ver el jersey a rayas de Morales pasearse por la Moncloa. El problema es que detrás de la negritud, detrás del indigenismo, no hay más que el reemplazo de unas camarillas por otras.
   La omnipresencia del Estado en Venezuela no tiene su modelo en Bolívar y mucho menos en el socialismo cubano. El ideal que persigue Chávez está mucho más hacia oriente, en concreto, allí donde vive la monarquía saudí. Pero ni siquiera eso es una idea de Chávez, más bien se trata de la culminación de un proceso que empezó mucho antes de la gloriosa revolución bolivariana. La producción de petróleo, efectivamente, está en manos del pueblo o, más bien, de varios pueblos, pues  el número de empleados de PDVSA casi se ha triplicado al tiempo que la producción ha iniciado una significativa caída. El día en que el petróleo se agote o, más simple aún, el día en que los especuladores se salgan del mercado y hagan retornar los precios a lo que deben ser según la estafa de la oferta y la demanda, Venezuela estará al borde de otro hito histórico, el marcado por un espantoso abismo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Emotional rescue



   Dicen que es fácil reconocer a un gallego porque es esa persona que nunca se sabe si sube o baja una escalera. La verdad es que los gallegos que he tenido la oportunidad de conocer en esta vida no respondían para nada a esta descripción. Sin embargo, todo es ver a nuestro queridísimo y amadísimo Sr. Presidente de gobierno D. Nanniano Rajoy y es que se me viene a la cabeza el tópico. A ver, ¿cuánto tiempo llevamos ya al borde del rescate? Si es que yo ya ni me acuerdo cómo era este país antes de que todo el mundo lo diese por rescatado. ¿Cuánto tiempo más vamos a estar paseándonos por el fondo de un precipicio fingiendo que todavía estamos en el borde? Como esto siga así, al final tendrá que haber no sólo un rescate financiero sino, también, como decía la canción, un rescate emocional, porque vamos a terminar todos con los nervios destrozados.
   El rescate tenía que haber sido solicitado hace un año y si hace un año no se pudo hacer, hace seis meses y si hace seis meses no se pudo hacer, hace tres... Era una cosa de antes de ayer, no del año que viene. Cuanto más tardemos en pedir un rescate, mayor será su coste, peores las condiciones y menor el margen de maniobra. Argumenta el gobierno que no hay que precipitarse porque sería peor tener que pedir un rescate un mes después de haber pedido el primero. Como demuestran el caso de Grecia y de Portugal, la sucesión de rescates es una consecuencia de la posibilidad de un gobierno de negarse a ciertas imposiciones y no de lo bien que se cuenten los céntimos que faltan. Por eso, cuanto menos se tarde en pedir el rescate, mayor será el margen de maniobra y menos probable la necesidad de pedir otro. Aún más, el rescate que se pida debe ser cualquier cosa menos ajustado a las necesidades del país. Hay que hacer un cálculo por lo alto y, una vez establecido, solicitar el doble. En la situación en la cual nos hallamos, lo que realmente desatará el pánico de los mercados sería una demanda de ayuda a la baja o, dicho de otro modo, sería precisamente esa solicitud a la baja la que desataría la necesidad de pedir otro rescate. Curiosamente, nos hallamos de nuevo en un punto sobre el que ya he insistido con frecuencia, el que nos desbarranquemos o no es responsabilidad exclusiva de nuestros políticos, con independencia de cuáles sean las cifras macroeconómicas. Y, precisamente aquí es donde está el mayor riesgo que corremos en este momento.
   El próximo mes de septiembre se celebran elecciones en Alemania. Según todos los sondeos, la CDU de Merkel y el SPD, la socialdemocracia, están virtualmente empatados. Si, efectivamente, estas encuestas reflejaran el resultado final, los grandes perdedores serían los liberales del FDP, que han hecho de su euroescepticismo el banderín de enganche para sus electores. Una coalición entre los dos grandes partidos para formar gobierno, única posibilidad con estos números en la mano, llevaría, probablemente, a que los socialdemócratas dejaran la Cancillería y el Ministerio de economía en las mismas manos en que se encuentran. Dicho en plata, Merkel y Schäuble cuentan con estar cuatro años más en la poltrona. Por tanto, están muy interesados en que las cosas, de aquí a septiembre, se muevan lo menos posible y todo esté en calma. Recordemos, Alemania es la gran beneficiada con la situación actual de los países del Sur más Irlanda. ¿También le conviene a éstos que todo esté en calma y apaciguado? ¿cómo puede interesarle al que sale beneficiado y a los perjudicados el mismo estado de cosas? ¿de verdad alguien piensa en el gobierno español que si le facilitan la reelección a Dña. Angelota, ésta nos lo va a agradecer aflojando la soga?
   Si faltan once meses hasta las elecciones alemanas, hay que lanzar once bombas, una tras otra, hasta que la Sra. Merkel pierda de una vez la calma y pida una tregua que vaya más allá de su reelección. ¿Cómo? Lo acabo de decir, para empezar, solicitar una ayuda que rompa todas las previsiones. Al mes siguiente recordar que el rescate no tiene por qué venir de la Unión Europea, el FMI también tiene fondos y los ha puesto a nuestra disposición (por cierto, aunque ninguna de las dos sea mi tipo, entre que te flagele Madame Lagarde y lo haga Frau Merkel, es que no hay color). Al siguiente mes declarar que las condiciones impuestas por el FMI tampoco nos satisfacen, así que vamos a imponer una quita a todos los deudores extranjeros (me imagino la cara de los banqueros alemanes leyendo la noticia en la Bild Zeitung). Al siguiente mes afirmar que, debido a nuestra situación económica y para clarificar los trámites en caso de que Cataluña se independice, nos salimos de la UE. Y al siguiente mes, decir que bueno, que a lo mejor con un 80% del rescate que inicialmente se pidió, igual teníamos para pagar lo que debemos y otra vuelta a la matraca. Para entonces el electorado alemán estaría en un estado tal de efervescencia que más de uno sacaría la bandera blanca. Pero, claro, para hacer todo eso necesitaríamos que nos gobernase alguien con pinta de ser tan tonto como para cumplir sus faroles (por ejemplo, su Majestad Arturo Mas) y no alguien que nos cante:

"¿Acaso no sabes que las promesas nunca fueron hechas para ser cumplidas?
Igual que la noche se disuelve en el sueño
Seré tu salvador, firme y auténtico
Acudiré a tu rescate emocional
Acudiré a tu rescate emocional"
(Rolling Stones, Emotional rescue)

domingo, 21 de octubre de 2012

Homeland

  
   La ganadora de la reciente edición de los premios Emmy ha sido Homeland, serie que tuve la ocasión, digamos, de ver, a lo largo del verano. El artículo de El País en el que se daba cuenta de este hecho, gloriaba unos guiones que funcionaban como un mecanismo de relojería, para no estropear el tópico. La verdad es que es una de esas ocasiones en las que me pregunto si el periodista ha visto la misma serie que yo o si ha visto alguna en general. Los guiones de Homeland rozan lo inverosímil cuando están bien cosidos. En el resto de los casos, se mantienen en los márgenes del disparate. Así ha salido el tal Nicholas Brody, un marine capturado por los talibanes y que parece tan feliz al lado de su esposa como al lado de su amante, junto al vicepresidente de los EEUU y junto al líder terrorista, vestido con su uniforme y con un chaleco explosivo. Más que un alma atormentada, carece de alma, es un monigote, puro cartón piedra del que se puede esperar todo y nada pues los guiones circulan por su interior sin alterarlo lo más mínimo. No es de extrañar que haya una segunda temporada. Con un personaje así puede haber una tercera, cuarta y una quinta, en la que se le cambiará de sexo. El punto fuerte de la serie está en otro lado, en haber reunido un elenco de actores realmente fantástico, que dan verosimilitud a un espectáculo más falso que el rey Miguel. Ahí está, por ejemplo, Mandy Patinkin, dándole vida a un extraño agente de la CIA del que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va, cómo aprendió árabe, por qué se separa de su mujer ni por qué defiende a su aprendiz. Aunque la tarea del héroe ha recaído en un ex-alumno de Eton, de nombre Damian Lewis. Lo descubrí, me imagino que como la mayoría, en Hermanos de sangre. Grande, pelirrojo, con un rostro atravesado por numerosos surcos en cuanto realiza el menor gesto, debió aprender muy pronto que, si quería ser actor, debía autocontenerse y componer el personaje por su modo de andar, de moverse, de (no) gesticular. Es de esos actores que le dan un empaque muy propio y característico a un papel en cuanto aparece en pantalla. Desde luego, la persona ideal para insuflar vida en ese monigote que es el sargento Brody.
   Goloso en extremo es el personaje de su némesis, la desgraciada agente de la CIA Carrie Mathison. Frágil, inmisericorde, desequilibrada, sagaz, obcecada e insegura. Al cabo, una víctima más del espionaje norteamericano como aquellos a quienes ella misma ha enviado a la tumba. Claire Danes sabe moverse entre los extremos, mostrar siempre nuevos gestos que transparentan su clarividencia ante todo, salvo a ante su propio estado mental. De hecho, lo mejor de la primera temporada es el brutal y fugaz romance entre ambos personajes, Brody y Mathison, un idilio apasionado y falso, feroz y tierno, sin esperanza y, por encima de todo, nada idílico. Hasta ahí llega la audacia de la serie. Su transgresión, su capacidad para romper tabúes, acaba, prácticamente, donde termina la cabecera. En ese montaje inicial hay, ciertamente, muchas más cosas explicadas acerca de lo que ha sucedido en los últimos veinte años, que en muchos tratados sobre el tema y, desde luego, hay muchas más explicaciones que en lo que viene a continuación en cada capítulo. Es una constante de los actores, guionistas y personajes de la serie la insistencia en que no se pueden hacer sinónimos Islam y terrorismo, pero lo cierto es que todos los musulmanes que vemos en su minutaje, participan, apoyan o defienden las acciones terroristas. Por este lado, siempre queda claro quiénes son los malos, aunque su intención sea vengar el asesinato de 82 niños.
   El mérito de la serie, si es que queremos encontrar alguno, radica en que nunca está muy claro quiénes son los buenos. Por la propia Mathison, uno puede sentir ternura, nunca simpatía. Miente, presiona, se salta las normas, buscando siempre su salvación personal más que otra cosa, sin importarle demasiado qué o a quién se tenga que llevar por delante. Los que están por encima de ella tampoco son mejores. Como sabe cualquier buen conocedor de los servicios secretos, el enemigo contra el que se combate es una mera excusa para acabar con el verdadero enemigo, a saber, el tipo que está sentado en el despacho de al lado. De hecho, la parte central de cada capítulo de Homeland son los tiras y aflojas entre Mathison y sus inmediatos superiores. Y es que los servicios secretos son un caldo de cultivo perfecto para las rencillas personales, las envidias y los odios entre sus miembros. En el caso de la CIA, hay dos factores que contribuyen a multiplicar exponencialmente este clima de guerra de todos contra todos. El primero de ellos es la complejidad de este mastodonte que, de tanto abarcar, rara vez ha sido capaz de imponer una cierta coherencia a sus acciones en teatros diferentes. El segundo consiste en ser una de esas curiosas agencias de espionaje que proporciona candidatos a cubrir los altos cargos políticos, costumbre ésta típica de las dictaduras y que hace de dos de las grandes potencias nucleares, democracias bajo sospecha.

domingo, 14 de octubre de 2012

Sobre pijos ácratas

  
   Los hechos son bien conocidos, pero no estará de más recapitularlos. La pasada primavera, dos mujeres que se conocían por Internet, decidieron poner en marcha una protesta bajo el lema "ocupa el Congreso", que recordaba el ya famoso "ocupa Wall Street". Rápidamente, una serie de microcolectivos se unieron a la protesta amplificando su magnitud. Alguien colgó en youtube un texto leído por un sintetizador de voz llamado "Jorge", con las reivindicaciones a conseguir. Entonces surgió la magia. La efervescencia virtual era de tal grado que los políticos recuperaron el espíritu de la Transición, es decir, sintieron miedo. ¿Qué hace un padre de la democracia cuando ve peligrar su poltrona? Muy fácil, intenta aterrorizar a la población. Las concentraciones preparatorias del 25-S comenzaron a llenarse de policía más o menos infiltrados, que tomaban nota, grababan e identificaban a quienes más se dejaban ver. Por cierto, ¿sabe Ud. cuántas identificaciones lleva a cabo la policía española, por qué motivos y con qué resultados? ¿No lo sabe? Ni Ud. ni nadie, es un secreto de Estado. Desvelarlo pondría en peligro los fundamentos de nuestra democracia, es decir, dejaría en claro que tenemos una apariencia de democracia.
   En cuanto los cabecillas de este movimiento sin líderes fueron identificados, se los detuvo. El delito cometido era muy claro, impedir la celebración de un pleno que todavía no se había celebrado. Ahora había que llevarlos ante un juez. Pero, como siempre en estos casos, era preciso espera a que estuviera de guardia el juez apropiado. Debía ser alguien fácilmente influenciable, con ambiciones y proclive al gobierno, aunque no demasiado. Era preciso dar cierta apariencia de instrucción ecuánime. Por último, si tenía buena presencia, mejor. ¿Qué tal Santiago Pedraz? A él llegó un informe policial que hablaba de golpe de Estado, de masas alucinadas que tomaban las calles, en definitiva de un peligroso levantamiento popular para ocupar ilegítimamente esa casa del pueblo que es el Congreso. Alarmado, el juez hasta pidió los nombres de quienes habían ingresado dinero en las cuentas para pagar los autobuses.
   Y llegó el 25 de septiembre. El terror estatal surtió efecto y hubo mucha menos gente de la esperada. También surtió efecto en otra dirección. Lo que inicialmente era una fiesta se había llenado de gente nerviosa, crispada, atenta al primer incidente. Frente a ellos, policías traídos de toda Esapaña, lo cual lleva a la pregunta inevitable: ¿por qué traídos de toda España? ¿No había policías suficientes en Madrid o es que los políticos no se fiaban de ellos? Aún más, ¿a quiénes se llevó a Madrid? ¿cómo se hizo la selección? ¿eran unidades disponibles? ¿eran voluntarios? ¿se eligió a los más bragados en situaciones difíciles, a los que eran capaces de detener feroces turbas con absoluta sangre fría o a las unidades más aguerridas?
   El resto está colgado en youtube: cargas policiales en Neptuno, desde donde sólo con un mortero se podía impedir el normal funcionamiento de las Cortes; heroicos policías defendiendo a palos nuestra democracia de peligrosísimos viajeros que pretendían tomar... un tren en las estación de Atocha; y padres de familia ejemplarmente apaleados delante de sus hijos, para que éstos vayan aprendiendo a dónde se llega con el pacifismo. A la mañana siguiente hubo un juez que se levantó y, al mirarse en el espejo, vio a alguien a quien habían tomado por un tonto útil. Por si acaso, pidió las actas de la sesión del Congreso. Después le faltó tiempo para cerrar el caso y dejar a los imputados en libertad sin cargos. "Las convocatorias origen de estas diligencias, -dice el auto- no suponen comisión de delito alguno. Ninguno de los imputados en la presente causa, como otros identificados inicialmente como posibles partícipes de la convocatoria, ha cometido delito alguno". Y continúa: "La gravedad aventurada por la Policía no era tal". Para terminar, un poco de sentido común: "No cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política".
   El gobierno ha ganado la batalla en la calle, pero sus objetivos iban más lejos, anhelaban escarmentar a futuros convocantes. La presión de los ciudadanos les molesta y mucho. Hay que pararla como sea. La represión policial y jurídica era el camino elegido. Pero, en lugar de ello, se han encontrado con la reconvención del juez. ¿Qué hace un gobierno democrático cuando choca con los límites de su poder? Insulta y amenaza. "Pijo ácrata", "indecente", "inaceptable", "impresentable" e "intolerable", fueron las lindezas que le dedicó el portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso, Rafael Hernando. Entre líneas, el habitual estribillo mafioso: "prepárate, porque vamos a por ti". El resto de partidos reaccionó de modo más matizado, aunque todos coincidían en lo esencial, el juez Pedraz había cometido el error de creerse esa tontería de que el poder judicial es un poder independiente.
   Sin pretenderlo, porque no creo que la mollera del Sr. Hernando dé para tanto, el portavoz del PP ha trazado de un modo nítido la línea que está fracturando España y que, desde luego, no pasa por el Ebro. A un lado están los pijos y los ácratas, los padres de familia y los estudiantes, los jueces y los perroflautas, la gente que está en paro y la gente que transita por los apeaderos de Atocha camino del trabajo. Unas recientes declaraciones públicas han dado la pista para identificar a los que están al otro lado. Al otro lado están quienes han convertido la crisis económica y social que atraviesa el país en una cuestión de orden público. ¿Que quién ha dicho eso? Pues José María Benito, portavoz del Sindicato Unificado de Policía.