domingo, 20 de junio de 2021

El reciclaje que salvará al mundo.

   El eslogan de que el reciclaje nos salvará de la catástrofe se ha impuesto como doctrina oficial. Hay algo de cierto en él, pero, desde luego, no en el hecho de que se haya convertido en un elemento básico en nuestras economías del siglo XXI. Ecológicamente, en lo que se refiere a la reducción del impacto ambiental de nuestras actividades, tiene un carácter marginal, por no decir despreciable. Sin embargo, en términos económicos, conforma un negocio multimillonario. El caso de los plásticos resulta muy característico. Todo el esfuerzo por aislar los plásticos y verterlos en lugares específicos que se lleva a cabo en los hogares se traduce en 170 millones de toneladas de plástico anuales arrojadas al vertedero, al mar o incineradas. De promedio sólo se recicla el 35% de los plásticos que se produce, aunque este cifra esconde una monumental mentira porque, hasta hace muy poco, Occidente incluía en las cifras de su "reciclaje", mandar millones de toneladas de plástico a países asiáticos que, en muchos casos, acababan por tirarlos al mar. De este modo, a la contaminación que ellos generaban se añadía la producida por su transporte. Eso sí, los beneficios económicos se multiplicaban. Los países desarrollados (entre ellos España,, noveno exportador mundial de plásticos) pagan a empresas que, en lugar de reciclar, subcontratan ese "reciclaje" a otras y estas a otras en una cadena que termina con los plásticos en los mares y vertederos de China, Indonesia y Malaisía. En medio de toda esta "creación de riqueza", el reciclado real de los plásticos fabricados desde 1950 se reduce a un 9% del total. Mención aparte merecen el "modelo sueco" o el "modelo alemán", que venden como "reciclado", la generación de energía mediante la quema de plásticos provocando más contaminación de la que originan las centrales de gas o de carbón. A esta locura se añaden disparates como la campaña para "acabar con las bolsas de plástico". Se nos ablandó el corazón con las pobrecitas tortugas marinas que morían asfixiadas al confundir las bolsas de plástico flotantes en el mar con medusas, sin que nadie se preguntase cómo acababan allí bolsas teóricamente recicladas. Se nos concienció de la necesidad de extirparlas de nuestras vidas y, desde entonces… se nos cobra por ellas. ¿El resultado? El mercado de las bolsas de plástico se halla en plena expansión y cada día se fabrican más. Por supuesto, todas ellas lo hacen bajo una etiqueta de biodegradabilidad muy discutible en algunos casos y más difícil de comprobar en el resto.

   En realidad, el plástico reciclado ni tiene las mismas prestaciones que el plástico recién producido ni tiene un precio mejor, en especial cuando el petróleo abunda. Los estrechos márgenes de beneficio obligan a contar con una mano de obra con bajísimos niveles de capacitación y de motivación, que convierte en caricaturas los más avanzados y sofisticados procesos de reciclado. Pero lo mismo cabe decirse del otro punto de la cadena. La cotidiana separación de plásticos de los hogares no sirve para nada, pues lo que metemos en los correspondientes contenedores tiene una composición tan dispar que hace imposible su reutilización sin proceder a separarlos de modo más eficiente, incluyendo su separación por colores. Una limpieza eficaz resulta también imprescindible para el proceso de reciclaje en el caso de los plásticos y eso incluye eliminar las etiquetas identificadoras y los adhesivos utilizados para fijarlas. Algunos de los plásticos más difícilmente degradables o abundantes y, por tanto, más contaminantes, no permiten obtener ningún beneficio económico de su reciclado, caso de todas esas finas láminas y laminillas que se utilizan en el envasado de los productos alimenticios.

   No obstante, el problema del plástico casi parece insignificante si se lo compara con otro tipo de residuos que sigue su mismo camino: la basura electrónica. Una de las características de nuestros modernos e imprescindibles indicadores de estatus social consiste en la multiplicidad de materiales que los componen. La separación real de todos ellos y su debido tratamiento de un modo que procure cero impacto en el medio ambiente resulta poco menos que imposible. El ciclo medio de estos productos sigue patrones perfectamente trazables. Los ciudadanos ecológicamente comprometidos y educados por el discurso oficial, los depositan en los puntos limpios puestos a nuestra disposición por todas la corporaciones locales. Mientras conciliamos el sueño felices por haber cumplido con nuestra responsabilidad, los más ricos en las materias económicamente rentables del momento salen, no necesariamente por la puerta de atrás, del punto limpio, para acabar en los almacenes de chatarreros que tienen un acuerdo, digamos que "opaco" con los empleados municipales, una vez más, poco cualificados, poco motivados y peor retribuidos. Todo lo que al chaterrero de turno no le interese acabará en el vertedero. El resto de lo que queda en los puntos limpios, se "recicla", quiero decir, las correspondientes empresas cobrarán de los gobiernos por transferirlas a bajo costo a una compleja red de empresas que acaban trasladándolos a China o a Ghana. Allí, sin más legislación que el la ley del más fuerte, quiero decir, la libertad del mercado, los materiales económicamente rentables se extraen de ellos sin importar cómo ni a qué costo ambiental o para la salud de sus trabajadores (muchas veces niños) y se envían de vuelta a los países desarrollados, sumando al disparate ecológico, la contaminación de un transporte de ida y vuelta, en otro ejemplo de lo que entiende el capitalismo por "crear riqueza".

   Las etiquetas que indican el carácter reciclable de los productos, el bonito discurso acerca de la necesidad de reciclar y de los beneficios que comporta, calla acerca de la naturaleza de esos beneficios. En un mundo regido por el mercado libre, en un mundo en el que el mercado hace lo que le da la gana con todos nosotros, poner en el reciclaje la esperanza para salvarlo de la catástrofe a la que lo conducimos sólo puede entenderse como la excusa de los colaboracionistas. Si de verdad qusiéramos librarnos de lo que ya resulta inevitable, hace décadas que deberíamos haber aprendido a hacer más con menos, a vivir felizmente sin consumir, a mostrar como triunfo las cifras de contracción de nuestra economía y a valorar lo que las personas "son" por todo aquello que han dejado de hacer. Quizás aún tengamos tiempo si, desde hoy mismo, nos olvidamos de la milonga del reciclaje de las basuras y comenzamos a reciclarnos nosotros mismos y nuestra disparatada forma de pensar.

domingo, 13 de junio de 2021

La ciencia de la creatividad (11. Un algoritmo para inventar)

   El algoritmo de la invención (ARIZ) consiste en una serie de pasos que nos conducen a una solución altamente creativa e inventiva al problema planteado. Como tal puede considerárselo un work in progress en la vida de Altshuller. Aunque sólo se introdujo el término “algoritmo” en 1965, puede vérselo ya presente en el artículo seminal “Acerca de la psicología de la creatividad inventiva” escrito con Rafael Shapiro en 1956 y desde entonces no dejó de acumular versiones en 1959, 1961, 1965, 1971, 1977, 1982 y 1985. De hecho, en el texto de 1982, Altshuller hablaba de la inevitabilidad de esa sucesión infinita de versiones y señalaba que existiría un ARIZ-87 y un ARIZ-88. Cada vez, decía allí, ARIZ se vuelve más sofisticado, más eficaz, pero, por lo mismo, apunta con mayor nitidez hacia los aspectos mejorables en él. Tres años después, sin embargo, en la tercera de sus versiones, Altshuller señalaba que ARIZ-85 debía considerarse la versión definitiva y no se necesitarían ulteriores modificaciones del texto. Para ello dotó a ARIZ-85c de los pasos necesarios para que generara su propia modificación por la vía de utilizar los estándares y señalar el modo en que podían añadirse nuevos estándares inventivos. Probablemente también influyeron circunstancias externas. Altshuller asumió desde el principio la exclusividad de la tarea de introducir modificaciones en ARIZ y, según parece, su salud comenzó a resentirse a partir de esos años. 

   Tampoco el papel de ARIZ se mantuvo constante a lo largo del tiempo. Hasta su denominación como tal, figuró en la obra de Altshuller a modo de demostración de una posibilidad, como la indicación de un hecho o como la descripción de un proceso llevado efectivamente a cabo por los inventores. Su conversión en algoritmo lo hizo colocarse en el centro de TRIZ. Altshuller se enfadaba cuando se le recordaba que en la década de los 60 y de los 70 ARIZ constituía el núcleo duro de TRIZ y echaba la culpa “a los otros”, a los oponentes a TRIZ, de haberse aferrado a la palabra “algoritmo”. Sin embargo, si se revisan los escritos de esa época, puede apreciarse cómo el acento se pone en aprender a manejar el algoritmo, porque mediante él se podían resolver el 85% de las tareas, quedando el 15% restante para la aplicación de otros protocolos de modo aislado, por ejemplo, el listado de los estándares. A partir de 1977, el algoritmo de la invención perdió progresivamente esa centralidad y pasó del protocolo para el 85% de las tareas al protocolo para el 15% de las tareas, en esencia todas aquellas que resistían el abordaje de los restantes protocolos por separado, hasta el punto de que hoy día, en la literatura TRIZ, resulta fácil encontrar la declaración de que ARIZ sirve para “una tarea al año”. Esa especialización no puede desligarse de la expansión de TRIZ por el mundo. Altshuller insistía una y otra vez en que ARIZ constituía una herramienta extremadamente delicada y que sólo tras un curso de capacitación de 80 horas podía utilizarse adecuadamente. Por supuesto no se trata de que nos vaya a explotar en las manos si lo utilizamos mal, pero sí que requiere detenerse en cada instrucción, progresar sin pausas pero sin prisas, cumplimentar meticulosamente cada paso para que ARIZ nos entregue resultados a la altura de sus posibilidades. De lo contrario, la respuesta que nos devuelve puede resultarnos decepcionante y difícilmente le echaremos la culpa a nuestro descuidado modo de tratar la cuestión. Mas, esa especialización, ha traído también otra consecuencia, la de convertirlo cada vez más en una herramienta diseñada para problemas de ingeniería. Desde luego porque los problemas de ingeniería necesitan una meticulosidad poco habitual en el resto de disciplinas, pero también porque su diseño se realizó teniendo en cuenta los obstáculos que iba encontrando al confrontarlo con problemas de ese área de conocimientos y, como resultado, se lo adaptó a esas necesidades y no a otras de carácter más general. No obstante, el propio Altshuller señalaba que ni debía interpretarse a ARIZ como el único algoritmo para la solución de problemas inventivos posible, ni debía considerarse su aplicación tal cual a las diferentes ramas del conocimientos e instaba a su adaptación para necesidades específicas manteniendo siempre la estructura general que caracteriza a ARIZ. Dicho de otro modo, en TRIZ, en los textos de Altshuller, queda abierta la puerta (todavía más, se nos insta de hecho), a modificar ARIZ para convertirlo en un instrumento apto para la solución, digamos, de problemas filosóficos. Ciertamente esta adaptación necesitaría de la creación de una base de datos de “efectos de filosofía”, a modo de la base de datos de efectos físicos, químicos, geométricos y biológicos que existe en TRIZ y no tenemos nada semejante. Ni las historias de la filosofía al uso ni los diccionarios de filosofía existentes sirven a estos fines. Sin embargo, Altshuller nos dejó un ejemplo práctico de cómo construir esta base de datos de ideas filosóficas en su registro de ideas de ciencia ficción. Pero me he alejado del tema.

   Casi hemos señalado cómo y por qué ARIZ apareció en diferentes versiones a lo largo de 30 años. Constituyó el núcleo de lo que se enseñaba en los institutos de creatividad que se fundaron en la extinta URSS a partir de 1971 y que alcanzaron una red de 500 centros. Cada vez que un grupo de alumnos quedaba atrapado en un callejón sin salida a la hora de resolver un problema, se revisaban las causas que habían llevado a esta situación, se buscaba el paso de ARIZ en el que podían haberse perdido y se modificaba su redacción. Este procedimiento llevó de hecho a la mejora de todos y cada uno de los protocolos de TRIZ. Aquí se halla la sensación de “magia” que nos produce su aplicación. No hay nada de “mágico”, simplemente, los enfrentamos, otra vez, a las mismas pruebas que condujeron a su redacción tal y como han llegado a nosotros y, por eso, no debe extrañarnos que vuelvan a superar la prueba que ya superaron miles de veces con anterioridad. Este rasgo distintivo puede verse con toda claridad en el tránsito de ARIZ-65 a ARIZ-71. El año 1971, como ya hemos señalado, constituye el momento en el que se abrió el primer centro de enseñanza de TRIZ. Mientras ARIZ-65 parece un ejemplar de vitrina, puesto ahí para que cualquiera pueda contemplar con sus propios ojos lo “imposible”, en ARIZ-71 se especifica cada paso, cada acción, cada anotación, se acompaña cada desarrollo con el mimo, con el gesto adusto, del maestro que trata de guiar en el tránsito hacia la creatividad, algo que se acentúa aun más en ARIZ-77, del cual dejamos una versión aquí.

domingo, 6 de junio de 2021

Derechos básicos.

   Marx criticó en los derechos humanos la intrínseca hipocresía de todas las declaraciones burguesas. Se proclamaba la libertad de reunión, sin garantizar que hubiese un lugar para reunirse; se proclamaba la libertad de asociación, sin permitir los medios para sustentarla; se proclamaba el derecho a la libertad de expresión, sin procurar medios en los que todo el mundo pudiera expresarse; en definitiva, más que proclamar una serie de derechos, se proclamaba la obligación de quedar sometidos a las formas capitalistas de producción y reproducción. Marx no vivió para conocer la declaración de 1949 que promulga la libertad de acceso a la cultura… para todos aquellos que puedan pagarla. Pero no se entenderá la naturaleza del problema si la denuncia llevada a cabo por Marx de la hipocresía burguesa no se acompaña de otro elemento presente también en sus textos: que la hipocresía constituye el rasgo característico de la conciencia burguesa. No se trata, pues, de una cuestión de actitud, ni de voluntad de engaño. Necesariamente tiene que ocurrir así. Dicho de otro modo, toda declaración de derechos humanos, en un mundo en el que la libertad del mercado resulta más importante que la propia libertad de los individuos, necesariamente debe contener supuestos que hacen de ella algo muy diferente de lo que dice "ser". 

   Tomemos el caso de la Declaración de Derechos de Virginia de 1776. Esta declaración "la primera declaración de derechos humanos de la historia", la plasmación de los ideales revolucionarios de las colonias y en la que se puede leer que "todos los hombres son por naturaleza igualmente libres", vio la luz en uno de los estados norteamericanos más recalcitrántemente esclavistas, que no permitió por ley la emancipación de los ciudadanos negros hasta 90 años después de su famosa Declaración. Quien quiera quedarse en la epidermis de la cuestión verá aquí otro ejemplo de la hipocresía burguesa, pero si acudimos a lo que ocurre con las sucesivas versiones de la Declaración de Derechos de los Ciudadanos promulgadas en Francia a partir de 1789, podremos ver cómo, dichas declaraciones, cumplen una función nada ambigua ni hipócrita: definir qué es un ciudadano. Ahora podemos entender por qué la declaración de derechos de los seres humanos aparece por primera vez en un estado esclavista, porque tenía como finalidad decir qué pasaría a considerarse desde ese momento un ser humano. Y un ser humano, obviamente, debía de gozar de libertad, así que la mano de obra esclava, por definición, no la constituían seres humanos. De modo semejantes, quienes no tuvieran propiedades, ni derecho de voto, no podían considerarse ciudadanos. Y quien no tiene casa, ni tiene trabajo, ni tiene dinero para pagar la cultura, simplemente, no es un ser humano. Aquí no hay nada punible, no hay nada que un brazo militar de la ONU tenga que castigar, ni siquiera algo que un cuerpo jurídico deba garantizar. A lo sumo, todo el entramado de cortes penales internacionales deben juzgar si, individuos de los que se habla en ciertos artículos, por ejemplo, los que tienen recursos para pagar las costas de una apelación a semejantes instancias jurídicas, pueden considerarse humanos pese a carecer de otros propiedades constitutivos de la "humanidad". Insisto, no hay hipocresía, ni inconsistencia, ni contradicción por ningún lado, simplemente, puesta en práctica de una función concreta para la que esta colección de derechos se promulgó. Ahora podemos entender varias cosas. Primero que se "descubran" nuevos derechos, quiero decir, que cada día que pasa se añadan nuevos requisitos a los mínimos exigibles para atravesar el umbral de la humanidad. El caso del acceso universal a Internet lo demuestra de un modo palmario. De aquí a muy poco, únicamente se considerarán "humanos" aquellos seres que tengan presencia en el mundo virtual, porque el resto, a todos los efectos, no existirán. 

   Segundo, se puede distinguir entre dos géneros de críticas a los derechos humanos. Por un lado, quienes, como hago yo aquí, critican su utilización y, por otro lado, quienes critican lo que son. Son... eurocéntricos, burgueses, hipócritas, cristianos. En consecuencia, no pueden/deben aplicarse a… África, América, los regímenes socialistas, los países islámicos. Ocurre aquí lo mismo que con la democracia. Dos tipos de críticas contra ella se confunden con suma facilidad porque utilizan argumentos nominalmente idénticos con intención dispar: quienes la critican por cómo funciona y quienes la critican por lo que es. Dirimir cuándo tenemos que vérnoslas con un tipo de crítica o con otra resulta, sin embargo, muy fácil, basta con pedir que pasen la prueba de reformular sus argumentos sin utilizar el verbo ser

   Plantear que toda declaración de derechos humanos se utiliza para definir lo que ciertos seres humanos son en función de sus propiedades (por no decir, "posesiones"), permite entender aún una tercera cosa, a saber, por qué algunos de los derechos más básicos a los que con frecuencia apelan los seres humanos, no se hallan incluidos, ni por atisbo, en ellas. Uno de esos derechos lo vimos funcionar en la entrada anterior. Por encima de todas las cosas, los seres humanos hacen cotidianamente uso de su derecho a no saber, de su derecho a no aprender, de su derecho de no entender (adecuadamente) lo que se les dice. Desde la persona que insiste marcando el mismo número para hablar con alguien que no tiene ese número de teléfono a las hordas que asaltaron el Capitolio con camisetas en las que podía leerse "mi mamá dice que soy especial", los seres humanos consideran uno de sus derechos básicos no aprender, no saber, no reconocer la realidad que les abofetea. A él apelaron quienes se negaban a mirar por el telescopio de Galileo, a él apelan quienes acuden a bares y celebraciones para compartir virus y agradables momentos sin mascarillas, a él se aferran, como un derecho básico y elemental, quienes proponen como soluciones para los males de su país, "remedios" de cuyas catastróficas consecuencias la historia, precisamente de su país, ha dejado patente evidencia. Todos hemos visto y aún hemos hecho fanático ejercicio de ese derecho a la ignorancia, a la ceguera, a la memez y a la pacatería, cada vez que alguien nos ha azotado los belfos con algo nuevo, verdaderamente creativo y rompedor. Sin embargo, nadie ha propuesto jamás que semejante derecho pase a incorporarse en ninguna de nuestras grandilocuentes declaraciones de derechos. Sabemos el motivo, aunque difícilmente lo confesaremos: que lo definitorio de los seres humanos no consiste en quedarnos aferrados a los mismos troncos, rumiando las mismas hojas, cada vez más secas. A nuestra especie la ha definido siempre, desde el momento en que bajamos de los árboles, la búsqueda de nuevos horizontes.

domingo, 30 de mayo de 2021

¿Dígameee?

  Descolgué el teléfono al segundo o tercer tono.

-¿Dígame?

- ¿Qué haces? – Me preguntó melosamente la joven voz de una chica.

- Estoy planchando.

- ¡No! – Risas.- ¡Venga! En serio, ¿qué haces?

- Planchar.

- ¿De verdad estás planchando?

. ¡Pues claro! ¿Quién quieres que lo haga? ¿tú?

- ¿Por qué te pones borde conmigo?

- Pues porque tengo una montaña de ropa que planchar y estoy aquí, perdiendo el tiempo con alguien que se ha equivocado de número.

Todo el mundo se ha equivocado alguna vez al marcar un número de teléfono, como aquella señora que me dejó un mensaje en mi buzón de voz que decía: “Pepe, no te olvides de comprar la lechuga antes de volver a casa”. Todavía me echo a temblar pensando en la que le pudo caer al pobre Pepe si acabó volviendo a su casa sin la lechuga. Antes, con los marcadores de rueda, resultaba más fácil equivocarse y se acababa conociendo gente. Después llegaron los teclados numéricos y se volvió bastante más complicado. Aún así, raro era el mes en el que cualquier teléfono recibía menos de un par de llamadas erróneas. Al cabo del tiempo aparecieron las memorias telefónicas, con lo que las llamadas más frecuentes no hacía falta marcarlas. El caso es que el número de llamadas erróneas no disminuyó sensiblemente con ello o, al menos, no lo hizo el número de las que yo recibía. Y, por supuesto, nos cayó encima esa plaga bíblica llamada teléfonos móviles. Debo decir que, probablemente, tuve uno de los primeros teléfonos móviles que circularon por España. No fue, desde luego, por deseos de estar a la última. Por aquel entonces yo vivía a caballo entre Alemania y varios puntos de la geografía española, necesitaba estar localizable, quiero decir, necesitaba un número único en el que pudieran encontrarme tan pronto como hiciera falta. Hasta tal punto formé parte de los primeros usuarios en tener un móvil en este país que el chico que me vendió el terminal pudo elegir mi número de teléfono y me ofreció uno extremadamente fácil de identificar.

   Todavía recuerdo aquel “móvil”, tenía una funcionalidad que ninguno de los móviles actuales tiene: se podía utilizar como arma de defensa personal. Con el tamaño de un ladrillo y un peso bastante superior, lo de “móvil” era pura ironía. Se necesitaba un maletín para llevarlo de un lado para otro y hombros ejercitados. Cumplió su función con eficacia, sin embargo y al cabo de cinco años lo cambié por uno algo más transportable y mucho menos utilizable en caso de peligro, con el mismo número y la misma tarjeta, del tamaño de un carnet. Al cabo de cinco años, avería mediante, lo sustituí por un Siemens, bastante más pequeño que el que tengo ahora. Fue el primer dispositivo electrónico que regalé porque estaba aburrido de él. Después de más de diez años y de pasar por las manos de algún niño pequeño, seguía funcionando como el primer día. Las caídas, los accidentes y los miles de kilómetros que llegó a acumular apenas si le produjeron un par de arañazos. Podías utilizarlo como pelota de frontón y seguía indemne. Un comercial de Telefónica me hizo una oferta que acabé aceptando y me pasé a un modelo muy de última moda a un precio razonable que no me duró ni un par de años. Finalmente, sucumbí a lo que todo el mundo de mi entorno me pedía y tengo desde hace tiempo un terminal con Whatsapp y demás inutilidades. Siempre he conservado el mismo número, simple, fácil de recordar.

   Con los modernos móviles uno ve lo que marca, almacena los números más frecuentes y sólo tiene que extraerlos de la memoria para volver a marcarlos. Insisto, tengo un número simple y fácil de identificar y recordar. Debí recibir la primera llamada preguntando por “Pipu”, hará unos 20 años. Aclararé que escribo “Pipu” para no dar el nombre, diminutivo o apodo real de la persona en concreto porque, según parece, todo el mundo lo conoce por él. “Pipu” tiene familiares, amigos y conocidos de esos que no se bajan de un burro ni con aceite hirviendo. Cuando llaman una vez, ya no dejan de llamar, les expliques como quieras explicarles que se han equivocado. Por algún motivo que nunca he alcanzado a entender, hay seres humanos que creen que si marcan cuatro o cinco veces el mismo número, acabará por ponerse la persona con la que no consiguieron entrar en contacto al marcarlo por primera vez. "Ya verás como esta vez acaban reconociendo que no soy yo el que se ha equivocado", parecen pensar. “Pipu” tiene una intensa vida social, porque la colección de teléfonos que me llaman preguntando por él es inacabable, con hombres y mujeres de todas las edades. Hasta una tienda de muebles me llamó una vez preguntando por él. Durante algunos años me dediqué a guardar cada teléfono diferente en la memoria del mío como “Pipu1”, “Pipu2”, etc. No sé cuántos llegué a contabilizar, pero sí recuerdo que acabé teniendo más números de “Pipu” que de personas a las que conocía. Todos ellos seguían el mismo patrón, llamaban insistentemente, con ansiedad, tres o cuatro veces al día, dos o tres veces a la semana, durante varias semanas. Algunas veces lo cogía y otras no. Al final, se cansaban, mandaban a “Pipu” a tomar viento o conseguían enterarse del número correcto. Una cosa que no me ha quedado clara y que tengo que preguntarle a “Pipu”, es si siempre se bebe una botella de vodka antes de dar su número de teléfono, si le da mi número de teléfono a gente con la que no quiere volver a hablar o si colabora con una asociación de ayuda a personas que padecen dislexia numérica. En medio de estas ya sé que vive en Barcelona y que tiene frecuentes contactos con italianos, porque también me han preguntado por él en dicha lengua romance. A veces, tras un bombardeo diario de varias semanas, “Pipu” desaparece de mi vida durante meses. ¿Qué quieren que les diga? Me preocupo. ¿Y si le ha pasado algo? Con el tiempo he llegado a la conclusión de que viaja. Sólo da su número de teléfono mal cuando está en Barcelona, en el extranjero acierta siempre. Hace cuatro o cinco años, el día tan temido llegó: dejé de recibir llamadas preguntando por él. Me consolé pensando que, a lo mejor, no le había ocurrido nada sino que, simplemente, había cambiando de número de teléfono. 

   Anoche, a las once y media de la noche, recibí una llamada de teléfono que no pude coger. Pasadas las doce comencé a recibir llamadas desde otro número. Una, dos, tres… Lo cogí a la cuarta. ¿Adivinan por quién preguntaron? Aunque lo hagan no serán capaces de adivinar cuántas llamadas recibí desde el mismo número después de aclarada la confusión.

domingo, 23 de mayo de 2021

Variante india.

   Siempre me ha resultado curioso ver cómo las noticias avanzan desde los rincones más ignotos de los periódicos hasta la primera plana. Después, encogen su tamaño y vuelven a hundirse en las profundidades de sus páginas hasta desaparecer. Y, durante todo ese tránsito, el número de muertos permanece constante. La India ya no está en la portada de los periódicos, pero sigue muriendo gente todos los días y cientos de miles de ellos contraen una enfermedad que los conducirá al crematorio o a sepultarse aún más, si cabe, en la miseria extrema. La culpa de todo, se nos dice, corresponde a cierta variante del virus identificada por primera vez en dos estados de la India a finales de 2020. Esa variante sigue la pauta de las mutaciones habidas hasta ahora, aumentando su capacidad de infección por presentar 13 mutaciones en la región que abre al virus las puertas para entrar en las células. Dado que, en el momento en que se diseñaron las vacunas que actualmente se están administrando a la población, no existía, no se diseñaron específicamente contra él, de modo que presenta una cierta facilidad para escapar de los anticuerpos que generan. El problema no radica tanto en la "novedad" que implica esta variante, como digo moderada, ni en que las vacunas presenten menor eficacia contra ella. La naturaleza real del problema la ha puesto de manifiesto el gobierno de Nueva Dehli esta semana al dirigirse a las empresas que dominan las redes sociales exigiéndoles que borren todo contenido que haga referencia a la "variante india". Afirman, que la OMS en ningún momento ha hablado de variante "india" (como tampoco lo ha hecho de variante "sudafricana" o "brasileña") y que tal expresión "daña la imagen del país". La imagen que el muy fanático y nacionalista gobierno de Narendra Modi desea es la que él exhibió a principios de este año, cuando se pavoneaba en los foros internacionales presumiendo de que la India había "salvado a la humanidad" con su excelente gestión de la primera oleada de la enfermedad. Los expertos llevaban meses anunciando que la llegada del virus a la India causaría no sólo una catástrofe humanitaria, sino que, además, generaría una amenaza a nivel global, porque el descontrol resultante multiplicaría las mutaciones y las irradiaría a los cuatro vientos. En la India, el segundo país más poblado del mundo, los problemas de escalabilidad que generan en Occidente las grandes crisis, se producen de cotidiano. Su tamaño sólo puede compararse a la precariedad de los medios. Un día cualquiera de un año cualquiera, no hay manera de atender las necesidades médicas de la población. Lo que merece la pena llamarse "hospital", siempre tiene carácter privado y con un número de camas que no bastaría para atender una comarca cualquiera de Europa. Hablar de condiciones higiénicas en el día a día de sus ciudadanos suena a chiste. Ha librado elogiables batallas legales para eliminar patentes abusivas de medicamentos, pero buena parte de la población diabética no ha sido diagnosticada. El mayor productor de medicamentos del mundo tiene sólo diez laboratorios en los que se puedan analizar las muestras.

   En septiembre del año pasado 80.000 personas se contagiaban cada día. Sin embargo, en febrero de este año, las cifras habían caído a 20.000. El gobierno del BNJ, como siempre, entendió lo sucedido en clave política y decidió utilizar el milagro para arrasar en las elecciones locales que han venido celebrándose a lo largo de estos meses. Convocó multitudinarios mítines en los que sus líderes se exhibieron sin mascarillas, sin distanciamiento social y sin precauciones de ningún tipo. La prensa afín calificó cualquier reunión significativa de musulmanes como "yihadismo del coronavirus", mientras se autorizaba la celebración del Kumbh Mela en el que millones de peregrinos purifican sus pecados bañándose en el Ganges, ceremonia que ya en el pasado sirvió para propagar epidemias de cólera y peste. De una transmisión en cifras admisibles para la India se pasó a los 400.000 contagiados diarios. Sin planes preventivos de ningún género, sin una cadena de suministros estable, las bombonas de oxígeno desaparecieron de los hospitales. Las pocas todavía en circulación se reparten, pero no se pueden recuperar porque el puñado de personas que podría encargarse de ello están dedicadas a seguir repartiendo las que quedan. La gente muere en las aceras, en los aparcamientos de los hospitales, en los pasillos y en unas UCIs de tamaño ridículo para países infinitamente menos poblados. Los crematorios no dan abasto y han inundado con sus instalaciones todos los espacios posibles a su alrededor. Las autoridades han tenido que autorizar la tala de árboles en las zonas urbanas para satisfacer la demanda generada.

   Al país al que se confió la fabricación de vacunas de AstraZeneca para abastecer a buena parte de Asia y Africa, lo dirige un gobierno que sólo se interesa por los inmensos beneficios que para sus amigos puede generar un mercado libre, así que decidió que a los diferentes estados se les suministraría el 50% de las vacunas que necesitasen, teniendo que apañarse ellos mismos para conseguir el 50% restante. Para facilitar la libre competencia, se liberó a las vacunas de cualquier límite de precios. La exportación ha sufrido un brusco parón. Los 27 millones de personas que han recibido una doble dosis apenas si corresponden a las élites religiosas, económicas y políticas del país. Al resto se le ha exigido darse de alta en una aplicación de funcionamiento irregular y que implica comprar móviles a los que no pueden acceder. Para empeorar la situación, se anuncia a bombo y platillo el inicio de la vacunación en sectores de la población que se desmienten con nulas explicaciones unas horas después. El caos lo controla todo. La "variante india", como la "variante brasileña", no hace referencia, por tanto, a supuestas modificaciones significativas de un virus, sino a actuaciones de unos gobiernos criminales a los que les importa mucho más cómo queden sus cuentas corrientes al término de su mandato que la vida o muerte de votantes a los que hipnotizaron inoculándoles algo peor que este virus, el odio al otro.

domingo, 16 de mayo de 2021

La ciencia de la creatividad (10. Análisis de sustancia - campo)

   La primera versión de TRIZ que se enseñó en torno a 1971, contenía como elemento básico la matriz de 39X39 parámetros o matriz de contradicciones. Puerta de entrada a lo que Altshuller llamó la “ciencia de la creatividad”, en cuanto la puso a funcionar en las aulas del Instituto de Creatividad de Azerbayán, sintió un progresivo desafecto por ella. Si han practicado con la matriz de contradicciones entenderán fácilmente por qué. Muy pronto los usuarios hacen de ella una forma, sofisticada, pero forma al fin y al cabo, de ensayo y error, aquello contra lo que se dirige TRIZ. Desde 1971, quiero decir, desde los inicios mismos de su implantación, Altshuller comenzó a buscarle una alternativa, algo ya muy patente en su obra clave, La creatividad como ciencia exacta (1979). La alternativa a la matriz de contradicciones, buscaba un proceder puramente analítico, guiado por tablas y ejemplos. Pero este modelo, lejos de suponer un rechazo de los anticipos que pueden encontrarse en Leibniz, revierten sobre él hasta límites inauditos, pues no sólo rememoran los pioneros estudios topológicos del alemán, sino que, además, introducen algo que no se encuentra en lo que podemos considerar la primera formulación de TRIZ: el ars characteristica o preocupación por el simbolismo. Altshuller, en efecto, desarrolló para esta segunda formulación de la ciencia de la creatividad, una serie de esquemas gráficos que, para entendernos, aparecen en una primera fase como grafos orientados, lo que ya por sí mismo constituye una suerte de combinatoria, y, posteriormente, estos grafos llevan a formas representativas simplificadas, quiero decir, a lo que puede entenderse a todos los efectos como pictogramas, con el triángulo como figura básica. Dice Altshuller, en una afirmación que casi parece extraída de los textos de Leibniz, del mismo modo que el triángulo permite componer todas las figuras regulares en geometría, la relación básica de dos sustancias y un campo constituye la forma más simple de relación que compone todos los sistemas técnicos. Aún más, hay numerosos pasajes en los que Altshuller hace referencia a la manipulación explícita de esos pictogramas como forma de buscar soluciones inventivas. Nos habla de eliminar uno de los elementos del esquema, de romper los vínculos presentes en él, de reemplazar un tipo de elemento por otro, de completar  un esquema incompleto, etc. Sin embargo, no podemos pasar de unos pictogramas a otros siguiendo únicamente procedimientos formales como ocurre con las matemáticas. Esto lleva a Altshuller a poner en correlación directa su nuevo modo de entender la ciencia exacta de la creatividad con la química. Las fórmulas químicas, nos dice, reflejan únicamente la composición de las moléculas, sin decirnos nada de sus propiedades magnéticas, ópticas o de densidad. No podremos inventar únicamente mediante la utilización de este lenguaje sin interpretarlo, quiero decir, sin su referencia a la lista de soluciones estandarizadas. Pero, del mismo modo, que

“...Conociendo varias reglas básicas y teniendo tablas de funciones trigonométricas es posible resolver problemas, sin los cuales se necesitarían laboriosas mediciones y cálculos. Exactamente de la misma manera, conociendo las reglas de construcción y transformación de los [esquemas] S[ustancia]-C[ampo], es posible resolver fácilmente muchas tareas difíciles de invención.” 

Ni Descartes ni Leibniz hubiesen quitado o añadido una coma a este fragmento.

   Esta reformulación de TRIZ patentizada en 1979, consiste  en un sistema clasificatorio de los problemas inventivos que, de modo inmediato, actúa como un índice referido a 76 soluciones estandarizadas. Una parte de estos problemas inventivos y de las soluciones estandarizadas pertinentes poseen un esquema formal que debería bastar por sí mismo para entender la naturaleza del problema y de su solución. Cada situación inventiva puede plantearse en términos de sustancias relacionadas a través de un campo y cada una de estas formas de relación actúa como índice de una solución estándar. La interacción de sustancias mediante un campo representa un dispositivo, el cual puede venir encerrado en un área tecnológica concreta y podemos entenderlo como una fábrica, un engranaje o un sistema organizacional en su conjunto. “Sustancia”, por tanto, designa cualquier objeto, con independencia de su tamaño o grado de complejidad, que pueda ejercer una acción. Un país o un átomo pueden considerarse “sustancias” en este sentido. O, dicho de otro modo, el entorno del sistema a analizar definirá lo que, desde él, puede considerarse una “sustancia”. “Campo”, por su parte, indica cualquier forma de interacción entre los elementos de dicho sistema, ya se trate de una relación mecánica, térmica, química, eléctrica y/o magnética, pero también puede incluir el olor, tacto, visión e, incluso, la emoción causada por la sustancia. La crítica a TRIZ de que no toma en consideración los aspectos estéticos, parece infundada si se refiere a toda ella, aunque, desde luego, pertinente si alude a la matriz de contradicciones. En cualquier caso, reviste especial interés el hecho de que una acción puede representar algo provechoso para nuestros intereses, perjudicial para ellos o insuficiente para que consigamos lo que deseábamos. Resulta, sin embargo, fundamental introducir aquí una cláusula de exclusión, en todo momento debemos tener claro cuántas sustancias y campos resultan necesarios y suficientes para la descripción completa del sistema, qué elementos del problema tienen relevancia y cuáles no.

   En definitiva, esta reformulación de TRIZ, trata de indagar más de cerca en algo que ya señalamos anteriormente, a saber, las relaciones entre lo ideal y lo real, pues, recordemos, precisamente lo que Altshuller llama “sustancias” coincide con lo que en el sistema leibniziano queda identificado como “lo real”, mientras que lo que Altshuller llama “campo”, corresponde a las relaciones, quiero decir, lo ideal del sistema leibniziano. Por tanto, hay una referencia implícita al protocolo ya explicado aquí del Resultado Final Ideal. Sin embargo, esta unidad sistemática, lejos de aglutinar apoyos en torno al análisis de sustancia - campo ha provocado reacciones encontradas. Por una parte los ingenieros parecen sentirse cómodos con un modelo mucho más simbólico, gráfico y acompañado de ejemplos prácticos. Por otra parte, presenta dos inconvenientes: la incompletud de su simbolismo y un cierto desorden en la sucesión de los ejemplos. Curiosamente se ha dedicado mucho más esfuerzo a tratar de solucionar lo segundo que a lo primero, cuando parece claro que ambos problemas se hallan intrínsecamente conectados.

   Dejo aquí una versión de las 76 soluciones estandarizadas con algunos esquemas de Sustancia - Campo.

 

domingo, 9 de mayo de 2021

Cuatro meses con Biden.

  "¿Puede nuestra democracia cumplir su promesa de que todos, que hemos sido creados a semejanza de Dios, podemos vivir vidas con respeto y dignidad? ¿Puede nuestra democracia atender a las demandas más urgentes de nuestro pueblo? ¿Puede nuestra democracia superar las mentiras, la furia, el odio y los miedos que nos han separado a unos de otros?.. Los adversarios de Estados Unidos - los autócratas del mundo - han apostado que no, porque piensan que estamos llenos de furia y división y odio. Han visto las imágenes de la masa que asaltó el Capitolio como la prueba de que el sol se está poniendo en la democracia estadounidense. Están equivocados. Tenemos que demostrarles que están equivocados. Tenemos que demostrar que la democracia todavía funciona".

Con estas vibrantes palabras terminó Joe Biden el discurso, de más de una hora de duración, ofrecido ante 200 representantes de los EEUU con motivo de sus 100 días de presidencia. Pocos oyentes estarían despiertos en ese momento después de una larga retahíla de datos, propuestas y pormenores centrados en la reforma fiscal y su extensión de los planes de sanidad. Aquí la cosa tampoco se quedó corta. Biden planea elevar la presión fiscal sobre todos los que ganan más de 400.000 dólares al año, porque los que se sitúan por debajo "ya pagan suficiente". La propuesta presidencial incluye, de hecho, bajar los impuestos de los que ganan menos y exprimir a los que se sitúan por encima de la frontera de los 400.000 dólares con objeto de obtener el dinero necesario para un ambicioso plan de estímulos a la economía y para ampliar las coberturas sociales. Lo que Biden propone a este respecto constituye una auténtica revolución en Norteamérica, nada menos que doce semanas remuneradas de baja por enfermedad y maternidad, hacer permanentes las desgravaciones fiscales por contribución a planes de salud privados y por hijos, gratuidad de matrícula en los community colleges (algo así como la Formación Profesional), ayudas para las guarderías y un nuevo sistema de cómputo del paro. En definitiva, lo más parecido al "estado del bienestar" que ha habido en los EEUU. Difícilmente estas propuestas saldrán adelante tal y como están. La negociación con las cámaras de representantes serán duras y ni siquiera todos dentro de su partido las apoyan, pero, en el contexto de la política norteamericana sorprenden por su "radicalidad" en una presidencia a la que todos hacían moderada y centrista. 

   Moderadas y muy "centradas" son las formas. Biden casi no aparece en público. Ha concedido dos ruedas de prensa en lo que lleva de mandato y sus tuits son todavía más aburridos que sus discursos. Ante los medios de comunicación aparecen, una y otra vez, los secretarios encargados de cada área y aún los responsables de cada una de las subáreas, transmitiendo una imagen de trabajo en equipo, de propuestas consensuadas, de políticas que parten de un plan bien diseñado y no de las caprichosas veleidades de un niño rico. Aún más sorprendente resulta la respuesta del público norteamericano, que parecía acostumbrado a las estridencias cotidianas de la anterior presidencia. Hasta un 52% de los ciudadanos aprueban la gestión presidencial, unos índices que no cosechaba nadie desde Barack Obama. En este afán colegiado se enmarca también la cesión a Kamala Harris, su vicepresidenta, de la patata caliente de gestionar la crisis migratoria. Se trata, desde luego, de un regalo envenenado, que canaliza las energías de Harris y libra al presidente del que ha sido el tradicional dolor de cabeza de sus antecesores en los últimos 20 años. Tampoco se la ha dejado sola ante el peligro, Biden ha propuesto un plan dirigido contra "la raíz del problema" con una generosa financiación y abierto a la negociación con los países centroamericanos implicados.

   Lo que se ha visto hasta ahora de su política internacional muestra fondos y formas muy semejantes. Su inauguración fue llamar "asesino" a Putin, una bofetada sin paliativos que dejó estupefacto al Kremlin. Desde entonces se han sucedido las expulsiones mutuas de diplomáticos, pero incluso durante ellas se nos ha mostrado a un ejecutivo ruso mucho menos envalentonado de lo que estábamos acostumbrados últimamente. Otro tanto cabe decir de Teherán. Los iraníes han reconocido públicamente la voluntad norteamericana de llegar a un acuerdo, exactamente lo que Biden prometió, pero éste se ha permitido dudar ante los medios de comunicación de "cuánto" están dispuestos a hacer los ayatolás para alcanzarlo. Una vez más, exquisitez y firmeza, planes claros y cumplimiento de promesas. Se cumple lo dicho hasta cuando se dice que no se va a hacer nada. Uno de los puntos más negros de esta administración lo constituye sus políticas con respecto al resto de América. Explícitamente Biden ha declarado que "no es una prioridad" y, más allá de las negociaciones sobre política migratoria, que habrá que ver a dónde llegan, no se ha puesto ni quitado una coma a como quedaron las cosas tras la administración Trump. Cuba y Venezuela siguen con las mismas sanciones draconianas que aquél les impuso, el resto apenas si han recibido otra atención que la prestada por el Departamento de Estado. Incluso los intentos por romper el acercamiento de algunos de ellos a China se ha encargado a generales... 

   La gestión de la pandemia sigue los mismos criterios que todo lo anterior. La vacunación ha tomado un ritmo que para sí quisieran muchos países, en unos días podría estar vacunada, al menos con una dosis, la mitad de la población y un tercio de ella ha sido vacunada con todas las dosis indicadas y ello pese a que la FDA no mostró la conmiseración habitual de la europea EMA con las grandes empresas farmacéuticas y desautorizó el uso de las vacunas de Astrazeneca y de Jansen a las primeras de cambio. Las restricciones han comenzado a levantarse y ya existen Estados en los que no se requiere el uso de las mascarillas mientras la economía da señales, ocasionalmente, de recuperar el pulso. Y, sin embargo, el equipo presidencial no lo considera suficiente. Esta semana ha sorprendido a tirios y a troyanos proponiendo la necesidad de revocar las patentes en casos excepcionales como el que vivimos. No tengo muy claro si Biden da por descontado que no va a presentarse a la reelección o si da por descontado que la va a perder. Con independencia de que esta propuesta tiene menos posibilidades de éxito que sus planes fiscales o sociales, la airada amenaza con la que ha respondido la asociación que integra a la gran industria, PHARMA, deja claro que van a comenzar de inmediato a buscar un candidato en cuya campaña invertir las cifras de las que hacen uso habitualmente en estos casos. Habrá que ver si, con el paso del tiempo, acabarán reconciliándose con Donald Trump y será él el beneficiario de su generosidad.