Que alguien se lleve 50 años perfilando una teoría y continúe sin responder a los problemas originales que dieron lugar a dicho perfilamiento, puede formar parte de muchos intentos teóricos notables. Que después de tantas idas y venidas el número de aciertos reconocibles por la comunidad de sus pares continúe listado en los escritos seminales, puede constituir la maldición de algunos niños prodigio. Que a estas alturas nadie tenga demasiado claro qué queda de la gramática generativa en la mente de su padre fundador, puede resultar algo más confuso. Pero que, conforme los logros en su disciplina hayan resultado menos evidentes, esa figura se haya ido agrandando por sus posicionamientos políticos, dice bastante poco acerca de la credibilidad de la figura de la que hablamos. Sin embargo, Chomsky constituye a este respecto un paradigma. A estas alturas, sus escritos sobre lingüística y psicología cognitiva, palidecen frente a su producción dedicada a las críticas del imperialismo norteamericano y la defensa de cualquier cosa que pueda considerar “de izquierdas”, con independencia de su procedencia. De la misma mente que brotó la aplicación al lenguaje de los formalismos recursivos, salieron afirmaciones como que el comunismo conduciría a Vietnam a la democracia y el progreso, que el Vietcong constituía un movimiento popular sin vínculos con el régimen de Vietnam del Norte o que dicho país no recibía apoyo de China ni de la URSS.
Chomsky, en efecto, cobrando de un MIT volcado en el perfeccionamiento de la maquinaria bélica de los EEUU de cara a Vietnam, inició su activismo político con las movilizaciones contra aquella guerra. Como buen intelectual acomodado, se declara partidario del anarcosindicalismo, pese a que sólo tiene contacto con los obreros cuando alguno tiene que acudir a reparar su váter. Frente al supuesto rigor cientificista de sus planteamientos lingüísticos, sus escritos políticos se mantienen al nivel del panfleto, desmenuzando y ensalzando a unos y otros más al ritmo de sus pulsiones que de algo que pueda considerarse una propuesta teórica concreta. De este modo, Obama se convierte en un “homicida global” que ha desarrollado la mayor campaña terrorista que ha existido jamás. Sin embargo a Stalin, que en sus escritos de 1905-7 ya demostraba su animadversión por los anarquistas y que resulta fácil imaginar qué tipo de sindicalismo defendía, lo considera Chomsky el padre de un régimen económico al que imitar. Estas simpatía no la extiende a Lenin ni Trotsky, a los que, pese a compartir con Stalin sus deseos de laminar el anarquismo, los ha llamado reiteradamente “los peores enemigos del socialismo”. Pero todo esto palidece comparado con el asunto Pol Pot.
En 1977, Chomsky y Edward S. Herman publicaron un artículo en el que criticaban duramente los testimonios que habían comenzado a aparecer sobre las atrocidades del régimen de los jemeres rojos en Camboya. Del mismo modo que recomendaría a quienes hablen de la grandeza de la fenomenología que comiencen por leer el escrito de Husserl La tierra no se mueve, a cualquiera que utilice a Chomsky como soporte para sus afirmaciones políticas le recomendaría que empezara por leer este texto. La idea de Chomsky y Heman resulta enfermizamente simple: dado que EEUU intervino criminalmente en Vietnam, cualquier experimento social que llevaran a cabo sus enemigos en ese entorno geopolítico resulta defendible. A partir de aquí, quienes argumentasen acerca de la barbarie de los jemeres rojos o mentían o cobraban de los servicios secretos norteamericanos, aunque se tratase de refugiados camboyanos que escaparon de los campos de “reeducación” tras perder en ellos a familiares y amigos. A Heman se la ha oído alguna vez balbucir una cierta excusa en el sentido de que se trataba de un análisis llevado a cabo con la información que había en la época (quiere decir, con la información que les dio la gana admitir), Chomsky jamás ha llegado tan lejos.
Sólo hay dos constantes en los escritos chomskyanos acerca de política. Una, su crítica feroz y sistemática de todas las intervenciones de los EEUU en cualquier parte del mundo, más por el hecho de que se trate de los EEUU que por la naturaleza o los resultados de dicha intervención. La otra, relacionar todo cuanto ocurre con la utilización del mercado libre como una herramienta norteamericana para gobernar el mundo, incluyendo la creación de la OTAN, la globalización y, su última perla, el virus de Wuhan. A estas alturas puede entenderse la idolatría que sienten hacia Chomsky "progres" incapaces de adentrarse en sus propuestas lingüísticas. La renuencia de los lingüistas a matar a un padre que lleva décadas pareciendo chocho, como hicieron los psicólogos con Freud, resulta, sin embargo, un poco más sorprendente.