domingo, 4 de mayo de 2014

La máquina y el tiempo.

   El pasado fin de semana no apareció la habitual entrada en este blog por culpa de un problema informático. Mi ordenador llevaba varios días con un ruido raro. Al final, se apagó la pantalla y los intentos por reiniciarlo fueron baldíos. Según me dijeron en el servicio técnico se había ido el disco duro. Me lo devolvieron el viernes. Parecía funcionar correctamente y habían rescatado la práctica totalidad de datos. Por otra parte, suelo hacer copias de seguridad con cierta frecuencia. Sin embargo tener un ordenador que funciona bien resulta algo muy diferente de tener un ordenador que hace lo que uno necesita que haga. Con frecuencia ambos términos no pueden compatibilizarse. Dediqué todo el fin de semana a reinstalar los programas que necesitaba y a poner los datos en su ubicación pertinente. Cuando me di cuenta, pese a haber redactado una entrada, se había hecho tan tarde que no podía dedicarme a subirla. 
   Hasta aquí un relato aburrido por habitual y que seguro que a Ud. querido/a lector/a, le sonará extremadamente familiar porque lo ha vivido en alguna ocasión. Lo extraño, lo sorprendente, de toda esta historia consiste, precisamente, en que nos resulte tan aburrido por familiar. Hace apenas dos generaciones, los seres humanos podían vivir sin tener que afrontar el terror de perder todos sus recuerdos, de verse incapacitados para sus tareas habituales, de comprar, mantener el contacto con sus amigos y, sobre todo, ver desaparecida su identidad, por el fallo de un dispositivo. Nuestros padres, nuestros abuelos, se sorprenderían ante la certeza con que nos confrontamos cada día, a saber, que únicamente el papel garantiza la perdurabilidad.. Las fotografías no impresas, las canciones no recogidas en discos de vinilo, están destinadas a desaparecer como lágrimas en la lluvia. 
   Si uno abre un libro de los años 30 del siglo XX, El ser y el tiempo de Martin Heidegger, por ejemplo, no puede dejar de sonreír. Heidegger comienza muy bien, nos advierte que los útiles nos rodean aunque no reparamos en ellos... hasta que dejan de estar presentes o pierden su utilidad. En esto consiste el famoso ser-a-la-mano que bien podría definir lo que le ocurrió a mi disco duro. Este escrito describe algo del mundo actual, por tanto, hasta la página 115 o por ahí. Desde ese momento todo se transforma. El ser-a-la-mano ya no configura un espacio o, por lo menos, no un espacio físico. Los entes que mi mano buscaba para poner mi ordenador de nuevo en funcionamiento no se hallaban, desde luego, en mi cercanía. Todo lo más en la cercanía de mi ordenador, en esa red posicional que configura Internet y en la que la cercanía no la marca lo largo de mi mano sino el número de nodos que hay que atravesar hasta llegar a un servidor remoto. El ordenador, la red, la máquina o la tecnología, como se quiera decir, configura ahora el mundo, mundo no espacial o, al menos, no físicamente espacial, sino de un espacio topológico. De hecho, ya no se nos puede definir como “seres-con”. No convivimos o, dicho de otro modo, las personas que configuran nuestra vida no se hallan con nosotros en la misma habituación, edificio, ciudad o país. Incluso en el caso en que así pueda describirse la situación, no establecemos una relación con ellas por nuestra con-vivencia, la establecemos por medio de un aparato, como esos amigos que se mandan whatsapps de un lado a otro de la mesa del restaurante. De la máquina, no de los seres humanos puede ahora decirse con exactitud que “es-con”. Toda máquina “es-con” otra máquina con la que se conecta y sin la cual no podría existir. Una máquina que no “sea-con” otra, que no pueda “compartir un mundo”, quiero decir, información, con otra máquina, carece por completo de sentido y resulta condenada a su destrucción. 
   La propia máquina ha devenido el Da-sein de Heidegger, el ser-ahí, que en otras ocasiones aparece descrito como un kéntron, como el punto que define un entorno u horizonte. El televisor  está situado en el centro no geométrico, pero sí vital de nuestros salones. En torno a él se configura el horizonte de nuestras miradas. Otro tanto cabe decir de los ordenadores en nuestros despachos, oficinas y hogares. Como ya he explicado esta duplicidad de centros resulta incómoda y se acerca la época en que un sólo centro lo configure todo. Desde ese centro, el ser-ahí, quiero decir, el dispositivo, el televisor, el ordenador, se “encuentra”. El “encontrarse” lo define Heidegger de un modo cándido como el “temple”, el “estado de ánimo”, en resumen, el modo en que se conecta con lo que le rodea el Dasein. Y, en efecto, de ese centro ocupado por nuestro ordenador brotan todo tipo de conexiones hacia los más diferentes dispositivos para garantizar el ser-con de nuestra máquina. Conexiones que, como el temple o el estado de ánimo, dependen del día. Hay días en que nuestros aparatos deciden que no tienen ganas de conectarse y hay que hacerles verdaderas cucamonas para conseguir cambiar ese temple. De hecho yo tuve un ordenador al que había que mecer para que funcionara. Sí, sí, como lo oye, mecerlo. Un día le daba al botón de encendido y no ocurría nada. Le quitaba todos los cables a la torre, la cogía en brazos, le daba un paseíto por la habitación, volvía a enchufarle todos los cables y voilà, funcionaba a la perfección(*).
   Realmente podríamos seguir esta interpretación de El Ser y el tiempo mucho más lejos, pero bastará con recordar que, según Heidegger, el “ser-para-la-muerte”, configura toda la temporalidad del Dasein y su propia “mundaneidad”, quiero decir, su “ser-en-el-mundo”. No puede describirse con mayor precisión lo característico de cualquier dispositivo, su obsolescencia programada, el hecho de que, más pronto que tarde, dejará de funcionar, bien por un fallo, bien por no poderse conectar con los nuevos dispositivos que vayan surgiendo. Resulta ridículo, por tanto, leer las advertencias de Heidegger de que la técnica oculta el ser de las cosas, sus profecías ante un mundo técnico que tergiversa el sentido real de los acontecimientos. Sospechaba, quizás, lo que ha acabado ocurriendo, que la técnica se ha convertido en el único y verdadero ser de las cosas y que la propia filosofía de Heidegger no resulta inteligible hoy día más que como una analítica ontológica de nuestras máquinas. Al fin y al cabo, no hay mayor ejercicio de hermenéutica que interpretar lo que dice un manual de instrucciones.
   Por cierto, mi ordenador ha dejado de funcionar otra vez..





   (*) ¿Imposible? Pues no. Ocurría eso exactamente y se trataba de un problema de conexiones. El cable de la fuente de alimentación no entraba completamente en el enchufe del disco duro. El meneíto por la habitación solía hacer que entrara el par de milímetros suficientes para hacer contacto. Me costó media docena de viajes al servicio técnico averiguarlo.

domingo, 20 de abril de 2014

La reserva espiritual de Occidente (y 2)

   A veces, cuando digo que las religiones son un chiringuito financiero, la gente se ofende. La verdad es que no pretendo ofender a nadie cuando hago tales afirmaciones, me limito a exponer una hipótesis heurística. Buena parte de los principios con los que los técnicos de marketing se ganan la vida, fueron descubiertos hace miles de años por las jerarquías religiosas. Uno de los más evidentes es la importancia de la imagen de marca. Los empleados, los puntos de venta, los folletos, deben ser fácilmente identificable a través de imágenes, colores y símbolos. Todo el mundo sabe lo que está viendo cuando se cruza con un señor de larga sotana negra y fajín rojo, del mismo modo que reconocemos una empresa por sus colores de marca. La propia cruz, como la media luna o la estrella de David no es otra cosa que el logo de la empresa, omnipresente en cada templo como lo es en cada tienda. La función de estos colores, de estos símbolos es primordial, porque las empresas, como las religiones, progresan no gracias a la calidad de los productos que ofrece, sino a las expectativas que logra despertar en el creyente. Del mismo modo que el turista es capaz de predecir el sabor de la comida que va a paladear en tierras exóticas sólo con ver la M de McDonald's, adivina fácilmente cómo debe efectuar su pedido y reconoce cada producto aunque no conozca el idioma, el devoto debe saber qué ambiente le espera al traspasar el umbral del templo de su creencia en tierras extrañas. De algún modo se sentirá en casa, en su hogar, en comunión con quienes le rodean, como lo están todos los que en un momento dado paladean un Big Mac. Por supuesto, cada culto, como cada tempo de McDonald’s, tiene sus peculiaridades locales, pero lo esencial, es decir, el espíritu, es común.
   A veces, una franquicia, un empleado, recibe órdenes que no comprende o no comparte. Estas órdenes llegan de “más arriba”, de la sede central, como cuando El Corte Inglés decide hacer determinada promoción en unas fechas concretas. Los empleados, los sacerdotes de parroquia, son los últimos en enterarse y, sea cual sea su opinión personal al respecto, han hecho voto de obediencia. Respetará las órdenes y seguirá repartiendo cariño con una sonrisa. El Papa, el cónclave religioso de turno, como Isidoro Alvarez, es infalible. En este punto es probable que algún creyente salga con la consabida historia de que estoy confundiendo la religión con la jerarquía religiosa, es decir, que una cosa es el cristianismo, por ejemplo y otra muy distinta la iglesia. Este tipo de objeciones me resultan completamente ininteligibles. Es algo así como decir que una cosa es El Corte Inglés y otra muy distinta sus tiendas, franquicias y empresas participadas, o que una bacteria modificada por ingeniería genética para matar jóvenes entre 18 y 30 años no es mala, que lo malo es lo que se haga con ella. No, mire Ud. con una bacteria  modificada genéticamente para matar lo único que se puede hacer es matar y con una religión basada en la existencia de un dios verdadero lo único que se puede hacer es dotarla de una estructura que asegure la imposición de su verdad excluyente.
   Una vertiente de la objeción anterior es que hay gente y sectores dentro de cada religión que hace mucho bien por los demás, llegando al punto de mantenerse fiel a los supuestos dictados de esa religión. Semejante tesis no afecta en nada a lo que venimos diciendo. Es algo así como afirmar que El Corte Inglés es una empresa buena porque en ella trabajan muchas personas de indudable calidad moral o porque aporta dinero a numerosas ONGs. Ninguno de estos hechos demuestra que su función principal, como la de cualquier religión, es vender, quiero decir, hacer dinero del modo más duradero posible. De hecho, si me apuran, yo me siento mucho más inclinado a creer en El Corte Inglés que en cualquier religión porque para mí es un misterio mayor cómo consigue semejante empresa beneficios todos los años que el misterio de la santísima trinidad.
   Admito, de todos modos, que la comparación con El Corte Inglés es inadecuada. Uno va a El Corte Inglés y, tras mucho pelearse con los dependientes, suele conseguir comprar algo por un precio superior a cualquier otro sitio. Pide que se lo envíen y, al cabo de unos días, tiene el producto en casa. Descuajaringado casi siempre, pero lo tiene. Una religión cobra hoy por unos servicios que llegarán mañana o pasado o nunca. Pagas no para usar algo, pagas para dormir tranquilo. Una religión es, por tanto, más parecida a una empresa de seguros, vende humo. 

domingo, 13 de abril de 2014

La reserva espiritual de Occidente (1)

   Dice la Constitución que el Estado español es laico y aconfesional. Hasta ahí llega el laicismo de este país, hasta una declaración. La realidad, la realidad social y política es otra  diferente y algo compleja. Es famosa cierta encuesta, realizada en las fechas en la que se proclamaba la laicidad del Estado, en la que se preguntaba a los madrileños un domingo si eran católicos practicantes. Hasta un setenta por cierto respondía afirmativamente. Pero si se les preguntaba qué habían hecho esa mañana, apenas un veinte por cierto mencionaba haber acudido a misa. Si hace Ud. la prueba, podrá constatar la realidad social de dicha paradoja. En una misa cualquiera de una iglesia cualquiera habrá apenas media docena de ancianitas y un puñado de jovenzuelos en edad de hacer la primera comunión. Pídale al párroco fecha para una boda, la respuesta más habitual es que está todo cogido hasta dentro de doce o quince meses. Los españoles declaran su descreimiento, lo cual no les impide tener un crucifijo por delante en todos los ritos de paso, bautizo, comunión, boda y entierro. La iglesia, que conoce bien su negocio, lo admite, igual que puede oír a catequistas y demás comerciales de la cruz, difundiendo entre los jóvenes la especie de que uno puede ser católico y creer en la reencarnación.
   El catolicismo de España es un catolicismo light, 2.0, difuso, por no decir confuso, porque la iglesia católica ha admitido que la llamen como quieran para no dejar de ser la religión de facto del país. Más allá de ropajes de seda, de camuflajes y de todo género de travestismo, las cruces tardaron más de veinticinco años en abandonar las paredes de las sedes oficiales de un poder autodeclarado laico. Cuarenta años lleva un Estado laico incluyendo firmemente la religión católica en sus planes de estudio, a pesar de todas las redistribuciones habidas y por haber de las horas lectivas. En nuestros centros educativos se puede dejar de impartir filosofía, latín, biología, tecnología o cualquier otra cosa, pero no se dejará de formar el espíritu católico nacional. Naturalmente, todo se hace de como si no, disimulando, como quien no quiere la cosa. La asignatura se llama “religión” y se ha tenido la desfachatez de firmar un convenio (de hecho, ha sido firmado varias veces) con las religiones minoritarias para que ellas también puedan ser impartidas en los centros educativos. Pero, casualmente, nunca hay dinero, profesionales o alumnado, para que se acabe enseñando cristianismo evangélico, judaísmo o islam. Poco a poco, empujadas más por la realidad social que por un deseo de aplicar la ley, las administraciones van permitiendo que los alumnos que lo desean pueden recibir clase de esas otras religiones toleradas.
   No se trata sólo de la educación. Los mismos políticos que  sacan pecho junto a un paso, junto a un obispo o con ocasión de la coronación de alguna virgen, han convertido la tarea de tener tierra consagrada por la propia religión, cuando ésta no es la católica, en una lucha titánica.
   Pero con lo que llevamos dicho no nos hemos acercado lo más mínimo al problema fundamental. Porque el problema fundamental de toda religión no es la respuesta que da a la vida después de la muerte, ni el dios que la ha alumbrado, ni la existencia o no del pecado. Si Ud. conoce algo de cualquier religión habrá podido comprobar cómo, apenas uno se adentra en ella, comienza a obtener respuestas que escapan al más somero control racional. Por supuesto, el nivel de explicaciones al que me estoy refiriendo es el del creyente medio, porque si a lo que acudimos es a las fuentes escritas, allí queda claro (además de la obvia cuestión de que si el plagio hubiese sido un delito en la antigüedad, todos seríamos fieles de una religión única) la total ausencia de lógica de cualquier religión. Claro, dicen los creyentes, porque la religión no es una cuestión lógica ni racional, es una cuestión de fe. Yo más bien creo que, en realidad, lo que ocurre es que los libros sagrados, los dogmas, los mandatos de la deidad, son más bien cosas secundarias y sin importancia verdadera en las religiones. Si fuesen tan importantes como se nos quiere hacer creer, después de tantos milenios, se hubiese hecho algo más creíble, mejor elaborado. Lo realmente importante de cualquier religión es lo que engrasa sus creencias, lo que las ha hecho perdurar a lo largo de los siglos y lo que les otorga todo su poder. Y eso, queridos amigos míos, no es otra cosa que el dinero, porque la religión, cualquier religión, es un chiringuito financiero: vende promesas de futuros beneficios intangibles a cambio de muy tangible oro. Demostrarlo es muy fácil, basta con observar el comportamiento de la iglesia católica. Mientras los comedores de Cáritas se llenan de gente necesitada, mientras sus fieles sufren y pasan necesidades, su voz guarda un recogido silencio. Cuando llega la hora de renovar el convenio con el Vaticano por el que el muy laico Estado español sigue financiando a la iglesia católica, bien que se oyen sus airados gritos contra “la violencia del laicismo radical”. Esta es la razón por la que los escritos sagrados de las religiones son tan chapuceros, están escritos con la misma desgana que los folletos informativos de las empresas cotizadas en bolsa.

domingo, 6 de abril de 2014

Aguirre y la cólera del pueblo

   Érase una vez una de esas repúblicas surgidas tras la desintegración del bloque comunista. Había en ella un bonito lago cerrado en exclusiva para el uso y disfrute de los prohombres de la patria, hasta que un ciudadano como Ud. y como yo tuvo la desfachatez de profanarlo bañándose en él. Lleno de justa indignación al ver sus privilegios pisoteados, cierto diputado tomó el arma a la que le daba derecho la ley, se plantó en la casa del profanador y le descerrajó cuatro tiros delante de su mujer y de sus hijos. Después, algo más calmado, se subió a su vehículo de lujo y se marchó. Cuando la noticia apareció en la prensa europea, la policía aún no había acudido a la humilde mansión del diputado para arrestarlo. Aunque le perdí la pista a la noticia, es probable que la polvareda que se levantó lo condenara a abandonar el parlamento y a pasarse el resto de su vida recluido en alguna empresa energética como director general.
   En España no ocurren tales cosas. Por algo somos un Estado de Derecho, es decir, aquí, al que osa atentar contra los privilegios de la clase política, lo juzgan. Es lo que está ocurriendo actualmente con un grupo de ciudadanos que intentaron rodear el Parlament de Cataluña el 15 de junio de 2011. Hemos podido ver a diputados autonómicos, al borde de las lágrimas, recordando cómo fueron amenazados de muerte por sus votantes (al parecer le dijeron: “vamos a acabar con tus privilegios”) y al futuro padre de la patria, Don Arturito Mas, explicando hasta qué punto se sintió coaccionado cuando tuvo que oír la voz de ese pueblo al que tanto dice amar. Paralelamente dos personas han muerto al ser arrestadas por los mossos d’escuadra, incidentes que ya tenían un precedente hace unos meses. Se abrirá una investigación y, probablemente, se concluirá que los mossos actuaron debidamente. No es una coincidencia, es una advertencia. Advertencia de que el futuro Estado catalán será independiente y será una república, lo que no será es más libre. Las cartas, los cargos y, sobre todo, los fantásticos 16.000 millones de euros que brotarán de las piedras con la independencia, están ya repartidos y cualquiera que ose levantar la voz para denunciar el gigantesco amaño que se está preparando será, primero, acusado de agente español infiltrado y, posteriormente, puesto a disposición de los mossos d’escuadra para que “actúen debidamente” con él.
   La pugna entre Madrid y Barcelona, como la que hubo entre Castilla y Aragón, nunca fue una pugna acerca del modelo de Estado, sino una pugna acerca que quién iba a manejar el cotarro. Ha sido en Madrid en donde una pobre anciana detuvo su vehículo en pleno carril bus para ir a sacar dinero de un cajero. La pobre mujer observó cómo unos policías locales se acercaban a ella en la violenta disposición de ponerle una multa. Multa que, por otra parte, podía ascender a doscientos euros. La pobre anciana de la que hablamos apenas si cobra una mísera pensión de ex-presidenta de la Comunidad Autónoma y malvive con ella y con los ahorros que ha podido ir juntando tras su esforzado trabajo como presidenta del Senado, Ministra y otras duras labores semejantes. La cuantía de la multa implicaba para ella, pues, penurias sin cuento hasta final de mes. Aterrorizada, se metió en su vehículo y se dio a la fuga, no sin antes golpear la moto de uno de los policías, tan mal aparcada que no le permitía huir sin hacer maniobras. En su fuga, se le aproximó otro coche de policía desde el que le dirigieron feroces insultos machistas, sexistas y clasistas, tales como: “Señora, haga el favor de parar”. Al fin, llegó a su humilde morada, entró en su humilde garaje y envió a su humilde escolta pagada por todos nosotros (no olvidemos que esta señora, como todos los que ostentan el título de grande de España, es muy humilde) a negociar con los policías revolucionarios que la acosaban con la intención, entre otras bajezas, según declaró nuestra protagonista, de hacerle una fotografía vejatoria en la que se la viese cumpliendo con su deber de ciudadana. La pobre ancianita de la que hablamos se llama Esperanza Aguirre, es presidenta del PP en Madrid y, a poco que los jueces la dejen en paz, puede llegar a ser candidata a la presidencia del gobierno. Ese día, que se atengan a las consecuencias los que se atrevan a profanar alguno de los muy privilegiados clubes a los que tienen derecho los políticos españoles.

domingo, 30 de marzo de 2014

Escenas madrileñas

   La capital del Estado ha sido estos días escenario de hechos, aparentemente, paradójicos. El pasado 22 de marzo se desarrolló en ella la llamada “marcha por la dignidad”, una manifestación popular de dimensiones respetables contra los recortes, las políticas económicas que se vienen poniendo en práctica en general y los políticos en particular. En ella confluyeron cuatro columnas que habían avanzado hasta Madrid desde los puntos cardinales del país, cada una representando el rechazo a un paquete de medidas contra la crisis. La magnitud de la protesta era tal, que se urdió un descarado plan para evitar que se hablara durante mucho tiempo de su significado. El plan se inició con el mayor despliegue policial de la democracia para un evento de este tipo. Eso sí, a los policías no se los dotó del material necesario para la Tercera Guerra Mundial que, según parecía, se iba a desencadenar. De hecho se los coordinó poco y mal. Tampoco se impidió la llegada a la capital de grupos radicales, es más, se evitó toda medida posible contra ellos hasta que ya estuvieron adecuadamente desplegados en la retaguardia de la protesta. Finalmente, se adoptaron todas las decisiones necesarias para conseguir que alguna unidad antidisturbios quedara aislada en medio de ellos. Al fin se logró que un apabullante despliegue policial con una superioridad numérica desproporcionada respecto de los elementos violentos de la protesta, fuese incapaz de impedir destrozos de todo género y que hubiese tantos heridos entre los policías como entre los grupos radicales. El objetivo se había conseguido. Dos semanas después se sigue hablando de los violentos, de la actuación policial y de lo peligroso que es que los ciudadanos intenten hacer otra cosa que no sea agachar la cabeza y asentir. Si alguien tiene duda de que éste era el objetivo, ahí están las multas draconianas que se van a imponer a los convocantes de cada una de las marchas sobre Madrid. Casualmente, además, todo esto ha coincidido con el esperado varapalo que las instancias judiciales están propinando a la “ley Fernández”, que, de facto significaba prohibir cualquier forma de protesta ciudadana.
   Unos días después moría Adolfo Suárez, primer presidente de nuestra actual democracia. La calle fue nuevamente ocupada por los ciudadanos. Muchos de los mayores de cierta edad que participaron en la anterior protesta, acudían a presentar sus respetos al difunto Suárez. Su féretro fue llevado por las calles de Madrid en medio de un sobrecogedor silencio. Como casi siempre, los ciudadanos estuvieron a la altura de los hechos. Cuando la ceremonia terminó, los políticos escucharon lo que ya están habituados a escuchar, gritos, insultos, recriminaciones de todo género. “A ver si aprendéis de él”, fue la más común.
   El caso es que Suárez fue un político de pura cepa, ambicioso como ninguno y hábil como pocos. Sabía decir una cosa y su contraria o, mejor aún, no decir nada y que cada cual interpretara lo que esperaba oír. Famosa es aquella entrevista con altos mandos militares en la que éstos salieron convencidos de haber escuchado que el Partidos Comunista jamás sería legalizado en España. Dos meses después fue legalizado. Nunca se lo perdonaron. A Suárez le llovieron los intentos de golpe de Estado, las manifestaciones, las protestas callejeras, las huelgas, los atentados terroristas y los sobresaltos de todo tipo. Gobernó sin mayorías absolutas y sin que ningún grupo de comunicación le apoyase. Cada mañana se desayunaba portadas incendiarias en los periódicos de todo signo. Sus reformas iban demasiado lentas según unos y demasiado rápidas según otros. Hasta su dimisión, el único apoyo incondicional fue el del rey, en su propio partido trataron de hacerle la cama desde el primer día.
   Con la perspectiva del tiempo, la mayoría ha ido reconociendo lo que recuerdo haber oído en casa por boca de mi padre en aquellos días, que su tarea era heroica y monumental, que sorteó todos los peligros que fueron surgiendo a su paso y, sobre todo, que gobernó no para satisfacer sus ambiciones personales, sino para la inmensa mayoría. Suárez, en efecto, tuvo en sus manos un cuerpo policial que, en  esencia, era la policía de Franco. Tuvo en sus manos los elementos suficientes para haber gobernado a capricho. Y, sobre todo, tenía la capacidad, el encanto y los conocimientos suficientes para haberse aferrado a su poltrona indefinidamente. Prefirió siempre pactar, intentó siempre conseguir un acuerdo duradero en lugar de una rápida victoria que durase cuatro días, pensó constantemente en pasado mañana en lugar de obsesionarse con el ahora. Hoy está muy de moda resaltar las sombras de la Transición y afirmar que nuestra carta magna está anticuada. Se olvida todo lo que se hizo posible en un ambiente decididamente hostil, todo lo que aún cabe en nuestra Constitución si se pudieran recuperar políticos con agallas como los de entonces. Precisamente hoy hay que recordar que hombres como Suárez, que vivieron acosados por la calle, por las protestas, hicieron posible esta Constitución que protege el derecho de los ciudadanos a protestar contra sus políticos. Por eso, porque Suárez gobernó para permitir que la gente le criticara, es por lo que sus exequias han sido despedidas en medio de un impresionante respeto popular. Habrá que ver cómo despiden a estos cuando les toque el turno. 

domingo, 23 de marzo de 2014

La gloria de los mares

   Este caso ha saltado a la portada de los periódicos. El ocho de marzo, llegó al puerto libio de Es Sider el petrolero Morning Glory, con bandera norcoreana. En la actualidad, Es Sider, como otros puertos dedicados al comercio del petróleo, está controlado por una de las milicias armadas que derrocó a Gadafi. Nominalmente, tales milicias están a las órdenes del gobierno provisional, pero la realidad es que hacen lo que les viene en gana sin someterse a autoridad civil alguna. Las que controlan Sirte dicen luchar por una mayor autonomía, cuando no independencia, de la Cirenaica y para demostrarlo, no tuvieron empacho en atiborrar el Morning Glory de barriles pertenecientes a una compañía petrolífera que no tenía nada que ver con el barco. El gobierno libio puso el grito en el cielo y amenazó con hundirlo si hacía falta. Pero, claro, una cosa es decirlo y otra hacerlo. Escoltado por los rebeldes libios, no le resultó muy difícil burlar el bloqueo (si bien sufriendo ciertos daños) y alcanzar aguas internacionales. Aprovechando el fiasco, el parlamento (reunido en un hotel), destituyó al primer ministro (que tenía que haber cesado en el cargo en febrero) quien, acto seguido, tomó un avión para Alemania, dejando al país sumido en el que parece ser su estado habitual de confusión.
   La compañía que se había tomado la molestia de sacar el petróleo de un pozo, pertenece, de facto a una serie de empresas norteamericanas, así que, casualmente, dicho país decidió restablecer la legalidad internacional. Un comando de las SEAL asaltó el petrolero, ya en aguas de Chipre, y acaba de devolverlo a las autoridades libias. Hasta aquí los hechos que todos los medios de comunicación cuentan con grandes titulares y que sirven para esconder las preguntas realmente interesantes. La primera, obviamente, es a quién pertenecía el buque. Parece una pregunta sencilla, ¿verdad? Pues no lo es. Aunque su bandera y su modo de operar inducen a pensar en un Estado gamberro como Corea del Norte, las autoridades de dicho país se han desentendido por completo de lo sucedido, hasta el punto de retirarle la bandera al barco (en la práctica, borrarlo del registro de los barcos que tienen derecho a su pabellón). Dos israelíes y un senegalés han sido detenidos tras haber visitado el buque y, al parecer, haber intentado su venta. Resultará muy difícil hacer alguna acusación concreta contra ellos. Con toda probabilidad fueron contratados para este fin. Lo mismo cabe decir de la tripulación. Son libios, eritreos, sudaneses, asiáticos, con un contrato firmado por alguna otra empresa, casi con toda seguridad, creada ex profeso para este viaje. En cuanto al capitán, den por descontado que en su contrato figura el sello de una tercera empresa, también nacida cuatro días antes de redactarlo. Dicen las malas lenguas que el buque y su cargamento (probablemente, de modo separado) fueron vendidos una primera vez apenas salir de las aguas libias. Si sigue la pista de las empresas que he mencionado antes, encontrará tras ellas una maraña de otras empresas, participando unas en otras de modo extremadamente confuso y acabando todas, más tarde o más temprano, en algún territorio famoso por su opacidad fiscal, tal como Gibraltar, el mismo Chipre, las Seychelles... De allí, el dinero emerge, limpio como una patena, para terminar en las cuentas de ciertas honorables familias con sonoros apellidos, entre otros, griegos y libaneses.
   Esencialmente, la bandera que lleva un barco se compra.  El propio barco es propiedad de una compañía que lo tiene como único activo y que lo vende, más que lo alquila, para cada travesía. Capitanes y tripulación son contratados de modo anónimo sin que se conozcan entre ellos. Muchos patronos de navíos han vivido la experiencia de tener que zarpar con una tripulación formada por campesinos que acababan de abandonar sus arados y se mareaban apenas salir del puerto. No le pregunte a ninguno de ellos por lo que transportan, prefieren no saberlo. De hecho, ni siquiera tienen seguro hacia dónde se dirigen. Es relativamente frecuente que barco, tripulación y mercancía cambien de manos en mitad de su ruta. Los barcos viejos son enviados para su desguace a remotos puertos orientales de los que vuelven, no a trocitos, sino enteros, rematriculados, renombrados y pintados, listos para circular otra vez en una práctica tan frecuente como rentable. Aunque lo más rentable de todo es violar los embargos internacionales y los bloqueos comerciales. El riesgo para quien financia tales operaciones es prácticamente nulo. Incluso si lo perdiese todo aparecería un seguro, bien contratado del modo habitual, bien conseguido mediante operaciones especulativas en bolsa o bien, lo más frecuente, combinando ambas opciones. 
   Hubo una época en que los intelectuales europeos, entre ellos mi querido Leibniz, pedían un mar libre. Quizás ha llegado la hora de dar marcha atrás y pedir que en los mares deje de imperar la libertad del más fuerte.

domingo, 16 de marzo de 2014

Impuestos

   Una de las incongruencias más divertidas que pueblan nuestras incongruentes cabezas es que todos queremos mejores servicios públicos pagando menos impuestos. Nos quejamos de la policía, del ejército, de los profesores, de los médicos, de los hospitales, de los jueces, del cuidado de parques y jardines y hasta de los inspectores de Hacienda. Todos ellos trabajan poco, cumplen de mala manera sus funciones, no se comprometen con su trabajo, no rinden lo suficiente, llegan tarde y se van pronto. Los propios edificios oficiales están desvencijados, saturados, ofreciendo unas prestaciones penosas a sus usuarios. Las listas de espera son exageradas, los retrasos en la justicia desmedidos, la dilatación de los procedimientos burocráticos desproporcionada. Eso sí, todos queremos también pagar salarios ridículos a los profesionales, eludir los gastos de mantenimiento y reposición de materiales y, por encima de todo, que el dinero necesario para ello salga del bolsillo del vecino, no del nuestro. Protestamos por cada euro que se lleva Hacienda, pero no solemos recordar cuando llevamos horas esperando a que nos atiendan en la sala de urgencias de un hospital, que si Hacienda se hubiese llevado algún euro más, tal vez no estaríamos en esas circunstancias.
   No me gustan los Estados, no me gustan sus estructuras, ni creo que las funciones que ejercen tengan otro objetivo que el  control de la población, quizás porque conozco todo ello desde dentro. Sin embargo, es cierto que, a cambio de ese control exhaustivo, ofrece un cierto género de protección a algunos segmentos de la población que lo necesitan. Lo diré de otro modo, no creo que la desaparición de los Estados signifique por sí misma la desaparición de todos los males de la humanidad y ni siquiera de la mayoría. En cambio sí creo que si el mercado dejara de ser libre todos lo seríamos un poco más (por eso tengo ciertas simpatías por los anarquistas, por su candorosa inocencia). Así que, siendo un mal, necesitamos, de momento, de los Estados para que no haya males mayores. El problema es que, a su vez, los Estados, para funcionar, necesitan dinero. En lugar de controlar los mercados, los Estados quedan pues supeditados a ellos, como lo ha demostrado la reciente crisis. Por tanto, a cambio del control que sigue ejerciendo sobre los ciudadanos, la protección que les puede brindar es cada vez menor. La única conclusión posible de semejante proceso está puesta negro sobre blanco en el reciente informe del comité de expertos sobre la reforma fiscal en España.
   Es un viejo truco político que, cuando se pretende acometer  algún tipo de salvajada se le encarga a un comité de “expertos” un informe sobre el tema en cuestión. Como los “expertos” son elegidos por el gobierno, se los selecciona de entre aquellos que predican las formas más radicales de la salvajada en ciernes. De este modo, el gobierno en cuestión “desoye” a los expertos y propone una versión mucho más “moderada” de la reforma que no es otra que la salvajada que desde un principio se había tramado. Todo el mundo sabe que el PP ambicionaba desde hacía tiempo una reforma que disminuyera el número de tramos en el IRPF, con una bajada de impuestos para los más ricos, una subida para los menos ricos y un IVA sanguinario para todos por igual. Que los “expertos” hayan propuesto una versión exagerada de estas medidas nos acerca un paso más a los objetivos del partido en el gobierno. Para entender su alcance citaré a nuestro queridíssimo y amadíssimo Sr. ex-presidente del gobierno el zapatitos, quien, en una ocasión, preguntó: “¿por qué no va a ser progresista reclamar un tipo impositivo único?” Dicho de otra manera, un tipo impositivo único puede ser progresista, nunca algo de izquierdas. Supongamos que sólo existiera un tramo impositivo, es decir, que todos los ciudadanos que hacen la declaración de la renta pagaran, digamos, el 10% de sus ingresos a Hacienda. ¿Sería una distribución equitativa? La respuesta es muy simple, si echamos un 10% menos de arroz en un plato, el comensal, probablemente, se quedará con hambre. Sin embargo, si a una langosta le quitamos el 10%, como mucho, la serviremos con una pata menos (vamos, digo yo, porque las únicas langostas que he visto en mi vida son de las que se comen las cosechas). 
   Bajar los tramos y el tipo de los impuestos que se recaudan vía IRPF y subir el IVA tiene un resultado muy simple. El IVA lo pagamos todos, los tramos altos del IRPF quienes tienen más. Todos acabaríamos abonándole a Hacienda lo que ahora sólo abonan los que tienen más. Como, además, el gobierno modifica el IVA de los productos a su antojo, comprar un libro podría llegar a tener un tipo del 22 ó 23%, mientras que el IVA de un yate seguirá siendo del 18%. Esto, indudablemente, gravaría el consumo, precisamente, el que habría de ser el motor de la recuperación económica. De modo que, al final, después de conseguir que los ricos paguen menos y el resto de la población bastante más, Hacienda seguiría sin recaudar lo que necesita debido a la depresión del consumo que se va a originar. En resumen, con las propuestas de la Comisión Lagares y, en especial, con la lectura que de las mismas va a hacer el gobierno, olvídense de esperar menos en las urgencias de un hospital cuando necesiten atención médica.

domingo, 9 de marzo de 2014

Crimea (otra vez)

  No me convenció mucho Empire Earth. Se trataba del típico juego de civilizaciones que comenzaba con la Edad de Piedra y terminaba en nuestros días. Lo más interesante de él es que uno apostaba un cavernícola con su garrote para impedir que los enemigos se infiltrasen por una colina y acababa teniendo una unidad de tanques que hacía exactamente lo mismo en el mismo sitio. Hay zonas del planeta que han sido regadas una y otra vez por la sangre de diferentes generaciones. De aquí nace la geoestrategia, a la que podemos definir fácilmente como el arte de tropezar mil veces en la misma piedra. Obviamente, este arte no existiría sin gobernantes tan ignorantes, tan cortos de luces o tan idiotas como para no darse cuenta de que van camino de tropezar donde tantos otros lo hicieron. Crimea es una piedra de esta naturaleza.
Hemos de recordar que Rusia nació como un país que, esencialmente, carecía de salidas hacia mares navegables. Uno de los ejes de su política expansiva fue encontrar puertos viables en el Pacífico y en el Mar del Norte. Faltaba, cómo no, ese mar con imán que parece ser el Mediterráneo. Quedaba lejos, así que tan pronto como finales del siglo XVIII, los rusos fijaron sus ojos en la península de Crimea. Quien controlase Crimea controlaba el Mar Negro y a quien controlase el Mar Negro sólo un estrecho lo separaba del Mediterráneo, estrecho, eso sí, en manos de los turcos. 
  A mediados del siglo XIX el imperio otomano era un gigante con pies de barro, sostenido, más que por sí mismo, por Inglaterra y Francia. Rusia apenas si podía contener las ansias de expandirse a su costa. Aludiendo a la defensa de la fe ortodoxa las tropas zaristas invadieron Moldavia y Valaquia. Las potencias europeas, que veían tales afanes expansionistas con preocupación, respondieron lanzando un ejército contra Crimea. En realidad, ni unos ni otros querían una guerra y ésta tuvo lugar más por la falta de imaginación a la hora de encontrar un acuerdo capaz de satisfacer a todas las partes, que por los deseos bélicos de unos y otros. La propia guerra fue un despropósito. La coalición británico-franco-turca-piamontesa se las vio y se las deseó para establecer una cabeza de puente en Crimea. Las tropas que sitiaban Sebastopol no pudieron acudir a la batalla de Balaclava porque el general al mando se negó a interrumpir su muy inglés y flemático desayuno. Durante esta batalla se ordenó a la caballería británica cargar contra la artillería rusa, la cual estaba en una posición, ligeramente ventajosa. De hecho, estaba guarecida tras un valle rodeado por colinas tomadas por las tropas del zar y a su retaguardia aguardaba tranquilamente el grueso de la caballería cosaca. La famosa Carga de la Brigada Ligera (o “cabalgada al infierno”) fue una de las muchas carnicerías de esta guerra.
  Han pasado 160 años de aquellos hechos y las cosas han cambiado mucho. Ahora tenemos a unos funcionarios europeos que cuando les dan el plantón, en lugar de poner la cara de póker que hemos puesto todos en esa situación, utilizan el documento que se iba a firmar como bandera con la que unificar a los opositores al presidente ucraniano. Tenemos a un presidente ucraniano que negocia con la UE y acaba firmando con Putin. A un Putin que no duda en invadir un país vecino y proclamarse, como el zar en 1850, protector de todos los rusos, cuando, en realidad, lo único que le importa, son sus basesitas en Crimea y demostrar quién la tiene más grande. A una Crimea que decide unirse a Rusia, porque, al fin y al cabo, sus habitantes son rusos, cuando los habitantes originarios de la península son los tártaros que, bajo ningún concepto, quieren estar de nuevo bajo el mandato de un país que los invadió, los utilizó y los deportó. Tenemos a la administración Obama que ha ninguneado a Europa como ninguna administración norteamericana lo había hecho nunca y que, precisamente por ello, tiene ahora que aguantar que los rusos les mojen la oreja con amenazas y bravatas de todo género. Tenemos a una Canciller alemana, cual Chamberlain, negociando la futura estructura de Ucrania con los rusos como si Ucrania fuera ya tan suya como España. Tenemos a la city londinense, a “expertos” de toda laya y a la muy democrática prensa occidental advirtiendo que lo más democrático que se puede hacer cuando un matón invade un país democrático es dejar que lo despedace a gusto, exactamente lo mismo que proclamó cuando Hitler despedazó Checoslovaquia. Tenemos a los flamantes dirigentes de esa democracia que de verdad creyeron que no iba a pasar nada por olvidarse de los intereses rusos en su país. Tenemos a un ejército invasor al que, según dicen, los millones que le han llovido encima en los últimos años, han hecho de él algo mejor que la panda de presidiarios que arrasaron con todo en Chechenia bajo el mando del general Eristoff™. Y, por encima de todo, tenemos a dos ejércitos apuntándose los unos a los otros a la espera de que un soldado más nervioso que la media inicie una contienda que nadie ha querido provocar.
  Si ahora me preguntan Uds. qué debe hacerse, mi respuesta es muy simple: declararle la guerra... pero no a Rusia, sino al rebaño de inútiles que nos han conducido a esta situación.

domingo, 2 de marzo de 2014

El estado de los patos en la nación

   El debate sobre el estado de nación fue institucionalizado en España por Felipe González tras su primer triunfo electoral. La Constitución no hace referencia a él, por lo que no hay formato ni reglamentación establecida. En la época en que vio la luz, era uno de los momentos culminantes de la legislatura. Se construían elocuentes discursos, se envolvían las trifulcas en bonitos principios y se preparaban pactos de mayor o menor relevancia. Los políticos más destacados de cada partido podían disfrutar de sus minutos de gloria y, lo que aún es más importante, se podían entregar a su tarea favorita: pavonearse sin hacer nada de interés por el ciudadano. Desde que se instauró, nuestra democracia, como la Coca-Cola, ha devenido una democracia zero, es decir, baja en participación ciudadana y baja en libertades. La política, la política de verdad, ha pasado del estrado a los pasillos, salones y despachos donde realmente se decide lo fundamental. Oradores ya no quedan. Quien más, quien menos, es capaz de unir una par de fracesitas haciendo ver que tiene algo que decir. La gente capaz de subirse a la tribuna e improvisar con sentido, abandonó la política hace tiempo. El debate sobre el estado de la nación se ha convertido en un trámite parlamentario más, extremadamente cansino, que nuestros diputados sufren más que disfrutan. Porque, no hemos de engañarnos, lo que se podía pactar, está ya pactado y lo pactado no es otra cosa que dejar fuera del Parlamento, de las cámaras y de los debates cualquier cosa que pueda importarle medianamente al ciudadano interesado en votar. El resultado, el único resultado posible, es que se dedican horas y horas a cualquier cosa menos a debatir, a debatir sobre el Estado o a debatir sobre el estado de la nación.
   Si de verdad quiere saber cuál es el estado de esta nación le basta con ser un poco observador y pasear por un parque cualquier día festivo. Comprobará que no es fácil. La totalidad de aparcamientos cercanos a él estarán repletos. El parque en sí rebosará de gente. Verá varios cumpleaños. Entre la gente, podrá seguir el deambular de vendedores que no venden, malabaristas cuyo truco más difícil es conseguir un euro y titiriteros que ni se molestan en pasar la gorra. Los bares, los quioscos, los puestos, estarán vacíos. Más ardua le resultará la tarea de encontrar algún pato si es que el parque en cuestión dispuso de ellos. Las lagunas en que vivían estarán repletas de pan duro flotando sobre el agua. Los niños se abalanzarán sobre cualquier cosa parecida a uno como si fuera una estrella de rock, empeñándose en que el animal picotee el trozo de pan que le ofrecen como los adultos se pelean por un autógrafo de aquélla.
   Hubo una época en que la sobrepoblación de palomas supuso un problema para nuestras ciudades. Hubo una época en que, al llegar a adultos, la gente soltaba los patos que había comprado como mascotas para sus hijos en los parques. Hoy la población de patos, como la de palomas, está cayendo a mínimos que no se recordaban desde la época de la gripe aviar. Más de uno, más de dos, muchos más de los que se quiere reconocer, han acabado en la olla de alguna familia que hace poco veía a su alcance engrosar las filas de la clase media. Quien encuentra una excusa, evita los locales al uso, los sitios de diversión infantil y celebra el cumpleaños de los más pequeños entre pinchos de tortilla, aceitunas y patatas fritas en mitad de cualquier zona pública. Y, sobre todo, si hay una festividad, un puente, lo que se atiborran no son las agencias de viaje sino los parques. Éste es el estado de esta nación, cercano a la ruina. Es sobre esta ruina financiera y, sobre todo, moral, sobre la que nuestros gobernantes, nuestros políticos y nuestros libérrimos medios de comunicación, hacen todo lo posible por no hablar.

domingo, 23 de febrero de 2014

Y ahora... ¡Drácula!

   Es muy curioso cómo se interpreta el personaje de Drácula en función del género. Para las mujeres, es un símbolo del erotismo, un personaje morboso y atractivo. Para los hombres, es el símbolo del chupasangre, del explotador que vive del esfuerzo nutritivo de los demás. Ambas visiones de Drácula tienen su fundamento. La sexualidad desbordada, el atractivo de técnicas amatorias refinadas, el erotismo que conduce a la liberación, están muy presentes en la novela de Bran Stoker quien, como buen victoriano, no desaprovecha ocasión para hablar de sexo aunque no lo pareciera. La monstruosidad de utilizar a los seres humanos como carnaza para conseguir los propios fines, el destruirlos física y moralmente para sobrevivir, en definitiva, el arrebatarles el aliento de vida, está en el personaje real, ese Vlad III, héroe nacional rumano, que no dudó en aliarse con quien le convino y empalar a todo bicho viviente que se cruzó en sus intereses. Si este Vlad III es un antecedente de El Príncipe de Maquiavelo, el Drácula de Stoker es la viva encarnación del Übermensch nietzschiano. Se trata, en efecto, de alguien noble, de refinada sabiduría, que dispone de un tiempo infinito y lo dedica a transmutar todos los valores, a invertir la moral cristiana. Su único interés es ir ampliando poco a poco la comunidad de semejantes con los que establecerá una sana competición por las víctimas potenciales. Frente a él está la masa de ignorantes, capitaneada por el más ignorante de todos, el científico. El rebaño se aferra a su fe cristiana o, lo que según Nietzsche es lo mismo, a la fe en unas verdades últimas e inmutables. Que el bueno de Stoker acabe matando a Drácula justo cuando Nietzsche anunciaba la muerte de Dios, sólo puede ser visto como un artificio para tranquilizar conciencias. Porque lo cierto es que Drácula siguió viviendo.
   Si recordamos que la primera película pornográfica es un año anterior a la publicación del Drácula de Stoker (por cierto, su director, Albert Kirchner, tiene también el honor de haber sido el primero en dirigir un film sobre la vida de Cristo), debe extrañarnos que el hombre-vampiro tardara tanto en aparecer en la gran pantalla. Y es que los herederos de Stoker no veían claro ceder sus derechos. De aquí, que el primer Drácula ni siquiera se llamase así. Es el mucho menos erótico, pero bastante más inquietante, Nosferatu de Murnau. A partir de ahí, Dráculas, draculines y draculones, los ha habido por docenas, de todos los tipos, tamaños y colores. En nuestra época, en la que el sexo, descrito más que insinuado, está presente en las pantallas pequeñas, medianas y grandes, en la que se lo vende en cajas, en pastillitas y a pilas, Drácula ha acabado teniendo tan poco atractivo como un viejo verderón. Las nuevas versiones del personajes son, como la margarina, como el tabaco, como la masculinidad y la democracia, light. En la muy reciente saga Crepúsculo hemos podido ver a un joven vampiro cuya lascivia se reducía a tener una novia y casarse cristianamente con ella como está mandado. Peor aún es la serie True Blood, cercana, por fin, a su última temporada. En la era post-sida, los vampiros prefieren beber un sucedáneo de sangre embotellada, que seguro que ya ni sabe a sangre ni  y a la que dentro de poco comercializarán con aroma a vainilla. Tampoco vayan Uds. a creerse que conservan ese aura de nobleza que da la capa y el castillo, para nada. Vampiro puede ser cualquiera, un sheriff, una prostituta y hasta una camarera. El Übermensch ha devenido un miembro del rebaño más, pues hoy día, ni siquiera a los vampiros se les permite atentar contra el orden establecido. Eso sí, participan en sanguinolentas orgías, no vaya a pensar alguien que el sexo puede ser liberador.
   La domesticación de Drácula, el encorsetamiento de su sexualidad desbordada, la acomodación de sus valores a los del común de los mortales, ha corrido paralela al hecho de que las monstruosidades se han convertido en rutina, ya no hace falta esperar la declaración de un periodo histórico excepcional para cometerlas. El resultado es que algunas facetas de monstruos tan queridos, han dejado de formar parte del imaginario colectivo. Es el caso de Drácula como símbolo de la explotación. El mismo término “explotador” ha dejado de formar parte del léxico de los sindicatos marxistas. Se habla de “infringir los derechos de los trabajadores”, de “incumplir la reglamentación”, de “abusar de la confianza”, pero ya nadie explota, salvo los terroristas suicidas. De hecho, ya ni siquiera quedan “empresarios”. En España el término “empresario” se ha convertido en sinónimo de marido/novio/amante de la famosilla de turno. Es una pena porque “empresario”, antes de adquirir connotaciones peyorativas, designaba a quien ponía en marcha una empresa, esto es, un proyecto que resultaba común a todos los embarcados en él, bien poniendo el dinero, bien aportado su esfuerzo físico. El término que se usa hoy día es “emprendedor”. Emprendedor es alguien que emprende, es decir, que contra los vientos del papeleo administrativo y las mareas de trabajadores que quieren, al menos, dar su opinión sobre lo que hacen, pone en marcha un proyecto, que ya no es de todos los que colaboran en él, sino suyo personal. La cantinela de que vampiros puede haberlos en los institutos y en los bares, porque cualquiera puede ser un vampiro, no es por tanto, otra cosa que la pesada broma de que el capitalismo es compatible con el pleno empleo porque cualquiera puede convertirse en "emprendedor".

domingo, 16 de febrero de 2014

¡Que vienen los zombis! ¡que vienen los zombis!

   Entre las propiedades de la membrana celular, una muy destacada es la semipermeabilidad.Cuando la concentración de moléculas de poco tamaño a un lado y a otro de la membrana son diferentes, se genera un flujo para igualarlas, fenómeno éste conocido como ósmosis. Semejante mecanismo permite que nutrientes y otras sustancias necesarias para la célula, pasen a su interior sin generar gasto energético. El problema está en que, naturalmente, no todas las sustancias que entran deben estar en la célula o, al menos, no en la misma concentración en que se hallan en su medio o no todo el tiempo. Existen por tanto, unas enzimas (proteínas) encargadas de bombearlas hacia fuera de la célula, aunque en ello sí se consuma energía. Entre las más conocidas están las bombas de sodio y de potasio, que mantienen un equilibrio esencial para la vida. El problema está en que esas bombas sólo pueden funcionar hasta una velocidad máxima. Por aquí aparece el peligro de que la diferencia de concentración a un lado y otro de la membrana celular o bien acabe atiborrándola de esas sustancias, pese al esfuerzo de las bombas, o bien, el caso contrario, acabe atiborrándola de agua, hasta el punto de que la célula explota. Al microscopio esto se puede observar con glóbulos rojos puestos en agua del grifo. Pero el efecto se produce también macroscópicamente. Tomemos una hoja de lechuga que lleve algunos días cortada. Se la pone en un recipiente con agua y en poco tiempo, lucirá fresca. Al tener las células de la lechuga mayor contenido en sal que el agua potable, ésta ha penetrado en ellas, haciendo que se hinchen y recobren vigor. Si por el contrario añadimos sal al agua, observaremos cómo la lechuga se pone rápidamente pocha. El agua, ahora, fluye hacia el exterior celular.
   Por alguna estúpida razón, los seres humanos siempre han creído poder construir fronteras más eficientes que las creadas por la naturaleza tras millones de años de selección. En cuanto sale un majadero proponiendo impermeabilizarlas, encuentra quien lo encumbre a instancias más altas desde las que sus soflamas pueden oírse mejor, retroalimentando el proceso. Ya hemos explicado que en nuestras muy democráticas sociedades de mercado libre, el miedo se utiliza con la misma falta de pudor que en las dictaduras fascistas. Y cuando el miedo interviene, la razón se bloquea. Hemos tenido dos recientes ejemplos de ello. El primero es un referéndum en Suiza, para restringir la libre circulación  de ciudadanos europeos. ¿La razón? La marea de inmigrantes que iban a asaltar el país helvético como consecuencia de la crisis. Se trata de un ejemplo palmario de lo que venimos diciendo. Primero porque es una demostración de que “votación” y “referéndum” no son sinónimos de democracia cuando la opinión pública ha sido convenientemente intoxicada. Segundo porque las cifras muestran clarísimamente que ni hay, ni ha habido, ni va a haber nada semejante a una marea de inmigrantes. Y, last but not least, porque ninguna votación, referéndum o ley ha impedido jamás el surgimiento de una marea, salvo la ley de gravitación universal.
   Otro ejemplo de lo mismo, por supuesto, más burdo, lo tenemos en nuestro país. Después de poner cámaras de vigilancia en las alambradas que rodean Ceuta y Melilla, después de colocar una doble alambrada con patrullas circulando en su interior, después de poner cuchillas en las alambradas, ahora sale a la luz pública la devolución ilegal de inmigrantes por el heroico procedimiento de ponerlos en la puerta y darles una patada en el trasero. Mientras nuestro gobierno encuentra una excusa más para mantener esa cara de poker con la que va a pasar a la historia, mientras esperamos la próxima revelación de lo que ocurre allí donde nadie quiere saber lo que ocurre, en las fuentes de transmisión de ideología, quiero decir, en el cine y en la televisión, hacen furor las series y películas sobre zombis. De modo poco disimulado se acostumbra a la población a la necesidad de luchar contra “los otros”, contra los invasores, contra esos que asaltan en avalancha nuestras fronteras y que no vienen a integrase, sino a integrarnos. De paso, los heroicos protagonistas de Guerra Mundial Z o de The Walking Dead, van dejando allanado el camino a la idea de que todos los que visten con harapos, tienen hambre insaciable y costras en la cara, merecen que se les reviente el cráneo con un bate de béisbol.
   En medio de este pánico alimentado por tanto sinvergüenza con ganas de medrar, nadie parece recordar la más elemental de las lecciones que nos proporciona el fenómeno de las ósmosis, a saber, que la única manera de disminuir la presión contra una frontera es equilibrando los contenidos de riqueza, libertad y bienestar social que hay a un lado y otro de ella.

domingo, 9 de febrero de 2014

El futuro de la televisión

   De la televisión ya he hablado varias veces. Es el nuevo ídolo, el que ha venido a ocupar en nuestras casas el destacado lugar que en la época de los romanos ocupaba el altar dedicado a los antepasados. Ante ella hacemos nuestras abluciones y esperamos sus mensajes con la misma inquietud y reverencia con que los antiguos esperaban oír la voz de los muertos. En nuestra época está permitido reírse del Papa, de los curas, de las monjas y hasta de los santos. Reírse de la televisión, del sagrado ejercicio de sentarse ante ella y asentir a sus mensajes, es una blasfemia. A quienes lo hacen, se les da una palmadita condescendiente en la espalda mientras se prepara todo para excluirlos socialmente. Entender el monstruo que estamos alimentando es fácil con sólo observar la transformación que sufre un hogar en cuanto se ilumina la pantalla:. las conversaciones se silencian, todo debe quedar subyugado a la voluntad del profeta, los iniciados entran en trance, se olvidan de sus males, de sus preocupaciones, de su ser personas y sus cerebros quedan abducidos. De este modo, el común de los mortales alcanza el paraíso de los teólogos medievales, aquel lugar en el que se entraba en contacto con la divinidad.
Las infinitas posibilidades de la televisión para el poder fueron descubiertas muy pronto. No en balde, su inmediato antecedente era la radio y ya sabemos el uso que Hitler hizo de ella. La televisión permitía mucho más. La radio podía conseguir tergiversar la realidad, camuflarla, ocultarla. Con la televisión se estaba en posesión de la realidad. Dominar la televisión era hacer con la realidad lo que uno quisiese. No existe mejor medio para engañar, para manipular, para confundir, que la televisión, en especial, porque la fe de los iniciados carece de límites. Quienes se divierten manipulando imágenes de un vídeo casero, aceptan la verdad de una noticia en cuanto llegan imágenes de la misma. Ver algo en el televisor es como introducir el dedo en las llagas de Cristo, ya no cabe duda ulterior. El poder era tan enorme que, rápidamente, muchos quisieron aspirar a él. A España, las cadenas de televisión privadas, llegaron a principios de los 90 del siglo pasado. El objetivo inmediato era atrapar esa inmensa mayoría que apagaba el receptor varias horas cada jornada. En el colmo de la desvergüenza, bajo la apariencia de una “democratización”, de darle la voz “a todo el mundo”, de una pluralidad de ideologías, se escabullía el hecho de que la televisión es la ideología. Los mismos mensajes que no se hubiesen aceptado procediendo de una emisora estatal, se engullían ahora sin más, por venir de alguien que "sólo" podía tener intereses económicos. Al final la lucha por la libertad quedaba convertida en si se podían elegir más o menos cadenas de televisión, todas las cuales vomitaban las mismas mentiras.
   Pero la pluralidad de cadenas tuvo un efecto secundario no calculado: el mando a distancia. Entre “tanto donde elegir”, el consumidor de basura televisada, necesitaba algún género de dispositivo que le permitiese perseguirla de una emisora en otra.  Sin embargo, el mando a distancia creó un intersticio por el que los individuos podían caerse de la malla que los atenazaba. Con la facilidad de apretar un botón, eran capaces de anular el control que la publicidad ejercía sobre sus mentes. Desde entonces ningún intento ha impedido que esta paradoja se haga cada vez más palmaria. Cuanto “más hay que ver”, más necesario es que el sujeto ejerza el peligroso vicio de elegir. Hasta tal punto es así, que estamos al borde de una nueva frontera televisiva.
La televisión del futuro la tenemos todos ya parcheada en nuestros hogares. Quien más, quien menos, ha convertido su aparato de televisión en una especie de ordenador Frankenstein. Claramente vamos hacia una televisión sin antena. A través la conexión a Internet nos llegará la señal televisiva. Un disco duro, incorporado o unido a la pantalla, almacenará los programas que no tengamos ocasión de ver. El streaming hará las veces del directo. Tecnológicamente todo esto es ya posible. Las grandes empresas del entretenimiento deportivo norteamericanas, la NBA, la NFL o la MLB, comercializan desde hace tiempo el game pass. Mediante pago, se tiene acceso a la totalidad de partidos que organizan vía Internet y con una excelente calidad.
¿Por qué la televisión del futuro no es ya presente? Aunque tecnológicamente los problemas pueden resolverse fácilmente, queda la peliaguda cuestión del control. Quienes han ejercido por delegación ese papel, las emisoras de televisión, se encuentran con que o se transforman radicalmente o la historia les pasará por encima. El caso de la NBA es patente.  Ha desarrollado su propia marca televisiva, con la que graba, transmite y comercializa sus contenidos. Esencialmente, si seguimos viendo la NBA a través de nuestras antenas es porque tienen muy claro que así llegan a un público todavía mayoritario en el que despertar interés por su merchandising. Realmente, la NBA no necesita a ninguna cadena de televisión para nada. Es un ejemplo de lo que va a ocurrir. Las productoras podrán comercializar directamente sus series, sus películas, sus concursos y sus espectáculos deportivos sin que las cadenas de televisión intermedien. Su papel, si es que han de tener alguno, será el de convertirse en buscadores de contenidos audiovisuales. El problema, el problema por el que estoy hablando del futuro y no del presente, es que en ese papel hace décadas que tomaron la delantera cierto tipo de páginas a las que se suelen calificar de “piratas”. Es el interés en desalojar a los actuales inquilinos de ese nicho económico el que mueve toda la batalla de las televisiones contra los "piratas" y no los cacareados derechos a la propiedad intelectual.

domingo, 2 de febrero de 2014

Radio Clásica

  España es un país muy musical. Aquí, casi en cada casa, hay quien es capaz de interpretar El Mesias de Händel con una botella de anís y una cuchara. La música tiene que formar parte de cada celebración popular, desde los toros a la Semana Santa. Son incontables las bandas, agrupaciones musicales, coros y músicos más o menos callejeros que existen por metro cuadrado y si se acerca a ellos podrá observar que muchos son chicos jóvenes, que han sacrificado horas de su tiempo libre para hacerse cargo, con mayor o menor soltura, de un instrumento musical. Pese a todo, nuestra musicalidad se queda en la charanga, el pachangueo y el chundachunda que vomitan la mayoría de las emisoras de radio. La educación española, tan sensible con las necesidades educativas especiales, con los alumnos con dificultades y el fracaso escolar, no tolera a quienes tienen talento musical. Todo está programado para hacerles elegir entre su talento y sus estudios antes de que cumplan los 16 años. Somos un país de pandereta y se procura que nadie se desvíe hacia cosas raras como el clarinete. El resultado es nuestra profundísima incultura musical.
En este contexto una emisora llamada Radio Clásica lucha por colocar en las ondas algo diferente a lo habitual. Es evidente que su propósito resulta imposible. Le corresponde una misión pedagógica, cuando no propagandística, para enganchar a nuevos oyentes en este tipo de música. Tiene que ser, además, el lugar de reunión de la minoría de marcianos que llevan a gala su gusto por los violines. En ella deben reconocerse los expertos, intérpretes y compositores que no tienen otra emisora a la que ir. Rara vez ha cumplido estas misiones a gusto de todos, pero, seamos realistas, tampoco era posible. 
  En 2008 vino la famosa reforma bajo el lema “¿para qué hablar en una emisora de música?” y se formó una polémica de extraña acritud. Efectivamente, en Radio Clásica se hablaba (y se habla) más que en emisoras semejantes del resto de Europa. En realidad, si se quiere que siga teniendo una función pedagógica no puede ser de otra manera. Tampoco es que la programación de Radio Clásica haya sido nunca rompedora. En esencia no suena nadie que no lleve 50 años muerto. Es más fácil escuchar a cualquier compositor de segunda línea del XIX que a cualquier compositor de primer orden contemporáneo. Y no se trata de una cuestión de facilidad. Conocí a Piazzola por un programa de otra emisora y el Short Ride in a Fast Machine de John Adams sonó por primera vez coincidiendo con el 20 aniversario de su composición (por cierto, ninguna palabra se dignó acompañar esta fanfarria explicando quién es John Adams). Cosas más polémicas como John Zorn, Glenn Branca, John Cage o Stockhausen, no se molesten en buscarlas en Radio Clásica. Uno lee esto y piensa, “claro, son puristas”. Pues no, tampoco es eso. En las muy clásicas ondas de esta emisora, siempre ha habido un programa dedicado al jazz y otro al flamenco. Se trata de un reflejo de lo que es el mundo de la música en este país. Aquí o eres romántico o eres atonal o bailas sevillanas. Cualquier otra opción genera maledicencias.
Lo que realmente ha dañado, me temo que de modo irreversible, a esta emisora no fue propiamente la reforma de 2008. Más o menos por esas fechas, los políticos llegaron a la conclusión de que en RTVE había demasiada gente que, de tantos años ahí, se había hecho con una parcelita de poder que les permitía un cierto género de independencia, de inmunidad ante los vaivenes de los sucesivos gobiernos. De este modo se inició una campaña para “renovar” el ente público, acabar con los “periodistas funcionarios” y “modernizarlo”. Dicho de otro modo, se abrió la veda para sustituir a cualquier empleado con personalidad por un estómago agradecido y servil, aunque eso supusiese pagar prejubilaciones multimillonarias. De rebote, Radio Nacional vio cómo la privaban de todo su capital humano y, en el caso de Radio Clásica, de las figuras señeras de su programación. El problema no es ya que las telarañas decimonónicas salgan ahora en todo momento por los altavoces, ni que parezca que el criterio base de selección sea la música más aburrida y que menos pueda interesar a los jóvenes. El problema es que se le pregunte a un wageneriano de pro si la tetralogía del alemán se titula “El anillo” o “Los anillos del nibelungo”, como si el nibelungo en cuestión fuese un motero ensortijado. El problema llega al punto de comparar “Vesti la giubba” de I pagliacci con el “Show must go on” de Freddy Mercury...


  Vamos a ver, vamos a ver. Freddy Mercury tenía un talento musical como muy pocos en el rock de los 80-90. Por otra parte, tenía una capacidad pulmonar que, con una educación adecuada desde pequeño, podía haber hecho de él un cantante de ópera más que decente. Tengo mi disco de grandes éxitos de Queen guardado como oro en paño y disfruto una barbaridad cada vez que lo pongo. Por otra parte, la música de Leoncavallo, como la mayoría de los decimonónicos, no me dice nada, si bien he establecido últimamente una relación un poco especial con este “Vesti la giubba”. Dicho lo cual, hay que aclarar, primero, que el “Show must go on” no lo escribió Freddy Mercury que el hombre, por 1991, estaba ya bastante enfermo. Segundo, que es un tema obviamente inspirado en el “Show must go on” del espectacular álbum The Wall publicado por Pink Floyd unos doce años antes. 


Tercero, ni siquiera la canción de Pink Floyd era original, estaba inspirada en un disco no menos inquietante publicado por Alan Parsons Project en 1976, I Robot, cuyo tema “Day after day” llevaba por subtítulo, precisamente, “The Show must go on”. 


Cuarto, el contexto de lo que ha ocurrido hasta ese momento en I Pagliacci y de lo que va a ocurrir a continuación, hace a “Vesti la giubba”, simplemente, escalofriante. Bien interpretado hiela la sangre. Canio es un hombre destrozado, roto, al borde de la locura, que se sabe abocado a la tragedia mientras se pinta una sonrisa en la cara. La letra de ese medio recitativo, medio aria, pone los pelos de punta por sí sola. 


Por mucho que yo aprecie la música de Mercury, admire a Pink Floyd y disfrute con Alan Parsons, ninguno de los tres consiguió un efecto comparable.
  Dado que me pagan por escuchar un buen celemín de tonterías cada día, en el futuro me pensaré muy mucho si merece la pena poner Radio Clásica, arriesgándome a seguir escuchándolas.

domingo, 26 de enero de 2014

Los problemas del sistema educativo

   Hay abierto en España un amargo debate sobre la situación del sistema educativo, la necesidad de (otra) reforma y el papel de la filosofía en ella. No he querido entrar demasiado en el tema para que no se piense que defiendo intereses individuales más que generales. Por ello, en lugar de argumentar, me voy a conformar con transcribir las palabras de otro. Se trata de una versión (un poco libre) de la reseña aparecida en cierto medio de comunicación sobre la charla dada por un destacado intelectual y profesor de filosofía. Después de transcribirla, vamos a efectuar algunas preguntas. Creo que clarifican muchas cosas.

   “Nuestro sistema educativo no tiene futuro”
   El Doctor en Filosofía J. I. afirmó en una reciente ponencia que la práctica educativa lleva a muchos estudiantes a atiborrarse de contenidos y no desarrolla un pensamiento crítico acerca del futuro. El Dr. J. I. saca estas conclusiones de un trabajo de supervisión en las escuelas en el que los estudiantes fallaban  a la hora de exponer los fundamentos de las cuestiones, pero aprobaban sin problemas los ejercicios de clase.
   El sistema educativo no está pensado para crear mentes innovadores y creativas que coloquen a los individuos en posición de convertirse en emprendedores. Por contra, crea actitudes de dependencia, especialmente, una tendencia inevitable hacia el funcionariado. Si el gobierno no altera esta tendencia, encarará enormes dificultades, pues el actual sistema educativo es incapaz de proveer a los jóvenes no ya de los conocimientos, sino de las actitudes correctas ante la vida, para lo cual, por otra parte, es imprescindible el conocimiento filosófico. La enseñanza de la filosofía debe empezar cuanto antes en la vida de los escolares, siendo lo ideal que se produzca en casa o, a lo sumo, en la tierna infancia, con objeto de dar perspectivas a los niños que les permitan forjarse una ideal de vida adecuado. En cualquier caso, especificó el Dr. J. I. los padres deben ser estrictos con la educación y la actitud ante la formación. Los niños no pueden desarrollar un pensamiento crítico sin manejar un lenguaje particular, asevera el Dr. J. I. Además, el desempleo, la corrupción y diversas formas de sabotaje económico afectan negativamente a la posibilidad de que las personas efectúen cambios a mejor en sus vida.

   Hasta aquí la reseña, ahora las preguntas. La primera es, por supuesto, ¿de qué país está hablando el Dr. J. I.? 
   ¿Tiene ya su respuesta? Bien, el Dr. J. I. no es otro que el Dr. Jason Ishengoma, de la Unidad de Filosofía de la Universidad de Dar es Salaam en Tanzania. Es de su sistema educativo, es decir, del sistema educativo tanzano del que está hablando. Puede encontrar el artículo completo aquí. La segunda y tercera preguntas son: ¿pensó Ud. que estaba hablando de España?  ¿por qué? La última pregunta sería: ¿Acaso es que el sistema educativo español tiene los mismos problemas que el de Tanzania? Ahora ya puede hacerse una idea de dónde estamos y hacia dónde vamos.

domingo, 19 de enero de 2014

Cómo afrontar un escándalo

   En esta época, en la que quien no tiene un caso abierto en el juzgado por haberse llevado dinero de alguna parte es que no es ni ha sido nadie, estamos viendo una bonita exhibición de qué hacer cuando le pillan a uno con las manos en la masa. He aquí las principales estrategias:
   1ª) Estrategia majestuosa. Consiste en adoptar un aire digno y señalar que siempre ha respetado las leyes y no dejará de hacerlo ahora por mucho que vayan contra sus propios intereses. Si se tiene la capacidad de guardar silencio en todas las circunstancias, puede conseguirse que la gente piense que su actitud y silencio encubren realmente a otras personas a las que se mantiene fiel. La verdad es que esto no implica una gran ventaja a la hora de recibir el castigo pertinente, pues no todo el mundo va a encontrar un fiscal que se apiade de él... A menos, claro está, que se maniobre entre bambalinas en esa dirección. Caso de hacerlo así se corre un enorme riesgo, pues si esas maniobras salen a la luz, toda la estrategia se viene abajo y queda claro que el rey está desnudo.
   2ª) Estrategia “esto no es lo que parece, cariño”. Hay que negarlo todo, decir que son falsedades lanzadas por sus enemigos. Es recomendable acompañar tales declaraciones con un gesto ofendidísimo y, de ser posible, alusiones a posibles buenas acciones que haya realizado en un pasado más o menos próximo. El Sr. Camps encarnó esta estrategia de un modo ejemplar. Como todos sabemos, esta estrategia, cuando tu pareja te pilla en la cama con otro/a, es una estrategia dilatoria. Se trata de ganar el tiempo suficiente como para que la cosa se desinfle, se olvide o, simplemente, sea tapada por un escándalo mayor. Por tanto, sólo tiene utilidad si no existe un medio de comunicación rival que pretenda utilizar el caso como arma política.
   3ª) Estrategia “yo no sé nada, sólo soy el presidente”. La persona que trajo esta estrategia a España fue Felipe González.  En los años en que su gobierno tenía más escándalos que ministros, él afirmaba que se enteraba de ellos por la prensa.  La verdad es que a él le fue bien. Los 12 años de gobiernos del PSOE institucionalizaron las comisiones ilegales y los sobresueldos. Todavía peor, justificaron cualquier cosa que viniera después. Felipe González se jubiló con cincuenta y pocos y vive de la millonaria pensión que le corresponde por el cargo que ocupó. Además, para llegar a final de mes, viaja por ahí, a pesar de que sigue sin tener ni idea de inglés, participando en foros, seminarios y conferencias, debidamente retribuidos. Pese a ello, muchos socialistas y gente que no lo es, se quita el sombrero cuando lo mencionan. Un ejemplo de los lodos que trajeron aquellos polvos es nuestro actual presidente, el Sr. Rajoy, que sigue fielmente la estrategia de poner cara de alelado cuando le preguntan por cosas como el registro efectuado por la policía en la sede de su partido a propósito del caso Bárcenas.
   4ª) Estrategia “los culpables son todos estos”. De esta estrategia hablaba ya Maquiavelo en El príncipe. Allí recomendaba que el gobernante tuviera siempre un segundo de a bordo, bien visible, que diera en última instancia las órdenes y al que nunca se debía ver en el acto de recibirlas. De este modo, si al príncipe se le iba la mano, por ejemplo, apiolando a sus rivales políticos, siempre podría cortarle la cabeza a su lugarteniente y ofrecérsela al pueblo, diciendo que fue una iniciativa suya y que él, el príncipe, jamás autorizó semejante salvajada. Recientemente hemos podido ver a Chris Christie siguiendo rigurosamente el guión escrito por Maquiavelo. Para quien no lo conozca, Christie es la gran esperanza del aparato del Partido Republicano. Es campechano, simpático y con amplio respaldo entre los moderados del partido. Exactamente lo que necesitan para evitar tener por cabeza de cartel a un representante del Tea Party, montaraz, visceralmente conservador y, por tanto, capaz de espantar todos los votos que se necesitan para ganar unas elecciones presidenciales. Pero Christie es también gobernador del Estado de New Jersey y, para vengarse de un rival político, no ha tenido mejor ocurrencia que montar un pertinaz atasco en uno de los puentes que une su Estado con la ciudad de Nueva York. Naturalmente “no ha sido él”, ha sido la práctica totalidad de su gabinete de asesores que se carcajeaban a mandíbula batiente de los autobuses escolares atrapados en el atasco sin que el bueno del gobernador se enterase de nada.
   5ª) Estrategia del ventilador. Si consigue demostrar que en el escándalo del que es Ud. centro están implicadas personas de todos los partidos políticos, observará como, milagrosamente, los medios de comunicación y hasta los juzgados, pierden interés por Ud. Lo hemos podido observar en el caso Caja Madrid. Tras un artículo aparecido en El País en el que se daba cuenta de que todo el mundo se “interesaba” por el dinero que la caja iba dando a sus familiares y conocidos, los frecuentes artículos al respecto han cesado como por ensalmo.
   6ª) Estrategia del hastío. La ventaja de esta estrategia es que puede utilizarse aunque no haya ningún medio de comunicación que le apoye. En esta estrategia Ud. o alguien cercano a Ud. debe  hacer de fuente para las filtraciones. Cada vez que observe que las noticias que le implican van haciéndose más escasas en los medios de comunicación, hay que lanzar una nueva serie de filtraciones. Si logra mantener esta dinámica durante años más que meses, llegará un momento en que el público, los  periodistas y los directores de los medios de comunicación acaben diciendo: “¿Otra vez? Estoy ya del caso X hasta el gorro”. Una vez esto ocurra, los jueces buscarán rápidamente un motivo para declarar prescritos los delitos y Ud. quedará como culpable, aunque exonerado de toda consecuencia penal. El caso Gürtel es un buen ejemplo de esta estrategia.
   7ª) Existe una última estrategia utilizada muy frecuentemente en Europa, pero que en España es desconocida. Permite acabar radicalmente con el escándalo aunque tiene el inconveniente de que, por lo mismo, se deja inmediatamente de chupar de los privilegios de la poltrona: d i m i t i r.

domingo, 12 de enero de 2014

La paz de los muertos

   Vuelvo a casa con una entrada sobre los escándalos financieros de nuestro país en la cabeza y me sorprende la noticia de la muerte de Ariel Sharon. Aunque me vanaglorio de no odiar a nadie, hay personajes a los que uno solo puede desearles una muerte larga, dolorosa o, al menos, denigrante y, sobre todo, en el olvido. En el caso de Sharon mis deseos se han cumplido. Con Sharon muerto, el mundo es bastante mejor, aunque ya lo fue cuando un infarto cerebral lo apartó por fin de la primera línea de la política israelí. 
   Para quienes no lo recuerden o para quienes se hayan olvidado de él después de 8 años en coma, Ariel Sharon (Arik o “el rey israelí” o “el león de Dios”) fue pieza fundamental en la creación de la Unidad 101 que, allá por los años cincuenta, se hizo famosa por poner bombas en los mercados árabes, llevándose por delante, ancianos, mujeres, niños y, sobre todo, cualquier esperanza de que hubiese algún género de entendimiento entre judíos y palestinos. Con los años, se fue retirando de la primera línea del combate contra la paz y la tolerancia, pero jamás dejó de ser fiel a los más puros principios del matonismo mafioso, convirtiendo el terrorismo en política de Estado por parte de Israel. Desde luego, se le puede acusar de terrorista, de criminal de guerra, de genocida (siempre que tuvo la ocasión), pero nadie puede acusarle de doblez, hipocresía u ocultar sus intenciones. Promovió la invasión del Líbano en 1982 con la intención expresa de expulsar a los palestinos allí residentes al mar. Como el proceso parecía tardar demasiado, entregó los campos de refugiados de Sabra y Chatila a los falangistas cristianos que hicieron lo único que cabía esperar de ellos, masacrar un mínimo de 2400 civiles indefensos. Su modo de hacer política como miembro del gobierno fue el mismo que utilizó como “militar”, la embestida anticipada antes de que el enemigo consiguiera retirarse. Creó escuela. El actual gobierno israelí se lo reparten dos personajes que nada tienen que envidiarle a Sharon en cuanto a radicalidad derechista: Benjamin Netanyahu y Avigdor Lieberman.
   Y es que, lo peor de Sharon, nunca fue su brutalidad sin límites, lo peor es que sólo era otro producto de uno de los conflictos más longevos de la historia, el que enfrenta desde hace un siglo a judíos y palestinos. Es un conflicto mal entendido. Su origen está en la creación del Estado de Israel, pero no porque los judíos pretendieran volver a la Tierra Prometida, ni porque allí ya hubiese población, como se suele aducir. El problema, el problema real, estaba en dos elementos centrales que aparecen cuando el sionismo plantea la idea del retorno. La primera de estas ideas es que el “nuevo” judío, el judío que debe colonizar su “propia tierra”, ya no es el judío que hasta ese momento había tratado de integrarse en las sociedades europeas, americanas o africanas en las que había vivido. El “nuevo” judío debe ser activo, debe estar orgulloso de su procedencia y no temer a nadie, sino hacerse temer por todos. La segunda de estas ideas es el gran disparate. La evidencia de que “sus” tierras llevaban siglos pobladas por árabes, fue resuelta con la ingenua asunción de que éstos quedarían tan admirados por el esfuerzo civilizador de los colonos que aceptarían de buen grado ser ciudadanos de segunda en su propio país. Si a ello le añadimos un armamento netamente superior al de cualquier enemigo posible, tenemos ya servido un conflicto secular.
   Ahora es fácil entender que los judíos, los “nuevos” judíos, no llegaron a Palestina con aire conciliador. Y la actitud de la otra parte tampoco es difícil de entender. Imagínese Ud. que mañana llega alguien a su casa y, pistola en mano, le explica que su casa ha dejado de pertenecerle porque en el libro sagrado de quien le apunta dice que le pertenece a él. ¿Buscaría Ud. la paz y el diálogo con esa persona? Desde entonces la historia siempre es la misma: crímenes de unos que son respondidos con crímenes por los otros. Si lee los acontecimientos que se desarrollaban en Palestina en 1909 o en 1914, le parecerá estar leyendo las noticias actuales. Son las mismas bombas, puestas en los mismos sitios, matando los mismos inocentes.
   Lo que Ariel Sharon entendió, los objetivos de la política que persiguió desde el primer momento, fue que abocar a los palestinos a la lucha armada, dejarles como única opción el enfrentamiento directo o el desgaste infinito del terrorismo, era un camino que acabaría conduciendo a la victoria de Israel. Desde que tuvo voz en las altas esferas del gobierno, se ha llevado a cabo una sistemática campaña de exterminio de cualquiera que tuviese el menor perfil moderado, conciliador o, simplemente, de intelectual puro en el bando rival. A un Gandhi palestino, Sharon lo habría matado antes de nacer. Hasta tal punto es así que muchos vieron la llegada de Hamas a la Franja de Gaza como una maniobra de los servicios secretos israelíes. De hecho, Israel sólo tembló realmente en los inicios de la Primera Intifada, cuando la protesta consistió en marchas pacíficas y lanzamientos de piedras. A ellos respondieron del único modo que lo ha hecho siempre, disparando contra la población civil y quedaron en evidencia ante el mundo. Luego, las piedras dieron paso a las bombas, los atentados, los cohetes y los suicidas, con lo que Israel no tuvo muchos problemas para reconducir la situación y sentarse a negociar unos acuerdos que, al final, dejarían las cosas como deseaba.
   Hoy día, cuando unos y otros han conseguido que hablar de una protesta pacífica en los territorios palestinos suene a chiste, su rendición ante el dominio israelí es prácticamente un hecho. Porque Sharon ha muerto, pero la política de la brutalidad que él simbolizaba, buscar siempre que el otro tenga motivos para la agresión y nunca para el acuerdo, está a punto de triunfar.

domingo, 5 de enero de 2014

Lo que nos hace humanos

   Se llaman transposones. Son regiones de nuestro DNA que, bajo determinadas condiciones, abandonan la posición en la que se encontraban y emigran hasta otra, cambiando, con frecuencia, de cromosoma. Esta sola acción ya implica una modificación bastante ostensible del organismo. La regulación genética se ejerce sobre regiones del DNA y no sobre genes concretos con lo que, al cambiar de posición, alteran  el sistema de regulación de los genes, haciendo que se expresen con libertad genes hasta entonces restringidos. Pero hay más. Lo habitual es que al trasposón en sí le acompañen algunos pares de bases adyacentes. Esto implica alterar completamente los genes vecinos a la posición en la cual se intercala, sin contar con que puede insertarse dentro de otro gen. El origen más cercano o lejano de un transposón es un virus. A veces se trata de retrovirus, es decir, virus cuyo material genético es RNA, que van acompañados de una proteína que los transcribe a DNA. Se introducen entonces en el genoma del organismo huésped y allí se quedan hasta que se activan. El ejemplo más conocido es el virus del SIDA, pero no es el único. Si el material genético del virus queda en un estado en que no se activa, puede acabar convirtiéndose en un trasposón, es decir, se incorpora al genoma del organismo huésped y allí se queda transmitiéndose a su descendencia y saltando de cuando en cuando.
   Evidentemente, es una locura que algo así pueda existir. ¿Cómo se va a "adoptar" el genoma de un virus y se le va a permitir saltar de cromosoma en cromosoma cada vez que le venga en gana? Y si existen deben ser muy pocos. Y aun siendo pocos, debe haber algún mecanismo regulador que se asegure que cambien se posición pocas o ninguna vez. El problema no es ya que todo esto sea disparatado, el problema es que se comenzó a hablar de ellos en un centro de investigación al que, desde luego, nadie hubiese enumerado entre los más prestigiosos del momento. Aún peor, comenzó a hablar de ellos una mujer, Bárbara McClintock. Chocó contra un muro. La genética norteamericana de los años cuarenta estaba dominada por la idea de que cada gen regulaba una característica del organismo que lo portaba. Los transposones conllevaban introducir la aleatoriedad en un modelo mecánico cuyo objetivo última era la eugenesia y, lo que era aún más “peligroso”, conducía a que dos organismos genéticamente idénticos podían tener apariencias (fenotipos) distintos. A McClintock la trataron como a una loca o, mejor dicho, como a una histérica. Alguien con sentido común debió aconsejarle que, si quería seguir obteniendo financiación para sus investigaciones, abandonara la lucha por “sus” trasposones. A partir de 1953, McClintock dejó de publicar sus resultados.
   Una década después, François Jacob y Jacques Monod, es decir, dos genetistas franceses procedentes, pues, de otro enfoque sobre la genética, redescubrieron el papel de los genes reguladores de los que había hablado McClintock. Debió pasar aún casi otra década para que el mecanismo de transposición fuese nuevamente descrito en bacterias y levaduras. A partir de entonces McClintock comenzó a recibir toda clase de premios y honores hasta la concesión del Nobel en solitario ¡en 1983!
   Ahora que ya sabemos que los transposones existen... ¡¡agárrense porque vienen curvas!! No sólo existen, existen en los seres humanos. Se piensa que una parte importante de ellos se insertaron antes incluso de la separación entre eucariotas y procariotas. Algunos, para efectuar su transposición, necesitan ser codificados en RNA y, después, ese RNA se vuelve a transcribir en DNA que, ahora sí, se inserta en su nueva posición. Ese mecanismo indicaría la cercanía de su estado puramente vírico, es decir, son mucho más recientes. 
   No sólo los tenemos en nuestro genoma, los tenemos en abundancia. Algunos estudios señalan que hasta el 42% de nuestro material genético podrían ser transposones. Esta elevada cantidad no haría sino demostrar su antigüedad, pues buena parte de esa cifra son copias de un mismo gen en diferentes lugares del genoma. ¿Cómo puede un organismo tener tal cantidad de copias de genes de un virus y seguir funcionando? Naturalmente porque tienen alguna utilidad. Hay, al menos, dos funciones fundamentales que cumplen los transposones. La primera es ser un reservorio de mutaciones. De alguna manera, el organismo los mantiene controlados hasta que, en respuesta a una situación crítica del ambiente, les da rienda suelta, creando nuevos genes o nuevas funciones en los ya existentes. “Nuevo” significa aquí algo que no estaba presente en el genoma heredado y que se activa en las primeras fases del desarrollo embrionario pudiendo, por tanto, trasmitirse a la descendencia. La otra función es la que propuso McClintock, permitir la diferenciación de las células que comparten un mismo genoma, ganando, con ello, adaptabilidad al medio ambiente. Y aquí es donde aparece Fred Gage, genetista del Salk Insitute for Biological Studies de La Jolla, California. A finales del siglo pasado, Gage puso patas arriba las teorías sobre el cerebro humano al demostrar que en los adultos también se crean nueva células nerviosas destinadas, fundamentalmente, al hipocampo, es decir, la región donde se guardan los nuevos aprendizajes. Obviamente una sola de esas nuevas células basta para la adquisición de conocimientos complejos pues al establecer conexiones con las demás, modifica toda la red neuronal. A principios de este siglo Gage fue más lejos, describiendo un tansposón, el LINE-1, particularmente activo en el proceso de diferenciación de los precursones neuronales, es decir, en el proceso por el que aparece una neurona especializada en una nueva actividad. La conclusión está escrita con todas las letras en un artículo firmado por Gage y su equipo en 2007: “el genoma celular no es estático o determinista sino, más bien, dinámico”. No somos lo que somos por unos genes que determinan las características superiores que nos adornan, somos lo que somos porque hemos aprendido, como ningún otro organismo, a dominar el azar que nos constituye.