A veces tengo la sospecha de que existe un complot para volvernos gilipollas a todos. A veces, sin embargo, tengo la absoluta certeza. En una entrevista a Nova/Esxpress, decía el Ozymandias de Watchmen que no se consideraba el ser humano más inteligente del planeta, pero que esperaba no ser el único ser inteligente del planeta. Escuchando lo que vomitan desde sus púlpitos los estómagos agradecidos de turno se tiene la impresión de que muy pronto los temores de Ozymandias se harán realidad y la única persona inteligente en el mundo será un personaje de ficción.
El otro día Iñaki Gabilondo dedicaba un editorial en primera plana de El País a preguntarse a qué espera el gobierno de Sánchez para convocar elecciones. Es cierto que Iñaki Gabilondo nunca se ha enterado de nada y es cierto también que el único periodismo de investigación que realiza ya El País se refiere a las ofertas de Amazon y Ebay. Pese a ello, dedicar un editorial a marear la perdiz sobre el sexo de las elecciones sólo puede entenderse como una manera de atontar al personal. Sánchez no llegó al gobierno guiado por su ambición sino por miedo a caer él mismo y su partido en la irrelevancia. Desde entonces, su gobierno no gobierna, hace precampaña, entregado frenéticamente a la política-imagen. Cada día toma una iniciativa, no importa cómo de ridícula, pero que acapare portadas, que cueste poco y que no cambie nada. Se decide, por ejemplo, desenterrar a Franco, que es muy de izquierdas y que le ahorra a tantos nostálgicos los gastos de desplazamiento al quinto rábano con objeto de que puedan reunirse en mayor número y con mayor cobertura mediática en pleno centro de Madrid. Se bate el récord del ministro con menor duración en el cargo y de mayor número de ministros dimitidos en una legislatura de la democracia y, mientras tanto, se cierran los ojos ante la voracidad de los bancos por endeudar a los ciudadanos, que comienza a tomar, otra vez, peligrosa carrerilla. Como todo el mundo sabe, meterse con la banca no es de izquierdas.
Afortunadamente siempre hay intelectuales subvencionados dispuestos a echar un capote allí donde haga falta. Este sábado, también en El País (si es que de donde no hay, no se puede sacar), Daniel Gascón publicaba un opinando titulado “Política para adultos” y en el que intentaba barruntar la idea de que hablar de “bien y mal” en política conduce a evitar que se haga política (precisamente el objetivo que debe tener todo ciudadano decente), lo cual, venía a intuirse, porque el personaje no era capaz ni de expresarlo con claridad, es malo. Como resulta lógico, citaba a “Savater”, ejemplo de profundidad filosófica máxima a la que llegan sus entendederas, quien afirmó en su momento que “ética es lo que le falta a los otros”. “Savater”, es, en realidad, Nietzsche, cuando señalaba que la base de toda ética es:“tú eres malo, luego yo soy bueno”. En un claro síntoma de los tiempos, dedica una entrada en inglés de su blog a demostrar lo que no necesita de demostración más allá de recapitular los hechos: que los independentistas catalanes han construido toda su estrategia sobre los sólidos pilares de la mentira. Así que Mr. Gascón piensa, en perfecto inglés, que la política debe desentenderse de la ética pero no de la verdad, como si faltar sistemáticamente a la verdad no constituyera el criterio básico para que a uno lo acusen de malo. Tal vez, Mr. Gascón debería leer no a Savater, sino a las fuentes originales, quiero decir, a Nietzsche, aunque sea en inglés.
Pero no, el problema no es El País y su desesperado intento por vender su apoyo a un gobierno a cuyo líder ha tratado reiteradamente de crucificar. Hace unos meses nació el Instituto Seguridad y Cultura, interesantísima iniciativa de la que forma parte Manuel Torres, profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y del que he leído un par de cosas verdaderamente meritorias (por cierto, ¿se han dado cuenta de qué se nombra cuando se intercambian las vocales en las siglas de esta universidad? ¿por qué será?) A este grupo se lo ha invitado a unas jornadas en Córdoba subvencionadas por los que difunden la especie de que todos los que se oponen a que la mezquita siga utilizándose para el culto cristiano son miembros del Estado Islámico en ciernes. En el seno de estas jornadas, el Prof. Carlos Echeverría, también miembro del Instituto, profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, Research Fellow del Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea, Visiting Scientist del Instituto de Prospectiva Tecnológica, colaborador del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional y de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra, la Academia General Militar y otras instituciones de enseñanza de las Fuerzas Armadas, soltó que cualquier español de bien tiene el deber moral de sentirse orgulloso “de la reconquista y de las Navas de Tolosa”. Por supuesto, no se le puede pedir a ningún español que sepa algo de la historia de su país más allá de los tópicos típicos, ni siquiera a todos los que tienen una licenciatura en la materia... siempre que manejen bien el inglés. No obstante, merece la pena constatar que si a lo que se produjo en la península ibérica se lo puede llamar re-conquista, entonces también fueron “reconquistas” la invasión de Albania por parte de Mussolini y la fundación del Estado de Israel. Como es obvio, ningún historiador en su sano juicio utiliza semejante término para describir estos hechos, pero el cerrilismo patrio sigue empeñándose en utilizar como categoría histórica un eslogan de los vencedores. La “re-conquista”, la iniciaron unos reinos que ni política, ni cultural y ni siquiera religiosamente tenían nada que ver con el reino visigodo que conquistaron los musulmanes. De hecho, resulta históricamente inexacto, conceptualmente ridículo y claramente tergiversador, identificar con un nombre un supuesto proceso que abarca la totalidad de la presencia islámica en esta parte de Europa. En cuanto a las Navas de Tolosa, fue una batalla tan absolutamente decisiva que la conquista del valle del Guadalquivir no comenzó hasta treinta años después de ella. Y, desde luego, prefiero ser el peor de los españoles que sentirme orgulloso de la victoria de la barbarie cristiana, que acabó expulsando a judíos y moriscos, sobre la civilización en la que, mal que bien, se logró un remedo de convivencia entre las tres religiones.
La filosofía del siglo pasado vociferó la identidad de pensamiento y lenguaje. No hay pensamiento sin lenguaje, salmodiaban y, en consecuencia, todo lenguaje lleva implícita alguna forma de pensamiento. El problema no consiste ya en negar la evidencia de una forma de pensamiento en los niños de menos de un año o en los primates, el problema radica en que daban marchamo de racionalidad a cualquier cosa que saliera por nuestras boquitas... y así nos estamos quedando.