domingo, 18 de enero de 2015

Depende

   Este blog refleja muy bien el estado de nuestra civilización. Esta es la entrada número 200, he escrito sobre lo humano y sobre lo divino y la más visitada y comentada de todas, con diferencia, es una que redacté hace un par de años sobre la misantropía. En el último comentario que me ha llegado un lector repite en su mensaje uno de los eslóganes de nuestra era: todo es relativo. En apariencia, casi es un canto a la tolerancia, pero su aparición en un contexto en el que se habla de misantropía, como digo, es un diagnóstico de nuestra era. La vieja cantinela se atribuye a Protágoras, el filósofo griego que afirmó que el hombre era la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son. Ha habido épocas en que la verdad se ha convertido en dogma, en piedra sacrificial más que angular. La verdad única, con un solo camino para acceder a ella, era el sostén de seres supremos cuyo dictamen no admitía recurso. Pero el muy relativista siglo XX conoció carnicerías sin cuento sin que hubiese una verdad reconocible en ellas. A lo mejor la idea de la verdad no era culpable de la sangre vertida en su nombre. Desde luego, la flexibilidad relativista, la supuesta tolerancia incluida en ella, ha sido incapaz de oponer ni siquiera un muro de arena para contener las fuerzas brutas de imperios en expansión. 
   Roma nació casi a la vez que esa indagación en pos de la verdad que solemos llamar filosofía. Lo hizo como república, vertebrada por una moral de la austeridad y la nobleza. De la filosofía, de la nobleza, de la austeridad, ni siquiera del panteón de antiguos dioses, quedaba prácticamente nada cuando se convirtió en imperio. El hedonismo, el estoicismo, que renegaban de grandes doctrinas más allá de lo estrictamente imprescindible para fundamentar una ética del disfrute o la salvación, poco menos que colaboraron en la fundación del imperio. Pero lo que impregnaba la sociedad ni siquiera llegaba a eso, era el escepticismo o el relativismo de cuño sofista que dejaba todas las direcciones igualmente libres para salvar el pellejo en cada momento. Todas las opiniones valían por igual, todos los dioses tenían la misma credibilidad, todo era igualmente válido. Desde entonces los grandes escépticos, los grandes relativistas, han sido coetáneos de los grandes imperios, desde Montaigne y el imperio español hasta Nietzsche y el imperio de los mil años (que, afortunadamente, no duró más que diez).
   Ciertamente ya no hay verdad ni mentira, todo depende de la cámara con la que se mira. La empresa de comunicación es la medida de todas las cosas, de las que son, es decir, de las que salen en la televisión y de las que no son, es decir, de las que no salen en la televisión. “Depende” se ha convertido en la respuesta única que otorgar a todas las grandes preguntas. Es una respuesta fácil, fácil de comprender y fácil de digerir. Es una respuesta democrática, está al alcance de todo el mundo, con independencia de cuáles puedan ser sus conocimientos o sus estudios. Pero, como ya hemos dicho, no es una respuesta, es un eslogan, un soniquete que, de tanto repetirlo, ni siquiera nos planteamos qué significa. 
   ¿Qué significa que todo es relativo? ¿Es relativo que el médico me haya diagnosticado un cáncer? ¿Es relativo que me estén apuntando con una pistola? ¿Es relativo que el político de turno hace y deshace las condiciones en las que se desenvuelve mi vida? ¿Es relativo que se puedan comprar cosas con dinero? Dicho de otro modo, “todo es relativo”, ¿es una verdad absoluta o también eso “es relativo”? Cualquiera de las dos respuestas que demos conduce a lo mismo, que existen verdades irrenunciables de las cuales podemos huir, pero no dejar de reconocer su existencia.  El “todo es relativo”, que asegura librarnos de los falsos dioses, que viene a destruir la dictadura de la verdad, tiene la misma pretensión que todos aquellos que enarbolan banderas libertadoras, atarnos con nuevas cadenas. 
   Si todo es relativo, relativo debe ser que estemos sanos o enfermos. Por tanto, desde un cierto punto de vista, Ud. está enfermo, aunque no tenga síntomas, aunque no se encuentre mal, aunque no perciba ninguna amenaza. ¿Por qué? Porque envejecer es una enfermedad, tener angustia es una enfermedad, no querer estudiar es una enfermedad. ¿A qué espera para tomar medicinas? 
   Si todo es relativo ¿qué sentido tiene hablar, discutir, dialogar? Ud. tiene sus intereses y yo los míos, ¿por qué voy a ceder en ellos si me asisten los mismos derechos, la misma carencia de verdad que a Ud? De hecho, ese trozo de terreno que Ud. sostiene que le pertenece, yo sostengo que es mío porque todo es relativo. ¿Cómo habremos de resolver nuestra disputa si no es  armándonos convenientemente? 
   Si todo es relativo, ¿por qué molestarse en hablar de corrupción, de mentiras, de cohechos de nuestra clase política? Todo es relativo y que el dinero que ahora está en las cuentas corrientes del político de turno sea, o no, dinero de nuestros impuestos, pues eso, es relativo. Podían robarlo y lo hicieron, todo lo demás es relativo y no tiene sentido molestarse u ofenderse por ello. Es más, si un juez se empeña en juzgar a un representante del pueblo, sólo cabe entenderlo como la maniobra política de un partido rival. Nadie debe empecinarse en hacer cumplir la ley de un modo tan inflexible como si derivase de una verdad absoluta.
   Ahora que ya sabemos que todo es relativo y la filosofía ha muerto, ¡viva la economía! Ahora que la verdad ha muerto también, ¡viva la política! Ahora que, naturalmente, la búsqueda de la verdad ha quedado obsoleta, ¡viva la fuerza bruta! ¡Todo es relativo! ¡viva la industria farmacéutica!

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