domingo, 23 de mayo de 2021

Variante india.

   Siempre me ha resultado curioso ver cómo las noticias avanzan desde los rincones más ignotos de los periódicos hasta la primera plana. Después, encogen su tamaño y vuelven a hundirse en las profundidades de sus páginas hasta desaparecer. Y, durante todo ese tránsito, el número de muertos permanece constante. La India ya no está en la portada de los periódicos, pero sigue muriendo gente todos los días y cientos de miles de ellos contraen una enfermedad que los conducirá al crematorio o a sepultarse aún más, si cabe, en la miseria extrema. La culpa de todo, se nos dice, corresponde a cierta variante del virus identificada por primera vez en dos estados de la India a finales de 2020. Esa variante sigue la pauta de las mutaciones habidas hasta ahora, aumentando su capacidad de infección por presentar 13 mutaciones en la región que abre al virus las puertas para entrar en las células. Dado que, en el momento en que se diseñaron las vacunas que actualmente se están administrando a la población, no existía, no se diseñaron específicamente contra él, de modo que presenta una cierta facilidad para escapar de los anticuerpos que generan. El problema no radica tanto en la "novedad" que implica esta variante, como digo moderada, ni en que las vacunas presenten menor eficacia contra ella. La naturaleza real del problema la ha puesto de manifiesto el gobierno de Nueva Dehli esta semana al dirigirse a las empresas que dominan las redes sociales exigiéndoles que borren todo contenido que haga referencia a la "variante india". Afirman, que la OMS en ningún momento ha hablado de variante "india" (como tampoco lo ha hecho de variante "sudafricana" o "brasileña") y que tal expresión "daña la imagen del país". La imagen que el muy fanático y nacionalista gobierno de Narendra Modi desea es la que él exhibió a principios de este año, cuando se pavoneaba en los foros internacionales presumiendo de que la India había "salvado a la humanidad" con su excelente gestión de la primera oleada de la enfermedad. Los expertos llevaban meses anunciando que la llegada del virus a la India causaría no sólo una catástrofe humanitaria, sino que, además, generaría una amenaza a nivel global, porque el descontrol resultante multiplicaría las mutaciones y las irradiaría a los cuatro vientos. En la India, el segundo país más poblado del mundo, los problemas de escalabilidad que generan en Occidente las grandes crisis, se producen de cotidiano. Su tamaño sólo puede compararse a la precariedad de los medios. Un día cualquiera de un año cualquiera, no hay manera de atender las necesidades médicas de la población. Lo que merece la pena llamarse "hospital", siempre tiene carácter privado y con un número de camas que no bastaría para atender una comarca cualquiera de Europa. Hablar de condiciones higiénicas en el día a día de sus ciudadanos suena a chiste. Ha librado elogiables batallas legales para eliminar patentes abusivas de medicamentos, pero buena parte de la población diabética no ha sido diagnosticada. El mayor productor de medicamentos del mundo tiene sólo diez laboratorios en los que se puedan analizar las muestras.

   En septiembre del año pasado 80.000 personas se contagiaban cada día. Sin embargo, en febrero de este año, las cifras habían caído a 20.000. El gobierno del BNJ, como siempre, entendió lo sucedido en clave política y decidió utilizar el milagro para arrasar en las elecciones locales que han venido celebrándose a lo largo de estos meses. Convocó multitudinarios mítines en los que sus líderes se exhibieron sin mascarillas, sin distanciamiento social y sin precauciones de ningún tipo. La prensa afín calificó cualquier reunión significativa de musulmanes como "yihadismo del coronavirus", mientras se autorizaba la celebración del Kumbh Mela en el que millones de peregrinos purifican sus pecados bañándose en el Ganges, ceremonia que ya en el pasado sirvió para propagar epidemias de cólera y peste. De una transmisión en cifras admisibles para la India se pasó a los 400.000 contagiados diarios. Sin planes preventivos de ningún género, sin una cadena de suministros estable, las bombonas de oxígeno desaparecieron de los hospitales. Las pocas todavía en circulación se reparten, pero no se pueden recuperar porque el puñado de personas que podría encargarse de ello están dedicadas a seguir repartiendo las que quedan. La gente muere en las aceras, en los aparcamientos de los hospitales, en los pasillos y en unas UCIs de tamaño ridículo para países infinitamente menos poblados. Los crematorios no dan abasto y han inundado con sus instalaciones todos los espacios posibles a su alrededor. Las autoridades han tenido que autorizar la tala de árboles en las zonas urbanas para satisfacer la demanda generada.

   Al país al que se confió la fabricación de vacunas de AstraZeneca para abastecer a buena parte de Asia y Africa, lo dirige un gobierno que sólo se interesa por los inmensos beneficios que para sus amigos puede generar un mercado libre, así que decidió que a los diferentes estados se les suministraría el 50% de las vacunas que necesitasen, teniendo que apañarse ellos mismos para conseguir el 50% restante. Para facilitar la libre competencia, se liberó a las vacunas de cualquier límite de precios. La exportación ha sufrido un brusco parón. Los 27 millones de personas que han recibido una doble dosis apenas si corresponden a las élites religiosas, económicas y políticas del país. Al resto se le ha exigido darse de alta en una aplicación de funcionamiento irregular y que implica comprar móviles a los que no pueden acceder. Para empeorar la situación, se anuncia a bombo y platillo el inicio de la vacunación en sectores de la población que se desmienten con nulas explicaciones unas horas después. El caos lo controla todo. La "variante india", como la "variante brasileña", no hace referencia, por tanto, a supuestas modificaciones significativas de un virus, sino a actuaciones de unos gobiernos criminales a los que les importa mucho más cómo queden sus cuentas corrientes al término de su mandato que la vida o muerte de votantes a los que hipnotizaron inoculándoles algo peor que este virus, el odio al otro.

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