domingo, 12 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (y 2)


Las metáforas empleadas por los lingüistas cognitivos son estupendas. Ahí es nada la metáfora que permite hablar de “figura y fondo” en lugar de “sujeto y predicado”. Sus resonancias gestaltistas hacen pensar en leyes tan inmutables como las que rigen nuestra percepción. Desgraciadamente, a lo más que pueden llegar los lingüistas cognitivos por este camino es a la conclusión de que siempre tiene que haber una figura y un fondo. Conclusión que no es que sea falsa, simplemente o es lo que ya había dicho la Escuela de la Gestalt 80 años antes o bien es la perogrullada de que siempre hay un sujeto y un predicado en una proposición. Otro tanto cabe decir del “fenómeno de la prominencia (salience)”, mencionado más de 300 veces en este escrito y que esconde detrás de tanta relevancia la trivialidad de que siempre que se habla se habla de algo o de alguien.
Igualmente magnífica es la metáfora según la cual el significado de los términos no depende de un diccionario, sino de una enciclopedia. Una vez más, estamos ante una metáfora inspiradora. ¿Se tratará de una enciclopedia como la de los ilustrados, destinada a hacer progresar a la humanidad? ¿Acaso será una enciclopedia china, como la que abre Las palabras y las cosas de Michel Foucault y que ya leyó Charles Darwin? Pero, claro, ¿quién necesita una enciclopedia en nuestra internáutica época? ¿No sería mejor decir, como efectivamente permiten las ideas acerca de la categorización de los lingüistas cognitivos, que el significado depende de una red? ¿No podría ser el significado cada uno de los nodos, de las posiciones, de esa red? ¿No sería eso más fructífero, cognitivamente hablando, dado que nuestros procesos mentales también dependen de una serie de posiciones en una red (neuronal)? ¿no permitiría eso explicar las relaciones del lenguaje con el territorio (toponimia), del territorio con sus mapas, de los mapas con los atractores? Olvídense, no va por aquí la cosa. Los lingüistas cognitivos no parecen haber leído a Wittgenstein lo suficiente como para comprender que el significado no siempre es el uso.
Pero si lo que Ud. busca no son metáforas, sino teorías, o, peor aún, la teoría que podría denominarse “lingüística cognitiva”, no se moleste en leer estas 1334 páginas, no la hay. Esta es la razón por la cual, muchos de quienes escriben en este volumen se refieren a la lingüística cognitiva como una “disciplina”. Curiosa disciplina, ciertamente, la que nace por su confrontación a una teoría, ¿o acaso la gramática generativa también es una disciplina? Lo más parecido a una teoría de lingüística cognitiva son la teoría de los prototipos de Berlin y Kay y los campos semánticos de Trier y Weinrich. Trier y Weinrich no son problemáticos, en este libro se los prohija como lingüistas cognitivos avant la lettre sin el menor pudor. Este proceder o es puro cinismo o es desconocimiento de sus escritos, pues el concepto de campo semántico tal y como lo usa Trier y, especialmente, Weinrich, aplicado a las metáforas, permite sistematizaciones tanto sincrónicas como diacrónicas entre las diferentes lenguas (no hay más que recordar su “Münze und Wort” de 1958). Y aquí llegamos a la piedra de toque de toda esta historia: ¿por qué no se prohija también a Berlin y Kay? Muy fácil, porque Berlin y Kay han dedicado buena parte de sus estudios a demostrar la falsedad de la tesis de Sapir-Whorf.
Con su énfasis en que el significado es el uso, con su insistencia en la pragmática por encima, incluso, de la semántica, la lingüística cognitiva no tiene más remedio que declararse relativista. El problema es que ha llegado al mundo cuando ya nadie en el campo lingüístico cree en el relativismo. Por otra parte, tampoco puede pretender buscar universales lingüísticos, pues en esa orilla está, desde el comienzo, su gran coco malo, papá Chomsky. Es divertidísimo leer el capítulo dedicado a “Cognitive linguistic and linguistic relativity”, en el que Eric Pederson hace todo tipo de malabarismos para demostrar que... “ya veremos”. Memorable es el apartado dedicado a la construcción de contrafactuales y relaciones causales en las diferentes lenguas. El chino (que, por cierto, es un idioma que no existe, pues en China se hablan una infinidad de dialectos con cierto “aire de familia”) carece de contrafactuales, razón por la cual los chinos establecen relaciones causales de modo diferente a los ingleses. Claro que también el japonés carece de contrafactuales y las secuencias causales de sus hablantes son como las de los angloparlantes. El árabe que tiene contrafactuales no genera, en cambio, relaciones causales como las de los ingleses. ¡Hombre! concluye Pederson, de relativismo lingüístico, de relativismo lingüístico en sentido estricto, no se puede hablar... “No está demostrado” que el lenguaje determine el pensamiento... A lo mejor en un futuro... Pero, y éste es el suelo firme sobre el que se asienta la lingüística cognitiva, sí se puede decir que la cultura determina el pensamiento. Dicho de otro modo, Pederson dedica 32 páginas a demostrar que las culturas son un modo de ver el mundo. De semejante conclusión, como del resto de este volumen, no se puede decir que sea errónea, lo que sí se puede decir es que es trivial. Simplemente, para semejante viaje, no hacían falta tantas alforjas.

domingo, 5 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (1)


Hacia mediados del siglo XX, el epíteto “cognitivo” era poco menos que tabú. Los psicólogos habían abandonado, por fin, el ultrajante dominio de los faraones filósofos para dirigirse hacia la tierra prometida de la cientificidad, guiados por el Moisés Skinner y sus adláteres. Cierto es que habían tenido que dejar atrás los prados que les dieron nombre (la psique humana), pero el milagro de poder elaborar gráficos con curvas y pendientes fue tal que hasta los lingüistas se sumaron a la marcha. En 1959, un joven David, llamado Noam Chomsky, lanzó una certera piedra a la frente misma del monstruoso Goliat que se había creado, su famosa reseña de Verbal Behavior, nada menos que la confirmación por parte de la suprema autoridad, Skinner, de que los lingüistas también eran una tribu del pueblo elegido. El Goliat conductista tardó mucho más en caer que el bíblico, pero hacia comienzos de los años sesenta, Neisser y otros ya se atrevían a utilizar el epíteto tabú en la portada de sus libros. Los propios lingüistas se habían convertido en la tribu perdida, liderados por el jovenzuelo que tan hábil demostró ser en el uso de la honda. Sin embargo, muy pronto, comenzaron a pensar que estaban perdidos en la península del Sinaí. Chomsky había ofrecido, en efecto, un marco teórico sólido, un lenguaje formalizado útil para jugar a científicos y una serie de prometedores contactos con campos como la Inteligencia Artificial, la genética y la propia psicología. A cambio, la gramática generativa se había ido convirtiendo en algo abstracto, lleno de excepciones y más preocupada por seres computacionales que por humanos parlantes. Eso sin contar con que, en algún momento, acabaría por aparecer el punto de contacto entre las estructuras generativas y el anarquismo o la defensa del régimen de Pol Pot de que ha hecho gala Chomsky.
Rápidamente las disensiones generaron un conflicto y los chomskyanos excavaron trincheras por el procedimiento de convertir su grito de combate habitual, “¡la sintaxis primero!”, en “¡la sintaxis lo único!”. Al otro lado se situaron quienes pretendieron construir nada menos que una semántica generativa, con George Lakoff a la cabeza. Que los chomskyanos ganaran estas guerras lingüísticas no impidió que su campo se fracturara sin remedio. Mientras tanto, el epíteto “cognitivo” no sólo dejó de ser tabú en la psicología, sino que empezó a tener cierto pedigrí. Bajo él se refugiaron las derrotadas huestes de Lakoff ya a finales de siglo y así nació la lingüistica cognitiva.
Qué es la língüistica cognitiva es fácil de explicar: ahora mismo nada, en un futuro por determinar la panacea. Tomemos, por ejemplo, el Oxford Handbook of Cognitive Linguistic de 2007. Se trata de un manual, es decir, debe contener teorías que ya se han convertido en acervo compartido, hechos aceptados por todos y explicaciones paradigmáticas. Pues bien, si Ud. repasa las conclusiones de cada uno de los artículos integrados en este volumen, comprobará que aquello en que están de acuerdo todos los lingüistas cognitivos es en que “ya veremos”.  Como muestra un botón. 
Dice Chis Sinha que el concepto de representación es quizás el concepto más importante dentro de todas las disciplinas apellidadas “cognitivas” (“Cognitive Linguistics, Psychology and Cognitive Science”, pág. 1280). La representación se define como “estados internos de un mecanismo cognitivo” (pág. 1284), magnífico ejemplo de cómo definir algo simple por algo mucho más oscuro. No es de extrañar que Sinha concluya que determinar qué es una representación es una de las tareas pendientes de las disciplinas cognitivas (pág. 1285).
Hoy por hoy la lingüística cognitiva es una miríada de estudios empíricos, un puñado de explicaciones y unas cuantas metáforas, poco más. Hechos, lo que se dice hechos, no podrá encontrar Ud. ninguno nuevo en las 1334 páginas de este libro. Aún más, los “hechos” en los cuales se basa la lingüística cognitiva son cosas como que el lenguaje de los expertos es más preciso que el de quienes no son expertos, que los niños aprenden antes nombres que verbos y que las metáforas son muy importantes. Cosas todas ellas accesibles a cualquiera sin necesidad de hacer estudios empíricos, ser lingüista y, mucho menos, ser cognitivo.
Por su parte, las explicaciones pueden alcanzar un cierto grado de interés. Especialmente porque, como es obvio, no se hacen mediante un lenguaje pseudoformal (algo que olería al azufre generativista), sino mediante esquemas muy inspiradores. Eso sí, no hay modo de manipular estos esquemas para que permitan hacer predicciones ni siquiera en el sentido más vago del término.

domingo, 28 de abril de 2013

Casualidades y escraches (y 2)


En 2009 la crisis y la evidente burbuja solar, condujeron al gobierno a un drástico recorte en las subvenciones a las energías fotovoltaicas. Todo esto a menos de un año de que comenzase la construcción de Shams-1. En Abu Dhabi mucha gente empezó a pensar que los habían timado. Tras recibir una parte de los retornos pactados y cuando ya no había marcha atrás en el contrato con Abengoa, el gobierno cambiaba las reglas del juego. A quien quisiera oírles le contaron que “el gobierno español no cumple con lo acordado”. En especial, se lo contaron a una lobista a la que pagaban muy bien por ejercer su trabajo: Corinna zu Sayn-Wittgenstein-Sayn, “amiga entrañable”, entre otras personalidades, del rey Juan Carlos. Tampoco parece estar en malas relaciones con el ministro de Asuntos Exteriores, el Sr. García-Margallo, con quien se reunió, al menos, dos veces. Cualquiera con un poco de maldad podrá imaginarse la secuencia: la primera vez le pidió algo y la segunda el ministro se lo dio. ¿Qué le pidió? Según publica El Mundo a manos de la “entrañable” baronesa llegaron modificaciones a la ley energética del puño y letra del propio ministro de Industria, el Sr. Soria, quien acabó enterándose del destino de sus anotaciones por la prensa. Una vez más, alguien malpensado podría decir que el Ministerio de Asuntos Exteriores realizó tareas de espionaje a favor del mejor postor. Yo, como no soy malpensado, prefiero decir que esos documentos llegaron a manos de la baronesa por casualidad, con el fin de mostrar las buenas intenciones del gobierno para con esos grandes amigos del pueblo español que son los gobernantes de Emiratos Arabes.
Hay varios detalles dignos de comentar. Por qué este tipo de informaciones las está publicando El Mundo, y medios afines mientras El País va a la zaga, es fácil de entender si tenemos en cuenta los ya mencionados “intereses comunes” entre Prisa y Abengoa. Por qué no se le pidió directamente al Sr. Soria que interviniera también es fácil de entender: probablemente no lo hubiese hecho. El ministro de Hacienda, Sr. Montoro (el fundador de Equipo Económico, ¿recuerdan?), actuó en cierta ocasión para modificar el articulado de una ley energética promovida por Soria que, una vez más, casualmente, no acababa de convencer a los directivos de Abengoa. Desde esta empresa se considera a Soria, “muy sensible” a los intereses de las grandes compañías petrolíferas y eléctricas que operan en este país.
Finalmente Abengoa se quedó en el gran proyecto de Shams-1, que fue inaugurado este año y cuya gestión y mantenimiento llevará a medias con Total. Eso sí, en el fastuoso acto de presentación, las autoridades de Abu Dhabi no cesaron de repetir su intención de invertir en cuantos proyectos fotovoltaicos se desarrollaran en países “con marcos legislativos estables”. Casualmente esta inauguración coincidió con las declaraciones de la “entrañable” baronesa en las que aseguraba haber realizado gestiones no retribuidas a favor del reino de España y que, desde entonces, vienen poniendo en aprietos al gobierno y a la propia corona debido a las curiosas y detalladas filtraciones a la prensa que se están sucediendo. Ya veremos si un desgraciado accidente o cualquier otra desgraciada casualidad no conduce a la rescisión del contrato con Abengoa.
Bien, ahora supongamos que no es Ud. un miembro destacado de la familia Benjumea, de hecho vamos a suponer que ni siquiera es Ud. dueño de una empresa que factura 3.000 millones largos de euros al año. Ud. no es ni baronesa ni entrañable, no representa a las grandes firmas petrolíferas ni eléctricas, por no ser, ni siquiera es Ud. un jeque de la dinastía gobernante en Abu Dhabi. Vamos a decirlo de otra manera, Ud. es, simplemente, un ciudadano de a pie, de los que se levantan todos los días a las seis de la mañana, va a trabajar cuando tiene trabajo, sueña con ganar 2.000 euros al mes, teme a Hacienda y paga sus impuestos para que se subvencione a las empresas de algún jeque. Supongamos que tiene Ud. un problema grave, por ejemplo, que un banco va a embargarle su casa porque, tras diez años de hacerlo, hace seis meses que no puede pagarle la hipoteca. ¿Qué hará Ud.? ¿llamará al rey? ¿llamará al ministro? ¿a su diputado? ¿por qué no? ¿Qué probabilidad hay de que, siendo Ud. un ciudadano de a pie, pueda ser recibido por uno de ellos en su despacho, pueda desayunar con uno de ellos, tenga, aunque sea, “un encuentro social” con ellos? Y si no lo consigue, ¿cómo puede hacer oír su voz? Bien, la Constitución tiene mecanismos para eso. Por ejemplo, puede unirse a otros y presentar una Iniciativa Legislativa Popular. ¿Será aceptada a trámite? ¿será aprobada? ¿recibirá Ud. de la gente que está ahí gracias a su voto, otra cosa que no sean burlas, escarnios y menosprecios? Insisto, ¿cómo puede Ud. hacer oír su voz? Pues mucho me temo que la única opción que le queda, si quiere que un político oiga su voz, es irse a la puerta de su casa a gritarle. ¿Comete Ud. un delito con ello?
El ejercicio de la política es una pesada carga, entre otras cosas, porque desde el momento en que uno acepta entrar en él está renunciando a toda la parte de su vida privada a la que renuncian los personajes públicos. Yo diría, incluso, que algo más, porque si bien un cantante de rock puede decir que mudarse a una mansión, esnifar cocaína y tratar de esquivar una multa de tráfico, son cuestiones de su vida privada, en ningún caso puede decirse lo mismo de un político. Es lógico que los votantes de alguien demanden mayor información sobre sus actividades privadas que los fans de una estrella de rock. Al fin y al cabo, están depositando la gestión de su futuro en manos de quien recibe sus votos. Si el asunto es tan simple como identificar el sitio en el que vive un político, es poco menos que ridículo querer ver en ello objeto de delito.
Calificar a los escraches de prácticas antidemocráticas, anticonstitucionales o, directamente, nazis, es, simplemente, mostrar el nerviosismo de quienes quieren recibir únicamente las  entrañables visitas de baronesas como Corinna y demás lobistas cargados de sobres y promesas de cargos futuros.  Es, obviamente, lógico que pidan eso, todos pedimos lo más favorable para nuestros intereses. No por ello nuestras peticiones son sensatas ni racionales. Si uno ejerce un cargo público debe estar preparado para recibir todo tipo de visitas, buenas y malas, y si no quiere recibirlas, lo único que tiene que hacer es tratar de escuchar las demandas y preocupaciones de sus votantes. De lo contrario la situación se vuelve tan disparatada que Jorge Verstrynge acaba teniendo razón, porque, efectivamente, si a los ciudadanos se los trata como a perros, es normal que acaben mordiendo.
Y, por cierto, lo que caracterizó al nazismo no fue señalar las casas de sus rivales políticos, lo que caracterizó al nazismo fue imponer de un modo insensato e irracional sus intereses, bien por la fuerza de unas leyes alteradas para favorecer a unos pocos, bien por la fuerza bruta de uniformados con porras.

domingo, 21 de abril de 2013

Casualidades y escraches (1)


Dado que vamos a hablar de casualidades, emplearemos nombres supuestos cuya coincidencia con la realidad será, pues eso, pura casualidad. Javier Benjumea fundó Abengoa, empresa dedicada a la obra civil en 1941. Durante años supo dónde debía estar para crecer de modo continuado. Cuando los tiempos comenzaron a cambiar, Abengoa demostró estar dispuesta a montarse a lomos de la historia y no, como muchas otras empresas sevillanas, a levantar diques contra ella. Si, por ejemplo, hubiese habido noticias de que un joven abogado de la tierra había sido nombrado secretario general de un partido histórico, aunque en aquellos momentos ilegal, se hubiesen puesto todas las facilidades para que se entrevistase con Don Javier. De este modo si un día ese joven llegara a ser presidente del primer gobierno socialista de la democracia, Abengoa estaría en el saco de las empresas que se internacionalizaron con él. Aún más, el triunfo del socialismo en España es, casualmente, coetáneo con la fundación de Abengoa Solar, filial que aprendió los secretos de su oficio gracias a su colaboración con el Instituto Weizmann, auténtico MIT de Israel.
Hacia finales del siglo XX, bajo el mando de la segunda generación familiar, ciertas operaciones de Abengoa con una de sus filiales acabaron despertando el interés de la Fiscalía Anticorrupción y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Si uno fuera malpensado, imaginaría que la empresa echó mano de sus contactos políticos y que éstos le indicaron que ese favor era bastante considerable, es decir, que tenía que subir el nivel de los favores que les estaba haciendo. Yo, como no soy malpensado, me limitaré a indicar que, casualmente, el caso se archivó sin mayores consecuencias y que, a partir de esa fecha, Abengoa decidió abrir su consejo de administración a personas no pertenecientes a la familia Benjumea. De este modo entraron en él “consejeros independientes”. Casualmente estos consejeros tenían apellidos conocidos, había un Polanco, un Borbón, un Sebastián... Además se contrató a una Chaves y la empresa se convirtió en cliente de Equipo Económico, dirigida en aquel entonces por un tal Montoro. Si Ud. se sorprende de que familiares de políticos de izquierda, de derecha y “de arriba”, se sentaran en amor y compaña en un consejo de administración es que ignora la Regla Número 1 que rige este mundo, a saber, todo lo que la política (aparentemente) desune, lo une (realmente) el dinero.
Vamos a imaginar ahora un país. Es un país un poco peculiar. Tiene petróleo para dar y repartir, por tanto es rico. Precisamente por ser rico atrae a gran número de empresas que disparan el consumo eléctrico. Pero nuestro país no refina el petróleo que exporta, con lo que sus posibilidades de aumentar la producción eléctrica pasa por las energías alternativas. Es un país soleado, aunque también arenoso y no hay peor enemigo para las placas solares que las tormentas de arena. Le pondremos un nombre fantástico a este país imaginario, por ejemplo, Abu Dhabi. Si un país de este género existiese, desde luego, atraería el interés de Abengoa Solar y pondría a funcionar toda su maquinaria de contactos, a la izquierda, a la derecha y arriba, para entrar en ese jugoso mercado. Habría algunos inconvenientes, entre los cuales, el sello hebreo de sus primeros pasos no sería el menor. Entiéndasenos, aquí debe aplicarse otra vez la Regla Número 1. Judíos y musulmanes se matarán y se habrán matado mucho a lo largo de la historia, pero nunca han dejado de hacer negocios si las dos partes salían beneficiadas. Eso sí, en ningún papel en manos de uno debía figurar el nombre del otro y mucho menos, como en el caso de Abengoa Solar, hacerlo constar casi en la presentación de su página web. Por tanto, Abu Dhabi pidió contrapartidas por abrirle las puertas a Abengoa. Obviamente no se las pidió a la empresa en cuestión a la que considerarían poco menos que los albañiles que venían a hacerles las chapuzas. Se las pedirían a quienes la habían recomendado.
El año 2007 es el año del Real Decreto que regulaba las energías renovables en España. Casualmente es el año de la firma del memorando para la colaboración entre España y Abu Dhabi, entre otras cosas, en materia de energías renovables. Casualmente, también, el Real Decreto contenía un error significativo. Subvencionaba generosamente a las empresas dedicadas a la energía solar no por suministrar potencia a la red eléctrica, sino por el simple hecho de instalar placas solares. El resultado fue que este país se llenó de placas solares. Fuimos el país con más metros de placas solares per capita del mundo. Eso sí, la contribución de la energía solar a la producción de electricidad se mantuvo prácticamente estable. La mayoría de los parques fotovoltaicos españoles no estaban conectados a la red eléctrica. No había incentivos para ello. Se instalaron placas solares por el mismo motivo por el que se sembró lino, por las subvenciones, no para producir electricidad. Así es como la empresa Masdar, ligada al fondo de inversión de Abu Dhabi, sembró de placas solares media España pese a que era incapaz de desarrollar proyectos en su propio país. De hecho, para la gran instalación solar en tierra de los Emiratos Arabes, Shams-1, necesitó la colaboración de la francesa Total y, casualmente, la española Abengoa Solar.
Alguien maledicente podría ver aquí un claro ejemplo de expolio del patrimonio público, pues las subvenciones con dinero del Estado fueron a parar a un fondo de inversión extranjero con objeto de favorecer los intereses de una empresa privada (y, obviamente, nunca sabremos quién puso más dinero en su lado de la balanza). Sin embargo, mi intención no es demonizar Abengoa. Abengoa es, simplemente, una gran firma haciendo negocios como éstas suelen hacerlos. En este país es normal que las leyes se redacten al dictado de las compañías, hasta el punto de que algún que otro anteproyecto de ley ha comenzado a circular todavía con el membrete de la empresa que lo redactó en sus páginas. Aún más, la apuesta de Abengoa por las energías renovables la ha conducido a múltiples batallas contra enemigos mucho más grandes y mucho menos honestos que ella: las empresas petrolíferas.

domingo, 14 de abril de 2013

¡El autor! ¡el autor!


Postrado por la gripe, tuve oportunidad de ver la pasada Semana Santa, Anonymous, la versión sobre las hipótesis  del “otro” Shakespeare de Roland Emmerich (sí, sí, Roland Emmerich, han leído bien). Su guionista, John Orloff,  ha conseguido hacer sostenible una amalgama de teorías, supuestos y rumores truculentos sobre los que Emmerich no ha ejercido la menor selección, prácticamente no falta ni uno. Y es que Shakespeare, el clásico entre los clásicos de la lengua inglesa, parece haber pasado por este mundo sin dejar más rastro que sus obras. El incendio de The Globe se llevó por delante, hay que suponerlo, los originales de sus obras teatrales, junto con (de nuevo, hay que suponer) sus borradores y anotaciones. Los únicos textos con la letra de Shakespeare que nos han llegado son los que pertenecen a los últimos años de su vida y se refieren a pleitos y negocios en los que anduvo metido. Durante 150 años a nadie pareció extrañarle todo esto, hasta que una tal Delia Bacon, lanzó la hipótesis de que las obras del autor de Stratford, en realidad, habían sido escritas por su tocayo Francis. La buena de Delia Bacon dedicó a esta hipótesis toda su vida, anotando pasajes y fragmentos baconianos que dejarían su huella en los textos de “Shakespeare”. Su obsesión acabó por conducirla a un psiquiátrico pero el debate abierto por Delia Bacon no hizo sino ampliarse desde entonces. Rápidamente surgieron otros candidatos (que, con el paso de los años han llegado a incluir a ¡Cervantes!) Dos de ellos han recibido especial atención. El primero es Chistopher Marlow, autor teatral él mismo, creador de buena parte de los artificios cuando no de los temas utilizados por  “Shakespeare”, homosexual, ateo y pendenciero, que acabó muerto en un oscuro incidente. De hecho, según quienes avalan la hipótesis de que Marlow, además de Marlow, fue Shakespeare, suponen que no murió en ese incidente. Su “muerte” fue sólo un truco para sacarlo de Inglaterra y llevarlo a Francia desde donde hizo llegar los escritos que conocemos como “Shakespeare”. 
El otro candidato, el que se convirtió en el favorito de los especialistas hacia finales del siglo XX es el que muestra la película de Emmerich, Edward de Vere, decimoctavo duque de Oxford. De Vere era un hombre culto y de talento, había viajado por Europa y había recibido una educación tan esmerada como correspondía a su rango. Escribió obras para la corte y se gastó la práctica totalidad de su fortuna ejerciendo de mecenas de las artes y las letras. Vivió la última etapa de su vida de una pensión concedida por la reina Isabel y refrendada por su sucesor, Jacobo I, que nunca fue justificada por ninguno de los dos. De Vere tenía, además, un motivo obvio para no firmar sus obras. El teatro, el teatro representado en sitios como The Globe, poseía un tinte canalla y hubiese sido una mancha para un noble de la época firmar obras de semejante calaña. Además, hay dos curiosas coincidencias en torno a De Vere: sus obras cortesanas dejaron de representarse el mismo año en que “Shakespeare” comenzó a estrenar y se ha encontrado un retrato suyo debajo del llamado “Ashbourne Portrait”, uno de los pocos retratos de Shakespeare. También hay numerosos argumentos en su contra. En las obras de Shakespeare hay inexactitudes geográficas e históricas (algunas referidas, precisamente, al ducado de Oxford), muy impropias de quien ha visto las cosas de primera mano. Por otra parte, "Shakespeare", como todos los clásicos, era un profundo conocedor del alma humana. Es poco probable que alguien con semejante penetración y fácil acceso a la corona no hubiese sido aprovechado para cargos políticos más importantes y prolongados de los que De Vere tuvo.
No hay que olvidar otros nombres, John Fletcher, sucesor de Shakespeare al frente de su compañía cuando éste la abandonó, parece haber tenido un papel relevante en, al menos, la reelaboración de algunas obras de aquel. Y después están el dramaturgo John Lyly y el poeta Anthony Munday, cercanos a todo este mundo del teatro isabelino... y receptores de  ayudas por parte del duque de Oxford. Sólo falta un detalle más, hasta el siglo XIX, una pieza, musical o teatral, sólo se consideraba terminada cuando se interpretaba. Por ello, el intérprete era un auténtico coautor, otorgándosele mucha mayor libertad de lo que se hizo después. Es poco probable, pues, que William Shakespeare fuese un “simple” actor y mucho menos un hombre de paja. Por otra parte, tampoco es fácil explicar de dónde surgieron los conocimientos de los que hace gala en sus obras. De Vere, por supuesto, los tenía, pero es igualmente improbable que el estilo de sus obras cortesanas triunfara entre las clases populares de Londres sin ser, literalmente, rehechas de arriba a abajo. Sería, desde luego, una tarea ardua, en la que habría hecho falta la intervención de gente como Marlow, Lyly, Munday, Fletcher, el propio Shakespeare y, probablemente, algunos más, en una sucesión algo caótica y variable para cada estreno. Este tipo de colaboración era, según parece, algo habitual en el teatro isabelino. 
    El concepto de autor que nosotros manejamos, ese “autor genial”, ese individuo heroico que, luchando contra los elementos crea algo como jamás hubo bajo el Sol, es un producto histórico, una estrafalaria hipótesis romántica, que ni había existido hasta entonces ni debiéramos permitir que prolongara su existencia. ¿Acaso dejaría Mercucio de morir si Shakespeare no fuese Shakespeare? ¿dejaría el bosque de Birman de avanzar sobre la fortaleza de Macbeth? ¿acaso Yago no envenenaría el amor de Otelo por Desdémona? ¿Gana o pierde algo la “obra de Shakespeare” quedándose con la materialidad de sus textos, con la literalidad de sus palabras, con la sonoridad de sus versos, pero sin el nombre a quien se les atribuye? Lo importante, lo realmente importante, es lo que un texto dice, el sistema de sus enunciados. El autor es pura anécdota, mera caligrafía común a las obras que se le adjudican, la semejanza estilística entre unos textos dispersos, un modo de resumir la ley de distribución de los enunciados. Distinguir entre un autor y la nebulosa de ideas que pululan por la cabeza de quienes viven en su época es siempre un proceder arbitrario,  lo demuestra la necesidad de hablar de “influencias”. ¿Cómo, entonces, otorgar derechos a una nebulosa? ¿cómo adjudicar porcentajes de dinero a un estilo? ¿cómo demandar la recepción de un permiso para que alguien se sienta influido por un texto?


    Para saber más sobre las diversas hipótesis "Shakespeare" pueden leer este artículo de la omnipresente wikipedia o este y el magnífico texto de Sergio Macías.

domingo, 7 de abril de 2013

Cuando llega la crisis


Dicen que hay que ser positivo, que siempre hay que ver el lado bueno de las cosas (de hecho, eso es lo que proponía el positivismo de Augusto Comte según la mayoría de mis alumnos). Puestos a ser positivos, vamos a sacarle partido a esta crisis. Una de las ventajas de las crisis es que si cuando las cosas van bien la realidad se desmelena, cuando van mal, se desmena, es decir, se limpian las impurezas que la cubren. Esas impurezas son lo que en minería se llama la ganga. En efecto, lo que define a las épocas de crisis es que ya no hay gangas por ninguna parte. Desaparecidas las gangas, desmenada la realidad, quienes votaron reiteradamente a la izquierda de la izquierda se quejan porque se les da asistencia sanitaria a los inmigrantes; quienes cantaban canciones revolucionarias, hacen lo posible porque se dejen de oír canciones en las bodas sin pagar un canon feudal; y los políticos cuyas bocas se llenaron hablando de la democracia y la participación ciudadana, tratan de esconder sus vergüenzas tras policías fuertemente armados. Cuando llega la crisis se descubre quién de verdad es generoso, solidario, está dispuesto a ayudar a los necesitados y quién se limitó a adoptar poses de nuevo rico. Cuando llega la crisis las supuestas democracias se quitan la careta y dejan claro qué es lo único que le permiten a sus ciudadanos libres: participar muy sumisamente en una mascarada cada cuatro años.
¿Recuerdan la iniciativa legislativa popular? Lean la Constitución. De la constitución española vigente nunca se pudo decir que fuese muy avanzada socialmente, ni muy liberal. Fue redactada por un puñado de políticos que de liberales y de avanzados socialmente no tenían nada, pero sí sabían cómo hacer las cosas, sabían lo que se esperaba de ellos y tenían conocimientos jurídicos para dar y regalar. Quisieron hacer un texto elástico, que posibilitara siempre y nunca impidiese, exactamente lo contrario a una camisa de fuerza. Bien que lo consiguieron. La constitución española permite muchas cosas, muchas más de las que después se ha tenido valor para sacar de ella. Permitía un desarrollo autonómico superior al que finalmente se llevó a cabo, permite modificaciones exprés de la misma.... permite iniciativas legislativas populares. Nuestros políticos, nuestros democráticos políticos, estaban quejumbrosos de la apatía ciudadana, querían que los ciudadanos propusieran cosas, que el pueblo tomara el Parlamento. Después intentó, no ya tomarlo, acercarse siquiera y vimos todos lo que pasó. Ahora es peor, se han tomado en serio lo de la iniciativa popular. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (¡menuda labor la que están realizando estas gentes!) ha conseguido lo (que todos los políticos esperaban que fuese) imposible, reunir las firmas necesarias. En realidad, han reunido muchas más de las necesarias, alrededor de un millón y medio de firmas. En este país, en el que reuniendo un millón de ciudadanos uno ya cree ser nación independiente, ellos han reunido mucho más simplemente para modificar una ley que hasta el tribunal de Estrasburgo dice que es brutal, abusiva, y decimonónica. 
¿Qué van a hacer los defensores de la constitución, los que acusan a los promotores de escraches de ser antidemocráticos, los que no se cansan de repetir que todas las ideas pueden ser defendidas dentro de los cauces de la ley, los que tanto reclamaban la participación ciudadana? Pues lo de siempre. Como buenos políticos no van a decir ni que sí ni que no. Ni la han aceptado ni la han rechazado, la han guardado en un cajón. Esperarán, esperarán a ver si los que en su día firmaron se olvidan de que han firmado, esperarán a ver si pueden encarcelar a los promotores de la idea por cualquier otro motivo, esperarán a que el clamor popular amaine un poco. Después “rescribirán” la ley. Pondrán “pago completo de la hipoteca” donde decía “dación en pago”, “proteger los derechos de los bancos” donde se hablaba de “proteger los derechos de los ciudadanos”, “garantizar el pago hasta el último céntimo” donde figuraba “garantizar la subsistencia de los más desfavorecidos”. La presentarán al Parlamento, la aprobarán por mayoría y todos de pie, a la izquierda y a la derecha del hemiciclo, aplaudirán la promulgación de la primera ley por iniciativa popular de nuestra historia, el triunfo supremo, al cabo, de nuestra bendita democracia de pacotilla.

sábado, 30 de marzo de 2013

Gratis


Como los políticos no me han hecho caso y han vuelto a meter sus zarpas en la educación, no quiero dejar pasar esta oportunidad sin hacer, yo también, una propuesta disparatada.
Para empezar, la fundamentación. Una de las idiosincrasias de España es la errónea concepción que aquí existe acerca de los bienes públicos. En este país, “bien público” es sinónimo de terra nullius, es decir, está ahí para el primero que lo coja. Lo público no se entiende como propiedad de todos, se entiende como algo que está esperando un propietario. Es por tanto, lógico, que nuestros políticos se abalancen sobre cualquier dinero perteneciente al Estado, son perfectamente conscientes de que si ellos no lo hacen lo hará alguien por debajo de ellos, pues ese dinero está ahí para que alguien se lo apropie y entre los ciudadanos que lo necesitan y ellos que pueden hacer por necesitarlo, casi que no hay color. Como digo, es algo que ocurre a todos los niveles. Los parques públicos tampoco son de nadie y es comprensible que a la gente le falte tiempo para arrancar los tablones de los bancos, pintarrajear los  toboganes infantiles y pisotear las flores. Lejos de pensar que cada destrozo lo van a pagar, tarde o temprano, a través de sus impuestos, los tontitos que así intentan ocultarse la abulia de sus vidas, son incapaces de comprender el mal que se están haciendo a sí mismos.
Ahora ya podemos entender cómo percibe el español medio la “enseñanza pública”. “Enseñanza pública” es sinónimo de “enseñanza que no es de nadie”, algo que está ahí para que yo, para que cada uno, se la apropie lo mejor que pueda y haga con ella lo que le plazca: convertirla en el gran encierro de jóvenes, descargar las propias frustraciones sobre el primer funcionario que uno encuentre o, simplemente, charlar acerca de lo que yo creo que ellos deberían hacer. Por supuesto, al español medio ni se le pasa por la cabeza que esta enseñanza pueda estar ofreciéndole algo a él o a sus hijos, le resulta poco menos que alienígena la idea de con ella se esté intentando nivelar desigualdades sociales y está más allá de sus entendederas imaginar que una enseñanza pública y, por ende, gratuita, pueda estar por encima de la enseñanza de pago. Y, sin embargo, ésta es la realidad. Los carísimos colegios privados españoles apenas ofrecen nada a cambio de sus exageradas mensualidades. Diferentes estudios señalan que, si se descuenta el nivel sociocultural de las familias, los resultados de los colegios de pago son insensiblemente mejores que los de la escuela pública. Es obvio que un padre que paga 700 ó 1000 € de mensualidad, haga todo cuanto esté en su mano para que su hijo no se dedique a dormir en las clases. En cuanto reciba la menor indicación de los profesores, tendrá una charlita con su hijo en la que le dejará las cosas meridianamente claras y le enseñará el camino de un colegio público. Eso es todo lo que hace superiores a los colegios privados, el nivel de implicación de la familia, tanto más alto cuanto elevada sea la mensualidad.
Por todo ello, mi propuesta educativa es extremadamente simple: acabar con la enseñanza gratuita. No se trata, por supuesto, de hacer recaer sobre las familias el coste de la educación y mucho menos de generar exclusión social. No hace falta. Se trata de adecuar el coste educativo a los ingresos de la familia en cuestión y la cantidad a pagar tampoco debería pasar del puro simbolismo. En esencia, lo que yo propongo es que a las familias más necesitadas se les obligue a pagar el equivalente a un litro de cerveza al mes. En el caso de las más pudientes, el monto no superaría el de cuatro o cinco gin tonics.  La medida no sería, evidentemente, popular. Les aseguro que sería efectiva. Cuando las familias descubriesen que tenían que privarse de un par de cervezas a la semana, aprenderían a valorar lo que se les entrega y aparecería en ellas un repentino interés porque su hijo/a no esté, simplemente, arrecogío. Pero, claro, ningún político estará realmente interesado en adoptar una medida de estas características. Como ya he explicado en múltiples ocasiones, si algo va mal y el que viene a continuación lo empeora y el que viene después todavía halla un modo de empeorarlo, no estamos ante una sucesión de desgraciadas coincidencias, sino ante un plan deliberado para conseguir que todo vaya mal. Y eso, precisamente eso, es lo que desde hace más de cuarenta años se está intentando en este país, acabar con cualquier vestigio de una educación pública de mediana calidad.