Hay una ley de la guerra que dice que un ejército en retirada, ya no deja de retirarse a menos que deje de ser atacado. Existen contadísimas excepciones a esta ley en la historia militar de la humanidad: la batalla de Agincourt en 1415, la de las Ardenas en 1944 y una durante el mismo conflicto, absolutamente olvidada, comandada por Sir Claude Auchinleck. Mientras a los estrategas de los otros casos se los calificó de genios militares, a este hombre, que convirtió un ejército en retirada en un ejército capaz de reagruparse y vencer al enemigo, se lo destituyó y olvidó hasta el punto de que en muchas de las biografías suyas que pueden encontrarse por Internet tal batalla no se menciona... ¡o se dice que fue derrotado en ella!
Auchinleck nació en Inglaterra, en una familia que sufrió penurias sin cuento tras la muerte de su padre, cuando él contaba ocho años de edad. Ingresó en el ejército por inspiración paterna y para salvar la miseria familiar. Tras graduarse fue enviado a la India, en donde se molestó en aprender la lengua punjabí y las costumbres y tradiciones de una tierra a la que quedaría ligada buena parte de su carrera. Pero su bautizo de fuego se produjo durante la Primera Guerra Mundial, cuando ya tenía el grado de capitán. Fue desembarcado en Basora, en el marco de la operación para liberar a las tropas sitiadas en Kut-al-Amara. Su unidad se vio rodeada por los turcos y apenas doscientos hombres, incluyendo al propio Auchinleck, lograron escapar con vida. Aquella campaña debió constituir toda una lección para él de lo que se debe y lo que no se debe arriesgar en combate. Su trabajo como instructor tras la Primera Guerra Mundial se centró, precisamente, en el modo de mantener la higiene, salud y alimentación de las tropas.
En 1929, de vuelta a la India, es ascendido a coronel y participa primero en el sometimiento de las insurrecciones de 1933 y 1935 y, después, en la construcción del Ejército Indio. Con toda esta experiencia puede entenderse la lógica que lo llevó en 1940 a ponerlo al mando de las fuerzas británicas... ¡en Noruega! Pese a que la campaña de Noruega constituyó un desastre y los británicos no pudieron hacer nada para repeler el brillante plan de invasión alemán, Auchinleck logró algunas victorias parciales que no impidieron el hundimiento final. Vuelve entonces a la India, de donde es sacado para desembarcar (otra vez) en Basora. Con tropas que conocía muy bien bajo su mando y en un terreno en el que ya había combatido, Auchinleck, logró infringirle sucesivas derrotas al ejército iraquí, hasta conseguir entrar en contacto con la sitiada guarnición inglesa de Habbaniya.
El éxito en Irak le abrió las puertas para su nombramiento al mando de las tropas británicas en Oriente Medio. Este mando constituyó un auténtico quebradero de cabeza para él. Sufrió interminables injerencias políticas, particularmente de Churchill que no quería oír hablar de ninguna otra cosa que no fuese atacar, ofensivas o conquistas. Sus subordinados vieron en él a un extraño que no entendía la naturaleza del ejército británico en África, rezongando de sus órdenes y pidiendo continuas explicaciones de sus planes. Por si fuera poco, tenía en frente a un general alemán de cierto prestigio, un tal Rommel.
Auchinleck se empeñó en algo que no todos tenían claro, que Malta y el bombardeo de las líneas de suministro alemanas era fundamental para lo que ocurriera en el Norte de Africa. Con estas bazas atacó desde Egipto y logró hacer retroceder a los alemanes hasta Trípoli, conquistando todo lo que hoy es Libia. Entre medias, sus líneas de suministro se hicieron inestablemente largas y, en lugar de lanzar la ofensiva final que tanto le reclamaban desde Londres, decidió atrincherarse en la Cirenaica a medio camino entre Trípoli y su retaguardia.
En mayo de 1942, un Africa Korps rearmado y con tropas frescas, se lanzó a la ofensiva rodeando las fortificaciones de Auchinleck por el desierto. 50.000 hombres del ejército británico quedaron embolsados y el pánico cundió en toda la jerarquía de mando. Realmente, muy poco había que se interpusiera entre Rommel y el Canal de Suez. Auchinleck consiguió organizar un repliegue ordenado de lo que quedaba de sus tropas hacia la frontera egipcia mientras que iba desgastando la ofensiva de Rommel con una serie de pequeños enfrentamientos programados a lo largo de su camino. Además, las líneas de suministro alemanas se iban haciendo insosteniblemente largas y la RAF las sometía a un continuo bombardeo. Tras 1.000 kilómetros de retirada, Auchinleck reagrupó su ejército, uniendo lo que quedaba de esta división por aquí con lo que quedaba de aquella por allá, en torno a El Alamein, una insignificante estación ferroviaria rodeada de elevaciones que se adentraban en el desierto.
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