Sarajevo, la “Jerusalén de Occidente”, la ciudad en la que, durante siglos, convivieron musulmanes, cristianos ortodoxos, católicos y judíos, en la que se celebraron los Juegos Olímpicos de invierno de 1984, quedó completamente cercada por las milicias de la República de Srpska y el Ejército Popular Yugoslavo, el 5 de abril de 1992. Había comenzado el sitio más largo de la historia moderna. Las fuerzas sitiadoras, muy superiores en términos de hombres y armamento a la sitiadas, dominaban las colinas que rodean a la ciudad, sometiéndola a un bombardeo continuo y a la acción de francotiradores infiltrados en la ciudad que hicieron de algunas avenidas su campo de tiro. La electricidad, el agua y la calefacción, se convirtieron en un lujo sin el que muchas familias pasaron semanas. Quienes vivieron aquello en su infancia aún recuerdan las mesas llenas de comida y dulces de los primeros días porque los frigoríficos dejaron de tener utilidad y había que consumir lo que albergaban cuanto antes. Después vino el hambre, la sed y el frío, el terror de asomarse a una ventana o a un balcón para calentarse al sol temiendo recibir el disparo de un francotirador, el padre que salía a buscar algo de comida y podía regresar con las manos vacías o no regresar. En cualquier momento, un silbido anunciaría el fin de todo. Se lanzó un promedio de 329 proyectiles sobre la ciudad. El 22 de junio de 1993, 2.777 bombas cayeron sobre ella. Recuerdo con nitidez algunas. Recuerdo la que alcanzó de lleno la Biblioteca de Sarajevo. Los miles de manuscritos orientales, muchos de ellos copias únicas, ardieron durante horas sin que nadie pudiera apagar el incendio por falta de agua y para no jugarse la vida. Recuerdo el obús de 120mm que alcanzó la cola del pan en el mercado de Markale matando 68 personas y dejando heridas otras 200. Recuerdo el bombardeo de los hospitales. En octubre de 1995, como consecuencia de los acuerdos de Dayton, se declaró un alto el fuego, aunque las fuerzas serbias no abandonarían los alrededores de Sarajevo hasta el 29 de febrero de 1996.
El sitio de Beirut duró menos, en esencia abarcó el verano de 1982. El ejército israelí, deseoso de aprovechar el caos en el Líbano para deshacerse de la OLP, entró en el país sin encontrar demasiada resistencia. Sus cálculos pasaban por dejar el trabajo sucio de limpiar las ciudades a las falanges cristianas, pero éstas, muy capaces cuando de disparar a mujeres, ancianos y niños se trataba, no mostraron la menor voluntad de combate contra las milicias palestinas. El ministro de Defensa de aquel momento, Ariel “Arik” Sharon, decidió que la mejor táctica consistía en aterrorizar a los residentes en Beirut para forzar la marcha de los terroristas palestinos. En plena canícula, Israel cortó el suministro de agua, electricidad y alimentos, atacando la ciudad por tierra, mar y aire de modo indiscriminado. En siete semanas, más de 500 edificios se habían desplomado como consecuencia de los proyectiles lanzados. Mientras, el Mosad infiltraba en la ciudad agentes encargados de hacer explotar coches-bomba por doquier. Habitantes de Beirut recordaban que 1 Kg de patatas llegó a costar más de lo que hoy representarían unos 12€. A la primera propuesta de paz sugerida por el gobierno de Ronald Reagan, Sharon respondió con un bombardeo de saturación que acabó con la vida de 300 civiles. En total, no menos de 4.000 perdieron la vida como consecuencia de este sitio. El 21 de agosto de 1982, fuerzas internacionales se desplegaron para vigilar los términos de un acuerdo que puso fin al mismo.
Un recuento de las ciudades asediadas en la guerra de Siria resultaría interminable. Alepo, Madaya, Daraya, Duma, Idlib… asoman por entre las noticias dejando en la penumbra, probablemente, muchas otras de las que ni siquiera llegaremos a saber algo de momento. Perros y gatos han desaparecido de sus calles porque la gente se los ha comido. Han recurrido hasta a los plásticos para calentarse en invierno. En ningún momento se ha considerado a los hospitales zonas protegidas contra los ataques. Armas químicas, barriles con explosivos, bombas de racimo, cualquier horror ha parecido poco para atacar a una población civil atrapada entre unos y otros. Los niños desfallecen de hambre, los adultos sufren o propician la carnicería y mientras nosotros… ¿Nosotros? Nosotros reclamamos asistencia psicológica porque hace dos meses que no podemos ir a un centro comercial.
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