domingo, 7 de agosto de 2011

"Son puras matemáticas" (1)

   La única razón por la que filosofía no es una ciencia es porque comenzó a plantear la cuestión de su cientificidad antes de que naciera Th. S. Kuhn. Después de su libro La estructura de las revoluciones científicas, una legión de disciplinas han encontrado el camino allanado para subirse al pedestal de la ciencia. La última es el marketing. Con el muy “científico” argumento de que existen paradigmas en marketing y Kuhn dice que los paradigmas son característicos de la ciencia, ha nacido la ciencia de la manipulación mental. La verdad es que los paradigmas nunca han existido más que en la mente de Kuhn. Él nunca fue tan tonto como quienes usan indiscriminadamente el término “paradigma” y acabó por abandonarlo. De todos modos, decir cosas de este tipo acerca de otras disciplinas, es lo que hace dudar de la cientificidad de la filosofía.
   Hubo una época en que ningún rey le cortaba la cabeza a nadie sin consultar con su astrólogo. El astrólogo no es que diera explicaciones muy comprensibles de lo que ocurría, a cambio, siempre conseguía manipular los hechos para que pareciera que él ya había advertido sobre ellos. Un argumento muy parecido al del marketing es lo que llevó a cierto género de astrólogos a convertirse en científicos a los que todo el mundo está deseoso de escuchar. El supuesto argumento dice lo siguiente, dado que la ciencia usa las matemáticas y nosotros también, somos científicos. Así es como un conjunto de creencias sobre los seres humanos, consejos para hacerse rico, trucos de tendero y mucha ideología en estado puro, se convirtieron en ciencia, la ciencia económica. Siempre me sorprendió que la economía fuese capaz de elaborar complejísimos entramados matemáticos acerca de cantidades imposibles de medir y definiéndolas de modo ridículo o contradictorio. La ciencia puede emplear las matemáticas porque utiliza unidades de medida muy claras. Se las define de un modo arbitrario que, precisamente por ello, no deja lugar a ambigüedades. Pero ¿qué es un bien económico? ¿algo escaso que cuesta trabajo producir? ¿de verdad? Entonces la salud no es un bien. Y el valor añadido de un producto ¿qué es el valor añadido de un producto? ¿con qué se mide? ¿con una unidad que se llama la valorita y cuyo patrón está en una oficina de pesos y medidas o con la misma unidad con la que se compra una raya de coca? ¿Cómo puede definirse el riesgo de un activo para que resulte calculable? ¿diciendo que es lo que perderíamos si se materializaran todas las amenazas potenciales que encierra ese activo o diciendo que es lo que perderíamos si se materializaran todas las amenazas potenciales que podemos imaginar sobre ese activo? Lo primero es irrealizable, lo segundo no es una definición de riesgo. Mejor no vuelvo a mencionar el tema de la productividad. ¿En serio pretenden que alguien se trague sofisticadas teorías matemáticas con semejante base?
   Prudente como soy, no me atreví a expresar estas críticas en voz alta hasta que descubrí cosas mucho más duras en los escritos de un tipo que tenía alguna idea sobre este tema, un tal John Maynard Keynes. Keynes debería ser lectura obligatoria en las facultades de filosofía, porque, como han tenido que poner de manifiesto los economistas, sin él no se puede entender al “segundo” Wittgenstein. En realidad, cuando comparaba a la economía con la astrología estaba exagerando. La economía sólo es comparable con la astrología en su parte predictiva. En su parte descriptiva, la economía es filosofía. Como los filósofos, cuando dos economistas están de acuerdo en algo (por ejemplo, en reducir la inflación o el déficit público), ese “algo” no son los datos incontrovertibles, es la ideología (política) que comparten.
   Quizás piense Ud. que me estoy pasando, así que vamos a poner un ejemplo. Supongamos que es Ud. analista de las ahora famosas agencias de calificación y que le viene un cliente que le dice que está dudando entre invertir en bonos del país A o del país B. El país A presenta un déficit público del 9% y una deuda pública de 102% de su Producto Interior Bruto. El país B presenta un déficit de 6% y una deuda pública que no llega al 70% de su PIB. Para que nos entendamos, esta cuestión es semejante a la siguiente. Dos amigos le han pedido dinero. Ud. sólo tiene capital para socorrer a uno de ellos. De hecho, su capital es tan escaso que necesita que, sea quien sea el beneficiado por su crédito, le devuelva su dinero. Por tanto, decide analizar las finanzas de sus amigos. Uno de ellos tiene comprometido para el total del año gastos de 12.240€ pese a que sus ingresos anuales son de 12.000€. Además, cada mes gana 1.000€, pero gasta 1.090€. El otro tiene los mismos ingresos, pero sus gastos comprometidos son 8.400€ al año y gasta mensualmente 1.060€. Si Ud. quiere asegurarse que su dinero le será devuelto, ¿a quién de los dos se lo prestará? Pues bien, si consulta a una agencia de calificación, los sólidos fundamentos matemáticos de su analista le llevarán a recomendarle que le preste su dinero al amigo con mayores deudas y mayores gastos, esto es, que invierta en bonos del país A, porque el país B está al borde de la suspensión de pagos. ¿Cuáles son los “sólidos fundamentos matemáticos” que conducen a semejante conclusión? ¿o no son sólidos fundamentos matemáticos? ¿cuáles son, entonces esos “fundamentos sólidos”? Pues que el país A se llama EEUU y el país B se llama España. España se halla al borde el abismo por cuestiones que ni son sólidas, ni son de fundamentos, ni tienen nada que ver con ninguna teoría matemática. Es cuestión de algo más intangible, es una cuestión de imagen o, si lo prefiere, de confianza.

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