Si hemos de creer las tasas de prevalencia que presentamos, el 101% de los niños y el 116% de los adultos tiene algún género de trastorno mental, quiero decir, todos y cada uno de nuestros niños y todos y cada uno de nosotros necesitamos atención por parte de psicólogos y/o psiquiatras. Por supuesto se puede discutir si las categorías resultan excluyentes o si tal o cual tasa de prevalencia corresponde o no a la realidad, en cualquier caso, apenas si he reproducido unas cuantas líneas de las 996 páginas que tiene el DSM-V. Dicho de otro modo, no se trata ya de que todos y cada uno de nosotros tengamos algún trastorno desde la infancia, además, por pura estadística, debemos tener tres o cuatro enfermedades más de las aquí relatadas, como mínimo. Semejante conclusión despierta, de inmediato, una catarata de cuestiones. Vamos a repasar las más elementales.
Por definición, un “trastorno” consiste en una alteración de un estado o comportamiento “normal”. Ahora bien, si resulta que el 101% de los niños y el 116% de los adultos tiene algún género de trastorno, ¿cómo podemos definir un niño “normal” o un adulto “normal”? ¿Acaso se trata de un ente ideal, inexistente, al que hemos de parecernos aunque para ello tengamos que medicarnos desde la tierna infancia? Y, si semejante individuo no existe ni ha existido jamás, ¿cómo sabemos que podemos alcanzar su estado ideal? Aún más, ¿quién, bajo qué criterio, ha establecido que resulta aconsejable llevar una vida semejante a la de esa ficción?
No obstante, vamos a aceptar cándidamente que todos padecemos, al menos, cuatro enfermedades mentales. ¿Desde cuándo? La respuesta parece bastante simple, desde nuestra infancia, pues siempre hemos padecido algún género de enfermedad. Y aquí viene el retruécano definitivo: la causa última de la inmensa mayoría de estas enfermedades se ignora, por tanto, tienen que tener una causa genética o como suelen expresarlo los “científicos”, “no conocemos su causa, pero pensamos que es de origen genético”. Vamos a ver, ¿no conocemos su causa o su causa se halla en los genes? Porque las dos cosas a la vez no pueden ocurrir. Quizás se nos pretende decir otra cosa. Hubo una época en que, cuando no se conocía la causa de algo, se le atribuía a Dios. Nosotros, que hemos abandonado definitivamente ese oscurantismo de la mano de la "ciencia", cuando no conocemos la causa de algo ... ¿se la atribuimos a los genes? ¿He captado mejor con esta explicación lo que se pretende decir con semejantes afirmaciones?
Resulta habitual el relato según el cual, en aquellas épocas de oscuridad, a los esquizofrénicos, a los enfermos mentales, se los encerraba en sórdidas mazmorras y se los sometía a todo género de torturas. Ahora, el DMS-V nos ha descubierto una nueva versión de los hechos. Dado que todos padecemos trastornos mentales, también en aquellas épocas de oscuridad todo el mundo debía padecer trastornos mentales, así que no todos los enfermos mentales fueron encerrados y sometidos a torturas. La mayoría, vivió en libertad, tuvo familias, trabajos, aspiraciones, hicieron descubrimientos en ciencia, escribieron música y literatura, crearon extraordinarias obras de arte... Y todo ello sin necesidad de ningún tratamiento psicológico o psiquiátrico, aún más, ¡maravilla de las maravillas! sin medicinas de ningún género. ¿Cómo pudo ocurrir que todo el caudal de trastornos mentales del pasado, cómo pudo ocurrir que personas con tres o cuatro enfermedades mentales generación tras generación, dieran lugar al progreso humano? Esta pregunta admite únicamente dos respuestas y no sabría decir cuál de ellas resulta más terrorífica.
La primera respuesta pasa por considerar que la inmensa mayoría de los trastornos recogidos en el DSM-V responden a realidades inventadas, triviales o, en el peor de los casos, superables sin necesidad de tratamiento alguno. Esta posibilidad resulta terrible porque convierte a quienes usan el DSM-V para catalogar a los seres humanos en simples charlatanes que juegan a ser principitos ordenando al sol que salga en cada amanecer. Un corolario de esta manera de entender las cosas pasa por considerar DSM-V como el catalizador de un gigantesco fenómeno de granfalloon, quiero decir, proporciona etiquetas arbitrarias con las que los sujetos se van a identificar en cuanto se los presione un poco para ello.
La segunda respuesta no parece menos terrorífica, porque significa que no, que en aquellas épocas oscuras del gran encierro de locos, no todos padecían enfermedades mentales. La universalidad del trastorno mental nos caracteriza a nosotros, a quienes vivimos actualmente, a quienes padecemos un género de vida cuya única consecuencia, tanto pronto como tarde, pasa necesariamente por el trastorno mental. En tal caso, todos esos que dicen luchar contra él, deberían orientar sus esfuerzos a erradicar su causa última si no quieren, una vez más, recibir la acusación de charlatanería.