domingo, 9 de septiembre de 2012

Más basura (genómica ahora)

   Esta semana hemos asistido al primer gran descubrimiento científico del siglo XXI. Ha sido llamativo, pero, desde luego, no sorprendente. Como ya dijimos en una entrada anterior, la basura es tremendamente informativa, lo cuenta todo acerca de nosotros. Y eso, a nivel molecular, es lo que acaba de hacer público el llamado Proyecto Encode. Para entender de qué estamos hablando, hay que contextualizar el hallazgo. Hay por ahí un gusanito, llamado Caenorabditis elegans, que, de tan elengante, contiene 19.000 genes en su DNA. Por otra parte, hay un sabroso (y venenoso) pez globo japonés, cuyo DNA está constituido, en más de un 95% por genes (tiene alrededor de 30.000). Bien, si ahora añadimos el dato de que una cadena de DNA humana, es ocho veces más grande que la del pez globo, ¿cuántos genes hacen falta para crear un ser humano? Piénselo bien, en nuestro cerebro hay 100.000 millones de neuronas con sus 1.000 billones de conexiones. El Caenorabditis elegans tiene 302 neuronas. Si Ud. repasa la literatura científica sobre el tema, encontrará que las primeras estimaciones no bajaban de los 400.000 genes. Poco a poco la cifra se fue reduciendo, 300.000, 100.000, 40.000... La transcripción del mapa genético humano a cargo del Proyecto Genoma dejó la cifra en torno a 23.000. Sí, sí, 23.000, un poco más que el gusanito elegante de las narices.
   Pero, ¿y toda esa cantidad enorme de DNA que nos constituye? 23.000 genes son menos del 2% de nuestro DNA. El 98% restante es basura, secuencias que no dan información acerca de ninguna estructura significativa de nuestro organismo. Dicho de otro modo, un pececito que nos zampamos tiene un 95% de DNA significativo, nosotros un 1,5%. Tomemos el DNA humano, eliminemos todo esa basura y compactémoslo, ¿saldrá de ahí un ser humano? La apasionante respuesta es, no.
   ¿Cómo puede salir nuestro cerebro de 23.000 genes? Obviamente, nuestros genes tienen que estar pluriempleados. Muchos, la mayoría quizás, tienen que codificar más de una proteína, dependiendo de a partir de qué punto sean leídos, incluso, en qué dirección sean leídos. Y aquí viene la gran pregunta: ¿cómo sabe nuestro organismo en qué dirección y a partir de qué punto hay que leer en cada momento un gen concreto?
   Veamos, si estamos constituidos por 23.000 genes y de ellos salen el millón de proteínas que nos constituyen, péptidos aparte, las instrucciones para el desarrollo humano, las correspondientes a la especialización que debe sufrir cada célula para formar parte de un organismo y los 1.000 billones de conexiones neuronales, ¿cómo demonios puede haber un gen para la agresividad, un gen de la homosexualidad y un gen del talento? ¿De dónde han salido esos genes tan especializados que copan, con frecuencia, espacio en los medios de comunicación de masas y en las revistas de difusión científica? ¿No será que todo esto es pura ideología carente de la más mínima base científica? Si Ud. le pregunta a un especialista medianamente serio le dirá que un gen por sí mismo no es nada. Todo gen tiene un mecanismo regulador, que indica cuándo tiene que expresarse y cuándo tiene que dejar de hacerlo. Sin ese interruptor, el gen no sirve para nada. Y ese mecanismo regulador no puede funcionar si no es en interacción con la expresión de otros genes y con el medio ambiente. Ningún gen determina nada por sí mismo sin un mecanismo que lo lleve a expresarse y ese mecanismo es extremadamente sensible al contexto. Dicho de otro modo, sólo somos uno de los resultados posibles de la interacción de los genes que nos constituyen.
   Como pueden imaginarse, los mecanismos reguladores de los genes, la clave de todo, son de una complejidad extrema. Aquí se ha abierto paso la biocomputación con el uso de modelos matemáticos, topología avanzada y, por supuesto, supercomputadores de procesamiento en paralelo. Con todo, sólo se conocen las formas más simples y aplicadas a organismos elementales... Hasta ahora. Lo que el Proyecto Encode ha puesto de manifiesto es, precisamente, que el 98% de nuestro DNA codifica mecanismos reguladores de nuestros genes. El DNA "basura", dice cómo y, lo que es todavía más importante, cuándo, se tienen que expresar los diferentes genes. La sucesión física de pares de base del DNA, lleva implícita una red abstracta, en la que cada instrucción es un nodo. Cada secuencia de DNA ocupa un lugar, guardando relaciones de vecindad con otras secuencias, pero también una posición en una red, en la que sus vecinos ya no tienen por qué estar próximos físicamente. Dos nodos son adyacentes si uno ejerce influencia directa sobre el funcionamiento del otro. Y toda esa red de interacciones entre fragmentos de DNA es muy sensible a la situación en la que se encuentra el organismo. La cartografía de esa red nos permitirá entender cómo saben las diferentes células del embrión a qué órgano tienen que dar lugar, qué mecanismo llevan al organismo adolescente a secretar hormonas y de qué modo el malfuncionamiento de un gen afecta a todos los demás, entre otras muchas cosas. Ciertamente estamos más cerca de curar enfermedades con cuya curación jamás se soñó. La verdad es que, contrariamente a lo que dicen los medios de comunicación, no mucho más cerca. Queremos alcanzar la Luna y nos hemos subido en una escalera. Pero, al menos, hemos avanzado algo. Si el Proyecto Genoma Humano permitió asomarse al ojo de la cerradura de la vida, el Proyecto Encode ha entornado esa puerta. Aún queda un proyecto más ambicioso, la proteómica, la secuenciación de cada una de las proteínas que nos constituyen. Entonces, entonces sí, la puerta estará abierta definitivamente.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Radriografía de la opinión pública española

   Según las estadísticas de Google, en el último mes, 191 personas visitaron este blog. De ellas sólo 53 residían en España. No estoy muy seguro de que este dato sea correcto porque, últimamente, cada vez que entro en Google desde uno de los ordenadores de mi casa, todos los resultados me salen en portugués, pero, en fin. Menciono todo esto porque quizás debiera aclarar que las opiniones y juicios vertidos en este blog, para nada representan las opiniones y juicios del ciudadano medio español en estos momentos. De un modo muy burdo, yo diría que en torno a siete de cada diez españoles tienen una actitud que oscila entre la defensa más encendida y la indiferencia hacia el actual gobierno. Hasta el momento, he escuchado tres tipos de argumentos para sustentar dicha actitud: el gobierno actual no puede hacer otra cosa, dada la situación heredada; el gobierno actual está mejor preparado que el anterior para afrontar la situación; y, bajo ningún concepto, se puede permitir que los sinvergüenzas del PSOE vuelvan al poder (ya). Si Ud. no vive en España, como es lógico, no entenderá a qué vienen estos argumentos (en realidad, si Ud. no vive en España es poco probable que entienda nada de lo que ocurre en este país de locos), por lo que voy a tratar de explicarlos.
   En el caso de que Ud. resida en Sudamérica, puede llegar a comprender el primero de ellos gracias a un símil. "No se puede hacer otra cosa con la situación que hemos heredado" es la versión patria de: "la culpa es del colonialismo español". Como todos sabemos, el colonialismo español es el causante de todos los males de Iberoamérica, desde la gripe hasta la reciente explosión de una refinería en Venezuela pasando por el golpe de Estado contra Allende y la presencia ocasional del fenómeno de El Niño. En nuestro caso, "no se puede hacer otra cosa con la situación heredada", forma parte del pecado original de nuestra democracia. Franco no sólo fue el dictador más longevo de Europa, llegada la democracia se convirtió en la excusa perfecta para justificar todo lo que iba mal. ¿Qué las cárceles estaban saturadas? Culpa de Franco. ¿Que la policía disparaba balas de verdad en las manifestaciones? Culpa de Franco. ¿Que la economía no levantaba cabeza? Culpa de Franco. ¿Que había mucho paro? Culpa de Franco. Los sucesivos gobiernos de Felipe González hicieron de esta cantinela una forma de gobernar. "La situación heredada" abarcaba no ya los cuarenta años de la dictadura, también los desaguisados cometidos por los gobiernos de UCD. A Felipe González lo pudimos ver justificando cada escándalo de sus ministros por "la situación heredada". Poco a poco, tras repetir recurrentemente la misma canción, ésta fue penetrando en las capas más profundas de la mente de los españoles y la "situación heredada" resulta ser la causante, incluso, de la caca que el perro del vecino ha dejado en la acera. Hasta tal punto ha penetrado en la mente de los españoles, que hace unos meses, una mandataria del gobierno andaluz, echó la culpa de la mala calidad de la enseñanza a la "situación heredada", lo cual no está nada mal si tenemos en cuenta que el partido de esta eminencia lleva tres décadas gobernando en Andalucía. La "situación heredada", como el colonialismo español, es el capote con el que se nos torea para que no nos hagamos la pregunta obvia: ¿no debería gobernarnos alguien capaz de obtener resultados pese a la situación heredada? Para obtener resultados cuando las cosas van bien, sirvo hasta yo.
   Que el gobierno actual esté mejor preparado que el anterior se refiere a que los actuales ministros hacen exhibición de su buen nivel inglés. La respuesta a la pregunta que Ud. se está haciendo es no, hasta ahora ningún político español había demostrado un nivel de inglés superior al de los niños de seis años alemanes o fineses. Entiéndaseme, no es un logro menor. De ahí a considerar que por eso ya tienen méritos para gobernar hay un trecho. También Pocholo habla inglés y yo no lo pondría de ministro economía. ¡Claro! digo, yo, don Naniano Rajoy, ya veremos cómo acaba. El resultado es que todo el mundo se queda muy satisfecho viendo cómo el Sr. de Guindos es saludado efusivamente por sus colegas europeos. La verdad, a mí esas escenas no acaban de tranquilizarme. Un día de estos Schäuble lo va a besar como don Vito Corleone y entonces igual acaba por entenderse el significado último de tanta efusividad.
   Finalmente, los menos proclives al actual gobierno suelen argumentar que no se puede permitir la vuelta al poder del PSOE. Este argumento suele tomar una forma muy concisa, del tipo: "pues vuelve a votar al PSOE ¡idiota!" La gracia del asunto está en que quien así argumenta, votó en su día al PSOE y volverá a hacerlo en cuanto le digan que la crisis ha pasado. Para buena parte de la ciudadanía de este país la democracia consiste en elegir entre dos partidos que están de acuerdo en qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo, aunque no en cómo hay que explicarlo. Si a este ciudadano trata Ud. de aclararle que el duopolio no es algo muy diferente de la dictadura, no tardará mucho en llamarle "golpista", "perroflauta" y/o "comunista".
   Quedan, naturalmente, los tres ciudadanos que sí están dispuestos a criticar a este gobierno. Unánimemente, le ofrecerán un argumento para hacerlo: que es un gobierno "fascista". Lo que quieren decir al tachar a este gobierno de "fascista", es que no es del PSOE, porque, para estos ciudadanos, como para los anteriores, la democracia consiste en elegir entre dos refrescos de cola, uno envasado en rojo y el otro en azul, que, a lo mejor, difieren en su sabor, pero que, al cabo, son la misma fucsina.
   Nadie o, por lo menos, nadie con quién yo haya tenido la oportunidad de conversar en los últimos meses, será capaz de ofrecer un argumento a favor o en contra del actual gobierno por cuestiones como que no tenemos un problema de gasto excesivo sino de recaudación; que subir el IVA, a lo mejor crea inflacción y al gobierno le viene muy bien para pagar la deuda, pero va a hundir el consumo y con él, una vez más, la recaudación; que quienes necesitan una línea de financiación europea no son los bancos, sino las familias; y muchas más cosas que vengo diciendo aquí y que no me apetece repetir una vez más. ¿Por qué resulta tan infrecuente oír estas perroflautadas?
   No se puede entender este país si no se sabe que en la inmensa mayoría de los hogares españoles se almuerza viendo el telediario. Telediario que esquematiza, empaqueta y predigiere las informaciones para que sean engullidas y asimiladas como un bocado más. Terminado este ritual de avinagramiendo cotidiano, los españoles vuelven a su interminable jornada laboral, preguntándose si son los tonos rojizos o celestes los que mejor combinan con el decorado de cartón piedra que los rodea. Y, claro, con estos mimbres, sólo nos puede salir un país de opereta, que es lo que siempre hemos tenido.

domingo, 26 de agosto de 2012

4 Lions

   Aprovechando que tenía que planchar, el otro día conseguí verme (eso sí, doblada), 4 Lions, película de Christopher Morris de 2010. En esencia, es un desarrollo, netamente británico, de lo mejor de Zohan: licencia para peinar (Dennis Dougan, 2008). Zohan tenía mucha escatología chabacana, como es habitual en el cine (supuestamente) de humor norteamericano, pero la escena de un grupo de aspirantes a terroristas llamando al teléfono de Hezbollah, merece entrar en el mismo Olimpo que el famoso camarote de los hermanos Marx. 4 Lions lleva esta idea mucho más allá, desvelando las miserias de cinco aspirantes a mártires, tan obcecados como tontos. La película es descacharrante y, pese a ello, tremendamente realista o, por decirlo mejor, realista por descacharrante.
   Empezar no empieza demasiado bien. Casi al comienzo, dos de los protagonistas se van a un campo de entrenamiento en Pakistán, donde se las apañan para pegarle un bombazo no al avión espía norteamericano al que apuntaban, sino a la casa del emir que los acogía. Aunque divertida, esta escena parece situar la película en un tono de parodia que no se corresponde con todo lo que viene a continuación. En realidad, de los campos de entrenamiento terroristas, se pueden contar muchas cosas tan o más divertidas que ésta. Todo campo de entrenamiento terrorista, proporciona, en efecto, tres tipos de enseñanzas: militar, ideológica y armamentística. Lo cierto es que la mayoría de reclutas que acuden a ellos, lo único que quieren es pegar cuantos más tiros mejor (algo que sí queda reflejado en la película) y hacer explotar el mayor número posible de artefactos en el menor plazo de tiempo. Cuando a estos reclutas se los pone a reptar bajo una alambrada o a escuchar largas conferencias sobre las maldades del imperialismo, suelen ponerse gallitos y las broncas con sus adiestradores alcanzan niveles antológicos. Ahora las cosas están un poco mejor, pero de la época de ETA, el IRA, la RAF y demás movimientos de izquierda, se cuentan historias rayanas en el surrealismo. Los anfitriones de la Rote Armee Fraktion, por ejemplo, los describen como gente que lo único que quería era tomar el Sol (desnudos, por supuesto), fumar porros y disparar. A más de uno le tendieron una encerrona para matarlo. Por su parte, los miembros de esta organización que pasaron por esos campos de entrenamiento, narran que sus instructores daban lecciones también a grupos de extrema derecha alemanes, alojados unos barracones más abajo...
   El primer objetivo que se fijan los cuatro leones de la película es, naturalmente, una mezquita. Siguiendo el modo en que los terroristas razonan realmente, el personaje llamado Barry, expone que, matando musulmanes, lograrán que los musulmanes moderados se radicalicen y los radicales se pasen a la acción directa, sumiendo Gran Bretaña en el caos. Otro de los miembros del grupo, incrédulo, le plantea que su padre va a esa mezquita. Entonces Barry le pregunta si su padre compra naranjas. Habiendo obtenido una respuesta afirmativa, concluye: "entonces tu padre financia el programa atómico judío". Como casi siempre que Barry abre la boca, sus comentarios provocan una hilarante estupefacción y, sin embargo, no hace otra cosa que enunciar axiomas que defendería cualquier terrorista que se precie. El primero de todos, el ejemplificado por este diálogo es: no hay inocentes. Y eso si están vivos, porque si ya han sido "ejecutados", entonces su propia ejecución los convierte en pérfidos enemigos. La disparatada voladura de una oveja que podemos presenciar en otra escena, la convierte, en efecto, en un objetivo legítimo, "por formar parte de la cadena alimenticia del enemigo", dice Barry y su involuntario autor es, por supuesto, un mártir.
   Toda la película es el ejemplo de algo que ya decía Descartes, que el sentido común es el menos común de los sentidos. Podemos presenciar cómo la familia del líder del grupo, con idílica unanimidad, le da ánimos para que se inmole, llenando de orgullo así a su próxima viuda y a su hijo. Hijo que, no hay que darle muchas vueltas, tratará de seguir pronto el camino del padre, pues, como muestran las estadísticas reales, el terrorismo, al igual que el color de ojos, se hereda. La cosa comienza a girar hacia la catástrofe cuando descubrimos que la falta de sentido común no es exclusiva de los terroristas. En una sucesión de actuaciones policiales, podemos contemplar: dos tiradores de élite de la policía discutiendo acerca de si un Wookiee es un género de oso o no; un grupo de asalto, matando a un rehén; un político, justificando que, en realidad, ese rehén era el terrorista, si bien, el otro tipo, es decir, el terrorista real, por motivos que el político asegura que no merece la pena analizar, activó el explosivo; a todos los servicios secretos, con la CIA detrás, machacando al (pacifista) hermano del líder del grupo por ser (supuestamente) la fuente inspiradora de todo...
   Ni que decir tiene que la estulticia mostrada por la película queda en mantillas si se la compara con la realidad. El 12 de octubre de 2001, miembros de ETA colocaron un coche bomba en Madrid, justo debajo de la señal de vado permanente de un edificio de Telefónica. La hora de la explosión debía ser las doce de la mañana. Los terroristas avisan de la colocación del coche bomba. Llegan las unidades de desactivación de explosivos con sus perros adiestrados. Los perros olisquean todos los coches de la calle pero no detectan nada. El guarda jurado del edificio, que ve el coche, llama a la policía local. También los terroristas vuelven a llamar insistiendo en la colocación del coche bomba. Hay una segunda pasada, igualmente infructuosa, de la policía. Cae la tarde. Llega la policía local. Efectivamente, parece que hay un coche mal aparcado. Algo después la grúa municipal se hace cargo de la situación. No hay manera de mover el coche. Lo empujan, lo zarandean, pero nada. Tras un buen rato de pelear contra él, la grúa consigue llevárselo. Lo pasea por media ciudad. A las doce de la noche, el coche bomba explota en el aparcamiento de la policía local para vehículos retirados de la vía pública. Afortunadamente, no mata a nadie. Los terroristas confundieron las doce de la mañana con las doce de la noche cuando activaron el temporizador.
   Al final, entre la estupidez de unos y la de los otros, en la película acaban muertos cinco terroristas, dos ciudadanos de a pie, tres policías, una oveja y un cuervo. Y es que lo terrible, lo terrible de toda esta historia, consiste en que matar, está al alcance de cualquiera, por muy tonto que pueda ser.

domingo, 19 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (3. Hechos, leyendas y moralejas)

   El año 1941 fue crucial para el proyecto nuclear alemán. Por un lado tenemos a un Hitler deseoso del arma definitiva y por otro a unos científicos erráticos que avanzan al paso de una tortuga con reúma. En octubre de ese año Heisenberg se entrevista con Niels Bohr. Hay dos versiones de esa entrevista. Una es la de Heisenberg, según la cual, le contó a Bohr su frustración por un programa nuclear que iba de cabeza hacia el fracaso. Otra es la de Bohr, que llega a EEUU alarmado por lo extraordinariamente cerca que están los alemanes de la bomba atómica. ¿Qué fue lo que le contó de verdad Heisenberg a Bohr? En sus memorias Heisenberg asegura que sólo le insistió sobre su intento de reconducir el proyecto nuclear hacia usos civiles, algo, desde luego, nada alarmante. Pero quizás, también deslizara su preocupación por no ser el único que estaba investigando la energía nuclear en Alemania...
   En efecto, un poquito hartos ya, la verdad, los nazis llegan a la consecuencia que también habían pergeñado los japoneses, a saber, que si uno quiere fabricar algo, lo mejor es ponerlo en manos de ingenieros y no de científicos. Justamente cuando Speer está entregando una enorme suma de dinero para su proyecto a Heisenbreg, se crean dos grupos paralelos al proyecto "oficial" para la fabricación de la bomba atómica. Uno, a cargo de Manfred von Ardenne, progresa vertiginosamente en la producción de Uranio 235, entre otras cosas. El otro, liderado por un misterioso general Kammler, no se sabe muy bien qué hacía, pero termina por fusionarse con el primero en 1944. A partir de aquí es difícil desligar lo que son hechos, de lo que son teorías, de lo que son simples leyendas urbanas.
   Es un hecho que el general Kammler nunca estuvo enterrado en la tumba que llevaba su nombre. Es un hecho que von Ardenne acaba siendo pieza clave en la fabricación de la bomba atómica soviética. Es un hecho que, en los últimos días de Hitler, un submarino, el U-234, zarpa rumbo a Japón cargado de material nuclear y de un detonador ideal para hacer explotar una bomba de Plutonio. El detonador acabará llegando a Japón, más en concreto, a Nagasaki... ¡dentro de Fat boy, la bomba de Plutonio de los americanos! El submarino acabó entregándose a éstos tras la rendición de Alemania.
   Si el submarino portaba un detonador para una bomba de Plutonio y si fue fabricado por von Ardenne, cabe teorizar que éste, en realidad, acabó aceptando las conclusiones de Bolthe y que su contribución consistió en suministrar combustible nuclear y preparar la fabricación de un ingenio que utilizase los residuos de la fisión nuclear que se producen en un reactor. Pero por aquí aparece un periodista italiano que asegura haber asistido a una prueba nuclear alemana en la isla de Rügen en 1944, prueba que se mantuvo en secreto a la prensa alemana para... ¿no subir los ánimos de la tropa? No es algo muy original, otro periodista adjudica una prueba nuclear (también exitosa, claro) a los japoneses y no en una isla remota, no, en las mismas barbas del ejército ruso al que le faltó tiempo para hacer prisioneros a todos los científicos japoneses. ¿Qué queda? ¡Ah sí, el avión! Hubo, efectivamente, un modelo modificado de avión a reacción del que, dicen, de haber volado alguna vez, hubiese podido bombardear New York. Y eso, sin necesidad de que una escuadrilla de cazas le diera protección de ningún tipo y saltándose a la torera la aplastante superioridad aérea que los aliados tenían desde principios de 1944. Pero este avión no es que pudiera volar, es que lo hizo efectivamente y no hacia el Oeste, no, sino hacia el Este, es decir, hacia donde la guerra aérea era más desfavorable. Piénselo bien, es Ud. Hitler, tiene una bomba atómica, está decidido a lanzarla contra los rusos, ¿dónde la lanza? Pues en Tunguska, claro, en plena Siberia, no vaya a ser que lanzándola en Moscú, mate a Stalin, algo que podría haberlo molestado un poco (1).
   En fin, esto es lo que tienen las leyendas, que cualquier mente golosa acaba atrapada en ellas como las moscas en la miel. Pero lo que me gusta de toda esta historia no son las leyendas a las que ha dado pie. Lo que realmente me fascina es la actitud de Heisenberg, de Hahn, de Bolthe y quienes con ellos trabajaron. Tuvieron extraordinariamente fácil declarar, tras la guerra, que siempre habían sido opositores, desde dentro, al régimen nazi. Muchos otros, en Francia y en Alemania, con menos méritos objetivos, se convirtieron de la noche a la mañana en resistentes contra el nazismo en cuanto vieron ondear la bandera norteamericana. Y es que, si uno se ciñe a los hechos, la conclusión inevitable es que hicieron todo lo posible por sabotear el proyecto nuclear alemán desde el primer día. Sólo hay un pequeño detalle que no encaja con esta manera de interpretar los hechos: las propias declaraciones de Heisenberg y de Bolthe. Cada vez que tuvieron ocasión, insistieron en que no hubo sabotaje alguno por su parte, simplemente, cometieron errores, errores incomprensibles y sistemáticos. Esta generación de científicos en particular y de alemanes en general, fue educada en la creencia de que tenían una deuda para con su país y que esa deuda tenían que pagarla aunque el país estuviese gobernado por una camarilla de sinvergüenzas. Para ellos "traidor" siempre fue un insulto peor que "colaborador", aunque esa colaboración fuese la colaboración con un gobierno criminal. Ni siquiera en el caso de que hubiesen saboteado el proyecto, cosa que no creo que hicieran deliberadamente, lo hubiesen reconocido.
   No obstante, es innegable, que durante su desarrollo, nunca mostraron la mejor versión de sí mismos. Y ésta es la primera moraleja que quisiera sacar de esta historia. Como los libros de management empresarial insisten en subrayar, está muy bien centrar todo el negocio en el cliente, pero si los empleados no son capaces de mostrar la mejor versión de sí mismos, ningún negocio dura más de seis meses. Da igual las bondades del producto, da igual la capacidad de liderazgo de la dirección, da igual los mecanismos de control, al final todo depende de que el empleado sonría, o no, al cliente, de que notifique, o no, que las bolsas de pipas no se están cerrando correctamente, de que se dé cuenta, o no, de ese tornillito más flojo de lo normal que puede parar toda la cadena de montaje. Cada uno de nosotros conoce esa multitud de pequeños detalles que, con buena voluntad, corregimos cada día y que, si no lo hiciésemos, acabarían por echarlo todo a perder. Y, a lo mejor, como Heisenberg, como Hahn, como Bolthe, deberíamos comenzar a preguntarnos si de verdad todo este proyecto nos entusiasma tanto como para que sigamos teniendo buena voluntad. Si el ideal de nuestros empresarios y políticos es sumirnos a todos en la esclavitud, quizás debamos complacerles. Seamos esclavos. Y como esclavos, dejemos de arrastrar los pies únicamente cuando azoten nuestra espalda. Habrá que contratar muchos capataces y que comprar muchos látigos para azotar tantas espaldas. Ya veremos si les salen las cuentas.
   Sí, lo sé, no son éstas las cosas que se espera oír a un filósofo. No es de extrañar, los filósofos ni siquiera se han enterado de que la ciencia necesita comunicación, intercambio de ideas, de teorías, flujo de información y que si no se quiere eso, si lo que se quiere son patentes y mantener los secretos, entonces es mejor echar a los científicos y contratar ingenieros. Pero entonces, entonces queridos lectores, ya no es de ciencia de lo que estamos hablando, estamos hablando de tecnología. Porque (y ésta es la segunda moraleja que quería sacar de esta historia), lo cierto es que, si uno deja de aprenderse de memoria párrafos enteros de los escritos de Heidegger y de Habermas y le echa un vistazo, aunque sea somero, a cómo han llegado hasta nuestras manos los aparatos que manejamos, descubrirá, inevitablemente, que ciencia y tecnología no son lo mismo.
  


   (1) Pueden leer más sobre estas historias aquí y, particularmente, aquí.



domingo, 12 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (2. El error de Bolthe)

   ¿Qué significaba recibir una oferta de un ministro del gobierno de la Alemania nazi? Hay una historia parecida de un personaje de enorme talento en lo suyo, que, como Heisenberg, se las tuvo de todos los colores con los nazis y que también recibió una oferta que no podía rechazar, Fritz Lang. El director de Metrópolis, M y demás joyas del cine expresionista, confesaba haberse quedado de piedra cuando un coche del Ministerio de Propaganda paró ante su casa. Fue conducido al despacho de Goebbels, donde éste, en persona, le ofreció el puesto de director de la más gloriosa factoría de cine de la época, los estudios UFA. Uno se puede imaginar la escena. Lang con su monóculo y un cigarrillo humeando en la punta de su larga boquilla negra, sonriendo amablemente y pidiéndole a Goebbels, un par de días antes de aceptar un cargo de semejante responsabilidad. Según contó en una entrevista, llevaba por casualidad el pasaporte encima, así que, tal como salió del despacho de Goebbels, se fue a su oficina bancaria, retiró todo su dinero, tomó el primer tren que salía hacia París y, desde allí, telefoneó a su mujer para decirle que se iba a los EEUU. Lang lo sabía, el principio rector del nazismo era: "con nosotros o contra nosotros".
   A Heisenberg le hubiese resultado todavía más fácil. En julio de 1939, recibió una oferta en firme durante un viaje a los EEUU para quedarse allí. La rechazó y eso acabó por conducirlo al despacho de Speer. Pero a Speer tampoco le dijo exactamente que sí. Al parecer, lo que le dijo fue que la bomba atómica era i-m-p-o-s-i-b-l-e (ahora veremos por qué). A lo mejor, un reactor para propulsar submarinos, sí se podía, pero que, de bomba, nada de nada. Acto seguido le presentó un presupuesto absolutamente ridículo para la construcción de un reactor nuclear a tres o cuatro años vista (recordemos, estamos en 1942). Speer le entregó veinte veces el presupuesto solicitado. El proyecto, bajo la supervisión de Kurt Diebner y Walter Gerlach, quedó en manos del propio Heisenberg y de Otto Hahn. Dicho de otro modo, "el arma definitiva" que asegurará la supervivencia del Tercer Reich depende del interés y voluntad de un "judio", "blanco", eso sí, y de un declarado pacifista (a raíz de su intervención en el programa de armas químicas alemanas de la Primera Guerra Mundial).
   Para entender lo que viene a continuación, hace falta dar algunas explicaciones básicas. Hacia finales de los años treinta del siglo pasado se sabía que la carrera por el manejo de la energía nuclear tenía que afrontar, de entrada, dos problemas. El primero es la escasez en la naturaleza del combustible nuclear por excelencia, el Uranio 235. El segundo es que, alcanzada una cierta cantidad de Uranio 235 se inicia de modo espontáneo una reacción en cadena que libera enormes cantidades de energía. Por tanto, es fundamental encontrar algún material que, sin "apagar", por completo la reacción, mantenga esa masa crítica de combustible nuclear dentro de un cierto umbral. Para este fin, existían dos candidatos fundamentales, el grafito y el agua pesada. La industria alemana se había mostrado muy ducha en la utilización del grafito con diversos fines, de modo que Heisenberg calculó las características que habría de tener para funcionar como moderador de la reacción nuclear. El experimento crucial y las mediciones que dejarían en claro si el grafito servía o no para tal fin, quedaron en manos del profesor (y futuro premio Nobel) Walther Bolthe. Que Heisenberg dejara en sus manos la realización de un paso clave en todo el proceso tiene su miga, porque sus relaciones con él no eran exactamente cordiales. Y no porque Bolthe fuera un exaltado nazi. A Bolthe, su cautividad como prisionero de guerra (de la Primera, claro) en Siberia, lejos de enseñarle a detestar a las (desde un punto de vista nazi) "inferiores" razas eslavas, le llevó a enamorarse de una rusa con la que se casó y vivió hasta su muerte.
   Bueno, pues, casualmente, Bolthe se equivocó en sus cálculos. Se equivocó de un modo disparatado, contrario a todo lo que se había previsto hasta entonces y contrario a los propios cálculos de Heisenberg, a quien no dudó en adjudicarle la culpa de todo. El error de Bolthe, simplemente, cambió el curso de la historia, porque llevaba a pensar que el grafito, lejos de moderar la reacción en cadena del Uranio (como efectivamente hace y se demuestra todos los días en las centrales nucleares), la apagaba por completo. Aceptar el resultado de Bolthe implicaba que sólo se podía moderar la reacción en cadena con agua pesada. Dicho de otro modo, olvídense Uds. de manejar y transportar con facilidad el ingenio atómico. A su vez, esto significaba que o los reactores nucleares serían tan pequeños como para carecer de relevancia militar o construir gigantescas piscinas de agua pesada, con el "pequeño" añadido de que la principal fábrica de agua pesada que tenían a su disposición los alemanes en esos momentos estaba ¡en Noruega! El disparatado resultado de Bolthe lanzaba el proyecto de bomba atómica alemana a una extenuante travesía del desierto. Lo más lógico hubiese sido, por tanto, asegurarse de que era correcto. Ahora bien, ¿qué hicieron Heisenberg y el resto de científicos del proyecto? ¿repasar los cálculos de Bolthe? ¿repetir sus experiementos? Pues no, los aceptaron a pie juntillas. En consecuencia, rechazaron el grafito como moderador nuclear y optaron por reactores que utilizaran agua pesada. Hablando de un modo simple, eligieron el camino más largo, costoso e improbable para fabricar un arma nuclear(1).


   (1) Pueden conocer más detalles sobre este tema en este excelente artículo.

domingo, 5 de agosto de 2012

Una historia que es una bomba (1)

   Oficialmente, el Proyecto Manhattan, fue el esfuerzo norteamericano por fabricar la primera bomba atómica. Constituyó una especie de salto con el que los EEUU se colocaron en el centro del mundo científico del pasado siglo. Por supuesto, habían existido inventores en el nuevo mundo antes de 1945, pero nunca se había producido una integración semejante de ciencia y técnica en un proyecto común y con una financiación semejante. Era, en efecto, un nuevo modo de hacer ciencia, de hecho, el modo de hacer ciencia que caracterizaría nuestro mundo a partir de entonces. La filosofía ha construido una manera muy clara de entender estos hechos, categorizando a la ciencia como mero apéndice teórico de los procesos productivos y tecnológicos. El problema, como casi siempre, es que todo esto no son hechos, es propaganda y la filosofía que de ella ha surgido ha sido filosofía propagandística. Vayamos por partes.
   El Proyecto Manhattan no fue el proyecto para la fabricación de una bomba atómica, fue uno de los proyectos puestos en marcha a finales de la década de los treinta del siglo pasado para la fabricación de un arma atómica. Los hubo, entre otros, en la Unión Soviética, Francia, Reino Unido, China, Japón y Alemania. Estos dos últimos casos son realmente interesantes, por las implicaciones que pudieron haber tenido. El proyecto japonés es, desde un punto de vista teórico, el primero. En 1934, Hikosaka Tadayoshi, había demostrado las posibles aplicaciones armamentísticas de la energía atómica y, años más tarde, Yoshio Nishina, ex-alumno de Niels Bohr, propuso al gobierno japonés llevar a la práctica las ideas de Tadayoshi. El gobierno japonés desestimó el proyecto, no por considerarlo inviable científicamente, sino porque carecía de los recursos necesarios para poner un proyecto de semejante magnitud en marcha. Si bien la Armada, inició investigaciones por su cuenta, lo cierto es que la negativa del gobierno japonés a poner los recursos necesarios sobre la mesa cerraron la puerta a la posibilidad de que Japón obtuviese la bomba atómica. Eso sí, apenas Hiroshima fue bombardeada, tuvieron información absolutamente cierta de qué era lo que se les había venido encima. Aquí tenemos ya una primera lección que aprender, una cosa es la ciencia y las posibilidades que ella abre y otra, muy diferente, que las circunstancias económicas permitan o impidan llevar tales posibilidades a la práctica. O, por decirlo de un modo más drástico, nunca hay una trayectoria recta desde la pizarra del científico a la estantería de la tienda donde se venden los nuevos productos.
   Pero el caso más interesante es, sin duda, el alemán. De todos es sabido que Hitler amenazó hasta el último instante con "el arma definitiva" que destruiría a todos sus enemigos aunque sus vanguardias estuviesen a unas pocas horas de Berlín. Hay que admitir que aquí la megalomanía de Hitler se mezcla con la fantasías de más de uno, con las toneladas de papeles del Reich todavía clasificados en los archivos norteamericanos y... con la realidad. El caso es que en 1942 el brillante arquitecto y flamante ministro Albert Speer se reúne con un señor llamado Werner Heisenberg, premino Nobel, padre fundador de la mecánica cuántica y persona de inusitado talento para ver atajos donde los demás sólo veían densos bosques. La trayectoria teórica de Heisenberg hasta ese momento, había sido recta como una bala. Aceptó de Einstein que si no hay modo de sincronizar dos relojes separados por una distancia de magnitud astronómica, es que no existe algo así como un "instante universal" . De aquí extrajo la consecuencia de que si no se puede medir simultáneamente la posición y el momento lineal de una partícula es que ésta no las tiene definidas en cada momento. El resultado es que no se puede predecir exactamente el estado final de un sistema porque es imposible conocer con absoluta exactitud el estado de ese sistema en cada momento. El mundo es indeterminado, exactamente lo contrario de lo que quería Einstein ("Dios no juega a los dados", había dicho el padre de la Teoría de la Relatividad).
   Pero si la trayectoria teórica de Heisenberg es, como digo, absolutamente clara, la "aplicación" de sus conocimientos resulta mucho más ondulada. Su padre, de formación humanista, simpatizaba con los socialdemócratas de la época. Él fue un apasionado del piano y participó con entusiasmo en el retorno a la naturaleza que pareció embargar la Alemania del período entre guerras. Estos intereses le llevaron al Bund Deutscher Neupfadfinder y a protagonizar conciertos para los obreros. Heisenberg recuerda en sus memorias cómo sus primeras discusiones con Niels Bohr, versaron no acerca de la mecánica cuántica, sino acerca de la naturaleza de dicho grupúsculo. Y es que Bohr era danés y desde Dinamarca se veía con infinita preocupación todo lo que estaba ocurriendo en Alemania, en especial, las "nuevas formaciones" que ya habían desembocado en Italia en "novedades" de signo muy claro. Pero si Bohr sospechaba de él por su nuevo romanticismo, los nazis tampoco se quedaban cortos. Hacia 1936 ya está en boga toda una campaña contra la "ciencia judía" que se ceba con particular virulencia en Einstein y en el "judío blanco" Heisenberg. Su familia tuvo que intervenir ante Himmler en persona para que las SS lo dejaran en paz.

domingo, 29 de julio de 2012

Una de mallas

   Fui más de mallas en mi juventud que ahora, en mi senectud. Tanto para mujeres como para hombres. Entre los hombres con mallas, mi favorito siempre fue Spiderman. Spiderman era la versión urbanita de Tarzán. Iba de liana en liana y tenía una novia que se llamaba Jane, eso sí, su jungla era la de los rascacielos. En la ciudad, claro está, hay que ir vestido para que no crean que eres un anuncio de calzoncillos y el Barcelona debió pagar una pasta considerable para que Spiderman luciera una versión psicodélica de su uniforme. Spiderman, además, era mucho más locuaz que Tarzán, lo cual no dejaba de ser preocupante porque, al no tener mona Chita, iba por ahí hablando solo. Al principio eso choca, pero cuando uno comprende los motivos de su neurosis, acaba por ser uno de los rasgos que lo convierten en simpático. Y es que, el bueno de Peter Parker, además de superhéroe nocturno, con los consiguientes trastornos del sueño, era un buen chico que tenía que hacerle los mandados a tía Mae, ganarse la vida como fotógrafo mileurista, terminar unos estudios que, por supuesto, no terminaba nunca, aguantar a los matones que le robaban el bocadillo y satisfacer a esa pelirroja explosiva que era Mary Jane. La verdad es que lo del pelo rojo de la novia de Spiderman para mí siempre fue un mito. Los comics que yo leía eran en blanco y negro, así que tenía que imaginármelo. Cuando por fin comenzaron a aparecer cómics de Spiderman en color, lo habían remozado para un público que apenas acababa de abandonar la niñez. Por si fuera poco, la cosa se complicaba, Mary Jane se iba a otra ciudad, a Peter Parker le crecían como setas chicas facilonas al aroma del glamour de los superhéroes y la propia tia Mae acababa casándose con su peor enemigo. Por aquel entonces yo ya tenía mis propios líos de faldas y no me apetecía tragarme los problemas de otro, así que le perdí un poco la pista y ya no he sido capaz de recuperarla. Las versiones cinematrográficas que han ido apareciendo no me han ayudado. Mary Jane me sigue pareciendo un mito. En la gran pantalla ni es pelirroja ni explosiva. Kristen Dunst tiene un palmito la mar de gracioso, pero con aquel teñido caoba de bote, parecía en permanente luto. Este es un problema bastante generalizado. Los homosexuales que dominan Hollywood y las pasarelas, han impuesto un tipo de mujer con menos curvas que el palo de mi fregona. ¿Resultado? Cada día hay más bisexuales, metrosexuales y demás masculinidades ligth. No me extraña lo más mínimo. Mi generación merendaba viendo una serie que se llamaba "V" y que estaba plagada de lagartonas enfundadas en monos superajustados. Todavía hoy, recordamos a la jefa de los malos, es decir, a la más lagartona de todas, y nos ponemos de tal modo que somos capaces de salvar al planeta y a lo que haga falta.
   Bien, comparen ahora a Spiderman con Batman, por ejemplo. Spiderman se enfrentaba con el doctor Octopus (el pulpo contra la araña, ¡a ver quién da más patadas!), al Cóndor, al Duendecillo Verde, a su propia imagen en negro... ¡Ahí era nada! En cambio, ¿a quién se enfrenta Batman? ¿a un pingüino? ¡Por favor! Batman volando y el pingüino, ¿deslizándose sobre su barriguita? ¿Y el Joker? ¿pero, a quién se le ocurrió pintarle la cara a Jack Nicholson, si está claro que él es el Joker? Y si no eres Jack Nicholson, ten por seguro que te va a costar la vida darle algo de profundidad al personaje... Peter Parker tenía que soportar un jefe que jamás estaba de buen humor, le pagaba una miseria, y sólo quería fotos de Spiderman cometiendo atracos. Batman es un dandy, un niño bien, un pijo con la raya a un lado, heredero de un imperio económico al que no afecta la crisis, guapo a rabiar y con un criado que lo sigue mimando en todos sus caprichitos. Sí, es cierto que el personaje tiene un lado oscuro. Yo siempre lo sospeché. Mucha mujer desmayada a su paso, mucha fama de playboy, y a él nunca se le veía llegar a nada con ninguna. Y encima estaba Robin. Que si soy el señor de la noche, pero sólo salgo con mi amigo Robin, que si móntate en el Batmóvil, Robin... Un día apareció un libro que confirmó mis sospechas: Técnicas de masturbación entre Batman y Robin. Frank Miller trató de remasculinizar al personaje en El regreso del señor de la noche, convirtiendo a Robin en una jovencita cañera a la que le iba un tanto la marcha. Ni aún así. Batman terminaba el relato yéndose de excursión con una banda de jovencitos con chaquetas de cuero y cadenas.
   Quiero dejarlo claro, no tengo nada en contra de Batman, es sólo que no conecto con el personaje, por mucho que mi admirado Christopher Nolan esté tratando de revitalizarlo. A quien sí detesto es a Superman. Este no sólo era cachas y guapo, además, lo único que podía vencerlo era cierto material de un planeta que está donde Cristo perdió el mechero. Más fácil, imposible. ¿Qué emoción tenían sus aventuras? La vida de Superman era incluso más fácil aún. Todo era ponerse (o quitarse) unas gafitas y su novia ya no lo reconocía. La repera, podía morrearse con otra en el mismo restaurante en que cenaba su novia, que, en cambiándose de gafas, ella ni se coscaba. Pero, vamos a ver, ¿qué es lo que le miraba esa mujer a Superman, que nunca le vio la cara? Y Clark Kent, ¿qué pasa? ¿que no se quita las gafas ni para ducharse? ¿que siempre las tiene limpias? ¿a nadie le ha parecido sospechoso que no se gradúe la vista nunca? De todos modos, lo que me revienta de Superman, no es que pueda volar a donde le da la gana sin pasar por los aeropuertos (¡casi nada!), lo que me revienta es que, además, el tipo va tan de sobrado que no le importa lo más mínimo mentir como un bellaco. "No puedo verte desnuda porque tu ropa interior tiene refuerzo de plomo y mi vista de rayos X no penetra el plomo". ¡¡Venga ya, hombre!! Entiendo que, además de lo que le pagaba el Barcelona (a este también), sacara dinero de los fabricantes de ropa interior, pero eres Superman, macho. No he oído trola mayor desde que dejé de salir con aquel amigo mío que lo primero que le decía a las chicas era: "me gustas mucho, es una lástima que yo sea impotente. Me han desahuciado los mejores urólogos de España y de los EEUU". Se lo tenía trabajado y, a poco que lo dejasen, iba describiendo, pormenorizadamente, las consultas y los tratamientos aplicados por cada uno de los especialistas. Si la chica se resistía, era capaz hasta de soltar una lágrima furtiva. Cuando el resto de nosotros estábamos empezando a ahogar en alcohol la certeza de otra noche sin sexo, él ya estaba en la cama, gritándole a la incauta de turno: "¡¡No me lo puedo creer!! ¡¡No me lo puedo creer!!" Un día, Pfizer lanzó Viagra® y se le acabó el chollo. Lo intentó durante algún tiempo con el truco de "soy un actor porno con crisis de vocación", pero, claro, ya nunca fue lo mismo.

domingo, 22 de julio de 2012

Todo es mentira

   Hacia principios de los años treinta la radio era un lujo que sólo una pequeña parte de la población alemana se podía permitir. La emisoras estaban en manos de las autoridades de cada uno de los Estados federales y la variabilidad de sus consignas hacían de ellas un modo más de generar confusión en los confusos estertores de la República de Weimar. Erich Scholz, por entonces ya muy cercano al nazismo, fue quien puso orden en aquel descontrol desde su puesto de "Comisario para la Radio del Ministerio del Interior". Scholz se aseguró de uniformizar las líneas editoriales, el formato y la programación misma de las diferentes emisoras, hasta hacer de ellas una voz única. Para Scholz, la radio alemana debía de estar al servicio "del pueblo alemán" y excluir todo lo que fuese en contra de los intereses "del pueblo". Scholz dimitió de su cargo el 22 de noviembre de 1932, unos cuarenta días antes de que Hitler fuese nombrado Canciller. Hitler y Goebbles no "se dieron cuenta" de las potencialidades de la radio una vez llegados al poder, el ascenso del totalitarismo y la desaparición de la pluralidad en la radio corrieron paralelos, hasta el punto de que cabe preguntar si hubiese ocurrido lo primero de no haberle allanado el terreno lo segundo.
   Hasta entonces, escuchar la radio era un acto social. Dado el coste de los aparatos, grupos de conocidos o amigos se reunían en torno a él y debatían el contenido de las noticias. Lo que hicieron Hitler y Goebbles fue encargarle a Otto Griessing la fabricación de un modelo barato, muy barato, de modo que cada hogar alemán se lo pudiera permitir. Se trataba de conseguir que la voz de Hitler, hablase personalmente a cada alemán, eliminando cualquier posibilidad de discutir el mensaje transmitido. No obstante, como acabo de decir, Erich Scholz realizó su fecunda labor bajo un gobierno no dictatorial(1). Existen multitud de métodos para lograr la unificación de mensajes de un modo mucho más sutil, aunque no menos peligroso, que las drásticas amenazas nazis. Uno de los más fáciles se llama "reducción de costes" y consiste en subcontratar el suministro de informaciones con alguna de las agencias de noticias al uso. De este modo, lo que el oyente entiende que es un contraste de fuentes por oír la noticia en dos emisoras de signo político contrapuestos, se trata, simplemente, de la repetición de una y la misma fuente. Pongamos ahora esta situación en contexto. Hoy día la radio no se escucha habitualmente en la intimidad del hogar y, mucho menos, prestándole nuestra atención plena como en época de los nazis. Se escucha mientras se conduce, se trabaja manualmente o se hace ejercicio, actividades todas ellas que exigen una parte de nuestra atención, mientras que la otra va absorbiendo la información de trasfondo con bastante poca capacidad crítica. Por tanto, aunque el porcentaje de población al que se alcanza se ha reducido, el poder intonxicador de la radio permanece intacto. Comprobarlo es simple, preste atención a lo que dice cualquier grupo de ciudadanos "bien informados", con independencia de que sean abogados, médicos, albañiles o barrenderos. Si han acudido a sus puestos de trabajo con la radio puesta, podrá observar en ellos la más sorprendente uniformidad en la consideración de cuáles son los "hechos" y de qué es "lo importante" de ellos. Apenas entorne un poco los ojos, hasta podrá oír las expresiones del comentarista radiofónico que habla por sus bocas.
   La demostración última de que nadie en su sano juicio puede dudar de que esos son los "hechos", de que eso es lo "importante", lo da el que otro medio (al cabo, de nuevo, la misma fuente), viene a confirmarlo y de ese otro medio no se puede dudar pues en él "vemos" lo que ocurre, la televisión. Es verdaderamente irónico que hoy día, que todos tenemos en nuestro ordenador un eficiente programa para manipular imágenes, llamado Photoshop, sigamos creyendo en la fidelidad de las imágenes que proyecta nuestra pantalla de televisor. Cualquier estudio que consulte le dirá que la televisión es el mejor medio para mentir.
   Cuento todo esto a propósito de la situación actual. Puede entrar Ud. en cualquier bar, participar en cualquier reunión, acudir a cualquier cena y oirá hablar de la prima de riesgo como si, efectivamente, fuese la prima de todos los presentes. Un borrachín de taberna cualquiera, es capaz hoy en día de disertar acerca de las implicaciones de que la deuda pública tenga un tipo de interés cercano al 7% en el mercado secundario. Y, por supuesto, por encima de todo, hasta los niños de parvulario saben que estamos en crisis. Que esté tan claro, que todo se pueda explicar de un modo tan simple, que todo sea tan obvio, lejos de ser una prueba de que estamos ante hechos "objetivos", muestra que estamos ante una buena campaña publicitaria. Los síntomas se acumulan.
   El sistema educativo conocido como "Ley del 70" fue sustituido, sin evaluar sus ventajas o desventajas, por una ley orgánica conocida como LOGSE. La LOGSE fue seguida por la LOSE a la que sucedió la LOE, la cual, a su vez, ha sido modificada en múltiples ocasiones. Todos estos cambios han tenido una dirección nítida, el sistema educativo español es cada vez peor, como lo demuestran hasta las evaluaciones más proclives al mismo. ¿Casualidad? ¿Lleva la educación española treinta años en manos de tontos?
   Nuestro queridísimo y amadísimo Sr. ex-Presidente del Gobierno, el Zapatitos, ejecutó un drástico recorte del sueldo de los funcionarios para ajustar el gasto público. La reducción del poder adquisitivo de los funcionarios generó una contracción de la economía y, con ello, hizo imposible alcanzar el objetivo de reducir el déficit público porque el Estado no recaudaba lo suficiente. Para solucionarlo, el gobierno de D. Naniano Rajoy ordenó a las autonomías un recorte en el gasto del sueldo de sus funcionarios que ha generado una nueva contracción de la economía, volviendo a hacer imposible alcanzar los objetivos marcados. Para solucionarlo, se acaban de aprobar nuevas medidas que implican nuevos recortes en el sueldo de los funcionarios y un aumento del IVA, cuya única consecuencia posible es la congelación total de la economía española y condenarnos al rescate o la bancarrota.
   Dado que estamos en crisis, las empresas tienen que despedir tantos trabajadores como puedan para reducir costes, aumentando la jornada laboral de los que quedan. Cuantos más trabajadores despidan y mayor la jornada laboral de quienes queden, menos consumidores potenciales tienen, con lo que menos demanda habrá en el mercado y menos ventas, lo cual sólo puede conducir a despedir a todos los trabajadores y cerrar la empresa.
   Si alguien tropieza en una piedra y se cae, es humano. Si tropieza dos veces en la misma piedra, es tonto. Si tropieza tres... es que tiene un plan.
   Para empezar, como ya he dicho, no hay ninguna crisis. Quien hable de crisis miente y, lo que es peor, miente porque tiene un motivo para ello, porque trabaja para quienes hacen todo lo posible por ocultar los hechos. El capitalismo no está en crisis y, mucho menos, es Europa la que está en crisis. De lo que se trata es, simplemente, de que a los ciudadanos de a pie nos han dado el timo de la estampita y ahora pretenden que nos conformemos con los recortes de periódico en lugar de nuestro ahorros. Nos han timado. Nos han timado diciéndonos que no había ningún motivo para endeudarnos más allá de nuestras posibilidades, nos han timado diciéndonos que nuestros pisos valían un precio irreal, nos han timado con escandalosas hipotecas que escapaban al más simple criterio del sentido común, nos han timado diciéndonos que podíamos confiar en las Cajas de Ahorro y nos siguen timando al pretender que paguemos (por partida doble) a los bancos. Por tanto, reducir sueldos, reducir empleo, reducir salarios, reducir la calidad de la educación, reducir el tamaño del Estado, no es la forma de salir de esta crisis, porque no hay tal crisis. Todo es un plan preconcebido para hacernos creer que los timadores son, en realidad, nuestros amigos y que nos están protegiendo, cuando lo que realmente están haciendo es volvernos más tontos, más pobres y más indefensos.


   (1) Sobre la relación entre el nazismo y la radio, pueden consultar este magnífico post del blog Cabovolo.

domingo, 15 de julio de 2012

Segmenta y venderás

   De la segmentación ya hemos hablado, pero sólo de un género muy concreto, aquella que convierte a los individuos en una amalgama de cajones sin principio unificador alguno. Existe otro tipo de segmentación no menos peligroso. Quizás ha observado que los banners que aparecen mientras da vueltas por Internet en su casa no son los mismos que aparecen cuando lo hace desde su oficina, que recibe ofertas telefónicas de su banco distintas a las que recibe su pareja y que le llega publicidad por correo que no reciben sus vecinos. Todo esto obedece a una técnica de ventas llamada "segmentación" y va mucho más allá de la inocente apariencia que pueda proyectar. El objetivo de una técnica de segmentación es dividir el mercado en tantas categorías como resulte manejable, convertirse en líder de ventas o, más exactamente, en el cuasi monopolio de una o unas cuantas e ignorar todas las demás por no resultar rentables. Si Ud. ve unos anuncios en Internet, recibe ciertas promociones bancarias, o cartas con publicidad de determinados productos es porque una serie de empresas le han incluido en uno de sus cajones para los que tiene adaptados esos productos. Evidentemente, segmentar una realidad, una población, exige tener información actualizada sobre su tamaño, características demográficas y comportamentales. Pero lo fundamental, es saber elegir los factores clave que permiten identificar cada segmento. El mejor método es estudiar, perseguir, a los individuos que traten de fugarse de cada grupo, a los casos fronterizos. Su categorización y aislamiento permite determinar de modo nítido el segmento que se desea acotar. La segmentación asume que cada grupo tiene un principio rector por completo diferente del que rige en el grupo adyacente. Y si no es obvio por sí, se "descubre", esto es, se impone.
   En torno a la segmentación se ha levantado cierto debate. Mentes bienpensantes del progresismo internacional la han señalado como una forma de discriminación hacia la población más humilde. Hasta tal punto es así, que en un país tan poco dado al socialismo como los Estados Unidos, varios Estados han promovido leyes para impedir que grupos importantes de población (evidentemente, negros e hispanos) sean incluidos por los bancos en el segmento de clientes indeseables y se les impida abrir cuentas bancarias, cosa que estaba ocurriendo. Desde el mundo del marketing se rechaza tajantemente que la segmentación sea un género de discriminación y están en lo correcto. Segmentar es algo mucho más sutil y perverso que discriminar. Se discrimina a una minoría por parte de una mayoría. Lo segmentando, por el contrario, siempre es el mercado en su conjunto, la sociedad como un todo. Esto debe quedar claro, las estrategias de segmentación, no tienen como objetivo un grupo de población concreto, sino a la totalidad de ella. Toda ella queda segmentada, dividida y es dentro de esas divisiones donde se elige a qué grupo perseguir. Obviamente, el grupo perseguido debe reunir unas características en cuanto a su tamaño, estabilidad, accesibilidad y posibilidad de influir sobre él. Cuanto más pequeño sea el grupo, menos preparados estarán para esquivar el bombardeo comercial al que va a sometérselos. De hecho, un proceso de segmentación ideal acabaría por aislar a cada individuo de todos los demás.
   La segmentación nunca es muy difícil. Básicamente es una cuestión de convicciones y de voluntad. Si se está convencido de su existencia y se tiene voluntad para perseguirla, al final se consigue. A partir de aquí, el procedimiento es siempre el mismo. En primer lugar, comprometer a los individuos con capacidad para tomar decisiones relevantes. A continuación, ejecutar la estrategia de segmentación elegida. Es también conveniente cambiar el sentido de la responsabilidad, es decir, convencer a la población como un todo y a la minoría en cuestión, de que son los responsables de la segmentación y no el grupo de acción concreto que ha decidido ponerla en marcha: "sólo se les ofrecen estos productos porque son los únicos que demandan" (versión sutil del "se aísla a los judíos para protegerlos", que utilizaron los nazis). Finalmente, es fundamental manipular los medios de comunicación para que faciliten toda la estrategia de segmentación, especialmente, utilizando hábiles categorizaciones que ya llevan en sí mismas su esquematismo, es decir, que incluyen una breve explicación (que en realidad no explica nada) y que, por tanto, están preparadas para circular de boca en boca. Así aparecen los yuppies, los jasps, o "la generación ni ni".
   En manos de grandes empresas o de partidos ansiosos de poder, la segmentación es una forma de ingeniería social que sólo sabe considerar a los seres humanos en tanto que piezas de una maquinaria, de hecho, fue la gran estrategia fascista para destruir cualquier red social que pudiera oponérseles. Hoy día, sin embargo, se presenta como un paradigma de la libertad, quiero decir, del mercado libre.

domingo, 8 de julio de 2012

El nuevo biopoder (1)


   Esta semana, la empresa farmacéutica GlaxoSmithKline ha emitido un comunicado reconociendo haber alcanzado un acuerdo extrajudicial con las autoridades norteamericanas, por el cual, a cambio de paralizar las acciones legales emprendida contra ella por malas prácticas, accedía a pagar una multa récord. La multa en cuestión asciende a los 3.000 millones de dólares. ¿Qué futuro le espera a GlaxoSmithKline teniendo que afrontar un pago de este monto en plena época de crisis? Veamos, el anterior récord en cuanto a multas lo ostentaba otro honorable miembro de lo que suele llamarse el big pharma, Pfizer. En 2.009 a Pfizer le cayeron 2.300 millones de dólares de multa. ¿Se arruinó Pfizer? ¿ha dejado de existir? Según diversas estimaciones, Pfizer gana un millón de libras... a la hora. No le costó más de 2.300 horas reunir el dinero de la multa, es decir, algo menos de 100 días. En 2.009 todavía le quedaron 265 días para hacer caja. Aunque sacadas de contexto estas cifras parecen desorbitadas, en el marco de las astronómicas cifras de ganancias del big pharma son poco más que una multa de tráfico. Esto es algo así como si a Ud. le tocaran 160 millones en la primitiva y Hacienda le reclamara un pago del 25% de esa cantidad. ¿Sentiría alguna pena?
   Que una empresa farmacéutica gane una millonada a la hora da idea de cuál es realmente el problema. Y el problema es que las empresas que constituyen el big pharma tienen presupuestos anuales más elevados que los presupuestos de la mayoría de Estados del mundo. Aunque la comparación real no debe hacerse con el presupuesto de los Estados, sino con el presupuesto que éstos dedican a sus respectivas agencias para el control de fármacos. La propia FDA, el organismo norteamericano al que le corresponde esta función, reconoce no perseguir más que el 5% de los delitos por falta de personal y presupuesto.
   En esencia, a GlaxoSmithKline se la acusaba de ofrecer a los médicos suculentas "becas" para ir a congresos que, casualmente, se celebraban en paraísos turísticos de playas cristalinas. Se la acusaba, igualmente, de haber promocionado dos fármacos más allá de los límites legales establecidos para ellos, consiguiendo que se generalizara la prescripción a menores de 18 años de un antidepresivo cuyo uso había sido aprobado únicamente en adultos y que otro antidepresivo se hiciera común en el tratamiento de los problemas de erección. Finalmente, se la acusaba de haber ocultado los graves efectos secundarios de un tercer medicamento. En definitiva, a GlaxoSmithKline se la acusaba de lo que son prácticas habituales en el sector. Como digo, la cuestión es que los Estados carecen de recursos para enfrentarse al big pharma y se limitan a arañarles unos cuantos milloncejos al año. En esta ocasión le ha tocado a GlaxoSmithKline, en los próximos años la dejarán seguir haciendo las mismas cosas, hasta que le vuelva a tocar contribuir a las arcas públicas. Las empresas farmacéuticas saben que éste es el juego y lo aceptan con deportividad.
   De todos modos, lo anterior es un planteamiento demasiado simplista. No se trata de que los Estados no tengan recursos para enfrentarse al big pharma, tampoco desean tenerlos. Teniendo en cuenta la magnitud del negocio de que estamos hablando, estas empresas se aseguran de que las líneas maestras de la política vayan por el camino que les interesa en la mayor parte de los países. Numerosísimos partidos políticos del mundo, de las más diversas tendencias, reciben generosas donaciones de las grandes multinacionales farmacéuticas, simplemente, para que "comprendan" sus problemas. Un ejemplo es Europa, donde la "comprensión" con las empresas farmacéuticas es un consenso entre los políticos. No podrá esperar de ningún político europeo una sola declaración acerca de la industria farmacéutica que no pase por considerarla eso, una industria, es decir, un sector que promueve empleos y genera riqueza, sin la menor alusión a la salud de los consumidores de los productos de esta industria.
   Porque la cuestión es que, detrás de cifras millonarias y de tejemanejes políticos, están personas de carne y hueso, personas que no entienden cómo y hasta qué punto, sus vidas están tan medicalizadas a los treinta años como la de sus padres a los sesenta. Personas que están atentas a prevenir enfermedades, como la osteoporosis o la hipertensión, que sus abuelos no sufrieron. Personas que, como Ud. o como yo, tienen ya un botiquín en su casa, compuesto por medio centenar de medicamentos que, supuestamente, han contribuido a mejorar nuestra salud. Pues bien, el día en que esté particularmente aburrido, tome cada una de esas cajas, lea sus prospectos y pregúntese: ¿contiene la curación de alguna enfermedad? no; ¿contiene algún principio que contribuya sin dudas a mejorar nuestra salud? no. Tírese entonces a las llamas porque no puede contener más que publicidad y engaño. Si procediéramos a revisar las farmacias convencidos de estos principios, ¡qué estragos no haríamos!

domingo, 1 de julio de 2012

Por qué soy misántropo

   De entre las muchas cosas desagradables que me han ocurrido hoy, quizás la peor, ha sido rellenar un test para averiguar si soy misántropo y descubrir que no lo soy. Esto me pasa por rellenar un test, un test hecho por psicólogos y, por si fuese poco, por Internet. Cosas así son, precisamente, las que me hacen ser misántropo. Hay un inevitable sesgo profesional. Soy profesor y no asesor fiscal, de modo que si la pregunta es si la gente miente para conseguir lo que quiere, mi respuesta, inevitablemente, es: más que hablan. Lo malo no es ya que mientan mientras juran decir la verdad, lo malo es que mienten hasta explicándote cuándo mintieron.
   ¿Ayuda un alumno/a al profesor desinteresadamente o buscando algo? Desde luego, un alumno/a va a buscar tiza, esencialmente por dos motivos, uno es darse un paseíto a ver si encuentra a un amigo y el otro es pensando en la nota que va a obtener al final del trimestre. Y nada de esto es producto de la misantropía, es que las cosas son así. Por tanto, ¿considero que la gente me malinterpreta cuando trato de ayudar a alguien? Siempre. Si yo pienso que los demás me ayudan para conseguir algo, en justa reciprocidad, les concedo el derecho a que piensen lo mismo de mí (acertadamente, por lo demás). En realidad, nadie quiere ayudar a los demás porque sí, pero, claro está, quiere ser ayudado en cada circunstancia. Y si no me cree piénselo. Un tipo se viene hacia Ud. le insulta y le saca un arma amenazadoramente. ¿Desearía que alguna de las personas que hay a su alrededor le ayudase de alguna manera? Pongamos ahora la situación del revés, supongamos que Ud. es, simplemente, un espectador, ¿ayudaría a la víctima de alguna manera?
   En el test en cuestión había una serie de preguntas sobre conducta sexual e infidelidad que no he acabado de entender muy bien. Por ejemplo, una de ellas consistía en responder afirmativa o negativamente a la cuestión de si muchas personas tienen "una mala conducta sexual". La verdad es que no sé qué es "una mala conducta sexual". Esencialmente considero que cualquier conducta sexual entre adultos y mediando la aquiescencia de ambos, es una conducta sexual "buena". Que incluya practicar únicamente la postura del misionero, vestirse de marinerito o el beso turco, es asunto de los implicados. Por otra parte, violar a alguien con una botella no es algo que, por fortuna, hagan "muchas personas". En cuanto a la infidelidad me ocurre lo mismo, no tengo muy claro lo que significa. Si se trata de copular con alguien que no es nuestra pareja, no creo que los seres humanos seamos la especie más infiel del planeta, más bien, creo que estamos en la media (incluso por debajo de ella si tomamos en consideración sólo los primates). Pero, claro, ahí tienen a Bill Clinton asegurando que la felación no es una infidelidad. Y es que, si incluimos la felación, los tocamientos, los besos, los coqueteos y los pensamientos, la cosa cambia y dudo que exista alguien absolutamente fiel. Sí, sí, ya sé que por aquí aparecerá alguna mujer asegurando que sólo piensa en su marido. No voy a decir que sea mentira, simplemente, lo dudo, lo dudo mucho.
   A propósito de guerra de sexos, también tengo que decir que me parece estupendo que las mujeres tengan derecho a que su "no" signifique "no" o "puede", según las circunstancias y las personas. Es nuestro problema como hombres averiguar en qué parte del filo de la navaja estamos, a ver si así vamos aprendiendo a escucharlas de una vez. No obstante, me pone un poco nerviosillo que me planten una pista de aterrizaje delante de las narices repleta de luces verdes por todas partes y con un inmenso cartel que dice "aquí, aquí, por favor" y que justo cuando voy a sacar el tren de aterrizaje las luces se vuelvan todas rojas y traten de convencerme de que soy daltónico. Vamos a ver, no, no soy daltónico. A lo mejor había alguna luz roja que no he visto, o quizás no he efectuado bien la maniobra de aterrizaje. Todos cometemos errores. Es más, todos tenemos derecho a cambiar de opinión en cualquier momento. Pero eso no quita que aquí hubiese más luces verdes que en una aurora boreal y no traten de convencerme de lo contrario.
   ¿Hay tontos en el mundo? pues sí, los hay y muchos. ¿Tienen derecho los tontos a vivir? Pues claro, pues naturalmente que sí. ¿Tiene que valer igual el voto de un tonto que el de una persona inteligente? Pues sí, todos los ciudadanos deben tener el mismo derecho a decidir su futuro. Ahora bien, ¿significa esto que los tontos tengan derecho a mandar y decirle a los demás en cada momento qué deben hacer? Pues no, ni hablar. Si eres tonto, pues muy bien, yo te respeto, no por ser tonto, pero sí por ser persona. Si eres tonto y quieres hablar, pues vale, pues muy bien, yo te escucho, una vez más, porque te respeto como persona. Pero, ¡hombre! no te pases todo el rato diciéndome qué es lo que yo tendría que hacer, porque entonces te pediré que, antes, me expliques qué significa "heteróclito". Y, entendámonos, tonto para mí no es el que no sabe qué significa "heteróclito", tonto es el que cuando se le pregunta no responde: "vamos a buscarlo en un diccionario".
   Pero, la principal razón por la que soy misántropo es porque la humanidd está llena.... de misántropos.

domingo, 24 de junio de 2012

Es tiempo de sacrificios

   Hace unos años, Justin Clemens y Dominic Pettman, publicaron un curioso libro titulado Avoiding the Subject. Media, Culture and the Object (Amsterdam University Press, Amsterdam, 2004). Recuerdo que incluía un extraño capítulo dedicado a algo así como la ubicuidad del conejo en la cultura visual australiana y un apartado que analizaba el concepto de sacrificio siguiendo las pistas ofrecidas por Slavoj Zizek.
   En esta época de sacrificios, no estará de más recordar que "sacrificio" viene del latín "sacro facere", es decir, hacer sagrado. El sacrificio es, pues, un acto por el cual se convierte algo profano en sagrado. Como todo acto, tiene un objetivo concreto y unas pautas de realización más o menos estrictas. En el caso del sacrificio, estas pautas conducen a la ritualización. Aparentemente, estamos hablando de una tradición habitual en pueblos "primitivos", completamente imbuidos en la etapa mágica del desarrollo cultural, ésa en la que todo gira alrededor de la religión. Lo que desvelaba el análisis de Clemens y Pettman es que, lejos de ser síntoma de "primitivismo", el sacrificio es característico de los pueblos "civilizados". Sólo allí donde haya una organización nítida de la sociedad que establezca determinadas prohibiciones, por ejemplo, las concernientes a matar, y donde estas leyes son lo suficientemente fuertes como para imponerse, cobra valor el sacrificio. En caso contrario, perdería todo su significado real, todo su poder de excepción máxima. El sacrificio, convierte en sagrado algo profano, precisamente, sometiéndolo a una transformación excepcional, fuera de lo común, que aniquila lo que de mundano hay en lo sacrificado. No existe, por tanto, sacrificio sin ley. En el fondo, es la ley la que exige el sacrificio. Puede entenderse que la barbarie de la guerra no sólo no se haya extinguido con el progreso de la "civilización", sino que se haya acentuado.
   Hasta aquí, el análisis de Zizek, de Clemens y Pettman, es impecable. Pero en este punto, comienzan a aparecer los extravíos. Zizek está pensando en y ejemplificando con las sucesivas guerras yugoslavas y su punto de partida, por lo demás correcto, es que la distinción entre serbios, croatas y musulmanes, es posterior a la decisión de iniciar una política de exterminio contra un enemigo, en principio, a determinar. Insisto, este punto de partida descansa en una profunda verdad. No se puede decir lo mismo de la conclusión que saca Zizek, a saber, que siempre se sacrifica algo de la propia comunidad, que es la propia comunidad la que ofrece algo, cuanto más propio mejor, como víctima propiciatoria. Esto es a todas luces erróneo, ni casa con los hechos históricos, ni explica por qué no se sacrifica toda la comunidad en conjunto. Como tales consecuencias son implausibles históricamente hablando, Clemens y Pettman retocan los planteamientos de Zizek, pretendiendo que lo sacrificado es reconocido, pero reconocido únicamente en su sacrificabilidad. La consecuencia última es muy clara, si el sacrificio lo es de lo propio y si el sacrificio es algo que nos constituye, el propio sacrificio debiera ser él mismo sacrificado, como llega a ser efectivamente el caso con la desaparición o transformación de los sacrificios en prácticas cada vez menos sanguinarias. Aparentemente, llegamos por aquí a la optimista conclusión de que los sacrificios que nos exigen nuestros gobernantes tienen un límite temporal claro. Pero sólo aparentemente, pues este razonamiento conduce a la paradoja de que los Estados deben resucitar periódicamente el acto sacrificial para volver a sacrificarlo.
   En realidad, lo sacrificado, siempre es lo "otro". Incluso cuando se trata de una parte de la propia comunidad, ésta es señalada, acotada, delimitada, para que pueda ser reconocida como lo "otro". Podemos entender esto fácilmente si nos colocamos en la situación límite, es decir, cuando somos nosotros quienes nos sacrificamos. Sacrificarnos por nuestros padres, por nuestros hijos, por aquellos hacia los que sentimos un deber, implica tratarnos a nosotros mismos en tercera persona, como si alguien ajeno a mí, en realidad, yo mismo en un pasado más o menos reciente, fuera sometido a una pena. Sacrificarnos por otra persona significa tratarnos a nosotros mismos como un otro al cual niego caprichos, deseos o autonomía para decidir su (mi) propio futuro.
   Pero es fundamental para entender el sacrificio y sus implicaciones que a lo "otro" no se lo sacrifica para aniquilarlo, se lo sacrifica para obtener reconocimiento. Y aquí volvemos a la etimología, se sacrifica algo para hacerlo reconocible ante alguien, por ejemplo, ante los dioses, con quienes pasa a compartir, en cierto modo, naturaleza. La finalidad del sacrificio siempre es que la comunidad o el individuo sea reconocido por sí mismo o por los otros como racialmente pura, interlocutor válido, sujeto de deber, o cualquier otra cosa. El sacrificio es un modo de que los demás nos reconozcan, pero también un modo de reconocer a lo "otro", de reconocer la sacrificabilidad de lo "otro". Y, en última instancia, de reconocernos a nosotros mismos en el acto de sacrificar a lo otro. De aquí se deriva la ritualización de todo sacrificio y su conversión en una suerte de creación original que tiene que ser revivida periódicamente para mantener la unidad del Estado, quiero decir, el reconocimiento de su existencia por parte de los propios ciudadanos.
   Por fin, estamos en condiciones de entender a qué se refieren nuestros gobernantes cuando nos advierten que estamos en una época de sacrificios. Lo primero y más importante es que se va a delimitar nítidamente un sector de la población, para arrancarles el corazón de modo civilizado. En este caso, ese sector de la población no va a ser elegido por el color de su piel, su religión o su etnia, es mucho más simple, encerrará a todos aquellos por debajo de un cierto nivel de ingresos.
   En segundo lugar, se los va a sacrificar con un objetivo muy preciso y en un plazo de tiempo lo más breve posible, pues todo sacrificio es un acto. De hecho, hay que someterlos al rito sacrificial antes de que puedan reaccionar. En tercer lugar, se los va a sacrificar, no porque sea necesario, no porque beneficie al país en su conjunto, no porque sea la única posibilidad o el único remedio, sino para obtener reconocimiento, en este caso, para que los merkados, reconozcan la disposición de nuestros gobernantes a sacrificar una parte de su población. Y, finalmente, este acto se va a repetir tantas veces cuantas sea necesario actualizar este reconocimiento. Ciertamente, todo ello es una excepción, pero una excepción que carece de carácter excepcional, pues es la reiterada historia de cualquier país, como puede observarse, en el caso de España, desde su acto inaugural, con la expulsión de judíos y musulmanes, hasta la cruzada franquista.

domingo, 17 de junio de 2012

¿Por qué confiamos?

   Hace algunos años, mi amigo y profesor en la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Pablo de Olavide, Joaquín García Cruz, inició una investigación sobre confianza y compromiso en el mundo empresarial. Aprendí una barbaridad mientras seguía el camino que él iba abriendo en el bosque que, por aquel entonces, era la bibliografía sobre confianza. Lo primero de todo, por supuesto, la enorme trascendencia de este concepto en el mundo de la ética y la economía. Si trabajamos cada lunes sin recibir una recompensa por ello hasta treinta días más tarde, si le damos la espalda a un desconocido en la calle sin ponernos nerviosos, o si rechazamos la proposición de una atractiva mujer sin plantearnos que, tal vez, nuestra pareja nos espera en casa con una petición de divorcio, es porque confiamos. Cada mañana nos levantamos llenos de confianza en que todo cuanto consideramos seguro y estable lo es con absoluta firmeza. Lo cierto es que la relación es exactamente la inversa, cuanto de inamovible hay a nuestro alrededor se apoya únicamente en nuestra absoluta confianza de que las cosas no van a cambiar. La prueba es que, en el mismo momento en que perdemos esa confianza, todo lo sólido se desvanece en el aire (que decía Marx).
   Esencialmente los seres humanos necesitamos confiar en algo o en alguien. En las primeras formaciones sociales de nuestra especie, los pequeños grupos de cazadores-recolectores, aprendimos a confiar los unos en los otros, dividiendo nuestro trabajo y coordinando las acciones de caza. A los niños se les enseña a confiar en que sus papás siempre estarán ahí para ayudarles y sacarles de cualquier apuro. Cuando somos adultos y nos damos cuenta de que, en realidad, no deberíamos confiar en nada ni en nadie, siempre ponemos un colchón de salvaguardia por debajo que, curiosamente, es el mismo factor que sabemos que nos lo arrebatará todo, el tiempo. Por supuesto, nada nos garantiza que nuestra relación vaya a durar eternamente o que el dinero que hemos invertido no se vaya a volatilizar, pero eso es a largo plazo. Hoy, ahora mismo, todo está bien atado y nada se nos puede escapar.
   Es muy difícil establecer qué factores nos hacen confiar en determinadas cosas o personas y no en otras. Cedemos nuestros ahorros a personas con las que no nos iríamos de copas, nos vamos de copas con amigos a quienes no cederíamos nuestros ahorros y confiamos que nos ayudará a ganar un partidillo de fútbol alguien con quien no queremos compartir ahorros ni copas. Los más desconfiados, acaban sucumbiendo a los trucos de un estafador y personas desbordantes de confianza no son capaces de invertir en nada que no puedan ver o tocar. En ciertas personas confiamos nada más verlas, pero resulta extremadamente difícil restaurar la confianza perdida en alguien con quien llevamos media vida compartiendo colchón.
   Todo lo anterior se vuelve un poco más inteligible si nos damos cuenta de que, en realidad, no confiamos en otras personas o, por lo menos, no confiamos en ellas en tanto que personas, sino en la medida en que se hallan insertas en una situación, en un entramado social u organizativo. La razón es que esa situación, la estructura de esa sociedad o institución, hace su comportamiento predecible. Cuanto más predecible sea el comportamiento de una persona, más confiaremos en ella. Por eso decía Cicerón que la confianza se basa en la justicia y la sabiduría. El hombre sabio, como el hombre justo, rigen su comportamiento por unas reglas muy claras y esto nos induce a confiar en ellos. Pongamos un ejemplo, si un gobierno quiere generar confianza no se puede permitir tener un ministro como el Sr. Wert que siembra sus declaraciones de datos falsos o burdamente manipulados. Un hombre sabio, se informa concienzudamente antes de hablar y si tiene seis meses para elaborar un plan de ajuste, éste no se hará metiendo las tijeras por donde más bulto hay (por ejemplo, el sueldo de su personal), sin buscar formas más inteligentes de reducir gasto. Para ello hay una razón adicional, hacer recaer sobre personas que no han tenido la culpa de algo, la obligación de repararlo, es casi una definición de injusticia. Por tanto, cualquier gobierno que obligue a pagar los platos rotos a personas que no los han roto, estará haciendo lo posible para que los ciudadanos dejen de confiar en él.
   Frente a los dos factores que menciona Cicerón, la comunicación es algo menos relevante para generar confianza, sin dejar de ser importante. Al hablar de comunicación referida a la confianza, de lo que se está hablando no es tanto del contenido de esa comunicación. Más importante es cuándo y la forma en que se haga. La comunicación debe ser frecuente y detallada, la univocidad del mensaje debe ser absolutamente patente, por más que adquiera diferentes expresiones y matices, y, por encima de todo, debe ser un camino de ida y vuelta, es decir, se deben admitir preguntas y sugerencias. Observados estos preceptos, que, efectivamente, se esté contando todo lo que se puede contar o no, resulta poco importante, de hecho no es necesario. Una persona que, como todos nosotros, necesita confiar, ni puede ni, probablemente, quiere, tener toda la información. Como decía uno de los mayores teóricos de la confianza, William Godwin, en su Enquiry Concerning Political Justice and Its Influence on Morals and Happines de 1793, un cierto grado de ignorancia es fundamental para que exista confianza en un gobierno.
   ¿Qué ocurrirá si un presidente del gobierno hace declaraciones cada vez que hay eclipse de luna, si no admite preguntas en sus intervenciones, si los ministros se creen tan listos que sonríen con suficiencia ante cualquier propuesta, si un banco quiebra y en el plazo de una semana se dan tres cifras distintas para nacionalizarlo sin nacionalizarlo, si cada ministro, cada secretario general, cada subsecretario y hasta cada diputado del partido del gobierno dice una cosa distinta a cada momento, si hoy se afirma lo contrario de mañana que, en cualquier caso, resultará lo contrario de lo que se hace, si se habla de un rescate exigido mientras se deja constancia escrita de que se suplicó? Muy fácil, un gobierno de esa naturaleza sólo podrá conducir al país cuyos destino rija al más oscuro de los abismos, porque sus ciudadanos, sus aliados internacionales y los merkados, dejarán rápidamente de confiar en él.

domingo, 10 de junio de 2012

Gracias, Miss Hendricks

   Debería ser obligatorio en todos los centros de secundaria el visionado de la serie Mad men. Obviamente no porque sea una serie muy buena. Sigue la línea que marcó hace tiempo el sobrevaloradísimo David Lynch con Twin Peaks: cuidada ambientación, fotografía exquisita y mucho marear la perdiz sin contar realmente nada. Las televisiones se han lanzado en masa a fabricar series de culto como ésta. De culto porque son como una misa, nadie puede criticarlas sin convertirse en un blasfemo, todas son iguales y asisten en directo a su emisión el mismo número de personas que asisten a un oficio religioso. El caso es que Mad men está ambientada en una agencia de publicidad cerca de los años sesenta, pero de su vaciedad da cuenta el hecho de que lo que se ve en pantalla también podría haber sucedido en una mercería de la época. La enjundia del asunto, cómo el mundo de la publicidad se desmelenó, pasando a crear realidades y manipular mentes, se pierde entre tanto acostarse unos con las otras. Nada se cuenta del tránsito de “beba Ud. Coca-Cola” a vestir de rojo a Santa Claus, ni se menciona el progresivo interés de las agencias publicitarias por lo más puntero de los estudios psicológicos, por no citar la progresiva introducción del sexo en los anuncios. Hay, no obstante, una lección de marketing absolutamente fundamental que aparece en la serie y que no se menciona en ninguna facultad, a saber, que una campaña publicitaria no se diseña para convencer a la gente de que compre, se diseña para convencer a los poderes ejecutivos de la empresa que paga por ella. El cliente en el que debe pensar un técnico en marketing no es el cliente de la compañía que promociona sino su cliente, los propietarios y/o directivos que toman la decisión de pagar, o no, por esa campaña publicitaria. El producto a promocionar es la propia campaña publicitaria. Sin entender esto no se entiende nada del mundo de la publicidad. El poco realismo que hay en la serie se centra precisamente en mostrar que las decisiones clave de las empresas, no se toman por motivos racionales, por análisis fríos, ni por cálculos bien asentados. Todo se basa en la empatía personal, en la capacidad para nublar la mente del otro haciéndole beber más de lo que es capaz de soportar y, cómo no, en proporcionarle la compañía adecuada. Así pueden entenderse anuncios como el famoso “me siento orgullosa de ser mujer”, el tío del detergente que siempre habla con amas de casa o ése famoso anuncio con el que nunca tuvimos muy claro qué demonios era lo anunciado.
   Pero ese atisbo de realismo que recorre implícitamente Mad men no es el motivo por el que debería proyectarse obligatoriamente en los centros de secundaria. La razón por la que se debería obligar a los jóvenes a ver Mad men es porque en ella trabaja Christina Hendricks, mujer que demuestra, capítulo a capítulo, cómo ser explosivamente sexy con una talla XXL mientras se sobrevive en una jungla de machotes y machismo. Ella y sus curvas rotundas deberían ser el modelo a seguir por una generación de jóvenes cuya dieta es la de un plato de macarrones al día. Para entender a qué me estoy refiriendo, hay que poner las cosas en perspectiva. Hace cincuenta años, las mujeres más deseadas del planeta lucían unas formas que las hubiesen excluido hoy día de cualquier papel de primera línea. Liz Taylor, Ann Margret,  Ava Gardner o Sofia Loren, jamás hubiesen entrado en los modelitos que lucen Jessica Alba y compañia. Comparada con ellas a la señorita Hendricks no le sobran más que un puñado de gramos. Pero si se compara la misma Hendricks con el resto de compañeras de reparto puede observarse fácilmente que abulta como dos cualquiera de ellas. Christina Hendricks es una mujer de otra época, un bellezón decimonónico, la excepción a una norma que viene recorriendo la historia de la humanidad desde la implantación de sistemas productivos cada vez más cerca del industrialismo.
   Lo cierto es que ni la señorita Hendricks ni la inmensa mayoría de nuestras mujeres hubiese llamado la atención de nuestros antepasados. Las primeras imágenes pornográficas de las que disponemos son, precisamente, figurillas de mujeres desnudas, de rostro impreciso y que, para los cánones actuales padecerían obesidad mórbida. Durante mucho tiempo, el ideal de mujer atractiva fue precisamente éste, el de una mujer entrada en carnes y de piel exageradamente blanca. Es el modelo de sexualidad de la práctica totalidad de culturas cuyo sistema productivo está basado en la agricultura. La razón es simple, la naturaleza hace que nos atraiga sexualmente lo exótico, lo ajeno, lo que vemos pocas veces. Cuanto mayor sea la variabilidad genética de una población, mayores serán sus probabilidades de supervivencia, así que, todo aquello que no solemos ver, cobra un valor sexual añadido. Pocas mujeres que trabajen en el campo pueden permitirse tener una piel blanca y estar obesas. Conforme el modelo productivo va cambiando, conforme las poblaciones se van asentando en ciudades, el patrón de atractivo sexual también se modifica. En Rubens las mujeres, las “venus”, son todavía obesas, celulíticas, pero en Goya, la maja ya ha sufrido un proceso de estilización que la sigue dejando muy por encima de nuestro canon de lo deseable sexualmente.
   La llegada del capitalismo y, más aún, la incorporación de la mujer al mundo productivo, exigió un cambio radical en los modelos sexuales. El ideal del capitalismo siempre ha sido convertir el sexo en una mercancía a la vez que asexuaba a los productores de la misma. Los protagonistas de Mad men se meten en todo tipo de enredos sexuales, precisamente, porque el sexo en la oficina tiene el morbo de lo prohibido, de lo que bordea la legalidad. La consecuencia es que nuestras opulentas sociedades occidentales, matan de hambre a sus mujeres para hacerlas entrar en un patrón de medidas corporales que es, esencialmente, el masculino. Es difícil encontrar una adolescente que llame “desayuno” a algo compuesto por un trozo de pan de tamaño mediano. A clase, a recibir seis horas de clase, a pasar seis horas y media enclaustradas en un centro público o privado, acuden con un vaso de leche las que más. En el recreo no las encontrará Ud. en la cola para comprar el bocadillo. Un paquete (pequeño) de patatas fritas o similar será todo lo que entre en sus estómagos. Después del recreo es difícil que se concentren en clase alguna. La mayor parte del tiempo se lo pasan pensando en el hambre que tienen. En casa comerán, sí, pero no cenarán. La siguiente ingesta de alimentos puede tardar otras 24 horas. Este es el patrón alimenticio real de muchas adolescentes españolas entre los trece y los diecisiete años. Por eso estoy dispuesto a darle las gracias a Christina Hendricks y a pedirle que, ¡por Dios! no pierda ni un gramo de sus rotundas curvas.

domingo, 3 de junio de 2012

Basura

   Hacia mediados de los años noventa, casi cualquier residencia de estudiantes alemana tenía su sistema de separación de basuras. Por un lado estaban los envases, de todo tipo, con un símbolito de dos flechas entrelazadas a modo de Ying-Yang. Por otro estaban los residuos orgánicos. Aparte se depositaban el papel y los cartones. Pilas y cristales se repartían los dos depósitos restantes. Me hablaron de un centro de investigación en donde había no menos de una docena de cubos de basura diferentes. En los parques podían verse igualmente papeleras con cuatro o cinco secciones para cada tipo de residuos. Alguien medio salvaje como yo, acostumbrado a tirar las cabezas de gambas al suelo de los bares y a mear en las esquinas de la catedral de Sevilla cada madrugada de juerga, no podía dejar de considerar todo aquello cierto síntoma de esquizofrenia.
   Estuve en una residencia en la que se organizaban turnos para tirar los diferentes tipos de basura. Yo quería ir a tirar la basura con la francesita que me enseñó cómo funcionaban las cosas por allí el primer día. Pero, entre ella y una polaca que lo mangoneaba todo, se las apañaban para que el cubo con los cristales lo llevásemos siempre un nigeriano y yo. Me recuerdo casi cogido de la mano del nigeriano, cargando con tres quintales de botellas y peregrinando de un contenedor a otro. Porque el vidrio, como es lógico, se tiraba en diferentes contenedores según fuese su color. En medio de un cierto cachondeo, que ningún alemán hubiese aprobado, sorteábamos a qué contenedor tirar las botellas de colores exóticos. Muchos años después, los contenedores para el vidrio llegaron hasta mi hogar en el salvaje Sur. Pero el Sur demostró ser mucho más avanzado que el civilizado Norte. En Andalucía estamos tan avanzados en el reciclaje que no necesitamos separar los vidrios por colores. Me imagino que aquí tenemos unas máquinas en las que, por un lado se meten trozos de botellas de todos los colores y, dependiendo del botón que se pulse, salen botellas perfectamente transparentes, marrones, verdes o azules. Algo semejante ocurre con el contenedor de las flechitas. Ahí metemos el plástico, con independencia de que tenga o no flechitas. En cambio, los embalajes de cartón con las flechitas se meten junto con el papel... si se puede, claro. Aunque han ido agrandándola, la bocana sigue siendo estrecha y, como no huele, es el que de más tarde en tarde se recoge. El resultado es que no siempre es fácil meter los papeles y cartones en él.
   Hubo una época en que el papel reciclado era casi omnipresente. Se lo podía comprar en cualquier parte, la administración lo adoptó por norma y en el papel higiénico se hallaban trocitos de periódicos. En Alemania se pusieron muy contentos. No por cuestiones ecológicas, no. Se pusieron muy contentos porque el papel reciclado que usábamos era suyo. Por más que se subvencionaba a las empresas españolas, eran incapaces de competir con las germanas, que llevaban mucho más tiempo dando satisfacción a una amplia demanda.. De este modo, cada uno de nosotros pagaba con sus impuestos la subvención a una serie de empresas que recogían y procesaban el papel, pero no lo vendían. Lo vendían las empresas alemanas que, al transportarlo desde allí, anulaban por completo los supuestos beneficios ecológicos del reciclaje. Rápidamente los españoles cogimos onda y hoy en día, el papel que Ud. y yo depositamos en un contenedor azul, suele acabar en China, donde es convenientemente reciclado y devuelto en forma de, por ejemplo, embalaje de ese iPad que está Ud. pensando comprarse. Las estadísticas dicen que España es uno de los mayores consumidores y recicladores de papel de Europa. Lo que la estadística no dice es que el papel que consumimos sea el mismo papel que reciclamos. "Bueno, al menos se está evitando la destrucción de bosques", pensará Ud. Sí, se estaría evitando la destrucción de bosques si el papel se elaborase a partir de hayas y robles. El caso es que la principal fuente de celulosa son los pinos y eucaliptos que, la verdad, más que bosques, en nuestro país conforman plantaciones de uso industrial. Otra cosa, por supuesto, es que muchos bosques quemados por el fuego, hayan sido replantados con pinos y eucaliptos para uso y disfrute de la industria papelera nacional. En cualquier caso, si aún sigue pensando en comprarse un iPad para que se ahorre papel, debo comunicarle que la mayor parte del papel que se consume en el mundo no está destinado a fabricar libros (¡ojalá!) sino el embalaje de su iPad, el papel de regalo que lo envuelve y el ticket de compra, papeles que, estos sí, acabarán en la basura, rumbo a China para volver a iniciar el proceso.
   Por si la cosa no fuese ya bastante confusa, una serie de municipios vascos gobernados por la izquierda abertzale, han decidido implantar un sistema personalizado de recogida y reciclado de residuos. Cada vivienda debe colocar un tipo de basura en un lugar identificado individualmente en un día señalado de la semana. Para cerciorarse de que el sistema funciona, unos operarios se encargan de inspeccionar la basura e iniciar los trámites para multar a quien saque basura que no corresponde o bien las mezcle inadecuadamente. La iniciativa, jaleada por ciertas instituciones dado su valor medioambiental, ha sido criticada por el resto de formaciones políticas. Naturalmente, critican el cómo y el quién, no el qué. El control de la basura es el control de la población y en ese objetivo desde la muy radical izquierda abertzale a la no menos radical derecha españolista, todos están de acuerdo. Y si cree que estoy exagerando, piénselo por un momento. La basura lo cuenta todo acerca de nosotros, nuestro sexo, edad, estado civil, nivel de ingresos, intereses, aficiones, cuáles son nuestros familiares o amigos (¿nunca ha tirado una foto a la basura?), tipo y frecuencia de compras, cuánto nos crecen las uñas y si tenemos por costumbre hurgarnos la nariz. Si Ud. practica el sexo con frecuencia, si su pareja usa preservativo o anticonceptivo, si se tiran Uds. los platos a la cabeza, de todo ello queda registro en la basura. Los servicios de inteligencia lo saben y el primer paso para espiar a alguien es recoger sistemáticamente su basura. Desde luego, cualquiera que viva en uno de esos municipios vascos y pertenezca a un partido no nacionalista o, simplemente, haya agitado una banderita española en su casa para animar a la selección, hará bien en comprarse una buena trituradora de papel.
   Reciclar está muy bien. Ahorra agua, energía y materias primas. Pero el reciclaje es un parche, no la solución. Y ni siquiera llega a parche cuando se hace de él una industria, porque entonces, queridos amigos, la basura se convierte en un bien, un bien con el que se comercia y trafica, un bien que, por definición, siempre será escaso y del que hace falta cantidades cada vez mayores, hasta que quedemos enterrados en nuestros propios bienes, es decir, en nuestras propias basuras. La solución, por tanto, no es el reciclaje. La solución es buscar un nuevo modelo económico en el que riqueza y derroche no sean sinónimos.