Cuando escribí Enfermos como Ud. El dispositivo farmacológico de Foucault al coaching de salud, busqué, sin encontrarlos, estudios medianamente serios sobre el rastro ecológico que dejan los medicamentos que ingerimos habitualmente. Sólo pude hallar un par de informes, curiosamente autocomplacientes, que cifraban todo el peligro en haber conseguido que los pececitos abandonaran la binariedad de género. El próximo martes, los Proceedings of the National Academy of Science of the United States of America, publicará "Pharmaceutical pollution of the world's rivers" firmado por un equipo internacional que encabeza John L. Wilkinson de la Universidad de York. Se trata de uno de los estudios más amplios llevados a cabo hasta el momento. Analiza el agua de 258 ríos de 137 regiones geográficas de todo el mundo a la búsqueda de 61 principios activos característicos de la medicina y de nuestros estilos de vida. Hay dos modos fundamentales en que estos principios activos llegan al agua de los ríos, el vertido incontrolado de las empresas fabricantes y la metabolización por parte de quienes los ingieren. En teoría, todo medicamento que se aprueba requiere un análisis del impacto ecológico que supondría su liberación en el medio ambiente, pero, dado el desconocimiento que existe sobre los efectos reales que tienen cuando esto ocurre, las cifras límite se han elaborado más atendiendo a los intereses de la industria que a los peligros reales. Nuestras depuradoras no se diseñaron para eliminar estos residuos, de modo que acaban circulando libremente por las aguas que corren por los ríos.
Los resultados del estudio no dejan lugar a muchas dudas. La totalidad de los ríos presentan contaminación por un par de decenas de fármacos y una cuarta parte de los mismos se hallaban por encima de los parámetros de control. En más de la mitad de los casos esa contaminación hacía referencia a la metformina, carbamazepina y cafeína. La metformina se presenta habitualmente en los productos médicos como clorhidrato de metformina. Se trata del tratamiento oral característico para la diabetes mellitus de tipo 2. El cansancio, la debilidad y los dolores de estómago figuran entre sus efectos secundarios más habituales. La carbamazepina se ha convertido en uno de los medicamentos "mágicos" de los últimos tiempos. Se aprobó inicialmente para el tratamiento de las convulsiones producidas por la epilepsia. El mercado de la epilepsia no daba para mucho porque el porcentaje de epilépticos en la población se mantiene más o menos estable en torno a los 50 casos por cada 100.000 habitantes año tras año. Sin embargo, el número de trastornos bipolares sube como la espuma de modo paralelo al diagnóstico de TDAH, de hecho, la mayor parte de nuevos diagnósticos de bipolaridad en jóvenes procede de quienes han pasado por la medicación habitual para el TDAH. En consecuencia, las empresas farmacéuticas lograron la aprobación de la carbamazepina y sus derivados “más modernos y eficaces” para el tratamiento del trastorno bipolar como "neuroestabilizante". Desgraciadamente esa "estabilización" de las neuronas también suele producir dolor de cabeza, somnolencia y mareos. La cafeína, por su parte, constituye una sustancia asociada al estilo de vida, presente en buen número de refrescos, además de la procedente del propio café.
El estudio hace referencia a la presencia muy extendida de contaminación de las aguas por fluoxetina, sin pararse a valorar semejante hecho. Recordemos, la fluoxetina, por sí misma, constituyó toda una revolución farmacológica cuando se presentó como sustancia capaz de “regular los niveles de neurotransmisores del cerebro” o, más popularmente, como “pastilla de la felicidad” bajo la marca registrada Prozac. Cambió el estilo de vida de una generación y la forma en que la gente se pensaba a sí misma y a su cerebro, hasta que el aumento de las tasas de suicidio entre sus consumidores encendió una luz roja que debería haber centelleado desde la época de sus estudios clínicos. La puesta en retirada del machismo imperante y la visibilización de los problemas de la mujer, ha permitido que se vuelva a prescribir sin rubor, esta vez para aliviar los síntomas premenstruales. Su presencia en las aguas de nuestros ríos muestra o bien su permanencia en el medio ambiente mucho después de que su uso haya decrecido o bien el consumo abusivo de una sustancia cuyos peligros se han documentado amplísimamente.
Al menos otras 14 sustancias pudieron detectarse con diversas concentraciones en los ríos de todos los continentes. La lista incluye hipotensores, antihistamínicos, antidepresivos, anticonvulsionantes, anestésicos, anti-inflamatorios, benzodiacepinas, paracetamol y antibióticos. En la lista proporcionada por los autores faltan notables ejemplos de todas estas familias. Se supone que el cuerpo humano los ha absorbido al punto de generar metabolitos que sí pueden encontrarse en las aguas y de cuyo impacto ambiental se conoce todavía menos. Podemos decirlo a la inversa, todo lo presente en el agua debe entenderse como no (o no plenamente) metabolizado por nuestros organismos o, si quiere que lo diga de modo más claro, la mayor parte de estas sustancias se hallan en el agua porque las hemos ingerido en cantidades tan disparatadas que nuestro organismo las excreta sin usarlas.
Los ríos más afectados por esta contaminación pertenecen a países en vías de desarrollo, en los que la depuración de las aguas no alcanza la extensión de los más avanzados, pero el crecimiento en los niveles de bienestar de la población ha generado ya una importante medicalización de la misma o bien el traslado hasta ellos de la industria dedicada a la manufactura de dichos productos. La muestra más contaminada que cita el estudio procedía de Lahore, en Pakistán, aunque lugar de honor ocupan también La Paz (Bolivia) y Addis Abeba (Etiopía). Esa cosa que pasa por Madrid y que los madrileños aseguran que lleva agua, el Manzanares, encabeza la lista europea aunque, como digo, hasta las muestras extraídas en la Antártida presentaban contaminación más bien notable.
Por supuesto, la existencia en el agua de los ríos de determinadas sustancias significa, ni más ni menos, que su presencia en nuestra cadena alimenticia. No existe estudio alguno de los efectos en el organismo humano de una medicación constante, desde antes del nacimiento, aunque se trate de pequeñas cantidades. No existe estudio alguno de los efectos en el organismo humano de una polimedicación constante, desde antes del nacimiento, aunque se trate de pequeñas cantidades. No existe estudio alguno de los efectos en el cerebro humano de la ingesta regular, desde antes del nacimiento, de sustancias antagónicas, tales como los “neuroestabilizadores” y la cafeína o la nicotina. Incluso si supusiéramos que todo eso contribuye a fortalecernos, a hacernos mucho más sanos que la generación de nuestros abuelos y que no provoca todo tipo de trastornos además de “nuevas enfermedades” o lo que la industria detecta como tal, queda en estos datos un inquietante indicio del tamaño de la bomba de relojería que venimos fabricando. Un medio ambiente empapado de antibióticos en cantidades extremadamente pequeñas garantiza, inevitablemente, la aparición de agentes patógenos resistentes a todos ellos. Ahora ya podemos entender qué ha hecho nacer la nueva generación de bacterias superresistentes y que, desde luego, la culpa no la tiene ese “uso excesivo” de antibióticos del que las compañías farmacéuticas, a las que nunca les interesó demasiado fabricarlos, han tratado de convencernos.
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