domingo, 19 de abril de 2015

Ignominia

   Perder Cuba, Filipinas y todos los signos que quedaban del imperio español tuvo un significado añadido que no se suele estudiar en los libros de historia y es que los imperios son los únicos que anteponen los intereses de sus ciudadanos a los de cualquier otro gobierno. Los papeles de Wikileaks dejaron muy claro que sucesivos gobiernos españoles, entre ellos alguno de estos a los que se les llena la boca con la palabra “España”, habían aconsejado reiteradamente al gobierno de los EEUU cómo actuar para salir airosos de sus pleitos con ciudadanos, organizaciones y empresas españolas. Tapado por el manto de las corrupciones y corruptelas cotidianas, que cada vez es más grueso, hemos vivido esta semana otra ignominia de la misma naturaleza. Pero ya no en la oscuridad de lujosos despachos enmoquetados en los que se dirimen la vida, la muerte y el sufrimiento de los ciudadanos de a pie, sino ante la luz y los taquígrafos del Congreso de los Diputados.
   El pasado 18 de enero un avión no tripulado del ejército israelí atacó un convoy en la parte de los altos del Golán que quedó en manos sirias tras la Guerra de los Seis Días. Como ya he dicho, los servicios secretos israelíes están atenazados ante la duda de con quién les puede ir mejor, si con un enemigo tan cómodo como la familia al-Asad o con una oposición decididamente escorada hacia el radicalismo islámico ante la falta de apoyo de Occidente. Únicamente esa duda es la que los ha mantenido alejados de intervenir directamente en la guerra civil siria, como ya lo hicieron en la del Líbano. El bombardeo sólo podía obedecer, pues, a causas mayores y las había. En el convoy viajaban altos mandos de Hezbolá, que, para quienes no lo sepan, está actuando como fuerza de choque del ejército sirio. También falleció en el ataque Mohamad Alí Allahdadí general de la Guardia Revolucionaria iraní encargado de apoyar las acciones de la milicia libanesa en Siria. Pero el principal objetivo del mismo era Abu Alí Tabatabai oscuro personaje (el “Abu” suele indicar que lo que viene después es un apodo), encargado de formar y entrenar las unidades de ataque de la milicia libanesa y del que ni siquiera se sabe con seguridad si ha muerto.
   Rápidamente Hezbolá anunció venganza y la nueva vuelta de la infernal noria que azota la región desde hace un siglo se produjo diez días después, cuando un comando atacó con misiles un convoy del ejército israelí en la frontera con Líbano, matando a dos soldados e hiriendo otros cuatro. Inmediatamente, las baterías israelíes respondieron barriendo una amplia zona al otro lado de la frontera. En ese bombardeo, un proyectil de 155 mm impactó en la torre de observación del cuartel de los Cascos Azules matando al cabo español Francisco Javier Soria.
   Este martes, el ministro de Defensa informaba al Congreso que el cabo Soria había muerto como consecuencia de una serie de “errores” o “imprudencias” del ejército israelí, que habían tenido un resultado desafortunado, del cual el gobierno de Israel asumía su responsabilidad. Curiosamente, el Sr. ministro, D. Pedro Morenés, utilizaba como apoyo de sus palabras el informe “hispano”-israelí sobre el incidente, elaborado por el ejército israelí bajo observación de dos oficiales españoles que no han tenido ni voz ni voto en su redacción. No ha habido ninguna referencia al informe elaborado por el propio ejército español ni al informe elaborado por la ONU. Según este informe “hispano”-israelí, la culpa de todo la han tenido los operarios de la batería que, sin instrucciones al respecto por parte de sus mandos, abrieron fuego en el límite mismo de alcance de sus cañones, obviando la influencia del viento y careciendo de observadores que corrigieran el tiro. A la luz de tales consideraciones cabe concluir que Israel confía su frontera más peligrosa a una banda de aficionados, carentes de estructura de mando y que juega al tiro al blanco con baterías de 155 mm, cosas todas ellas que alguien ignorante de las realidades geopolíticas de este mundo, como parece ser el Sr. Morenés, sin duda podrá creerse, pero nadie más.
   Para empezar, es de dominio público que Israel monitoriza todo cuanto ocurre en los países vecinos mediante sofisticados sistemas de radares, satélites y drones, de tal manera que sólo una milicia tan entrenada y preparada como Hezbolá, puede permitirse el lujo de apuntarse alguna que otra acción exitosa contra sus fronteras. Por otra parte, la carencia de corrección en el tiro viene contradicha por el propio testimonio de los compañeros del cabo Soria, que han contado a la ONU, a los encargados de hacer el informe del ejército español y a la prensa, que el bombardeo comenzó algo más lejos de la base para ir acercándose progresivamente a ella. Que una acción de semejante tipo sea llevada a cabo sin conocimiento o supervisión de los mandos de la batería, los mandos de la unidad e, incluso, del ejército y del gobierno israelí es poco menos que un disparate. Todos ellos son directamente responsables de lo ocurrido, bien por omisión, como quieren hacernos creer, o bien por haber dado instrucciones directas, como es seguro que sucedió. El ejército israelí quiso acabar de forma inmediata con los autores del atentado, bombardeando cualquier ruta de escape o cualquier zona donde pudieran buscar refugio, como los alrededores de la base de los Cascos Azules. Para ser eficaz, los proyectiles debían caer al pie mismo de los muros de dicha base. El riesgo de provocar una carnicería entre las fuerzas de la ONU, la posibilidad de que un obús perdido pudiera impactar en la base y matar a un puñado de Cascos Azules, les preocupó lo mismo que al gobierno israelí le ha preocupado siempre la vida de inocentes que se interponen en sus planes: nada. Para el gobierno de Israel no hay inocentes, personas preocupadas por la verdad u observadores independientes, hay palmeros que jalean todas su acciones y enemigos. En esto no se diferencia de ningún otro gobierno del mundo. En lo que se diferencia es en que el modo habitual que tiene de neutralizar a sus enemigos no es la ley y la justicia, como se hace en los gobiernos democráticos de Occidente, sino la aniquilación física, como es norma entre los déspotas de Oriente. Y este gobierno nuestro, este gobierno dispuesto a rasgarse las vestiduras por España, este gobierno que amenazó a Argentina con graves consecuencias futuras cuando nacionalizaron YPF, propiedad de Repsol, no ha tenido el menor empacho en buscar el compadreo con los que han matado a un cabo español que, obviamente, no podía contribuir a las próximas campañas electorales del partido en el gobierno del modo en que los amigotes de la compañía petrolífera y el gobierno de Israel seguramente harán.

domingo, 12 de abril de 2015

Modelos de pensamiento (y 2)

   Dijimos en la entrada anterior que Kant consagró a Hume como un crítico de la noción de causalidad. Crítico, por lo demás, acertado, exitoso y poco menos que defensor de planteamientos inexpugnables. Sin embargo, en la época de publicación de la Crítica de la razón pura, Kant no tenía soltura con el inglés como para haber leído a Hume y no circulaban traducciones al alemán de sus Investigaciones. El “Hume” de Kant no es otro que J. H. Tetens, divulgador del empirismo en el ámbito germánico y fuertemente influido también por... ¡Kant!
   En realidad, Hume no criticó la idea de causalidad, en absoluto está diciendo que sea algo inadecuado o inapropiado. Las invectivas de Hume se dirigen contra la idea de conexión necesaria, idea cuya única justificación está en la costumbre. Desde luego, Hume tiene toda la razón del mundo, la aparición de la causa no conlleva necesariamente la aparición del efecto. En la mayoría de los casos, lo único que hace la causa es aumentar la probabilidad de la presencia del efecto. Entender la relación causal como una cuestión probabilística desafía la tradición filosófica en su práctica totalidad, por más que Judea Pearl, entre otros, haya demostrado lo exitosa que puede llegar a ser tal empresa. Aún más, si nos atenemos rigurosamente a lo que dice Hume, la única conclusión posible no es que la causalidad sea una categoría a priori como pretende Kant. La única conclusión que puede sacarse es que no hay lugar para la causalidad en un mundo estrictamente mecánico. Lo cual, una vez más, es contrario a lo que ha solido entenderse por “causalidad” en filosofía y ciencia. En un pasaje muy gracioso de las Investigaciones (primera investigación, sección 4), Hume afirma que ni siquiera el estudio pormenorizado de las causas últimas de la naturaleza nos permitirá entender en qué consiste la causalidad y enumera las que son, “probablemente” estas cuatro causas: la elasticidad, la gravedad, la cohesión y el impacto. Así pues, en un mundo regido por estos cuatro principios, no hay lugar para la causalidad. Una vez más, la conclusión de Hume (y no la de Locke, ni la de Kant) es absolutamente correcta. Lo que ocurre es que el mundo no está regido por estos cuatro principios.
   Sobre una mesa de billar no hay ni una sola interacción mecánica, ni un solo “impacto”. No lo hay en todo el universo. Nuestra experiencia, nuestros sentidos, nos engañan, los cuerpos no se tocan. Lo que llamamos “impacto”, “interacción”, “mecanismo”, es producto de la repulsión entre los electrones que configuran la materia de un cuerpo y los electrones del otro. Curiosamente ahora todo parece encajar porque en mecánica cuántica los electrones no tienen una posición definida como las bolas de billar, sino que vienen descritos por una función de onda que establece la probabilidad de hallarlos en un lugar u otro. Pero la cosa no es tan fácil, la probabilidad de la que habla Pearl es una probabilidad, bayesiana, subjetiva, y la probabilidad de la que habla la mecánica cuántica es una probabilidad objetiva. Conozco un buen puñado de intentos por hallar modelos causales de esta probabilidad mecanocuántica, ninguno de los cuales conduce a nada que me parezca medianamente interesante. Lo que no conozco son intentos de entender toda la causalidad en términos de probabilidad objetiva. Y es una pena, porque serviría para explicar un par de cosillas. A lo mejor podría hablarse de "onda causal", en lugar de la inexistente "causa determinante", constituida por una pluralidad de pulsos causales cada uno con su correspondiente probabilidad. En semejante modelo no todas las causas tienen que preceder temporalmente ni ser próximas espacialmente al efecto. No sé por qué se me vienen a la cabeza las olas del mar, a las que Leibniz ponía como ejemplos de las percepciones confusas que, entre otras cosas, constituían la materia. Pero estoy divagando. El caso es, como decía, que los “choques” son producto del electromagnetismo y, en este sentido, el principio explicativo de cómo el movimiento de una bola causa el movimiento de la otra no es nada diferente del principio explicativo de este juguetito que tengo sobre mi escritorio:


   La conclusión que podemos extraer es, ciertamente, curiosa, tantos siglos de escribir acerca de causas y efectos y es sólo ahora cuando estamos empezando a entender qué se ha querido decir al hablar de causalidad. Eso sí, si pretendemos acabar por comprenderla plenamente tendremos que abandonar para siempre las mesas de billar.

domingo, 5 de abril de 2015

Modelos de pensamiento (1)

   El otro día, terminé de ver un partido de baloncesto que tenía grabado y, antes de apagar el DVD, me puse a hacer los preparativos habituales para irme a dormir. Cuando volví ante el televisor, la grabación continuaba, esta vez con una partida de billar por parejas en un duelo entre Europa y EEUU. Me quedé fascinado con la precisión de los golpes de uno de los europeos, que parecía llevar la bola exactamente donde deseaba. Dudo mucho que tenga estudios, seguro que se ha pasado las horas de clase en el bar de la esquina dándole al taco. Sin embargo, hubo una época en la que se decía que el billar era un deporte de físicos. No sé si es verdad o no, pero lo cierto es que sí configuró la manera que éstos tenían de pensar. Viendo al jugador en cuestión, es fácil imaginar por qué. Sobre el tapete, todo parece absolutamente mecánico y determinista: conociendo la naturaleza de los choques, la posición de cada bola y el impulso necesario, el resultado está dado. Obtener la posición deseada a partir de una otra cualquiera es, simplemente, cuestión de habilidad y de tiempo, no de suerte. Éste es, de hecho, el modo de entender cómo debe ser una explicación última del mundo y cómo funciona ese proceso que llamamos “causalidad”. Precisamente en torno a estas cuestiones es como aparece el billar en la filosofía.
   La primera mención que conozco de este juego en un texto filosófico pertenece al Ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke, cuya primera edición es de 1690. En el libro II, cap. XXI, 4, Locke argumenta que la idea de potencia o capacidad activa no nos viene de la sensación sino de la reflexión. Dicho de otro modo, la materia es puramente pasiva. Y aquí introduce el ejemplo del billar: las bolas, por sí mismas, no se mueven a menos que el taco las impulse. En el caso de una bola que choca con otra, hay únicamente la trasmisión del movimiento, no su producción, es decir, según Locke el paso del reposo al movimiento no es una acción.
   El Ensayo sobre el entendimiento humano fue atentamente leído por G. W. Leibniz y replicado, punto por punto en sus Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano. Que la materia sea pura pasividad y toda la actividad provenga del espíritu, es una idea que satisface plenamente a Leibniz, pero anticipa claramente el peligro que la argumentación lockeana encierra. De hecho, el capítulo XXI del libro II de los Nuevos ensayos se titula “De la potencia y la libertad”. Que la bola de billar “trasmita” el movimiento, como si fuese algo exterior a ella, algo sobreañadido y “sin producirlo”, le parece a Leibniz una idea sacada de Descartes y, más en concreto de uno de sus célebres seguidores, el autor de la Recherche de la verité, Nicolas Malebranche. Recordemos que para Malebranche no ya la materia, todo ser finito es incapaz de potencia activa, dicho de otro modo, para cada relación causal se necesita la intervención de Dios, de tal modo que yo deseo mover mi brazo y es Dios quien lo mueve o una bola de billar choca con otra y es Dios quien pone la segunda en movimiento. Leibniz se pregunta si “los amigos” de Locke comparten tal idea de la interacción, alusión clara a Newton. 
   Llegamos, por fin, a la más famosa aparición del billar en el mundo de la filosofía, la Investigación sobre el entendimiento humano de David Hume, libro aparecido en 1748. Hume afirma que la idea de causalidad es una idea compuesta, entre otras cosas, de la idea de conexión necesaria entre causa y efecto. Como buen empirista busca a qué impresión sensible, a qué experiencia, corresponde semejante idea. Analiza, pues, el caso de las bolas de billar, pero ahora, contrariamente a Locke, no se centra en el origen del movimiento. El taco no le interesa, le interesa el choque de una bola con otra. Pues bien, ni en la bola que se mueve, ni en la que está en reposo, ni en la interacción mecánica entre una y otra (al cabo descomponible en la proximidad física primero y el alejamiento posterior) puede hallarse vestigio alguno de esa “conexión necesaria” que constituye la causalidad. Hasta aquí, como anticipó Leibniz, nada que no hubiese descubierto Malebranche, a quien Hume cita explícitamente en la sección 7 de esta primera investigación. La diferencia está en la conclusión que saca Hume. Como hemos dicho, no le interesa el taco, es decir, no le interesa quién pone el movimiento. A todos los efectos podría ser Dios (cosa que después descartará). La cuestión es: si el mundo resulta describible en los términos de Malebranche, ¿de dónde sale la idea de “conexión necesaria”? Y la respuesta es que la idea de “conexión necesaria” la ponemos nosotros como resultado del hábito que hemos adquirido a partir de la repetición de experiencias semejantes.
   El punto clave de toda esta historia es que I. Kant aceptó plenamente el análisis de Hume. En efecto, dice Kant, nada hay en la interacción de las bolas de billar que fundamente el concepto de causalidad, ahora bien, eso no significa que dicho concepto carezca de fundamento. Lo que ocurre es que, en realidad, no es producto de la experiencia, sino de nuestra razón, que utiliza semejante concepto para ordenar nuestra experiencia. Kant, desde luego, salvó la “conexión necesaria” imbuida en el concepto de causalidad. A cambio, poniéndose del lado de Hume, consagró como un hecho que la causalidad no está en la naturaleza o en la experiencia, lo cual, automáticamente, la convirtió en una noción problemática a los ojos de la ciencia y de la propia filosofía. Lo divertido es cómo o por qué, Kant hizo esto.

domingo, 29 de marzo de 2015

El suicidio de uno, la muerte de todos

   En El cisne negro, Nassim Taleb cita cierto conglomerado de casinos que había gastado una fortuna en prevención de riesgos. Básicamente cada cliente era monitorizado desde el momento en que entraba por las puertas hasta su salida. Cualquiera que mostrara mayor interés por las medidas de seguridad que por las mesas o que pareciera dedicarse al conteo de cartas, recibía una atención especial y sigilosa de medios técnicos y humanos. Otro tanto ocurría con los empleados, cuyas biografías eran rigurosamente analizadas para no dar cabida a topos, ludópatas o personas poco recomendables de ningún género. Anualmente celebraban unas jornadas a las que invitaban a especialistas de toda laya para recibir posteriores consejos sobre cómo mejorar sus sistemas. Cuando se les preguntó si la compañía había pasado por apuros en alguna ocasión, respondieron que sí, dos veces. La primera ocurrió cuando la hija de uno de los principales accionistas fue secuestrada por un grupo de mafiosos que pidieron un rescate astronómico. La segunda llegó cuando un empleado dejó de tramitar durante meses los informes semanales de ganancias que reclama Hacienda. La cantidad acumulada más las multas fue monumental. Por contra, ninguno de los riesgos previstos en los que la empresa había invertido tantos millones, manifestó nunca su peligrosidad. La conclusión que sacaba Taleb en su libro es que la única definición posible de “riesgo” es la de algo imprevisible, impensable e inesperado. Hablar, por tanto, de “cálculo de riesgos”, de “prevención de riesgos” o de “control de riesgos”, es manejar términos contradictorios. El riesgo siempre está allí donde no miramos, por lo que ninguna descripción de las cosas que vemos puede servir para atenuarlo.
   Taleb inició esta línea de argumentaciones precisamente cuando los economistas estaban diseñando sofisticadas estrategias para medir y, se suponía, eliminar el riesgo, de modo que fue inmediatamente tachado de charlatán. No me cabe la menor duda de que lo es, pero no creo que sea el único que merece tal epíteto. Como se encargaron de mostrar los años finales del siglo XX y los primeros del XXI, todo aquel aparataje matemático de que hicieron gala los economistas neoliberales, lejos de eliminar el riesgo, lo han convertido en una constante de nuestras vidas. 
   Esta semana ha ocurrido, una vez más, lo improbable, lo imposible, lo impensable. Hubo una época en que los capitanes de barco se quedaban en ellos hasta que el último de los pasajeros lo había abandonado, aunque eso supusiera hundirse con su navío. Era una época en que palabras como “deber” u “honor”, significaban algo por encima de los intereses personales de un individuo. Después esas palabras provocaron una carnicería habitualmente conocida como Primera Guerra Mundial y ya nadie quiere saber nada de ellas. Ahora, en cuanto los capitanes de navío tienen un problema, se lanzan en busca de la salvación atropellando a mujeres y niños si hace falta, o llevándoselos por delante. Como resumió el capitán del Costa Concordia: “no abandoné el barco, me caí en un bote salvavidas”. 
   En los años setenta, una serie de grupos terroristas pusieron de moda el secuestro de aviones. Parecía un negocio rentable. Un avión en mitad de un aeropuerto, con pasillos estrechos y multitud de rehenes era fácil de defender por un puñado de individuos armados y decididos. Las autoridades se propusieron eliminar el riesgo del secuestro. Rápidamente se identificó la causa de tal riesgo, es decir, los pasajeros. Se pusieron en marcha estrictas medidas de seguridad en los aeropuertos y se entrenaron grupos especiales de la policía capaces de asaltar un avión, matar a los secuestradores y liberar a la práctica totalidad de rehenes sin mayores dificultades. La moda desapareció tras unos cuantos intentos que no acabaron tan bien para los secuestradores como era costumbre. El riesgo había sido, por tanto, controlado. Nadie pensó que los secuestradores podían no tener la intención de aterrizar. Para controlar semejante riesgo se extremó la caza del pasajero, el cual debía ser manoseado, desnudado y humillado por atreverse a tomar un avión. Nadie pensó que el pasajero podía no ser el culpable de un desastre. Ahora le toca a los pilotos.
   Las autoridades aeroportuarias van un paso por detrás de los hechos, todo está pensado para evitar que dos aviones se caigan por el mismo motivo, lo cual es correcto y está bien, pero nunca va a evitar que se caiga el primer avión. Lo malo de los empiristas escépticos como Nassim Taleb es que, más allá de su necesaria labor crítica, no ofrecen alternativas reales o, para ser más precisos, no ofrecen alternativas reales a quienes carezcan de fondos para una martingala. Negar la calculabilidad del riesgo está muy bien porque obedece a argumentos con buena base, pero no puede llevarnos únicamente a la conclusión de que eso es lo que hay, que debemos afrontar la necesidad de vivir con el riesgo o aprovecharnos de él. Si, efectivamente, el riesgo está en lo improbable, en lo inesperado, en lo impensable, es necesario tener gente que piense de un modo totalmente diferente al resto y que pueda ver todo eso que los demás no vemos. Y esa gente debería trabajar única y exclusivamente en eso, en buscar los fallos posibles de todos y cada uno de los sistemas. Las empresas de seguridad informática lo saben y no desperdician ocasión de fichar hackers. El problema está, sin embargo, en lo que todo esto presupone, a saber, que si la prevención del riesgo pasa por fomentar la disidencia, una sociedad de pensamiento único vive constantemente al borde del precipicio.

domingo, 22 de marzo de 2015

Elecciones a la andaluza

   Pensaba escribir sobre la redada que ha habido en Kinshasa, la capital del volátil Estado de Kivu-Norte, en la que el ejército ha detenido a un grupo de activistas de Burkina-Faso y Senegal. La noticia ha conseguido cierta atención de los medios franceses porque se trata de miembros de organizaciones que han actuado recientemente en pro de la democracia y la libertad en sus respectivos países. Al parecer habían sido invitados a la República del Congo por otra organización de similares características, que quiere impedir la reforma de la Constitución para que el presidente Joseph Kabila prolongue su mandato siete años más. Es una demostración de la escasa calidad democrática del Congo. En un país muchísimo más democrático como España esto no hubiese ocurrido. Aquí el ejército no reprime a la sociedad civil... ya están los jueces para eso. O, al menos, ciertos jueces, los nombrados a dedo por los políticos, como ha sido el caso de Cataluña, donde el Tribunal Supremo ha revocado la absolución de los jóvenes que intentaron asaltar el Parlament en 2011 y los ha condenado a varios años de prisión.
   Como decía, era mi intención escribir sobre todo lo anterior, cuando he abierto el buzón y me he encontrado un montón de cartas de amigos que yo no sabía que tenía. Dicho de otro modo, me he dado cuenta de que hay elecciones en Andalucía. Es un hecho al que no suelo prestarle mucha atención. En las primeras elecciones autonómicas pareció que se avecinaba la revolución y, al final, acabaron mandando los mismos que lo habían hecho siempre. Desde entonces este patrón se repite cada cuatro años, normalmente, coincidiendo con otras elecciones para dejar claro que Andalucía no importa lo más mínimo y que todo el interés consiste en saber quién se va a quedar esperando esa llamada para irse a Madrid que ansían los políticos andaluces. En 34 años de gobierno progresista no hemos progresado hacia ninguna parte que merezca la pena salvo, eso sí, la generalización del modelo político que Andalucía ha legado a la humanidad: el cortijo. Ahora ya no sólo los hay en los latifundios, tenemos cortijos en las consejerías, las delegaciones provinciales, las diputaciones, los ayuntamientos y hasta los centros de salud. La derecha suele aprovechar las elecciones para bramar contra quienes les han arrebatado algo tan suyo. Para hacerse una idea de en qué consiste la vida política andaluza cuando pasan las elecciones, no hay más que ver las leyes, las órdenes y los decretos que se ponen en vigor y que son un plagio descarado de los de otras comunidades sin que ninguno de los defensores de los derechos de autor clame contra semejante atropello de la propiedad intelectual.
   Tan mortecino es todo que los partidos ni siquiera se han molestado en buscar unos eslóganes que traten de convencer a la gente. IU, por ejemplo, dice que va a “transformar Andalucía”... después de haber estado cuatro años en un gobierno de coalición sin haber transformado más que los nombres de los asesores políticos. Al final va a resultar que se ven a sí mismos como los que se llevaron cuarenta años en el poder y todavía afirmaban que les quedaba una revolución pendiente.
   “El cambio” prometen éstos. “El cambio” está bien. De hecho está tan bien que con ese lema ya se presentaron los socialistas de Felipe González y el PP de Mariano Rajoy. No me queda claro si pertenecen a un partido o a otro. Afortunadamente la lectura de su folleto no deja lugar a dudas sobre lo que quieren cambiar, quieren cambiar de coche, de amante y de yate.
   Quizás no todas las cartas que había en mi buzón eran de propaganda electoral. Esta, por ejemplo, es de una compañía de telecomunicaciones, se llama “Vox”. El subtítulo es “la derecha”, querrá decir que no es torticera como las demás compañías de teléfono. Trae las típicas fotografías de propaganda de telefonía, con gente con las manos en los bolsillos y los brazos cruzados. Lo que no entiendo es por qué una compañía telefónica quiere derogar el impuesto sobre sucesiones. A lo mejor sí es un partido político, pero me parece que eso no está entre las competencias de la comunidad autónoma. En caso de ser un partido político quedaría claro por qué quiere eliminar dicho impuesto, hay varios nombres con apellidos compuestos en su lista. Por cierto, uno de ellos coincide con cierto profesor de universidad que tuve. Me pregunto si la Obra le habrá dado permiso para irse a una compañía de teléfonos o quizás es la compañía de teléfonos de la Obra, porque también está a favor del “derecho a la vida”. Lo que no entiendo es para qué señala las propuestas en común que tiene con otros partidos políticos emergentes, ¿quieren quitarnos las ganas de votarles?
   Este otro tampoco es de un partido político, es propaganda de una agencia de viajes. “Contigo por Andalucía”, dice y habla de un tren que pasa por Almería, Cádiz, Córdoba... Se va a llevar la vida viajando porque cada uno de esos trayectos es de más de diez horas. El presidente de la agencia me da las gracias por leer su folleto y porque me preocupe su futuro. Hombre, la verdad es que no.
   Este, desde luego, es de un partido político, pero estos son de ultraderecha, no explican nada, no dicen nada de su programa electoral, sólo exigen la adhesión incondicional a su líder: #YoConSusana. Todavía más, afirman que si llegan al poder, Andalucía sólo dirá YoConSusana. Menos mal que según esta señora soy su amigo y no su amigo sin más, su “estimado amigo”. Si algún día tengo un problema me bastará con llamar a su despacho y pedirle una cita. Cuando me pregunten de parte de quién, diré que de su amigo Manolo, seguro que se echan a temblar.
   Me falta el de Podemos. Podrán mucho, pero no han podido enviarme un miserable folleto. Es una pena, me caen bien estos chicos, resulta prometedor ponerle nombre a un partido con el verbo más multívoco que existe. No sé por qué, siempre que hablo de ellos me acuerdo de un sketch de Les Luthiers. En él, un miembro del flamante partido en el poder declaraba: “el anterior gobierno se cansó de robar. Nosotros no, nosotros somos incansables”. 
   Ya sé a quién voy a votar. Debe ser un partido nuevo porque no sabía que se presentaba a las elecciones. Se llama ONO, que vaya Ud. a saber a qué corresponden estas siglas, pero conecta con las necesidades de los ciudadanos: promete fibra óptica de 50MB reales más llamadas por 24,08€ al mes, eso sí, durante 12 meses. Después, probablemente, convocará elecciones anticipadas.

domingo, 15 de marzo de 2015

Acerca de la belleza (y 2)

   La conexión de la belleza con el mal nos permite entender por qué existe mal en el mundo: porque los seres humanos necesitamos que haya belleza en él. De hecho, la belleza o, de un modo más amplio, los ideales estéticos, son el principal motor de nuestra conducta. No creo que los seres humanos obremos buscando el bien, obramos buscando la belleza. Piensen en un fumador. Se envenena, procura la aparición de la enfermedad y el debilitamiento de su cuerpo, simplemente por el placer estético que supone arrojar humo por las ventanillas de la nariz. El bien, la acción buena, no produce la satisfacción personal que conlleva saber que se ha realizado una acción bella. Vivimos la belleza como no sabemos vivir el cumplimiento del deber. Si ayudamos a cruzar la calle a una ancianita o si nos ponemos chulos con la persona a la que impedimos sacar su coche de su cochera porque hemos aparcado mal el nuestro, es por la grandeza, o la belleza, que creemos ver en semejante pose. Una civilización entregada a la imagen, a la estética, a la apariencia bella, sólo puede ser entonces una civilización engolfada en el mal. Ahora podemos comprender a Goya. Lo que Goya vio fue que si la realidad era espantosa, buscar la belleza, refugiarse en ella, era otorgarle un respiro al mal para que siguiera avanzando, cuando no una cínica burla hacia sus víctimas. 
Francisco de Goya, Saturno devorando a sus hijos
El arte, por tanto, debía ser una indagación acerca de lo feo, de lo horrendo, para no dejar ningún resquicio a nada que no fuese la pura denuncia. En buena medida, éste es el eje rector de la Estética de Th. W. Adorno, la pregunta de si debe haber belleza después del horror o, como él la formula, si debe haber poesía después de Auschwitz. Pero, con independencia de si debe haber poesía después de Auschwitz o no, lo cierto es que sí la hubo en Auschwitz. 
   Auschwitz, Treblinka, Dachau y un número indeterminado de otros campos de concentración y exterminio nazis, tuvieron sus orquestas de prisioneros, entre cuyas funciones estaban recibir los trenes de deportados para tranquilizarlos mientras se seleccionaba a los que serían asesinados de modo inmediato, sofocar los gritos de las cámaras de gas y acompañar las ejecuciones públicas. La música de los campos ayudó a confundir no pocas inspecciones internacionales y a tranquilizar muchas conciencias de los vecinos de los mismos. El lirismo de Beethoven y, por supuesto, de Wagner, se fundieron en ellos con la cotidianidad del horror. Aún más, las SS no dejaron escapar la oportunidad de utilizar la música para humillar a los prisioneros, intentando la aniquilación completa de su personalidad mediante la traición impuesta de sus ideales. Se les obligaba, pues, a escuchar música o a cantar en condiciones infrahumanas. Pero aquí no acaba la historia de la música en los campos de concentración. En numerosas ocasiones los propios prisioneros se sirvieron de ella para mostrar un atisbo de resistencia, para insuflarse ánimos y otorgarse la esperanza de sobrevivir, renovando una ambivalencia que ya se había producido con los negros en las plantaciones de América(1). Incluso hubo quienes, en medio de las atrocidades, en medio del espanto cotidiano, fueron capaces de componer como forma de autoafirmación de su identidad. Tal fue el caso de Wladyslaw Szpilman en el gueto de Varsovia o el mucho más conocido de Oliver Messiaen, quien estrenó el Cuarteto para el final de los tiempos en el campo de prisioneros de Görlitz. El propio Pärt, tan ensimismado, tan espiritual, tan elevado, no ha dejado de producir por y contra el horror. Da Pacem Domine fue compuesta en una noche, en plena conmoción por los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid y en su encuentro con la prensa no dudó en calificar a Putin de “un verdadero peligro para cualquier país”. 
   De lo dicho hasta aquí no debe deducirse que debamos huir de la belleza. Sería como prescribirle a un pájaro que dejara de volar. Ya lo hemos señalado, los seres humanos necesitamos de la belleza y necesitamos de la melodía por mucho que se empeñen los papanatas que siguen haciendo música como en el siglo pasado. La aparición de nuestra especie, el homo sapiens sapiens, es inseparable de la aparición del arte. Decoramos, grabamos y pintamos desde el mismo día en que comenzamos a ser lo que somos. Nuestra necesidad de belleza, es por tanto, de otro orden que la necesidad que podamos tener de un móvil, de un coche lujoso o de un buen televisor. No necesitamos el arte para poseerlo, para coleccionarlo o para ponerlo en una vitrina. Necesitamos la belleza como necesitamos todas las cosas que son esenciales para nosotros, que forman parte de nuestra naturaleza: hablar, proyectar o recordar. Por eso el arte no nació como algo que hubiera de ser contemplado, como algo que pudiera existir por sí mismo y a lo que se le pudiera dedicar una visita ocasional. Tenía que estar siempre ahí, en los objetos de uso cotidiano o en las paredes de cuevas habitadas, tenía que formar parte de nuestra vida diaria porque tiene una utilidad: atestiguar la existencia del orden.
   Nuestro cerebro, este cerebro de homo sapiens sapiens, es una máquina de hacer, buscar e inventar orden. Lo bello es, precisamente, la manifestación de un orden que, con frecuencia,  permanece oculto para nosotros. La trampa del mal consiste en que nos negamos a aceptar que algo, aparentemente, arbitrario, contrario a todo orden, sin razón, lo sea verdaderamente. De ahí que nos afanemos por entenderlo, que nos quedemos absortos en su contemplación rastreando esa justificación de la cual carece. Por eso ni basta con buscar la belleza, ni es un hecho que la belleza sea una forma de protesta, ni, mucho menos, debemos conformarnos con la actitud derrotista de quien intenta refugiarse en ella. Bien al contrario, hacer de la belleza una forma de denuncia que nos saque de nuestra somnolencia mortecina es un reto, el reto de cualquier arte futuro que quiera hacer algo más que colaborar con lo dado.


   (1) Sobre el tema de la música en los campos de concentración, puede consultarse con provecho esta página.

domingo, 8 de marzo de 2015

Acerca de la belleza (1)

   Durante varias décadas fui un fiel oyente de “Diálogos 3", el programa de Ramón Trecet en Radio 3 de Radio Nacional de España. Trecet era un personaje peculiar al que se amaba o se odiaba. Yo no conseguí hacer ni una cosa ni otra, pero sí le quedé inmensamente agradecido por haber puesto en mi vida un sin fin de músicas hermosísimas. Gracias a él conocí a minimalistas como Michael Nyman (antes de que le dieran un Oscar y lo estropearan), Wim MertensPhilip GlassSteve ReichJohn Adams, o Arvo Pärt; a grupos renovadores del folclore escandinavo como Hedningarna o Värttinä; y, en fin, a inclasificables como NigthnoiseDead Can Dance o Bel Canto. La mayoría de ellos fueron ninguneados de mala manera por la industria musical y vapuleados por puristas de toda índole. Del minimalismo y de los minimalistas podrán decirse muchas cosas, pero nadie podrá negar que sus músicas están más cercanas al público de lo que Ligeti, Stockhausen y el cúmulo interminable de sus epígonos han conseguido jamás. Y si alguien no considera tal constatación un mérito, habrá que recordar que La flauta mágica fue un espectáculo concebido para las masas.
   Después de alguna de sus filípicas o en medio de alguno de sus estados depresivos, Trecet solía despedir sus programas con una orden taxativa: “buscad la belleza, es la única forma de protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”. Me he acordado de ella escuchando el podcast del programa de “Sinfonía de la mañana” de Matín Llade en Radio Clásica (como ven, la cabra siempre acaba tirando al monte) del pasado viernes.
El protagonista de dicho programa no era otro que Arvo Pärt, que ofreció recientemente en Madrid uno de sus contadísimos encuentros con la prensa. De su actitud y sus silencios, más que de sus palabras, de la hermosa recreación que Martín Llade realizaba de ellos, se extraía la misma idea: que la belleza es el único refugio que nos queda en medio del caos. Martín Llade efectuaba, de hecho, una apología de la emoción, del estremecimiento de lo bello frente a la intelectualidad cerebral de tantas músicas contemporáneas empeñadas en echar al público de las salas. Desgraciadamente, la cosa no es tan simple.
   La identificación de la belleza con el bien y la verdad, procede de Platón. A la hora de encontrar una idea suprema a partir de la cual estructurar todas las demás, Platón se enfrentó al problema de elegir una de las tres. La tarea era poco menos que imposible, así que la eludió haciéndolas a las tres aspectos diferentes de la misma idea. Hasta donde yo recuerdo no hay una argumentación posterior que apoye tal identidad más allá de la afirmación de que el ser humano aspira a ellas y como no es posible que aspire a cosas contradictorias, hay que suponer que la verdad implica al bien del mismo modo que éste implica la belleza. Aunque esta identidad fue plenamente asumida por la filosofía cristiana y pulula por nuestras cabezas como un axioma, nunca he conseguido encontrarle mucho sentido. Me parece a mí que la verdad no tiene por qué ser buena, al menos si “bueno” y “malo” son referidos al ser humano. Pienso, por el contrario, que, como decía Nietzsche, la verdad es un veneno que sólo soportamos en pequeñas cantidades. Aún menos evidente me parece que la verdad tenga que ser bella. En cuanto a la belleza en sí misma, tiene mucho más parecido con el mal que con el bien. Como el mal es algo puntual, discreto, que si aparece continuamente dejamos de apreciarlos. Como el mal, causa fascinación y quedamos absortos en su contemplación. Como el mal, produce escalofríos pues nos muestra algo que parece estar más allá de lo que pueden hacer los seres humanos. De hecho, del mismo modo que las flores necesitan del estiércol, la belleza se empeña por surgir allí donde se niega su posibilidad, parece necesitar un sustrato terrible para salir a la luz, la propia vida de los artistas que la engendran debe ser una tortura sin par con objeto de que ella pueda nacer.

domingo, 1 de marzo de 2015

Tan iguales, tan distintos

   El único rato que me permitía tener en español durante mi primera estancia en Alemania era el almuerzo. En el restaurante universitario al que acudía, los hispanohablantes solíamos ocupar una larga mesa en la que departíamos hasta mucho después de haber terminado de comer para desesperación del personal encargado de la limpieza. A miles de kilómetros de casa, valencianos, catalanes, madrileños, andaluces, bolivianos, venezolanos, colombianos y demás, estábamos, de verdad, unidos por un idioma común. Por supuesto, existía la notable excepción de los argentinos que o se sentaban con los españoles o se sentaban separados del resto de hispanoamericanos, pero bueno, ésa es otra historia. Hasta donde recuerdo, era casi una tradición hacer la comida en la lengua materna. Los franceses también solían sentarse con los franceses, los egipcios con los egipcios y, naturalmente, los alemanes con los alemanes. Había, sin embargo, un caso particular: dos chicos orientales que, pese a ser ambos indonesios, jamás los vimos comer juntos. En cierta ocasión uno de nosotros trabó conversación con uno de estos chicos indonesios y le preguntó por semejante comportamiento. “Es que él, respondió refiriéndose al otro chico, es chino” y se llevó los dedos a los ojos para hacerlos parecer (más) rasgados. “¿Y tú qué eres?” pensó el español.
   En Indonesia la minoría china es una minoría poderosa y acaudalada, de modo que cada vez que se produce una situación fuera de lo común, la gente se lanza a asaltar sus comercios y linchar al primero que se encuentran a su paso. Da un poco igual que se trate de la caída del gobierno, de un golpe de Estado, de un tsunami o de la celebración de un triunfo futbolero, asaltar los comercios chinos es una tradición. Naturalmente no hay español que sea capaz de distinguir entre un chino y un indonesio, pero ellos sí que se distinguen y muy bien. En realidad, ningún español es capaz de distinguir tampoco entre un chino y un japonés, aún más, buena parte de la población confunde ambos países. Chinos y japoneses no se distinguen entre sí, se odian. Japón siempre ha temido a su enorme vecino y los chinos nunca han perdonado la carnicería que organizaron los japoneses en su país durante la Segunda Guerra Mundial.
   La cosa va más allá. La última vez que residí en Alemania tuve que empadronarme en cierta localidad cercana a Hannover. Llegué a la oficina de turno, di los buenos días y allí que me quedé viendo cómo los funcionarios que estaban al otro lado del mostrador hacían como si yo no existiera. Después de muchos minutos, una señora se acercó con cara de palo y escuchó con poco menos que asco mis explicaciones de lo que deseaba hacer. Entonces, tomó mi documento de identidad y su cara cambió de expresión. “¡Ah! Pero si es Ud. español”, me dijo casi con una sonrisa. Desde ese momento trató de entablar una conversación amigable conmigo. Dado mi aspecto, probablemente, me había confundido con un turco o un árabe, confusión que algunos turcos y árabes también sufrieron. De hecho, algunos alemanes me confesaron azorados que la primera vez que oyeron hablar español, les sonó a árabe. Teniendo en cuenta que yo hablo andalú cerrado, no me extraña lo más mínimo. No obstante, siempre que he relatado anécdotas de este tipo en mi país, la gente se ha quedado extrañada. Aquí todo el mundo piensa ser muy distinto de marroquíes, argelinos o egipcios. Por contra, los españoles no sabemos distinguir entre alemanes, polacos, daneses y holandeses, aunque todos ellos bien que se distinguen entre sí y se miran con algo más que recelo. Sí sabemos distinguir entre gitanos y payos, proeza que me parece comparable a la que permite a los indonesios diferenciarse de los ciudadanos chinos de su país.
   Los seres humanos somos especialistas en trazar fronteras, mentales cuando no físicas, entre nosotros, aunque no existan. Los blancos discriminan a los negros, pero cuando todos son negros los negros más claritos discriminan a los más oscuritos y cuando todos tienen ya el mismo color de piel, los más altos discriminan a los más bajos y si todos tienen la misma estatura y el mismo color de piel, entonces los cristianos discriminan a los musulmanes, menos cuando todos somos cristianos, en cuyo caso los católicos discriminan a los protestantes o cuando todos son musulmanes, en cuyo caso los sunníes discriminan a los chiíes o viceversa. Lo importante nunca es qué sea cada cual o el color de la piel de cada uno o qué religión profese, lo importante, lo realmente importante, es tener siempre una excusa para matarnos los unos a los otros.

domingo, 22 de febrero de 2015

El sentido de la vida

   No sé a qué vienen tantas dificultades para definir qué es lo que nos hace humanos, es muy fácil: el hombre es el animalito que busca el sentido de las cosas. Tome a un ser humano cualquiera, colóquelo junto a un río o en una playa y proporciónele un puñado de piedras de pequeño tamaño. No pasará mucho tiempo antes de que las vaya tirando al agua. Si le pregunta por qué lo hace, probablemente se encogerá de hombros. Sin embargo, si una de esas piedras le golpea a él, sí que pedirá una explicación, un motivo o un sentido a ese acontecimiento. Buscamos el sentido en todo lo que nos rodea, por pequeño, trivial o aleatorio que pueda resultar. Reconocemos formas en las nubes, caras en las manchas de humedad de las paredes o figuras en las estrellas. Es la ficción del orden en la que nos atrapa ese gran titiritero que es nuestro cerebro. Somos la única especie capaz de reconocer una presa o un depredador tras una huella, un rastro de sangre o un jirón de pelo. Ni siquiera los chimpancés son capaces de hacerlo. Evolutivamente eso nos salvó, permitió que nuestros antepasados pudieran escapar de un león o un tigre antes de que su olfato nos detectara o seguir el rastro de un animal herido más allá de lo que ellos hubiesen podido hacerlo. Pero esta facultad se ha exacerbado hasta tal punto que nuestro mundo es un mundo ordenado, donde todo tiene que tener su lugar, su causa, su motivo, su sentido claro y definido. Habitamos en un universo que nos protege o nos castiga, la vida de los seres humanos es algo maravilloso o algo contra lo que hay que pelearse, pero nos produce un profundo desasosiego sospechar que, simplemente, es. Como consecuencia, nos atrapamos muchas veces en círculos viciosos tratando de imponer orden a una naturaleza que, por sí misma, tiende al desorden. Las amas de casa saben mucho de esto. Buena parte de sus tareas cotidianas van contra los principios básicos de la termodinámica. Lavan la ropa, la tienden, la recogen, la ordenan, la planchan y la colocan en su correspondiente lugar únicamente para comprobar cómo el bombo de la ropa sucia vuelve a estar lleno. Lavamos nuestro coche, limpiamos sus cristales, le pasamos la aspiradora, para que la lluvia típica que cae al día siguiente de hacer todo esto nos lo vuelva a dejar tal y como estaba. Aprovechamos cada festividad para ganar todos aquellos kilos de peso que después nos pasaremos meses intentando perder en un ciclo que, desde el punto de vista de nuestro metabolismo, es lo peor que se puede hacer.
   Es este cerebro empeñado en poner orden contra natura el que, más pronto o más tarde, acaba pidiendo un sentido para la vida en su conjunto. Se trata de una de las preguntas más pueriles del ser humano. El niño pregunta para qué sirve una llave, para qué sirve un coche y para qué sirve una flor. Le explicamos entonces que la llave, el coche, han sido fabricadas por el ser humano y que, por tanto, tienen una utilidad, pero que la flor es algo natural a cuya existencia no se le puede encontrar un sentido del mismo modo que a las cosas artificiales. Sin embargo, nosotros los adultos que damos esa respuesta tan sensata, después miramos al cielo esperando que alguien nos conteste para qué sirve nuestra vida.  Es algo así como si un pez que circulase por el río o el mar donde hemos tirado nuestra piedra asomase la cabeza y nos preguntara qué sentido tenía haberle dado la pedrada que le hemos dado. Pese a ello, este pequeño piojillo que se arrastra sobre la superficie de un minúsculo planeta, insiste en que sí, que su vida tiene que tener un sentido aunque la existencia de una flor, de los peces, del sol y de las estrellas no lo tenga.
   Naturalmente, siempre que los seres humanos tienen una necesidad, alguien acude presto a satisfacerla con lo que sea. ¿Que cuál es el sentido de la existencia humana? Bueno, tal vez Ud. no lo sepa ni lo sabrá nunca, pero al igual que el coche y la llave, también la flor y Ud. mismo tienen un Hacedor, que sí que sabe para qué está Ud. aquí y que a lo mejor se lo explica cuando vaya a verle. O, mejor aún, ¿la vida? la vida no tiene sentido alguno, todo es un caos, un despropósito, un absurdo que debe conducirnos al llanto desesperado a ver si así el Hacedor se apiada de nosotros y baja a convencernos de lo contrario. Cabe también proponer que la vida tiene un sentido no más allá de las nubes, sino aquí abajo, ayudando a los demás, procurando hacer el mundo un poquito mejor o, al menos, no empeorándolo. 
   En realidad, todas las respuestas anteriores son la misma pues presuponen que el sentido de nuestra vida tiene que ser hallado, como si fuese algo puesto ahí por otro, que tuviésemos que desenterrar y sobre cuya forma, materia y función no tuviésemos nada que aportar. Pertenecemos a una especie privilegiada y es privilegiada porque, a diferencia de las demás especies, nuestra existencia carece de sentido. Los peces, las flores, los tigres y leones, los chimpancés, los conejos y los lobos, tienen una razón para estar aquí, podrían hallar, si tuvieran inteligencia para ello, un sentido a su existencia: mantener los maravillosos equilibrios que se producen en la naturaleza. No hay equilibrio que nosotros no podamos romper casi sin proponérnoslo. Quizás la naturaleza se ha cansado de existir sobre el planeta tierra y por eso ha fabricado un bichito capaz de aniquilarla. Pero, mientras que lo hacemos, tenemos la posibilidad de crear el sentido de nuestra existencia. Si nuestra vida tuviese un sentido, sería terrible, sería lo peor, pues tendríamos que amoldar nuestros planes, nuestro futuro, nuestros deseos, nuestra existencia toda, a ese plan que no hemos elegido. Tenemos suerte de que no sea así. Está en nuestras manos decidir qué sentido poner en este mundo que, afortunadamente, por sí mismo, no tiene ninguno. Lo importante, por tanto, no es qué elijamos como sentido para nuestra vida. Puede ser acabar con la pobreza, eliminar las fronteras o inventar nuevos peinados para los caniches. Lo importante es que se convierta en el sentido de nuestra vida, es decir, que sea resultado de mi elección y no de lo que hayan decidido para mí el párroco, la tele o la desesperación.

domingo, 15 de febrero de 2015

Hacia la democracia por la dedocracia

   Entre mis primeros recuerdos relacionados con la política figura un debate televisivo en el que participaban miembros de los recién autorizados partidos políticos y destacados representantes del franquismo. Uno de ellos planteó la cuestión de cómo podía un partido hacer frente a la doble tarea de satisfacer los intereses de sus miembros y las necesidades de los votantes sin ser un partido único. Eduardo Sotillos, que, por primera vez en el debate pareció crisparse, respondió de mala manera algo así como que ése era el funcionamiento normal de los partidos en democracia. Debió parecerme que allí había algo más pues, a pesar de lo jovencito que yo debía ser, todavía lo recuerdo. Lo cierto es que “el funcionamiento normal de los partidos en democracia” encierra una curiosa paradoja: pedir a los demás que los voten sin que sus miembros estén dispuestos a votarse unos a otros. Conozco más de un caso en que la “sorprendente” victoria de un candidato ha respondido a que cierta facción del otro partido había decidido dejar de votar a su propio candidato. No es de extrañar que políticos de diferente signo traben amistades personales entre ellos, lo extraño es que alguien pueda ser amigo de un correligionario. A los del otro partido uno los ve venir de frente, los de tu partido son los que te clavan el puñal por la espalda. La vida misma de un partido político consiste en las zancadillas que sus integrantes se van poniendo unos a otros. Sobre el escenario todos se saludan, sonríen y se abrazan, entre bastidores la guerra no tiene cuartel.
   Por supuesto, el punto álgido de la batalla perpetua que es la vida de un partido político es la elección de candidatos para lo que sea. En EEUU se instauró, desde los tiempos de la independencia, un sistema de elecciones internas. Quien acaba aspirando al Congreso, al Senado o a la presidencia, lo hace tras superar una larga carrera electoral que comienza en las asambleas de su distrito y que, en el caso de congresistas y senadores, no le va a permitir estar en su cargo más de dos años sin acudir nuevamente a las urnas. En teoría este sistema tiene la ventaja del permanente escrutinio de los electores sobre sus elegidos. En la práctica significa que cualquiera que quiera desarrollar una carrera política de mediano calado, más vale que se arrime a un conglomerado económico dispuesto a enchufarle la riada de dinero que va a necesitar para tantas campañas electorales por las que tendrá que pasar. El resultado es que los políticos son mucho más fieles a su fuente de financiación que a sus partidos y no es extraño que una ley se saque adelante con los votos del partido que la ha propuesto, menos algunos de sus representantes que se han negado a votarla, más algunos representantes del partido rival a los que se ha podido convencer para que la voten.
   En EEUU, lo que se llama “la máquinaria del partido”, tiene un peso más que relativo en muchos casos. Un ejemplo es el ascenso del Tea Party dentro del Partido Republicano. Ante todo, hay que entender la realidad sociológica del país. Como en casi todos sitios, la mayoría sociológica de los EEUU (en contra de lo que pudiera parecer) está en el centro izquierda. El Partido Republicano debe contar siempre con que el candidato del Partido Demócrata sea incapaz de movilizar a sus votantes potenciales para tener opciones reales de lograr algo. Presentados como “anti-sistema”, alejados de las componendas típicas de los políticos tradicionales y profesionales, los candidatos del Tea Party se caracterizan por un radicalismo que suele movilizar al electorado demócrata contra ellos, particularmente cuando de unas elecciones presidenciales se trata. El tirón que suelen tener entre el electorado republicano se suele ver compensado por el terror que causan en el resto. A veces, como en las últimas elecciones, el cansancio de un presidente que, después de haber pasado a la historia, no ha hecho nada más, agota a los demócratas lo suficiente como para que los ultramontanos barran y podemos comprobar su cerrazón de mollera llevando al país al borde de la suspensión de pagos antes que estrechar la mano de un demócrata. Lo que todo ello implica para la cúpula del Partido Republicano puede apreciase en el sudor frío que recorre sus mejillas cada vez que vuelve a mencionarse la candidatura para la presidencia del alma mater del movimiento, Sarah Palin.
   En Europa, donde las elecciones suelen estar más espaciadas, los candidatos viven del dinero que le enchufan sus respectivas formaciones. Por tanto, la disciplina de voto es fundamental, dicho de otro modo, quien controla el partido controla las candidaturas. El resultado vuelve a ser el del Tea Party, la presentación de una serie de candidatos con escaso o nulo tirón popular, cuyo único mérito reside en conocer bien los entresijos del partido. Para evitarlo numerosos partidos europeos han propuesto y llevado a cabo un sistema de primarias cuyo resultado habitual lo hemos podido ver esta semana en el PSOE madrileño. El candidato elegido en primarias, Tomás Gómez, ha sido fulminantemente destituido por el secretario general del partido porque “llevaba al partido a un descalabro electoral”. Teniendo en cuenta que el PSOE va camino de convertirse en la tercera fuerza política del país, cabe preguntar por qué no se ha destituido el secretario general del partido a sí mismo. Y es que, en el corazón de cualquier partido político late siempre la misma cuestión: ¿para qué la democracia pudiendo tener dedocracia?

domingo, 8 de febrero de 2015

Je suis Chazerans

   Es posible que esta noticia no haya salido de los medios de comunicación franceses, así que me extenderé un poco explicando lo sucedido. El pasado 8 de enero, con motivo de los atentados de Paris, se decretó un minuto de silencio en todos los centros públicos de Francia. Es fácil de entender que, dada la situación emocional de la ciudadanía, la edad de los alumnos/as y su multiculturalismo, el acto dejara de ser mero protocolo en los centros de enseñanza media. En el liceo Victor Hugo de Poitiers, como, probablemente, en muchos otros, hubo algunos incidentes de escasa relevancia. Su rector, convencido por los dirigentes del país y los firmes voceadores de cuál debe ser la opinión pública de que estaba ante una situación de guerra, decidió ponerse a la vanguardia de la misma abriendo su despacho y sus oídos a cuanto buen francés estuviese dispuesto a delatar a cualquier conocido. Así fue como el señor Jean-François Chazerans, profesor de filosofía en dicho instituto, acabó recibiendo una notificación en la que se le acusaba de haber tenido una conducta inapropiada durante el minuto de silencio y de haber hecho declaraciones de apoyo al terrorismo en sus clases. 
   El enemigo, el enemigo de Francia, de los ideales republicanos, de la libertad y la democracia, no había sido especialmente difícil de encontrar. El Profesor Chazerans es conocido en Poitiers por su militancia en la extrema izquierda y por sus peculiares métodos y objetivos a la hora de enseñar. Dicen quienes le conocen que aprovecha la mínima ocasión para abrir debates en sus clases en los que, a través de las bromas y la provocación, trata de mover los cimientos de las creencias de sus alumnos/as para que abandonen el reposado mundo de los lugares comunes y se atrevan a pensar por sí mismos. Pretende el Profesor Chazerans forjar mentes críticas, capaces de examinar por sí mismas la realidad; pretende, nada menos, que hacer de los adolescentes ciudadanos libres, alérgicos a la intoxicación de todo aquello que se dice, se piensa y se cree. En las pocas declaraciones públicas que ha efectuado, reconoce haber realizado un debate en seis de sus clases, con el propósito de abordar el tema del terrorismo de un modo racional y alejado de las emociones. Difícilmente podrá recordar todo lo dicho en seis horas de debates con entre ciento veinte y ciento ochenta alumnos/as en plena pubertad y conmocionados por lo ocurrido. En cualquier caso, anhela que llegue el 12 de febrero, fecha en la que podrá tener acceso a su expediente y averiguar finalmente por qué se le ha encausado. Desde luego no será, como declaró su rector en un principio (y después ha ido dejando de lado), por su incorrecta actitud ante el minuto de silencio. Al igual que otros profesores y miembros de la comunidad educativa, no acudió a dicho acto.
   Según parece, basándose en el testimonio de cinco alumnos y un padre, el rectorado procedió a separarlo inmediatamente de sus alumnos/as y a suspenderlo sumariamente por cuarenta días, el máximo que la legislación vigente le permite. El 13 de marzo, el Profesor Chazerans tendrá que acudir ante la comisión disciplinaria académica, que podría expulsarlo de la enseñanza. Peor aún, el ministerio público le ha abierto diligencias por presunto delito de apología del terrorismo, el cual conlleva penas de hasta cinco años de cárcel. Mientras estas fechas llegan, sus compañeros y alumnos/as del Victor Hugo de Poitiers se han manifestado repetidamente en solidaridad con él. Diferentes sindicatos han denunciado la barbaridad que se está cometiendo y le van a prestar asistencia jurídica. Poco a poco, la red se va llenando de comentarios cada vez más escandalizados con el clima que se está creando en las escuelas francesas. Francia, en efecto, ha caído en la dinámica que genera la aparición del terrorismo y que tan bien resumiera nuestro insigne ministro de interior (y posterior reo de la justicia) José Barrionuevo. En un discurso ante el parlamento con ocasión del “caso Zabalza” dijo: “sólo hay dos versiones de lo sucedido, la de quienes ponen bombas y la de quienes están con las fuerzas de seguridad del Estado”. En medio, en medio de las dos versiones, en medio de dos raquetas que la golpean sin parar como si fuera un macabro partido de tenis, sólo queda la inmensa mayoría de la población.
   Cuando quienes mandan consiguen convencer a un país de que sólo hay dos bandos, que los acontecimientos sólo pueden encerrar dos versiones y ninguna verdad, que estamos “nosotros” y “ellos”, que o eres Charlie y vas a las manifestaciones de la mano de Bibi Netayahu o matas, los que están empeñados en que haya ciudadanos libres, los que persiguen la libertad del pensamiento, los que aspiran a remover el confortable suelo de las creencias compartidas, los que utilizan el humor para agitar las conciencias, en definitiva, los que son como los creadores del Charlie-Hebdo o como el Profesor Chazerans, están condenados a las balas o a un procedimiento más civilizado pero no menos aniquilador: la utilización de la justicia como arma para defender el país (es decir, lo que algunos quieren hacer de él).


https://www.facebook.com/jeanfrancois.chazerans
http://www.dal86.fr/2015/02/07/soutien-inconditionnel-a-jean-francois-chazerans/

domingo, 1 de febrero de 2015

Apertura griega

   Poco a poco, el partido gobernante en Grecia, Syriza, va demostrando que lo pregonado durante la campaña no era el habitual programa electoral que se arroja al cubo de la basura al día siguiente, sino un auténtico programa de gobierno. Teniendo en cuenta que acaban de ganar las elecciones podían haber mirado para otra parte mientras tratan de averiguar qué hay en los cajones de los respectivos ministerios. Sin embargo, ha rechazado el nuevo paquete de sanciones contra Rusia, ha otorgado el honor de la primera recepción oficial, que tradicionalmente correspondía al embajador norteamericano, a su homólogo ruso y, para terminar la semanita, le han largado a la delegación conjunta de la Comisión Europea, el BCE y el FMI, que no están dispuestos a hablar con ellos, aunque sí con las instituciones a las que representa. El objetivo parece consistir en renegociar los términos del plan de rescate. 
   Dudo mucho que los miembros del actual gobierno ignoren la magnitud del reto que supone tal objetivo. Yanis Varufakis, ministro de finanazas, por ejemplo, es autor de un libro de referencia sobre teoría de juegos aplicada a la economía y un firme defensor de la idea de que los flujos económicos en un mercado libre no tienen por qué tender hacia el equilibrio. De lo que ya no estoy tan seguro es de si ha llegado a ser consciente de las consecuencias últimas de tal afirmación. Porque negar que el capitalismo tienda a un equilibrio, además de ser una obviedad, implica tirar por la borda los fundamentos de toda la teoría económica tal y como la conocemos. De hecho, la única manera de racionalizar entonces los flujos económicos es tomarlos conjuntamente con su ambiente o, en jerga, con su Umwelt. Dicho de otro modo, para comprender cómo funciona un mercado hay que tomar en consideración las cantidades monetarias que van de un lado para otro, junto con los cambios ecológicos que producen y el coste social que comportan. Ciertamente, es el único camino para hacer de la economía algo más que ideología con una pátina matemática. Este tipo de planteamientos presenta, eso sí, el inconveniente de que, tras cuarenta años, ha proporcionado un sin fin de estudios empíricos, pero ningún modelo general capaz de proporcionar guías de actuación para casos tan complejos como la deuda externa de un país. Tampoco hay que entender esto como una crítica. Cuando Roosevelt lanzó el New Deal, el keynesianismo era poco más que una nebulosa de ideas. Por otra parte, la economía clásica ha sido capaz de engendrar todo tipo de modelos que proporcionan guías muy eficaces de actuación cuando todo va bien, pero que conducen al abismo en cuanto aparece la menor crisis, ella misma siempre impredecible. En resumen, los griegos tenían que elegir entre las ortodoxas soluciones que conducen al desastre o las nuevas ideas de su ministro de finanzas que nadie sabe a donde conducen. No es de extrañar el resultado de su elección.
   Por otra parte, el pulso llega en un momento en que ha quedado claro que la austeridad rigurosa que Frau Merkel recetó para el enfermo europeo acabará por matarlo. Hasta el BCE se ha atrevido a contravenir sus deseos. Pero, claro, estamos hablando de políticos. Un político jamás se equivoca y si lo hace da igual, porque persevera en su error, aunque eso conduzca a una situación en la que todo el mundo pierde. Recordemos que si los tramos de ayuda pactados no llegan a Atenas, el Estado griego no podrá afrontar los sucesivos vencimientos de su deuda y que si se hace efectiva dicha suspensión de pagos, los primeros en irse por el desagüe van a ser los tenedores de la misma, es decir, entre otros, los bancos alemanes. Por eso es probable que Berlín se saque de la manga un as antes del vencimiento de la deuda, un as llamado Turquía.
   La rivalidad entre griegos y turcos procede de la época en que éstos formaban parte del imperio persa. Son los dos únicos países a punto de enfrascarse en una guerra pese a pertenecer ambos a la OTAN. Los turcos hace meses que olieron sangre y están maniobrando. Para Erdogan y los suyos la entrada en la Unión Europea no es ningún leitmotiv, pero si se la ofrecen a buen precio y a cambio de una humillación para los griegos no la van a rechazar. Por eso han arrastrado a las facciones clave de un bando del conflicto libio a Ginebra para que firmaran el acuerdo de formación de un gobierno de unidad en el que tan interesado están los europeos. Libia es, en efecto, una perita en dulce, un país necesitado de reconstrucción con abundante petróleo para pagarla y con presencia de empresas europeas sobre el terreno. Al fin los turcos tienen algo que Europa quiere. Casualmente, además, los primeros choques del nuevo gobierno griego con sus socios europeos, han coincidido con una gira por el viejo continente del negociador turco para la adhesión. 
   La partida que el gobierno griego ha abierto es de largo alcance y con un resultado menos previsible de lo que parece. Habrá que ver, en efecto, si los votantes de Syriza, que tan dispuestos están a salirse del euro si hace falta, también están dispuestos a ver su plaza ocupada por los turcos. Habrá que ver si el acercamiento de Grecia a Rusia es una estrategia decidida o la moneda de cambio que se va a poner sobre la mesa para renegociar la deuda. Lo segundo, desde luego, es brillante; lo primero, una estupidez. Rusia, con los actuales precios del petróleo y enfrascada en la guerra de Ucrania, difícilmente va a estar en condiciones de prestar ayuda duradera a nadie. Habrá que ver cuántos aliados consigue reclutar Grecia pues si el desafío griego logra despertar la simpatía de los ciudadanos, el gobierno de Hollande, que vuelve a tener constantes vitales en las encuestas tras los atentados de París, podría apoyar sus reclamaciones. Habrá que ver, finalmente, cómo se toma EEUU todo este asunto. De su actitud dependerá, en buena medida, la del FMI y, cuestión también de cierta relevancia, la unidad de acción con Berlín para conseguir un gobierno de concentración nacional entre PP y PSOE en España que cierre el paso a esa formación política desde la que tanto se está aludiendo como modelo a Syriza.

domingo, 25 de enero de 2015

Cuando todo son buenas noticias

   El pasado jueves 22 de enero, me quedé estupefacto al ver la portada de la edición electrónica de El País. En ella podían leerse las siguientes noticias:
   1ª) El año 2014 terminó con una disminución en 477.900 personas del número de parados, dejando la tasa de paro en un 23,7% de la población activa. Desde hace más de siete años, la tasa de paro no ha hecho otra cosa que escalar hasta cotas insoportables por cualquier país decente. Por si fuera poco, uno de los sectores en que disminuyó significativamente el paro fue en la construcción, motor de la economía de este país en las últimas décadas. Pese a que la bolsa de parados sigue siendo astronómica y es poco probable que la mayoría de ellos encuentre trabajo en los próximos doce meses, sin duda, estamos ante una noticia positiva.
   2ª) El turismo rompe todos los récords históricos con casi 65 millones de turistas. Junto con la construcción, el otro sector tradicional de crecimiento de nuestra economía siempre ha sido el turismo. Nuestro modelo productivo es el sol, la playa y los hoteles desde hace más de cincuenta años y todo el tiempo transcurrido, toda la modernización de la que, se supone, hemos sido objeto y todas las proclamas de los sucesivos gobiernos no han cambiado eso. Vamos camino de un ciclo de crecimiento basado en otra burbuja inmobiliaria, que explotará en diez o quince años para volver a donde estamos ahora mismo. No obstante, la llegada de turistas es una buena noticia desde los tiempos de Franco.
   3ª) El Banco Central Europeo va a comprar títulos de deuda pública de los países con problemas. Super Mario Draghi, al fin, se ha salido con la suya y va a poner en práctica una medida que, de haberse llevado a cabo en 2007, le habría ahorrado a Europa la brutal cura de adelgazamiento a la que se ha sometido. Los alemanes están que trinan. Merkel y los suyos siguen empeñados en que nos sobran michelines. El gobierno alemán cree que los países del sur de Europa siguen necesitando cambios estructurales y teme que con esta medida dejen de hacer los deberes que les pusieron desde Berlín. Dicho de otro modo, el harakiri que Europa se ha efectuado, este largo rajarse la barriga y ver cómo salen por ella la sangre y las vísceras económicas de los europeos, se ha debido, no a razones objetivas, sino a las creencias y temores del gobierno alemán. Después, si otros, algo más fanáticos pero no menos tontos, acribillan a inocentes en base a sus creencias, nos rasgamos nuestras vestimentas de europeos racionales y buscamos explicaciones en lo que pueda o no poner en cierto libro sagrado. Ni las creencias ni el miedo, como ya hemos explicado repetidamente, son buenos consejeros, suponiendo, claro está, que uno quiera llegar a la verdad, el bien o la felicidad. Por tanto, es un buena noticia que Super Mario haya logrado su objetivo y marchemos a pasos agigantados hacia los eurobonos.
   4ª) El gobierno estudia medidas para presionar a la baja el precio de los combustibles. El objetivo parece estar en torno a un euro el litro de gasolina/gasoil. Ciertamente, no hay buena noticia para la economía que no sea mala para la ecología y, por otra parte, o yo he cambiado mi estilo de conducción, o mi coche tiene un problema, o el combustible que nos están sirviendo últimamente es de calidad inferior al que nos servían antes del desplome de su precio. En cualquier caso, la situación de todos sería mucho peor si a nuestras cuitas hubiésemos de añadir un petróleo por la nubes.
   Ahora podrán entender mi estupefacción: cuatro buenas noticias en la portada de un periódico el mismo día. ¿Cuándo antes había ocurrido esto? La verdad es que no tengo memoria de semejante evento. Sin duda, es una casualidad bastante notoria. O puede que no fuese ninguna causalidad. Ahora que el bipartidismo parece amenazado en nuestro país, PP y PSOE han descubierto lo que todos sabíamos, es decir, que es mucho más lo que los une que lo que los separa. Las antaño duras críticas al gobierno que prodigaban las páginas de El País se han convertido en editoriales comprensivos con su actuación y la propia noticia de la disminución del paro fue voceada por este diario, cercano a los socialistas, sin el menor atisbo de duda acerca de cuáles eran las cifras reales. Las críticas que en sus páginas se puedan encontrar, no van dirigidas contra el gobierno, sino contra quienes parece que ya gobiernan de facto. No deja de ser sorprendente este frente común que han formado nuestros políticos. ¿Será también casualidad?

domingo, 18 de enero de 2015

Depende

   Este blog refleja muy bien el estado de nuestra civilización. Esta es la entrada número 200, he escrito sobre lo humano y sobre lo divino y la más visitada y comentada de todas, con diferencia, es una que redacté hace un par de años sobre la misantropía. En el último comentario que me ha llegado un lector repite en su mensaje uno de los eslóganes de nuestra era: todo es relativo. En apariencia, casi es un canto a la tolerancia, pero su aparición en un contexto en el que se habla de misantropía, como digo, es un diagnóstico de nuestra era. La vieja cantinela se atribuye a Protágoras, el filósofo griego que afirmó que el hombre era la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son. Ha habido épocas en que la verdad se ha convertido en dogma, en piedra sacrificial más que angular. La verdad única, con un solo camino para acceder a ella, era el sostén de seres supremos cuyo dictamen no admitía recurso. Pero el muy relativista siglo XX conoció carnicerías sin cuento sin que hubiese una verdad reconocible en ellas. A lo mejor la idea de la verdad no era culpable de la sangre vertida en su nombre. Desde luego, la flexibilidad relativista, la supuesta tolerancia incluida en ella, ha sido incapaz de oponer ni siquiera un muro de arena para contener las fuerzas brutas de imperios en expansión. 
   Roma nació casi a la vez que esa indagación en pos de la verdad que solemos llamar filosofía. Lo hizo como república, vertebrada por una moral de la austeridad y la nobleza. De la filosofía, de la nobleza, de la austeridad, ni siquiera del panteón de antiguos dioses, quedaba prácticamente nada cuando se convirtió en imperio. El hedonismo, el estoicismo, que renegaban de grandes doctrinas más allá de lo estrictamente imprescindible para fundamentar una ética del disfrute o la salvación, poco menos que colaboraron en la fundación del imperio. Pero lo que impregnaba la sociedad ni siquiera llegaba a eso, era el escepticismo o el relativismo de cuño sofista que dejaba todas las direcciones igualmente libres para salvar el pellejo en cada momento. Todas las opiniones valían por igual, todos los dioses tenían la misma credibilidad, todo era igualmente válido. Desde entonces los grandes escépticos, los grandes relativistas, han sido coetáneos de los grandes imperios, desde Montaigne y el imperio español hasta Nietzsche y el imperio de los mil años (que, afortunadamente, no duró más que diez).
   Ciertamente ya no hay verdad ni mentira, todo depende de la cámara con la que se mira. La empresa de comunicación es la medida de todas las cosas, de las que son, es decir, de las que salen en la televisión y de las que no son, es decir, de las que no salen en la televisión. “Depende” se ha convertido en la respuesta única que otorgar a todas las grandes preguntas. Es una respuesta fácil, fácil de comprender y fácil de digerir. Es una respuesta democrática, está al alcance de todo el mundo, con independencia de cuáles puedan ser sus conocimientos o sus estudios. Pero, como ya hemos dicho, no es una respuesta, es un eslogan, un soniquete que, de tanto repetirlo, ni siquiera nos planteamos qué significa. 
   ¿Qué significa que todo es relativo? ¿Es relativo que el médico me haya diagnosticado un cáncer? ¿Es relativo que me estén apuntando con una pistola? ¿Es relativo que el político de turno hace y deshace las condiciones en las que se desenvuelve mi vida? ¿Es relativo que se puedan comprar cosas con dinero? Dicho de otro modo, “todo es relativo”, ¿es una verdad absoluta o también eso “es relativo”? Cualquiera de las dos respuestas que demos conduce a lo mismo, que existen verdades irrenunciables de las cuales podemos huir, pero no dejar de reconocer su existencia.  El “todo es relativo”, que asegura librarnos de los falsos dioses, que viene a destruir la dictadura de la verdad, tiene la misma pretensión que todos aquellos que enarbolan banderas libertadoras, atarnos con nuevas cadenas. 
   Si todo es relativo, relativo debe ser que estemos sanos o enfermos. Por tanto, desde un cierto punto de vista, Ud. está enfermo, aunque no tenga síntomas, aunque no se encuentre mal, aunque no perciba ninguna amenaza. ¿Por qué? Porque envejecer es una enfermedad, tener angustia es una enfermedad, no querer estudiar es una enfermedad. ¿A qué espera para tomar medicinas? 
   Si todo es relativo ¿qué sentido tiene hablar, discutir, dialogar? Ud. tiene sus intereses y yo los míos, ¿por qué voy a ceder en ellos si me asisten los mismos derechos, la misma carencia de verdad que a Ud? De hecho, ese trozo de terreno que Ud. sostiene que le pertenece, yo sostengo que es mío porque todo es relativo. ¿Cómo habremos de resolver nuestra disputa si no es  armándonos convenientemente? 
   Si todo es relativo, ¿por qué molestarse en hablar de corrupción, de mentiras, de cohechos de nuestra clase política? Todo es relativo y que el dinero que ahora está en las cuentas corrientes del político de turno sea, o no, dinero de nuestros impuestos, pues eso, es relativo. Podían robarlo y lo hicieron, todo lo demás es relativo y no tiene sentido molestarse u ofenderse por ello. Es más, si un juez se empeña en juzgar a un representante del pueblo, sólo cabe entenderlo como la maniobra política de un partido rival. Nadie debe empecinarse en hacer cumplir la ley de un modo tan inflexible como si derivase de una verdad absoluta.
   Ahora que ya sabemos que todo es relativo y la filosofía ha muerto, ¡viva la economía! Ahora que la verdad ha muerto también, ¡viva la política! Ahora que, naturalmente, la búsqueda de la verdad ha quedado obsoleta, ¡viva la fuerza bruta! ¡Todo es relativo! ¡viva la industria farmacéutica!

domingo, 11 de enero de 2015

Terror

   En la oscura Edad Media, toda corte que se preciara tenía su bufón, un tipo extravagante o medio loco que, con frecuencia, era el único capaz de cantarle las cuarenta al rey o noble de turno. Normalmente, manchar su espada con la sangre de un bufón era considerado algo innoble, vil, indigno de un caballero. Vivimos en la era de la ciencia, de la información, de la tecnología, la luz inunda nuestros hogares disipando la oscuridad y, con ella, los ideales caballerescos. Vivimos en la era en la que los que ametrallan a un bufón son “héroes”, modelos a imitar por cualquier joven que quiera defender la religión y cultura de sus padres. Vivimos unos tiempos no menos oscuros que los medievales, en la era del miedo y el terror o, si lo quieren expresado de otro modo, de la mentira. 
   Mentira es que estemos “haciendo frente a un desafío terrorista sin precedentes”, como ha afirmado el impresentable de Manuel Valls y repetirán hasta la saciedad políticos cuya estulticia sólo es comparable con la de los terroristas. Este terrorismo tan religioso, tan inspirado por un profeta y tan defensor de las tradiciones, copia su modo de operar, de la estructura desestructurada del terrorismo anarquista de finales del XIX y principios del XX y puede ser combatido exactamente como se hizo desaparecer aquél, mejorando las condiciones sociales para que dejara de haber la masa de desesperados entre los que reclutaban sus miembros.
   Mentira es que el terrorismo se combata con más presencia policial, con más cámaras de vídeo en las calles, con más controles en los aeropuertos, restringiendo las libertades y los derechos de los ciudadanos. “Protegidos” por la policía estaba el director de Chalie Hebdo y el propio edificio de la publicación, con la utilidad que se ha podido comprobar. Las idas y venidas de los terroristas han sido grabadas por cámaras que llevan años violando la intimidad de los ciudadanos que pasan diariamente ante ellas a cambio de tener un puñado de grabaciones que subir a youtube. Ni la lectura de nuestros e-mails, ni de nuestros whatsapps, ni de nuestros tuits, ni el policía que me hizo quitarme los zapatos en el aeropuerto de Orly, han impedido que un puñado de kalashnikovs, explosivos y lanzagranadas hayan llegado al corazón de París.
   Mentira es que los descerebrados que se han llevado por delante 17 personas pertenezcan a ninguna “organización”, medianamente organizada, que defiendan el Islam o que estén movidos por ideales, ideas o creencias reconocibles de algún modo. En el cerebro de alguien que asegura a la prensa que se ha llevado tres años planificando el atentado y que después se deja el carnet de identidad en uno de los coches que roba, puede haber una idea o una creencia a lo sumo, dudosamente habrá sitio para  algo más. Desde que en 2011, recibieran el encargo de un emir de la rama yemení de Al-Qaeda, no se les ha ocurrido preparar un piso franco en el que aguardar que la búsqueda policial aflojara para prolongar el terror. Procedentes de la delincuencia común, la era post-atentado la han copiado de Fast and Furious, una huida sin fin en la que llevarse por delante cualquier cosa que fuesen encontrando, incluidos los amantes de la comida kosher. No es de extrañar que dos de ellos se digan miembros de Al-Qaeda en Yemen y el tercero, integrante del Estado Islámico en “sincronización” con los anteriores. Hay que recordar que el Estado Islámico es una escisión de Al-Qaeda y que entre ambos ha habido algo más que palabras hasta el punto de que los milicianos de Al-Qaeda en Siria se ofrecieron voluntarios para defender la ciudad kurda de Kobane del asedio del Estado Islámico. En cualquier caso, de ser verdad su pertenencia a estos grupos terroristas, sería un hito que hayan matado franceses pues si por algo se caracterizan Al-Qaeda en Yemen y el Estado Islámico es por haber asesinado brutalmente un sinnúmero de ciudadanos yemeníes, iraquíes y sirios, musulmanes todos ellos hasta la médula. 
   Mentira es que la hipocresía de Occidente consista en denunciar estos atentados y no las muertes que causa en Oriente sin hacer ruido, como ha dicho el actor Willy Toledo que ganaría mucho si sólo abriese la boca para recitar lo que otros le escriben. Esto es algo muy típico. Si yo mañana salgo a la calle y denuncio todos los aires acondicionados y antenas parabólicas que vea y que si efectivamente se ven desde la calle son contrarios a la ley, nadie me alabará por haber cumplido con mi deber de buen ciudadano. Sin embargo, si en vez de denunciarlos me dedico a disparar contra los propietarios de dichos aires acondicionados y parabólicas en nombre, por ejemplo, de los derechos de autor de los arquitectos que diseñaron las fachadas de esos edificios, seguro que aparece alguien defendiendo mi acción. No hay nada como matar para que la gente busque razones.
   Mentira es que forme parte de los ideales republicanos franceses la libertad de expresión. La libertad de expresión no le interesa lo más mínimo a ningún gobierno de ningún país por muy democrático que se diga. Porque la hipocresía de Occidente no radica allí donde la encuentran progres pseudointelectuales. La hipocresía de Occidente consiste en defender cierta libertad de prensa en ciertos momentos y para ciertas cosas. Los caricaturistas franceses muertos por publicar viñetas de Mahoma, son mártires de la libertad. Los caricaturistas, los periodistas, los blogueros presos o muertos en Argelia, en Egipto, en Arabia Saudí, en Qatar, en Yemen, en Siria, en Irak y en tantos y tantos otros lugares, no existen, porque su existencia va contra los intereses (económicos) de estos gobiernos tan preocupados por la libertad de expresión y que jamás osarán convocar una marcha para defenderlos ante sus respectivos gobiernos.
   Mentira es que el Islam sea una religión cerrada, proclive a la violencia y caldo de cultivo de todo género de integrismos. Estoy seguro de que el asalto a Charlie Hebdo no ha sido celebrado únicamente en los desiertos del norte de Yemen. En hogares cristianos y judíos, mucho más próximos a nosotros, también se ha celebrado, pues con todos ellos se metieron sus redactores. Durante treinta años ETA discutió largamente si era o no socialista. Lo que no se discutió nunca fue su naturaleza católica, para eso nació en el belén de los seminarios. El IRA llevó a cabo durante décadas una guerra santa contra los protestantes, sin que nadie acusara nunca a sus miembros de integristas católicos, pese a que lo eran. Y mejor no hablamos de lo que está ocurriendo en la CIA, inundada desde hace años por los acólitos del Opus Dei. Ya lo hemos dicho en otra entrada, lo primero que hace una religión es colocarnos una venda en los ojos que nos impide ver los integristas de nuestra propia tribu y resaltar los integristas de las demás.
   Mentira es que hayamos sido puntualmente informados estos días atroces por medios de comunicación que disfrutan de la libertad de prensa. Apabullados por tantos vídeos, por tantas imágenes, por tantas fotos, infogramas, gráficos y mapas, casi han conseguido que olvidemos dos preguntas claves que no interesa que nos hagamos: ¿quién era el tercero de los asaltantes al edificio de Charlie Hebdo? y, sobre todo, ¿cómo y por qué un puñado de delicuentes de poca monta consiguieron meter en el corazón de París varios fusiles de asalto, un lanzagranadas, granadas y explosivos?
   Mentira es, en fin, que en España se sepa distinguir entre unos musulmanes y otros como han declarado dirigentes de asociaciones musulmanas, decididos a mantener un perfil bajo. Visiten Ceuta y Melilla, tomen el pulso de las ciudades, acérquense, si tienen valor, a sus barrios marginales, allí donde el radicalismo ha comenzado a desplazar al modo tradicional de entender el Islam en el norte de Marruecos. En realidad, no hace falta que vayan tan lejos. En esta ciudad de Sevilla que con tanto orgullo exhibe su pasado musulmán, ciudad tan acogedora, tan comprensiva, la comunidad islámica viene reclamando al Ayuntamiento terrenos para una mezquita desde hace cuatro décadas, generando enormes protestas en todos y cada uno de los barrios sucesivamente designados para su instalación. Naturalmente eso no es islamofobia, no, es miedo al musulmán, al musulmán pobre. Porque, eso sí, los mormones, cuya historia no está plagada de paz y amor precisamente y cuya falta de tolerancia es vista con recelo por los propios norteamericanos, obtuvieron rápidamente el permiso para una macro iglesia en cuanto mostraron sus posibilidades económicas al cargo político de turno.
   Y es que, cuando el terror aparece, las balas silban y las explosiones aturden, la primera víctima siempre es la verdad.

domingo, 4 de enero de 2015

Fotografiando humanos

   Blade runner es una de mis películas favoritas. Cuenta la historia de unos replicantes, creados para realizar trabajos específicos, con una desesperante tendencia a parecer humanos. Uno de ellos desarrolla el curioso aprecio por las fotografías que caracteriza nuestra civilización. Cuando sus perseguidores allanan su piso y se las arrebatan definitivamente, lo vive como si le hubiesen quitado un miembro de su cuerpo. Desde que Daguerre desarrolló su primitivo sistema allá por 1893, los seres humanos se lanzaron como locos a colocarse delante de un aparato que pudiera proporcionarles una imagen, medianamente parecida a lo que eran. Es difícil explicar la razón, de hecho, creo que no hay ninguna. Suele aludirse al deseo de inmortalidad, al ansia por perdurar, a ese ridículo temor a la muerte que poseemos los seres humanos, al menos occidentales. Si ésta es verdaderamente la explicación, puede apreciarse rápidamente hasta qué punto carece de racionalidad. Seguro que conserva en casa fotos de sus padres o, incluso, de sus abuelos. Fotos en las que aparecen caras que no le dicen absolutamente nada. Es bastante probable que sus abuelos estén en ellas y que Ud. no sea capaz de reconocerlos. 
   Una vez hice un experimento. Coloqué una fotografía sacada de Internet como fondo de pantalla del ordenador de una sala de profesores. Al principio la gente se extrañaba de ver aquello allí, pero pronto, presuponiendo que debía guardar alguna relación con el lugar en que se encontraban, comenzaron a sacar parecidos entre los retratados y personas que conocían. En realidad, las fotos no cuentan nada, son rostros sin nombres, tan perdidos y desaparecidos como el instante en el que se tomó, sin que de ellos se halla conservado más que una imagen, si lo quieren, un reflejo sobre el agua fría de un riachuelo. ¿Dónde está ahí la eternidad? ¿Qué es lo que ha perdurado, si es que hay algo que lo haya hecho?
   Tendrá ya en sus álbumes alguna imagen difícilmente ubicable, incluso con personas que no recuerda. Aún mejor, tendrá fotos en las que, por azar, aparecen personas que pasaban por allí y a las que, un día, alguien intentará buscarle su conexión con Ud. El instante fugaz que pretendió inmortalizar, se perdió mucho antes de que pudiera poner un nombre sobre él. Los modernos dispositivos hacen intentos desesperados porque olvidemos que la plenitud del instante está en la vida que encierra, no en su perdurar. Puede, por ejemplo, configurar la cámara para que, automáticamente, añada la fecha a la foto. Incluso, puede utilizar el ordenador para añadir un comentario. Mi padre lo intentó antes de que hubiera ordenadores personales. Cada una de las fotografías que me ha legado tiene escrita por detrás su fecha con letra bien legible. Eso no impide que se estén acombando y que el papel de los álbumes en las que están pegadas se haya vuelto amarillo, de hecho, algunas se están deshaciendo de puro viejo. Nuestra fotos, cuidadosamente guardadas en un disco duro no van a correr mejor suerte. Un día ese disco fallará o, lo que es más probable, el estándar de almacenamiento o de lectura cambiará, con lo que todos esos recuerdos tan celosamente guardados se perderán para siempre. Ya ha ocurrido con las primeras fotografías en color, las diapositivas, que procuraban imágenes nítidas como ninguna hasta entonces y que han acabado en la basura por toneladas porque sacarlas en papel o pasarlas a un archivo digital costaba más de lo que muchas familias podían pagar.
   Supongamos que nada de lo anterior es cierto. Supongamos que puede guardar todas esas fotografías eternamente. ¿Para qué? ¿Qué tarde de domingo apaga Ud. el televisor, el ordenador, el móvil, para ponerse a ver sus fotos? ¿Cuántas fotos es capaz de ver cuando por fin se sienta a hacerlo? ¿Para quién guarda todo ese arsenal de recuerdos que sólo Ud. es capaz de desentrañar? 
   Facebook es, sin duda, la solución. Ahí puede Ud. tener sus fotos con todos los comentarios que desee. Por supuesto, una vez más, no son para Ud. Son para todos los demás. Facebook promete lo que ningún disco duro, ningún CD, ningún DVD es capaz de hacer, la eternidad. De hecho, el problema de Facebook es, como con la iglesia, el contrario: uno entra casi sin pedirlo, pero ya no hay manera de borrarse. Facebook no olvida, nunca, a nadie. Ud. se morirá y se llevará consigo las claves de acceso a su perfil, pero Facebook seguirá mostrándole siempre lozano y joven, para nostalgia de todos aquellos que no van a visitarle, porque su rostro, sus fotos y sus comentarios, serán, ahora sí, lágrimas en una lluvia incesante de nuevos perfiles que inunden la red. De todos modos, todo esto es relativo. ¿Recuerdan cuando las redes sociales eran las páginas de chateo? ¿Se acuerdan del Messenger y su sonido insidioso? Dicen los que saben de esto que el monopolio de Facebook no tardará en ser asaltado por VK...
   No, nuestro apego por las fotos no tiene raíces racionales.  Piénselo un poco. Los occidentales nos reímos de aquellos pueblos que no quieren ser fotografiados por temor a que les roben su alma, pero ¿cuántas fotos ha partido en su vida? ¿eran de personas queridas u odiadas? ¿cuántas ha borrado de su cámara, de su móvil, de su ordenador, sin tener una copia de respaldo? ¿Qué sentiría si un amigo, un/a amante, borrase las fotos en las que Ud. aparece de su cuenta de Facebook? ¿Por qué? ¿le está haciendo daño, está hiriendo su piel... o está amenazando su aura? Nuestras fotos son nuestros fetiches, los objetos a los que nos aferramos para conservar nuestra juventud o nuestra alegría. Pensamos que, mientras las tengamos a ellas, tendremos algo, un vestigio, una memoria, de lo que fuimos, algo con lo que identificarnos y protegernos de las tragedias por venir.