Uno de los fenómenos que hemos podido observar en los últimos años es la aparición de una serie de nuevos partidos que se suelen presentar como “transversales”, esto es, no encuadrables en la habitual tricotomía izquierda-derecha-centro. Se declaran más próximos a los ciudadanos que los partidos ya existentes y, por tanto, tratan de canalizar toda una serie de aspiraciones que aquéllos no pueden cumplir por su propia naturaleza. Dentro de esta serie de nuevos partidos, yo establecería una nítida separación entre los que se constituyen sobre la base de asociaciones ciudadanas ya existentes y los que toman como punto de acreación la personalidad más o menos carismática de un líder. Alemania ha sido el caldo de cultivo de los primeros con los verdes y Die Linke, ambos, casos verdaderamente dignos de estudio. Quisiera centrarme, no obstante, en los segundos, más propios de países mediterráneos, aunque también han florecido, en su aspecto ultranacionalista en la muy nórdica y civilizada Finlandia.
El problema de un partido que nace en torno a la figura de un líder carismático es siempre el mismo: qué tiene aparte del líder. Más tarde o más temprano, el partido tiene que rellenar listas para las sucesivas elecciones y hay que ir echando mano de lo que se va pudiendo. Hace ya unos años, Pedro Pacheco, la persona que más partidos ha fundado en este país, se lanzó, otra vez, a la aventura de sacarse de la manga una formación para unas elecciones locales. El empeño abarcó mucho más que su Xerez natal. En concreto, llegó hasta cierto pueblo donde yo me encontraba. Según me aseveraban los lugareños, el cabeza de lista de esa formación para la alcaldía era un destacado traficante de drogas de la comarca. No es una excepción. A poco que se husmee en las listas de este género de partidos personalistas, empezará Ud. a encontrar rostros que aparecen en los diccionarios como ejemplos de lo que significa “advenedizo”. Este fenómeno se intensifica si el líder o su equipo deciden que, por detrás de él tienen que ir personalidades igualmente “carismáticas”. Personalidades que difícilmente se someterán por las buenas al líder o tendrán sus mismas directrices.
Un ejemplo de lo que vengo diciendo lo hemos tenido recientemente en España con un partido llamado “Unión, Progreso y Democracia” (que no sé cuál de los tres términos es más irrisorio). La segunda cara conocida del mismo es un actor (del que no creo que nadie recuerde una actuación digna) y político llamado Toni Cantó. El bueno del señor Cantó, un día en que su agotadora vida como político no le impidió estar aburrido, se le ocurrió twittear que la mayoría de las denuncias por violencia de género son falsas. La cuestión no es, evidentemente, si el señor Cantó expresaba una opinión personal, reflejaba lo leído en alguna página de machistas recalcitrantes o, simplemente, ponía la venda antes que la herida a resultas de algún incidente en su vida personal. En cualquier caso, reflejaba nítidamente algo muy típico de estos partidos “transversales” que sólo aspiran “a recoger el sentir ciudadano”, a saber, que en cuanto se prueba lo cómodas que son las poltronas uno se olvida de los gritos que se pueden oír a través de la pared en cualquier barrio obrero.
Desde esas poltronas, que parecen temblar en cuanto aparecen nuevos aspirantes a ocuparlas, rápidamente se argumentará que eso es lo que suele ocurrir con los políticos “no profesionales”. Tal argumento es fácilmente refutable, porque los políticos “profesionales”, suelen lucirse con declaraciones no menos estrambóticas. Precisamente esta semana hemos tenido la inmensa satisfacción de descubrir que tras el cese el fuego de ETA y antes que los informes sobre el aumento de la delincuencia lleguen a su despacho, también el ministro del Interior, señor Fernández Díaz, se aburre. Para espantar la abulia se ha descolgado con unas declaraciones en las que afirma que el matrimonio gay amenaza la “pervivencia de la especie”. Hay quienes dicen que el señor Fenández Díaz, es miembro supernumerario del Opus Dei, pero yo creo que, en realidad, es un ácrata de mucho cuidado. El mismo argumento lleva a concluir no ya que el matrimonio gay es contrario a la pervivencia de la especie, sino que cualquier género de matrimonio lo es. Difícilmente se encontraría una tasa de nacimiento mayor que en una sociedad gobernada por el amor libre porque, como todos sabemos, no hay mejor anafrodisiaco que el matrimonio.
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