domingo, 15 de julio de 2018

La guerra-imagen: el caso Sony.

   El advenimiento de la era de la representación en el siglo XVII, trajo como consecuencia un cambio significativo en el modo de hacer las guerras. Así, podemos reconocernos fácilmente en las tácticas y estrategias de las guerras napoleónicas del siglo siguiente, pero no en las contiendas con ejércitos más o menos privados del siglo XVI. Del mismo modo, el advenimiento de la era de la imagen en el siglo XX significó el paso de unas guerras en las que la población civil casi no jugaba ningún papel (Primera Guerra Mundial), a convertirse en el objetivo principal de las mismas (el genocidio judío y las bombas atómicas lanzadas sobre Japón, constituyen algunos ejemplos), para, ya entrados en el siglo XXI, adquirir el papel de armas con las que librar los combates. Este desarrollo, paralelo al encumbramiento de la imagen, ha dado lugar a múltiples denominaciones (guerra híbrida, guerra de cuarta generación, guerra postmoderna, political warfare, etc.), que no hacen sino ocultar su verdadera naturaleza. Vivimos en la era de la imagen y nuestras guerras constituyen otras tantas guerras de las imágenes, en las que tan importante como las máquinas de guerra que ocupan el territorio (tanques, aviones, misiles), resultan las máquinas de guerra que ocupan las mentes (aunque deberíamos decir con mayor precisión que crean mentes). 
   Cabría situar el inicio de una de las primeras el 24 de noviembre de 2014, cuando la empresa Sony tomó conciencia del robo de 200 gigabites de información, incluyendo películas, informes y e-mails internos por parte de un grupo autodenominado “Guardianes de la Paz”. Aunque el régimen de Corea del Norte declinó toda responsabilidad, atribuyendo el ataque a “seguidores y simpatizantes del presidente”, el 18 de diciembre los "Guardianes de la paz" lanzaron dos mensajes. En uno de ellos amenazaban con liberar toda la información robada si la película The Interview, que ridiculizaba al dictador norcoreano Kim Jong-un, llegaba a estrenarse en cines o por Internet. Esta amenaza se extendió a la realización de atentados contra todas las salas que participaran en su estreno. El segundo mensaje se limitaba a pedir como condición el cambio del final de la película, que mostraba la muerte de Kim Jong-un. Las grandes cadenas de cines de los EEUU rechazaron la posibilidad de estrenarla y Sony sustituyó la habitual première por un pase sin grandes algaradas.
   Muy pronto The Interview pudo obtenerse de sitios no precisamente oficiales como The Pirate Bay y el 19 de diciembre, el presidente Barak Obama criticó públicamente la decisión de Sony de no distribuir el film, ofreciendo la “respuesta proporcionada” del país ante cualquier ulterior ataque que sufriese la empresa. De hecho, acabaron aprobándose sanciones contra destacados miembros del régimen norcoreano y el 23 de diciembre dicho país se quedó durante 9 horas sin Internet. Ese mismo día, Sony reconsideró su postura admitiendo el estreno en 300 cines independientes. El día 24 ya podía conseguirse en Google Play, Xbox Video y Youtube. Cuatro días después, la Comisión Nacional de Defensa de Corea del Norte acusaba al presidente norteamericano de “forzar” la distribución de la película. Acto seguido se difundieron los e-mails internos de la empresa, películas por estrenar, los sueldos de los ejecutivos y las motivaciones últimas de ciertos cambios “artísticos” de múltiples producciones de Sony. La empresa amenazó entonces con acciones legales contra los medios que dieran cobertura a este material y, ante la escasa probabilidad de que tales amenazas pudieran implementarse, pidió la cancelación de las cuentas que, en diferentes redes sociales, redifundían el material liberado. Como argumentó el conocido guionista Aaron Sorkin (que posee múltiples vínculos con Sony) en una carta abierta a The New York Times, los medios de comunicación, al informar, ayudaban a quienes robaron el material de Sony con la intención de chantajear a la empresa.
   El resultado de la guerra de Sony puede considerarse ambiguo, lo cual, muestra, una vez más, que nos hallamos ante un nuevo marco de combate que ni siquiera los agresores dominan con plenitud. Las sanciones impuestas por EEUU afectaron poco a un régimen de por sí aislado y acostumbrado a ellas. A la vista de los ataques a Sony, la productora New Regency canceló en marzo de 2015 su adaptación de la novela satírica Pyongyang: A Journey in North Corea. Sin embargo, hay que colocar en el otro platillo de la balanza la enorme difusión de The Interview, que acabó viendo un público muchísimo más amplio que el que habitualmente sigue las comedias de Seth Rogen, Jamie Franco y compañía, presentados ahora como paladines de la libertad, aunque resultaría más apropiado llamarlos adalides de la libertad de circulación de las imágenes. Si el objetivo declarado de la acción consistió en impedir la difusión de esta película podemos decir que la guerra de Sony terminó con la derrota de Corea del Norte.

domingo, 8 de julio de 2018

"Todo lo que está en Internet"

   ¿Se imaginan un profesor de biología que sólo hubiese visto un animal en los documentales? ¿Se imaginan un profesor de matemáticas que hubiese leído mucho acerca de resolver ecuaciones pero jamás hubiese resuelto una? ¿Se imaginan un profesor de física que nunca hubiese entrado en un laboratorio? Pues hay disciplinas cuya grandeza consiste en que quienes las practican no tienen trato directo alguno con el sujeto de sus estudios, pero sí una enorme habilidad para venderse a los politicastros de turno. La psicopedagogía forma parte de esta singular élite. Últimamente estos suplicantes lacayos del poder se han puesto a cacarear un eslogan que dice: “todo lo que está en Internet no merece la pena que se imparta en clase”. Esta afirmación puede suponer una revolución absoluta en las aulas, un cambio de matiz en lo que en ellas se hace o no tocar absolutamente nada en ellas. En efecto, ¿qué cabe entender por “todo lo que está en Internet”? Literalmente significa que en clase no merece la pena que se enuncie algo que se halle en un servidor. Eso no sólo incluye los contenidos, también el modo de adquirirlos, los valores, los comportamientos y la formación de cualquier modo que ésta se entienda. A partir de ahora, pues, los profesores deben dedicarse a hablar de las monerías que hacen las mascotas de los estudiantes, cotillear sobre los romances del centro (siempre que no se hayan publicado en Facebook) y comentar la vida privada de los profesores. El resto de cosas, cómo se despeja una ecuación, las fases en la unificación de Alemania, la formulación en química orgánica, se halla en Internet y, como todo el mundo sabe, lo que se halla en Internet se puede aprender en una tarde, así que no merece que se le dedique ni un minuto de clase. Me pregunto qué se diría de los profesores si a los “tres meses” de vacaciones le sumaran nueve meses de amenas charletas en clase.
   Hay otra manera de entender “todo lo que está en Internet”. En esta segunda versión hace referencia a “todo lo que un profesor puede encontrar en Internet”. Aquí el abanico resulta verdaderamente amplio. Los hay que descubrieron el funcionamiento del correo electrónico el año pasado y los hay que, de tanto buscar cosas, acabaron haciéndose con la contabilidad de cierta logia masónica. Pero, incluso en este caso, todo lo que un profesor puede encontrar en Internet no coincide con todo lo que hay en Internet. Queda claro que no tendría sentido, por poner mi caso, enseñar nada de la filosofía de Descartes, Kant o Heidegger, todo eso puede encontrarse en Internet. Desde luego, me resultaría grato ver lo que un estudiante puede llegar a aprender “en una tarde” de la Crítica de la razón pura, librito de 800 páginas, que, no me importa admitirlo, me noqueó por dos veces a la altura de la deducción trascendental de las categorías. Pero bueno, lo importante radica en que, siguiendo esta metodología, ya tengo pensados proyectos que, aprovechando “todo lo que está en Internet” no caerán en la redundancia de explicarlo, por ejemplo: la perilla de Descartes. ¿Qué forma tenía? ¿cuántos pelos podía haber en ella? ¿cuántas veces al día se la tenía que afeitar? Como pueden ver se trata de un proyecto interdisciplinar, que incluye estética (¿hubiese lucido más guapo sin ella?), matemáticas (¿qué volumen abarcaba?), biología (¿cuántos pelos tenemos por centímetro cuadrado?) Y, por supuesto, filosofía, pues hablamos de Descartes. Ciertamente los estudiantes terminarían el curso sin tener ni la más remota idea de sus planteamientos filosóficos, pero, como digo, yo sí puedo encontrar un buen montón de apuntes sobre ellos, así que ése no constituye un asunto sobre el que se deba hablar en clase.
   Pero mucho me temo que las lumbreras que afirman que en clase no debe aparecer “todo lo que está en Internet” hacen equivalente esta afirmación a “todo lo que un alumno o una alumna puede encontrar en Internet”. En tal caso, el cambio que esta afirmación implica para la praxis diaria puede resumirse de un modo extremadamente simple: ninguno. Como saben los que tienen contacto directo con los jóvenes en edad escolar (algo que excluye a los psicopedagogos), estas supertecnológicas generaciones, estas generaciones de chicos y chicas que han nacido con Internet incorporado, que no duermen para no abandonar el móvil, tienen todos los vicios y limitaciones de quienes no han escrito jamás una línea de código. “Buscar” significa para ellos irse a Google y, en muchos casos, pulsar la opción “Voy a tener suerte”. Tratar de explicarles que tienen que escribir una dirección, tan simple como rae.es y no buscar “Real Academia de la Lengua”, rompe sus esquemas. No traten de averiguar qué pueden conseguir sin utilizar un buscador, para ellos constituye un reto semejante a utilizar un ordenador sin ratón. Pero ahí no ha terminado la cosa. “Buscar en Google” significa para nuestros jóvenes acceder al primer resultado que el buscador les ofrece. Los más audaces se aventuren con el segundo. Prácticamente nadie sabe que Google ofrece varias páginas de resultados y que, muchas veces, lo que se busca se encuentra en ellas. Mejor no hablar de la cara que se les queda cuando se les explican las opciones avanzadas, como la diferencia entre buscar con o sin comillas, la utilización de los símbolos + y - ó el comando AROUND. Hay una excepción a lo que vengo diciendo, a saber, que la búsqueda arroje como primer resultado algo en otro idioma diferente del español, pues para nuestros muy bilingües y plurilingües alumnos, a la hora de buscar en Internet, todo lo que no venga en español, no existe. Repetiré de un modo sintético lo que acabo de decir: para nuestros estudiantes “todo lo que está en Internet” se resume en la Wikipedia. O, dicho de otro modo, las pedagogías más rompedoras proponen, en realidad, que nuestros hijos, como nuestros abuelos, tengan por único libro una enciclopedia. Eso sí, una enciclopedia que en la entrada española para la fluoxetina no incluye ninguna mención al aumento de suicidios que provoca, cosa que sí hace en la entrada en inglés y que establece como etnia predominante en Filipinas la “morroco (700.000.000; el 1.º más numeroso)”, dice y, sin duda, con motivo, pues la población total del archipiélago no supera los 97 millones de habitantes.

domingo, 1 de julio de 2018

Causas genéticas

   Hay una coletilla que hoy aparece reiteradamente en boca de los “expertos” a la hora de hablar de diferentes tipos de enfermedades: “no se sabe su causa pero (probablemente) es de origen genético”. Casi se trata de una descripción estándar de las enfermedades mentales. Nadie tiene ni la menor idea de qué factores biológicos conducen a ellas, nadie tiene ni la menor idea de qué transformaciones se producen en los cerebros de las personas afectadas para que acabe apareciendo una enfermedad de este tipo, ni siquiera se puede asegurar que se deba a modificaciones de algún género en el cerebro y no hablemos ya de qué genes se hallan implicados, si realmente hay alguno. No obstante “tienen una base genética”. ¡Cuánta ignorancia acumulo! ¿Verdad? Ahí tenemos el cromosoma 15, en cuyo brazo largo se detectan con frecuencia anormalidades en las personas con trastornos mentales, bueno y en el 7 y en el 20 y en el X y en el... ¿Alguien ha probado a hacerlo al revés, buscar personas con anormalidades en esos cromosomas para comprobar si también padecen enfermedades mentales? A ver si va a ocurrir lo que pasó con los que tenían dos o más cromosomas Y, que sí, que abundan en la cárcel... y en las universidades y en las escuelas y en los bomberos, porque se trata de una de las alteraciones genéticas más extendidas en los seres humanos. Si se hallan implicados los cromosomas 15, 7, 20, X y no se sabe cuántos más, ¿de qué número de genes hablamos? ¿500? ¿1.000? ¿acaso hablamos de secuencias reguladoras que modifican su comportamiento dependiendo del ambiente en el que se desenvuelve el individuo? ¿se puede decir entonces que esos genes determinan, que “aumentan la propensión” siquiera,  de las enfermedades mentales?
   “Bueno, sí, se me dirá, pero las enfermedades mentales vienen producidas por un desequilibrio en los balances químicos del cerebro”. Exacto, eso decía Alcmeon de Crotona antes de que hubiera los modernos dispositivos de análisis del cerebro que hay hoy, porque esos dispositivos no han logrado detectar ninguna diferencia entre “el balance de sustancias químicas del cerebro” de personas sanas y enfermas antes de tomar medicación. Precisamente la medicación cambia ese balance. Todavía mejor, recordaré una vez más que si hay un órgano al que podamos llamar el gran consumidor de serotonina de nuestro organismo, ese órgano se llama intestino. Vale que la enfermedad mental venga originada por una ruptura en el balance químico de la serotonina, por ejemplo, pero de ahí no se deduce que esa ruptura se produzca en el cerebro, de hecho, las neuronas del sistema nervioso entérico comienzan a sufrir Parkinson antes que las del cerebro.
   Vamos a hacer lo que hacen toda esa pléyade de papagayos que repiten que la esquizofrenia, la depresión, el TDAH, el trastorno bipolar y demás tienen una base genética. Vamos a tomar un problema habitual de la población y estudiaremos dónde se produce su mayor tasa de incidencia, si se producen recaídas, si cuando un miembro de una familia lo sufre, también lo sufren los demás y, si todas las respuestas resultan afirmativas, diremos sin tapujos que, aunque no se conocen sus causas, dicho problema tiene, probablemente, un origen genético. Después descubriremos de qué problema hemos hablado y, en consecuencia, podremos apreciar hasta qué punto puede decirse de este modo de argumentar que posee carácter “riguroso”, “concluyente”, o, por encima de todo, “científico”.
   El problema del que vamos a hablar, puede alcanzar gravedad dispar, causando, en sus formas más leves un mero susto o una baja de unos pocos días y, en su forma extrema la muerte. La tasa de incidencia de su forma más grave resulta distribuida de un modo dispar. Según el informe de la OMS de 2009, en la India hubo 105.725 muertes, en China 96.611, en EEUU 42.652... España ocupaba la posición 30 en esta lista con 4.104 muertes. Pero si hacemos la lista por cada 100.000 habitantes, entonces figura en primer lugar Eritrea, con una tasa de 48,4, seguida de las Islas Cook con 45 y de Egipto con 41,6. España pasa entonces a ocupar la posición 152 con 9,3 muertes al año. De un modo generalizado, en esta lista copan las primeras posiciones países africanos, pero puede apreciarse su alta incidencia en países lejanos de Afríca. Por otra parte, en España suceden algo así como la mitad de muertes de países de nuestro entorno, como Portugal o Francia, de hecho, nos encontramos por debajo de la media europea. 
   Observemos ahora qué ocurre dentro de nuestro país. La tasa de muertes también resulta dispar. Andalucía tiene una de las cifras de muertos por este mal más alta de España, con 133 en 2016 y 149 en 2017. Otras comunidades igualmente pobladas tienen tasas muy por debajo, 100 y 111 respectivamente en Cataluña y 36 y 51 en Madrid. Podemos ver, pues, que el número de muertes varía sensiblemente de unas comunidades a otras, no pudiéndose achacar ni al nivel de vida, ni a los sistemas sanitarios ni a ningún otro factor social. Las propias cifras muestran una estabilidad en el tiempo que, sin duda, las desligan de estos factores. Esa desigual distribución por países y por comunidades nos indican claramente ya una base genética. Podemos afinar más. Como algunos trastornos mentales, los genes de los que hablamos deben hallarse en el cromosoma X, pues las mujeres padecen este mal en la mitad de ocasiones que los hombres. Por si fuera poco, lo padecen con menor intensidad, ya que su tasa de mortalidad se sitúa igualmente en la mitad de los hombres. Todavía mejor, el alcohol y las drogas incrementan la probabilidad de sufrirlo y quienes lo padecen también sufren de distracciones o falta de atención.  Casi un tercio de quienes lo padecen recaen en él al cabo de seis meses y la mitad de ellos al cabo del año. Prácticamente nos hallamos al borde de concluir que, en efecto, este problema sobre el que ha hecho estadísticas la OMS constituye una enfermedad de tipo genético. Pues bien, tenemos el dato que precipitará de modo inevitable y científico tal conclusión: cuando uno de los padres lo sufre, la probabilidad de que lo sufran los hijos no resulta muy alta, pero cuando ambos padres lo sufren, en un número elevadísimo de casos, también lo sufren los hijos con mayor o menor intensidad. Así pues, ya podemos sacar nuestra conclusión: los accidentes de tráfico tienen una causa genética, aún mejor, vienen determinados genéticamente, pues a ellos se referían todos los datos que acabo de dar.

domingo, 24 de junio de 2018

Retos de la filosofía y de la ciencia del siglo XXI (3 de 3)

   Terminaba mi anterior entrada diciendo que muchos consideraron un logro la aparición de AntisciGen, el portal que permite detectar los artículos escritos por SciGen. Tal logro, sin embargo, tiene la limitación de que no todo el mundo lo conoce, por ejemplo, los editores de Drug Designing & Intellectual Properties International Journal no lo conocen. Bueno, ni el AntiSciGen ni a Kim Kardashian, pues el 2 de mayo de este año aceptaron para su publicación un artículo suyo en colaboración con Satoshi Nakamoto, el misterioso inventor del bitcoin, y Tomas Pluskal, titulado “Wanion: Refinements on Rpcs”.  Aunque Retraction Watch no pudo hablar con la (¿qué le toca esta semana, señora o señorita?) Kardashian, siempre remisa a hacer alardes de sus extensos conocimientos científicos, ni con el Sr. Nakamoto, tan esquivo como siempre, al Sr. Pluskal, con quien sí pudieron hablar,  lo presentan poco menos que como un usuario premium de SciGen.
   Resulta bien sabido que, en España, a todo el que parece exhibir veleidades científicas, se lo somete rápidamente a tres ordalías. La primera consiste en darle una guitarra flamenca, la segunda en retarle a que marque un penalti y, si fracasa en ambas, se le plantea la prueba definitiva: le damos un capote y le azuzamos un toro. O torea o consigue llegar corriendo a la frontera más próxima antes de que el toro lo alcance a él. En estas condiciones un generador de textos científicos no nos sirve para nada, pero sí tenemos un generador de relatos cortos,  del que no consta cuantos premios ha ganado, y, cómo no, este impagable generador de verborrea empresarial.
   Desde aquí sólo podemos animar a quienes quieran seguir estimulando la creatividad científica de la Kardashian, contribuyendo, con ello, a diferenciar lo que merece el nombre de “publicación científica” de lo que no lo merece; poniendo en evidencia la calidad de los premios literarios; y “evolucionar contenidos de alto valor” empresariales, sin dejar nunca de carcajearse de todo lo que la mayoría considera “importante”. Eso sí, tenemos que sacar dos consecuencias inevitables.
   La primera consiste en que nos hallamos ya en condiciones de calibrar exactamente el grado de ridiculez que alcanzó la periclitada filosofía vigesimica. En efecto, si nos quedamos con el eslogan de las teorías del significado del siglo pasado, a saber, que “el significado es el uso”, habremos de concluir que los algoritmos tras SciGen, MathGen o Aleatum, comprenden el significado de las palabras que aparecen en sus escritos dado que las usan correctamente. Cualquier pretendida superioridad de los seres humanos sobre tales líneas de código no pasaría de constituir un nuevo género de discriminación. A SciGen, por tanto, debe reconocérsele, el haberse convertido en el científico más prolífico de estos inicios de siglo XXI, muy por encima, desde luego, de muchos agraciados con el premio Nobel. Todavía mejor, si pretendemos interpretar los textos para hallar el sentido, la intención, el horizonte de vida o el espíritu que les otorgó su autor, ahora nos encontraremos en la insoluble tesitura de identificarlo. ¿A quién podemos identificar como el “autor” de los textos surgidos de estos algoritmos? ¿a quien los firma, a los algoritmos, a sus creadores? Resultará entonces que puede haber autores que ni siquiera saben lo que pone en los textos “de su autoría”, por tanto, que puede haber textos que no reflejan las intenciones, el horizonte vital, ni el espíritu de nadie, dado que los autores pueden crear infinitos textos sin tener noticia alguna de ello. O bien, otra posibilidad que conduce exactamente a lo mismo, que existen autores sin horizonte vital, sin conciencia y sin intenciones. Nos cabe, por supuesto otra opción, abandonar de una vez por todas las paparruchadas de la hermenéutica y los desvaríos a los que condujo la filosofía del siglo XX, tirar a la basura el concepto de autor y de obra, y dedicarnos a analizar cómo los conceptos se empujan, entrelazan y apelan los unos a los otros en los textos, lo cual, casualmente, conduce a otorgarle su justo lugar a todas las firmas que en él podemos hallar.
   La segunda conclusión no resulta menos importante. Unos dicen que el gran reto científico de nuestra era consiste en conseguir la unificación de todas las fuerzas de la naturaleza, otros afirman que consiste en descubrir los entresijos del cerebro, pero, por lo expuesto hasta aquí, parece que el gran reto de la ciencia del siglo XXI consiste en volver a hacer ciencia de acuerdo con los cánones habituales antes de la llegada del siglo XX.

domingo, 17 de junio de 2018

Retos de la filosofía y de la ciencia del siglo XXI (2 de 3)

   En 1996, el físico Alan Sokal publicó en Social Text, la revista sociológica de la Universidad de Duke, "Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity", un galimatías trufado de citas grandilocuentes, alusiones disparatadas a conocidos conceptos científicos y todo ello envuelto en el más rancio lenguaje postmodernista. Los físicos, matemáticos y demás practicantes de las “ciencias duras”, encontraron un buen motivo para carcajearse de la pretendida cientificidad de las sociología, la psicología y demás ciencias humanas, además de recordar los habituales chistes acerca de la filosofía. Pero, como siempre ocurre en estos casos, quien ríe el último, ríe mucho más y mejor.
   Entre 2001 y 2002, los hermanos gemelos Igor y Grichka Bogdanov publicaron seis artículos dotados de gran originalidad en revistas científicas de medio mundo, entre ellas Annals of Physic. Se adentraban con ellos en algunos de los campos punteros de ramas particularmente abstractas de la física y la cosmología. Por diferentes grupos de noticias de Internet comenzó a correr el rumor de que tales artículos, así como la tesis doctoral de ambos, constituían en realidad, una espectacular tomadura de pelo. A las revistas le temblaron las piernas y los revisores que habían aconsejado la publicación de tan “consistentes” propuestas, se volvieron atrás descubriendo resultados dudosos aquí y allá. Lo más divertido del caso no radica en que los Bogdanov les colaran artículos carentes de sentido a los supuestos revisores de revistas de física de medio mundo, lo más divertido del caso consiste en que, a día de hoy, nadie parece poder explicar con total seguridad si efectivamente se trató de una broma o si en esos artículos hay algo relevante para la ciencia y, mucho menos, por qué.
   Comparado con lo que hicieron Jeremy Stribling, Max Krohn y Dan Aguayo, lo de los hermanos Bogdanov no pasa de una guasa de parvulario. Hacia 2005, en sus tiempos de estudiantes del MIT, crearon SciGen, un generador de artículos científicos aleatorio. Se pone el nombre que se desee y, al módico precio de un click, tendrán su artículo con resumen, citas, conclusiones y demás, listo para enviar o para sacar por impresora. A su rebufo, nació MathGen, que no sólo permite obtener con pasmosa facilidad un artículo matemático sobre los campos más esotéricos, sino que, además, da la opción de tener como colaboradores del mismo a prominentes hombres de la historia de la disciplina. A mí me gusta dejar uno de estos artículos con mi nombre “distraídamente” sobre una mesa en mi trabajo o, mejor aún, “olvidarlo” en la bandeja de salida de la impresora. Al cabo de un tiempo te viene alguien, ligeramente pálido y con voz entrecortada, que te dice:
- ¿Es...? ¿Es tuyo?
- ¡Ah, sí! - le respondo con displicencia.- Me gusta hacer algunos calculitos antes de irme a dormir... Me relaja.
   Pero la broma va más allá. He explicado en varias ocasiones que lo propio de la ciencia consiste en publicar. El científico busca publicar porque eso le proporciona reconocimiento y porque permite, al menos en teoría, que otros revisen su trabajo. El carácter público de la ciencia se halla en su núcleo constitutivo. Pero hoy día la cosa ha ido mucho más allá. Para conseguir financiación, un científico necesita presentar una lista, lo más larga posible, de publicaciones, preferentemente, en lo que se llama “publicaciones de impacto”. Esto ha convertido al campo de las revistas científicas en un inmenso pastel en el que intentan obtener su porción más de 30.000 de ellas, vomitando al mundo dos millones de artículos por año, sin contar los seminarios, congresos, sesiones, jornadas y demás géneros de reuniones científicas. Se supone que la mayor parte de esos artículos han pasado una revisión de, al menos, dos árbitros, con los suficientes conocimientos en el campo como para juzgar la validez de los mismos. Si el número que sale de hacer los cálculos le parece disparatado, habré de añadirle el matiz de que este trabajo, en teoría, no recibe remuneración alguna. Pero si estos datos ya ponen las cosas mal para lo que, como digo, constituye el núcleo mismo del proceder científico, han ido menudeando de unos años a esta parte lo que se conoce como “predatory publishers”, editoriales, revistas y organizadores de congresos que, por un precio, a veces nada módico, permiten la aparición del artículo en tal o cual revista o congreso y extienden el correspondiente certificado, por supuesto, tras su “riguroso” paso por las manos de un par de árbitros. La extensión del problema ha llegado a tal punto que existen al menos dos listas, sin pretensiones de exhaustividad, de tales publicaciones(1). SciGen y MathGen sirven, pues, como excelentes herramientas para detectar la verdadera naturaleza de estas publicaciones. De hecho, el algoritmo de MathGen parece haber conseguido, al menos, una aportación al mundo de las matemáticas, aceptada para su publicación en Advances in pure Mathematics, revista con un factor de impacto 57 en el año 2011.
   Pero el problema no se limita a las publicaciones predatorias. En 2014, la todopoderosa editorial científica Springer, tuvo que retirar más de 130 artículos y conferencias de sus publicaciones por sus sospechosas semejanzas con los artículos generados por SciGen. A ellos hay que añadir los 43 que retiró a principios de 2015 y los 64 de agosto del mismo año por manipulación de los e-mails de sus autores que permitían a éstos convertirse en revisores de sus propios artículos. Por si fuera poco, en 2016, un grupo de investigadores de la Universidad de Trieste crearon un generador automático de revisiones de artículos científicos, cuyos resultados no podían distinguirse fácilmente de los creados por supuestos revisores humanos. Todo esto convirtió en un gran avance la aparición de AntiSciGen, un detector automático de artículos generados por SciGen. 

(1)

domingo, 10 de junio de 2018

Retos de la filosofía y de la ciencia del siglo XXI (1 de 3)

   Llevo bastante tiempo dándole vueltas a una serie de ideas sobre criptografía asimétrica, pero no conseguía otorgarles forma con las herramientas que habitualmente uso. Al final decidí utilizar el lenguaje matemático y casi se plasmaron ellas mismas sobre el papel. Como no se trata de mi lenguaje habitual y además los textos van dirigidos a revistas anglosajonas, los dejo aquí por si algún alma caritativa quiere revisar los cálculos y/o mi gramática inglesa:



   Seguro que quien siga la línea argumental de estos artículos descubrirá, mucho antes de lo que yo logré hacerlo, su parentesco con las ecuaciones de Darboux aplicadas a los subgrupos de Hilbert, así que no he podido evitar escribir unas notas al respecto.


   En estas andaba cuando recibí un correo de unos amigos norteamericanos. Siempre he pensado que existía un vínculo entre la teoría relacional y la ingeniería eléctrica, pero a la hora de explicarlo con mayor precisión de la que ofrecen las palabras, me topaba, una y otra vez, con la dificultad de cómo implementarlo. Después de darle muchas vueltas, decidí enviárselo a un par de amigos que juegan al baloncesto. Poca gente sabe que desde la publicación en 1979 de The Alley Oop of Physic, del profesor Wingheaddress, muchos de los grandes jugadores de la NBA se dedican a abordar problemas de física antes de los partidos para mejorar su concentración y puntería. Surgió sin embargo, una discusión entre ellos acerca de si constituía un método mejor el espolvoreado o el tirabuzón triple y al final acabaron enviándoselo a unos conocidos de ambos que le dieron la forma que aquí presento.

   Creo que hasta ahora no he hablado nunca de la empresa que fundé hace unos meses, dedicada a la asesoría filosófica. Se llama Asesoría Filosófica, S. L. y nos dedicamos a estudiar la coherencia de la filosofía de las empresas, la congruencia de su código deontológico y, por supuesto, a tachar el verbo "ser" en todos sus documentos. Para que puedan apreciar la utilidad y profundidad de nuestros informes, les dejo aquí un breve extracto de uno de ellos:
Observamos que los intentos de complementar transposiciones de distribución se realizan sin evaluar las experiencias de convergencia y sin analizar los esquemas en tiempo real. Creemos necesario, por tanto, articular proyecciones afines que permitan re-inventar mecanismos verticales, cultivar relaciones punto-com e implementar infraestructuras de última generación, consiguiendo con ello agregar funcionalidades con centro en el usuario. Necesitan alcanzar una convicción firme de que no se pueden explotar funcionalidades perimetrales sin contextualizar paradigmas llave en mano. La sistematización de comunidades de valor añadido servirá para habilitar estructuras transparentes, extendiendo las plataformas de atención al cliente

domingo, 3 de junio de 2018

El nuevo biopoder (8)

   El 17 de mayo de este año, la agencia norteamericana encargada de aprobar los medicamentos (FDA), dio el visto bueno a Aimovig, marca bajo la cual se va a comercializar Erenumab un anticuerpo humano capaz de inhibir un péptido vasodilatador, al parecer, relacionado con los trastornos que origina la migraña. Quince días después de esta aprobación, una búsqueda de “Aimovig” en Google arroja la nada despreciable cifra de más de 292.000 resultados. A esta sorprendente explosión digital han contribuido, sin duda, tres artículos. El primero de ellos, “New migraine drug: A neurologist explains how it works”, apareció ocho días después de la aprobación en The Conversation, The Chicago Tribune, Bussines Breaking News, y The Fort Bend Herald, un día más tarde en Knowledge Science Report y US Science News y el 1 de junio, entre otros medios, lo tradujo El País. El título del artículo original en inglés, no parece sugerir la autoría del único nombre que figuraba en él, el de la Dra. Yulia Orlova, que, en cualquier caso, muestra enorme habilidad periodística en este su primer artículo para tal medio, colocando el nombre y las ventajas del medicamento en cabecera y escondiendo sus aspectos más problemáticos en el final del texto.
   El segundo, “F.D.A. Approves First Drug Designed to Prevent Migraines”, firmado por Gina Kolata, resulta aún más sorprendente. Se publica el mismo día de la aprobación en The New York Times, y un día después se reproduce en US News, USA Today y cientos de otros lugares en Internet. Este artículo no tiene desperdicio. Cito la primera línea:
“The first medicine designed to prevent migraines was approved by the Food and Drug Administration on Thursday...”
Con una celeridad vertiginosa en el seguimiento de la noticia, el mismo día de su aprobación, la Sra. Kolata se las apaña para recopilar opiniones sobre el tema, escribir el artículo y publicarlo. Tan intenso resultó su trabajo que piensa hallarse ya en el día siguiente y escribe el jueves 17 de mayo que este medicamento “fue aprobado” el jueves. Por supuesto, hay una explicación alternativa de los hechos, que el artículo se escribió antes de la aprobación, en cuyo caso habría que preguntar quién y por qué le dijo que debía mantenerse atenta a esta noticia. ¿Alguien de la FDA? Eso, probablemente, viola alguna normativa al respecto. ¿Alguien de Novartis, la empresa que lo fabrica? El artículo que publicó justo una semana después, da algún indicio sobre cuál de las dos explicaciones podría considerarse adecuada a los hechos. Se trata de una especie de FAQs sobre migraña que incluye bonitas preguntas del tipo: “¿por qué los médicos no se dan cuenta de que los dolores de cabeza de una persona son migraña?” además de arrojar la curiosa estadística de que hay casos de migrañas “en uno de cada cuatro hogares”. Y si aún le quedan esperanzas de la bondad del personaje, le recomiendo que lea lo que dice Goozner de él en The $800 million pill.
   Con todo, los artículos de Kolata y Orlova debieron parecerles demasiado tibios a alguien, así que ya hay circulando una noticia de agencia en la que se habla de prevención de la migraña para quienes sufren, “al menos”, cuatro episodios al mes, se califica a éste del “primer tratamiento preventivo” y se nos informa de que
“Novartis ha creado un programa de acceso para 'Aimovig', como parte del compromiso de la compañía de proporcionar a los pacientes un acceso seguro e inmediato”.
Por supuesto, tales afirmaciones se fundamentan en datos extremadamente interesantes. En primer lugar, cuatro estudios clínicos sobre 2.600 pacientes en los que el medicamento “redujo el número de días con migraña al mes” hasta la mitad o más, “un porcentaje significativamente más alto comparado con un placebo”.  “En estudios clínicos en los que participaron más de 3.000 pacientes”, los que tomaron una dosis de 140 mg, “tenían tres veces más probabilidades de reducir sus días de migraña a la mitad o más, en comparación con placebo”. Espectacular, ¿verdad? Depende. “Tres veces más probabilidades” puede significar que los pacientes que tomaban el placebo lo reducían en un 1% y los que tomaban Aimovig lo hacían en un 3%, dicho de otro modo, 90 de cada 3.000. ¿A qué corresponde la cantidad de pacientes que "multiplican por tres su mejoría" tomando Aimovig? Consultemos la Wikipedia. Casualmente, Aimovig, pese a sus escasos 15 días de existencia, ya posee una entrada en ella en la edición inglesa y una pulcra traducción en su versión española. Allí se nos informa de que en la fase III del ensayo clínico, un grupo formado por 955 pacientes sufrieron, de promedio 3,2 menos episodios de migraña con una inyección de 70 mg; 3,7 menos con una inyección de 140 mg; y 1,8 menos con un placebo. Así pues, la dosis de que habla la noticia de agencia, el doble de lo que se va a recomendar, no mejora en nada a los pacientes. Incluso con la dosis estándar, la mejoría apenas se sitúa en 1,4 episodios menos respecto del placebo. ¿Dónde figura la multiplicación por tres de la mejoría?
   En cualquier caso nos sigue faltando algo, nos faltan todos los pacientes que van desde los 955 de que habla la Wikipedia hasta los 5.600 de la noticia de agencia. ¿Dónde se han metido?  La nota de aprobación de la FDA lo aclara. Se habla allí de tres ensayos clínicos. El ya reseñado sobre 955 pacientes, un segundo ensayo sobre 577 y un tercero con 667. En el supuesto de que haya habido más ensayos, la FDA no tiene noticias de ellos o no los ha considerado relevantes. Las cifras de estos dos ensayos no citados por la Wikipedia resultan enormemente significativas. En el llevado a cabo sobre 577 pacientes, los tratados con Aimovig sufrieron un episodio menos de promedio que los que recibieron un placebo. En el de 667 pacientes (en realidad un ensayo de fase II, cuyo interés central debe hallarse en la seguridad del fármaco), los que tomaron el medicamento sufrieron de promedio 2,5 menos episodios que los tratados con placebo. Y todo ello sin que se nos indique si el placebo también se inyectó o se administró por vía oral y sin tener en cuenta que estas cifras apenas si mejoran las de otros medicamentos ya existentes en el mercado. Por otra parte, el ensayo clínico más largo ha durado 24 semanas para un trastorno definido como crónico.
   Así pues, ¿como podemos resumir todo lo anterior? Pues de un modo absolutamente simple y fácil: Aimovig ha salido al mercado al "módico" precio de 6.900 dólares anuales. Si tenemos en cuenta que la migraña aparece en la primera juventud, multipliquen y hallarán los méritos reales de este nuevo milagro de las ciencias biomédicas.