Foucault calificaba de gris a la genealogía. En ella no existen el blanco ni el negro, sino gamas de gris que van desde el color de la nieve al oscuro azabache. El gris que tenemos que enseñar a manejar a nuestros escolares si no queremos que se traguen todos los eslóganes que se fabrican para ellos. Por eso, cuando los palmeros habituales acuden a tapar la estulticia de quien ha calificado a Cervera de “facha”, acusándole de “haber participado en la represión del movimiento cantonalista gaditano, durante la I República, haber combatido a los republicanos anticolonialistas filipinos y cubanos”, y de que “fue incapaz de idear una estrategia militar coherente y estructurada” en la bahía de Santiago de Cuba, el genealólogo no interpreta tales afirmaciones como símbolo de la penosa miseria intelectual que atenaza nuestro país, sino que lee sobre el tema. Y cuando uno lee, a diferencia de lo que ocurre cuando uno interpreta, descubre cosas.
Descubre, por ejemplo, que Filipinas constituye un mosaico de islas, etnias, culturas y, por si no bastara, partido por dos religiones. La presencia española resultó aplastante en las grandes ciudades e inexistente en muchísimos territorios. Hubo grupos étnicos muy receptivos a su presencia y grupos que le cortaban la cabeza a cualquier extranjero que pisara sus tierras, entendiendo por “extranjeros” también a los filipinos no nacidos en su isla. En la isla de Mindanao (a 1300 Kilómetros de Manila, algo más de la distancia que separa Madrid de París), menudeaba la piratería y el tráfico de esclavos, pues la agricultura sólo se practicaba de modo intensivo en la parte norte de la isla. Como consecuencia, los habitantes del sur nunca vieron con buenos ojos la presencia de una marina que impedía el normal desarrollo de sus negocios. En 1861, cierto dato (sultán) se declaró en rebeldía de un poder que no aparecía por allí desde hacia tiempo y sus secuaces se dedicaron a atacar poblaciones vecinas. Los españoles se resistieron tanto como les resultó posible a intervenir pues se sabía que el dato rebelde tenía más de 1000 piratas atrincherados en la fortaleza de Pagalungan, cerca de la desembocadura del Río Grande. Las reiteradas quejas de los filipinos hizo inevitable una intervención militar que se llevó a cabo con éxito y por la que recibió su ascenso a teniente Pascual Cervera y Topete. Ya como capitán de navío, Cervera intervino también en la toma de Joló, isla nominalmente bajo poder español, pero en la que el dato local daba cobertura a piratas, esclavistas y traficantes que suministraban armas a unos y otros igual que si el poder español terminara en Finisterre. Lo que sabemos del resto de sus andanzas filipinas abunda más en trabajos administrativos, hidrográficos y cartográficos que en imperialismo represivo. Ciertamente, las expediciones punitivas contra piratas bajo el mando de sultanes y los trabajos cartográficos pueden interpretarse como “represión de los republicanos anticolonialistas filipinos”, igual que puede interpretarse como expresión de sentimientos homófobos o como violento genocidio de marcianos, pues la regla básica de la interpretación dice: todo vale.
Algo muy parecido encontramos en la “represión del movimiento cantonalista gaditano”. Citemos, como hace nuestro anónimo opinador a Salvochea, quien acusaba a la marina de: “tiranizar al pueblo, concluir con las libertades patrias y obtener ascensos y condecoraciones a costa de nuestra sangre”. Si uno lee, en lugar de interpretar, se entera de que esta declaración del Comité de Salvación Pública de Cádiz, no pertenece al momento en que Pavía llega a la ciudad y se inicia la represión, sino a la apertura de hostilidades entre los cantonalistas y los soldados fieles al gobierno republicano, asediados en el arsenal de la Carraca, entre los cuales se hallaba Cervera. Durante once días, 1.500 voluntarios cantonalistas y 600 soldados republicanos intercambiaron 6.200 cañonazos, causando más muertos y heridos que la toma de Cádiz, durante la cual hubo que lamentar 13 muertos y un centenar de heridos. El fin del asedio del arsenal de la Carraca se produjo el mismo día de la caída de Cádiz, el 3 de agosto de 1873. Aquí podríamos anotar muchos detalles, por ejemplo, que los “insignes representantes del republicanismo libertario” gaditano decidieron declararse cantón independiente porque, a su juicio, eso les permitiría enriquecerse más rápidamente que cargando con el entorno agrícola de las localidades vecinas (a este respecto, resulta aleccionador seguir la lógica crematística tras las proclamas revolucionarias en las actas de la discusión acerca de qué territorios debían considerarse integrados en el naciente cantón), O podríamos constatar que ninguna ciudad de Cataluña apoyó el levantamiento cantonal. Pero nos alejaríamos del tema. Y el tema, una vez más, consiste en que, para el genealólogo la defensa de un enclave y la represión de un movimiento insurreccional implican actividades diferentes, diferencias que, obviamente, se laminan cuando de interpretar se trata.
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