domingo, 17 de enero de 2016

La verdad de la ciencia (y 2)

   Seguro que algunos de Uds. pensaron al terminar de leer la anterior entrada: “pero, hombre de Dios, la homeopatía no es una ciencia, sus resultados no se distinguen del simple efecto placebo”. Es cierto que los homeópatas han carecido de la astucia necesaria para dejar de hablar de medicinas que curan y dedicarse a vender potingues que “disminuyen los factores de riesgo”, como hace la ciencia médica. Curar, si exceptuamos los antibióticos, no curan ni los unos ni los otros. Por lo menos, las bolitas homeopáticas no producen efectos secundarios... El problema de la reproducibilidad de los experimentos científicos, base, precisamente, de la ciencia, no es un problema exclusivo de los homeópatas y, muchos menos, de los psicólogos. Hoy día es un problema que afecta a la práctica totalidad de la ciencia, ésa que "cuenta la verdad" y que tanto vende. Pero donde el fenómeno llega a ser escandaloso es, precisamente, en ese ámbito del que se pretende excluir a los homeópatas, la biomedicina. Aquí ya no estamos hablando de abstractos reinos matemáticos, ni de profesionales a los que uno recurre cuando se juzga incapaz de solucionar los propios problemas por sí mismo. Estamos hablando de Ud. de mí y de la totalidad de la población, pues todos nosotros tenemos ese oscuro rincón de nuestras casas plagado de frasquitos con pastillas que habremos tomado o no pero que, en cualquier caso, hemos pagado. El camino por el que muchas de esas píldoras llegan hasta ahí se inicia precisamente con un artículo en una publicación científica en el que los detalles para la realización de los experimentos que garantizan su eficacia han sido deliberadamente ocultados con objeto, pensemos cándidamente, de que la competencia no pueda aprovecharlos. La manera de comprobar  que los experimentos que acaban por motivar la comercialización de un producto dan los resultados que los autores del artículo dicen que dan implica hoy día poco menos que apelar a su buena fe. Y todo ello, exclusivamente, para demostrar que ese medicamento es mejor que nada. En ninguno de esos artículos encontrará por ninguna parte un detallito tan insignificante como cuántos animales murieron durante los ensayos, detalle éste que, en el mejor de los casos, quedará patente cuando se hayan iniciados los ensayos clínicos con humanos. Y, por supuesto, ningún autor de tan científico trabajo se va a molestar con minudencias como dejar constancia de cuáles son sus vínculos con la empresa que está tratando de comercializar el fármaco o en qué medida ésta ha financiado el experimento y al propio laboratorio en el cual se ha desarrollado.
   No, la medicina actual no es una ciencia si por ciencia se entiende algo relacionado con la verdad. Aunque lo cierto es que ninguna ciencia se dedica a narrar la verdad. La ciencia trata del conocimiento comprobado, conocimiento comprobado de momento. Precisamente ésta es su grandeza, estar en un continuo progreso hacia la realidad (algo que la filosofía no hace ni a tiros). Una teoría científica no es aceptada “porque sea verdadera”. Una teoría científica es aceptada porque la comunidad científica considera que ha sido comprobada. En ello inciden dos tipos de factores, por una parte, una serie de estamentos que confieren autoridad a personas concretas para determinar si algo ha sido (o no) una comprobación. Dicha “comprobación” no consiste, como suele decirse, en un experimento o una serie de experimentos. Más bien se trata de que esa teoría muestre su fecundidad y éste acaba siendo el factor determinante a la larga. Fecundidad significa capacidad de explicar una pluralidad de fenómenos aparentemente desconectados y heterogéneos sobre la base de una única teoría. Fecundidad implica capacidad para indicar nuevos isomorfismos donde nadie los había supuesto antes. La fecundidad debe entenderse, pues, como aptitud para desarrollar pruebas empíricas, pero también como potencia explicativa y como conectividad con otras ramas del saber, con otras teorías más o menos alejadas y, por supuesto, con la tecnología. Cuanto más fecunda sea una teoría, mayor será su capacidad para sobrevivir, incluso, al bloqueo de una generación de prebostes empeñados en silenciarla. Por eso para la ciencia es fundamental la comunicación, la publicación de los resultados, de los procedimientos, de todos los elementos necesarios para poner un experimento en pie, porque ésta facilita la conexión con áreas del saber más amplias que la propia en la cual ha nacido la teoría en cuestión. Eso y no ocuparse de la verdad, es lo que caracteriza a cualquier ciencia que quiera merecer el nombre de tal.

domingo, 10 de enero de 2016

La verdad de la ciencia (1)

   “La ciencia sólo cuenta lo que es verdad”, declaraba el pasado día 4 Harold Kroto, jubilado como químico pero no como Premio Nobel, desde las páginas del El País. Es una bonita afirmación que muchos científicos suscribirían sin más y que se une a lo que ya he comentado varias veces, que el adjetivo "científico", vende. Está muy bien que la ciencia cuente únicamente la verdad o, mejor aún, que la ciencia sea la única que cuenta la verdad. En cualquier caso queda la nada insignificante cuestión de si semejante proposición es verdadera o no. ¿“La ciencia cuenta la verdad” es una ley científica? Y, en caso de serla, ¿cómo se ha llegado a obtener? Tras más de un siglo, la filosofía de la ciencia sigue siendo incapaz de explicar cómo funciona la ciencia, cuáles son sus procedimientos reales y dónde radica el secreto de su eficiencia. Cualquier estudiante de una carrera científica responderá rápidamente a estas cuestiones con la tajante afirmación de que son los hechos los que deciden. Nadie que haya vivido el día a día de un laboratorio y de una investigación científica será tan rápido respondiendo. Los resultados exactos y precisos no existen, o son una cosa o son la otra. Quien desconozca la técnica del punto gordo no llegará muy lejos en las disciplinas científicas. La contundente declaración de nuestro estudiante se asienta sobre la pasmosa ignorancia que suelen tener los científicos acerca de la historia su materia. En 1957 Thomas S. Kuhn mostró en La revolución copernicana que el modelo heliocéntrico del sistema solar, en realidad, no aportaba ningún hecho nuevo a los sucesivos refinamientos a que se había ido sometiendo el modelo ptolemaico. La propia teoría general de la relatividad tiene un escaso bagaje empírico en su favor, mientras que algunas de las teorías más comprobadas de la historia de la humanidad, como la mecánica cuántica en su famosa versión de Copenhague, sigue siendo puesta en solfa a las primeras de cambio. Además, si “son los hechos los que deciden”, deberíamos concluir que las matemáticas no forman parte de la ciencia, pues en ella no hay hechos. “Pero hay demostraciones”, se me replicará. Sin duda las hay, pero aquí volvemos a estar en una situación muy parecida a la anterior, ¿qué es una demostración matemática? ¿Quién lo decide? ¿La mayoría simple, la mayoría absoluta? Pero, ¿la mayoría de qué? ¿La mayoría de la población? ¿La mayoría de licenciados en matemáticas? ¿La mayoría de los investigadores en matemáticas? ¿La mayoría de los especialistas? ¿Quién decide qué es un especialista capacitado para aceptar o rechazar una demostración? 
   Unos días antes de que el Premio Nobel de turno aireara una vez más el eslogan que todos debemos repetir, en las páginas del mismo diario se daba cuenta de la extraña situación que se está produciendo en torno a Shinichi Mochizuki. Hace tres años Mochizuki afirmó haber demostrado cierta conjetura matemática de reciente cuño. Su presunta demostración se presentó en cuatro artículos, con un total de 500 páginas, que se basaban en buena parte de los desarrollos que ha ido publicando en los últimos diez años. Tenemos, pues, una “prueba” de unos dos mil folios, plagados de ideas nuevas y, por si fuera poco, de una terminología propia que solo Mochizuki parece dominar. Unas recientes jornadas sobre su demostración han logrado poner a todos de acuerdo en que casi nadie entiende nada. El próximo mes de junio es la fecha para un nuevo congreso en Kyoto al que se espera que asista Mochizuki en persona, aunque no está claro si durará las 500 horas que él considera necesarias para que un matemático conocedor del campo puede llegar a comprender de qué va su demostración.
   Es poco probable que su vida llegue a depender en algún momento de la conjetura abc que es lo que dice haber demostrado Mochizuki. Sin embargo, su vida sí que va a depender de otras disciplinas a las que la etiqueta de “ciencia” les pega tanto como a las “ciencias ocultas”. No me voy a meter con la economía porque sería tan fácil como el tiro al pato en las ferias. Sin embargo, una de las lecturas más divertidas que puede hacerse es una historia de la psicología al uso. Apenas en las primeras páginas el lector podrá encontrar la proteica narración de cómo unos avezados psicólogos decimonónicos se apartaron de la charlatanería filosófica para enrailarse en el seguro camino de la ciencia. La ciencia, como todo el mundo sabe, se basa en los experimentos y uno de los requisitos de cualquier experimento es que sea reproducible, es decir, que cualquiera, siguiendo los mismos procedimientos, llegue a los mismos resultados. Hasta aquí lo que dice cualquier libro introductorio de filosofía de la ciencia. En realidad, no existe un criterio único y ni siquiera una serie de criterios comúnmente aceptados de qué significa “reproducible”. Pues bien, un estudio publicado este verano mostraba que la mayoría de los experimentos “científicos” en este campo son imposibles de reproducir ni siquiera cuando se seguían los pasos llevados a cabo por los autores de los mismos, pasos que, por otra parte, muy pocos de estos artículos “científicos” se molestan en detallar lo suficiente como para que la replicación sea factible. Aunque quien acuda a la consulta de un psicólogo debería saber a lo que se arriesga, lo cierto es que por mucho menos que esto se quiso promover una ley que prohibiera la homeopatía en la Unión Europea.

domingo, 3 de enero de 2016

A vueltas con el tiempo

   La teoría del universo pulsante propone que la expansión del universo no proseguirá indefinidamente. Llegados a cierto límite, la atracción gravitatoria frenará la expansión, invirtiéndose a partir de ese momento el proceso, es decir, los cúmulos galácticos se irán aproximando entre sí hasta llegar un momento en que toda la materia del universo quede comprimida en un punto muy semejante al inicial. La inestabilidad de ese condensado de materia-energía-tiempo-espacio provocaría una nueva explosión, reiniciándose el ciclo. Esta teoría tiene dos inconvenientes. El primero, que no es más que una versión, sofisticada, eso sí, de los muchos intentos que se han hecho por revertir el segundo principio de la termodinámica, el que marca la existencia de una clara irreversibilidad y que chocó poderosamente con la mentalidad newtoniana desde su descubrimiento. El segundo inconveniente es que ningún hecho ha venido a apoyarla. Cuando se propuso pareció muy fácil confirmarla. Para que la expansión se detuviese hacía falta una cierta cantidad de fuerza gravitatoria y, para que ésta exista, se necesita materia, así que calculando la densidad de la materia/energía en el universo se podría desestimar o no este destino como parte del futuro de nuestro universo. La sorpresa vino cuando los cálculos mostraron que, en realidad, no somos capaces de detectar ni siquiera la cantidad de materia/energía necesaria para que las galaxias tengan la forma que tienen. De aquí nació el problema de la materia/energía oscura, problema aún por resolver.
   Debo confesar que la teoría del universo pulsante me resulta simpática, aunque no porque crea que tenga visos de ser ajustada a los hechos. Como ya dijo Nietzsche, el eterno retorno prueba la clase de persona que uno es y cuando se le habla a alguien de un universo oscilante, casi se puede oír el ruido que hacen sus neuronas al colapsar. El judaísmo introdujo en nuestras cabezas la idea de un tiempo lineal, de un pasado que queda por detrás de nosotros y un futuro que es sinónimo de porvenir. Estamos acostumbrados a pensar en el tiempo como si fuese una línea y ni siquiera los físicos, cuando intentan utilizar formas más exóticas de temporalidad, pretenden sacarlas del reducto de las partículas elementales. Sin embargo, lo realmente divertido es que nuestras cabezas no funcionan con una idea del tiempo, sino con dos. Dos, por lo demás, contradictorias e incompatibles.
   En El mito del eterno retorno, cuenta Mircea Elíade que la idea de un tiempo cíclico formaba parte de las culturas agrícolas. Normalmente en primavera, se celebraba el inicio del nuevo ciclo cósmico que debía ser inaugurado por el mago, el jefe de la tribu o algún personaje de semejante rango. El encargado de que el cierre del anterior período cuadrase con el inicio del nuevo, tenía que relatar ciertas palabras dotadas más o menos de significado para el común de los mortales pero que dejaban claro que era él, con su discurso, quien hacía el mundo (de nuevo). A todos los efectos era un proceso de re-creación, por lo que resultaba imprescindible rememorar el estado inicial del universo antes de que todo empezara y que, por supuesto, no era otro que el de ausencia total de orden. Por tanto, los fastos que inauguraban el nuevo inicio, solían ir acompañados de ciertas fiestas orgiásticas en las que los participantes se desprendían de todo orden y mesura. Naturalmente, tan delicados acontecimientos debían hacerse en aldeas purificadas de cualquier espíritu demoníaco que pudiera manchar con su intervención toda la nueva era desde su inicio. Para ello nada como expulsar a los demonios y demás espíritus peligrosos con estruendosos sonidos que hicieran su permanencia en la aldea poco gratificante.
   Pues bien, henos aquí a nosotros, occidentales de pleno y muy tecnológico siglo XXI, recibiendo por nuestros artilugios electrónicos el discurso de todos nuestros jefes, de Estado, de autonomía, de localidad, de empresa, hasta los presidentes de comunidad parecen sentirse obligados a hacer discursitos a final de año; imbuidos en fiestas en las que se pierde el orden, la mesura y, desde muchas horas antes, la compostura; y arrojando todo tipo de cohetes, petardos y fuegos artificiales con los que, no ya los demonios y malos espíritus, hasta los vecinos de bien, se ven compelidos a poner los pies en polvorosa.
   Una vez la resaca ha pasado, caemos en la cuenta de que hemos vuelto a comprar demasiados polvorones, comienzan a asomar las croquetas de pelusa de bolsillo, y volvemos a pensar que esta cuesta de enero, como todo, ha venido pero acabará por irse para no volver, que la historia es lineal y que el tiempo tiene que ser tan recto como una vara. Y, lo mejor de todo, olvidamos, como por ensalmo, que durante unos días hemos vivido pensando que todo es de otra manera. Después, si alguien nos plantea una idea novedosa, correremos con prisa a buscar las posibles contradicciones que implica pues, como todo el mundo sabe, las cosas tienen que ser lógicas y carecer de contradicciones.

domingo, 27 de diciembre de 2015

¿Quieres gobernar conmigo?

   Las del pasado fin de semana fueron las primeras elecciones que yo recuerdo en las que no han salido en tromba todos los partidos a declarar su victoria. Muy al contrario, lo común han sido las caras de circunstancias y es fácil comprender por qué. El PP tiene exactamente lo que pidió a los electores, ser el partido más votado y capacidad para formar gobierno. Se ha dejado por el camino cinco millones de votos, pero tendrá fácil la presidencia... siempre y cuando pacte con Podemos. Si esta afirmación le ha hecho sonreír es que Ud. querido lector, es joven. A nadie le conviene más un referéndum en Cataluña en estos momentos que al PP. Si de él saliese un “no” a la independencia, Mariano Rajoy adquiriría una aureola de carisma con la que nunca había podido soñar. Y si saliese un “sí”, el consiguiente abandono de los diputados catalanes de las Cortes facilitaría una mayoría amplia sobre la que se podría sustentar un gobierno del PP. De este modo, ambos, PP y Podemos, tienen mucho que ganar y poco que perder con la autodeterminación catalana. Otra cosa es si Podemos es una formación con la madurez suficiente como para pactar con el PP, pero yo creo que estos chicos maduran rápido, ¿no pasaron del bolivarismo revolucionario a la socialdemocracia en dos meses? 
   Con el resto al PP las cuentas no le salen ni a tiros. A la coalición con Ciudadanos le faltan 13 escaños para llegar a una mayoría suficiente, que habrán de prestarles ERC, la antigua Convergencia, el PNV, o la antigua Izquierda Unida. El comienzo de este camino, es decir, un pacto de gobierno con Ciudadanos, tampoco es ningún regalo. La cuestión de los programas no es, como no ha sido nunca, un problema. La cuestión es de personalidades. Por mucho que tenga casi el triple de diputados que Albert Rivera, a los populares les resultaría muy difícil hacer aparecer a Don Tancredo como líder de esta alianza. Más bien el problema sería el inverso, no sufrir el abrazo del oso por parte de los naranjitos. Por ello desde Génova daban por descontado un pacto con el PSOE y ésta es la razón de su sorpresa cuando en el debate cara a cara entre Rajoy y Pedro Sánchez, éste salió mordiendo. Al fin y al cabo, comparten muchas cosas, les une todo un abanico de intereses, mostraría la vigencia del bipartidismo, a la larga podría hacerles recuperar votos y siempre se puede presentar como un pacto de Estado “dado el momento extraordinario que atraviesa el país”. Y así llegamos al nudo gordiano de la situación política heredada de las urnas, ese nudo gordiano que se llama Partido Socialista Obrero Español.
   El PSOE ha cosechado los peores resultados de su historia y, sin embargo, precisamente por haber cosechado semejante resultados, se ha convertido en el partido bisagra, clave en cualquier negociación. Desde que obtuvieron la última mayoría absoluta, nunca habían tenido tanto poder. La cuestión está en si no morirán de éxito, porque peligros tampoco les faltan. Si con sus acciones u omisiones conducen a un adelanto electoral, podrían acabar teniendo una nómina de diputados aún más exigua. Como ya he explicado, el problema del paro ha alcanzado cifras preocupantes entre sus enchufables y los barones regionales están muy nerviosos con la posibilidad de que puedan ir a más. Varios de ellos, que han alcanzado la correspondiente poltrona gracias a los votos de Podemos, han dejado claro que nada de pactar con estos trasnochados a nivel nacional. El motivo se ha podido oír oír de los labios de Pablo Iglesias: "lo primero que tiene que hacer [el PSOE] es sacar a sus miembros de los Consejos de Administración o pedirles el carné". Como no se le pueden reprochar tales declaraciones, se alude a Cataluña, dejando de ese modo abierta la excusa para un posible pacto con el PP. Pero es que, si ni siquiera existiera entre ambos el abismo crematístico, un pacto así tampoco conduciría a nada. Se suele pasar por alto el detalle de que el PP sigue teniendo una amplia mayoría absoluta en el Senado. Las reformas constitucionales que tanto ansían introducir los moraditos, el día a día de un gobierno encabezado por el PSOE, resultan poco menos que imposibles sin la aquiescencia de esa cámara tan frecuentemente tachada de inútil. 
   A pesar de que ahora mismo todo parece muy confuso y complicado, en realidad el camino es extremadamente simple y claro. En primer lugar, el PP intentará formar gobierno, el cual no llegará ni a la investidura del presidente o irá poco más allá. Después le tocará el turno al PSOE, que veremos a ver si consigue llegar a la fase de investidura. Para entonces, es decir, dentro de un año o año y medio, todo el mundo estará lo suficientemente cansado de inestabilidad política como para aceptar de buen grado una gran coalición entre populares y socialistas, en la que estaban pensando ambos desde el momento mismo del arranque de la campaña. Lo ha dicho Pedro Sánchez, la gente quiere cambio... para que nada cambie.
   En medio de un panorama tan lúgubre, por fortuna, siempre hay payasos que atinan a poner su toque de humor. Resulta que, ahora, Arturito Mas, ha descubierto que el sistema electoral español confiere un enorme poder a los nacionalismos periféricos en cuanto no se alcanzan mayoría absolutas; ahora se ha dado cuenta de que podría haber conseguido muchas cosas jugando bien sus bazas; ahora ha comprendido que era innecesario provocar la fractura social que ha generado con sus bravatas en Cataluña; ahora que ha perdido la mitad de los escaños y que ha conseguido que su formación pase de ser la más votada al tercer lugar en Cataluña; ahora... Enhorabuena, Sr. Mas, es Ud. un lince.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Camapaña navideña

   Poca gente, si acaso alguien, lee los programas electorales. Ni siquiera los encargados de redactarlos se los toman en serio. Sin embargo, el eslogan que cada partido elige es algo que todos conocen, aquello que, junto con la foto del líder, va a llegar a todos. Quizás por eso los eslóganes reflejan mucho de la mentalidad, del inconsciente colectivo, que reina en un partido, muestra bien a las claras lo que ese partido teme o el modo en que piensan que los ven los demás. En esta campaña navideña, está claro que en muchos partidos existe la idea de que España es un problema. Al menos cuatro formaciones coinciden en ello. 
   Comenzaremos por un partido al que muchos auguraban, apenas hace dos años, una gran victoria en estas elecciones, UPyD. Sí, hay un partido que se llama UPyD, ¿ya no se acuerdan? Para ellos, España no es un problema, es la solución a la que esperan aferrarse. “Más España”, dicen, parafraseando la famosa frase de Groucho Marx, “más madera, es la guerra”, mientras arrojaba a la caldera de la locomotora la estructura entera del tren. Mucho me temo que éstos, como los hermanos Marx, también van a llegar a la estación en el chasis.
   IU ha visto tanta gente de su coalición marcharse a otra parte, que tiene muy presente la idea de la emigración, de hecho, parece recomendárnosla a todos. “Por un nuevo país”, anuncian, dejando libremente a sus seguidores elegir el país en el que van a terminar después de que el que sacó la pajita más corta haya apagado la luz. También a Podemos le preocupa lo del país. Me encanta este partido. Cuando comenzaron los recortes, la guardia civil dejó de poner multas y la policía dejaba pasar los contenedores en los puertos sin abrirlos ni por casualidad, pero la casta universitaria no podía dejar de enseñar... casi nunca lo había hecho. Urdieron, pues, una trama mucho más astuta. Enseñaron a sus cachorros las trizas en las que había quedado convertido el paraíso para, después, quitarles el bozal. Así nació Podemos, la venganza de una casta contra otra. Dicen que su dinero procede de Venezuela, de Bolivia y es verdad, pero desde la victoria de Lula da Silva, nada se mueve en la izquierda iberoamericana sin el conocimiento, el beneplácito o la financiación de cierta entidad cántabra. 
   Si se han fijado, el verbo poder es el más ambiguo que existe en el diccionario. “Yo no puedo volar” puede significar que no tengo alas para volar, que me han retirado el permiso de vuelo, que estoy demasiado borracho para coger el avión de línea que ha de llevarme a un destino, que tengo mi avión averiado, que estoy en un aeropuerto cerrado al tráfico aéreo, etc. etc. Hacer del verbo “poder” el nombre de una formación política es toda una declaración de intenciones, de intenciones ambiguas. Fracturados como están por mil corrientes, nada mejor que hacer un lema de campaña al que pudiera dársele tantas vueltas como al cubo de Rubrik sin llegar nunca a resolverlo: “un país, contigo, podemos”. Sin duda es un ejemplo de la destreza sintáctica que menudea en nuestras universidades. En esas pancartas tan bien impresas, tan minuciosamente diseñadas para que parezcan las improvisadas sábanas de un vecino entusiasta, puede leerse, sin embargo, otra cosa: “un país, podemos, contigo”. También podría ser “un contigo, podemos, país” o “un podemos, país, contigo”, aunque todos sospechan que lo que realmente quieren decir es: “podemos contigo, país”.
   De todos modos, el mejor eslogan de esta campaña y, en mi opinión, de hace tres o cuatro elecciones es el de nuestro queridísssssssssssssimo y amadísssssssssssssimo Sr. presidente del gobierno, Don Tancredo. Han seguido la máxima del márketing de guerrilla que dice que una empresa dominante debe atacarse a sí misma continuamente. Dicho y hecho, “España, en serio”, puede leerse en las pancartas en las que se ve a un Mariano Rajoy que, de tanto hacer el Tancredo, ha aprendido a posar. “Estos sí que son serios y no los del gobierno, que son unos papanatas”, pretenden que piense el elector sin reparar en que estos que ahora se presentan tan serios son los que mataron un perro para impedir la propagación del ébola en España, los que estrangularon a la población para que los bancos no lo pasaran mal y los que quisieron convencernos a todos de que a Francia les habían ofrecido tropas para "Parí", no para Malí. “España, en serio”, resume lo que muchos españoles piensan de ellos y es que, en medio de una serie de crisis a cual más preocupante, se han dedicado al jolgorio y el cachondeo aunque, eso sí, ahora prometen ser serios de verdad. El caso es que el márketing de guerrilla funciona tan bien, o los electores están tan despistados al tener la desproporcionada cifra de cuatro opciones políticas entre las que elegir, que todas las encuestan aseguran que tendrán, la oportunidad de hacer algo serio. Miedo me dan.
   Por fin, quedan las formaciones que, cansadas de mirar a España, miran su precioso ombligo. Nada diferente viene haciendo el PSOE desde la primera vez que Felipe González perdió votos en unas elecciones. “Un futuro para la mayoría” es lo que dicen buscar estos herederos de Pablo Iglesias quien, de vivir hoy, se habría dejado coleta y estaría con sus rivales políticos. El PSOE sigue siendo un partido enorme, con una enorme masa de afiliados y una masa no menos enorme de cargos, ex-cargos y aspirantes a un cargo. De su futuro es del que habla el eslogan, los socialistas reclaman un futuro para la mayoría de esos que tan bien han estado viviendo hasta ahora a costa del erario público. Veremos qué ocurre si los resultados de estas elecciones los condenan a la pensión media que cobra un español.
   Dicen que Artur Mas podría darle un beso a tornillo a Mariano Rajoy la próxima vez que lo vea y es que ha tenido varias noches seguidas la pesadilla de que Albert Rivera ganaba las elecciones. Este buen muchacho y sus ciudadanos han logrado captar la atención del electorado más joven, colocarse muy cerca de la cabeza en las encuestas durante algún tiempo y, todavía mejor, ser catalogados como una partido de centro/centro-izquierda, cuando muchas de sus propuestas, territoriales, sobre violencia de género o sobre el aborto, por citar algunas, están realmente, más a la derecha que las propias del PP. “Vota con ilusión”, exigen, porque está claro que hay que vivir en una ilusión para votarles. 
   Pues, la verdad, si romper el bipartidismo era esto, tampoco es que hayamos avanzado tanto.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Un héroe americano en ciernes

   Como ya he dejado claro, soy un apasionado del fútbol americano, que es una especie de ajedrez viviente. No obstante suelo ver los partidos sin sonido. La mayor parte de comentarios en español no me aportan nada y los comentarios de la televisión norteamericana tampoco van mucho más allá. Es normal que, al comienzo de los partidos, aparezca una presentación de los jugadores, en la cual ellos mismos dicen su nombre y la universidad de la que proceden. Aunque frecuento también el mundo del fútbol americano universitario, dado el acento de la mayoría de los jugadores, me resulta difícil adivinar dónde demonios jugaron y si no fuera por el cartelito que les acompaña, tampoco reconocería sus nombres. El otro día, sin embargo, mientras preparaba el almuerzo, tenía puesto un partido con sonido. Me sorprendió lo que decía cierto jugador. No me era desconocido, es casi imposible ver un partido de los Pittsburgh Steelers sin fijarse en él. Primero por su estatura, segundo porque las cámaras lo toman reiteradamente como objetivo. Se llama Alejandro Villanueva, juega de Left Tackle y lo que me llamó la atención de él en la presentación es que pronunció su nombre tal y como yo lo hubiese hecho. Me picó la curiosidad y me puse a buscar información. Comprendí por qué pronuncia como lo hace, su padre es de El Puerto de Santamaría y su madre de Motril, ambos miden más de 1,80. Él nació a orillas del Mississippi porque su padre es oficial del ejército español adscrito a la OTAN. En El Puerto se aficionó por el rugby, deporte en el que destaca su hermano, Ignacio, segunda línea del Club de Rugby Cisneros y de la selección española. Pero en otro destino de su padre, en Bélgica, descubrió el fútbol americano. Con nacionalidad norteamericana, interesado por el este deporte y con la profesión de su padre, era lógico que su siguiente destino fuese West Point. Jugó en el equipo universitario del ejército haciendo un poco de todo, desde los equipos defensivos hasta el ataque. Varias franquicias de la NFL se fijaron en él, pero una regla de las academias militares es que todo jugador que pase por ellas tiene que cumplir dos años de servicio. Teniendo un contrato de la NFL a la vista y destacando en uno de los deportes nacionales, podría haber buscado algún género de apaño o, al menos un puesto en alguna oficina que le permitiese seguir estando cerca de un mundo en el que si desapareces un mes de los titulares es como si nunca hubieses existido. Pero nada de eso entraba en la mentalidad del personaje.
   Como teniente de infantería fue destinado un año en Afganistán. Una vez más, podía haber buscado un rincón seguro donde dejar pasar el tiempo. En lugar de ello, recibió la estrella de bronce por rescatar a compañeros heridos bajo el fuego enemigo. Volvería otras dos veces a Afganistán, licenciándose con el grado de capitán. Corría el año 2014, hacía cuatro años que nadie mencionaba su nombre y seguía con la ilusión de jugar en la NFL. Los Philadelphia Eagles decidieron darle una oportunidad pero, en un ejemplo del tipo de decisiones que se toman en esa franquicia, lo cortaron antes de comenzar la temporada. Pasaron pocos días antes de que recibiera una oferta de los Steelers. No provenía de sus ojeadores, el propio entrenador en jefe, Mike Toulmin, se había fijado en él. 
   Un LT es el jugador encargado, literalmente, de proteger las espaldas del quaterback, no es por tanto, una posición que se suela dejar a un jugador de primer año, pero la lesión del LT titular le abrió las puertas a Villanueva. Su juego no es perfecto. Comete errores, algunos de ellos garrafales, y tiene problemas de comunicación con sus compañeros. Eso sí, nunca comete dos errores consecutivos. Sus declaraciones muestran bien a las claras su procedencia. Rodeado de jovenzuelos que se sabían millonarios antes de que les creciera la barba y con un ego a la altura de su cuenta corriente, Villanueva habla de su necesidad de mejorar, de que tiene que ser más inteligente en el campo, de trabajo duro, de que admira a los jugadores que más tiempo se pasan practicando. Su equipo sabe que su potencial no tiene límites. Es un secreto a voces que le están preparando jugadas de ataque pues un jugador con sus 2,08 y sus 154 Kg es imparable por cualquiera de los defensas de la liga. Está creciendo partido a partido y sus fallos son cada vez más puntuales.
   Un jugador de línea ofensiva como él tiene por misión mantener apartados a los defensas del sitio en el que se decide la jugada. Por definición, son jugadores que quedan fuera de plano, además de que sus acciones no son fácilmente recogibles en las estadísticas del partido. Ningún niño mencionará a un jugador de línea ofensiva como el modelo que lo llevó a practicar este deporte. Lo mejor para ellos es pasar desapercibidos. No es el caso de Alejandro Villanueva. A la televisión norteamericana se le cae la baba con él, no dejan de enfocarlo cuando está en el campo, de repetir sus acciones, de marcarlo en la explicación de cada jugada. Es comprensible, la mayor parte del tiempo resulta espectacular ver cómo mantiene alejados a los jugadores rivales, pero no es sólo eso. Es un español que, en lugar de quedarse en El Puerto de Santamaría, con lo bien que se vive allí, se fue a luchar en los confines del imperio, volvió victorioso y condecorado, cumplió su sueño de ser profesional en el fútbol americano y, si las lesiones le respetan, podría acabar siendo una estrella del mismo. Es la viva imagen del sueño americano. A poco que se descuide, Clint Eastwood podría hacer una película sobre él. Con todo, hay algo que no encaja en este manido cliché y es que Villanueva ya ha declarado que prefiere Motril a New York.      

domingo, 6 de diciembre de 2015

Ni siquiera es serio

   “Atentados meticulosamente planificados” podía leerse en la prensa. Sin duda, para el nivel hasta el que puede llegar el intelecto de un terrorista, es un calificativo adecuado. El común de los mortales no podría decir tanto. A Abdelhamid Abaaoud, “cerebro” de los atentados de París y hombre de peso en la cúpula del Estado Islámico, se le atribuye, entre otras cosas, ser el instigador del ataque contra una iglesia en Villejuif el pasado 19 de abril. Probablemente pensó que estaría bien atacar la iglesia de una “Villa judía” llena de cristianos. Las cuatro ancianitas que, con seguridad, acudieron al servicio aquel día, se salvaron gracias a que el valeroso soldado de Alá se pegó un tiro en la pierna a sí mismo antes de entrar. Hasta qué punto llegaba lo que este cerebro era capaz de maquinar lo demuestran los ataques contra el Estadio de Saint Denis. Al parecer, el primer atacante debía inmolarse para provocar la evacuación del estadio, el segundo se haría explotar en medio de la gente que salía y el tercero, cuando hubiesen acudido los equipos de emergencia. Las neuronas de Abaaoud, chico criado delante del televisor y, para más inri, belga, tan críticas con occidente, su modo de vida y su hipocresía, ni siquiera llegaron para atisbar uno de los principios básicos de nuestro mundo imagen, a saber, que un gol vale más que cuarenta vidas humanas. El 29 de mayo de 1985, en el estadio de Heysel, precisamente en la Bruselas que tan bien conocía Abaaoud, 39 hinchas de la Juventus resultaron muertos y más de 600 heridos por una avalancha humana provocada por los hooligans del Liverpool. La muerte por aplastamiento contra las vallas del campo fueron retransmitidas en directo por televisión para dar paso, sin interrupción, a la ansiada final de Copa. ¿De verdad pensaba este genio del terror que un bombazo iba a lograr  lo que los hinchas ingleses no lograron? Su “meticulosa” preparación llevó a que tres heroicas lumbreras se suicidaran, uno tras otro, sin saber improvisar nada mejor, destrozando, eso sí, a una persona y unas cuantas barandas del enemigo.
   Con todo, lo más patético del terrorismo no es el rosario sin fin de acciones disparatas, ridículas o erradas por la propia incompetencia. Lo más patético es su pretensión de que una acción, un atentado, una intervención puntual, por más simbólica que sea, va a cambiar algo, algo importante, algo de modo permanente y, todavía más, algo que favorezca los intereses que el descerebrado de turno dice defender, como si los símbolos sirvieran para algo más que para parlotear. ¿Se han dado cuenta que ya solo yo escribo acerca de los atentados de París?
   Lo único que cambian los atentados son las vidas de sus víctimas, muertos, vivos y heridos, la vida de esas personas que se han quedado sin un ser querido, sin un conocido, la vida de esas personas que han perdido un ojo, un brazo, una pierna, un dedo o, simplemente, han recibido heridas que arrastrarán penosamente durante meses, años o toda su existencia. Para ellos sí que nada será igual, para ellos sí que todo ha cambiado para siempre y no para mejor. Y lo más divertido de todo es que su sufrimiento no significa nada, no representa nada para unos símbolos que seguirán ondeando tan impávidos como los detentadores del poder. No hay gobierno ni político que quiera de ellos algo más que una oportuna foto en la que la víctima, obviamente, no podrá hablar. No basta el destrozo que han sufrido en sus vidas, además, deben padecer en silencio, pues nada podría haber más devastador para asesinos y políticos que el que tuvieran palabras de perdón o reconciliación.
   Estoy siendo injusto. No se les puede pedir a nuestros políticos mucho más que posar monos en una foto. También ellos son patéticos cuando intentan cambiarlo todo, cambiarlo de golpe, con la intervención puntual e instantánea de una ley, de una declaración simbólica. Nuestro queridíssssssssssssssssssssimo y amadíssssssssssssssssssssimo Sr. Presidente del gobierno en funciones, Don Tancredo, lo ha dejado patente. Intentó chupar cámara a propósito de los atentados de París ofreciendo a nuestro ejército para sustituir al ejército francés en sus operaciones al sur del Sáhara, incluyendo Malí. ¿Es que no hay nadie en este gobierno en funciones que tenga unos mínimos de sensatez y cordura? ¿Acaso no hay nadie en este gabinete, ningún asesor, ningún becario, que tenga la más remota idea de dónde está Malí y qué está ocurriendo allí? ¿Es que nadie ha caído en la cuenta que un presidente de gobierno debe aparentar saber lo que dice? ¿Malí? Un país con un tamaño como toda Europa, en guerra, en el que un movimiento que se dice súbdito de Al-Qaeda se alió con los tuaregs, permanentemente en estado de sublevación, y llegó hasta las puertas mismas de la capital mientras el Estado se desmoronaba, un territorio que las tropas francesas han tenido que reconquistar a sangre y fuego y que, ni de lejos, puede decirse que esté controlado, ¿allí vamos a enviar nuestras tropas especializadas en misiones de paz? Apenas unas horas después, el asalto a un hotel, saldado con la carnicería habitual, hizo que a nuestros gobernantes se les comiera la lengua un gato y la ciudadanía ha asistido, abochornada, al lamentable espectáculo de que España se convierta en el primer país en ofrecer apoyo a Francia y el último en concretarlo, si es que algún día se llega a hacerlo. ¿Qué político español, de estos que lucen tan seguros de sí mismos en las pancartas, tendrá el coraje de ofrecerle a Francia la ayuda que, por historia y por justicia, tenemos el deber de ofrecerle?