domingo, 30 de septiembre de 2018

Pensar antes de hablar.

   A veces tengo la sospecha de que existe un complot para volvernos gilipollas a todos. A veces, sin embargo, tengo la absoluta certeza. En una entrevista a Nova/Esxpress, decía el Ozymandias de Watchmen que no se consideraba el ser humano más inteligente del planeta, pero que esperaba no ser el único ser inteligente del planeta. Escuchando lo que vomitan desde sus púlpitos los estómagos agradecidos de turno se tiene la impresión de que muy pronto los temores de Ozymandias se harán realidad y la única persona inteligente en el mundo será un personaje de ficción.
   El otro día Iñaki Gabilondo dedicaba un editorial en primera plana de El País a preguntarse a qué espera el gobierno de Sánchez para convocar elecciones. Es cierto que Iñaki Gabilondo nunca se ha enterado de nada y es cierto también que el único periodismo de investigación que realiza ya El País se refiere a las ofertas de Amazon y Ebay. Pese a ello, dedicar un editorial a marear la perdiz sobre el sexo de las elecciones sólo puede entenderse como una manera de atontar al personal. Sánchez no llegó al gobierno guiado por su ambición sino por miedo a caer él mismo y su partido en la irrelevancia. Desde entonces, su gobierno no gobierna, hace precampaña, entregado frenéticamente a la política-imagen. Cada día toma una iniciativa, no importa cómo de ridícula, pero que acapare portadas, que cueste poco y que no cambie nada. Se decide, por ejemplo, desenterrar a Franco, que es muy de izquierdas y que le ahorra a tantos nostálgicos los gastos de desplazamiento al quinto rábano con objeto de que puedan reunirse en mayor número y con mayor cobertura mediática en pleno centro de Madrid. Se bate el récord del ministro con menor duración en el cargo y de mayor número de ministros dimitidos en una legislatura de la democracia y, mientras tanto, se cierran los ojos ante la voracidad de los bancos por endeudar a los ciudadanos, que comienza a tomar, otra vez, peligrosa carrerilla. Como todo el mundo sabe, meterse con la banca no es de izquierdas.
   Afortunadamente siempre hay intelectuales subvencionados dispuestos a echar un capote allí donde haga falta. Este sábado, también en El País (si es que de donde no hay, no se puede sacar), Daniel Gascón publicaba un opinando titulado “Política para adultos” y en el que intentaba barruntar la idea de que hablar de “bien y mal” en política conduce a evitar que se haga política (precisamente el objetivo que debe tener todo ciudadano decente), lo cual, venía a intuirse, porque el personaje no era capaz ni de expresarlo con claridad, es malo. Como resulta lógico, citaba a “Savater”, ejemplo de profundidad filosófica máxima a la que llegan sus entendederas, quien afirmó en su momento que “ética es lo que le falta a los otros”. “Savater”, es, en realidad, Nietzsche, cuando  señalaba que la base de toda ética es:“tú eres malo, luego yo soy bueno”. En un claro síntoma de los tiempos, dedica una entrada en inglés de su blog a demostrar lo que no necesita de demostración más allá de recapitular los hechos: que los independentistas catalanes han construido toda su estrategia sobre los sólidos pilares de la mentira. Así que Mr. Gascón piensa, en perfecto inglés, que la política debe desentenderse de la ética pero no de la verdad, como si faltar sistemáticamente a la verdad no constituyera el criterio básico para que a uno lo acusen de malo. Tal vez, Mr. Gascón debería leer no a Savater, sino a las fuentes originales, quiero decir, a Nietzsche, aunque sea en inglés.
   Pero no, el problema no es El País y su desesperado intento por vender su apoyo a un gobierno a cuyo líder ha tratado reiteradamente de crucificar. Hace unos meses nació el Instituto Seguridad y Cultura, interesantísima iniciativa de la que forma parte Manuel Torres, profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y del que he leído un par de cosas verdaderamente meritorias (por cierto, ¿se han dado cuenta de qué se nombra cuando se intercambian las vocales en las siglas de esta universidad? ¿por qué será?) A este grupo se lo ha invitado a unas jornadas en Córdoba subvencionadas por los que difunden la especie de que todos los que se oponen a que la mezquita siga utilizándose para el culto cristiano son miembros del Estado Islámico en ciernes. En el seno de estas jornadas, el Prof. Carlos Echeverría, también miembro del Instituto, profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, Research Fellow del Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea, Visiting Scientist del Instituto de Prospectiva Tecnológica, colaborador del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional y de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra, la Academia General Militar y otras instituciones de enseñanza de las Fuerzas Armadas, soltó  que cualquier español de bien tiene el deber moral de sentirse orgulloso “de la reconquista y de las Navas de Tolosa”. Por supuesto, no se le puede pedir a ningún español que sepa algo de la historia de su país más allá de los tópicos típicos, ni siquiera a todos los que tienen una licenciatura en la materia... siempre que manejen bien el inglés.  No obstante, merece la pena constatar que si a lo que se produjo en la península ibérica se lo puede llamar re-conquista, entonces también fueron “reconquistas” la invasión de Albania por parte de Mussolini y la fundación del Estado de Israel. Como es obvio, ningún historiador en su sano juicio utiliza semejante término para describir estos hechos, pero el cerrilismo patrio sigue empeñándose en utilizar como categoría histórica un eslogan de los vencedores. La “re-conquista”, la iniciaron unos reinos que ni política, ni cultural y ni siquiera religiosamente tenían nada que ver con el reino visigodo que conquistaron los musulmanes. De hecho, resulta históricamente inexacto, conceptualmente ridículo y claramente tergiversador, identificar con un nombre un supuesto proceso que abarca la totalidad de la presencia islámica en esta parte de Europa. En cuanto a las Navas de Tolosa, fue una batalla tan absolutamente decisiva que la conquista del valle del Guadalquivir no comenzó hasta treinta años después de ella. Y, desde luego, prefiero ser el peor de los españoles que sentirme orgulloso de la victoria de la barbarie cristiana, que acabó expulsando a judíos y moriscos, sobre la civilización en la que, mal que bien, se logró un remedo de convivencia entre las tres religiones.
   La filosofía del siglo pasado vociferó la identidad de pensamiento y lenguaje. No hay pensamiento sin lenguaje, salmodiaban y, en consecuencia, todo lenguaje lleva implícita alguna forma de pensamiento. El problema no consiste ya en negar la evidencia de una forma de pensamiento en los niños de menos de un año o en los primates, el problema radica en que daban marchamo de racionalidad a cualquier cosa que saliera por nuestras boquitas... y así nos estamos quedando.

domingo, 23 de septiembre de 2018

El nuevo biopoder (10)

   Nadie puede entender plenamente lo que significa el nuevo biopoder, nadie alcanza a comprender hasta dónde domestica la vida cotidiana de los individuos, nadie intuye hasta qué punto configura nuestra manera de pensar y de pensarnos sin ver la expresión que se les queda en la cara a los padres a quienes se les comunica que su hijo no tiene Trastorno de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad. Refleja toda la desilusión, el desasosiego, de quienes encuentran cerrada la puerta del paraíso en el que viven sus vecinos, ésos cuyo hijo se queda “mejor que bien” con una pastillita. No debe extrañarnos, pues, que estos padres inicien un peregrinaje por los gabinetes de psicopedagogía hasta encontrar el tan ansiado diagnóstico.
   El TDAH constituye el gran anhelo de buen número de padres de nuestra era, aunque me he expresado mal, he debido decir que el gran anhelo de los padres de nuestra era consiste en tener, al fin, una píldora milagrosa que administrar a sus hijos para cuando atraviesen ese típico período inaguantable por el que pasan todos cada día. Entonces tendremos hijos modelo, con una infancia, como el mundo de Huxley, plenamente feliz, en la que ya no habrá una catarata de riñas, enfados ni pulsos hasta que el sueño los rinda. Esa venturosa época, en que la farmacología haya acabado con todas las angustias de la paternidad, se halla realmente cerca. Sabemos hoy, como cualquier página web que se moleste en buscar por Google le dirá, que el trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad se debe a los bajos niveles de dopamina en el cerebro, ya que la carencia de una misma sustancia puede provocar la hiperactividad o su contrario. Le explicarán también que se trata de un trastorno con una prevalencia entre el 7 y el 10% en los niños, aunque resulta muy común encontrar cifras mucho más elevadas y testimonios que no restringen este trastorno a la infancia. La OMS, sin embargo, utilizando su propio sistema diagnóstico, da unas cifras en el entorno del 3-5%. Incluso estas cifras más modestas plantean problemas, pues señalan una enorme cantidad de población que tiene “tasas de dopamina por debajo de lo normal” y aún no ha recibido el correspondiente diagnóstico. A partir de aquí hay tres líneas de razonamiento. 
   La primera sostiene que existe resistencia por parte de psicopedagogos, padres y profesores para reconocer los casos de TDAH. La segunda considera que se han sobredimensionado las cifras y los casos. La tercera, encabezada por Sarni Zimimi, Richard Saul y, en España, Marino Pérez, consideran que el TDAH, simplemente, no existe. Desde luego, no hay ningún diagnóstico posible de esta enfermedad basado en anormalidades neurológicas y, mucho menos, en mediciones de la cantidad de dopamina del cerebro. Las afirmaciones de que las deficiencias en la distribución de esta sustancia provocan la enfermedad, siguen teniendo una base empírica nula, algo que reconocen hasta los manuales de neuropsiquiatría de la American Psychological Asociation (1). La única demostración de que la dopamina se halla implicada en el TDAH consiste en que los medicamentos para tratarlo aumentan la secreción de dopamina. Ciertamente, se puede interpretar la existencia de un medicamento que hace algo como la “demostración científica” de que la enfermedad guarda relación con ese algo, pero si lo hacemos así, no usamos en este razonamiento “demostración científica” en el sentido que dicho término tenía antes de la segunda mitad del siglo pasado. Desechando las interpretaciones y ateniéndonos a los hechos, descubrimos que la existencia de medicamentos que provocan algo no demuestra, de ninguna de las maneras, que exista una enfermedad caracterizada por la falta de ese algo.
   Si bien todas las recomendaciones de organismos internacionales van en la línea de intentar el tratamiento farmacológico únicamente tras el fracaso de otras terapias, la realidad muestra que cada vez se recetan más fármacos para paliar este trastorno pese a los demostrados efectos que produce sobre el desarrollo de los niños. Marino Pérez señala que la intervención farmacológica se convierte con frecuencia en la herramienta única en la que médicos, familiares y educadores confían. De este modo se transmite el mensaje de que si los niños se “portan mal”, se debe a la enfermedad y si se alejan de esta tónica, bien mejorando su comportamiento o bien volviéndose desafiantes y agresivos, se debe a la medicación. En consecuencia, el joven pierde cualquier tipo de responsabilidad sobre su conducta, haciendo inútil el resto de intervenciones cognitivo-conductuales (2). En una conferencia auspiciada por el Instituto Nacional de la Salud de los EEUU en noviembre de 1998, no se logró alcanzar consenso alguno ni sobre las causas del trastorno ni sobre los beneficios de los actuales tratamientos del TDAH. 
   Entre 1.990 y 2.005 la producción de Ritalin, el nombre bajo el cual comenzó a comercializarse el metilfenidato, tratamiento base del TDAH, se multiplicó por 17. Junto con sus competidores ha generado 3.100 millones de dólares de ingresos en ese período sólo en los EEUU. Desde el inicio de la administración de Ritalin a niños con TDAH se han multiplicado por 5 los trastornos bipolares en ellos. Como un estudio encabezado por los doctores Strober y Carlsson decía, Ritalin permite "desenmascarar" trastornos bipolares presentes desde mucho antes de tomar esos medicamentos, como Prozac permitía "desenmascarar" las ideaciones suicidas y Vioxx los infartos de miocardio. 

(1) Whitaker, R. Anatomy of an epidemic. Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America, Crown Puglishers, New York, 2010, pág. 159.

(2) "Los padres se preocupan más por el TDAH que la incidencia real", El País, 1 de junio de 2018, consultado el 6 de junio de 2018.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Diplomacia cultural

   A Sidney Hook (1902-1989) se lo puede considerar el filósofo norteamericano más influyente en la década inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Profesor en la Universidad de New York y, tras su retiro, investigador emérito en la Hoover Institution on War, Revolution and Peace de la Universidad de Stanford, inició su andadura filosófica bajo la supervisión de John Dewey, de cuyos planteamientos jamás se alejó demasiado. Formaba parte de las ideas de Dewey que la ciencia constituye la única forma de conocimiento a la que se le puede reconocer validez, por lo que si las ciencias sociales querían tener utilidad, debían aproximarse a algún género de conocimiento científico. Hook consideró que la ciencia más a mano para lograr tal objetivo venía encarnada en el materialismo dialéctico, que se presentaba a sí mismo como “ciencia”, convirtiéndose en la punta de lanza del acercamiento que se produjo entre pragmatistas y marxistas en la década de los años 20 del siglo pasado. A este respecto hay que recordar que el propio Marx había considerado que toda verdad quedaba reducida a la utilidad práctica que para el hombre (o el partido) pudiera tener lo que se sostenía y que el propio hombre se hacía a sí mismo mediante esa actividad llamada trabajo. Hook llegó a publicar De Hegel a Marx, saludado en la tradición marxista como uno de los análisis históricos más profundos acerca del nacimiento del marxismo. En los años 30 realizó un viaje a Moscú en el que se lo recibió con todos los honores en los círculos académicos.
   Sin embargo, por motivos ajenos a los conceptos, los marcos teóricos y la filosofía en general, el pragmatismo norteamericano comenzó a sentir progresiva simpatía por el trotskismo, hasta el punto de que a los pragmatistas se les abrieron las páginas de Partisan Review, publicación de la que se habían hecho cargo los trotskistas y con la que acabarían quedándose los pragmatistas con Hook a la cabeza. A esta época pertenece una especie de juicio del “caso Trostki” con un juez único llamado John Dewey y que acabó dictaminando la inocencia del encausado respecto de todos los cargos que el estalinismo le adjudicaba. A raíz de semejante “prueba”, el pragmatismo norteamericano comenzó a abandonar sus devaneos con el marxismo, lo cual marcó el ascenso de Hook hacia el estrellato, con círculos, cada vez más amplios, que comentaban y loaban sus escritos.
   Tras la Segunda Guerra Mundial, en efecto, Hook se olvidó de la ciencia, la teoría y los grandes problemas para centrarse en la educación y la política. Fundó asociaciones para renovar la pedagogía universitaria y abogó por una mayor democratización del ámbito educativo. El punto central de las ideas de Hook en esta época se halla en una vaga generalización de los presupuestos básicos del pragmatismo que llevaba a huir de todo lo que pudiera considerarse “verdad absoluta”, “valor supremo” o “principio universal”. Como diríamos hoy, “todo son interpretaciones”. Por tanto, concluía Hook, no se podía sostener la existencia en la sociedades humanas de principios inamovibles, tales como la libertad de los ciudadanos. La libertad, como la verdad, como el conocimiento, tiene carácter relativo, relativo a las circunstancias en las que se encuentra una sociedad. En consecuencia, cuando la sociedad se ve amenazada resulta lógico que restrinja las libertades. Si el comunismo amenazaba los EEUU, la represión de todos cuantos hicieran alarde de ideas comunistas, más que justificable, constituía una necesidad insoslayable. Ciertamente, con semejante argumento en la mano, había motivos más que suficientes para que Stalin defenestrara a Trotski, pero prefiero subrayar que el macartismo no consistió en la histeria colectiva causada por un fanático llamado McCarthy, sino en un entramado de hechos, instituciones y conceptos que acabó agenciándose de un sujeto con tal apellido y en el que los filósofos jugaron un papel decisivo. Las estructuras, una vez más, dieron lugar a los sujetos, no a la inversa.
   Como buen intelectual, Hook se horrorizó del monstruo que él mismo había contribuido a crear y votó a favor de que Partisan Review criticara los procedimientos de McCarthy. No menos sarcásticamente, Hook fundó el American Committee for Cultural Freedom, que realizó múltiples congresos en diferentes países y contribuyó a la aparición de publicaciones de alto nivel desde Europa hasta la India. Del Comité formaban parte, entre otros, John Dewey, John Dos Passos, Max Eastman, John Kenneth Galbraith, el propio Sidney Hook, Karl Jaspers, Elia Kazan, Melvin J. Lasky, Mary McCarthy, J. Robert Oppenheimer, Jackson Pollock, James Rorty, Arthur M. Schlesinger y James Burnham.
   El caso de James Burnham resulta notable. Profesor universitario como Hook, filósofo como él, participó con él en la fundación del Partido de los Trabajadores Americanos, aunque su simpatía hacia los trotskistas, como dijimos, compartida por Hook, le llevó a formar parte de sus organizaciones. En 1940, más o menos como Hook, pero de un modo bastante más sorpresivo, repudió públicamente el marxismo. No se puede decir con exactitud si eso ocurrió antes o después de que lo reclutara la Oficina de Servicios Estratégicos, embrión del que acabaría naciendo la CIA y de la cual Burnham formó parte hasta su muerte. De hecho, la CIA financiaba económicamente el American Committee for Cultural Freedom, todas sus actividades y publicaciones, además de contribuir al engrandecimiento de muchos de sus miembros. El que en diversas ocasiones realizaran críticas, por lo demás inocuas, a las políticas orquestadas desde la Agencia, se utilizó, simplemente, para darle al Comité una pátina de independencia, como ese agente propio que hay que dejar matar para que otro infiltrado ascienda en la organización enemiga. A esto se lo llama "diplomacia cultural", utilizar la tolerancia de planteamientos que, en el fondo, no dañan lo más mínimo a lo establecido para adoctrinarnos en la infinita libertad que proporciona el pensamiento único. Se sigue practicando con profusión. Radio Sawa, por ejemplo, convence a los jóvenes musulmanes de lo acertado de la visión americana del mundo entre los soniquetes de Eminem, Ariana Grande, U2, Madonna y demás chundachunderos de moda.
   Todo lo anterior conduce, inevitablemente, a la pregunta de cuántos académicos, intelectuales y filósofos de hoy día redondean sus sueldos con el dinero de agencias estatales, departamentos de marketing y corporaciones, cuyos eslóganes propagan de soslayo.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Formas de racionalidad.

   La lógica en el sentido tradicional, se halla regida por una serie de principios básicos que se consideraban absolutamente inviolables, de modo que si alguien no se atenía a ellos, simplemente, no podía decirse que sostuviera un discurso lógico. Pero la posmodernidad rompió con este modelo. La lógica del discurso no debía entenderse como un principio rector ajeno a él, sino que dimana del propio discurso. En consecuencia, puede hablarse de diferentes formas de lógica y, de un modo más común, de "diferentes formas de racionalidad". Las “diferentes formas de racionalidad” se ha convertido en un tópico típico de nuestra era en el que los filosofillos se solazan incesantemente. Hablan de ella como de los intereses ocultos en todas las formas de conocimiento, incluyendo el científico, sin jamás poner en tela de juicio el interés oculto en la coplilla que recitan. Las "diferentes formas de racionalidad" constituye un símbolo de nobleza, de progresismo tolerante con otras culturas, a la vez que en herramienta para un consumismo fuera de madre como vamos a ver. A qué se ha llegado con el borreguil cacareo de los tópicos típicos y la prohibición de una racionalidad que aspire a tener carácter universal, lo podemos ilustrar con cierto género de discurso que atenta contra la práctica totalidad de los principios de la lógica. Y no, no voy a hablar de Donald Trump.
   Comencemos por el principio de transitividad. Dice que si A, por ejemplo, tiene mayor tamaño que B y B mayor tamaño que C, entonces A debe tener mayor tamaño que C. ¿Hay algo erróneo en tal supuesto? ¿Puede hallarse algún género de atentado contra la interculturalidad en él? Vamos a poner otro ejemplo, si A puede decirse mejor que B y B mejor que C, entonces, A debe poder decirse mejor que C. ¿Algún problema? Bien, pues un metaestudio sobre 56 ensayos clínicos que comparaban medicamentos demostró que el medicamento de la empresa que pagaba el estudio siempre resultaba mejor. Así, pues, la empresa X pagaba un estudio sobre su medicamento A, que resultaba mejor que B. La empresa Y pagaba un estudio sobre su medicamento B que resultaba mejor que C. Pero cuando la empresa Z pagaba un estudio sobre su medicamento C, éste ¡resultaba mejor que A!
   Tomemos ahora el principio de identidad de los indiscernibles. Este principio tiene diferentes versiones. En primer lugar, si un individuo tiene propiedades diferentes de otro, no puede tratarse del mismo individuo. Sin embargo, las empresas farmacéuticas rara vez presentan dos veces los resultados de un ensayo clínico de la misma manera y tampoco existen criterios unificados entre todos los reguladores. El caso de Tamiflu, el famoso medicamento que habría de salvar al género humano de la letal epidemia de gripe-A que asoló el planeta (dejando una tasa de muertes por debajo de la media de las epidemias de gripe habituales) constituye un buen ejemplo. En su informe, la FDA señalaba claramente que su uso no suponía ninguna ventaja en el caso de complicaciones. El regulador japonés no mencionaba este hecho y la agencia europea afirmaba que comportaba generosos beneficios en caso de complicaciones. La página de su fabricante, Roche, daba una información diferente para cada país, en función de lo que hubiese dicho el regulador de turno. 
   Tomemos ahora una segunda versión del principio de identidad de los indiscernibles. Esta segunda versión afirma que si dos individuos tienen exactamente las mismas propiedades, se trata, en realidad, de uno y el mismo individuo. Las estatinas constituyen un buen ejemplo. Diseñadas para bajar los niveles de colesterol en sangre, la primera, fabricada por Merck, salió al mercado en 1.987 bajo el nombre de Movecor. Desde entonces han aparecido Zocor, también de Merck; Lipitor, de Pfizer; Pravachol de Squibb; Lescol, de Novartis; Crestor, de AstraZeneca y Livalo de Eli Lilly. Todas ellas se contabilizan como "nuevos" fármacos, "nuevos" fármacos que, como todos sabemos, cuesta una millonada desarrollar y de los cuales aparecen cientos al cabo del año. Pues bien, todas las estatinas mencionadas anteriormente funcionan exactamente igual obteniendo resultados virtualmente indiferenciables. 
   Al principio del tercio excluso se lo puede considerar uno de los ejes centrales de la lógica clásica. Afirma que de cualquier sujeto debe poder predicarse o bien A o bien no-A. Cuando no se acepta tal principio, surgen, por ejemplo, las lógicas difusas, en las que de cualquier sujeto se puede predicar A en cierto grado. En realidad, el discurso farmacológico, ni siquiera puede decirse que se atenga a las reglas de la lógica difusa. Tomemos el famoso estudio de fase III que comparó a Vioxx con naproxeno. En el grupo de pacientes a los que se les administró Vioxx se observó un aumento de las muertes por infarto cardíaco, cosa que no se observó en el grupo al que se le administró naproxeno. ¿Qué se concluyo, pues? ¿Que Vioxx causaba infartos cardíacos? ¿Que Vioxx no causaba infartos cardíacos? ¿Qué Vioxx causaba en cierto grado infartos cardíacos? En ninguna lógica que adoptemos existe otra posibilidad. El estudio clínico concluía, sin embargo, que naproxeno poseía una capacidad de prevenir los infartos jamás observada hasta entonces. La FDA retiró Vioxx del mercado después de calcular que había causado entre 88.000 y 139.000 infartos sólo en los EEUU, aproximadamente el 40% de ellos mortales.
   La razón médica no queda definida, como sostenía Foucault, por su oposición a la locura. Más bien al contrario, resulta indistinguible de lo que la época clásica llamó “locura”. Podemos entender ahora por qué los filósofos vigesimicos perdieron de vista los indicios que acotaban el camino hacia la razón universal: si el orden y conexión del discurso farmacológico no coincide con el orden y conexión de las cosas del mundo ni con el orden y conexión de la lógica, se debe a que el pensamiento occidental erró en su búsqueda de una razón universal. Concluir de otro modo les hubiese exigido morder la mano que les daba de comer. 

domingo, 2 de septiembre de 2018

El papa y los psiquiatras.

   Hay empresas cuyos fundadores durmieron en pesebres porque sus familias no tenían para pagarles cunas y hoy sus directivos viajan en aviones de la compañía. Uno de ellos, llamado Jorge Mario Bergoglio y conocido en las redes sociales con el apodo de Francisco I, dijo recientemente que
“cuando eso [la homosexualidad] se manifiesta desde la infancia, hay muchas cosas por hacer, como la psiquiatría, para ver cómo son las cosas. Otra cosa es cuando eso se manifiesta después de los 20 años”. 
Sin embargo, en la transcripción oficial, no figuraba “como la psiquiatría”. Desde la Oficina de Prensa del Vaticano se explicó que 
“cuando el papa se refiere a ‘psiquiatría’, está claro que lo hace como un ejemplo sobre las diferentes cosas que se pueden hacer. No quería decir que se trata de ‘una enfermedad psiquiátrica’, sino que tal vez hay qué ver ‘cómo están las cosas a nivel psicológico’”.
Interpretación ésta que no añade ni quita a nada a lo que aquí queremos exponer. Lo importante radica en que, de acuerdo con la palabra de Dios con acento argentino, los padres con un hijo homosexual deben llevarlo antes de los 20 años al psiquiatra, porque después ya no tiene remedio y, según ya había dicho el papa, “¿quién soy yo para juzgarlo?”
   Las declaraciones del papa han causado múltiples reacciones entre los colectivos homosexuales, mientras los progres a los que se les cae la baba con él, han preferido mirar hacia otro lado, hasta el punto de que El País no publicó las declaraciones originales. Siguen confiando en que haga lo que haga y diga lo que diga, cambiará la iglesia para mejor, como si la campaña #metoo pudiese cambiar Hollywood de verdad o una reforma de la ley transformar la universidad española. Los chiringuitos, señores, sólo tienen una solución posible, el cerrojazo, y ya si eso, refundarlos sobre bases nuevas. Se me dirá "¿acaso no es mejor la reforma que no hacer nada?" Sí... mientras se calcula el tamaño del cerrojo. Pero me he alejado del tema.
   Entre el guirigay habitual, ha retumbado sonoramente el silencio de las asociaciones psiquiátricas, que han vuelto a ver el caramelo en la boca y lo han perdido de nuevo. Recordemos, del mismo modo que el Vaticano edita un catecismo oficial, la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) por sus siglas en inglés, publica el Manual Diagnóstico y Estadísticos de los Trastornos Mentales (DSM), auténtico catecismo psiquiátrico en el que se especifica lo que cualquier creyente debe ver si quiere que se lo acepte como feligrés de "la ciencia psiquiátrica”.  Las dos primeras ediciones de dicho catecismo incluían la homosexualidad como uno de los trastornos mentales. Las protestas de los colectivos gays norteamericanos, que comenzaron a organizarse en la década de los 70, hizo que dicho trastorno desapareciera en la revisión de la tercera edición, el conocido como DSM-III-R que data de 1987. Voy a repetirlo todo otra vez. La evidencia científica que condujo a dejar de tratar a la homosexualidad como un trastorno consistió en la protesta social que tal consideración provocó. ¿Se imaginan a los físicos poniéndole un límite a la velocidad de la luz como consecuencia de la proliferación de manifestantes? Si revisan todos los “estudios científicos” al respecto podrán observar que, en efecto, la inmensa mayoría se realizó ya en los años 80, cuando la balanza se hallaba inclinada. Pese a ello, el “trastorno” no desapareció hasta una década después de que el consenso entre los psiquiatras se hubiese alcanzado. La Organización Mundial de la Salud, se resistió hasta los años 90, eso sí, unos y otros, no lo hicieron sin abandonar tan jugoso trozo del mercado. La desaparición del “trastorno homosexual” vino acompañada de la explosión de trastornos sexuales tales como el fetichismo, el exhibicionismo, el travestismo, el voyeurismo, el sadomasoquismo, etc. etc. etc. que vieron la luz en la misma revisión del DSM que volatilizó la enfermedad llamada "homosexualidad". Todavía mejor, si lee un poco acerca de la polémica en torno a lo que se llaman “las terapias de reorientación sexual” (capaces, supuestamente, de vaciar los armarios), podrá observar cómo sus partidarios y detractores muestran con la misma eficacia la carencia de cientificidad de los estudios del bando contrario. Parecen dos escuelas de vudú, cada una de las cuales acusa a la otra de brujería. No debe extrañarnos.
   Una somera ojeada al DSM (actualmente en su quinta edición), nos permite comprender que el “trastorno de la fluidez de inicio en la infancia” (lo que toda la vida de Dios se ha llamado tartamudeo) se caracteriza por alteraciones de la fluidez normal del habla; que en el trastorno del espectro autista se produce un “un acercamiento social anormal y fracaso de la conversacion normal” así como “intereses muy restringidos y fijos que son anormales”, aun cuando exista “una inteligencia normal”; que el trastorno por deficit de atención/hiperactividad lo definen “las anormalidades en la atencion (excesivamente centrado o facilmente distraido)”; que el trastorno específico del aprendizaje interrumpe el patron normal de aprendizaje; etc. etc. etc. Ahora bien, ¿quien determina lo que puede considerarse “normal”? Muy fácil: 
“se necesita formación clínica para decidir cuándo la combinación de factores predisponentes, desencadenantes, perpetuadores y protectores ha dado lugar a una afección psicopatológica cuyos signos y síntomas rebasan los límites de la normalidad”. 
O, de un modo más resumido, decide lo que puede considerarse “normal” el que cobra por tratar a todos los que él califica como “no normales”. Falta la guinda, ¿cómo los trata? Ya lo vimos en la entrada anterior, los trata empastillándolos, porque si no les receta pastillas de por vida o, por lo menos, durante un largo período de tiempo, no se trata de un psiquiatra de verdad o, lo que viene a significar lo mismo, de un psiquiatra “científico”.
   Tenemos, pues, señores que siguen un libro en el que se dice qué debe considerarse normal y qué no, organizados sectariamente y con una fe (en las ventajas de la medicación) a prueba de hechos. ¿Qué hay de raro en que el papa sienta simpatía por ellos e intente arrimarles clientela?

domingo, 26 de agosto de 2018

El nuevo biopoder (9)

   Hacia mediados de los años 70, los laboratorios de Eli Lilly iniciaron los estudios en ratas, gatos y perros con la fluoxetina, lo que se llama un inhibidor selectivo de los recuperadores de serotonina (SRRi por sus siglas en inglés). Las ratas mostraban extraños comportamientos estereotipados, mientras que gatos y perros se volvían agresivos. Los ensayos clínicos de fase II, llevados a cabo en torno a 1.977, tampoco mostraron resultados muy esperanzadores. De ocho sujetos tratados con fluoxetina, ninguno manifestó mejoría alguna. Peor aún, lo que debía constituir el eje de estos ensayos, la toxicidad, indicaba  que uno de los sujetos devino psicótico y otros mostraban tendencia al suicidio. A principios de los 80 se llevaron a cabo los estudios de fase III en Alemania. El organismo encargado por aquel entonces de la aprobación de los medicamentos, concluyó de los informes presentados por la compañía, que Prozac (la marca bajo la cual se comercializó la fluoxetina) resultaba “totalmente inasumible para el tratamiento de la depresión”, además, durante los ensayos de fase III, 16 sujetos habían intentado suicidarse, dos de ellos con éxito. La propia compañía manejaba datos que indicaban que el tratamiento con fluoxetina multiplicaba por 5,6 la tasa de intentos de suicidio. Eli Lilly, con encomiable perseverancia, probó al otro lado del Atlántico. Esta vez instruyó a sus científicos para que contabilizaran cualquier efecto negativo del tratamiento, en especial lo referente a los intentos de suicidio, como consecuencias de la enfermedad y no de la medicina. Los intentos de suicidio se tabularon, pues, como “depresión”, desapareciendo de las estadísticas. Aún así, la FDA señalaba en su informe de aprobación que la fluoxetina no mostraba mejores resultados que cualquier otro antidepresivo. De hecho, la mejoría que causaba apenas podía diferenciarse de la obtenido con placebos.
   Ante la imposibilidad de basar la campaña publicitaria de Prozac en sus resultados clínicos, Eli Lilly inició una maniobra de rodeo: convertir a la serotonina en responsable de la depresión. En 1.987, Sidney Levine escribió en el British Journal of Psychiatry que la serotonina jugaba un importante papel en el desarrollo de la depresión. Dos años más tarde, un informe de la Universidad de Louisville llegaba a la misma conclusión: “los pacientes con depresión tienen concentraciones por debajo de lo normal [de serotonina]”(1).  Ambos textos obviaban un estudio del Instituto Nacional de la Salud de los EEUU que señalaba que las variaciones en el nivel de serotonina del cerebro no guardan relación alguna con la depresión. 
   En 1.984 aparece en el Journal of Clinical Psychiatry un primer artículo firmado por James Brenner en el que se afirmaba que la fluoxetina carecía prácticamente de efectos secundarios. En 1.985 ya demostraba mayor eficacia que el resto de antidepresivos al uso, por supuesto, con menos efectos secundarios. Ese mismo año, Eli Lilly afirmaba que sus ensayos clínicos de fase III demostraban la superioridad de la fluoxetina sobre un placebo. Las ventas comenzaron a aumentar a partir de ese año, explotando en 1.989, cuando The New York Magazine publica “Bye, bye, blues”, un artículo centrado en el “nuevo medicamento maravilloso” para la depresión, en el que pacientes de todo tipo declaraban sentirse “mejor que bien”. Newsweek, The New York Times, el programa de televisión 60 Minutes y multitud de otros medios de comunicación, formatos televisivos y de radio, se sumaron a las loas hacia la píldora maravillosa que funcionaba “como un antibiótico” para la depresión (recordemos que hoy día existen todo tipo de campañas contra la utilización de los antibióticos). Pocos de esos medios informaron de la existencia desde 1.990 de varias denuncias por parte de usuarios de Prozac contra Eli Lilly y de la formación del “Grupo de Soporte de Supervivientes de Prozac”. Para atajar estas grietas, Eli Lilly elaboró una cuádruple argumentación ampliamente propagada por los medios: las denuncias legales constituían parte de una campaña de la iglesia de la cienciología (sic); los ensayos clínicos mostraban la seguridad y eficacia de Prozac; las ideaciones suicidas formaban parte de los efectos de la enfermedad y no de los efectos del medicamento; y el problema consistía en alejar a la gente de Prozac, no en que se acercaran a él. Prozac, de hecho, no necesitaba receta en los EEUU. Cuando las ventas alcanzaban ya los 1.000 millones de dólares, apareció Listening Prozac, libro de Peter Kramer que, partiendo del éxito de este medicamento, analizaba las características de un “futuro próximo” en el que nuestra personalidad vendría modificada por antojo gracias a las nuevas medicinas y planteaba la necesidad de abandonar los viejos prejuicios filosóficos y éticos que intentaba oponerse a esta realidad futura inmediata. El debate sobre ciencia ficción así planteado, al igual que toda la campaña publicitaria sobre  el balance químico de los flujos cerebrales, atrajo a los filósofos vigesimicos como el flautista de Hamelin a los niños... o a las ratas.
   En 2.001, cuando los efectos secundarios de Prozac resultaban del dominio público, la fluoxetina recibió la aprobación como tratamiento para el “trastorno disfórico premenstrual”, quiero decir, los síntomas premenstruales severos. Pero Eli Lilly consideró tocada la marca Prozac, así que comercializó exactamente el mismo producto bajo otro nombre, Sarafem y a un precio más elevado. Por supuesto, de modo inmediato comenzó el cuestionamiento de lo que pueda entenderse por “severo”. Hoy día, los diferentes SSRi se hallan al alcance de cuanta mujer se lo quiera pedir a su médico. Así que ya tenemos a depresivos en general y a mujeres tomando SSRi, nos falta un grupo más de población.
   La FDA se resistió a la aprobación de Prozac para el tratamiento de niños hasta 2.006 y la agencia europea la siguió con la docilidad acostumbrada. El 10 de junio de 2.006, en un artículo en El País, en el que se daba cuenta de la aprobación de la FDA, Mariano Trillas Garrigues, director del Centro Avanza de Barcelona y psiquiatra infantil, declaraba que, hasta entonces, los psiquiatras europeos se hallaban “sin herramientas potentes” contra la depresión infantil, un trastorno “escaso” pero “existente”. De hecho, los psiquiatras españoles no tenían más remedio que recetar los viejos antidepresivos, pues, de lo contrario, se hubiesen encontrado sin nada que recetar. Por supuesto, proseguía el eminente Dr. Trillas Garrigues, Prozac induce al suicidio, pero porque
"Cuando se empiezan a tomar antidepresivos pueden desinhibir un poco. Entonces, una persona que tiene ideaciones suicidas latentes puede encontrarse con fuerzas para llevarlo a cabo, mientras que cuando estaba peor no tenía ganas ni para eso. Pero lo mismo puede suceder en adultos".
Lamentablemente, esta brillantísima explicación no salió de la prodigiosa mente del Dr. Trillas Garrigues. Procede, como ya hemos visto, de los departamentos de marketing de Eli Lilly. Científicamente, un medicamento que lleva a quien lo toma a suicidarse, debe retirarse del mercado, pero, para la psiquiatría, generar tal tendencia constituye una demostración más de su eficacia.
   Señalemos dos hechos para terminar. En primer lugar, la fluoxetina, ya fuera de patente, figura en la lista de medicamentos esenciales de la Organización Mundial de la Salud. En segundo lugar, a fecha 24 de julio de 2.018 la entrada “fluoxetina” de la Wikipedia en español no incluía ninguna referencia al suicidio, cosa que sí ocurría en su versión inglesa.

  (1) Whitaker, R. Anatomy of an epidemic. Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America, Crown Puglishers, New York, 2010, págs. 205-11.

domingo, 19 de agosto de 2018

Imagocracia.

   En la mañana de ayer sábado, hora española, Imran Khan, miembro del histórico equipo que derrotó a la todopoderosa Inglaterra en la final del mundial de criquet de 1.992, juró su cargo como primer ministro de Pakistán. Por muy exóticos y lejanos que suenen estos acontecimientos, obedecen a un patrón bien conocido. Khan se forjó su fama en la televisión, como héroe del deporte nacional. En un país en el que la política exterior y buena parte de la interior la controlan el ejército y sus servicios secretos, anclado en la agricultura como principal fuente de riqueza y con una deuda exterior que hace que su política económica la determine el FMI, su campaña se ha basado en construirse una imagen como alguien ajeno a los tejemanejes políticos habituales. La lucha contra la corrupción, acabar con las viejas prácticas políticas, la promesa de llevar agua a algunas regiones, donde, según las malas lenguas, ya la hay y un montón de humo más, ha bastado para darle el triunfo en las urnas. En definitiva, lo que venimos viendo repetidamente en las elecciones que se han celebrado en los últimos años alrededor del globo, la victoria de candidatos apoyados en una nítida imagen pública, promesas de acabar con los modos habituales de hacer política y carentes de ideologías identificables, todo lo cual acaba asimilándolos con el primer movimiento que alcanzó el poder con esos medios: el fascismo.
   Alertan los expertos de turno que nuestras sociedades han caído en manos del populismo, que hay que regenerar la vida política para evitar estas circunstancias, que nuestras democracias retroceden. Resulta difícil saber si en la tergiversación de sus diagnósticos interviene la miopía o el interés por ocultar lo que viene ocurriendo. Por ejemplo, suele decirse que nuestro concepto actual de democracia nació en Atenas, cuando, en realidad, la democracia va inextricablemente unida no a todo el territorio de influencia ateniense, sino a un lugar muy concreto de la ciudad, el Ágora. Sin Ágora, sin lugar donde reunirse, donde intercambiar puntos de vista, donde confrontar noticias, la democracia no hubiese llegado a existir. Democracia, quiero decir, "poder del pueblo", implica lugar donde el pueblo pueda reunirse y manifestar su parecer. Lo expresaré de otro modo, el poder del pueblo reside en las plazas, las calles y los mercados. Si se deja de hacer política en las plazas, las calles y los mercados, entonces se habrá creado un sistema político que no puede identificarse con la democracia ateniense por más que guarde ciertos rasgos de semejanza con ella. Por ejemplo, si se construye un remedo de plaza pública para que tengan lugar las discusiones, nos hallaremos ante una mera representación de democracia, un sistema que imita con símbolos, lo que acontecía en Grecia, pero en el que sólo de un modo formal podrá decirse que el poder reside en el pueblo. El pueblo, simplemente, se halla ajeno a la mayor parte de discusiones y tomas de decisiones, al pueblo “se lo representa”, sin que llegue a intervenir más que de un modo puntual. Pero si aún realizamos otro desplazamiento, llevando el lugar de discusión y de notificación de la toma de decisiones a las pantallas de nuestros televisores, ordenadores y móviles, en forma de tertulias matinales, intercambio de tuits, vídeos y fotos, entonces, ya no nos hallamos ante democracias representativas, sino ante democracias virtuales o ante imagocracias. En ellas el poder real reside en quien pueda generar y retransmitir las imágenes y al pueblo se lo adocena para que se limite a seguir las consignas que éstas les inoculan. Los gobiernos, por tanto, no se basan en su acción “real”, su actuación queda en un nivel virtual, quiero decir, en la construcción de imágenes, las cuales, por otra parte, han devenido la única realidad que importa. La política económica, por ejemplo, la dictaminan “los mercados”, o, de un modo no eufemístico, las grandes corporaciones financieras. El bienestar de los ciudadanos se mide en términos de las cosas que se pueden comprar, con lo que tampoco los gobiernos tienen nada que hacer a este respecto. Las llamadas “políticas sociales” comprenden todas aquellas políticas que se llevan a cabo cuando el tema de sus costes se ha resuelto, por lo que tampoco queda mucho margen de maniobra para los gobiernos de turno. En definitiva, los gobiernos de la imagocracia tienen que centrarse en todo aquello que genere grandes "debates públicos", o lo que viene a significar lo mismo, imágenes espectaculares, con un costo ínfimo. La inmigración, por ejemplo, se convierte en un problema clave. No porque haya significativamente más inmigrantes que hace 50 ó 100 años, ni porque se pueda hacer gran cosa para impedirlo, ni porque se pretenda atajar la raíz del problema, sino porque adoptar una política migratoria u otra cuesta casi lo mismo y, por encima de todo, se pueden conseguir impactantes imágenes con ella.
   Nuestra inquietud, nuestro desasosiego, proviene de la contradicción que nos embarga. Por una parte, nos caracteriza una iconolatría sin límites, que nos ciega ante cualquier otra posibilidad y defecto que presenten las imágenes y que, de hecho, nos impide pensarnos de cualquier manera que no implique la utilización de imágenes. Por otra parte, nos han educado en los viejos términos de representación política, que ya no sabemos cómo acomodar a las pantallas en las que se desarrollan nuestras vidas. Nos comportamos, pues, de un modo patético. Consideramos una anécdota que un actor como Ronald Reagan se convirtiese en uno de los presidentes más recordados de los EEUU, que el dueño de una cadena de televisión como Silvio Berlusconi llegase a primer ministro italiano o que una presentadora de televisión como Letizia Ortiz se convirtiese en reina de España. Sin embargo, nos escandalizará el modo tan natural en que nuestros hijos aceptarán que ocupen tales cargos blogueros, youtubers e influencers. Tenemos un Whatsapp con los compañeros de trabajo, pero nos choca que se utilice esa herramienta para la toma de decisiones políticas. Incluso la idea, tan próxima, tan democrática, tan demostrativa del poder popular, de elegir a los miembros del congreso por el número de seguidores que hayan tenido en las redes sociales durante el último año nos causa pavor. Afortunadamente, como digo, las generaciones que obtuvieron un móvil en su primera comunión, carecerán de esos escrúpulos. Ellos identificarán con absoluta normalidad "democracia" con lo que escupan sus pantallas.