Resultó enternecedor que en las pasadas elecciones del futuro país vecino, la señora Colau nos contara sus noviazgos y que el muchachito de la coleta se quedara callado, por una vez en su vida, para intentar rebañar algunos votos. Aún así, se las apañaron para perder tres escaños y 40.000 votos en dos años. Enumerar, el sin fin de errores estratégicos y discursivos de quienes se presentaron como la auténtica alternativa de izquierdas sería interminable y aburrido. Más enjundia tendrá presenciar la venta de sus votos al mejor postor en el Parlament y, a la corta o a la larga, cómo y entre qué formaciones acabarán por repartirse sus votantes, primero en Cataluña y después en el resto del país.
San Oriol Junqueras, bueno y martir, no tiene, ciertamente, motivos para compartir la felicidad de la República Catalana. Las encuestas le daban, por fin, como ganador de unas elecciones, hasta el punto de que se permitió rechazar la alianza electoral con Junts per Catalunya. Pues bien, ni alcanzar un máximo histórico en votos le ha valido para abandonar su habitual tercer puesto. Como ya expliqué, las circunscripciones electorales en Cataluña fueron amañadas por Convergència i Unió, en tiempos de sus pactos con el PSOE a nivel nacional, para que ganasen las elecciones prácticamente siempre. El área de Barcelona, su cinturón industrial y las zonas costeras, se hallan subrepresentadas en el Parlament, mientras que la Cataluña profunda tiene un nivel de representación que no corresponde a su número de habitantes. Obviamente, nada de eso va en beneficio de ERC.
En unas circunstancias normales, un líder que ha encabezado una nueva derrota electoral, que ha rechazado una alianza que le hubiese proporcionado la mayoría absoluta sin necesidad de más añadidos y que, por si fuera poco, está encarcelado, sería un líder muerto. Hay que recordar que, durante la campaña, ERC insistió en que Puigdemont no podía ser investido por haberse fugado, con lo que resulta muy poco probable que éste tenga entre sus prioridades que excarcelen a Junqueras. Naturalmente, proclamará lo conrtario, pero habrá que ver qué hace realmente para conseguir tal excarcelación. Hasta tal punto estas elecciones han convertido a ERC en una mera comparsa lo muestra la propia noche electoral en la que no supieron exhibir como discurso propio otro que el que le marcaban desde Bruselas.
Si de verdad el señor que ha encabezado la CUP sabe algo de sociología, habrá descubierto la triste realidad de dicha formación, a saber, que su base social la deja en los límites mismos de la extraparlamentariedad. Sus votantes son los descontentos de ERC y, en menor medida, de la extinta Convergència. Sus devaneos con estas formaciones, su justificación de cualquier cosa que viniese de ellas en nombre de la independencia, los ha hecho toparse con la preferencia, habitual en los electores, de los originales sobre las copias. Por mucho que sus cuatro escaños puedan resultar decisivos en las votaciones, eso no les exime de tener que suplicar un apaño para crear grupo parlamentario propio o tenerse que ir a compartir grupo mixto con... el PP.
Lo malo del PP de Cataluña no es que se hayan quedado más cerca de los animalistas del PACMA que del PSC, lo malo es que Cataluña constituye una de las zonas más pobladas de España y allí Ciudadanos los ha dejado ya sin espacio político. No sólo van a compartir grupo parlamentario con la CUP, también comienzan a compartir con ellos que su discurso parece una copia del discurso de otros, en este caso, del que exhibe Albert Rivera. Aunque de cara a unas elecciones eso puede no ser muy importante, a la larga, acaba constituyendo una carcoma que corroe los partidos y algunos han comenzado a plantearse si no asistimos al principio del fin de una formación que nos ha acompañado desde el nacimiento de nuestra democracia.
El problema del PSC no es que no tenga discurso, el problema es que tiene el mismo discurso desde hace décadas. Los líderes del PSC hablan para los votantes del PSC y éstos, sí, son fieles, pero, claro, no tienen otro crecimiento que el vegetativo. El PSC tiene un suelo electoral nítido, su problema consiste en que no se despega de él.
Así, pues, los resultados de las pasadas elecciones en Tractolandia enviaron un mensaje muy claro a la mayoría de las formaciones representadas en el Parlament. Si se quiere que un 48% del electorado deje de estar a favor de la independencia, habrá que hacer las cosas de otra manera. Si se quiere que un 52% del electorado deje de estar en contra de la independencia, habrá que hacer las cosas de otra manera. Si Puigdemont quiere seguir adelante con el procès, tendrá que hacerlo de otra manera. Si Ciudadanos quiere gobernar, tendrá que hacer las cosas de otra manera. Si ERC quiere ganar unas elecciones, tendrá que hacer las cosas de otra manera. Si el PSC quiere abandonar su suelo electoral, tendrá que hacer las cosas de otra manera. Si Catalunya en Comú no quiere caer en la irrelevancia, tendrá que hacer las cosas de otra manera. Si la CUP y el PP no quieren quedarse fuera del Parlament tendrán que hacer las cosas de otra manera. ¿Qué nos cabe esperar por tanto? Muy fácil: más de lo mismo.