domingo, 26 de agosto de 2012

4 Lions

   Aprovechando que tenía que planchar, el otro día conseguí verme (eso sí, doblada), 4 Lions, película de Christopher Morris de 2010. En esencia, es un desarrollo, netamente británico, de lo mejor de Zohan: licencia para peinar (Dennis Dougan, 2008). Zohan tenía mucha escatología chabacana, como es habitual en el cine (supuestamente) de humor norteamericano, pero la escena de un grupo de aspirantes a terroristas llamando al teléfono de Hezbollah, merece entrar en el mismo Olimpo que el famoso camarote de los hermanos Marx. 4 Lions lleva esta idea mucho más allá, desvelando las miserias de cinco aspirantes a mártires, tan obcecados como tontos. La película es descacharrante y, pese a ello, tremendamente realista o, por decirlo mejor, realista por descacharrante.
   Empezar no empieza demasiado bien. Casi al comienzo, dos de los protagonistas se van a un campo de entrenamiento en Pakistán, donde se las apañan para pegarle un bombazo no al avión espía norteamericano al que apuntaban, sino a la casa del emir que los acogía. Aunque divertida, esta escena parece situar la película en un tono de parodia que no se corresponde con todo lo que viene a continuación. En realidad, de los campos de entrenamiento terroristas, se pueden contar muchas cosas tan o más divertidas que ésta. Todo campo de entrenamiento terrorista, proporciona, en efecto, tres tipos de enseñanzas: militar, ideológica y armamentística. Lo cierto es que la mayoría de reclutas que acuden a ellos, lo único que quieren es pegar cuantos más tiros mejor (algo que sí queda reflejado en la película) y hacer explotar el mayor número posible de artefactos en el menor plazo de tiempo. Cuando a estos reclutas se los pone a reptar bajo una alambrada o a escuchar largas conferencias sobre las maldades del imperialismo, suelen ponerse gallitos y las broncas con sus adiestradores alcanzan niveles antológicos. Ahora las cosas están un poco mejor, pero de la época de ETA, el IRA, la RAF y demás movimientos de izquierda, se cuentan historias rayanas en el surrealismo. Los anfitriones de la Rote Armee Fraktion, por ejemplo, los describen como gente que lo único que quería era tomar el Sol (desnudos, por supuesto), fumar porros y disparar. A más de uno le tendieron una encerrona para matarlo. Por su parte, los miembros de esta organización que pasaron por esos campos de entrenamiento, narran que sus instructores daban lecciones también a grupos de extrema derecha alemanes, alojados unos barracones más abajo...
   El primer objetivo que se fijan los cuatro leones de la película es, naturalmente, una mezquita. Siguiendo el modo en que los terroristas razonan realmente, el personaje llamado Barry, expone que, matando musulmanes, lograrán que los musulmanes moderados se radicalicen y los radicales se pasen a la acción directa, sumiendo Gran Bretaña en el caos. Otro de los miembros del grupo, incrédulo, le plantea que su padre va a esa mezquita. Entonces Barry le pregunta si su padre compra naranjas. Habiendo obtenido una respuesta afirmativa, concluye: "entonces tu padre financia el programa atómico judío". Como casi siempre que Barry abre la boca, sus comentarios provocan una hilarante estupefacción y, sin embargo, no hace otra cosa que enunciar axiomas que defendería cualquier terrorista que se precie. El primero de todos, el ejemplificado por este diálogo es: no hay inocentes. Y eso si están vivos, porque si ya han sido "ejecutados", entonces su propia ejecución los convierte en pérfidos enemigos. La disparatada voladura de una oveja que podemos presenciar en otra escena, la convierte, en efecto, en un objetivo legítimo, "por formar parte de la cadena alimenticia del enemigo", dice Barry y su involuntario autor es, por supuesto, un mártir.
   Toda la película es el ejemplo de algo que ya decía Descartes, que el sentido común es el menos común de los sentidos. Podemos presenciar cómo la familia del líder del grupo, con idílica unanimidad, le da ánimos para que se inmole, llenando de orgullo así a su próxima viuda y a su hijo. Hijo que, no hay que darle muchas vueltas, tratará de seguir pronto el camino del padre, pues, como muestran las estadísticas reales, el terrorismo, al igual que el color de ojos, se hereda. La cosa comienza a girar hacia la catástrofe cuando descubrimos que la falta de sentido común no es exclusiva de los terroristas. En una sucesión de actuaciones policiales, podemos contemplar: dos tiradores de élite de la policía discutiendo acerca de si un Wookiee es un género de oso o no; un grupo de asalto, matando a un rehén; un político, justificando que, en realidad, ese rehén era el terrorista, si bien, el otro tipo, es decir, el terrorista real, por motivos que el político asegura que no merece la pena analizar, activó el explosivo; a todos los servicios secretos, con la CIA detrás, machacando al (pacifista) hermano del líder del grupo por ser (supuestamente) la fuente inspiradora de todo...
   Ni que decir tiene que la estulticia mostrada por la película queda en mantillas si se la compara con la realidad. El 12 de octubre de 2001, miembros de ETA colocaron un coche bomba en Madrid, justo debajo de la señal de vado permanente de un edificio de Telefónica. La hora de la explosión debía ser las doce de la mañana. Los terroristas avisan de la colocación del coche bomba. Llegan las unidades de desactivación de explosivos con sus perros adiestrados. Los perros olisquean todos los coches de la calle pero no detectan nada. El guarda jurado del edificio, que ve el coche, llama a la policía local. También los terroristas vuelven a llamar insistiendo en la colocación del coche bomba. Hay una segunda pasada, igualmente infructuosa, de la policía. Cae la tarde. Llega la policía local. Efectivamente, parece que hay un coche mal aparcado. Algo después la grúa municipal se hace cargo de la situación. No hay manera de mover el coche. Lo empujan, lo zarandean, pero nada. Tras un buen rato de pelear contra él, la grúa consigue llevárselo. Lo pasea por media ciudad. A las doce de la noche, el coche bomba explota en el aparcamiento de la policía local para vehículos retirados de la vía pública. Afortunadamente, no mata a nadie. Los terroristas confundieron las doce de la mañana con las doce de la noche cuando activaron el temporizador.
   Al final, entre la estupidez de unos y la de los otros, en la película acaban muertos cinco terroristas, dos ciudadanos de a pie, tres policías, una oveja y un cuervo. Y es que lo terrible, lo terrible de toda esta historia, consiste en que matar, está al alcance de cualquiera, por muy tonto que pueda ser.

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