En 1783, el reverendo Johann Friedrich Zöllner lanzó en las páginas de la Berlinische Monatsschrift, el reto de contestar a la pregunta “¿qué es Ilustración?” Este reto condujo a varios textos notables de filosofía como la respuesta de Kant, publicada en diciembre de 1784 en las páginas del mismo periódico y “Qu’est-ce que les Lumières?” de Michel Foucault, aparecido por primera vez en inglés doscientos años más tarde. En ese escrito, Foucault señalaba que la genealogía tiene el deber de extraer “de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos, la posibilidad, de no ser, de no hacer o de no pensar por más tiempo lo que somos”. En efecto, ya Platón nos advirtió que las cuestiones del tipo “¿qué es la virtud?” “¿qué es el hombre?” o “¿qué es la belleza?” nos conducen necesariamente a lo que siempre ha “sido”, a lo que siempre “es” y a lo que siempre “será”, como si ese "ser" aguardase a que realizáramos la pregunta para venírsenos encima, con la violencia de quien carece de razones. Todos sabemos que Platón no responde a semejantes preguntas argumentando racionalmente, sino mediante la narración de un mito, que intenta convencer sin explicar. Parece, pues, que se nos interpela con “¿qué es esto?” intentando conducirnos hacia una respuesta pre-existente, quiero decir, preparada y prefabricada. Precisamente eso pretendía Zöllner. Hasta ese momento, hasta 1783, no había nada preparado para responder a quien se interrogase por la naturaleza de la Ilustración. Por tanto, quien quisiera hablar sobre ella, poseía libertad plena para delimitar sus contornos. Zöllner exige que se cocine un plato enlatado para servírselo a quien, en la posteridad, indague acerca de la Ilustración y Moses Mendelssohn, Inmanuel Kant y Michel Foucault, corrieron prestos a precocinarlo, empaquetarlo y ofrecérselo a algún especialista en distribución de productos tal como la Berlinische Monatsschrift. Quizás el caso más curioso lo constituye el de Foucault porque, precisamente él, condujo todas sus investigaciones bajo otra divisa, la de ¿por qué hay ahora esto y no cualquier otra cosa? Semejante guía impele a buscar fundamentos, razones suficientes, en definitiva, ese uso libre de nuestro raciocinio exigido por Kant. Un interrogante tal, caracteriza a la genealogía desde Darwin a Foucault pasando por Nietzsche, y nos permite extraer de la contingencia que nos ha hecho "ser lo que somos", la posibilidad de dejar de pensar más tiempo en lo que somos. He ahí la cuestión filosófica por excelencia, la cuestión peligrosa por excelencia, la cuestión que alguien al servicio del gobierno prusiano no se habría atrevido a plantear en público jamás: ¿por qué hay precisamente en este momento histórico “Ilustración” y no cualquier otra cosa?
Kant, que nos dice que la Ilustración consiste en pensar por uno mismo, que hay que tener valor para saber, que debemos hacer uso autónomo de la razón, ofrece mansamente una respuesta a la pregunta “¿qué es Ilustración?” para que dejemos de pensar por nosotros mismos en qué pudo consistir la Ilustración; para que, a diferencia de sus contemporáneos, de quienes participaron en ese movimiento que llamamos “Ilustración”, nosotros tengamos ya una respuesta esperándonos; para que nadie cuestione por qué hubo Ilustración en aquel momento y no cualquier otra cosa. Desde entonces, a quien interpela por “¿qué es Ilustración?” se le estampa en la cara el texto de Kant, en el que se dice que la Ilustración consiste en tener valor para pensar por sí mismo. De este modo, la ardua tarea de pensar por sí mismo se vivencia como un acontecimiento pasado, caduco, del que uno puede declararse crítico o admirador, pero que ya no se tomará como un desafío para el presente. Los libros de historia citan expresamente el texto de Kant, sabiendo que su autoridad, como la de un tutor, nos prevendrá de ver en la Ilustración algo que investigar. Y los filósofos se repiten unos a otros las palabras de Kant con la certidumbre de haber encontrado en ellas la descripción de una esencia eterna e inmutable, la esencia encerrada en el ser de cualquier acontecimiento. Por supuesto, no se trata de si Kant acertó o no en la descripción de semejante “esencia”, se trata de entender en base a qué criterio, quienes vinieron después, juzgaron la corrección de sus palabras, entendieron que conformaban una definición y que atrapaban con ellas una realidad. Pues bien, el umbral mínimo para admitir que un texto alcanza semejantes logros lo ha venido constituyendo el que muestre alguna articulación de lo que las cosas “son” con sus correlatos más característicos: hombre, acontecimiento y propiedad. De la combinatoria de estos cuatro elementos, surgieron los textos de Kant y de Foucault. La denuncia de que no hacemos más que arrojar los mismos viejos dados una y otra vez desde Parménides, la denuncia de que se trata de resultados diversos de la misma combinatoria y de que las respuestas se hallaban contenidas en la pregunta, esa denuncia, constituye una posibilidad inexplorada y que configura el gran desafío del siglo XXI, si en él queda aún alguien con valor para pensar por sí mismo.