La guerra fría parió una disciplina llamada “kremlinología”, que trataba de averiguar qué ocurría tras los muros del Kremlin rebuscando en discursos, gestos y posiciones que ocupaban en la balconada durante los desfiles los dirigentes de la URSS. Dos licenciados ilustres en kremlinología lo fueron Condoleezza Rice, Secretaria de Estado con George W. Bush y Gregg Popovich, que no destacó en eso sino como longevo entrenador de los San Antonio Spurs de la NBA. Hoy la kremlinología ya no está en uso, pero bien que podría crearse una licenciatura en turbantología, que nos desvelase lo que ocurre en los habitualmente sigilosos pasillos del poder en Teherán. Pocos se han acercado hasta allí y quienes lo han hecho, como los servicios secretos israelíes, no suelen compartir la información sin aliñarla con sus propios intereses. Se rumorea que poblaron esos pasillos una generación de hombres de negocios al amparo del acuerdo para no proseguir el programa nuclear y que llegaron a hacer casi invisibles a quienes solían ocuparlos, los Guardianes de la Revolución, los pasdarán, milicia ejecutora de los designios del líder supremo. Insisten esos rumores en que la ruptura unilateral del acuerdo por parte del inefable Donald Trump, ha devuelto las cosas a sus cauces tradicionales y que los pasdarán han regresado dando codazos y con ánimos de revancha. El primero en sufrirlo en sus carnes ha sido Mohammad Javad Zarif, Ministro de Asuntos Exteriores, a quien ni siquiera invitaron a la primera visita de Bachar el Asad a Irán desde que comenzó la guerra. Hay que entender que el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores en Irán tiene un papel meramente protocolario, pues quienes de verdad llevan la política exterior son el líder supremo, Alí Jamenei y los Guardianes de la Revolución. Se nombra para el cargo, a alguien que muestre una cara amable ante occidente, preferentemente educado en los EEUU o Gran Bretaña y sin demasiado peso específico en el régimen por si hay que depurarlo en algún momento. Pese a ello, no invitar a Zarif siquiera a un acto tan significativo pretendía ser una auténtica humillación hacia el hombre que firmó los acuerdos ahora rotos. Así lo entendió él también y no dudó en presentar su dimisión al presidente del gobierno y, teóricamente moderado, Hasán Rohaní. Rohaní no la aceptó, pues sabe que Zarif sólo constituye el primer peldaño para conseguir su propia cabeza, que es lo que realmente quieren los pasdarán. Si no lo han conseguido hasta ahora se debe, entre otras cosas, a que se supone que Rohaní fue elegido en unas elecciones “libres” (algo de importancia secundaria) y a que parece mantener buenas relaciones con Ali al Sistaní, la mayor autoridad religiosa chií de Irak, quien se tomó la molestia de recibirlo personalmente cuando visitó Najaf, pese a que no suele departir con políticos.
En este complejo contexto se han producido los ataques del Estrecho de Ormuz que han disparado el precio del petróleo y puesto al mundo al borde de una guerra. El extraño modo en que se han sucedido los acontecimientos muestra que hay detalles trascendentales que no se nos están contando, con lo que apenas si podemos atisbar la naturaleza de la partida que se juega. Para empezar, uno de los últimos ha tenido como objetivo un barco japonés, justamente cuando el Primer Ministro de dicho país, Shinzo Abe, se hallaba conferenciando con el líder supremo Alí Jamenei a la búsqueda de una salida para la crisis que ha provocado la decisión de Trump. La idea de que haya procedido de la Guardia Revolucionaria casa muy mal con el hecho de que ésta siga estrictamente los dictados de Jamenei. Si Jamenei quería abofetear al gobierno nipón no tenía más que negarse a recibirlo y si lo recibió, atacar un barco con su bandera sólo cabe entenderlo como un insulto. A ello hay que añadir dos detalles enormemente reveladores. El primero en establecer una relación entre la entrevista y el ataque fue, precisamente, la cuenta en Twitter del humillado Ministro de Asuntos Exteriores, Zarif. Por otra parte, la página web del líder supremo también se mostró muy activa y, con una celeridad poco habitual, se apresuró a publicar su negativa a aceptar las propuestas de Abe. Ambos hechos apuntan en una dirección insólita, a saber, que los pasdarán estarían actuando al margen de las instrucciones de Jamenei. De hecho, sus prisas por cerrar la puerta a cualquier negociación habría que entenderla en el sentido de que se sabe en su punto de mira y eso explicaría también la supervivencia de Rohaní, a quien, hasta ahora, se limitaba a tolerar y que se habría convertido en su muro de salvaguarda. Cobra con ello un significado nuevo el nombramiento en marzo de Ebrahim Raisí como jefe del aparato judicial iraní después de que se hiciera cargo de la fundación más grande del mundo islámico, la Astan Quds Razavi y de la mezquita más grande de Irán, situada en Mashad, todo lo cual lo convierte en sucesor in pectore de Jamenei, de 80 años y operado recientemente de próstata. Raisí, a quien se considera un ultra, que tiene en su curriculum la ejecución sumaria de izquierdistas de 1988, despacha ahora regularmente con altos cargos de los Guardianes de la Revolución "para ser informado de la situación en el exterior". Aunque tales reuniones con la jerarquía eclesiástica forman parte de las rutinas del país, adquieren un aspecto particular a la luz de las posibles disensiones de los pasdarán con el líder supremo. El propio nombramiento de Raisí, que había perdido las elecciones contra el sector moderado encabezado por Rohaní, podría entenderse más como una cesión en medio de una pugna que como un auténtico deseo de Jamenei, por más que Raisí fuese un día su alumno.