Seguro que algunos de Uds. pensaron al terminar de leer la anterior entrada: “pero, hombre de Dios, la homeopatía no es una ciencia, sus resultados no se distinguen del simple efecto placebo”. Es cierto que los homeópatas han carecido de la astucia necesaria para dejar de hablar de medicinas que curan y dedicarse a vender potingues que “disminuyen los factores de riesgo”, como hace la ciencia médica. Curar, si exceptuamos los antibióticos, no curan ni los unos ni los otros. Por lo menos, las bolitas homeopáticas no producen efectos secundarios... El problema de la reproducibilidad de los experimentos científicos, base, precisamente, de la ciencia, no es un problema exclusivo de los homeópatas y, muchos menos, de los psicólogos. Hoy día es un problema que afecta a la práctica totalidad de la ciencia, ésa que "cuenta la verdad" y que tanto vende. Pero donde el fenómeno llega a ser escandaloso es, precisamente, en ese ámbito del que se pretende excluir a los homeópatas, la biomedicina. Aquí ya no estamos hablando de abstractos reinos matemáticos, ni de profesionales a los que uno recurre cuando se juzga incapaz de solucionar los propios problemas por sí mismo. Estamos hablando de Ud. de mí y de la totalidad de la población, pues todos nosotros tenemos ese oscuro rincón de nuestras casas plagado de frasquitos con pastillas que habremos tomado o no pero que, en cualquier caso, hemos pagado. El camino por el que muchas de esas píldoras llegan hasta ahí se inicia precisamente con un artículo en una publicación científica en el que los detalles para la realización de los experimentos que garantizan su eficacia han sido deliberadamente ocultados con objeto, pensemos cándidamente, de que la competencia no pueda aprovecharlos. La manera de comprobar que los experimentos que acaban por motivar la comercialización de un producto dan los resultados que los autores del artículo dicen que dan implica hoy día poco menos que apelar a su buena fe. Y todo ello, exclusivamente, para demostrar que ese medicamento es mejor que nada. En ninguno de esos artículos encontrará por ninguna parte un detallito tan insignificante como cuántos animales murieron durante los ensayos, detalle éste que, en el mejor de los casos, quedará patente cuando se hayan iniciados los ensayos clínicos con humanos. Y, por supuesto, ningún autor de tan científico trabajo se va a molestar con minudencias como dejar constancia de cuáles son sus vínculos con la empresa que está tratando de comercializar el fármaco o en qué medida ésta ha financiado el experimento y al propio laboratorio en el cual se ha desarrollado.
No, la medicina actual no es una ciencia si por ciencia se entiende algo relacionado con la verdad. Aunque lo cierto es que ninguna ciencia se dedica a narrar la verdad. La ciencia trata del conocimiento comprobado, conocimiento comprobado de momento. Precisamente ésta es su grandeza, estar en un continuo progreso hacia la realidad (algo que la filosofía no hace ni a tiros). Una teoría científica no es aceptada “porque sea verdadera”. Una teoría científica es aceptada porque la comunidad científica considera que ha sido comprobada. En ello inciden dos tipos de factores, por una parte, una serie de estamentos que confieren autoridad a personas concretas para determinar si algo ha sido (o no) una comprobación. Dicha “comprobación” no consiste, como suele decirse, en un experimento o una serie de experimentos. Más bien se trata de que esa teoría muestre su fecundidad y éste acaba siendo el factor determinante a la larga. Fecundidad significa capacidad de explicar una pluralidad de fenómenos aparentemente desconectados y heterogéneos sobre la base de una única teoría. Fecundidad implica capacidad para indicar nuevos isomorfismos donde nadie los había supuesto antes. La fecundidad debe entenderse, pues, como aptitud para desarrollar pruebas empíricas, pero también como potencia explicativa y como conectividad con otras ramas del saber, con otras teorías más o menos alejadas y, por supuesto, con la tecnología. Cuanto más fecunda sea una teoría, mayor será su capacidad para sobrevivir, incluso, al bloqueo de una generación de prebostes empeñados en silenciarla. Por eso para la ciencia es fundamental la comunicación, la publicación de los resultados, de los procedimientos, de todos los elementos necesarios para poner un experimento en pie, porque ésta facilita la conexión con áreas del saber más amplias que la propia en la cual ha nacido la teoría en cuestión. Eso y no ocuparse de la verdad, es lo que caracteriza a cualquier ciencia que quiera merecer el nombre de tal.
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