Una de las características del feminismo teórico es su alianza con el Estado. El feminismo del siglo XX es un feminismo de Estado. No se trata ya de que los Estados hayan adoptado políticas de discriminación positiva, es que esto es lo único que podía ocurrir. ¿Por qué? Voy a contar un cuento. Érase una vez que se era, una miembro* numeraria del Opus casada y con tantos hijos como Dios había querido mandarle. Un día descubrió que tendría más facilidad para publicar, recibiría más becas y subvenciones si, en vez de dedicarse a los temas de investigación que le permitía la Obra, se dedicara al feminismo. Se salió del Opus, se divorció del tirano de su marido y fue feliz y comió perdices a costa de los fondos de los congresos sobre feminismo que organizó. Esta bonita historia lleva a una pregunta: ¿cuántas teóricas feministas van a seguir haciendo gala de su militancia ahora que las ayudas públicas van a sufrir un drástico recorte? Puedo formular esta pregunta de un modo todavía peor. Las investigaciones financiadas por las empresas farmacéuticas, casualmente acaban concluyendo que sus productos sirven para el tratamiento de determinadas enfermedades. Las encuestas encargadas por un partido político, casualmente dan resultados favorables a ese partido político. ¿Es también casualidad que los estudios feministas subvencionados con dinero público, acaben exigiendo, en este o aquel ámbito, la intervención del Estado? ¿Por qué tantas propuestas feministas pasan por apelar a papá el Estado?
Decir que buena parte del feminismo, al menos del feminismo teórico, es pensamiento subvencionado no constituye, con todo, lo más duro que se puede decir. Los documentos de las grandes teóricas del feminismo son poco más que una colección de chistosas anécdotas acerca de hombres de Marte y mujeres de Venus, una pormenorizada casuística obtenida de novelas y otros relatos de ficción (y esto es aplicable a las mismas madres fundadoras del movimiento), denuncias en las que no se mencionan nombres, victimismo a raudales, el consabido presupuesto de que los hombres somos testosterónicos, alusiones al patriarcado romano y, en el caso de la línea más radical, reivindicación de los métodos del apartheid sexual decimonónico, ahora amparado en motivos especularmente distintos.
Es inútil pedirles una cierta lógica, algo de coherencia, la más mínima fundamentación histórica. La lógica, la coherencia, la exigencia de fundamentación histórica, son típicos corsés masculinos, cuya utilización sólo puede conducir a la reproducción de los esquemas machistas. No vale decir que el patriarcado romano no pudo surgir de la nada y que otras sociedades, sin antecedentes romanos, son tan o más machistas que la nuestras, por lo que ahí no puede buscarse la razón de lo que está ocurriendo hoy. Huelga afirmar que por las venas de las mujeres también circula testosterona. Y si se nos dice que menos, la cosa se pone todavía mejor. Si la testosterona fuese la culpable de todo, los hombres que producen más testosterona que la media serían más machistas, tesis que difícilmente resistiría la más mínima contrastación empírica. Ni siquiera se puede reclamar que la idea de que los hombres somos "por naturaleza" algo, además de haber sido la base para todo tipo de discriminaciones a lo largo de la historia, lleva a la conclusión lógica de que, si efectivamente somos así "por naturaleza", nada ni nadie va a cambiar las cosas, con lo que sólo queda plegarse a los hechos. Como digo, nada de esto es argumentable porque el deseo de argumentar es ya una clara muestra de pensamiento masculino, es decir, machista. Sin embargo, insisto, la apertura de librerías en las que sólo pueden entrar mujeres no ha detenido las violaciones, las humillaciones, ni los asesinatos.
Está muy bien que haya organizaciones feministas, subvencionadas por papá Estado, apoyando a las mujeres maltratadas. Estaría mejor que las hubiera dedicadas a denunciar a los maltratadores que cobran pensiones de viudedad por sus mujeres y víctimas y que no fuese papá Estado quien tenga que descubrir estas cosas. Está muy bien que papá Estado multe a las empresas que discriminan a las mujeres. Sería mucho mejor que las organizaciones feministas hicieran listas públicas de los establecimientos y empresas multados y promovieran el boicoteo de sus productos. Está muy bien que se enseñe igualdad de género en las escuelas de papá Estado. Más eficaz sería negarse a comprar productos cuyos anuncios reproduzcan lo más rancio de la asignación de roles sexistas (productos de limpieza del hogar o adelgazantes promocionados por mujeres, coches deportivos que sólo conducen hombres, etc.) Es muy bonito que papá Estado obligue a hacer listas electorales "cremallera". Mucho más hermoso serían los programas deportivos "cremallera", es decir, que cada minuto de información deportiva masculina fuera correspondido por un minuto de información de deportes femeninos y que las mujeres protagonizaran una campaña de apagado de televisiones hasta que eso ocurriese. Las historias de la ciencia "de género" subvencionadas por papá Estado son fabulosas. Una fábula mucho más útil sería que las científicas pudieran incluir en sus curricula la maternidad, pues ésta suele ir acompañada de una ralentización en sus investigaciones que las pone en inferioridad respecto de sus compañeros varones. Luchar por la igualdad de género en nombre de papá Estado está muy bien. Lo ideal, sin embargo, es luchar por la dignidad de las personas, con independencia de qué les cuelgue en la entrepierna. Pero, claro, esto es peligroso, pues no sólo acabaría con los acosadores, los maltratadores y las discriminaciones por razón de sexo.
* ¿O miembra? Ahora bien, si toda parte femenina integrante de un organismo es una miembra, mi pierna no es uno de mis miembros, sino una de mis miembras.