Ahora que la película Dunkerque permitirá el reinicio de un pequeño revival de la Segunda Gran Guerra, vuelvo a acordarme de una heroica acción bélica arrumbada en el baúl de los recuerdos: Dieppe. En 1942, Stalin no hacía más que presionar a los aliados con la idea de abrir un segundo frente en Europa que aliviara el peso de la guerra sobre su país. La propia opinión pública exigía hacer algo que los devolviera al continente y Churchill había comenzado a temer que la tan deseada ayuda norteamericana acabara por convertirse en el abrazo del oso, borrando al imperio británico de la primera fila de la historia. Así comenzó a fraguarse la operación Jubilee.
La idea inicial consistió en abrir una cabeza de puente en la costa francesa, necesariamente limitada, que permitiera operaciones más ambiciosas en un futuro inmediato. Rápidamente se pensó en los 200.000 voluntarios canadienses que llevaban tres años languideciendo en territorio británico. Dispersados por la isla, lejos de sus fríos inviernos, las abundantes lluvias habían ido diluyendo su moral y apenas unas cuantas unidades conservaban el vigor necesario para combatir. El propio plan inicial resultaba insostenible, así que se lo fue recortando. Lo que comenzó siendo un amago de invasión en toda regla se convirtió en un mero ejercicio, el establecimiento de una cabeza de puente se trocó en la demostración de la posibilidad de establecer una cabeza de puente y el desembarco masivo incluyó poco más de 6.000 hombres. El punto elegido, naturalmente, la bonita, turística y extremadamente fortificada por los alemanes Dieppe. Cierto que el plan inicial incluía desembarcos a lo largo de su costa, que presentaba numerosos puntos prácticamente sin defensa, pero al restringir el número de hombres, se concentró en la playa de la propia ciudad, guarecida por acantilados y en donde los alemanes habían colocado, entre otras muchas unidades de artillería, diez cañones de 150mm. La cosa no paraba ahí, la “cabeza de puente”, posteriormente convertida en algo así como unas maniobras con fuego real, también debía constituir una trampa para la Luftwaffe. El alto mando británico había llegado a la conclusión de que la superioridad aérea alemana estaba llegando a su fin. El desembarco debía atraer a gran número de aparatos sobre los que la RAF caería, acabando, definitivamente, con el dominio alemán de los aires. Dicho de otra manera, la aviación aliada no apoyaría el desembarco sino que llevaría a cabo una guerra particular en paralelo.
Por si fuera poco, a principios de julio, con las tropas preparadas para embarcarse, la climatología empeoró repentinamente y, todavía mejor, los alemanes descubrieron el convoy preparado y lo bombardearon, obligando a cancelar el desembarco. La cancelación del desembarco no significó la cancelación de la operación, sino que ésta sufrió varias modificaciones. La más significativa de todas fue suprimir el bombardeo previo “para no poner en sobre aviso a los alemanes”.
En la noche del desembarco el ala izquierda del convoy se encontró con naves alemanas, iniciándose un combate que, además de causar serios daños en los navíos aliados, los dispersó, con lo que sólo siete llegaron a la costa francesa. Su llegada desató la alarma general en las defensas costeras, en respuesta a la cual, las naves que los habían transportado se retiraron, dejándolos abandonados en la playa donde hubieron de rendirse.
El ala derecha del desembarco tuvo más suerte, logró llegar a la playa antes de que se diera la alarma y, tras subir por escarpados terraplenes, alcanzó las defensas de costa logrando inutilizarlas. El desarrollo de la operación fue la base para el manual de asalto a las baterías costeras que se elaboró posteriormente y el único éxito de la operación Jubilee porque el desembarco general tuvo otra naturaleza. Este se realizó justo debajo de las defensas alemanas y con diecisiete minutos de retraso respecto de los otros dos, es decir, cuando los alemanes ya se hallaban alertados de lo que se les venía encima. La mayor parte de los hombres a desembarcar no consiguieron llegar a las playas con vida. Las tres oleadas sucesivas fueron barridas por las defensas en una suerte de tiro al blanco. No obstante, los canadienses combatieron con tal valor y eficacia que algunas unidades consiguieron alcanzar la ciudad, donde fueron definitivamente eliminados o capturados. De los 6.086 hombres a desembarcar 4.384 fueron muertos o capturados en un combate que no duró ni nueve horas. El desastre fue de tal magnitud que la Luftwaffe ni siquiera se molestó en mandar más aviones al combate que los que ya se hallaban en servicio, convirtiéndose, también, en un completo fiasco la supuesta trampa aérea tendida por la RAF.
Dieppe fue una carnicería sin nombre y casi sin recuerdo, en la que varios miles de voluntarios canadienses encontraron una muerte absurda y sin sentido que no debió haberse producido. A base de sangre vertida por motivos absurdos, como siempre, los aliados sacaron lecciones muy importantes, por ejemplo, que no se debe atacar unas defensas sin bombardearlas antes. Estas lecciones resultarían muy útiles en los posteriores desembarcos, pero seguro que había medios mucho más económicos de sacar tales decisiones si es que a alguien le hubiesen importado las vidas humanas.