domingo, 28 de julio de 2019

Bosnia-Híbrida (2 de 2)

   El primer paso en cualquier guerra híbrida consiste en negar legitimidad al gobierno contra el que se lanza la campaña, exactamente lo que ha hecho Croacia al acusar en reiteradas ocasiones al gobierno Bosnio de convertir el país en un “paraíso para el terrorismo islámico”. En segundo lugar, resulta muy recomendable, en la línea de lo expuesto en la entrada anterior, acusar de eso mismo, quiero decir, de guerra híbrida al atacado, como ha hecho quien en su día ocupara el cargo de alcaldesa de Dubrovnik, Dubravka Šuica, ya como miembro del Partido Popular Europeo, en la Eurocámara en referencia a la población croata de Bosnia-Herzegovina y a los periodistas adscritos a dicha etnia. Por último, de momento, tenemos las revelaciones de medios independientes según las cuales, los servicios secretos croatas (SOA) habrían tratado de convencer a musulmanes bosnios que trabajaban en Croacia para introducir armas en mezquitas bosnias, al objeto de, posteriormente, “descubrirlas”. El testimonio de algunos de los musulmanes contactados por la prensa revela interrogatorios arbitrarios, coacciones y posteriores prohibiciones de entrar en territorio comunitario por constituir “una amenaza para la seguridad” a todos los que se negaron a colaborar en el montaje. Desde la dirección de la SOA, cuyo comportamiento ya había merecido las quejas del gobierno de otro país vecino, Eslovenia, presentaron una línea argumental bastante curiosa. Primero calificaron las acusaciones de “falsas y maliciosas” para, a continuación, reconocer que habían  contactado con las personas mencionadas, pero, de ninguna maneras para montar un complot. Por si la cosa no pareciera ya bastante retorcida, apareció la fiscalía bosnia anunciando la apertura de una investigación, pero no sobre las actividades de la SOA en su país, sino contra su Ministro de Seguridad, Dragen Mektic, quien confirmó las informaciones del portal independiente Zurnal, por “revelar públicamente secretos de Estado”. Hay que recordar a este respecto que Mektic había respaldado públicamente la preocupación de las autoridades europeas porque la fiscalía bosnia parece proclive a dejar impunes evidentes casos de criminalidad y corrupción.
   En cualquier caso, no se puede achacar a la justicia bosnia de inactividad contra el terrorismo. Hace apenas unos días, un tribunal condenó a dos sujetos por su planificar un atentado contra un cuartel de la policía. El caso resulta, desde luego, paradigmático. Uno de los acusados, de nombre Maksim Bozic, no forma parte ni de lo que queda de los yihadistas que acudieron a Bosnia durante el conflicto de los años 90, ni de los centenares de bosnios que han regresado tras su participación en las guerras de Oriente Medio y el Norte de África. Se trata de un ciudadano étnicamente adscrito a la población serbia, nacido en el seno de una comunidad cristiana ortodoxa y convertido al Islam, un prototipo, en definitiva, de esos neófitos, que afirman haber descubierto el Islam "tal y como es". Su compañero de condena, Edin Hastor, sí pertenecía a la comunidad musulmana, en concreto a ese famoso grupo que también afirma que "el Islam es el Islam. No puede ser liberal o conservador. Es único". Esta diatriba, como puede observarse, no acerca del Islam, sino acerca de su “ser”, forma parte de lo que se conoce como salafismo y parece que se ha asentado en toda una serie de pueblecillos en torno a Tuzla. Cuántos salafistas hay en Bosnia resulta difícil de decir, los medios croatas los cifran entre 5.000 y 10.000, pero, curiosamente, los medios serbios los rebajan a unos 3.000. De todas formas, constituyen una minoría en un país en el que la religión siempre se ha entendido de un modo abierto y tolerante y en el que el gobierno controla directamente el nombramiento de los imanes de todas las mezquitas. Pero en este paisaje, que, como digo, absorbió y diluyó sin muchos problemas la presencia de los muyahidines llegados durante la guerra, ha venido a implantarse recientemente el wahabismo saudí de la mano de sus cuantiosas inversiones en un sector inmobiliario en efervescencia. Y, para que no faltara nada, hay que mencionar la influencia del gobierno turco de Erdogan, un íntimo, según diversas fuentes, del presidente por la parte musulmana del país, Barik Izetbegovic. En Sarajevo, Erdogan llevó a cabo su multitudinario mitin para la diáspora de la campaña para las elecciones de junio de 2.018, que otros países europeos habían vetado. Durante ese viaje se firmó el acuerdo por el que Turquía se compromete a financiar los gastos de la autopista que unirá Sarajevo con... Belgrado. De este modo, los otrora sitiadores de la capital, que luchaban, según sus propias declaraciones, contra islamistas radicales y los restos del poder otomano, han tenido que leer cómo el portavoz de sus aliados rusos, Sputnik, le hacía la ola a la política “neootomana” de Erdogan (sic). No debe sorprendernos, pues, que las últimas elecciones en Serbia las ganaran los pro-europeos del SNS y que este país se halle más avanzado en sus negociaciones de adhesión a la Unión Europea que Bosnia.

domingo, 21 de julio de 2019

Bosnia-Híbrida (1 de 2)

   Recuerdo haber leído en una estación de tren de Berlín en el verano de 1.991 que si la guerra de Yugoslavia se extendía a Bosnia-Herzegovina, la riada de sangre inocente que ya inundaba los Balcanes se multiplicaría exponencialmente. Nadie más pareció preocuparse por la advertencia. Recuerdo que los intereses particulares de Alemania y Francia dejaron a Europa sin capacidad de respuesta. Recuerdo a los serbios, que decían luchar contra los fascistas ustashis, los islamistas radicales y los vestigios del imperio otomano en Europa, sitiando Sarajevo. Los recuerdo masacrando inocentes en Srebenica mientras las tropas holandesas bajo mandato de la ONU miraban para otro lado. Recuerdo los bombardeos de las colas de gente intentando comprar una hogaza de pan. Recuerdo a los francotiradores, los campos de concentración, la limpieza étnica, el hambre. Recuerdo la ofensiva final croata y cómo la prensa alemana se preguntaba, con cinismo mal disimulado, de dónde habían sacado las modernísimas armas de las que hacían gala. Recuerdo a los cientos de miles de inocentes que perdieron la vida y a los que tuvieron que abandonar sus casas entre 1.992 y 1.995 como si de marcas de mi piel se tratase porque nada pude hacer, sabiendo que iba a ocurrir. Los acuerdos de Dayton crearon un Estado ficticio, con una zona serbia, la República de Srpska y una croata-musulmana, en un precario equilibrio que ha pervivido hasta hoy. La paz ha resultado tan duradera, para sorpresa de todos, como aparente, para sorpresa de nadie. 
   En un informe publicado el jueves, Darko Brkan, presidente de la ONG Zasto ("Por qué no") identificaba 3.592 casos de desinformación aparecidos en 2.420 artículos publicados en 752 medios bosnios entre noviembre de 2.017 y noviembre de 2.018. Los 13 tipos de manipulación categorizados por el estudio podían dividirse en dos grandes bloques, los que seguían motivaciones de carácter financiero y los que buscaban crear la confusión en asuntos políticos. Los primeros se llevaban la palma en Internet, particularmente en dispersores de información anónimos, de poca tradición o dirigidos a audiencias limitadas. Los segundos predominaban, aunque no resultaban exclusivos de, los medios de comunicación de masas. De hecho, uno de los grandes diseminadores de noticias falsas de carácter anónimo se creó poco antes de las elecciones generales de octubre de 2.018. Por supuesto, entre los grandes creadores y difusores de noticias falsas figura la televisión pública de la República de Srpska, RTRS, la agencia de noticias de la misma entidad, la SRNA y la cadena de televisión privada, dirigida al público serbobosnio, Alternativna Televizija. No obstante, un lugar destacado lo ocupa también la franquicia local del grupo de comunicación ruso Sputnik (Sputnik Serbia). Mejor todavía, el estudio muestra que EEUU, Reino Unido e Israel figuraban entre los países más perjudicados por el tipo de noticias diseminados en la región, mientras que a Rusia, Alemania, China y Turquía, se los trataba con singular benevolencia. Si hay que hablar de líderes políticos, Barack Obama y Hillary Clinton aparecían poco menos que como demonios. Por contra abundaban las loas a Donald Trump y Vladimir Putin.
   Sacar consecuencias de este informe resulta fácil y hay un núcleo de académicos en Varsovia que viene advirtiendo desde hace tiempo del desarrollo de una guerra híbrida en los Balcanes por parte de Rusia, con menos atención que, por ejemplo, el caso de Ucrania o de las repúblicas bálticas, pero que, a sus ojos resulta igualmente alarmante. (véase, por ejemplo, "The Hibryd War in the Balkans"). Éste, precisamente, constituye uno de los motivos por los cuales me siento cada vez más incómodo con el término “guerra híbrida”, porque, como ya he señalado en alguna ocasión, lejos de constituir una categoría de análisis teórico, se ha convertido él mismo en un instrumento de la guerra híbrida. En efecto, si volvemos al informe de Zasto, podremos observar la curiosa presencia entre los países mejor tratados por la desinformación de los medios balcánicos de Alemania. Este hecho deja de resultar sorprendente si contamos entre los medios creadores y difusores de noticias falsas a los medios croatas. 
   Croacia según las malas lenguas, se fijó como objetivo hace unos años, anexionarse la parte de mayoría croata de Bosnia o, al menos, convertirla en una república cuasi independiente como la que poseen los serbios. Para ello, Croacia, miembro de pleno derecho de la Unión Europea, viene desarrollando en Bosnia un caso palmario de guerra híbrida sin que nadie utilice semejante término por el simple hecho de que forma parte de “los nuestros”. 

domingo, 14 de julio de 2019

Terrorismo halal.

   Asistí la semana pasada a la 14ª edición del curso de verano de la Universidad Pablo de Olavide sobre “Terrorismo yihadista: potenciadores e inhibidores de la amenaza”. No voy a desglosar los siete folios de apuntes que me traje sino que, más bien, les voy a recomendar que reserven un hueco en su agenda para el mes de julio del año que viene. Matricúlense en el curso, acudan a él, paseen por las calles de Carmona, oigan el retumbar de sus pisadas en ellas y no se pierdan la intervención del Prof. Manuel R. Torres, que lo organiza. Tendrán algo que contar, entre otras cosas porque no se imaginan lo lejos que va a llegar este joven en cuanto se lo proponga. Pero, si saben hacerlo, no aprenderán sólo de él.
   De todos modos, hay un par de cosas que no puedo dejar de comentar. La primera, como resulta obvio, la generalizada estrategia de la segmentación: no hubo discurso que no partiera de la división entre “nosotros” y “ellos”. “Nosotros”, los aquí reunidos, los que usamos legítimamente la violencia, los amparados por la ley; “ellos”, los mencionados en nuestros discursos, los que usan ilegítimamente la violencia, los que deben someterse a la ley. Si aquí terminase la historia no me molestaría en mencionarla y, de hecho, consideraría mi participación en este curso un fiasco. En verdad, muchos de los ponentes dejaron claro que igual “nuestro” uso de la violencia no siempre puede calificarse de legítimo y que quienes la usan de modo ilegítimo bien pudieran tener argumentos no futiles para hacerlo. Igual la ley que debe someterlos a “ellos” y ampararnos a “nosotros”, no sólo sirve para someterlos y ampararnos. Igual, para vencer al terrorismo hay que plantearse algo más que dominios estratégicos y tácticos sobre el terreno. Pero a estas afirmaciones las acompañaron de inmediato proclamas a favor del marco jurídico establecido, algo muy conveniente dado que buena parte del público lo componían miembros de las fuerzas del orden. Parece, pues, que la majadería vigesimica del “choque de civilizaciones” ha quedado definitivamente fuera del discurso académico acerca del terrorismo, en el que jamás debió entrar, si bien aún no se ha alcanzado la fase en la que el terrorismo se estudie del mismo modo que la caída de una piedra y no como la piedra lanzada por “ellos” contra “nosotros”. El día en que se consiga alcanzar esta perspectiva se podrán observar jugosos matices como los que afloraron en las diversas ponencias. Por ejemplo, en varias ocasiones el modus operandi de los yihadistas se ejemplificó con vídeos elaborados por ellos mismos. Así que “nosotros” utilizamos “sus” vídeos para entender cómo operan y “ellos” utilizan “nuestros” repositorios de “sus” vídeos para adoctrinarse. Este galimatías, ininteligible si seguimos hablando de “nosotros” y “ellos”, deviene una simpleza si, como digo, adoptamos el punto de vista de los hechos y no de las personas, quiero decir, si entendemos que “ellos” y “nosotros”, en realidad, no nos hallamos separados por la ley sino unidos por la imagen. Todos nosotros pertenecemos a una época en que la imagen configura la realidad y en ella, en la imagen, nos reconocemos, nos identificamos y, lo que resulta aún más importante para el caso que nos atañe, nos enfrentamos y tratamos de aniquilarnos. Y la demostración suprema de esto radica en que hablamos de terrorismo yihadista.
   Como resulta de dominio público, los Hadiths sentenciaron  el carácter iconoclasta del Corán, ya presente en el Antiguo Testamento. En este sentido, se refieren numerosos hechos y dichos de Mahoma que muestran su oposición a cualquier tipo de representación de seres animados en esculturas, tapices y cortinas, aunque no en alfombras. Obviamente en su época no existía la fotografía, así que su aparición originó un debate dentro del Islam aún no zanjado. Por una parte se encuentran quienes consideran extensible a ella la prohibición y por otra quienes afirman que las imágenes constituyen un mero reflejo, como el que se produce en el agua y que, por tanto, no pueden prohibirse. De modo generalizado se impuso esta segunda postura y existe una especie de consenso que aprueba el uso de imágenes, siempre que no se utilice para la glorificación de los individuos. De modo semejante se permiten las ilustraciones en los libros si van dirigidas a la enseñanza, por ejemplo, de los niños. No obstante, con bastante frecuencia, aparece algún notable, particularmente en el campo de los más radicales, hablando de la fotografía como algo haram (“prohibido”). El cine, el vídeo, sin embargo, apenas si han despertado polémicas y hasta los más viejos e iracundos iconoclastas han postrado sus rodillas ante los nuevos ídolos en movimiento, con la excepción, apenas, de los talibanes, que quemaron cada centímetro de celuloide que encontraron a su entrada en Kabul, y la habitual polémica en torno a quienes se atreven a rodar películas sobre Mahoma. Y así han hecho su aparición, por ejemplo, la productora audiovisual del Estado Islámico, una de las mayores del mundo árabe, que ha dado a luz vídeos tan llamativos como el que amenazaba la Semana Santa sevillana y que por su montaje, rápido, agresivo, de impecable calidad técnica, recuerda enormemente las campañas de la Dirección General de Tráfico para reducir los accidentes automovilísticos. De modo que, quizás, no se nos pueda llamar a “ellos” y a “nosotros”, hijos de un mismo Dios, pero sí hijos de los mismos estándares de producción y retransmisión de imágenes, hermanos, al cabo, en el mismo culto iconolátrico.

domingo, 7 de julio de 2019

Turbantología (2 de 2)

   Suponer que se ha abierto una grieta entre el líder supremo y sus, teóricamente, subordinados, los Guardianes de la Revolución, algo que cambiaría los cimientos mismos del régimen iraní, implica suponer que los ataques del Estrecho de Ormuz lo han llevado a cabo éstos últimos. Las “pruebas” a este respecto presentadas por EEUU parecen sacadas de ese chiste de "¿cuántos iraníes hacen falta para poner una bomba?" Los vídeos muestran, en efecto, una especie de obra española, con tres trabajando y ocho mirando lo que hacen y dando consejos. Todo eso para, supuestamente, retirar unos explosivos que parecen colocados como tres metros por encima de los boquetes que nos han mostrado las fotografías. Ciertamente, los halcones del régimen sacan notables beneficios de los vientos de guerra que soplan, pero no son los únicos. En EEUU, israelíes y saudíes han formado una pinza perfecta repitiendo el mismo mantra: “es mejor una guerra contra Irán que seguir soportando la situación actual”. Desde luego para ellos lo es. Hay que recordar que al caso Khashoggi, a las acusaciones de Jeff Bezos de haber sido víctima del servicio secreto saudí, en el haber de Mohamed bin Salmán figura también la desastrosa intervención en Yemen que, además de causar una abultada ristra de víctimas civiles, ha dejado el propio suelo saudí sometido al fuego de los rebeldes hutíes, que han atacado instalaciones petrolíferas y areopuertos. En cuanto a Bibi Netanyahu y sus tradicionales problemas con la judicatura se le ha venido a añadir su incapacidad para formar gobierno con sus socios tradicionales, los ultras de la nación o del judaísmo. Para ambos, una guerra con Irán constituiría una bendición a la que no importa qué se deba sacrificar pues haría olvidar rápidamente estos “pecadillos”. Que Israel tiene material iraní para utilizar cuando le convenga nadie lo duda y que los saudíes le brindarían todo el apoyo logístico que necesitasen para poner en aprietos a sus peores enemigos también constituye un secreto a voces. A partir de ahí, todo iría de suyo, un dron norteamericano derribado, la represalia de los EEUU y... Pero aquí interviene un nuevo elemento inesperado que, como digo, muestra que apenas si tenemos datos para entender realmente de qué va todo esto.
   En los mentideros de Washington se insiste en que, cada vez que el presidente ha presenciado una “acción ejecutiva” en alguna parte del mundo, ha asediado a los mandos militares preguntándoles “¿por qué no atacan ya?” pese a la abundante presencia de civiles en el escenario. Reportan quienes han vivido este tipo de situaciones que el presidente pone sus mejores caras de aburrimiento cuando le explican que conviene limitar el número de mujeres y niños muertos por las ultratecnológicas bombas norteamericanas. Sin embargo, el pasado 21 de junio, afirmó haber detenido en el último minuto un ataque contra objetivos de los Guardianes de la Revolución porque “hubiesen causado 150 muertos”, milicianos en su mayoría. “Era desproporcionado por un dron destruido”. No suena muy creíble. Por contra, si alguien le hubiese advertido de que todo podría ser un montaje contra Irán o que existen grietas en el régimen iraní que un ataque haría desaparecer, sí que podría entenderse su gesto. De hecho, ambas posibilidades, conducirían a una propuesta de diálogo, como efectivamente tuvo lugar. No hay que olvidar que EEUU e Irán llevan décadas colaborando en Irak y que Trump ha empleado reiteradamente una diplomacia de fanfarrón de escuela: amenazar para poner al otro a la defensiva y, después, lograr “el mejor acuerdo de la historia”, quiero decir, una fotografía con el dirigente en cuestión. Igual nadie le ha explicado que el tipo con turbante que se haga la foto con él tendrá las horas contadas, pero, en cualquier caso, aquí aparece, de nuevo, algo difícil de entender. Como canal de contacto para enviar el mensaje al gobierno iraní se eligió la diplomacia de Omán y no los medios iraquíes, que sí se emplearon para el intercambio de mensajes con Mike Pompeo. A partir de ese momento todo se vuelve más confuso si cabe. Las autoridades iraníes admitieron haber recibido una propuesta de diálogo en primera instancia, para, después, asegurar que no habían recibido ninguna “carta”. En cualquier caso, continuaba el desmentido, los mensajes debían enviarse al líder supremo y no a... ¿A quién se le envió el mensaje? ¿A Hossein Salami, comandante en jefe de los pasdarán? ¿por qué a él? ¿porque se supuso que ejerce el poder real? ¿por eso se eligió a Omán como intermediario? y esa respuesta que sugería que Trump debía mantener contacto directo con Jamenei, ¿llevaba veneno, intentando implicar al líder supremo en tratos con “satán”?

domingo, 30 de junio de 2019

Turbantología (1 de 2).

   La guerra fría parió una disciplina llamada “kremlinología”, que trataba de averiguar qué ocurría tras los muros del Kremlin rebuscando en discursos, gestos y posiciones que ocupaban en la balconada durante los desfiles los dirigentes de la URSS. Dos licenciados ilustres en kremlinología lo fueron Condoleezza Rice, Secretaria de Estado con George W. Bush y Gregg Popovich, que no destacó en eso sino como longevo entrenador de los San Antonio Spurs de la NBA. Hoy la kremlinología ya no está en uso, pero bien que podría crearse una licenciatura en turbantología, que nos desvelase lo que ocurre en los habitualmente sigilosos pasillos del poder en Teherán. Pocos se han acercado hasta allí y quienes lo han hecho, como los servicios secretos israelíes, no suelen compartir la información sin aliñarla con sus propios intereses. Se rumorea que poblaron esos pasillos una generación de hombres de negocios al amparo del acuerdo para no proseguir el programa nuclear y que llegaron a hacer casi invisibles a quienes solían ocuparlos, los Guardianes de la Revolución, los pasdarán, milicia ejecutora de los designios del líder supremo. Insisten esos rumores en que la ruptura unilateral del acuerdo por parte del inefable Donald Trump, ha devuelto las cosas a sus cauces tradicionales y que los pasdarán han regresado dando codazos y con ánimos de revancha. El primero en sufrirlo en sus carnes ha sido Mohammad Javad Zarif, Ministro de Asuntos Exteriores, a quien ni siquiera invitaron a la primera visita de Bachar el Asad a Irán desde que comenzó la guerra. Hay que entender que el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores en Irán tiene un papel meramente protocolario, pues quienes de verdad llevan la política exterior son el líder supremo, Alí Jamenei y los Guardianes de la Revolución. Se nombra para el cargo, a alguien que muestre una cara amable ante occidente, preferentemente educado en los EEUU o Gran Bretaña y sin demasiado peso específico en el régimen por si hay que depurarlo en algún momento. Pese a ello, no invitar a Zarif siquiera a un acto tan significativo pretendía ser una auténtica humillación hacia el hombre que firmó los acuerdos ahora rotos. Así lo entendió él también y no dudó en presentar su dimisión al presidente del gobierno y, teóricamente moderado, Hasán Rohaní. Rohaní no la aceptó, pues sabe que Zarif sólo constituye el primer peldaño para conseguir su propia cabeza, que es lo que realmente quieren los pasdarán. Si no lo han conseguido hasta ahora se debe, entre otras cosas, a que se supone que Rohaní fue elegido en unas elecciones “libres” (algo de importancia secundaria) y a que parece mantener buenas relaciones con Ali al Sistaní, la mayor autoridad religiosa chií de Irak, quien se tomó la molestia de recibirlo personalmente cuando visitó Najaf, pese a que no suele departir con políticos.
   En este complejo contexto se han producido los ataques del Estrecho de Ormuz que han disparado el precio del petróleo y puesto al mundo al borde de una guerra. El extraño modo en que se han sucedido los acontecimientos muestra que hay detalles trascendentales que no se nos están contando, con lo que apenas si podemos atisbar la naturaleza de la partida que se juega. Para empezar, uno de los últimos ha tenido como objetivo un barco japonés, justamente cuando el Primer Ministro de dicho país, Shinzo Abe, se hallaba conferenciando con el líder supremo Alí Jamenei a la búsqueda de una salida para la crisis que ha provocado la decisión de Trump. La idea de que haya procedido de la Guardia Revolucionaria casa muy mal con el hecho de que ésta siga estrictamente los dictados de Jamenei. Si Jamenei quería abofetear al gobierno nipón no tenía más que negarse a recibirlo y si lo recibió, atacar un barco con su bandera sólo cabe entenderlo como un insulto. A ello hay que añadir dos detalles enormemente reveladores. El primero en establecer una relación entre la entrevista y el ataque fue, precisamente, la cuenta en Twitter del humillado Ministro de Asuntos Exteriores, Zarif. Por otra parte, la página web del líder supremo también se mostró muy activa y, con una celeridad poco habitual, se apresuró a publicar su negativa a aceptar las propuestas de Abe. Ambos hechos apuntan en una dirección insólita, a saber, que los pasdarán estarían actuando al margen de las instrucciones de Jamenei. De hecho, sus prisas por cerrar la puerta a cualquier negociación habría que entenderla en el sentido de que se sabe en su punto de mira y eso explicaría también la supervivencia de Rohaní, a quien, hasta ahora, se limitaba a tolerar y que se habría convertido en su muro de salvaguarda. Cobra con ello un significado nuevo el nombramiento en marzo de Ebrahim Raisí como jefe del aparato judicial iraní después de que se hiciera cargo de la fundación más grande del mundo islámico, la Astan Quds Razavi y de la mezquita más grande de Irán, situada en Mashad, todo lo cual lo convierte en sucesor in pectore de Jamenei, de 80 años y operado recientemente de próstata. Raisí, a quien se considera un ultra, que tiene en su curriculum la ejecución sumaria de izquierdistas de 1988, despacha ahora regularmente con altos cargos de los Guardianes de la Revolución "para ser informado de la situación en el exterior". Aunque tales reuniones con la jerarquía eclesiástica forman parte de las rutinas del país, adquieren un aspecto particular a la luz de las posibles disensiones de los pasdarán con el líder supremo. El propio nombramiento de Raisí, que había perdido las elecciones contra el sector moderado encabezado por Rohaní, podría entenderse más como una cesión en medio de una pugna que como un auténtico deseo de Jamenei, por más que Raisí fuese un día su alumno.

domingo, 23 de junio de 2019

Los nombres de Europa (2 de 2)

   Cuando llegó a la desembocadura del Nilo, Alejandro Magno encontró un lugar ideal para fundar una ciudad, a la cual no dudó en darle su nombre. Así nació Alejandría. Pero Alejandro Magno siguió conquistando y llegó hasta el norte del territorio de los partos, lugar ideal para fundar una ciudad. Quedaba la cuestión de su nombre. Le dio muchas vueltas y al final se decidió por Alejandrópolis. Debió parecerle muy largo porque a la siguiente ciudad que fundó la llamó, simplemente, Alejandría. Unos centenares de kilómetros más al sur fundó otra ciudad. Consultó con sus generales y con las tribus locales y se le ocurrió un buen nombre para ella, Alejandría. En el actual Afganistán fundó todavía otra ciudad, a la cual ¿por qué no llamar Alejandría? Más al norte, a lo que hoy conocemos como Kabul, le dio un nombre extremadamente original, ¿lo adivinan? En efecto, Alejandría. Acabó habiendo 50 ciudades llamadas “Alejandría”. ¿Debemos considerar a Alejandro Magno el primero en proceder de esta manera o, miles de años antes, ya hubo seres humanos que nombraron media Europa de un modo análogo? 
   En Los nombres de Europa, Porlan muestra que los nombres de ciudades, pueblos, ríos, montañas, ruinas y divinidades no pretendieron designar nada. Pensar que Perales se llama así porque un día hubo allí un peral resulta lo mismo que pensar que Guijo (en la provincia de Córdoba) se llama así porque hay guijarros en los alrededores o que Siles debe su nombre a que el verbo latino "sileo" significa callar y el pueblo siempre se encuentra callado. La única manera de entender su naturaleza consiste en liberarlos de su relación semántica de entrada y verlos como elementos de una estructura lingüística que, por sucesivas derivaciones, dieron lugar a unas formas posteriormente semantizadas. A Europa toda se la nombró en tiempos anteriores a la historia mediante un sistema único de designación no semántica y los sucesivos pueblos que vinieron después no hicieron sino adaptar esos nombres a sus propias estructuras lingüísticas sin cambiar las relaciones territoriales. Lo que da significado al nombre no consiste, pues, en el supuesto lugar que designa ni el uso que se hace de él, sino en la posición que ocupa en una estructura a la vez lingüística y territorial, en una especie de rejilla que se aplica al territorio para ordenarlo. Esto ha ocurrido de un modo complejo pues cada nueva posición exige una reordenación de todo el espacio posicional, creando conflictos en sus inmediaciones. De aquí que la superficie de Europa parezca conformada por una sucesión de estructuras celulares. De este modo, y no por casualidad, en la toponimia, vemos confluir el marketing de posicionamiento de Ries y Trout, el naming y la vieja analogía del lenguaje y el ajedrez. Todos ellos indican en la misma dirección, a saber, que para entender el significado de las palabras hay que atender a su posición en el tejido lingüístico y no a su uso, mero derivado de aquélla. Esa posición hace que se registre “Levitra” como el nombre para una píldora contra la disfunción sexual masculina, que las rosas huelan bien y que los refrescos causen adicción. Aún más, esa posición hace que algunas personas acaben en la marginación y otras alcancen el éxito como lo demuestra un experimento del MIT. Marianne Bertrand y Sendhil Mullainathan respondieron a 1.000 anuncios de trabajo con 5.000 currícula inventados. Para ello eligieron nombres reales de los registros de Boston y Chicago entre 1974 y 1979 y diferentes perfiles socioeconómicos. Los Emily, Allison, Brad y Matthew, “que sonaban a blanco”, recibieron hasta un 50% más de llamadas que los Latoya, Ebony, Jamal y Leroy.
   Claro que, si hubiese una ley empírica susceptible de tratamiento matemático que apoyase los descubrimientos de Porlan, hablaríamos de otra cosa. Tal ley existe, nos referimos a la ley de Zipf de la frecuencia de las palabras, publicada por G. K. Zipf en 1949. Tomemos una muestra de habla de una persona, ordenemos las palabras empleadas de mayor a menor frecuencia. Cabría esperar que esta tabla variase mucho, dependiendo de las personas y de los idiomas. Sin embargo, Zipf estableció que existe una relación inversamente proporcional entre la probabilidad de que aparezca una palabra en una frase cualquiera de una persona cualquiera en un idioma cualquiera y la posición que esa palabra ocupa en la tabla anteriormente establecida. De hecho, la diferencia de aparición de palabras en los textos de un buen escritor y en los de alguien con un pobre vocabulario no suele sobrepasar el 6%. Todavía mejor, cuanto más largo resulte el texto, menor resultará dicha cifra. Y si alguien piensa que la ley de Zipf no aporta gran cosa, habrá que aclarar que sirve para determinar la etapa de desarrollo de la enfermedad de Alzheimer y, todavía mejor, para distinguir los lenguajes reales de los ficticios. Maitre amplió esta ley en 1964 a los nombres de santos utilizados como nombres propios y Tesnières en 1975 a los apellidos. Hacer lo propio con los topónimos, a la luz de los datos aportados por Porlan, resulta elemental. Por cierto, conocemos a Zipf, a Maitre, a Tesnières, gracias a un tal Benoist Mandelbrot quien los cita reiteradamente en La geometría fractal de la naturaleza. Resulta una trivialidad señalar a estas alturas que las posiciones, las rejillas, los territorios a los que nos hemos referido y sobre los que nadie puede poner su pie, los nombres de Europa todos, dan lugar a fractales, algo inexplicable si partimos de los usos aleatorios surgidos por generación espontánea. De hecho, no hemos descubierto nada nuevo, más bien hemos vuelto a nuestro punto de partida, ése que, desgraciadamente, abandonamos en algún momento del siglo XX, quiero decir, nos hemos limitado a generalizar la afirmación de Nietzsche, después corroborada por Feuerbach, de que hay palabras que designan posiciones, como la palabra “Dios”.

domingo, 16 de junio de 2019

Los nombres de Europa (1 de 2).

   Me he cansado de esperar. Llevo veinte años esperando que algún filósofo, que alguno de los que se halla convencido de haber ganado algo con el giro lingüístico, que algún hermeneuta, que alguno de esos que cree que Wittgenstein escribió recetarios de cocina y no textos para pensar, citen un libro, un libro trascendental y que debió haber transformado el panorama de la filosofía antes de que cambiase el siglo. Pero el libro no lo escribió ningún catedrático, ni ningún premio de nada, ni siquiera un presentador de televisión, sino un nómada del pensamiento, así que pocos lo leyeron, nadie lo citó y todos siguieron dando vueltas en la noria de lo mismo. El libro se llamaba Los nombres de Europa, lo publicó Alberto Porlan en 1998 y la academia lo recibió, por boca de cierto eximio familiar de Menéndez Pidal, como “carente de rigor”, poco "científico" (sic) y centrado “en las hojas del rábano”. Eso sí, rechinando los dientes, el autor de la reseña, aceptaba que en él se hallaba la mejor fundamentación de "su" idea de que existe un sistema estable de designación en lenguas de procedencia aparentemente diversa. Todo lo demás quedaba reducido a casualidad, a 687 páginas de “casualidades”. ¿Casualidades, acaso, como la que hace coincidir la masa gravitatoria con la masa inercial? La academia ya podía obviar el desafío que Porlan nos había arrojado a todos a la cara, condenarlo a los márgenes del saber y premiar al reseñador por “sus aportaciones renovadoras”, naturalmente sin apartarse ni un ápice, como había hecho Porlan, de "la mejor tradición de la Filología Hispánica”.
   Partamos de la verdad absoluta, quiero decir, partamos de la milonga de que “el significado es el uso”. En el juego del lenguaje de las bebidas espumosas, Champagne designa cierto mejunje dorado que achispa a las damiselas bien educadas. En el juego del lenguaje de los toponímicos Champagne designa cierta región francesa. Entre ambas hay, según los wittgenstenianos, simple “parecido de familia”, una coincidencia “casual” que, curiosamente, ahora no sirve para desdeñar a quien intenta introducir nuevas perspectivas en las cuestiones ya siempre sabidas, sino que, bien al contario, se convierte en palabra de Dios. Que alguien pretendiera establecer un vínculo entre ambos juegos del lenguaje, una sólida cadena que atase el topónimo a la bebida, de modo que sólo podría hablarse de Champagne cuando se tratase de botellas salidas de la región del mismo nombre, como resulta obvio, no se lo planteó Wittgenstein y sus acólitos llevan cuarenta años intentando ignorar la realidad de las “designaciones de origen”. Mucho menos trataron de pensar la cuestión de qué hace a Champagne el nombre de una bebida y de una región, pues los usos, como los gusanitos para Aristóteles, surgen por generación espontánea. Sus mentes funcionan como la de los autóctonos de cierto pueblo de la provincia de Sevilla llamado El Pedroso, que atribuyen el nombre de su localidad a unos objetos de características singulares no presentes en ningún otro pueblo del mundo: las piedras. 
   Seamos justos, el problema no se circunscribe a la Sierra Norte de Sevilla ni a los filósofos del lenguaje vigesimicos. Cuenta Alberto Porlan que cuando Felipe II ordenó realizar una encuesta en la que se incluía aclarar a qué se debía el nombre de cada pueblo, las dos terceras partes de habitantes de la península ignoraba completamente la razón de los nombres que habitualmente utilizaba. Sólo una cifra inferior al cinco por ciento del total de respuestas pueden considerarse respuestas con ciertos visos de verosimilitud. En cuanto al resto, hacían alusión a algún género de deixis, empleada en el pasado, particularmente de vegetales: "estas zarzas", "estos perales", "esta alameda". Explicaciones que llevarían a que la mitad de los pueblos de España se llamasen "Alameda" o "Peral".
   Pues bien, digamos que "Lorenzo" puede significar una cosa u otra, dependiendo del juego del lenguaje en el que nos encontremos, pero ¿por qué la utilización de San Lorenzo como topónimo va acompañada en un entorno de seis kilómetros por un topónimo Valvanera? Eso ocurre en La Rioja, en Salamanca, en Girona y, con ciertas variantes, en Orense y Lleida. Claro que también ocurre con St. Lawrence y Welwyn en Inglaterra, con St. Laurentius y Werfenau en Alemania, con S. Lorenzo y Valfenera en Italia, con Saint Laurent sur Sèvre y la Barbiniere, St. Laurent-en-Beaumont y Valbonais y St.-Laurent du Ver y Valbone, todas ellas en Francia. Cierto, en Francia hay muchos topónimos "Saint Laurent", pero ¿cuántas "Cádiz" hay en Europa? También muchas. Tenemos la Cádiz situada frente a Rota, la Kadijk holandesa situada frente a Rotterdam, la Gaditz alemana muy cerca de Rotta, la también alemana Kaditzsch, algo más alejada de Rötha, el villorrio británico de Catcliffe cercano a Rotherham... 
   Hay quienes sostienen que el nombre de los pueblos de Europa proviene de sus respectivas lenguas. Según esta hermosa teoría Valencia constituiría el nombre del territorio de quienes hablaban valenciano, quiero decir, el valenciano se hablaba antes de la llegada de los romanos y no sólo en la rivera del Mediterráneo, también en Francia (Valence d'Albigeois) y en Badajoz (Valencia del Ventoso). No todas las lenguas de la península tienen la misma antigüedad. Pocas hay como el vasco, esa lengua cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, esa lengua, cuna de la cultura vasca. ¿Desde cuando los montes y montañas vascos se hallan adornadas por sus hermosos nombres? Desde que existe el vasco, sin duda. Por ejemplo, Serantes, en la provincia de Vizcaya, elevación que tiene casi enfrente, al otro lado de la ría a Berango. Claro, que también debió haber vascos en Galicia pues el pueblo de Serantes se halla al Norte de una ría dominada por Betanzos. Por supuesto se trata de una casualidad, como que el monte Zabalaitz tenga por el Sur a Salvatierra y las ruinas de Sebelaci tengan al Norte la ermita de El Salvador, o que Lorka se halle en las proximidades de Bidaurreta y la Lorca murciana tenga en sus cercanías a Berrueces. De hecho, como decimos, los centenares de topónimos, vascos o no, que menciona Porlan resultan todos frutos de la casualidad...