domingo, 15 de marzo de 2020

El papel higiénico, ese desconocido.

   El filósofo alemán Martin Heidegger llamaba a los útiles que nos rodean cotidianamente, los entes-a-la-mano. El ser-a-la-mano se convertía así en un existenciario habitual de cada uno de nosotros. En estos entes-a-la-mano sólo reparamos cuando no se hallan ahí, a-la-mano. Como hemos comprobado esta semana, también en esto se equivocaba Heidegger, pues hemos podido ver, un ente que todos tenemos a-la-mano, que no le falta a nadie y que no ha dejado en ningún momento de ser-ahí, convertido en el gran protagonista: el papel higiénico.
   El papel higiénico debería constituir uno de los ejes centrales de esa disciplina llamada escatología, que designa tanto la parte de la teología que trata del destino último del ser humano y del universo, como la parte del saber dedicada a los excrementos. En él, efectivamente, han quedado depositados los más decantados productos de nuestro cerebro y de nuestro intestino, ambos órganos controlados por neuronas. De hecho, durante muchísimo tiempo, el mismo papel que servía para acoger a unos terminaba acogiendo a otros, muestra de un saber confuso y no manifiesto acerca de su origen común. Los chinos, que inventaron el papel para dejar constancia de los conocimientos de sus sabios, utilizaron aquellos pliegos para eliminar de sus traseros cualquier constancia de haber ido a reservados. Aunque muy pronto en China se desarrolló una especialización, con diseño propio para cada uso, la comodidad que proporcionaban las hojas de los libros para el entretenimiento y la limpieza en el mismo lugar, hizo que semejante costumbre tardase mucho en desaparecer. En el siglo XVIII, sin embargo, comenzó una nueva era, la era de la información, en la que los periódicos se extendieron hasta el punto de invadir los sitios en los que se hacían cosas de las que no debía informarse.
   Joseph Gayetty introdujo hacia 1857 en EEUU un producto, destinado exclusivamente a la limpieza, aromatizado con aloe vera y que se vendía como “papel medicinal”, pues, “aliviaba las hemorroides”. Además, la campaña comercial de este “papel medicinal”, advertía de los peligros de envenenamiento asociados al uso de papel con tinta impresa. No obstante, la mayor parte de los usuarios no entendieron muy bien qué sentido tenía pagar por dos tipos de papel diferente, cuando los libros viejos, las ediciones baratas, los periódicos y, últimamente, los folletos publicitarios, suplían con creces todas las necesidades que pudiera haber en un hogar. Y aquí es donde intervienen en esta historia los hermanos Clarence e Irvin Scott. Frente a las hojas de Gayetty, los Scott crearon el rollo de papel higiénico, además dirigieron sus esfuerzos hacia un sector muy concreto, hoteles y hospitales de alcurnia que buscaban algo especial que ofrecer incluso en sus rincones más íntimos. Para sortear el rechazo victoriano a hablar de ciertas cosas, evitaron asociar su nombre al papel, lo envasaron sin alusión alguna a su uso y utilizaron una pudorosa señorita como imagen de marca. El truco les salió bien, su papel higiénico comenzó a considerarse un signo de distinción social y todos los que aspiraban a ser “clase media”, hicieron lo posible por sostener el gasto que significaba utilizar rollos propensos a acabarse en el momento más inoportuno. La Gran Depresión, que para muchas empresas supuso el fin, vino, sin embargo a favorecer el proyecto de los hermanos Scott pues, por esa fecha, los incipientes departamentos de marketing de muchas empresas decidieron imprimir sus catálogos en el más glamuroso papel satinado, lo cual estuvo a punto de provocar manifestaciones de protesta. 
   En España se hizo popular, también sin marca, sin indicación de cómo usarlo y sin otro logo que un elefante rojo. Así fue como comenzó su expansión por nuestro país en los años 50 del siglo pasado. Hasta entonces, personas como mi abuelo materno, usaban periódicos, folletos o, un poco como castigo, décimos de lotería no premiados. En todo caso, si la histeria colectiva le ha dejado sin papel higiénico, siempre podrá volver a nuestros orígenes y limpiarse con hojas de lechuga, mucho más ecológicas y refrescantes… Por cierto, ahora que lo he dicho, voy a comprar antes de que se agoten.

2 comentarios:

  1. Buenas Manuel ¿Qué opinión le merecen las medidas de confinamiento adoptadas por el gobierno?

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  2. Le pido disculpas por el retraso en publicar su comentario. No sé por qué, Blogger dejó de comunicarme cuándo se producían los comentarios y acabo de encontrarme un montón de ellos pendientes de moderación.
    Las medidas de confinamiento impuestas por el gobierno en marzo resultaban necesarias en aquel momento, de hecho, llegaron al menos dos semanas tarde. Si se nos hubiese confinado cuando se detectó el primer caso en Italia, nada de lo que ocurrió después hubiese sucedido. Pero, para eso, claro, hacía falta planificación, prevención, buenas herramientas de recogida de datos y todo eso está prohibido en España.

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