Para evitar el engorro al que conduciría admitir la existencia de regiones dentro del ser, se le atribuye a Parménides la propuesta de que el ser “es equidistante del centro”. Dicho de otro modo, el ser “es como una esfera”. Naturalmente, si el ser “es como una esfera” y hay una equivalencia entre ser y pensar, entonces, el pensamiento, el pensamiento del ser, el pensamiento que nos dice lo que el ser es, no puede hacer otra cosa más que girar sobre sí mismo. Este pensamiento aferrado al ser, que presupone la transparencia del ser cuando habla del propio ser, se limita a dar vueltas, sin ir a ninguna parte. Y la demostración absoluta de que esta consecuencia se halla inevitablemente encerrada en lo que llamamos “Parménides”, puede encontrarse en el hecho de que la interpretación tradicional, en lugar de ver lo obvio, ha señalado la equivalencia entre la esfera y la perfección en el pensamiento griego. Terminar siempre donde comenzó, la incapacidad para atisbar cualquier posibilidad que no conduzca al mismo camino de siempre, en esa ceguera autoinducida, ha creído palpar la interpretación habitual “la perfección”. Pero aquí no hemos terminado. Cuando levantamos la vista del camino tantas veces recorrido, cuando nos arrancamos las anteojeras que nos impiden ver la noria a la que se nos ha atado, rápidamente aparecen otras cuestiones.
Parménides ha definido la esfera no por su radio, ni por su área, ni por su volumen. Ha definido la esfera por su propiedad topológica básica, la equidistancia respecto del centro. Por tanto, Parménides no nos habla de una esfera, sino de cualquier esfera. El ser, nos dice Parménides, es como cualquier esfera. Ciertamente, la equidistancia respecto del centro constituye una característica definitoria de las esferas embebidas en un espacio de no importa cuantas dimensiones. Vale, por supuesto, para las esferas de un espacio tridimensional (lo que habitualmente llamamos una esfera o, propiamente, una 2-esfera). Vale, igualmente, para esferas en un espacio bidimensional (ó 1-esfera, el círculo). Y vale, por supuesto, para las esferas en un espacio monodimensional (ó 0-esfera). Una 0-esfera se puede definir más concretamente como dos puntos situados a ambos lados de un centro. Ahora bien, dado que hablamos de dos puntos equidistantes del centro, no hay otro punto de la esfera entre ellos. De hecho, se suele identificar la 0-esfera con dos puntos disjuntos. Ciertamente podemos considerar a uno de ellos el comienzo de un camino y al otro el fin, pero, dado que no hay puntos entre uno y otro, realmente, topológicamente hablando, no se puede hablar de que haya un camino entre ellos. Dicho de otro modo, la 0-esfera constituye la única esfera no conectable a través de un camino. Si retomamos a Parménides nos encontramos entonces con que la forma más simple de esfera, en analogía con el ser más simple, no tiene caminos, lo cual puede interpretarse de muchas maneras, pero en todas ellas conduce a que el ser más simple o no resulta pensable o no resulta narrable o ambas cosas. Tal vez haya “pensamiento”, tal vez haya narración del ser más simple, entendidos como la simple yuxtaposición de “esto” y “esto”, pero, una vez más, no consistirá en algo que lleve de aquí hasta allí, algo que implique un discurso, ni una deducción, ni un recorrido. En la 0-esfera, en el ser más simple si hemos de seguir el isomorfismo establecido por Parménides, se rompe la equivalencia entre pensamiento y ser. Ahora ya podemos entender por qué Parménides se entretiene en contarnos la vía del error, el camino del engaño. Del mismo modo que hay un ser que no se puede narrar y/o que no se puede pensar, aparece ahora como posibilidad abierta la narración, el pensamiento, del no-ser, algo que previamente Parménides había excluido.
Resumamos, pues. Hemos partido de la identidad entre ser y pensar, de que podíamos hablar de lo que el ser era y nos hemos visto llevados a la conclusión de que hay un tipo de ser que carece de caminos para pensarlo y/o para narrarlo. Por otra parte, respecto del resto del ser, nuestro pensamiento, nuestra narración no va a hacer otra cosa más que dar vueltas alrededor de lo mismo. Tanto en un caso como en otro nos hemos topado con las limitaciones y contradicciones a las que conducen los supuestos adoptados por la interpretación tradicional. Limitaciones y contradicciones que parecen sólidos argumentos para abandonarlos. Nos queda la opción de arrojar por la borda la idea de la equidistancia del centro y admitir que hay regiones diferentes dentro del ser, cada una con sus características, lo cual conduce a la indómita dificultad de cómo, incluso de si, podremos manejarlas con precisión cuando se trate de utilizarlas sobre ellas mismas. Nos queda, sin embargo, otra opción, la de dejar de decir lo que el ser es. No obstante esta posibilidad conduce a algo todavía más aterrador: pensar de nuevo.
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