domingo, 24 de mayo de 2015

La verdad del velo

   En el ámbito musulmán es habitual calificar a los países occidentales de hipócritas o de usar una doble moral. La acusación tiene, desde luego, buenos fundamentos. Los occidentales vamos dando lecciones de democracia por Africa y Asia, a la vez que pactamos con los dictadorzuelos de turno para que nuestras empresas hagan suculentos negocios. En España es habitual considerar la democracia marroquí una democracia de baja calidad, pero nadie acusará a la familia real saudí de ejercer una férrea tiranía feudal sobre sus ciudadanos, a pesar de que lo hace y no tiene intención de cambiar. La doblez occidental es aún más patente en el caso de la religión, tema en el cual, con frecuencia, prejuicios en defensa del cristianismo son presentados bajo la verborrea del (supuesto) carácter laico del Estado, cuando no de la defensa de derechos individuales irrenunciables. Comento todo esto porque Holanda acaba de subirse al carro de los países europeos que han prohibido “el velo” (en realidad, el niqab y el burka) en los edificios públicos. Hasta 405 € de  multa podrá recibir cualquier mujer que se obstine en usarlos. Es de esperar que progres, feministas y gentes de bien de toda laya aplaudan esta medida “liberadora” que satisface a las mentes (cristianas y) biempensantes. Si quieren, se lo digo de otro modo, es de esperar que hablen sobre este tema gente que no tiene ni la menor idea de lo que está defendiendo.
   Para empezar, que las mujeres su cubrieran la cabeza con un velo era costumbre en Oriente Próximo mucho antes de la llegada del Islam. Se trataba de un signo de distinción que solían usar las mujeres de alcurnia o quienes aspiraban a serlo. Por contra, las esclavas, no llevaban nunca velo, precisamente para demostrar su estado de sumisión. Asimilar el velo con una religión concreta o con el sometimiento de la mujer al varón es, por tanto, fruto del absoluto desconocimiento histórico, algo que resulta tan abundante entre los occidentales como entre los fieles defensores de la fe de Mahoma. Desde ese punto de vista, ni unos ni otros pueden entender el mensaje liberador que encierra el Corán. Si el Corán exige que la mujer lleve velo es porque reconoce la dignidad de toda mujer, independientemente de cuál sea la clase social a la que pertenezca. Toda mujer debe llevar velo porque toda mujer merece ser respetada. Como buena religión que es, el Islam no puede dejar de lanzar tabúes sexuales y el velamiento de la mujer tiene otro fundamento, a saber, que el cabello femenino emite reflejos que vuelven locos a los hombres. Pero también los brazos de los hombres emiten reflejos que vuelven locas a las mujeres, así que nada de cabellos al viento ni de mangas cortas. De este modo, cuando las leyes occidentales prohíben el velo de las mujeres pero no las mangas largas de los hombres en verano o las barbas descuidadas, está instaurando una clara discriminación por razones de sexo dado que los hombres pueden mostrar su adscripción religiosa, pero las mujeres no. 
   Por sí mismo, el Islam no es ni más ni menos machista que cualquier otra religión. Otra cosa son las diferentes culturas con las que se asimiló y el propio velo refleja mucho a este respecto. Entre el velo que cubre el cabello de la mujer y el burka existe la misma distancia y la misma gradación continua que hay entre las costas de Marruecos y la isla de Mindanao en Filipinas. El Islam, por mucho que los integristas se empeñen en lo contrario, no es monolítico ni tiene los mismos ritos ni el mismo significado en todas partes del mundo. Y si no me creen investiguen un poco acerca de las cofradías de Marruecos, los santones de la India o las conversiones que causaron furor en la población negra de los EEUU hace medio siglo. De hecho, el velo, su significado original y su significado adquirido fue motivo de debate en el pensamiento islámico desde un siglo antes de que los occidentales reparásemos en él hasta la llegada de la revolución islámica en Irán. El Imam Jomeini dejó claro que la mujer debía usar el velo con una argumento interesante: la necesidad de protegerla de la mirada lasciva del varón. Este discurso, el de la necesidad de proteger a la mujer del hombre, forma parte de una cierta línea argumentativa dentro del feminismo occidental y, de hecho, ha conducido a muchas feministas musulmanas a adoptar el velo y acusar a sus correligionarias occidentales de eurocéntricas.
   Tampoco el deseo de prohibir el velo nació como una reivindicación de la libertad femenina. Las primeras leyes proceden de los “jóvenes turcos”, el Sha Rezza Pahlevi y Sadam Husein. De hecho, la reciente ley holandesa es únicamente el intento por parte de un gobierno de centro-izquierda de robarle votos a Geert Wilders, el xenófobo líder político holandés que va camino de acabar ganando unas elecciones. Que Occidente, de la mano de sus más ilustres progresistas, corra a alinearse con semejantes elementos, debería habernos llevado hace tiempo a reflexionar un poco sobre el tema. Al menos los “jóvenes turcos” fueron coherentes, no sólo prohibieron el velo, también masacraron a los armenios, muy cristianos ellos. Nosotros ni siquiera podemos presumir de eso. Prohibimos el velo de las mujeres musulmanas, pero no de nuestras monjas, que podrán seguir entrando en los edificios públicos sin descubrir sus cabezas ni pagar multa alguna. Afirmamos que nuestras escuelas son laicas y no toleran símbolos religiosos, sin que nadie ponga pegas a que un/a alumno/a lleve una cruz, la medalla de una virgen o una estampita de un Cristo del tamaño de una calculadora. Consideramos que una mujer está siendo denigrada aunque se tape el cabello voluntariamente y, sin embargo, nos parece “sexy” que lleve un colgante con el conejito de Playboy o, todavía mejor, que se lo tatúe. Y, por si fuera poco, en medio de toda esta hipocresía, las víctimas inocentes: la ley antivelo de 2004 en Francia causó la expulsión del colegio de tres chicos sijes a los que su religión exige llevar el pelo recogido con un turbante, pese a que no tienen nada que ver con el Islam.

domingo, 17 de mayo de 2015

To can or not to can, that's the question

   Hace cuatro años, ciudadanos de diferentes países habían salido a la calle para mostrar su hartazgo con los líderes tradicionales. En España, los afectados por esa estafa monumental llamada “burbuja inmobiliaria”, decidieron que ya era hora de seguir el ejemplo y ocuparon plazas a lo largo de toda nuestra geografía. Los políticos, acostumbrados a robar y acudir después sonrientes al juzgado bajo la certeza de que nada grave les iba a ocurrir, tuvieron que afrontar escraches y protestas antes sus casas. “No nos representan” era el clamor popular mientras nuestro queridíssssssssssssssimo y amadísssssssssssssssssssssimo Sr. Presidente, Don Tancredo, declaraba que la indignación se solucionaba votando en las inminentes elecciones municipales. Es posible que esta frase alertara a algunos de esos grupos que tan generosa y silenciosamente contribuían a las campañas electoras de los partidos existentes hasta aquel momento. De aquella movilización popular podía surgir algo, algo que no controlaban y que haría inútil todo el dinero gastado y todos los parientes de políticos a los que habían enchufado. Era necesario, pues, movilizarse. Se necesitaba gente que no se hiciera ilusiones respecto a las bondades del sistema asambleario, gente que pudiera aparentar ser los portavoces del pueblo aunque hablara de otras cosas, gente que no se tomase en serio la peligrosísima idea de la democracia directa, en definitiva, gente que pasara por allí, pero que, por encima de todo, tuviera la misma repulsión que los políticos tradicionales a que se hiciera democracia en las calles. La verdad es que la búsqueda no era especialmente ardua. Hace décadas que los sindicatos de estudiantes de las universidades españolas son la cantera en la que se foguean futuros políticos, particularmente de izquierdas. Por otra parte, había grupúsculos voceando lo que ahora decía todo el mundo, particularmente en Cataluña. Por supuesto el problema era cómo lograr que el pueblo los “descubriera”, cómo hacerlos sobresalir por entre la marea de partidos y asociaciones a las que dio lugar el 15-M, muchas de ellas formadas por gente que estuvo allí. En realidad, el método estaba ya inventado. Lo había empleado la Casa Real para preparar la sucesión del heredero hacía unos años. Casualmente los españoles se acostumbraron al rostro de la futura reina, mucho antes de descubrir que lo era. Así fue como Pablo Iglesias, el otro Pablo Iglesias, acabó apareciendo en los programas de Jiménez de los Santos. Dice la historia oficial que el Sr. de los Santos quedó fascinado por la brillantez y frescura del otro Pablo Iglesias y decidió llevarlo a su programa. ¿Acaso no les suena a final feliz de cuentos de hadas? En realidad, al Sr. de los Santos lo embaucaron fácilmente haciéndole creer que participaba en una operación para erosionar el voto socialista.
   ¿Que Podemos ha recibido dinero de Venezuela? Sin duda, pero, ¿han visto la tranquilidad con que sus líderes afrontan semejante acusación? Saben que con el dinero que les dio Venezuela no tuvieron ni para costear la campaña de las elecciones europeas. La parte del león no viene de ahí. El dinero viene de los de siempre, de donde siempre, quizás no de todos los de siempre, pero sí de algunos de los de siempre. La amenaza de nacionalizar la banca fue casi simultánea de las declaraciones de la Sra. Botín en las que afirmaba que veía a Podemos como “una alternativa de gobierno”. ¿Nadie ha reparado en ello? Estamos hablando del Banco Santander, ¿recuerdan? el banco que ha estado tras el ascenso del Partido de los Trabajadores, el de la estrella roja, parido por teólogos de la liberación y trotskistas, ése al que Lula da Silva alejó de toda ideología (peligrosamente) marxista para concentrarlo “en la acción” (¿no les suena al vertiginoso tránsito desde la revolución bolivariana al centro-izquierda pasando por la socialdemocracia?) Casualmente ahora el banco Santander hace más dinero en Brasil que en España. Pero, insisto, no se trata únicamente de un banco y tampoco se trata de que haya dejado de darle dinero a quienes comparten con ellos tonalidad en el logotipo (igual que el otro partido la comparte con el BBVA) para dárselo a otros. Como siempre, se trata de diversificar para atenuar los riesgos. Que se lo digan a Abengoa, que en su consejo de dirección tiene consejeros delegados procedentes de todos los grupos políticos. ¿Han observado que este año, incluso los partidos políticos más residuales, parecen tener fondos de sobra para inundar cada ciudad de carteles? Y eso que dicen que los bancos ya no prestan dinero con la facilidad de antes.
   En cualquier caso, esta(s) operación(es) de marketing ha(n) triunfado. Quienes pagan pueden estar tranquilos, sus intereses estarán protegidos pase lo que pase. Los ciudadanos saben qué tienen que votar, tanto si quieren seguir con lo de antes como si quieren hacer la revolución. Porque eso sí que ha quedado claro, lo del 15-M fue una revolución, pues ha cumplido con el requisito básico de toda buena revolución: que alguien, ajeno a ella, se la apropie.

domingo, 10 de mayo de 2015

Responsable, el videojuego (y 3)

   Han afirmado, quienes la conocen, que la familia del preadolescente presunto asesino de un profesor, es una familia “normal”. Personalmente no me cabe la menor duda de que lo es. Es normal que las familias de este país consideren que no es misión suya educar a sus hijos, eso debe estar en manos de profesionales como los maestros y los profesores. Es normal que si su hijo es agredido por otro niño en un parque público, la familia de éste se ría en su cara de sus quejas, porque Ud. es un tontaina que no entiende que ésas son “cosas de niños”, que no merecen que un adulto intervenga para regañar al agresor. Es normal que los padres de un alumno que ha insultado a una profesora (porque nadie quiere darse cuenta de que, casualmente, suelen ser alumnos los que insultan a profesoras), es normal, digo, que los padres insten a la profesora a dialogar con su hijo porque, obviamente, hay un conflicto entre ellos que la profesora debe hacer cuanto esté en su mano por resolver. Es normal que las familias responsabilicen de todas las faltas de comportamiento y de la interminable ristra de suspensos de su hijo al tutor de su curso. Es normal que alumnos/as con ocho o diez asignaturas suspensas reciban como castigo en casa un móvil de última generación o una flamante moto, para que no se sientan discriminados con respecto a sus compañeros que han obtenido buenas notas. Casualmente también resulta normal encontrar padres que declaran a quienes quieran escucharles: “ya no sé qué hacer con mi hijo/a”. Es más, cada año aumenta el número de familias que acuden a los servicios sociales con la intención de dejar allí a su hijo o, mejor aún, jóvenes que abandonan el hogar familiar para irse a vivir con sus abuelos. En este contexto, también es normal que una familia no haya comunicado al centro escolar de su hijo el apoyo psicológico que estaba recibiendo y que se le hayan escapado los preparativos que estaba realizando para llevar a cabo una carnicería de proporciones mucho mayores de la que finalmente se produjo. Pretender ahora que ha habido “desatención” de dicha familia hacia el menor y amenazarla con retirarle la custodia legal, como se ha hecho, es pura hipocresía. 
   ¿Cómo se puede evitar que se repita esta situación en el futuro? La solución es muy simple y ya la han pedido los sindicatos de docentes: aumentar la dotación de orientadores y psicopedagogos en las aulas de secundaria. Esto también es muy curioso. Uno coge los informes que vienen de primaria de sus alumnos/as y ninguno tiene dificultades educativas, perfil problemático, ni problemas psicológicos. Todos han “progresado adecuadamente”, sin la menor necesidad de ayuda en ninguna asignatura y, líbrenos Dios, de repetir ningún curso. Directores de centros de primaria hay que afirman que “es imposible” detectar problemas de ningún género en el alumnado que se lleva ocho años en sus aulas. En Enseñanza Secundaria es diferente. Aquí, en seis años, hay que detectar los problemas y corregirlos, a la vez que se educa a los alumnos/as y se les imparte una enseñanza que ha de llevarlos a la universidad, a los ciclos formativos o al mercado laboral. 
   Aumentemos, pues, el número de orientadores y psicopedagogos, detectemos precozmente cuanto problema queramos detectar, anotémoslo en los informes correspondientes y rellenemos cuantos papelotes sean necesarios al efecto. ¿Y, después, qué? Después, seguiremos dando clase con la misma fingida normalidad de costumbre. Casos hay de alumnos/as con problemas psicológicos graves en los que la detección precoz sirvió para que el psiquiatra de turno enviara al centro educativo un escrito conminándolo a que, bajo ningún concepto, se sancionara al alumno/a fuese cual fuese su conducta. Ciertamente, el alumno/a podía pasarse horas repitiendo en voz alta una palabra, de connotación más o menos sexual, mientras el/la profesor/a trataba de explicarle a él y a sus treinta y cuatro compañeros algún tema. Sus compañeros y profesores terminaban el día medio tarumbas, sin haber sido capaces de recibir/impartir una asignatura de modo decente. Eso sí, la eminencia psiquiátrica correspondiente dormía a pierna suelta cada noche pensando que su paciente se hallaba felizmente integrado en un centro educativo gracia a él.
   El caso es que, en medio del panorama que acabo de describir, todos sabemos, en el fondo, que alguien tiene que ser responsable. Aunque yo, como profesor, no puedo ser responsable, aunque los alumnos/as no son responsables, aunque las familias no son responsables de la educación de sus hijos, aunque los políticos no son responsables de las leyes que hay ni de su funcionamiento, aunque, como ya hemos dicho, en realidad, nadie es responsable de nada, a todos nos queda una cierta inquietud de que sí, de que alguien debe haber que se responsabilice de esta locura. Siempre que hay una inquietud, hay quien se gana la vida apaciguándola, lo que habitualmente se conoce como un “experto”. Y, en efecto, ya hay “expertos” que han acudido en nuestra salvación: el responsable de cuatro asesinatos en grado de tentativa y uno consumado son los videojuegos, esos videojuegos violentos a los que todos hemos jugado sin que se nos haya pasado por la cabeza cometer un asesinato. Claro que nadie que tenga cierta tendencia a usar su intelecto podrá quedarse satisfecho con esta respuesta porque, ¿quién compra a los niños videojuegos no indicados para su edad? ¿quién autoriza la comercialización libre de esos videojuegos? ¿por qué se fabrican videojuegos en los que hay que triturar un proxeneta con una segadora? 
   ¿Resultará, al fin, que sí hay responsables, que no es tan difícil identificarlos, que no se quedan en el agente último de la acción (aunque tampoco engloban a todos) y que éstos, los responsables, podrían haber actuado de otra manera si se les hubiese dado, o si se hubiesen molestado en buscar, una oportunidad para hacerlo? ¿Resultará que este crimen no es algo “único” ni “excepcional”, sino un síntoma más de todo lo que en este país anda mal?

sábado, 2 de mayo de 2015

Responsable, el videojuego (2)

   Muchísimo más interesante que la majadería del “brote psicótico”, explicación del asesinato de un profesor por un alumno al que ni siquiera impartía clases, me parecen las declaraciones del consejero de Salud de la Generalitat, el muy honorable Sr. Boi Ruiz. Esta eminencia gris ha dicho lo siguiente: “hay una víctima que no podemos salvar. Pero hay una segunda víctima que la sociedad tendría que poder recuperar” (El País, 22 de abril de 2015). Me encanta esta afirmación por varios motivos. En primer lugar, porque hay una legión de estómagos agradecidos en el mundo de la filosofía, entre los cuales merecen mención destacada Harry G. Frankfurt y Daniel Dennett, que no paran de repetir que el determinismo es perfectamente compatible con la responsabilidad moral. Más allá de bizantinas discusiones acerca de cuántos significados tiene el verbo “poder”, semejante falacia viene sirviendo de apoyo a las draconianas medidas sociales auspiciadas por el Tea Party, porque la conclusión que se extrae de ella es muy simple. Si un niño de las 3000 viviendas cruza la Avenida de la Paz, entra en el hipermercado Alcampo, se pone unas botas de motorista, una chaqueta de motorista, unos guantes de motorista, un casco de motorista e intenta salir del centro comercial sin pagar nada, de acuerdo con Frankfurt y Dennett, él y únicamente él, es el responsable de sus actos. Por tanto, habrá de ser aplastado por la ley con tolerancia cero. En España, que nos las damos de mucho más “progres” y nadie quiere ser calificado de “facha”, estas mismas ideas se están utilizando para apoyar un tópico contrario, aunque no menos corrosivo, el tópico tan hábilmente expuesto por el brillantísimo Sr. Ruiz. Si, de acuerdo con la norma establecida en el mundo de la filosofía actual, hay que elegir entre una opción u otra (pero sin cuestionar los principios de los cuales se parte, porque eso denota pertenencia al grupo de filósofos que no salen en la foto de la Academia), yo, personalmente, que tampoco quisiera ser tachado de facha, prefiero resguardarme a la sombra de la mente prodigiosa del Sr. Ruiz. Lo que ocurre es que, hasta hace muy poco, uno no podía decir estas cosas en voz alta sin que le acusaran de apología del terrorismo, porque, justamente éste, era el argumento de los pro-etarras: los que colocan bombas y los que mueren como resultado de su explosión son víctimas, por igual, de “El Conflicto”. Ahora que, según ha demostrado el Sr. Ruiz, ya se puede decir esto con toda naturalidad, yo afirmo que sí, que este pobre chico catalán (como aquellos pobres chicos vascos) es una víctima, exactamente igual que el interino al que mató. Ambos merecen, como los etarras, un homenaje. Es más, yo estoy por ampliar esta afirmación y decir que Rodrigo Rato, pues también él es una víctima. Una víctima de la sociedad, de su familia y, todavía mejor, del FMI, como todo el mundo. ¿Y Urdangarín? ¿qué me dicen de Urdangarín? Pues una víctima también, de la sociedad, de la familia y de esa otra institución anacrónica que es la corona. ¿Para qué hablar de su esposa, esa pobre Infanta, esa desvalida duquesa, que firmaba papeles sin leerlos porque ella no era ni siquiera maestra como José Antonio Viera, el inocente consejero andaluz que firmaba papeles sin entenderlos? De hecho, todos los asesinos, los violadores, los traficantes de droga, son inocentes víctimas que deben ser excarceladas cuanto antes. Pero, no seamos injustos, extendamos este principio más allá de nuestras fronteras, ¿acaso no fueron los pobres nazis tan víctimas de los campos de concentración como los judíos?
   Claro, si los asesinos son la consecuencia inevitable de la sociedad, los genes o cualquier otro factor no especificado, como sostienen desde hogares alejados de los guetos, Frankfurt y Dennett, toda la sociedad, es decir, todos, somos culpables. Y si todos somos culpables, la búsqueda de responsabilidades resulta trivial o superflua. Es trivial si, con Frankfurt, Dennett y el Tea Party, se afirma que únicamente al agente inmediato de la acción delictiva se le puede adjudicar responsabilidad. Es superflua si uno se pasa al campo de la progresía, pues entonces, nadie puede catalogado de verdadero responsable de una acción. Tal es el caso de España, aquí nadie es responsable de nada, empezando por las élites del país. Ningún ministro, ningún consejero, ningún político, es responsable de nada que pueda ocurrir. Sus cargos, como a los demás la edad, los eximen de cualquier responsabilidad que merezca la pena llamarse tal.
   Por otra parte, rescatar a esta pobre víctima que es el presunto asesino de 13 años, va a implicar, como no puede ser de otra manera, todo un esfuerzo por parte de psiquiatras, médicos y políticos, además de las autoridades jurídicas y educativas. Si lo quieren se lo explico de otra manera, este joven, este caso único, nos va a costar a Ud. y a mí una pasta, básicamente en dietas para las sucesivas reuniones de los comités correspondientes. Y esto es curioso. La detección de superdotados en el medio educativo resulta casi gratuita. Se trata de poco más que de un test que cuesta el dinero de las fotocopias. Una vez detectados, todo lo que se les ofrece es pasar a un curso superior, porque no pueden subir más que un curso. No hay una ayuda posterior por parte de alguna instancia educativa para atender su capacidad de aprendizaje, no hay centros en los cuales pueda sacarse provecho de todo lo que pueden llegar a rendir, no hay nada en el sistema educativo español para ellos, salvo el aburrimiento. Cuanto de especial tiene su condición ha de ser solventado por el profesor de turno que tendrá que realizar un seguimiento especial de ellos... exactamente igual al seguimiento que realiza del resto de los 120 ó 150 alumnos/as que tiene, lo contrario sería discriminatorio. Resumiendo, la administración no se gasta en los alumnos sobredotados ni un euro.
   Que varios millares de alumnos/as sobredotados no merezcan ni la más mínima inversión por parte del Estado y que un único caso de asesino precoz vaya a suponer una inversión para nada baladí hablando en los términos del gasto medio por alumno en este país, sólo tiene una explicación compatible con los hechos. Y es que, los/as alumnos/as sobredotados deben ser detectados porque su integración en el sistema es cuestionable y, por tanto, hay que tener nombres y apellidos de quiénes son y por donde se mueven, hay que asegurarse de que se aburran de una vez y dejen de estar por encima de la media. Sin embargo, en los asesinos precoces sí que hay que invertir, porque de ellos sí que se espera su futura integración en un sistema que, con toda seguridad, les hallará un puesto adecuado a sus capacidades.

domingo, 26 de abril de 2015

Responsable, el videojuego (1)

   Hace unos años, tuve un viaje a París esclarecedor. En la atracción It’s a small world de Eurodisney, una pareja europea iba precedida en las barquitas por una familia que, por el acento de su inglés y por su altura, sólo podía ser norteamericana. El primogénito de dicha familia dedicó buena parte del paseillo por el mundo de las marionetas a golpear el agua cada vez que sus padres no miraban, salpicando a la pareja europea. Llegó el punto en el que la chica, en su idioma, le soltó una reprimenda al niño que éste entendió perfectamente por más que sólo hablase inglés. El padre, sin preguntar a nadie qué había pasado, le soltó al niño una sonora colleja con su inmensa mano. Naturalmente al niño no se le ocurrió volver a sacar los pies del tiesto, es decir, las manos de la barcaza, en lo que quedaba de atracción. 
   De regreso, en el aeropuerto Charles De Gaulle, había una zona infantil, con columpios y cosas así que podía contemplar perfectamente desde la sala de espera en la que me hallaba. Por azar, observé cómo un señor de la mediana edad se acercaba hasta un niño, presuntamente su hijo, para pedirle que dejara su lugar en un cachivache a otro niño más pequeño que aguardaba desde hacía un rato para subirse en él. La tierna criatura, de unos siete años, lo hizo, pero, a cambio, la emprendió a puntapiés y gritos contra su progenitor. Se tiró al suelo lanzando berridos y machacó a patadas las espinillas de su padre cada vez que éste intentó acercársele. “¡Mátame, mátame!”, gritaba en un español como sólo es capaz de hablarlo alguien nacido aquí. Estaba a punto de levantarme para decirle, “no se preocupe caballero, ya lo mato yo”, cuando observé a una señora que corría hacia el niño. “La bofetada se va a oír desde España”, pensé. Pues no, la madre abrazó al niño como si lo acabaran de sacar de un edificio en llamas, se lo comió a besos y le susurró palabras conciliadoras al oído mientras el niño seguía lanzando todo tipo de improperios a voz en grito contra su padre. Fue una de las muchas veces en que viví con desgana mi regreso a este país.
   Esta semana, uno de estos niños criados bajo el paraguas de la nueva pedagogía, ésa que afirma que todo es relativo y que, por tanto, con los hijos hay que negociarlo todo y no decirles “no” nunca, se presentó con una hora de retraso en su instituto. Dado que un instituto es como una taberna y uno puede llegar a la hora que le dé la gana, accedió a su aula, atacó a su profesora con una ballesta y trató de apuñalarla. Por supuesto, no fue capaz, pero sí que acertó a darle una cuchillada mortal a otro profesor que se acercó al aula para ver qué sucedía. Tras atacar a otro par de alumnos/as y a otra docente, un profesor pudo entretenerlo en los servicios mientras el joven intentaba manipular el material que llevaba para confeccionar un cóctel molotov, cosa que, obviamente, tampoco consiguió hacer. El profesor en cuestión se cuidó muy mucho de ponerle la mano encima, de haberle causado un arañazo se hubiese jugado su futuro profesional. La reacción que este acontecimiento ha originado en la sociedad desvela casi todo acerca de lo que está sucediendo en España.
   Para empezar, las consecuencias penales. Penalmente este suceso no tiene ni va a tener consecuencia alguna. Los menores de 13 años y los mayores de 75 no son imputables según la justicia española. De hecho, la policía ni siquiera pudo detener al joven, no lo permite la ley. Con independencia de que para nada creo en las virtudes de la cárcel, es bastante significativo que tal y como está escrita la ley en este país queda claro que la responsabilidad no es algo típico y característico de los seres humanos que puedan considerarse libres. Se trata, únicamente, de un accidente de la edad, que entra en vigor plenamente cuando uno cumple 18 años y que finaliza con la esperanza media de vida, como la obligación de renovar el carnet, el permiso de armas o cualquier otro trámite legal. La responsabilidad es una imposición social de la que uno puede y debe intentar escapar, de modo semejante a las multas de tráfico, porque, por naturaleza, el ser humano, como las bestias, es irresponsable.
   En segundo lugar tenemos la respuesta oficial. Oficialmente, se trata de “un caso aislado”, es decir, de algo estadísticamente irrelevante, o, dicho de otro modo, carente de consecuencias electorales, que es lo único que importa. La señora Irene Rigau, consejera de educación en el gobierno de ese Moisés que va a conducir al pueblo catalán a la libertad, lo ha explicado muy bien, se trata de “un brote psicótico”, algo imprevisible e indetectable. Cuando digo que “lo ha explicado muy bien”, me refiero a que ha explicado muy bien hasta qué punto llega la capacidad intelectual de los políticos de este país (incluyendo en “este país” también a los del futuro país vecino). Alguno de sus asesores, porque no creo que ella sea capaz de hacerlo, debería haberse molestado en buscar en un diccionario lo que significa “brote psicótico”. Agenciarse una ballesta, un puñal y elementos para fabricar un cóctel molotov, no son cosas, desde luego, compatibles con un “brote”. Y, por supuesto, un “brote psicótico” no es algo que aparezca así, de pronto, como una erupción cutánea. En fin, tampoco quiero poner mucho énfasis sobre esto, parecería como si estuviese pidiendo que un consejero de cualquier comunidad autónoma tenga idea de lo que está saliendo por su boquita. Como veremos en la próxima entrada, hay que ser realistas, los políticos españoles no dan para tanto.

domingo, 19 de abril de 2015

Ignominia

   Perder Cuba, Filipinas y todos los signos que quedaban del imperio español tuvo un significado añadido que no se suele estudiar en los libros de historia y es que los imperios son los únicos que anteponen los intereses de sus ciudadanos a los de cualquier otro gobierno. Los papeles de Wikileaks dejaron muy claro que sucesivos gobiernos españoles, entre ellos alguno de estos a los que se les llena la boca con la palabra “España”, habían aconsejado reiteradamente al gobierno de los EEUU cómo actuar para salir airosos de sus pleitos con ciudadanos, organizaciones y empresas españolas. Tapado por el manto de las corrupciones y corruptelas cotidianas, que cada vez es más grueso, hemos vivido esta semana otra ignominia de la misma naturaleza. Pero ya no en la oscuridad de lujosos despachos enmoquetados en los que se dirimen la vida, la muerte y el sufrimiento de los ciudadanos de a pie, sino ante la luz y los taquígrafos del Congreso de los Diputados.
   El pasado 18 de enero un avión no tripulado del ejército israelí atacó un convoy en la parte de los altos del Golán que quedó en manos sirias tras la Guerra de los Seis Días. Como ya he dicho, los servicios secretos israelíes están atenazados ante la duda de con quién les puede ir mejor, si con un enemigo tan cómodo como la familia al-Asad o con una oposición decididamente escorada hacia el radicalismo islámico ante la falta de apoyo de Occidente. Únicamente esa duda es la que los ha mantenido alejados de intervenir directamente en la guerra civil siria, como ya lo hicieron en la del Líbano. El bombardeo sólo podía obedecer, pues, a causas mayores y las había. En el convoy viajaban altos mandos de Hezbolá, que, para quienes no lo sepan, está actuando como fuerza de choque del ejército sirio. También falleció en el ataque Mohamad Alí Allahdadí general de la Guardia Revolucionaria iraní encargado de apoyar las acciones de la milicia libanesa en Siria. Pero el principal objetivo del mismo era Abu Alí Tabatabai oscuro personaje (el “Abu” suele indicar que lo que viene después es un apodo), encargado de formar y entrenar las unidades de ataque de la milicia libanesa y del que ni siquiera se sabe con seguridad si ha muerto.
   Rápidamente Hezbolá anunció venganza y la nueva vuelta de la infernal noria que azota la región desde hace un siglo se produjo diez días después, cuando un comando atacó con misiles un convoy del ejército israelí en la frontera con Líbano, matando a dos soldados e hiriendo otros cuatro. Inmediatamente, las baterías israelíes respondieron barriendo una amplia zona al otro lado de la frontera. En ese bombardeo, un proyectil de 155 mm impactó en la torre de observación del cuartel de los Cascos Azules matando al cabo español Francisco Javier Soria.
   Este martes, el ministro de Defensa informaba al Congreso que el cabo Soria había muerto como consecuencia de una serie de “errores” o “imprudencias” del ejército israelí, que habían tenido un resultado desafortunado, del cual el gobierno de Israel asumía su responsabilidad. Curiosamente, el Sr. ministro, D. Pedro Morenés, utilizaba como apoyo de sus palabras el informe “hispano”-israelí sobre el incidente, elaborado por el ejército israelí bajo observación de dos oficiales españoles que no han tenido ni voz ni voto en su redacción. No ha habido ninguna referencia al informe elaborado por el propio ejército español ni al informe elaborado por la ONU. Según este informe “hispano”-israelí, la culpa de todo la han tenido los operarios de la batería que, sin instrucciones al respecto por parte de sus mandos, abrieron fuego en el límite mismo de alcance de sus cañones, obviando la influencia del viento y careciendo de observadores que corrigieran el tiro. A la luz de tales consideraciones cabe concluir que Israel confía su frontera más peligrosa a una banda de aficionados, carentes de estructura de mando y que juega al tiro al blanco con baterías de 155 mm, cosas todas ellas que alguien ignorante de las realidades geopolíticas de este mundo, como parece ser el Sr. Morenés, sin duda podrá creerse, pero nadie más.
   Para empezar, es de dominio público que Israel monitoriza todo cuanto ocurre en los países vecinos mediante sofisticados sistemas de radares, satélites y drones, de tal manera que sólo una milicia tan entrenada y preparada como Hezbolá, puede permitirse el lujo de apuntarse alguna que otra acción exitosa contra sus fronteras. Por otra parte, la carencia de corrección en el tiro viene contradicha por el propio testimonio de los compañeros del cabo Soria, que han contado a la ONU, a los encargados de hacer el informe del ejército español y a la prensa, que el bombardeo comenzó algo más lejos de la base para ir acercándose progresivamente a ella. Que una acción de semejante tipo sea llevada a cabo sin conocimiento o supervisión de los mandos de la batería, los mandos de la unidad e, incluso, del ejército y del gobierno israelí es poco menos que un disparate. Todos ellos son directamente responsables de lo ocurrido, bien por omisión, como quieren hacernos creer, o bien por haber dado instrucciones directas, como es seguro que sucedió. El ejército israelí quiso acabar de forma inmediata con los autores del atentado, bombardeando cualquier ruta de escape o cualquier zona donde pudieran buscar refugio, como los alrededores de la base de los Cascos Azules. Para ser eficaz, los proyectiles debían caer al pie mismo de los muros de dicha base. El riesgo de provocar una carnicería entre las fuerzas de la ONU, la posibilidad de que un obús perdido pudiera impactar en la base y matar a un puñado de Cascos Azules, les preocupó lo mismo que al gobierno israelí le ha preocupado siempre la vida de inocentes que se interponen en sus planes: nada. Para el gobierno de Israel no hay inocentes, personas preocupadas por la verdad u observadores independientes, hay palmeros que jalean todas su acciones y enemigos. En esto no se diferencia de ningún otro gobierno del mundo. En lo que se diferencia es en que el modo habitual que tiene de neutralizar a sus enemigos no es la ley y la justicia, como se hace en los gobiernos democráticos de Occidente, sino la aniquilación física, como es norma entre los déspotas de Oriente. Y este gobierno nuestro, este gobierno dispuesto a rasgarse las vestiduras por España, este gobierno que amenazó a Argentina con graves consecuencias futuras cuando nacionalizaron YPF, propiedad de Repsol, no ha tenido el menor empacho en buscar el compadreo con los que han matado a un cabo español que, obviamente, no podía contribuir a las próximas campañas electorales del partido en el gobierno del modo en que los amigotes de la compañía petrolífera y el gobierno de Israel seguramente harán.

domingo, 12 de abril de 2015

Modelos de pensamiento (y 2)

   Dijimos en la entrada anterior que Kant consagró a Hume como un crítico de la noción de causalidad. Crítico, por lo demás, acertado, exitoso y poco menos que defensor de planteamientos inexpugnables. Sin embargo, en la época de publicación de la Crítica de la razón pura, Kant no tenía soltura con el inglés como para haber leído a Hume y no circulaban traducciones al alemán de sus Investigaciones. El “Hume” de Kant no es otro que J. H. Tetens, divulgador del empirismo en el ámbito germánico y fuertemente influido también por... ¡Kant!
   En realidad, Hume no criticó la idea de causalidad, en absoluto está diciendo que sea algo inadecuado o inapropiado. Las invectivas de Hume se dirigen contra la idea de conexión necesaria, idea cuya única justificación está en la costumbre. Desde luego, Hume tiene toda la razón del mundo, la aparición de la causa no conlleva necesariamente la aparición del efecto. En la mayoría de los casos, lo único que hace la causa es aumentar la probabilidad de la presencia del efecto. Entender la relación causal como una cuestión probabilística desafía la tradición filosófica en su práctica totalidad, por más que Judea Pearl, entre otros, haya demostrado lo exitosa que puede llegar a ser tal empresa. Aún más, si nos atenemos rigurosamente a lo que dice Hume, la única conclusión posible no es que la causalidad sea una categoría a priori como pretende Kant. La única conclusión que puede sacarse es que no hay lugar para la causalidad en un mundo estrictamente mecánico. Lo cual, una vez más, es contrario a lo que ha solido entenderse por “causalidad” en filosofía y ciencia. En un pasaje muy gracioso de las Investigaciones (primera investigación, sección 4), Hume afirma que ni siquiera el estudio pormenorizado de las causas últimas de la naturaleza nos permitirá entender en qué consiste la causalidad y enumera las que son, “probablemente” estas cuatro causas: la elasticidad, la gravedad, la cohesión y el impacto. Así pues, en un mundo regido por estos cuatro principios, no hay lugar para la causalidad. Una vez más, la conclusión de Hume (y no la de Locke, ni la de Kant) es absolutamente correcta. Lo que ocurre es que el mundo no está regido por estos cuatro principios.
   Sobre una mesa de billar no hay ni una sola interacción mecánica, ni un solo “impacto”. No lo hay en todo el universo. Nuestra experiencia, nuestros sentidos, nos engañan, los cuerpos no se tocan. Lo que llamamos “impacto”, “interacción”, “mecanismo”, es producto de la repulsión entre los electrones que configuran la materia de un cuerpo y los electrones del otro. Curiosamente ahora todo parece encajar porque en mecánica cuántica los electrones no tienen una posición definida como las bolas de billar, sino que vienen descritos por una función de onda que establece la probabilidad de hallarlos en un lugar u otro. Pero la cosa no es tan fácil, la probabilidad de la que habla Pearl es una probabilidad, bayesiana, subjetiva, y la probabilidad de la que habla la mecánica cuántica es una probabilidad objetiva. Conozco un buen puñado de intentos por hallar modelos causales de esta probabilidad mecanocuántica, ninguno de los cuales conduce a nada que me parezca medianamente interesante. Lo que no conozco son intentos de entender toda la causalidad en términos de probabilidad objetiva. Y es una pena, porque serviría para explicar un par de cosillas. A lo mejor podría hablarse de "onda causal", en lugar de la inexistente "causa determinante", constituida por una pluralidad de pulsos causales cada uno con su correspondiente probabilidad. En semejante modelo no todas las causas tienen que preceder temporalmente ni ser próximas espacialmente al efecto. No sé por qué se me vienen a la cabeza las olas del mar, a las que Leibniz ponía como ejemplos de las percepciones confusas que, entre otras cosas, constituían la materia. Pero estoy divagando. El caso es, como decía, que los “choques” son producto del electromagnetismo y, en este sentido, el principio explicativo de cómo el movimiento de una bola causa el movimiento de la otra no es nada diferente del principio explicativo de este juguetito que tengo sobre mi escritorio:


   La conclusión que podemos extraer es, ciertamente, curiosa, tantos siglos de escribir acerca de causas y efectos y es sólo ahora cuando estamos empezando a entender qué se ha querido decir al hablar de causalidad. Eso sí, si pretendemos acabar por comprenderla plenamente tendremos que abandonar para siempre las mesas de billar.