domingo, 22 de enero de 2017

Un siglo desafortunado (y 3)

   Pensamos, con frecuencia, que la historia de la verdad no puede consistir más que en un desarrollo lineal, que la ciencia progresa unidireccionalmente y que la filosofía evoluciona con ella hacia formas más acertadas de plantear los problemas. No hay puntos de retorno, no hay vueltas atrás, no hay nada en ese camino que pueda asimilarse a un círculo o a un laberinto. Pero la verdad, como los árboles, nace con tronco endeble, y hay que apuntalarla hasta que eche sólidas raíces.
   El modo que tenemos los seres humanos de entendernos, la concepción que podemos alcanzar a formarnos de nosotros mismos, parecía seguir una línea muy clara desde 1857 hasta principios del siglo XX. Se sabía que las neuronas no constituyen el único tipo de células encargadas de procesar información, de reconocer estímulos externos ni de formar nuestra identidad. Se sabía, igualmente, que las neuronas no constituyen redes sólo en nuestro cerebro. Se sabía, por tanto, que atribuir a lo encerrado en nuestro cráneo la producción de todos los fenómenos considerados “mentales”, constituía un juicio arriesgado. Una concepción del ser humano rica, holística y basada en hechos, parecía hallarse al alcance de la mano. 
   Todo se torció con el cambio de siglo. Se impuso una visión del ser humano mutilada, simplista, basada en metáforas y ficciones. Se ignoraron los hallazgos de Metal’nikov porque no cuadraban con semejante imagen. A Langley no se lo podía ignorar, de modo que se optó por citarlo sin leerlo, pues de lo contrario se habría hallado en sus libros cosas que no podían existir. Las complejidades de la biología, sus abstrusos azares, ese maldito saber que nos obliga a entendernos como animales simbióticos, se dejó de lado. Si los escolásticos en sus oscuros tiempos buscaron en el mundo pistas para entender la mente de Dios, el siglo XX optó por escudriñar cuidadosamente un producto del cerebro, una máquina, para entender nuestra mente: el ordenador. Se obtenía, así, una guía mucho más simple, mecánica y determinista, mucho más conveniente pues, aunque sólo aportara extravíos y confusión. Ahora podía robársele el cuerpo al cerebro, aislar la conciencia de la realidad, arrojarnos a un mundo que forzosamente habría de caracterizarse como hostil. Esa caricatura, ese amago de hombre, constituyó el eje de las reflexiones del siglo XX. A todos les vino bien. Los científicos obtuvieron fácilmente dinero para sus investigaciones a cambio de algo que el siglo XX comenzó a apreciar más que el oro: imágenes. La industria halló argumentos sobrados para medicar cada aspecto de nuestra vida, incluyendo los males a los que en otra época se calificó de “espirituales”. La población, en general, fue adoctrinada en la idea de que, por mucho que se resistieran, en el fondo, ni sus destinos, ni sus vidas y ni siquiera sus pensamientos, se hallaban bajo su control. 
   ¿Y los filósofos? Los filósofos, se convirtieron en febriles lectores de novelas (cuando no en productores de las mismas), en obsesos consumidores de filmografías (cuando no en productores de las mismas), en roedores de contenidos televisivos (cuando no en contertulios de los mismos). En definitiva, los filósofos dejaron de hablar de la realidad para hablar acerca de la ficción, algo, sin duda, mucho más conveniente y mucho mejor visto por la sociedad. Embaucados por el mundo de la ficción, apenas si dudaron a la hora de subirse a un carro plagado de ellas. 
   Resulta difícil no ver en todo esto meros epifenómenos de un giro mucho más amplio, cuyo estudio habrán de afrontar generaciones futuras pues muchos de los que formamos las que actualmente viven apenas si hemos sido capaces de percibirlo. 
   Desde los años 70 del siglo XX, el esfuerzo por no ver los hechos comenzó a resultar insoportable. Se replicaron los experimentos de Metal’nikov, se recuperó el texto de Langley, gente como Michael D. Gershon, Michal Schwartz, Jonathan Kipnis, Fred Gage, se empeñaron en trabajar lejos de la corriente principal de su disciplina, recuperando, en algunos casos, un saber que nunca debió perderse. Poco a poco, lo que fueron encontrando resultó demasiado llamativo como para no verlo. Hoy día la neuroinmunología, la neurogastroenterología, la neurocardiología, van desplazando los límites del conocimiento hacia horizontes insospechados y todo el mundo espera de ellas enormes aportaciones. Falta mucho aún para que sus hallazgos pasen a formar parte del acervo popular. Mientras tanto queda la cuestión de cuándo se enterarán los filósofos de lo que viene pasando.

domingo, 15 de enero de 2017

Un siglo desafortunado (2)

   En 1974 llegan al mercado los primeros modelos de tomógrafos. Estos aparatos permitían la formación de imágenes a partir de la radiación de protones de algunas sustancias y, por tanto, el estudio de diferentes procesos en organismos vivos. Muy pronto fueron utilizados para obtener imágenes de cerebros durante la realización de tareas. Se inicia, pues, la identificación de las áreas celebrales encargadas de desempeñar diferentes cometidos.
   En 1977, H. Besedovsky y su equipo mostraron que el sistema nervioso podía responder a señales emitidas por el sistema inmunitario. La razón la encontraron Williams y Felten con sus respectivos equipos en 1981 y 1987: existen fibras nerviosas localizadas directamente en los órganos linfoides (timo, bazo, ganglios, etc.) Particular afinidad parecían tener por las células T y los macrófagos, algo un poco extraño porque las células que tienen receptores para los neurotransmisores en su membrana (entre otros, serotonina, acetilcolina, endorfinas, etc.) son los linfocitos B. Tradicionalmente se suelen definir las citoquinas como moléculas encargadas de transmitir señales entre las células del sistema inmunitario, pero, en realidad, diferentes células del cerebro presentan receptores para las citoquinas, particularmente en el hipocampo. Igualmente el cerebro posee la capacidad de fabricar citoquinas y, en reciprocidad, también el sistema inmunitario puede fabricar neurotransmisores. A estos datos hace falta añadirles dos matices. Primero que el 95% de la serotonina de nuestro organismo la genera el intestino. No se trata de un caso único cuando hablamos de neurotransmisores. Segundo que las relaciones entre sistema nervioso y sistema inmunitario se habrían visto claras mucho antes de haber prestado atención al sistema nervioso entérico pues el intestino constituye el órgano en torno al cual se mueve la mayor parte de las células implicadas en la reacción inmune.
   El mismo año en que Besedovsky muestra la indudable interacción entre sistema nervioso e inmunitario, I. Tiscornia publica “The Neural Control of Exocrine and Endocrine Pancreas”, artículo en el que pone de manifiesto que las secreciones pancreáticas se hallan bajo el control del sistema nervioso entérico.  
   En 1981, el filósofo Hilary Putnam publica “Brains in a vat”, en el que presenta la imagen un cerebro metido en una cubeta al que un científico loco mantiene con vida, presentándole estímulos que le llevan a recrear una realidad exactamente como la nuestra. A partir de este momento los filósofos se dedican a discutir si semejante argumento refuta el escepticismo o el realismo, pero lo que verdaderamente puede considerarse el logro de Putnam consiste en haber convencido a todo el mundo de que cuanto constituye nuestra realidad resulta un producto, exclusivamente, de nuestro cerebro, en el cual y únicamente en el cual, se desarrollan los procesos que podemos llamar “mentales”.
   Michael D. Gershon no olvidará ese año de 1981. Dedicado durante décadas al estudio del sistema nervioso entérico, se había acostumbrado a que lo trataran como la mascota de la Sociedad de Neurociencia norteamericana. En noviembre de 1981, durante la convención de Cinncinati, sin embargo, algunos de sus más fieles opositores mostraron datos que le daban la razón, la comunidad científica volvía a admitir que existen neuronas en el tracto digestivo, alrededor de cien millones. Muchos de los que ignoran la longeva historia del sistema nervioso entérico consideran a Gershon desde entonces el padre de la neurogastroenterología. 
   En 1991, Daniel Dennett publica La conciencia explicada. Aunque ya en las primeras páginas deja claro que no pretende explicar la conciencia y aunque se trataba de un libro para especialistas de diferentes procedencias, este escrito se convirtió en un bestseller, siendo leído habitualmente en un sentido fisicalista y reduccionista radical. Desde 1991, los debates en filosofía giran en torno a cómo habérselas con el hecho de que los contenidos mentales son, en última instancia, procesos químicos de nuestro cerebro, sin que nadie haya conseguido explicar qué otro verbo podría utilizarse en sustitución del verbo ser en la frase anterior.
   Ese mismo año aparecen los primeros estudios que elaboraban imágenes usando el contraste en el nivel de dependencia del oxígeno en sangre, la base de la técnica de fMRI, que proporciona localizaciones de hasta 1mm de exactitud en el desarrollo de actividades del cerebro.
   En 2004 el equipo de Jonathan Kipnis, demostró experimentalmente que la pérdida de linfocitos T en ratones provoca pérdida de habilidades cognitivas, habilidades cognitivas, por lo demás, que se recuperan en cuanto se les vuelven a inyectar sus correspondientes linfocitos. Numerosos experimentos, entre ellos algunos realizados con humanos, han confirmado posteriormente estos hallazgos.
   Desde 2012, diferentes equipos reportaron que las supuestas localizaciones cerebrales utilizando la técnica de fMRI se quedaban en nada cuando se utilizaban muestras de sujetos por encima del medio millar. Cuatro años después, Anders Eklund, Thomas E. Nichols and Hans Knutsson, publicaron “Cluster failure: Why fMRI inferences for spatial extent have inflated false-positive rates”, en el cual mostraban que un número indeterminado de imágenes obtenidas por la técnica de fMRI y que virtualmente podría incluirlas a todas, contenían errores de diversa magnitud.

domingo, 8 de enero de 2017

Un siglo desafortunado (1)

   En 1857 el anatomista y fisiólogo Georg Meissner publica "Über die Nerven der Darmwand", primera descripción de los ganglios nerviosos contenidos en las paredes del sistema digestivo. Aunque la fama le vino a Meissner por el descubrimiento de las terminaciones nerviosas responsables del tacto, su artículo atrajo la atención de otros fisiólogos, en particular de Leopold Auerbach, notable anatomista y neuropatólogo que en 1862 descubrió que tales ganglios componían toda una red encargada de controlar la motilidad intestinal. Semejante red recibe el nombre de plexo de Auerbach o plexo mientérico, de acuerdo con la denominación de Jacob Henle en su Handbuch der Nervenlehre des Menschen de 1871, escrito de tal calado que aún hoy puede comprarse en las librerías. 
   24 años después, en 1895, Jan von Dogiel, una vez más, anatomista y fisiólogo, en este caso ruso, describió los componentes de esa red y esos ganglios como neuronas, a las cuales clasificó en diferentes tipos en función de sus axones y dendritas. La clasificación de Dogiel generó rápidamente una polémica, entre otros, con Don Santiago Ramón y Cajal y, aunque todo el mundo le reconoce su carácter pionero, no ha dejado de causar disputas desde entonces. En cualquier caso, Dogiel asentó la idea de que los mamíferos y, por supuesto, el hombre, poseen neuronas más allá de su cráneo y su médula espinal, en concreto, a lo largo de todo el tubo que nos conforma y los órganos que a él afluyen.
   En 1913, Edmund Husserl publica sus Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie, escrito en el que aparece por primera vez una tematización explícita de la epojé. La conciencia, dice Husserl, debe estudiarse procediendo a una serie de “reducciones”, entendidas como una sucesión de desconexiones que van separando los fenómenos mentales de los procesos físicos, biológicos o de referencia a una realidad exterior a la propia conciencia.
   1921 debió ser el año en que el sistema neuronal de nuestro aparato digestivo entraba por la puerta grande en la medicina. Ese año Sir Johannes Newport Langley, razonó que si de la columna vertebral apenas si salen un centenar de nervios hacia el aparato digestivo y si en éste había varios millones de neuronas (hoy se calcula que unos cien millones), entonces éstas debían constituir un sistema nervioso por sí mismo. Le dio, por tanto, el nombre con el que se lo conoce hasta hoy, sistema nervioso entérico y, en la que se convertiría en obra de referencia, The Autonomic Nervous System, le reconocía el carácter de tercer sistema nervioso, junto con el sistema central (encéfalo) y el periférico (médula espinal). Paradójicamente, sin embargo, 1921 marca el año en que el sistema nervioso entérico desapareció de la medicina. Por razones que no resultan fáciles de explicar, el libro de Langley, como digo, todo un clásico, se convirtió en uno de esos libros más citados que leídos, hasta el punto de que todo el mundo lo recuerda como el primer escrito en el que se canonizaba la existencia de dos sistemas nerviosos en el cuerpo humano, el central y el periférico. El sistema nervioso entérico, simplemente, cayó en el olvido.
   Ese mismo año de 1921, el zoólogo ruso Segei Metal’nikov asentado en el Institut Pasteur de París publica "L’immunité naturelle et acquise chez la chenille de Galleria melonella", artículo en el que demuestra que las larvas de Galleria melonella no frenan la producción de anticuerpos a menos que se inactiven sus ganglios nerviosos. Metal’nikov sospecha ya del vínculo entre sistema inmunitario y sistema nervioso, algo que acabará probando en "Rôle des reflexes conditionnels dans l’immunité", artículo cinco años posterior publicado junto a Victor Chorine. En él reflejaban sus experimentos con cerdos de guinea a los que les inyectaban tapioca o bacilos de antrax inactivos a la vez que les aplicaban calor o un arañazo en una pequeña área de la piel. La sola presencia del estímulo condicionado provocaba una producción de leucocitos semejante a la inyección del antígeno. Aunque metodológicamente criticables, los experimentos de Metal’nikov y Chorine pudieron replicarse sin problemas en los años 70 con criterios más rigurosos. En esencia puede decirse que a principios del siglo XX se había demostrado que el sistema inmunitario puede aprender.
    Probablemente, en septiembre de 1948, en el simposio de la Fundación Hixon sobre mecanismos cerebrales en el comportamiento, celebrado en el Instituto Tecnológico de California, John von Neumann, matemático de origen húngaro, enunció por primera vez la metáfora del ordenador. No me detendré en exponerla minuciosamente pues todos la tenemos dentro de nuestras cabezas como si no hubiese otro modo de pensarnos: el cerebro es como un ordenador. Sí merece la pena señalarse, primero, que en esta metáfora se obvian como irrelevantes las diferencias físicas entre un cerebro y un ordenador; segundo, que las semejanzas funcionales quedan convertidas en una identidad categorial, pues ambos, cerebro y ordenador, son el mismo tipo de máquina. Cualquier discusión posterior sobre la naturaleza de los seres humanos partirá, pues, del supuesto de que sólo tenemos una unidad de procesamiento de la información y que ésta no resulta modificada o alterada en su estructura o funcionamiento por ningún otro de los elementos que nos componen.

domingo, 1 de enero de 2017

Vientos del sur.

   Si no recuerdo mal en Lo que sueñan los lobos, de Yasmina Khadra (es decir, de Mohammed Moulessehoul), aparece como personaje incidental el chófer de un alto cargo del ejecutivo argelino. Tiene un trabajo que le sirve para alimentar a su familia, pero le ha obligado a ver muchas cosas que preferiría no haber contemplado. Aunque carece de inquietudes religiosas, acaba  diciendo algo así como que si para limpiar el país era necesaria la llegada de los islamistas al poder, bienvenidos fueran. El Frente Islámico de Salvación, ganó las municipales de 1990 y la primera vuelta de las generales de 1991, enarbolando la bandera de la honestidad frente al régimen del Frente de Liberación Nacional, que había gobernado desde la independencia de Argelia en 1962, hundiéndose cada vez más en el fango de una corrupción rampante. Esa pregunta que los occidentales se hacen con tanta frecuencia, cómo alguien puede votar a un partido que propone una involución a siglos pretéritos, tiene una respuesta extremadamente fácil, porque ellos, como nosotros, están hartos de pseudodemocracias en las que la elocuencia de las grandes palabras encubre los grandes negocios de unos cuantos amigotes. Se votó al FIS en Argelia con la misma mentalidad que ha llevado al Partido de la Justicia y el Desarrollo al gobierno de Marruecos, que ha estado a punto de llevar a la ultraderecha al poder en Austria y que ha puesto en la Casa Blanca a Donald Trump. 
   Mientras Argelia ardía en la barbarie de la guerra civil en la que desembocó el golpe de Estado del 91, Marruecos se mantuvo al margen de esta y otras olas de radicalización. En esencia contaba con dos muros de contención contra ellas. El primero es que el soberano marroquí, además de jefe del Estado, es considerado descendiente directo de Mahoma, por lo que ostenta el cargo de “líder religioso de los fieles”. En la práctica eso significa que cualquier movimiento islamista tiene que empezar por explicar cómo y por qué el Islam oficial no es el verdadero, asunto que el laicismo del régimen argelino convertía en superfluo. El segundo muro pasa por un Parlamento cuyas atribuciones han ido en aumento desde los años 80, hasta el punto de que hoy día Marruecos es una democracia tan aparente como cualquier otra de Europa. La diferencia con lo que sucede en el norte no reside en el juego político. La diferencia está en que en un país como España, las cuestiones de calado son decididas por una nebulosa de políticos y empresarios que pisan poco la Zarzuela y mucho la Moncloa, el cortijo del correspondiente presidente autonómico o la mansión del alcalde de turno. En Marruecos poco o nada se mueve sin la aquiescencia del Majzen, quedándole al Parlamento la potestad de hacer política pero no negocios. El resultado es que, desde Abdelsam Yasin, el islamismo marroquí se ha caracterizado por su predisposición a aceptar las reglas del juego político y la autoridad del monarca, sin por ello renunciar a islamizar la sociedad por vías pacíficas tales como la enseñanza y la persuasión. Los líderes del Partido de la Justicia y el Desarrollo, en el gobierno desde las últimas elecciones, exhiben, en efecto, formas suaves, tono moderado y nudos Windsor en sus corbatas. Han aguantado recuentos electorales que, una y otra vez, no mostraban el soporte popular que realmente tenían sin levantar jamás la voz, han condenado todos y cada uno de los atentados y han hecho lo posible por no ser vistos en compañías sospechosas. Sus discursos mantienen una línea de moderación y de acatamiento al régimen establecido por más que, de vez en cuando, en alguna entrevista, alguno de sus dirigentes saque los pies del tiesto.
   Muchas voces laicas de Marruecos vienen clamando que su moderación apenas es una pose, que el tono real del partido no es la voz de sus líderes, sino el que se vive durante las numerosas campañas contra los biquinis en las playas y que el PJD y el wahabismo importado por el Majzen han sido el caldo de cultivo para todos esos marroquíes que se dedican a apiolar infieles en buena parte del mundo musulmán. La verdad es que tales denuncias chirriaban con las reformas religiosas introducidas por Mohamed VI, la propia constitución de 2011 que consagra la libertad de culto y la imagen cotidiana del PJD. Sin embargo, este otoño, numerosas familias se han encontrado con que el colegio en el que estudiaban sus hijos ha cerrado sus puertas sin mayores explicaciones. A toda prisa han tenido que escolarizarlos en colegios alejados de su residencia y masificados o en uno de los múltiples colegios privados que han ido apareciendo sin mucho orden ni control y, sobre todo, sin que nadie sepa muy bien quién está en última instancia tras ellos. El gobierno se ampara en la necesaria reestructuración y modernización de los centros públicos, pero en un reciente artículo, Karim Boukhari daba cuenta de que, en un país en el que, insisto, nada ocurre sin que lo sepa el Majzen, los niños de cinco y seis años llegan a casa relatando los castigos que esperan a los impíos en la otra vida o cómo se debe lavar el cadáver de un buen musulmán. Por tanto, si algo debemos esperar del sur en los próximos años, no será que nos aporte vientos suaves.

domingo, 25 de diciembre de 2016

DSM-V (2 de 2)

   Si hemos de creer las tasas de prevalencia que presentamos, el 101% de los niños y el 116% de los adultos tiene algún género de trastorno mental, quiero decir, todos y cada uno de nuestros niños y todos y cada uno de nosotros necesitamos atención por parte de psicólogos y/o psiquiatras. Por supuesto se puede discutir si las categorías resultan excluyentes o si tal o cual tasa de prevalencia corresponde o no a la realidad, en cualquier caso, apenas si he reproducido unas cuantas líneas de las 996 páginas que tiene el DSM-V. Dicho de otro modo, no se trata ya de que todos y cada uno de nosotros tengamos algún trastorno desde la infancia, además, por pura estadística, debemos tener tres o cuatro enfermedades más de las aquí relatadas, como mínimo. Semejante conclusión despierta, de inmediato, una catarata de cuestiones. Vamos a repasar las más elementales.
   Por definición, un “trastorno” consiste en una alteración de un estado o comportamiento “normal”. Ahora bien, si resulta que el 101% de los niños y el 116% de los adultos tiene algún género de trastorno, ¿cómo podemos definir un niño “normal” o un adulto “normal”? ¿Acaso se trata de un ente ideal, inexistente, al que hemos de parecernos aunque para ello tengamos que medicarnos desde la tierna infancia? Y, si semejante individuo no existe ni ha existido jamás, ¿cómo sabemos que podemos alcanzar su estado ideal? Aún más, ¿quién, bajo qué criterio, ha establecido que resulta aconsejable llevar una vida semejante a la de esa ficción? 
   No obstante, vamos a aceptar cándidamente que todos padecemos, al menos, cuatro enfermedades mentales. ¿Desde cuándo? La respuesta parece bastante simple, desde nuestra infancia, pues siempre hemos padecido algún género de enfermedad. Y aquí viene el retruécano definitivo: la causa última de la inmensa mayoría de estas enfermedades se ignora, por tanto, tienen que tener una causa genética o como suelen expresarlo los “científicos”, “no conocemos su causa, pero pensamos que es de origen genético”. Vamos a ver, ¿no conocemos su causa o su causa se halla en los genes? Porque las dos cosas a la vez no pueden ocurrir. Quizás se nos pretende decir otra cosa. Hubo una época en que, cuando no se conocía la causa de algo, se le atribuía a Dios. Nosotros, que hemos abandonado definitivamente ese oscurantismo de la mano de la "ciencia", cuando no conocemos la causa de algo ... ¿se la atribuimos a los genes? ¿He captado mejor con esta explicación lo que se pretende decir con semejantes afirmaciones?
  Resulta habitual el relato según el cual, en aquellas épocas de oscuridad, a los esquizofrénicos, a los enfermos mentales, se los encerraba en sórdidas mazmorras y se los sometía a todo género de torturas. Ahora, el DMS-V nos ha descubierto una nueva versión de los hechos. Dado que todos padecemos trastornos mentales, también en aquellas épocas de oscuridad todo el mundo debía padecer trastornos mentales, así que no todos los enfermos mentales fueron encerrados y sometidos a torturas. La mayoría, vivió en libertad, tuvo familias, trabajos, aspiraciones, hicieron descubrimientos en ciencia, escribieron música y literatura, crearon extraordinarias obras de arte... Y todo ello sin necesidad de ningún tratamiento psicológico o psiquiátrico, aún más, ¡maravilla de las maravillas! sin medicinas de ningún género. ¿Cómo pudo ocurrir que todo el caudal de trastornos mentales del pasado, cómo pudo ocurrir que personas con tres o cuatro enfermedades mentales generación tras generación, dieran  lugar al progreso humano? Esta pregunta admite únicamente dos respuestas y no sabría decir cuál de ellas resulta más terrorífica.
   La primera respuesta pasa por considerar que la inmensa mayoría de los trastornos recogidos en el DSM-V responden a realidades inventadas, triviales o, en el peor de los casos, superables sin necesidad de tratamiento alguno. Esta posibilidad resulta terrible porque convierte a quienes usan el DSM-V para catalogar a los seres humanos en simples charlatanes que juegan a ser principitos ordenando al sol que salga en cada amanecer. Un corolario de esta manera de entender las cosas pasa por considerar DSM-V como el catalizador de un gigantesco fenómeno de granfalloon, quiero decir, proporciona etiquetas arbitrarias con las que los sujetos se van a identificar en cuanto se los presione un poco para ello.
   La segunda respuesta no parece menos terrorífica, porque significa que no, que en aquellas épocas oscuras del gran encierro de locos, no todos padecían enfermedades mentales. La universalidad del trastorno mental nos caracteriza a nosotros, a quienes vivimos actualmente, a quienes padecemos un género de vida cuya única consecuencia, tanto pronto como tarde, pasa necesariamente por el trastorno mental. En tal caso, todos esos que dicen luchar contra él, deberían orientar sus esfuerzos a erradicar su causa última si no quieren, una vez más, recibir la acusación de charlatanería.

domingo, 18 de diciembre de 2016

DSM-V (1 de 2)

   El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, contiene una clasificación de los trastornos mentales y proporciona descripciones claras de las categorías diagnósticas, con el fin de que los clínicos e investigadores de las ciencias de la salud puedan diagnosticar, estudiar, intercambiar información y tratar los distintos trastornos mentales. Se halla en la quinta edición, conocida como DSM-5 publicada el 18 de mayo del 2013. En él se incluyen (entre otros) los siguientes trastornos:
   - Dislexia, trastorno psicológico caracterizado por  una dificultad de aprendizaje que afecta a la lectoescritura, posee un carácter específico y persistente y se calcula que afecta a un 5% de la población.
   - Discalculia o dificultad de aprendizaje específica en matemáticas, equivalente a la dislexia, sólo que en lugar de tratarse de los problemas que enfrenta un niño para expresarse correctamente en el lenguaje, se trata de dificultad para comprender y realizar cálculos matemáticos, al igual que la dislexia. Al menos un 5% de la población se ve afectada por ella.
   - La disgrafía se trata de un trastorno que se manifiesta en la dificultad para escribir las palabras de manera ortográficamente adecuada y que afecta a cerca del 5% de la población.
   - El trastorno del lenguaje expresivo se caracteriza por una capacidad de uso expresivo del lenguaje hablado muy por debajo del nivel adecuado para la edad mental. Afecta a un 3% de los niños escolarizados.
   - El trastorno mixto del lenguaje receptivo-expresivo consiste una alteración tanto del desarrollo del lenguaje receptivo como del expresivo verificada por las puntuaciones obtenidas en evaluaciones del desarrollo del lenguaje receptivo y expresivo que afecta a un 3% de los niños.
   - El trastorno fonológico se caracteriza porque los niños no utilizan ninguno o utilizan sólo algunos de los sonidos del habla que se esperan para su grupo de edad, afecta a un 3% de los niños.
   - La tartamudez consiste en un trastorno de la comunicación que se caracteriza por interrupciones involuntarias del habla que se acompañan de tensión muscular en cara y cuello, miedo y estrés, lo padece un 5% de los niños.
   - Los trastornos del espectro autista (TEA) engloban diagnósticos relacionados con déficit en la comunicación, dificultades para integrarse socialmente, una exagerada dependencia de las rutinas y hábitos cotidianos, y una alta intolerancia a cualquier cambio o a la frustración. Aunque su incidencia inicial no llegaba a uno de cada 2.500 niños, actualmente se considera que cerca del 1,5% de la población lo padece y se considera un género de trastorno en expansión.
   - El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es un trastorno del comportamiento caracterizado por distracción moderada a grave, periodos de atención breve, inquietud motora, inestabilidad emocional y conductas impulsivas. Aunque se suele considerar que un 5% de los niños lo padece, los diagnósticos superaran ya el 6% en España y comienza a considerarse que acaba afectando a las personas también en su edad adulta.
   - El trastorno de pica consiste en una variante de un tipo de trastorno alimentario en el que existe un deseo irresistible de comer o lamer sustancias no nutritivas y poco usuales como tierra, tiza, yeso, virutas de la pintura, bicarbonato de soda, almidón, pegamento, moho, cenizas de cigarrillo, papel o cualquier otra cosa que no tiene, en apariencia, ningún valor alimenticio. Hasta el 30% de los niños menores de seis años presentan este trastorno.
   - El síndrome de Tourette se caracteriza por múltiples tics físicos (motores) y vocales (fónicos) que afecta casi a un 4% de los niños.
   - El trastorno de tic transitorio consiste en una afección en la cual una persona hace uno o muchos movimientos o ruidos (tics) breves y repetitivos sin proponérselo, en torno al 12% de los niños lo padecen.
   - La encopresis infantil consiste en la defecación involuntaria que sobreviene al niño mayor de 4 años, sin existir causa orgánica que lo justifique y que padecen hasta el 6% de los niños.
   - La enuresis radica en la persistencia de micciones incontroladas más allá de la edad en la que se alcanza el control vesical, afecta al 13% de los niños.
   - El trastorno depresivo se caracteriza por un estado de ánimo invasivo y persistente acompañado de una baja autoestima y una pérdida de interés o de placer en actividades que normalmente se considerarían entretenidas. Más del 11% de la población lo padece. 
   - El trastorno bipolar se da en aquellos individuos que han experimentado un episodio maníaco añadido a un episodio depresivo cosa que ocurre casi en el 2% de la población.
   - El trastorno de ansiedad engloba varias formas diferentes de un tipo de trastorno mental, caracterizado por miedo y ansiedad anormal y patológica. Afecta a casi el 20% de la población. 
   - Un 11% de la población presenta fobias que se caracterizan por un miedo intenso y desproporcionado ante objetos o situaciones concretas.
   - El trastorno obsesivo-compulsivo se caracteriza por pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes, que producen inquietud, aprensión, temor o preocupación, y conductas repetitivas denominadas compulsiones, dirigidas a reducir la ansiedad asociada. Lo padece un 3% de la población.
   - La hipocondría lleva al paciente a creer, de forma infundada, que padece alguna enfermedad grave, hasta un 9% de la población la padece.
   - Los trastornos disociativos se definen como todas aquellas condiciones patológicas que conllevan disrupciones o fallos en la memoria, conciencia, identidad y/o percepción, hasta un 10% de la población podría padecerlos.
   - Al menos un 50% de la población mundial padece algún género de trastorno sexual entendido como alteraciones del deseo, cambios psicofisiológicos en la respuesta sexual normal, malestar o problemas interpersonales relacionados con el tema.
   Mientras escribo la continuación de esta entrada le sugiero que vaya sumando los porcentajes que le acabo de proporcionar, verá qué gracia.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Un futuro sombrío.

   La receta económica de Donald Trump para engrandecer América (del Norte) es tan desquiciante como lo fue la de aquel Reagan a quien los norteamericanos recuerdan con tanto cariño. La simple expulsión de tres millones de inmigrantes que han cometido un delito (ni que decir tiene que la cifra es inventada), elevaría el costo de la mano de obra a niveles insostenibles para la economía, especialmente en el sector alimentario y la industria de base. Trump, como tantísimos tontísimos que hay en el mundo, no entiende que la fraternal acogida de nuestros hermanos de otros países encierra, en realidad, la exigencia del capitalismo de aumentar el paro para mantener los salarios al nivel de la subsistencia. ¿Por qué creen que Alemania se muestra tan generosa con los inmigrantes?
   Una subida de los costos laborales conllevará, inevitablemente, una subida de precios, quiero decir, un aumento de la inflación. Pero Trump no se conforma con eso, quiere emprender una agresiva política de obras públicas que no sólo inundará las bolsillos de los amigotes de dinero, sino que, además, retirará lo que quede de mano de obra barata del mercado laboral, presionando la inflación hacia arriba por partida doble. ¿De dónde va a salir todo ese dinero? De los impuestos no. Como buen reaccionario, Trump ya ha anunciado una significativa rebaja de impuestos con un IRPF de tres tramos, lo cual significa que se dejarán de recaudar miles de millones de las grandes fortunas. Cuando un político dice que va a bajar los impuestos todo el que tiene dos dedos de frente entiende lo que se está diciendo, a saber, que se van a subir los impuestos. Se bajarán los directos que gravan en función de las rentas y se subirán los indirectos que gravan los productos que todos compramos o, mejor aún, que compramos los que menos ingresos tenemos. ¿Hace falta decir que nos hallamos ante otro factor que incrementará la inflación? Pues súmenle a los anteriores un mercado especulativo absolutamente desregulado como el que se está buscando.
   Difícilmente se podrá atajar toda esa masa inflacionaria que se va a crear artificialmente mediante una subida de los tipos de interés, pues eso enfriaría la economía en contra de los deseos presidenciales. Más bien se piensa, como ha sido costumbre, en exportar la inflación. Durante décadas EEUU pudo hacerlo por dos motivos: era la fábrica del mundo y su moneda era el patrón con el que se comparaban el resto de monedas. Hace tiempo que ambos factores se han vuelto algo más que cuestionables. Ni EEUU es ya la fábrica del mundo ni su moneda es el único patrón que ahora impera. Resulta poco probable, pues, que se pueda desaguar mucha inflación por aquí. Sólo queda, pues, una manera de amortiguar los efectos inflacionistas de todas las políticas que Trump ha propuesto: inyectando oro en circulación, oro negro. Producir enormes cantidades de petróleo le permitiría bajar a precios irrisorios la factura energética, amortiguando el efecto de los otros factores. 
   Una de las pocas cosas por las que pasará Obama a la historia, además de por el color de su piel, es por haber convertido el petróleo en el arma para vencer a sus enemigos internacionales. Inundar el mercado de petróleo en una época de crisis, o, lo que viene a ser sinónimo, disminuir la cantidad de petróleo que EEUU compra, fue un movimiento genial que colocó contra las cuerdas a Irán, Venezuela y Rusia, además de convertir en irrelevante a un aliado incómodo como fueron siempre las monarquías del golfo pérsico. Particularmente para Rusia fue la puntilla a sus ambiciones imperialistas. Unida a las sanciones internacionales por su adhesión de media Ucrania, la bajada del petróleo la pilló en plena modernización de las fuerzas armadas, en la que había comprometido gran parte de los recursos que se suponía que iba a obtener. 
   Además del levantamiento de las sanciones, Rusia buscará algún tipo de pacto con los EEUU que eleve el precio del petróleo, un movimiento que todos los humillados por Obama están buscando desesperadamente. De hecho, esta semana, la OPEP acordó reducir su producción. Tan pomposa declaración, que atrajo de nuevo a los especuladores al mercado del crudo, es poco más que un brindis al Sol. Su papel en la producción mundial se ha reducido sensiblemente y, por eso, su segundo movimiento ha consistido en intentar acordar una reducción semejante con los países que no forman parte del cartel, iniciativa que Rusia ha apoyado de modo entusiasta. No obstante, la parte divertida de esta maniobra es que si consiguieran alcanzar la solicitada reducción atraerían de nuevo hacia la producción a todas las empresas norteamericanas que la abandonaron precisamente por la caída de los precios, además de activar las colosales reservas canadienses, dejando su maniobra en agua de borrajas. Por si fuera poco algunas de las economías de los integrantes de la organización están ya tan dañadas, que difícilmente soportarán la reducción de ingresos que, a corto plazo, supondrá el recorte en la producción, por lo que no parece muy probable que el acuerdo llegue a materializarse.
   El resumen de todo lo anterior es simple: el imperialismo ruso exige un barril por encima de los 60$, el recalentamiento artificial de la economía norteamericana exige un barril claramente por debajo de los 40$. A menos que la “admiración” por Putin que padece Trump le lleve a entregarle las llaves de la caja fuerte, el acuerdo parece improbable. No obstante, en toda esta ecuación falta un elemento importante.
   En el año 2000, unas reñidas elecciones entre Al Gore y George Bush (hijo) se decidieron cuando el primero renunció a que se continuara la revisión del recuento en Florida. El país quedó dramáticamente dividido “como no lo había estado nunca” en palabras de la prensa. No faltaron voces que acusaron a los republicanos de haber dado un golpe de Estado privando de su cargo al candidato legítimamente elegido por los ciudadanos. Casualmente, apenas un año después, un terrible atentado y sus guerras subsiguientes unieron al país tras su comandante en jefe como un solo hombre. Este noviembre hemos vivido unas elecciones presidenciales en las que la candidata más votada se ha quedado sin su cargo. El país vuelve a estar dividido “como no lo había estado nunca”. ¿Qué sangrientas casualidades habremos de vivir para que se una en torno a su presidente como un solo hombre?