El objetivo del personal branding es que los clientes potenciales nos elijan preferentemente en virtud del relato que hagamos de nuestras habilidades y no de una competencia basada en el precio. De esta manera, se nos afirma, lejos de estar sometidos al mercado, le obligaremos a bailar a nuestro son, o dicho de otro modo, renaceremos como hombres libres. El hombre libre ha descubierto que se vive mejor sin jefes, que debemos aprender a vender lo que hacemos, la marca personal nos dota
“de la libertad individual frente al poder establecido o el borreguismo que lo ha impregnado todo... El posicionamiento de la marca personal o reputación tiene mucho de causa, de revolución personal, de vivir la vida de un modo mucho más intenso, auténtico, consciente y responsable. Porque, en definitiva, el posicionamiento de la marca personal o reputación tiene un alto componente humanista, de autoconocimiento, de desarrollo de relaciones personales y de autenticidad y honestidad” (pág. 39)
Huelga decir que no estamos ante una explicación de qué es la marca personal, cosa imposible de hallar en este volumen, sino ante el discurso de alguien, Andrés Pérez Ortega, que está vendiendo algo. Nos está vendiendo su producto, pues es uno de esos que va entregando por ahí una tarjetita donde pone “experto en marca personal”. Quizás deba ser más exacto. El Sr. Pérez Ortega no nos está vendiendo su producto. Se lo está vendiendo a quien puede comprarlo. Recordemos los tréboles. El nuevo mercado laboral debe funcionar como lo hace Hollywood. El cine fabrica, desde hace años, anuncios en gran formato de las nuevas relaciones laborales. Cada profesional trabajará con una empresa, con ocasión de un proyecto, con independencia de que conozca a sus colaboradores o no, valiéndose únicamente de sus propias fuerzas frente a las leyes del mercado y reproduciendo mercancías tan estandarizadas como lo son las películas actuales (pág. 32). Quienes son subcontratados para fabricar el producto final, no pasan de ser extras, masa indiferenciada. Ningún obrero, cualificado o no, puede tener una marca personal. Son, han sido y serán borregos. Los “hombres libres”, los elegidos para vivir la vida más y más intensamente, los protagonistas de la historia, los dedicatarios de este nuevo humanismo, son los ejecutivos, destinados a tomar decisiones y cambiar el mundo en el sentido que ellos decidan. No hay motivo para preocuparse del resto de mortales, pobres borregos, que sólo pueden estar destinados a proporcionar la lana con la que aquéllos se abriguen.
Ahora bien, ¿para qué necesita este nuevo Übermensch un especialista en marca personal? Aquí es donde aparece Alfonso. Alfonso es un buen profesional, honesto y responsable, ha trabajado duro para llegar donde está. Tanto ha trabajado que no ha tenido tiempo de hacer lo que todos hemos hecho un día de aburrimiento, buscar su propio nombre en Google. Es su papá el que lo hace y hete aquí que el primer resultado que aparece es un infundado artículo periodístico que lo pone de vuelta y media. ¿Qué hacer? ¿Cómo podría salir Alfonso de este atolladero? ¿Acaso no podría ocurrirnos esto mismo a todos? ¿Y si hubiese pasado ayer, esta mañana, hace diez minutos? ¿De verdad es Ud. capaz de vivir sin un consejero en marca personal que le explique cómo salir de semejante situaciones? ¿Cómo evitará que la chica de sus sueños halle esas fotos suyas, medio borracho, en Internet, por muy borrego que Ud. sea? Esta es la ventaja de argumentar mediante ejemplos. A poco que uno se descuide, se verá enredado en una narración que, en realidad, ya no es un ejemplo, es un mito y, por alguna razón que un día entenderemos, los mitos, como los cuentos, desconectan la parte racional de nuestro cerebro para meternos en un mundo en el que caben todas las patrañas imaginables.
Es un clásico del amor en los tiempos de Internet, buscar en Google el nombre de ese chico al que acabamos de conocer en una cafetería. Digo “chico” pues ya sabemos que a los hombres nos da igual si nuestra futurible es una asesina en serie siempre que esté güena. Lo que el Sr. Pérez Ortega no le explica es que la chica sólo buscará en Internet el nombre del chico que ha conocido si ha conseguido interesarla. Y esto, que vale para las chicas, vale para las empresas. Nadie se va a preocupar de buscar su reputación en la red si no ha logrado llamar su atención. Dicho de otro modo, con independencia de lo que se haya gastado en un asesor de marca personal, nadie va a contratarle si no le atrae su modo de ir vestido, su peinado, el modo en que narra lo que es capaz de hacer por él, o lo que otros cuentan que les hizo. Si quieren se lo resumo aún más: en este mundo nadie contrata a quien no está dispuesto a venderse en todos y cada uno de los sentidos de este verbo. Nos hemos topado, por fin, con la verdad que procuran ocultar 178 páginas dedicadas a mezclar la filosofía de Platón con Georgie Dann, a que un presidente de una asociación de consumidores se felicite por lo bien que está contribuyendo a controlar el respeto al horario infantil en las cadenas de televisión, a que un directivo de Telemadrid nos aclare cuándo se quitó las gafas, a que se nos recuerde, una vez más, que el muro de Berlín cayó, que las torres gemelas fueron derribadas y que vivimos en un mundo global (algo de lo que es responsable Magallanes y no Internet, como sostienen los que verdaderamente merecen el calificativo de "borregos") y, por encima de todo, a que se nos refriegue por la cara, el happening tan encantador que un grupo de “amigos de las ideas” se montaron en 2010, con dinero público, utilizando como excusa el personal branding.