Suele decirse de los gallegos que nunca se sabe si suben o bajan una escalera. Los filósofos norteamericanos parecen todos gallegos. Dicen una cosa, la contraria y la que convierte a ambas en imposible. Por supuesto, cada cual tiene derecho a rectificar, a equivocarse, a cambiar de parecer y a abjurar de locuras de juventud tan onerosas que impedirían medrar, pero no a hacer todo ello en la misma página. Charles Sanders Peirce inauguró esa tradición. Mucha gente se sorprende de cómo anticipó, predijo o previó cosas. Cuando se lo lee, el prodigio desaparece. Si a cada afirmación, más pronto que tarde, la sigue otra que la niega o la matiza hasta volverla del revés, la filosofía acaba pareciéndose al arte de los embaucadores y los demagogos, mucho más apropiada de quienes acusaron a Sócrates que de un hijo de matrona. En Willard van Orman Quine podemos encontrar otro ilustre seguidor de la tradición inaugurada por Peirce. Se le atribuye la tesis de la subdeterminación empírica, a veces compartiendo ese honor con Duhem. Los expertos en su obra se muestran de acuerdo en que, cada vez que volvió sobre ella dijo una cosa diferente, hasta el punto de que no pueden ponerse de acuerdo sobre cuándo la enunció por primera vez. Como buen gallego, hay varias ediciones de diferentes textos en las que, dependiendo de cómo uno lo lea, aparece ya enunciada o no. Vamos a mostrar nuestra generosidad, admitiendo, con Laudan, que existe una primera formulación de la tesis de la subdeterminación empírica en “Dos dogmas del empirismo”, artículo aparecido por primera vez en 1951 porque, cualquier formulación posterior se retrasa nada menos que a 1970 (“On the Reasons for Indeterminacy of Translation”) o, aún peor, a 1975 (“On Empirically Equivalent Systems of the World”).
Consideraremos una formulación de consenso la siguiente:
Los datos disponibles, incluyendo los resultados de los experimentos relevantes, nunca pueden determinar que una hipótesis sea correcta. Pero tampoco pueden determinar completamente que una hipótesis competidora sea incorrecta. De hecho, varias hipótesis competidoras pueden ser compatibles con los datos disponibles. Por tanto, los hechos no determinan qué teoría puede considerarse correcta y, en consecuencia, no hay modo objetivo y fiable de decidir entre entre ellas.
Podría escribirse un libro con todos los usos disparatados, ambiguos o absurdos que los filósofos vigesimicos hicieron de los términos “determinado” y “determinación”, pero, en lugar de eso, llevan 70 años discutiendo qué se entiende por “hecho”, “teoría”, “compatibilidad” o “corrección” y, sobre todo, si de aquí debe concluirse que los criterios científicos para elegir teorías en nada se diferencian de los criterios conciliares para decidir qué textos deben tomarse como sagrados y por qué. Quine, sin duda, afirmaría que él siempre “subió la escalera” y que sus planteamientos no pretendían diseminar por doquier un escepticismo corrosivo de cualquier oposición al imperio. Su labor de zapa indica lo contrario y el brillo del oro imperial ha deslumbrado a cuantas mentes libres se han acercado a la tesis de la subdeterminación de tal modo que nadie se ha atrevido a denunciar lo obvio, a saber, que no se trata de una tesis, ni de un razonamiento, sino de un simple eslogan. Como buen eslogan enuncia una verdad de Perogrullo para colar de matute un interesado sofisma. En efecto, ¿la tesis de la subdeterminación empírica se halla subdeterminada empíricamente? Si respondemos que sí, eso significa que hay una teoría de la determinación empírica, tan bien cimentada en los hechos como su contraria, la tesis de Duhem-Quine. Si respondemos que no, entonces, tenemos que habérnoslas con una proposición cualitativamente diferente de las científicas y, o bien los enunciados que figuran en los textos de Quine o bien los enunciados que figuran en los manuales de ciencia, tienen el valor de los acertijos que se utilizan para amenizar las tardes lluviosas de los domingos. Pero hay algo mejor, supongamos que hemos respondido afirmativamente y que, en efecto, existe una tesis de la determinación empírica de las teorías, ¿de verdad la consideraríamos tan buena como la tesis de la subdeterminación empírica? ¿no la adoptaríamos como guía rectora y abandonaríamos la tesis de la subdeterminación empírica por estéril?
Supongamos que no me hablo con un vecino, que no nos saludamos cuando nos vemos, que nos ignoramos cuando acudimos a las reuniones de la comunidad y que cuando nos encontramos un objeto perdido por el otro lo dejamos allí donde lo hemos encontrado. ¿Cuántas teorías para explicar estos hechos podemos encontrar? Sin duda muchas, incluyendo una en la que habitantes de Plutón envían señales a nuestros cerebros que impiden que interactuemos como se supone que deben hacerlo los vecinos. A la inversa, imaginemos que Hacienda, en una inspección sorpresa, ha localizado los libros con la contabilidad "oficial" de mi empresa, los libros con la contabilidad real, un pormenorizado manual de cómo convertir ésta en aquélla y un montón de mensajes míos dando instrucciones para escribir unos y otros. ¿Cuántas explicaciones alternativas hay de estos hechos incompatibles con la que dice que he defraudado a Hacienda? Voy a darles una pista: a los inspectores de Hacienda no trae mucha cuenta hablarles de marcianitos. En resumen, la idea de que los hechos no conducen inevitablemente a sostener una teoría resulta trivial para todas aquellas circunstancias sin consecuencias prácticas y mentira para el resto. Ahora bien, supongamos que se le pide a un grupo de seres humanos que expliquen por qué dos vecinos no se hablan. Con independencia del tamaño de ese grupo, la teoría de que los marcianos se lo han ordenado aparecerá formulada muchas menos veces que cualquier otra y, en el caso de Hacienda, habrá coincidencia en que debo ir preparando la cartera. Existe, pues, un criterio que, sin la menor duda, todos nosotros ponemos en práctica cotidianamente para determinar qué teoría tiene mayor plausibilidad y los científicos perfeccionan ese criterio para hacerlo extremadamente riguroso. La trivialidad o falsedad de la subdeterminación empírica, no añade ni quita nada respecto de la probabilidad de la aparición de unas teorías u otras. Dicho de otro modo, de la tesis de la subdeterminación empírica no se sigue nunca y bajo ningún concepto que no exista un criterio racional y objetivo para elegir entre dos teorías. Subdeterminación empírica y ausencia de criterio de elección constituyen, dos tesis diferentes, enlazadas únicamente por el arte de creación de eslóganes a mayor gloria del escepticismo.
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