domingo, 10 de febrero de 2019

Mutatis mutandis.

   Dando vueltas por esos mundos de Dios, encontré el pasado lunes, un artículo de un insigne miembro de la Red de Intelectuales  en Defensa de la Humanidad, cuyas profundísimas reflexiones me han impresionado. Por ello, procedo a transcribirlo aquí. Y digo “transcribirlo” porque no me voy a limitar a reproducirlo o a glosarlo. Merece mucho más: lo voy a rescribir mínimamente. Lo que sigue son las palabras del ínclito politólogo vasco español  Katu Arkonada, salvo por el hecho de que he cambiando “Venezuela” por “Cataluña”, “Guaidó” por “Puigdemont" y algunos datos pertinentes a un caso por los del otro.. Van a ver Uds. qué cosa más linda nos queda y qué conclusiones más estupendas podemos sacar de ella. Comencemos, pues:
Diez mentiras sobre Cataluña convertidas en matrices de opinión
   Cataluña se halla en una nueva fase de un golpe que se inició el 9 de noviembre de 2014, se intensificó con la inhabilitación de Artur Mas en 2017 y se recrudeció con las decisiones rupturistas de la Generalitat que culminaron en el referéndum de octubre de 2017.
   La guerra híbrida que vive Cataluña ha tenido en la desinformación y manipulación mediática una de sus principales armas de combate. Leemos y escuchamos mentiras que analistas que nunca han estado en Cataluña repiten tantas veces que se convierten en realidad para la opinión pública.
   El gobierno de Cataluña tiene dos presidentes, uno de ellos en el exilio: nada más lejos de la realidad. La Constitución y el Estatut establecen como falta absoluta del Presidente su muerte, renuncia, destitución decretada por el Tribunal Supremo de Justicia, incapacidad física o mental decretada por una junta médica, el abandono del cargo o la revocatoria popular de su mandato. El abandono de Puigdemont de su despacho, lo excluyó, por tanto, de la presidencia legítima.
   Puigdemont tiene el apoyo de la comunidad internacional: más allá de la hipocresía de llamar comunidad internacional al alcalde de un pueblo de EEUU y de un sector radical flamenco, los países en los que ciertos grupúsculos han proclamado su simpatía hacia la independencia de Cataluña siguen manteniendo relaciones diplomáticas con el gobierno español.
   Puigdemont es diferente al resto de políticos: Puigdemont resultó elegido por el mismo procedimiento democrático empleado en el resto de España.
   El Parlament es el único órgano legítimo y la aplicación del artículo 155 rompió el juego democrático: tampoco es cierto. El artículo 155 de la Constitución autoriza al Presidente, en Consejo de Ministros, a disolver las asambleas autonómicas y dicha Constitución obtuvo una aprobación mayoritaria en referéndum por todos los españoles, incluyendo un “sí” aplastante en Cataluña. La decisión de disolver el Parlament fue un acto de astucia del gobierno para sortear el bloqueo del mismo que puede gustar o no, pero fue realizado con estricto apego a la Constitución.
   Arrimadas ganó de manera fraudulenta, en unas elecciones sin garantías: otra mentira que se repite como mantra. Las elecciones fueron convocadas por el mismo organismo, con las mismas garantías y utilizando el mismo sistema electoral con el que los independentistas obtuvieron la mayoría.
   En Cataluña no hay democracia: desde 1998 se han producido trece elecciones al parlamento español, doce elecciones autonómicas, diez municipales y siete europeas. Suman 42 elecciones en 40 años. Todas con el mismo sistema electoral.
   En Cataluña hay una crisis humanitaria: sin ninguna duda que en Cataluña hay ahora mismo una crisis económica, fruto de una guerra económica que comienza con la ruptura independentista y se agrava tras el bloqueo institucional provocado por la misma.
   En Cataluña se violan los Derechos Humanos: analicemos las cifras del referéndum de 1 de octubre: 131.554,02 personas heridas, 136 de las cuales por acción de las fuerzas de seguridad (hechos por los que hay 37,2 miembros detenidos y procesados); 964,45 efectivos de las diferentes policías lesionados y el resto de heridos en su mayoría lo fueron por otros independentistas que se les cayeron encima o los empujaron.
   En Cataluña no hay libertad de expresión: no hay más que ver las imágenes de Puigdemont, de Torra, de cualquier independentista hablando ante decenas de micrófonos en plena vía pública, o dando entrevistas un día sí y otro también para saber que esto no es cierto. En Cataluña, además, a diferencia de México, no asesinan o desaparecen periodistas por hacer su trabajo.
   La comunidad internacional está preocupada por el estado de la democracia en Cataluña: a la “comunidad internacional”, representada por un alcalde de Idaho y los ultraderechistas flamencos no le preocupan los presos torturados en Guantánamo; no le preocupan los líderes sociales y defensores de Derechos Humanos que a diario son asesinados en Colombia; no le preocupan las caravanas de migrantes que huyen de la doctrina del shock neoliberal en Honduras; no le preocupan las relaciones de los hijos de Bolsonaro con las milicias paramilitares que asesinaron a Marielle Franco. No, nadie juzga las graves violaciones de Derechos Humanos en esos países aliados de Estados Unidos.
   El conflicto, por tanto, se disputa en dos escenarios, el de la diplomacia y el mediático, en una guerra híbrida que nos bombardea con tanta información que nos deja heridos de desinformación.
   A partir de aquí, el artículo citado sigue otros derroteros que a nosotros no nos interesan porque tenemos ya datos suficientes para  sacar dos conclusiones. La primera es que las razones para oponerse a la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente de Venezuela son exactamente las mismas que para oponerse a la proclamación de la independencia por parte de un sector político catalán. Por tanto, quien reniegue de la una mientras aplaude la otra o carece de juicio o carece de honestidad o es Pedro Sánchez “el hermoso” (decida Ud. mismo qué le parece más ofensivo). La segunda es que estos oscuros tiempos se hallan habitados por supuestos izquierdistas revolucionarios,  “progres”, liberales y fascistas que han alcanzado el acuerdo en un punto clave: arrojar por la borda el fundamento mismo del Estado de derecho, la vieja bobada de que todos somos iguales ante la ley. Desde todas partes se nos bombardea diariamente con idéntica cantinela antidemocrática: que si el cuñado del rey hace algo, eso es malo, pero si lo hace el hijo de Pujol, eso es bueno; que si se desvía dinero para financiar la campaña electoral de un partido, eso es malo, pero si se hace lo mismo para organizar un referéndum ilegal, eso merece figurar en los libros de historia de la nación; que si alguien se proclama unilateralmente presidente de la república eso es malo, pero si alguien declara unilateralmente la república, eso es respetable; que si alguien defiende un furibundo nacionalismo español, eso es malo, pero si alguien defiende un furibundo nacionalismo catalán, merece la pena ser escuchado; que si alguien se opone a la independencia de Cataluña es un franquista, pero si alguien la apoya es un revolucionario aunque milite en el fascista Vlaams Blok; y todas las viceversas correspondientes. Tal vez los políticos que nos gobiernan y sus respectivos palmeros usen banderas, eslóganes y poses diferentes, pero todos ellos tienen como enemigo común al pueblo.

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