domingo, 31 de enero de 2021

Cuando nos rodea la locura.

   Resulta un fenómeno habitual que si se saca a una persona mayor de su ambiente, particularmente cuando esta salida se produce traumáticamente, tiende a desorientarse y a adoptar comportamientos erráticos. Siempre he pensado que esta reacción aparece en nuestros mayores porque hay simientes de la misma en todos nosotros desde nuestra más tierna infancia, sólo que, probablemente, necesitamos para manifestar ese comportamiento una extracción de nuestro mundo habitual mucho más brusca, un cambio más radical… o uno menor pero más prolongado en el tiempo. Esta pandemia nos ha sacado a todos de nuestras costumbres, de nuestro modo habitual de relacionarnos con los demás, pintando la realidad con tonos grotescos. Quien más, quien menos, no responde de la misma manera a los mismos estímulos que en circunstancias normales y no vendría mal que un psicólogo nos echara un vistazo a todos, de no ser porque ellos, ya de por sí inestables, colman hoy los psiquiátricos. Resulta muy fácil echarle la culpa a los otros y señalar que la gente está tocada del ala, como si nosotros mismos no nos hubiésemos visto afectados por el fenómeno, como si quien anda tocado del ala pudiera adquirir conciencia espontáneamente del sesgo que domina sus pensamientos y actitudes. Deberíamos, ante cualquier situación, ante cualquier respuesta que se nos ocurra, ante cualquier línea de actuación que brote en nuestro cerebro, plantearnos críticamente si hubiésemos hecho lo mismo caso de que esa situación se hubiese producido hace un año o dos. 

   En estas circunstancias corresponde a nuestras autoridades demostrarnos con su ejemplo, que, por muy desquiciada que se haya vuelto la realidad, existe quien sigue guiándonos, con la fidelidad de una brújula, hacia nuestro Norte. Echemos, pues, un vistazo a quienes nos dirigen, intentando encontrar en ellos un modelo de actuación proverbial que pueda servirnos como ejemplo para tener la seguridad de que seguimos del lado de la cordura. Ciertamente, este recorrido debe comenzar por la Comunidad de Madrid, pues ya he explicado que su presidenta, la Sra. Isabel Díaz Ayuso, cumple una labor social de primer orden al mostrarle a todas las personas que luchan cotidianamente contra los estragos de una enfermedad mental cómo se puede llegar a presidenta de una Comunidad Autónoma lidiando con ella. Pero, claro, lo malo de este tipo de trastornos es que son una montaña rusa, con subidas y bajadas. Esta semana la Sra. Díaz Ayuso estaba de bajada y declaró, nada menos que en la correspondiente cámara de representantes, que si Madrid está haciéndolo tan mal en la lucha contra la pandemia el gobierno central debería intervenir la comunidad. ¿Cuál puede haber sido el razonamiento detrás de estas declaraciones? ¿el gobierno central tiene un criterio erróneo de lo que es luchar adecuadamente contra la pandemia, por tanto, si no nos interviene es que lo estamos haciendo bien según ese criterio? Insisto, que yo entiendo que es un rayo de esperanza para muchas personas que alguien con un trastorno mental esté ahí, pero ¿no hay nadie en su entorno que le recuerde cuándo es la hora de tomarse su medicación? En estas condiciones no me extraña que los catalanes quieran distanciarse todo lo que puedan de Madrid. Lo que ya me parece sospechoso es que quieran poner distancias estelares entre Madrid y Barcelona. Las cabezas pensantes de la Generalitat, incluso antes de alcanzar la independencia, la han lanzado a la conquista de nuevos territorios... espaciales. Parecen haber pensado que ya que les han cerrado las embajadas que Cataluña tenía en otros países, ha llegado la hora de abrirlas en otros planetas. Según han declarado, hay un negocio de millones esperándolos y miles de familias catalanas podrán vivir de él. Para empezar, han nombrado catalanes honoríficos a unas cuantas familias de Kazajastán que es donde van a efectuar el lanzamiento de su primer nanosatélite, lo que las ratas unionistas llamamos una pelota de pin pon. Este lanzamiento se va a hacer coincidir con las próximas elecciones, para que produzca el mismo efecto que las pruebas nucleares en la India y Pakistán. Si uno ha seguido los razonamientos del independentismo catalán en la última década, esto le parecerá hasta normal. Habrá que ver, sin embargo, si la nueva normalidad no acaba convirtiendo la aventura espacial catalana en el secreto de su éxito en la próxima cita electoral. Por cierto, que a propósito del aterrizaje del ex-ministro de Salud, el Sr. Illa, como candidato del Partido Socialista de Cataluña, el inenarrable líder de Podemas, Pablo Iglesias, más conocido por su apodo torero, el coleta, ha señalado que Illa es el candidato de un gobierno oligopólico, defensor de los grandes emporios de comunicación y poco menos que fascista… gobierno en el que él, el coleta, ocupa una vicepresidencia.

   Afortunadamente, tenemos al ejército, esa institución en la que se entrena a cada uno de sus miembros para mantener la cabeza fría en las situaciones más incontrolables y a la que los trogloditas de Vox no dudan en presentar como ejemplo de sensatez en medio de la locura que nos rodea. Esta semana ha tenido que dimitir el Jefe del Estado Mayor por sumarse a la partida de desaprensivos que se han lanzado a robarles vacunas a los ancianos para salvarse ellos primero de la quema (ojalá que este medicamento genere los efectos secundarios tradicionales en los potingues de Pfizer y se les acabe cayendo el pito a todos). El País, que en su día sirvió como ariete para sacar a Sánchez de su despacho en Ferraz cuando Susanita Díaz y los suyos decidieron el asalto a la cabeza del partido, se dedica ahora a justificar no importa qué de nuestro gobierno, con objeto de limar asperezas con quien tantas veces se trató de defenestrar en el pasado. A raíz de esta dimisión planteó el “debate ético” de si los cargos de responsabilidad deben vacunarse primero. En efecto, ¿qué ocurriría si el Jefe del Estado Mayor contrajera el coronavirus en plena situación de crisis militar? ¿Lo mismo que ha ocurrido esta semana? ¿que se nombraría un sustituto en menos de 48 horas? Eso sí, a las tropas enviadas a Rumanía no se las ha vacunado, pues la muerte de soldados, suboficiales y oficiales por la falta de previsión de sus superiores nunca ha planteado ningún debate ético en el ejército. 

   Después de todo esto, uno puede hallar consuelo pensando que España siempre ha sido un país de locos y que Europa es otra cosa. Pero ahí tenemos la dimisión del máximo responsable de emergencias sueco por confinar a todos sus compatriotas y, acto seguido, montarse en un avión para pasar unos días en Canarias. O Rutte, ¿se acuerdan de Mark Rutte? ¿el primer ministro holandés? ¿el calvinista aquel, siempre tan tieso que parecía que ya le estaban haciendo la prueba anal hace unos meses? Sí, hombre, el que preguntó que si nos íbamos a gastar las ayudas para el coronavirus en vino y toros (como si aquí no hubiese llegado la modernidad y no nos gastásemos todas las ayudas que recibimos en gin-tonics y furgo). El mismo que después pidió ayuda a sus vecinos porque sus hospitales no tenían recursos suficientes para atender los enfermos de coronavirus. Pues ese Mark Rutte ahora anda liado con una sublevación popular porque los muy austeros holandeses, todos esos que desprecian a los hedonistas del Sur, se han puesto en pie de guerra por el cierre de los bares y hasta han protagonizado intentos de asaltos a los hospitales a pedrada limpia, mientras la policía responde partiéndole la cara al primero que pasa por allí con mangueras a presión.

   Si, como decía Kipling, la madurez de una persona se mide por la capacidad para mantener la cabeza en su sitio mientras todos a su alrededor la han perdido y le culpan de lo que sucede, entonces lo peor que nos está pasando no radica en que nos hayamos alejado de la cordura, sino que hemos encargado a caprichosos bebés conducirnos hasta ella.

domingo, 24 de enero de 2021

La ciencia de la creatividad (4. Теория решения изобретательских задач)

   La Teoría para la Resolución Inventiva de Problemas (TRIZ por sus siglas en ruso), consiste en una serie de protocolos para abordar los problemas permitiendo obtener soluciones no triviales a los mismos. Algunos de esos protocolos poseen un carácter firmemente estructurado, tales como el Algoritmo para la Resolución Inventiva de Problemas (ARIZ por sus siglas en ruso), otros carecen de ese carácter estructurado (tales como la técnica de los pequeños hombres inteligentes) y otros tienen un carácter discutiblemente estructurado, como la celebérrima matriz de 39*39 contradicciones. En cualquier caso, la finalidad de todos ellos consiste no en generar ideas, sino en conducir de un modo directo hasta la solución del problema planteado. A diferencia de los consejitos de De Bono, de la sinécdoque, de la lluvia de ideas, de los procedimientos de Osborn y hasta del Análisis Morfológico, TRIZ no se propone aumentar nuestra creatividad mediante el procedimiento de multiplicar las ocurrencias. Por el contrario, actúa como un vector, que señala directamente al área concreta, entre todas las configuraciones posibles, donde se hallará una solución, una solución creativa, al problema planteado. A lo sumo, TRIZ ofrece media docena de posibilidades, la mayoría confluyentes en dos o tres líneas de exploración, que nos entregarán lo que andábamos buscando. Mientras la práctica totalidad de planteamientos que andan por ahí atribuyéndose propiedades creativas llevan a un punto en el que existe una instrucción del tipo: “coloque aquí el milagro”, TRIZ realiza ese milagro. Milagro, por otra parte, que no encierra ningún misterio. Los protocolos que forman parte del bagaje de TRIZ se pusieron a prueba en las instituciones de enseñanza que Altshuller fundó en la antigua URSS. Cada vez que uno de ellos conducía a los alumnos a un callejón sin salida, cada vez que un problema se les resistía, cada vez que se descubría una forma de hacer mal uso de ellos, se procedía a su revisión y reformulación. La más documentada evolución a este respecto corresponde a ARIZ, cuya primera versión puede detectarse en el escrito seminal “Acerca de la psicología de la creatividad científica”, de 1956 y que sufrió reelaboraciones hasta la versión aparecida casi treinta años después (ARIZ-85-C). Por eso, cuando ponemos en marcha uno de estos protocolos, no hacemos más que someterlo a una prueba selectiva que, en realidad, ya pasó, así que no hay nada de milagroso en que vuelva a superar la prueba.

   Tampoco debemos caer en el otro extremo, el de imaginarnos que TRIZ constituye una herramienta para evitar que pensemos. Altshuller se quejaba amargamente de quienes llegaban a sus instituciones de enseñanza con la idea de que podrían hallar la solución a cualquier problema sin esfuerzo alguno y después se decepcionaban al ver que tenían que aprender a manejar los protocolos, que tenían que hallar maneras concretas de ponerlos en práctica e incluso que tenían que cambiar sus enfoques sobre muchas cosas. TRIZ no nos evita pensar, nos ayuda a pensar. No elimina el esfuerzo del pensamiento, elimina el esfuerzo del pensamiento baldío. Como le gustaba decir a Leibniz, nos hallamos ante el filum cogitationis, que nos guía en cada paso que debemos dar en la oscuridad de los procesos inventivos. Seguimos teniendo que recorrer el laberinto y que enfrentarnos al minotauro, sólo que ahora tenemos un hilo de Ariadna que nos permite entrar y salir de él como si circulásemos por el pasillo de nuestra casa y, en lugar de con un escudo y una espada, vamos armados con un lanzamisiles. 

   Sin duda habrá quien se muestre dispuesto a afirmar que con TRIZ "piensa TRIZ y no yo", que las ideas nuevas que surgen con ella deben atribuírsele a los procedimientos de esta teoría o a Altshuller mismo y no a la persona que los pone en marcha, que despersonaliza el modo de pensar. Hay algo correcto y algo estúpido en tal manera de entender las cosas. La parte correcta consiste en que TRIZ, efectivamente, pretende que salgamos de nuestras cabezas, de nuestro modo habitual de pensar, de nuestra zona de confort, de nuestros prejuicios y nuestras preconcepciones. TRIZ funciona de mala manera si uno se lleva a ella el enfoque tradicional. De hecho, TRIZ no funciona en tales casos. Su objetivo primario consiste en romper lo que Altshuller llamó la “inercia psicológica”, sobre cuya naturaleza limitadora ya hemos hablado varias veces aquí. Se puede decir de otra manera, podemos utilizar TRIZ en el solitario aislamiento de un pueblecito de Sevilla o en la comunidad de un salón de actos, no hay límite alguno en el número de personas que pueden colaborar en la puesta en marcha de sus procedimientos, incluso se lo puede entender secuencialmente y que alguien en la isla de Jurong lo inicie en enero de este año y lo termine otra persona en Pensacola cinco años después. A Altshuller le gustaba llamar a TRIZ “la ciencia exacta de la creatividad”. Si los puntos de partida coinciden y los procedimientos se han aplicado adecuadamente, debe haber equivalencia en los resultados. Y si tal cosa no ocurre, las personas que han llegado a resultados distintos no necesitarán argumentar ni disputar largamente, sino tomar un lápiz y decir: calculemus.

   Sin embargo, parece estúpido afirmar que porque dos personas utilicen la misma regla para medir cosas diferentes “ha medido” la regla y no las personas o que “el método científico” ha producido las diferentes teorías que reconocemos que caen en las disciplinas científicas y no las personas con cuyos nombres las adornamos o que el destornillador y no yo, ha aflojado el tornillo. Para quien trabaja con TRIZ, desde luego, la experiencia no cae dentro de las categorías de la despersonalización ni de la burocratización de la creatividad como sí sentían los conejillos de indias de Johannes Müller sometidos a su implacable Heurística Sistemática. Bien al contrario, se trata de una mezcla de gozosa satisfacción y sorpresa, porque, con mucha frecuencia, uno piensa: “no, la solución no podía ser tan fácil de obtener”. De hecho, el gran problema con TRIZ no consiste en si funciona o no, no consiste en si las soluciones que halla tienen un carácter creativo o no y ni siquiera en si puede considerárselas adecuadas o no. El problema con TRIZ consiste en que genera tal explosión creativa que sobrepasa ampliamente el umbral de creatividad que cada uno de nosotros, nuestras instituciones académicas y nuestras muy libres y capitalistas sociedades pueden soportar.

domingo, 17 de enero de 2021

Perdidos en la traducción (5)

   Puede definirse a los hermeneutas como aquellos que creen desesperadamente en la traducción perfecta. Entienden por traducción perfecta, la que vierte, palabra por palabra, frase por frase, línea por línea, lo escrito en una lengua a otra. A poco que haya un desvío, un matiz, una función no completamente biyectiva entre un término y otro, desesperan de cualquier apaño y proclaman el infantil “¡nunca jamás!” respecto de la posibilidad de que los hablantes de una lengua entiendan propiamente lo que dicen los hablantes de otra. Creen los hermeneutas, que las lenguas “son”. “Son inconmensurables”, “son formas de vida”, “son lo mismo que la cultura”, “son limitadoras del pensamiento”. Las conciben, encerradas entre las tapas duras de los libros, perfectamente tangibles y delimitadas, ajustadas exactamente a los estrictos cajoncitos de sus limitadas molleras, como quienes las defienden en nombre de una patria. La realidad, por lo tanto, les parece demasiado compleja, los marea, así que se han dedicado durante medio siglo a darle vueltas al sexo de las interpretaciones mientras en el mundo real los bárbaros asedian las puertas del Capitolio. Para exorcizar sus demonios, vamos a dejar que las palabras hablen, que hablen de nosotros, que nos saquen las vergüenzas, que denuncien ellas mismas esos engaños por cuya proclama los filósofos vigesimicos recibieron notables emolumentos. Convoquemos, pues, algunas de esas palabras contenidas en webs maravillosas como https://www.infoidiomas.com/blog/6211/palabras-raras-en-espanol/, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/antiguas-palabras-castellanas/html/ o https://www.bbc.com/mundo/noticias-51156550.

   “Bluyin”, por ejemplo. ¿Qué significa “bluyin”? ¿Tiene que ver con los niños a los que les roban el bocadillo en los recreos? No, más bien, “bluyin” tiene que ver con las Investigaciones filosóficas. Wittgenstein decía allí que se trataba de un semillero de ideas para pensar y, con bastante humildad, insinuaba que “para algunas palabras su significado es su uso”. Los filósofos del siglo pasado, incapaces de pensar mientras contemplaban, absortos, sus pantallas, lo tomaron por un recetario, recortaron la afirmación wittgensteniana, demasiado larga para recordarla, y se quedaron con que “el significado es el uso”. Cuando llegó la Transición española, la Real Academia encargada de velar por nuestro idioma, decidió que debía mostrar su progresismo, sumándose al cacareo generalizado de los filósofos, con el beneficio consiguiente de trabajar menos cobrando lo mismo. Se lanzó entonces a sancionar como correcto cualquier cosa que los hablantes usaran. Ya he explicado que constituye una buena propedéutica preguntarle a cualquier lorito que repita lo de que “el significado es el uso”, ¿el uso impuesto por parte de quién? ¿el uso impuesto con qué finalidad? ¿el uso por cuánto tiempo? Los académicos de la desdichada lengua española, obviamente, no llegaron a tanto. “Bluyin” entró al diccionario de la RAE como castellanización de blue jeans, con la excusa de que constituía el uso común. Bien, ya no constituye el uso común y, sin embargo, ahí se nos ha quedado este horrible palabro entre las sacrosantas páginas que definen qué debe entenderse por “español”.

   La humildad de Wittgenstein al hacer propuestas provenía de que una parte trascendental de la vida de nuestros usos lingüísticos quedaba sin explicar en sus textos: su historia. De creerle, las palabras aparecen por generación espontánea y se extinguen por aniquilación divina. La competencia entre palabras por designar las mismas cosas y, todavía peor, la avaricia de las palabras por designar cosas distintas, apenas si podía describirla por ese “parecido de familia”, que, de tomarlo en serio, colocaría en el mismo árbol genealógico a las golondrinas y los aeroplanos. Por “avión”, en efecto, cabe entender en español, tanto a cierta simpática avecilla (delichon urbicum) como a un subgénero de máquinas voladoras. A Wittgenstein el "parecido de familia" le valía para no entretenerse demasiado y seguir avanzando en sus especulaciones, pero a quien quiera pensar desde él y no repetir sus consignas, le interesará saber que el segundo significado ha acabado arrinconando al primero porque “avión”, cuatro siglos atrás, designaba por igual a golondrinas, vencejos y aves semejantes, frecuentes en estas tierras. Y ahora, hagámosle la pregunta a cualquier hermeneutilla de esos que te zampa lo de “los tipos de racionalidad” antes de que se persigne un cura loco: si un autor del siglo XVI realizara la afirmación de que “en estos cielos abundan los aviones y en estas tierras las azafatas” y tuviésemos que reeditar dicho texto en nuestra época, ¿deberíamos dejar la palabra “avión” tal cual en el texto? ¿y la de “azafata”? Recordemos, no hay notas a pie de página. Una nota a pie de página indica que dos términos no significan exactamente lo mismo y que, por tanto, nos enfrentamos a una inadecuación entre lo escrito originalmente en el texto y el contenido del mismo que se hará circular entre nosotros. Sin embargo, una nota haría falta, al menos, para explicar que las azafatas de la época constituían un cuerpo al servicio de la Casa Real formado en su mayoría por viudas nobles. 

   Tomemos ahora una frase bizarra, pero bizarra en el sentido actual, “rara” o “extraña”, no lo que significaba en el siglo XVIII, “generosa”, “gentil”, o “lozana”, una frase del tipo: 

“ese nefelibata subido en un burdégano que se ve a través del bocín, en realidad es un agibilibus”. 

¿También deberíamos dejarla tal cual en nuestro texto? ¿no deberíamos añadir alguna notita a pie de página? Mejor aún, ¿no deberíamos sustituir sus sonoras palabras por una terminología algo más de uso común hoy día? Pero, ¿cómo lo haríamos? “Nefelibata” designa a una persona con aire soñador y, como “agibilibus” (persona ingeniosa, muchas veces en el sentido de “pícaro”), se han convertido en términos destinados a desaparecer de nuestro acervo lingüístico. El caso de “burdégano” resulta todavía mejor. Los burdéganos aparecen como consecuencia de cruzar un caballo y una burra, algo para lo que no hay ni nombre, ni experiencia, ni, dentro de poco, realidad designada. Y exactamente lo mismo ocurre con “bocín”, el hueco en los pajares para introducir en ellos la paja. Si tuviéramos que convertir en un texto destinado a circular por las pantallas de nuestros dispositivos, ¿por qué palabra del castellano que manejamos habitualmente sustituiríamos “bocín”, “besana”, “cilla”, “fonsadera”, “fumadga”, “infurción”, “merindad”, “morcajo”, “moyo”, “rabadán”, “toquilla”, etc. etc.? Porque, si algún hermeneuta respondiese que no existen palabras con exactamente el mismo significado por las que reemplazarlas, entonces tendría que conceder que entre el español actual y el que se hablaba dos siglos atrás hay la misma inconmensurabilidad que entre las lenguas europeas y el swahili.

domingo, 10 de enero de 2021

Dos relatos.

   Voy a presentar a continuación dos relatos de lo que ha venido sucediendo en los Estados Unidos en las últimas semanas. En uno de ellos describo hechos o, al menos, lo más cercano a los hechos que puede presentar un relato. En el otro hay, casi exclusivamente, interpretaciones. Ud. puede elegir libremente considerar que el uno o el otro se acerca más a la realidad. Eso sí, si Ud. defiende que “no hay hechos, sólo hay interpretaciones”, entonces debe considerar que los dos relatos son equiparables y que no hay nada en el uno que falte en el otro. Si, por el contrario, sostiene que no hay nada en semejante afirmación que le lleve a esta disyuntiva, entonces no se moleste en seguir leyendo, porque aquí defendemos que la filosofía no es un jueguecito para entretener en los días de lluvia, sino algo que entronca directamente con la realidad.

   Relato 1:

   El pasado 3 de noviembre se celebraron elecciones en los EEUU. El Partido Demócrata argumentó que, dada la pandemia que sacudía al país, debían evitarse las aglomeraciones en los colegios electorales, votando por correo. Norma general de las instituciones que organizan elecciones consiste en facilitar, dentro de los márgenes legales, cualquier sistema que permita que los votos de los electores lleguen a las urnas. El Partido Republicano presentó demandas en diferentes Estados para que el recuento de los votos emitidos por correo se produjese después del recuento de votos en urnas. La práctica totalidad de estudios sociológicos y políticos, señalan que una amplia participación preconiza el triunfo de las formaciones más a la izquierda del arco político. La noche del recuento, las primeras proyecciones dieron la victoria al presidente Trump. El candidato demócrata señaló que la mayor parte de sus votos se hallaban en las sacas de correos, pidió fe a sus seguidores y dijo que se hallaban camino de la victoria. Pocas horas después, el recuento daba un vuelco en Michigan, donde el candidato demócrata se ponía en cabeza. El presidente Trump, que venía alertando de que podía existir fraude en estas elecciones, clamó contra esos resultados y puso en marcha a sus abogados para que presentaran alegaciones en dicho Estado. Horas después sucedía lo mismo en Wisconsin, en un anticipo de lo que ocurriría en Arizona, Pennsylvania y Georgia, mientras las denuncias de fraude crecían entre los partidarios del presidente Trump. Para entonces, ya habían iniciado una campaña de presión bajo el eslogan “dejad de contar votos”. Las declaraciones del presidente Trump en ese momento resultaban compatibles con la idea de que debían considerarse ilegales todos los votos emitidos por correo e insistían en un fraude generalizado. Sus abogados en Arizona dijeron que en ese Estado no había habido fraude, sino errores en la emisión de voto por culpa de unos dispositivos mal configurados. El abogado personal del presidente, Rudy Giuliani, admitió ante las cámaras de televisión que no podían reclamar los resultados en cinco Estados. De hecho, las denuncias sobre lo sucedido en Michigan, Wisconsin y Arizona abandonaron rápidamente los discursos de los seguidores de Trump para centrarse en Pennsylvania y Georgia. En esos Estados, Trump afirmaba que no se habían contado “millones” de sus votos. Giuliani hablaba de 350.000 votos favorables al presidente sin contar en Pennsylvania mientras que  miembros de su campaña electoral citaban la cifra de 682.000 votos. No constan explicaciones de esa disparidad de cifras. Una vez terminado el recuento, los abogados republicanos pidieron un nuevo recuento que se efectuó en varios Estados arrojando cifras semejantes a las iniciales. Los partidarios del presidente consideraron tal resultado “lógico” teniendo en cuenta que se habían vuelto a contar los votos “ilegales”. No se ofrecieron explicaciones de por qué, entonces, se había pedido un recuento. En ese momento, el presidente y sus seguidores habían iniciado una campaña de presión bajo el eslogan “seguid contando”. 

   En total, los abogados de la campaña de Trump han presentado 61 denuncias en los tribunales, incluyendo una en el Tribunal Supremo. Pese a la diversidad ideológica de los jueces que las acogieron, no se admitió ninguna a trámite. Esto no significa que haya habido sentencias en su contra, significa que 61 tribunales han considerado que las denuncias carecían de fundamento alguno para iniciar los trámites conducentes a un juicio. En el caso del Tribunal Supremo, todos sus miembros, varios de ellos nombrados por el propio Trump, votaron en contra de su admisión salvo dos. Hago aquí un inciso para señalar que en EEUU se vota en la misma papeleta a la presidencia y a los miembros de las distintas cámaras de representantes. Pese a ello, toda la cuestión se ha centrado en las elecciones presidenciales, ningún miembro de las cámaras de representantes ha presentado alegación alguna referente a las otras elecciones. En el mes de diciembre, el presidente Trump inició una campaña de presión sobre los miembros republicanos de las cámaras de Arizona, Pennsylvania y Georgia para que revirtiesen los resultados certificados por los organismos encargados del recuento de votos. Pese a las “abrumadoras pruebas de fraude” en posesión del presidente, ninguna de estas gestiones logró su objetivo. Una vez refrendados los resultados por las diferentes cámaras estatales, la presión pasó a ejercerse sobre los encargados de llevar los votos hasta el colegio electoral. Campaña esta igualmente fracasada. Por entonces el presidente Trump ya había advertido, vía Twitter, que iban a ocurrir muchas cosas antes del 20 de enero. En diciembre, numerosos líderes republicanos comenzaron a reconocer la victoria de Biden en las elecciones, así como el carácter legítimo de los resultados de las mismas. En esta lista hay que incluir a varios integrantes de la administración Trump, la mayor parte de los cuales acabarían cesados unos días después de estos reconocimientos. Desde entonces hasta el día 6 de enero, se sucedieron las declaraciones del presidente acusando a los demócratas de haber “robado” las elecciones. Estas declaraciones resonaron entre sus partidarios en forma de proclamas para tomar las armas y marchar sobre Washington, algo de lo que queda constancia en diferentes redes sociales. 

   El día 2 de enero se filtra una grabación en la que el presidente Trump pide a un responsable del proceso electoral en Georgia que le “encuentre” los votos que necesita para ganar en dicho Estado y que diga a la opinión pública que se han vuelto a calcular las cifras. En dicha conversación no se mencionan votos perdidos, ni sin contar. El 5 de enero el vicepresidente Mike Pence, hace pública su negativa a obedecer la orden de Trump de que le dé como ganador en las elecciones en el acto que tendrá lugar al día siguiente, el 6 de enero. Ese día, en un acto meramente protocolario, las cámaras se reúnen para recontar los votos electorales y proclamar al próximo presidente. Coincidiendo con el inicio de la sesión, el presidente se dirige a una multitud de sus seguidores reunidos en la capital, para reiterar su denuncia de que les han robado las elecciones y los conmina a marchar hacia el Capitolio. En varios momentos de ese discurso se utilizan términos compatibles con usar la fuerza. Sus seguidores se concentran ante el Capitolio e irrumpen en sus instalaciones, allanando despachos, las propias cámaras y produciendo destrozos varios. Las identidad de las personas que quedan registradas en varias grabaciones de estos hechos, así como de las víctimas, coinciden con las fotos y los historiales difundidos por el FBI y los medios de comunicación de partidarios de Trump, miembros de grupos supremacistas y denunciantes de conspiraciones. Varios testimonios señalan que los asesores del presidente insistieron para que pidiese a sus seguidores salir de Capitolio, negándose éste a hacerlo. El Pentágono, en comunicación con el vicepresidente, acuerda enviar a la capital a la Guardia Nacional sin pedir u obtener permiso del presidente. Cuando las tropas ya se hallan en camino, el presidente hace una alocución pública en la que llama “gente muy especial” y personas “a las que amamos” a quienes en ese momento se hallan en los alrededores y dentro del Capitolio, pidiéndoles que vuelvan a sus casas y que no olviden ese día. Han muerto cinco personas y hay un número indeterminado de heridos.

   Relato 2:

   El día 3 de noviembre se celebraron elecciones en los EEUU. El hecho de que Joe Biden ganara en Estados como Arizona y Georgia debe interpretarse como una demostración clara de que dichas elecciones fueron fraudulentas. El que en EEUU haya que inscribirse en el censo electoral mostrando un documento identificativo, haya que volver a presentar el mismo documento a la hora de pedir el voto por correo y haya que volver a presentarlo a la hora de emitirlo, no representa un obstáculo para que pueden votar personas muertas o marcianos, como afirmó Rudy Giuliani. Existen además numerosos testimonios de fraude. Tenemos, por ejemplo, el caso de una señora que declaró ante un panel de congresistas y que afirmó haber visto camiones de comida vacíos, síntoma inequívoco de que estos camiones se utilizaron para transportar votos desde otros Estados. Además, cuando uno de los congresistas la preguntó cómo es que no había ningún descuadre de cifras entre los votos a la presidencia y los votos a las diferentes cámaras, ella afirmó que sabía muy bien lo que había visto, lo cual la convierte en símbolo del americano medio, de aplastante honestidad. Hay también el testimonio de un empleado de una empresa de transportes que afirmó que los miembros del servicio postal de New Jersey lo contrataron para llevar dos millones de votos a Pennsylvania y que, al bajarse un momento de su camión, se lo robaron, lo cual muestra claramente que dos millones de votos pasaron de las urnas de New Jersey a las de Pennsylvania. Por tanto, todas las presiones realizadas por el presidente Trump para forzar las leyes existentes a favor de su nombramiento deben interpretarse como intentos de este gran hombre por luchar, absolutamente solo, a pecho descubierto, desde el despacho oval, contra una conspiración que incluye a los medios de comunicación, los funcionarios nombrados por él mismo, la mayor parte del Partido Republicano y los integrantes del sistema postal norteamericano. El día 6 de enero, integrantes de Black Live Matter y Antifa, se infiltraron en la concentración de partidarios del presidente, invitándolos a asaltar el Capitolio, pues los partidarios de Trump son personas de ley y orden, así que cualquier transgresión de la ley debe interpretarse como una manipulación de los demócratas y sus adláteres.. El que no haya prueba alguna de esta intervención debe interpretarse como la demostración palpable de que estas pruebas han sido deliberadamente borradas o ignoradas por los medios de comunicación y el FBI que, a estas alturas, forma parte también de la conspiración contra el presidente. En cuanto a éste, en el espíritu de sus sucesivas apariciones durante el día 6 se halla una condena tajante  de lo sucedido en el Capitolio, todo lo cual fue completa y absolutamente en contra de lo que, por sus actos y palabras, podemos interpretar como sus deseos. Su último mensaje, reconociendo la derrota electoral y comprometiéndose a colaborar en una transición pacífica, simboliza, desgraciadamente, que el propio presidente ha sido secuestrado por los conspiradores y sustituido por un doble.

   Ya puede elegir.

domingo, 3 de enero de 2021

El año que comienza.

   Menudean en estos días los avispados “expertos” que han comprendido la facilidad para llegar a los titulares de los medios de comunicación dando respuestas exageradas a la cuestión de qué nos cabe esperar en nuestro segundo año pandémico. Los hay que lo han conseguido pronosticando la vuelta completa a la normalidad en un periquete y quienes lo han conseguido apostando por la perpetuación de los estados de alarma en lo que queda de siglo. Probablemente, sin embargo, la realidad no toque ninguno de los dos extremos. En esencia todo depende del grado de eficacia que muestren las vacunas con que se va a inocular a la población. Si alcanzan el umbral del 50%, podremos apreciar una progresiva caída en el número de infectados hasta, aproximadamente, una cuarta parte de las cifras que vienen circulando y una caída proporcional del número de casos graves que acaban en las unidades de cuidado intensivo. Estos números acabarán sacando al coronavirus de los informativos, pero no por eso dejará de estar presente. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que todo virus circulante se halla sometido a una serie de presiones selectivas. Por una parte, como resulta lógico, todos los virus mutan en la dirección de volverse infectar más personas. Eso no significa que esas mutaciones los hagan más peligrosos. Sustento la idea de que los virus en general y los virus que afectan a los seres humanos en particular, tienen una fuerte presión selectiva para volverse menos letales. Los motivos son muy claros, un virus que mate a todos sus portadores se expandirá menos que un virus que permita que éstos lleven una vida normal durante largos períodos de tiempo. A ello hay que añadir que, de un modo u otro, más o menos organizadas, todas las sociedades ponen medidas para impedir la expansión de enfermedades graves. Si quieren seguir existiendo, los virus tienen que superar estas barreras. Lo hemos podido observar, por ejemplo, en otra clase de virus que pueblan nuestras vidas, los virus informáticos. Al principio echaban abajo los sistemas que infectaban, lo cual, inevitablemente, limitaba su posibilidad de propagación. Con el tiempo han ido “mutando” hacia formas que pasan totalmente desapercibidas para quienes han sido infectados, permitiendo así su propagación durante muchísimo más tiempo. Probablemente esto acabará ocurriendo con este virus. De todos modos, por fortuna para nosotros, pese a ser un virus de RNA, presenta una tasa de mutación bajísima, apenas una docena en el año que ya lleva circulando entre nosotros, algo ridículo si se lo compara, por ejemplo, con la tasa de mutación del virus del SIDA.

   Nada de lo anterior impedirá que acabe por aparecer una cepa capaz de infectar a más personas en un lapso menor de tiempo. De hecho, la propia introducción de las vacunas forzará de tal modo el proceso de selección de cepas de virus que, si, insisto, sus tasas de eficacia se sitúan por encima del 50% y si la campaña de vacunación avanza rápidamente, hacia agosto o septiembre, viviremos un rebrote alarmante. Resulta imprescindible, por tanto, que la vacunación se produzca a la mayor velocidad posible y que se le proporcione a la población vacunas que tengan distintas partes del virus como objetivo, pues dificultará su mutación. Atravesando todos estos umbrales, el rebrote de la segunda mitad de este año será el más alarmante y aunque no dejen de producirse otros, cada vez se mostrarán más localizados y de menor importancia. En este escenario, el virus habrá dejado de ser un asunto de Estado hacia finales del presente año y en el plazo de dos o tres se lo habrá desplazado a donde siempre, los países más pobres y necesitados del planeta. En cuanto a las medidas sociales, teniendo en cuenta el absoluto disparate en que se convirtió la desescalada de mayo-junio del año pasado y la espantosa irresponsabilidad de que han hecho gala los ciudadanos, resulta fácil pronosticar que, una vez más, las medidas más apreciables para impedir la propagación del virus aflojarán en cuanto comience la caída en su expansión, se reintroducirán tardíamente y con escasa eficacia tras el primer rebrote y se olvidarán mucho antes de lo que resultaría necesario. Por tanto, es bastante probable que celebremos el fin de este año sin mascarillas por mucho que los científicos se echen las manos a la cabeza ante semejante locura.

   Un escenario con vacunas que presenten menor eficacia que un 50% tiene un cariz muy diferente. La distribución masiva entre la población de vacunas poco eficaces produce un efecto perverso, pues hace que los virus muten en la dirección de saltarse los pocos obstáculos que éstas les ponen y se anticipen a los obstáculos reales que podrían suponerle vacunas más eficaces dirigidas contra las mismas dianas que las anteriores. Como resultado nos encontraríamos con masas de población que se creen inmunes al virus y con cepas de virus capaces de expandirse más rápidamente. Antes de junio veríamos la aparición de una gigantesca oleada cuyos efectos dependerán de si las mutaciones del virus van acompañadas de mayor letalidad o no. Habría problemas para imponer nuevas restricciones a unas poblaciones así desengañadas (a menos que se las engañe adecuadamente de nuevo) y muchos más para garantizar nuevas campañas masivas de vacunación. Perder la primera ofensiva contra el virus puede significar tener que afrontar no una batalla sino decenas de ellas a lo largo de un período de tiempo bastante dilatado. Sin duda, se acabará ganando con la aparición de polivacunas realmente eficaces, pero ya no hablamos de arrinconarlo a las zonas más pobres del planeta en el plazo de dos o tres años sino de cinco o de diez.

   La campaña de vacunación ha comenzado con productos que anuncian una eficacia del 94% o superior. Dado que una de las empresas implicadas es Pfizer y que, históricamente, cada vez que Pfizer ha anunciado una eficacia del 80% eso ha significado, como mucho, una eficacia real del 40%, debemos suponer que estas vacunas tienen alrededor de la eficacia que se necesita para movernos en el primer escenario, el más favorable. Sin embargo, dado que la de Pfizer y la de Moderna tienen como objetivo las mismas partes del virus, van a generar una presión selectiva sobre éste para mutar precisamente esas partes. Las siguientes vacunas que vienen, aunque con blancos diferentes en la cubierta del virus, ofrecen también eficacias reales menores, no llegando, probablemente, ni al 40%, lo cual, en lugar de confinarnos definitivamente en el escenario más favorable, complicará las cosas. Para asegurarnos que nos hallamos en el primer escenario hacen falta, por tanto, nuevas vacunas realmente eficaces cuanto antes y que se administren a la vez que las otras a sectores lo más amplios posible de la población. Mientras tanto, debemos esperar que, a diferencia de lo que ha venido ocurriendo hasta aquí, nuestras autoridades muestren cordura y sensatez a la hora de administrar las dosis, que caigan por fin en la cuenta de que la política mata y que politizarlo todo ayuda a que la muerte aceche por doquier. Lo mejor para animales sociales y simbióticos como nosotros siempre es colaborar y no competir, especialmente cuando, como es el caso en esta situación, el bien de todos también es un bien para mí, pues tan eficaz resulta que todo el mundo esté vacunado como que yo lo esté.

domingo, 27 de diciembre de 2020

La ciencia de la creatividad (3. Vida del ciudadano 1-Ч-502)

   Genrich Saulovich Altshuller, nació el 15 de octubre de 1926 en Taskent, (Uzbekistán), aunque toda su vida la pasó vinculado a Bakú, la ciudad de sus padres y capital de Azerbayán. Joven inquieto, siempre atraído por los inventos y las máquinas, llegó a la edad de cursar estudios superiores durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, así que en lugar de entrar en la escuela naval a la que siempre quiso ir, acabó alistándose en el ejército y recibiendo lecciones sobre el pilotaje de infames aviones de instrucción. Finalmente consiguió que lo destinaran a un organismo de la flotilla del Mar Caspio en Bakú. Habitualmente suele hablarse de ese organismo como de una oficina de patentes y poner en relación su trascendencia en la vida de Altshuller con la trascendencia que tuvo en la vida de Einstein su empleo en la oficina de patentes de Zúrich. La realidad resulta mucho más interesante. Dada la propiedad estatal de los medios de producción, las empresas de la URSS carecían del departamento legal dedicado al desarrollo de patentes que poseen las empresas occidentales. Por tanto esa función se externalizó en forma de una serie de comités, repartidos por todo el territorio de la Unión, a los que podían acudir las empresas y, habitualmente, los particulares, interesados en conseguir una patente. Propiamente estos comités no otorgaban patentes. Su función consistía en ayudar al desarrollo de las mismas desde la recepción del prototipo hasta la cumplimentación de los formularios. A diferencia de los gabinetes legales de nuestras empresas, los empleados de estos comités no tenían formación en derecho, sino un conocimiento exhaustivo de las patentes existentes dentro y fuera de la URSS y un cierto instinto para ver qué había de aprovechable en propuestas a veces disparatadas. Altshuller da testimonio a este respecto de inventores que por poco si acabaron destruyendo las oficinas del comité en las que él trabajaba con “disolventes” que explotaban o proyectos que incluían cargar eléctricamente todos y cada uno de los pelos de un gato (sic). Pero también cuenta la historia de cierto inventor que pretendió patentar unas pulseritas fosforecentes y en las que un superior suyo apreció la utilidad de la pintura empleada, ésa que ahora podemos contemplar en todas nuestras señales de salida de emergencia en caso de incendio. Queda implícito en lo dicho que no había especialización por sectores de los empleados, al menos en el comité en el que trabajó Altshuller. Los inventos se asignaban por riguroso orden de llegada y un funcionario lo mismo podía verse implicado en un trabajo sobre buceo que en el necesario para la evacuación de un barco encallado.

   En algún momento entre 1945 y 1946, Altshuller debió darse cuenta de que repetía una y otras vez los mismos consejos para inventores que pretendían patentar cosas en diferentes áreas. Se puso entonces a buscar un libro, un manual, una colección de artículos, algo, a lo cual pudiera remitir a todo el mundo y librarse de la cansina tarea de repetir una y otra vez lo mismo. Pese a que recopilaciones de patentes industriales soviéticas y occidentales y libros sobre la creatividad circulaban con libertad y en abundancia por la Unión Soviética, Altshuller se cansó de buscar un texto adecuado sin encontrar nada que se le acercase. Para principios de 1946 ya había llegado a la conclusión de que tendría que escribir ese libro él mismo y de que el procedimiento para ello pasaba por revisar toda la inmensa literatura sobre patentes a su alcance para hallar los principios inventivos que subyacían a las mismas. En esta labor se le unió Rafael Shapiro y, entre ambos, hacia 1948, tenían ya un puñado de principios inventivos que les permitieron el desarrollo de un par de patentes propias. Convencidos del logro alcanzado, acudieron a diferentes círculos académicos para comunicarles la buena nueva, pero los círculos académicos soviéticos recibieron sus teorías con frialdad al principio y con burlas en cuanto trataron de insistir un poco. Sabedores de que se habían topado con un muro que tardarían décadas en derribar, Altshuller y Shapiro decidieron tomar un atajo escribiendo a todas las altas instancias soviéticas que guardaran algún género de relación con las tareas inventivas. Sistemáticamente recibieron respuestas del tipo “sí, muy bien, pero no…”, “no sabemos…”, “habría que indagar....”, en definitiva, las respuestas de quienes sólo emprenden una acción bajo órdenes de la superioridad. Había, pues, que apuntar más alto. Inventando la amenaza de un explosivo de fácil fabricación y tremendo poder destructor, Shapiro y Altshuller se plantaron en el despacho de Beria, quien los escuchó atentamente, pero tampoco pareció dispuesto a emprender acción alguna. Sólo quedaba, por tanto, una persona a la que acudir. A principios de 1950, Shapiro y Altshuller enviaron una carta a Stalin en la que criticaban duramente el estado de la actividad inventiva en la URSS en los últimos años y proponían su mejora mediante los principios hallados por ellos. Stalin, como siempre curioso y atento a las críticas, ordenó su detención, su sometimiento a lo que en nuestras democracias liberales se denomina “interrogatorio intensivo” y su condena sin juicio a 25 años de trabajos forzados que, en el caso de Altshuller, habría de cumplir en el bucólico paraje del campo 1-Ч-502, cerca de la ciudad de Vorkutá, unos 50 kilómetros al Norte del círculo polar ártico.

   Por suerte para ambos, Stalin murió cuatro años después y los procesos de desestalinización incluyeron la rehabilitación de Shapiro y Altshuller, aunque a este último no se le permitió retomar su puesto en el comité para las invenciones. De este modo, en 1958, nació Henrich Altov, el pseudónimo con el que Altshuller firmaría relatos de ciencia ficción a lo largo de las siguientes dos décadas. Altov se convirtió rápidamente en un referente para la ciencia ficción soviética. Al propio Altshuller no le importaba reconocer la poca calidad literaria de sus relatos (ampliamente superada por su esposa, V. N. Zhuravleva), pero sus escritos constituyen una demostración práctica del desafío que lanzó a la literatura de su época: que cada texto contuviera, al menos, una idea cualitativamente nueva. En cualquier caso, antes de todo esto, en 1956, una vez más con Shapiro, publicó “Acerca de la psicología de la creatividad científica”, escrito seminal en el que se hallan contenidos algunos de los principios básicos de su Teoría para la Resolución Inventiva de Problemas (TRIZ, por sus iniciales en ruso) y un embrión del Algoritmo para la Resolución Inventiva de Problemas (ARIZ).

   Altshuller, en efecto, creó un método para resolver problemas de modo, a la vez, sistemático e inventivo, llevó a cabo el proyecto leibniziano del ars inveniendi, y sobre él y con él, enseñó a generaciones de ingenieros, matemáticos y químicos de la URSS en la red de más de 500 centros de formación que llegaron a cubrir buena parte del territorio del extinto país. Tras la caída del muro de Berlín y la muerte de Altshuller el 24 de septiembre de 1998, muchos de sus discípulos llevaron sus enseñanzas a Occidente y hoy día TRIZ constituye una herramienta en expansión por el mundo empresarial, de la que han sacado buen provecho Samsung, General Motors, Rolls Royce y una larga lista de empresas, grandes, pequeñas y medianas. De modo que, sí, Leibniz (a quien Altshuller cita reiteradamente) tenía razón. Sí, se podía construir un ars inveniendi funcional y exitoso. Sí, ese ars inveniendi se halla en funcionamiento y ha producido decenas de miles de patentes industriales a lo largo del último medio siglo (3.200 únicamente en la sede india de Samsung). Sí, todos y cada uno de los que vinieron después, empezando por Kant, se equivocaron a la hora de juzgar la posibilidad de un ars inveniendi. Y, sí, los filósofos, como tristes mochuelos, van a formar parte del pelotón de los últimos en enterarse.

   ¡Feliz Año Nuevo! 

domingo, 20 de diciembre de 2020

La ciencia de la creatividad (2. Johannes Müller)

   Desde luego a Johannes Müller (1921-2008), no se lo ha tratado con justicia. Más difícil resulta decidir si no se lo ha tratado con justicia porque no se ha otorgado suficiente visibilidad a su nombre o porque se lo ha hecho sobresalir demasiado de la miríada de estudiosos que en la década de los 60, en la extinta DDR, se lanzó sobre los procesos fabriles para desmenuzarlos, analizarlos y optimizarlos. Müller los lideró con entusiasmo y eficacia y su intento, desde luego, resulta sorprendente. Aceptó, como la totalidad de filósofos del siglo pasado, la sentencia kantiana acerca de la imposibilidad del ars inveniendi, de una ciencia de la creatividad y de un algoritmo inventivo. También, como la totalidad de filósofos de su época, se mostró incapaz de vincular semejante sentencia con quien la emitió por primera vez. Él la encontró en los textos de Karl Marx y, dada su residencia en la República Democrática Alemana, eso le bastó para no buscar posteriores orígenes, causas o motivaciones. Sin embargo, a diferencia de la totalidad de filósofos vigesimicos, Müller no consideró que semejante anatema debiera impedir la construcción de un procedimiento sistemático para inventar. Simplemente distinguió entre procedimientos “algorítmicos” y procedimientos “heurísticos”. Entendió por procedimientos “algorítmicos”, aquellos que con una seguridad absoluta conducen a la obtención de nuevas invenciones y los consideró los únicos prohibidos “por Marx”. Los métodos heurísticos, sobre los que “Marx” nada habría dicho, no aseguran la obtención de nuevas invenciones, dependen de los conocimientos previos de quien los pone en práctica y, en definitiva, se restringen a una mejora gradual, pero continua. Esta distinción entronca míticamente con Papus de Alejandría, el primero en haber utilizado el término “heurística” en este sentido. Pero también entronca, y de un modo mucho menos mítico, con la malograda línea de investigación desarrollada por el ingeniero ruso P. K. Engelmeyer (1855-1941?) y su “Círculo para las cuestiones generales de tecnología” creado en Bakú en 1927 y que acabaría defenestrado en 1929 cuando el Partido Comunista lanzó una campaña contra “los filósofos de la tecnología”. No se trata de casos puntuales, el tratamiento que Müller hace de sus antecesores siempre parece bastante peculiar. A Ramón Llull (1232-1316) lo cita con entusiasmo, pese a que en la “heurística sistemática” de Müller no hay ni rastro del ars combinatoria que tanta fama le dio al mallorquín entre los partidarios de los algoritmos inventivos. A Engelmeyer, obviamente, no le conviene recordarlo, pero tampoco le presta mayor atención a Ehrenfried Walther von Tschirnhaus ni a Christian Wolff, quienes defendieron (contra Leibniz) precisamente lo que Müller hace, interrogar a los operarios e ingenieros para desvelar sus prácticas inventivas. En realidad, Müller no los interrogó, los sometió al tercer grado. Cuando uno contempla los formularios de recogida de datos diseñados por Müller y los suyos no puede evitar imaginarse a los que compusieron su población de estudio acudiendo desde sus celdas a los talleres cantando la Internacional y marcando el paso de la oca. Müller y su equipo se centraron, con prusiana minuciosidad, en levantar acta de cada diseño, de cada borrador, de cada discusión, de cada idea rechazada o aceptada, de cada ida y venida por las instalaciones, de cada consulta de un libro, un catálogo o una patente, llevados a cabo ante el más nimio problema. No contentos con eso, exigieron de sus sujetos de estudio reportes fenomenológicos de sus pensamientos, acciones y decisiones, para dejar constancia de qué parte de lo sucedido podía considerarse consciente y qué parte inconsciente. Este pormenorizado material se recopilaba, clasificaba y estudiaba detenidamente para hallar pautas generales de comportamiento, normas de actuación que estandarizar y diagramas de flujo que pudieran seguir los que volvieran a pasar por ese proceso. Con ellos se creaban “bibliotecas”, las cuales, por sucesivos grados de abstracción, se engarzaban en diagramas de flujo de nivel superior, de modo que, quien enfrentara algún desafío tecnológico no tendría más que seguir los alambicados diagramas de flujo correspondientes para llegar a algún procedimiento concreto utilizado con anterioridad en la resolución de problemas semejantes.

   Müller se dio cuenta muy pronto de que un diagrama de flujo general para la resolución de problemas, completado con diagramas de flujo para cada tarea específica, los cuales acababan desembocando en procedimientos concretos, constituía, al cabo, un algoritmo, gigantesco y monstruoso, pero algoritmo al fin y al cabo, exactamente lo que de partida había descartado. Para evitar semejante contradicción, las “bibliotecas” nunca acababan de explicitar cómo aplicar cada procedimiento, pero mostraban suficientes indicaciones como para que un operario, un ingeniero o un científico con experiencia, supiera el camino que había que tomar. Dicho de otro modo, Müller demuestra con hechos que la pretensión de Tschirnhaus y Wolff de crear un ars inveniendi partiendo de los datos ofrecidos por artesanos e ingenieros conducía, inevitablemente, a un callejón sin salida porque el ars inveniendi, por definición, pretendía que cualquiera, sin necesidad de conocimientos profundos ni prolongada experiencia, pudiera resolver cualquier problema. 

   Las propuestas de Müller y los suyos llamaron rápidamente la atención de unas autoridades de la DDR deseosas de competir con la “otra” Alemania y con sus jefes de Moscú. La “heurística sistemática” se enseñó en los centros de investigación técnica y las universidades de la DDR entre 1969 y 1972, cosechando numerosos éxitos. Sin embargo, en 1971, la URSS “sugirió” la conveniencia de que Walter Ulbricht dejara las riendas de la DDR “por razones de salud” a su otrora protegido Erich Honecker. Con él llegó el nuevo encargo de “unir economía y política social”. A resultas de este cambio de liderazgo, cayeron en desgracia todas las formas de “tecnología sin ideología”. La asepsia ideológica que había permitido el ascenso de la “heurística sistemática” se volvió en su contra y, a partir de 1972, dejó de enseñarse. A Müller se le permitió refugiarse en el Instituto Central de Tecnología de la Soldadura de Halle/Saale con un grupo de fieles con los que continuó trabajando sobre la informatización de su heurística, hasta que la caída del muro de Berlín convirtió su ostracismo en simple y llano olvido.

   Ahora que los alemanes parece que pueden volver a mirar su pasado sin furia, de vez en cuando, algún libro, algún artículo, algún blog, le dedica unas paginitas a Johannes Müller, por supuesto, sin entrar demasiado a fondo en sus propuestas porque el estilo de Müller ofrece enormes dificultades. En efecto, Müller no escribe como filósofo ni como ingeniero, sino como quisquilloso burócrata que eleva informes a un superior. Si las praderas europeas hubiesen tenido la aridez de los escritos de Müller, los bárbaros jamás hubiesen llegado a las puertas de Roma. Comparado con él, el Boletín Oficial del Estado parece una fiesta. Cada afirmación enjundiosa, cada información significativa, cada propuesta novedosa, se esconde bajo una montaña de datos, como temiendo que el escrito caiga en manos de un agente enemigo que pueda descifrar lo que en él había de interés para el socialismo prusiano. Incluso cuando llega la gozosa hora de rememorar colaboradores, influencias y antecedentes, se hace de un modo tan seco y despersonalizado que recuerda las listas de sospechosos elaboradas por la Stasi. Y, sin embargo, en estas infames páginas, se nos deja testimonio vivo de eso que la filosofía del siglo pasado supuso en todo momento imposible: un cierto ars inveniendi, una ciencia de la creatividad, un algoritmo de la invención, funcional y exitoso.