domingo, 2 de junio de 2013

Furgo

Mientras se celebran manifestaciones contra las políticas neoliberales de recortes en toda Europa, la atención de los españoles está centrada en algo muchísimo más importante: la última jornada de la liga profesional de furgo (o, como dicen los cursis, fútbol). El furgo es apasionante. Si Ud. observa un partido cualquiera, especialmente esos que los comentaristas califican de “intenso”, comprobará que el balón no suele estar en movimiento más de cuarenta minutos. De esos cuarenta minutos, aproximadamente veinte, el movimiento del balón consiste en que los defensas se lo pasan de uno a otro o bien se lo envían al portero, con lo que el “apasionante” juego real se reduce al 22% del tiempo total. A ello hay que añadir que en ese mísero 22% ni de lejos suelen intervenir la totalidad de jugadores. En esencia ocho o diez de los jugadores de ambos equipos están verdaderamente implicados, el resto mira. Curiosamente, en cuanto es necesaria una prórroga o, simplemente, conforme avanza la temporada, los jugadores sufren de calambres, punzadas en el costado y demás males que cualquiera de nosotros sufriría en condiciones parecidas. Al cabo de 38 jornadas de una liga regular, más, digamos, otras 38 de competiciones paralelas, no hay un solo jugador de una plantilla profesional que haya jugado todos los partidos. “Es imposible”, coinciden todos los entrenadores, “las rotaciones son imprescindibles”. Imprescindibles lo son, desde luego, en la NBA, en la que la temporada regular consta 82 partidos, playoff aparte. Allí, el que se queda mirando en más de dos jugadas se va al banquillo ipso facto, no hablemos ya del que “tiene una punzadita” o muestra cansancio.
¿Qué lesiones pueden apartar a un jugador de un partido? Hay muchas, por ejemplo, una “microrrotura fibrilar”, una contusión o el famoso “pinchazo” en el isquiotibial. Recuerdo haber visto un partido de los Leicester Tigers de la Aviva Premierschip de rugby en el que dos de sus jugadores chocaron fortuitamente. Uno se hizo una brecha terrible en la cabeza por la que sangraba abundantemente. Naturalmente, siguió jugando. El otro se quedó tumbado en el césped. No se movía. Al cabo de unos minutos las asistencias lograron reanimarlo. Tuvieron que sacarlo a empujones del campo. A pesar de estar completamente desorientado, quería seguir jugando para no dejar en la estacada a sus compañeros. Insisto, era un partido más de la liga, nada trascendental. De todos modos, es injusto comparar al furgo con el rugby. El rugby es un deporte (para muestra un botón). El furgo es... furgo.
Es común ver jugadores en la temporada regular del fútbol americano, que compiten con el brazo partido y los tobillos vendados a la bota. Parte del entrenamiento que ellos desarrollan va destinado a evitar las lesiones, lo cual les permite realizar acrobacias y recibir golpes verdaderamente espectaculares. También es injusto comparar al fútbol americano con el furgo. Al furgo juega cualquiera que tenga un grupo de amigotes con el que hacerlo. Al fútbol americano sólo juegan hombres de hierro.
¿A qué dedican sus entrenamientos los jugadores de furgo? En realidad, más que entrenar, los jugadores de furgo ensayan. Puede comprobarse en cualquier partido. Un lance conduce  a que uno de los jugadores acabe en el suelo en medio de un grito que le sale del alma. Se retuerce de dolor hasta que se acerca el fisioterapeuta. Vierte sobre la pierna del jugador un líquido prodigioso y, en unos segundos, éste se levanta pletórico de facultades y sin rastro de lesión. ¿Por qué no venden ese producto milagroso en las farmacias? ¿por qué no lo emplean en los hospitales? ¿acaso es todo una burda patraña? ¿son los futbolistas unos mentirosos patológicos? En tal caso ¿por qué  les creemos cuando afirman que sienten los colores del club, que jamás se han dopado, que no saben nada de amaños de partidos? Ahora bien, los fisioterapeutas participan también en el engaño, ¿por qué debemos creerles cuando nos aseguran que no proporcionan a los jugadores ningún producto ilegal? ¿Qué cabe decir de los entrenadores, de los directivos, que fichan, protegen y defienden a semejante caterva de embusteros? ¿Hay algo relacionado con el furgo que no sea truco, engaño o mentira?
La práctica totalidad de las grandes ligas europeas han sufrido escándalos de partidos amañados, Inglaterra, Francia, Alemania... En Italia, una mafia con epicentro en la Juve lo controlaba todo, jugadores, representantes, árbitros, calendario, fichajes, resultados, clasificaciones... España es un caso único. Jamás ha habido una sentencia por amaño de partidos. Al final de cada temporada surge el habitual rumor acerca de cierto maletín que va y viene hasta que se inician los torneos de verano y después ya nadie se acuerda. Básicamente, este carácter excepcional de nuestro país, sólo tiene dos explicaciones posibles. La primera es que vivimos en una nación conocida mundialmente por su honradez y honestidad, que desconoce el significado del término “chanchullo”. La segunda es que la extensión del sistema de amaños español y el nivel de los cargos implicados en él es muchísimo mayor que en Italia. Quédese con la que le parezca más plausible.
Pero, claro, se me dirá, el furgo genera mucho dinero y hay que proteger eso. Cierto, el furgo genera mucho dinero, lo que ya no tengo tan claro es para quién. Según un estudio reciente sólo cuatro clubes españoles son económicamente viables. El resto, de ser empresas, estarían ya cerradas por quiebra técnica. Tras el rescate bancario, más pronto que tarde, tendremos un rescate futbolístico. Aflorará el agujero que ahí existe y lo taparán echando paladas de dinero público. Dinero que habrá que sacar de alguna parte. Tal vez cierren otro hospital, tal vez prescindan de otro centenar de profesores o, casi con toda probabilidad, ambas cosas. Es lógico, entre una sistema sanitario y educativo de calidad y un mal partido de furgo la elección casi  no tiene color.

domingo, 26 de mayo de 2013

Sexo, mentiras y aborto (y 2)


Nadie sabe más de música celestial que los encargados de administrar los bienes de la otra vida. La cejijunta interpelación de: “¿para qué me voy a poner un preservativo si tú puedes abortar?”, es lo que subyace a la posición de la iglesia católica y sus violentos monaguillos. El eslogan “la vida humana comienza con la fecundación” es tan disparatado que ni quienes lo vociferan se lo creen. Si de verdad se lo creyeran, emplearían la mitad del dinero que dedican a sus campañas de prensa en otra lucha que no debiera ser menos importante para ellos, exigir el humano entierro de todas los cuerpos que tuvieron humana vida, esto es, óvulos fecundados y fetos expulsados del cuerpo de su madre por abortos espontáneos. De hecho, si la iglesia católica creyese de verdad en lo que grita, habría de tener pilas bautismales en el interior de los paritorios. Su praxis, sin embargo, es mucho más acorde con la tradición, el sentido común y las ideas de algunos de sus filósofos más admirados. A este respecto hay que recordar que, para San Agustín, no se puede llamar homicidio el aborto de un feto menor de 40 ó 45 días y que en esta línea de pensamiento fue seguido nada menos que por San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, entre otros. Aunque todos ellos iniciaban, a partir de aquí, una larga disquisición que concluía en la condena del aborto (no vaya a ser que pudiéramos disfrutar del sexo sin castigo), ninguno fue tan tonto como para sostener la idea de que la humanidad comienza con la fecundación. Idea, por cierto, que sólo se convirtió en doctrina de la iglesia bien entrado el siglo XX. 
¿Por qué entonces defiende la iglesia ideas que van contra sus prácticas habituales y contra los fundadores de su doctrina? La intención de nuestros curitas es demoníacamente retorcida. Saben que prohibiendo el aborto le “cortarán el rollo” a muchos hombres, a quienes les saldrá más caro pagar un aborto clandestino que ponerse el consabido preservativo. Meter a Dios entre los cuerpos desnudos, convertirnos a todos en actores porno al servicio del divino voayeur, castigarnos por disfrutar del sexo, ha sido siempre el objetivo de la iglesia. Ahora podemos ver con claridad lo que debía haber sido obvio desde el principio, aquello con lo que deberían comenzar todos los debates sobre el aborto, si no lo impidieran el griterío de unos y otros, las vallas publicitarias y los anatemas lanzados con tonos suaves: que el aborto es un método de control de la población. Control de la población no sólo porque se controle su número. Control de la población, sobre todo, porque se ejerce un control muy real sobre la vida sexual de la población y cuanto más pobres, mayor control. Aquí no hay derechas ni izquierdas, no hay progresistas ni retógrados, no hay creyentes ni masones. Todos ellos están igualmente interesados en saber qué hacemos en nuestros tálamos. 
La ideología de la que hablaba el Sr. ministro no es su ideología, es la ideología común a todos los que aspiran al poder, la ideología que los lleva a autorizarnos o prohibirnos tener una vida privada que no quede más tarde o temprano atrapada en un modelo de informe. La prueba de cuanto vengo diciendo, a saber, que la visión que existe sobre el aborto no depende de posturas políticas, sino del simple hecho de tener o no acceso al poder, es que el mismo aborto que se percibe como una liberación para la mayoría de un país, es visto como una amenaza por las minorías étnicas de ese país. El mismo aborto que permite vivir a las mujeres con embarazos que implican riesgos para ellas, es el aborto que mata sistemáticamente a niñas en culturas en las que éstas son consideradas una carga. El progresista derecho al aborto fue la obligación de las atletas chinas para que progresaran en la consecución de marcas olímpicas. 
Cualquiera que pretenda obligarnos a responder con un sí o un no al aborto, pretende, de un modo u otro, nuestra colaboración en el eterno juego del dominio de las mujeres por los hombres, de las minorías por las mayorías, de los que no tienen nada por los que lo tienen todo. Si no queremos colaborar con que las mujeres sigan siendo “libres” pero agredidas, con que la razón esté necesariamente de parte de los que suman más, con que sólo se oiga la voz de quienes tienen medios para que resulte atronadora, debemos plantear la cuestión en otros términos. Y la cuestión del aborto nunca puede ser sí o no, la cuestión es ¿aborto para qué o para qué no? ¿Para que decaiga el uso de preservativos? ¿para controlar mejor a las minorías? ¿para traer al mundo niños cuya vida sólo puede ser un calvario de sufrimientos? ¿para que las mujeres violadas se vean obligadas a criar al hijo de su agresor? De este modo aparece, diáfana, la única respuesta posible a esta cuestión, una respuesta que no cierra el debate, muy al contrario, lo abre a un nuevo horizonte, a saber, que no existe motivo alguno, ni siquiera la caridad cristiana, para prohibir un aborto dirigido a no aumentar el sufrimiento en el mundo.

domingo, 19 de mayo de 2013

Sexo, mentiras y aborto (1)


Otra cosa se le podrá criticar a nuestro eximio ministro de Justicia, el Sr. Gallardón, pero no la falta de sinceridad. “La ley sobre el aborto es una cuestión de ideología”, ha dicho. Ciertamente lo es. Más exactamente, cualquier ley sobre el aborto podría ser calificada como “ley del último recurso”, porque es a lo que recurren todos los gobiernos, de derechas o de izquierdas, cuando las cosas van mal, los escándalos afloran, las ideas faltan y no se sabe qué hacer para ganar votos en unas próximas elecciones. Es comprensible. Se trata de un debate que apasiona, divide a la sociedad, se le puede dar vueltas como a un tiovivo sin ir a ninguna parte, por tanto, marea, distrae a la opinión pública y todo eso por el módico precio de lo que cuesta el papel en el que sale promulgada la ley. El reverso es que nunca cambia nada. A lo largo de los años, las tasas de aborto permanecen prácticamente estables, sin verse afectadas por permisos o prohibiciones. La cuestión no es, por tanto, si va a seguir habiendo abortos o no, la cuestión es si se practicarán con todas las garantías de una sanidad recortada o de modo clandestino.
He dicho que el debate sobre el aborto apasiona. Quizás sería mejor decir que es un debate pasional. Los razonamientos  brillan por su ausencia. Abundan los gritos, las imágenes escabrosas y sangre, mucha sangre. En definitiva, es un debate  típicamente español. Por tanto, hay muy poco que decir sobre semejante diatriba. Otra cosa son los eslóganes y las grandes palabras que suelen usarse, pretendiendo hacerlos pasar por razonamientos. “Vida”, por ejemplo. ¿De verdad alguien tiene una definición que podamos considerar plausible todos? En tal caso, ¿por qué no la ha hecho pública ya? Hace más de veinticuatro siglos que la filosofía busca tal cosa y hay un jamón esperando a quien lo haga. ¿Poseen vida los óvulos fecundados? ¿y los no fecundados? ¿y los que sí han sido fecundados pero su núcleo no se ha fundido con el núcleo del espermatozoide? ¿poseen vida los virus? ¿y los programas de inteligencia artificial? La cosa empeora si a una palabra mal definida se le añade un adjetivo oscuro. Así nace la expresión “vida humana”. ¿Qué diferencia la "vida humana" de la vida de un simio? ¿el 1,2% de los genes? Muchos grupos animales han sido clasificados dentro de la misma especie teniendo un porcentaje de diferencias genéticas mayor. ¿Acaso son vidas humanas las que han llevado los niños salvajes? ¿es vida humana la de un tetrapléjico cuya familia no puede atenderle? ¿es vida humana la de un bebé sin extremidades, sin riñones, con un daño cerebral profundo? ¿Qué humanidad, qué caridad cristiana, qué lógica demoníaca, lleva a semejante condena cuando quienes así defienden la vida humana sostienen con igual vigor que lo mejor nos aguarda tras la muerte?
Las grandes palabras sin significado comúnmente aceptado dan lugar a eslóganes perfectos. “La vida humana comienza con la fecundación”, “nosotras parimos, nosotras decidimos”, son ejemplos magníficos. ¡Qué bien suenan! ¡Cómo enervan a las masas! ¡Qué sensacional compendio de estupideces en tan pocas palabras! Comencemos por el segundo. El único corolario posible de “nosotras parimos, nosotras decidimos” es: “nosotros preñamos y después pasamos”. Un feminismo descerebrado y populachero hace de la posesión física la base para decidir el futuro, línea argumentativa ésta exhaustivamente utilizada por Mussolini, Hitler y Milosevic.  De este modo, se le sirve en bandeja el triunfo al machismo  más cerril y no menos descerebrado. Negar el derecho a decidir al varón es, eo ipso, negarle cualquier responsabilidad. “Aborto libre y gratuito” es el lema que suscriben la inmensa mayoría de los hombres de este país. En primer lugar, les supone una ventaja económica, se ahorran comprar preservativos. En segundo lugar, a poco que pregunte Ud. por ahí, hallará que a los machos ibéricos les “corta el rollo”, ponerse una gomita, literalmente, en lo mejor del querer. La  explicación de tan arriesgada actitud o bien se halla en que la disfunción eréctil es una plaga en este país, o bien en nuestra incultura sexual, que reduce las artes amatorias a lo que puede verse en las películas pornográficas. Para los machitos patrios, pues, los eslóganes feministas suenan a música celestial.

domingo, 12 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (y 2)


Las metáforas empleadas por los lingüistas cognitivos son estupendas. Ahí es nada la metáfora que permite hablar de “figura y fondo” en lugar de “sujeto y predicado”. Sus resonancias gestaltistas hacen pensar en leyes tan inmutables como las que rigen nuestra percepción. Desgraciadamente, a lo más que pueden llegar los lingüistas cognitivos por este camino es a la conclusión de que siempre tiene que haber una figura y un fondo. Conclusión que no es que sea falsa, simplemente o es lo que ya había dicho la Escuela de la Gestalt 80 años antes o bien es la perogrullada de que siempre hay un sujeto y un predicado en una proposición. Otro tanto cabe decir del “fenómeno de la prominencia (salience)”, mencionado más de 300 veces en este escrito y que esconde detrás de tanta relevancia la trivialidad de que siempre que se habla se habla de algo o de alguien.
Igualmente magnífica es la metáfora según la cual el significado de los términos no depende de un diccionario, sino de una enciclopedia. Una vez más, estamos ante una metáfora inspiradora. ¿Se tratará de una enciclopedia como la de los ilustrados, destinada a hacer progresar a la humanidad? ¿Acaso será una enciclopedia china, como la que abre Las palabras y las cosas de Michel Foucault y que ya leyó Charles Darwin? Pero, claro, ¿quién necesita una enciclopedia en nuestra internáutica época? ¿No sería mejor decir, como efectivamente permiten las ideas acerca de la categorización de los lingüistas cognitivos, que el significado depende de una red? ¿No podría ser el significado cada uno de los nodos, de las posiciones, de esa red? ¿No sería eso más fructífero, cognitivamente hablando, dado que nuestros procesos mentales también dependen de una serie de posiciones en una red (neuronal)? ¿no permitiría eso explicar las relaciones del lenguaje con el territorio (toponimia), del territorio con sus mapas, de los mapas con los atractores? Olvídense, no va por aquí la cosa. Los lingüistas cognitivos no parecen haber leído a Wittgenstein lo suficiente como para comprender que el significado no siempre es el uso.
Pero si lo que Ud. busca no son metáforas, sino teorías, o, peor aún, la teoría que podría denominarse “lingüística cognitiva”, no se moleste en leer estas 1334 páginas, no la hay. Esta es la razón por la cual, muchos de quienes escriben en este volumen se refieren a la lingüística cognitiva como una “disciplina”. Curiosa disciplina, ciertamente, la que nace por su confrontación a una teoría, ¿o acaso la gramática generativa también es una disciplina? Lo más parecido a una teoría de lingüística cognitiva son la teoría de los prototipos de Berlin y Kay y los campos semánticos de Trier y Weinrich. Trier y Weinrich no son problemáticos, en este libro se los prohija como lingüistas cognitivos avant la lettre sin el menor pudor. Este proceder o es puro cinismo o es desconocimiento de sus escritos, pues el concepto de campo semántico tal y como lo usa Trier y, especialmente, Weinrich, aplicado a las metáforas, permite sistematizaciones tanto sincrónicas como diacrónicas entre las diferentes lenguas (no hay más que recordar su “Münze und Wort” de 1958). Y aquí llegamos a la piedra de toque de toda esta historia: ¿por qué no se prohija también a Berlin y Kay? Muy fácil, porque Berlin y Kay han dedicado buena parte de sus estudios a demostrar la falsedad de la tesis de Sapir-Whorf.
Con su énfasis en que el significado es el uso, con su insistencia en la pragmática por encima, incluso, de la semántica, la lingüística cognitiva no tiene más remedio que declararse relativista. El problema es que ha llegado al mundo cuando ya nadie en el campo lingüístico cree en el relativismo. Por otra parte, tampoco puede pretender buscar universales lingüísticos, pues en esa orilla está, desde el comienzo, su gran coco malo, papá Chomsky. Es divertidísimo leer el capítulo dedicado a “Cognitive linguistic and linguistic relativity”, en el que Eric Pederson hace todo tipo de malabarismos para demostrar que... “ya veremos”. Memorable es el apartado dedicado a la construcción de contrafactuales y relaciones causales en las diferentes lenguas. El chino (que, por cierto, es un idioma que no existe, pues en China se hablan una infinidad de dialectos con cierto “aire de familia”) carece de contrafactuales, razón por la cual los chinos establecen relaciones causales de modo diferente a los ingleses. Claro que también el japonés carece de contrafactuales y las secuencias causales de sus hablantes son como las de los angloparlantes. El árabe que tiene contrafactuales no genera, en cambio, relaciones causales como las de los ingleses. ¡Hombre! concluye Pederson, de relativismo lingüístico, de relativismo lingüístico en sentido estricto, no se puede hablar... “No está demostrado” que el lenguaje determine el pensamiento... A lo mejor en un futuro... Pero, y éste es el suelo firme sobre el que se asienta la lingüística cognitiva, sí se puede decir que la cultura determina el pensamiento. Dicho de otro modo, Pederson dedica 32 páginas a demostrar que las culturas son un modo de ver el mundo. De semejante conclusión, como del resto de este volumen, no se puede decir que sea errónea, lo que sí se puede decir es que es trivial. Simplemente, para semejante viaje, no hacían falta tantas alforjas.

domingo, 5 de mayo de 2013

Comportamiento verbal cognitivo (1)


Hacia mediados del siglo XX, el epíteto “cognitivo” era poco menos que tabú. Los psicólogos habían abandonado, por fin, el ultrajante dominio de los faraones filósofos para dirigirse hacia la tierra prometida de la cientificidad, guiados por el Moisés Skinner y sus adláteres. Cierto es que habían tenido que dejar atrás los prados que les dieron nombre (la psique humana), pero el milagro de poder elaborar gráficos con curvas y pendientes fue tal que hasta los lingüistas se sumaron a la marcha. En 1959, un joven David, llamado Noam Chomsky, lanzó una certera piedra a la frente misma del monstruoso Goliat que se había creado, su famosa reseña de Verbal Behavior, nada menos que la confirmación por parte de la suprema autoridad, Skinner, de que los lingüistas también eran una tribu del pueblo elegido. El Goliat conductista tardó mucho más en caer que el bíblico, pero hacia comienzos de los años sesenta, Neisser y otros ya se atrevían a utilizar el epíteto tabú en la portada de sus libros. Los propios lingüistas se habían convertido en la tribu perdida, liderados por el jovenzuelo que tan hábil demostró ser en el uso de la honda. Sin embargo, muy pronto, comenzaron a pensar que estaban perdidos en la península del Sinaí. Chomsky había ofrecido, en efecto, un marco teórico sólido, un lenguaje formalizado útil para jugar a científicos y una serie de prometedores contactos con campos como la Inteligencia Artificial, la genética y la propia psicología. A cambio, la gramática generativa se había ido convirtiendo en algo abstracto, lleno de excepciones y más preocupada por seres computacionales que por humanos parlantes. Eso sin contar con que, en algún momento, acabaría por aparecer el punto de contacto entre las estructuras generativas y el anarquismo o la defensa del régimen de Pol Pot de que ha hecho gala Chomsky.
Rápidamente las disensiones generaron un conflicto y los chomskyanos excavaron trincheras por el procedimiento de convertir su grito de combate habitual, “¡la sintaxis primero!”, en “¡la sintaxis lo único!”. Al otro lado se situaron quienes pretendieron construir nada menos que una semántica generativa, con George Lakoff a la cabeza. Que los chomskyanos ganaran estas guerras lingüísticas no impidió que su campo se fracturara sin remedio. Mientras tanto, el epíteto “cognitivo” no sólo dejó de ser tabú en la psicología, sino que empezó a tener cierto pedigrí. Bajo él se refugiaron las derrotadas huestes de Lakoff ya a finales de siglo y así nació la lingüistica cognitiva.
Qué es la língüistica cognitiva es fácil de explicar: ahora mismo nada, en un futuro por determinar la panacea. Tomemos, por ejemplo, el Oxford Handbook of Cognitive Linguistic de 2007. Se trata de un manual, es decir, debe contener teorías que ya se han convertido en acervo compartido, hechos aceptados por todos y explicaciones paradigmáticas. Pues bien, si Ud. repasa las conclusiones de cada uno de los artículos integrados en este volumen, comprobará que aquello en que están de acuerdo todos los lingüistas cognitivos es en que “ya veremos”.  Como muestra un botón. 
Dice Chis Sinha que el concepto de representación es quizás el concepto más importante dentro de todas las disciplinas apellidadas “cognitivas” (“Cognitive Linguistics, Psychology and Cognitive Science”, pág. 1280). La representación se define como “estados internos de un mecanismo cognitivo” (pág. 1284), magnífico ejemplo de cómo definir algo simple por algo mucho más oscuro. No es de extrañar que Sinha concluya que determinar qué es una representación es una de las tareas pendientes de las disciplinas cognitivas (pág. 1285).
Hoy por hoy la lingüística cognitiva es una miríada de estudios empíricos, un puñado de explicaciones y unas cuantas metáforas, poco más. Hechos, lo que se dice hechos, no podrá encontrar Ud. ninguno nuevo en las 1334 páginas de este libro. Aún más, los “hechos” en los cuales se basa la lingüística cognitiva son cosas como que el lenguaje de los expertos es más preciso que el de quienes no son expertos, que los niños aprenden antes nombres que verbos y que las metáforas son muy importantes. Cosas todas ellas accesibles a cualquiera sin necesidad de hacer estudios empíricos, ser lingüista y, mucho menos, ser cognitivo.
Por su parte, las explicaciones pueden alcanzar un cierto grado de interés. Especialmente porque, como es obvio, no se hacen mediante un lenguaje pseudoformal (algo que olería al azufre generativista), sino mediante esquemas muy inspiradores. Eso sí, no hay modo de manipular estos esquemas para que permitan hacer predicciones ni siquiera en el sentido más vago del término.

domingo, 28 de abril de 2013

Casualidades y escraches (y 2)


En 2009 la crisis y la evidente burbuja solar, condujeron al gobierno a un drástico recorte en las subvenciones a las energías fotovoltaicas. Todo esto a menos de un año de que comenzase la construcción de Shams-1. En Abu Dhabi mucha gente empezó a pensar que los habían timado. Tras recibir una parte de los retornos pactados y cuando ya no había marcha atrás en el contrato con Abengoa, el gobierno cambiaba las reglas del juego. A quien quisiera oírles le contaron que “el gobierno español no cumple con lo acordado”. En especial, se lo contaron a una lobista a la que pagaban muy bien por ejercer su trabajo: Corinna zu Sayn-Wittgenstein-Sayn, “amiga entrañable”, entre otras personalidades, del rey Juan Carlos. Tampoco parece estar en malas relaciones con el ministro de Asuntos Exteriores, el Sr. García-Margallo, con quien se reunió, al menos, dos veces. Cualquiera con un poco de maldad podrá imaginarse la secuencia: la primera vez le pidió algo y la segunda el ministro se lo dio. ¿Qué le pidió? Según publica El Mundo a manos de la “entrañable” baronesa llegaron modificaciones a la ley energética del puño y letra del propio ministro de Industria, el Sr. Soria, quien acabó enterándose del destino de sus anotaciones por la prensa. Una vez más, alguien malpensado podría decir que el Ministerio de Asuntos Exteriores realizó tareas de espionaje a favor del mejor postor. Yo, como no soy malpensado, prefiero decir que esos documentos llegaron a manos de la baronesa por casualidad, con el fin de mostrar las buenas intenciones del gobierno para con esos grandes amigos del pueblo español que son los gobernantes de Emiratos Arabes.
Hay varios detalles dignos de comentar. Por qué este tipo de informaciones las está publicando El Mundo, y medios afines mientras El País va a la zaga, es fácil de entender si tenemos en cuenta los ya mencionados “intereses comunes” entre Prisa y Abengoa. Por qué no se le pidió directamente al Sr. Soria que interviniera también es fácil de entender: probablemente no lo hubiese hecho. El ministro de Hacienda, Sr. Montoro (el fundador de Equipo Económico, ¿recuerdan?), actuó en cierta ocasión para modificar el articulado de una ley energética promovida por Soria que, una vez más, casualmente, no acababa de convencer a los directivos de Abengoa. Desde esta empresa se considera a Soria, “muy sensible” a los intereses de las grandes compañías petrolíferas y eléctricas que operan en este país.
Finalmente Abengoa se quedó en el gran proyecto de Shams-1, que fue inaugurado este año y cuya gestión y mantenimiento llevará a medias con Total. Eso sí, en el fastuoso acto de presentación, las autoridades de Abu Dhabi no cesaron de repetir su intención de invertir en cuantos proyectos fotovoltaicos se desarrollaran en países “con marcos legislativos estables”. Casualmente esta inauguración coincidió con las declaraciones de la “entrañable” baronesa en las que aseguraba haber realizado gestiones no retribuidas a favor del reino de España y que, desde entonces, vienen poniendo en aprietos al gobierno y a la propia corona debido a las curiosas y detalladas filtraciones a la prensa que se están sucediendo. Ya veremos si un desgraciado accidente o cualquier otra desgraciada casualidad no conduce a la rescisión del contrato con Abengoa.
Bien, ahora supongamos que no es Ud. un miembro destacado de la familia Benjumea, de hecho vamos a suponer que ni siquiera es Ud. dueño de una empresa que factura 3.000 millones largos de euros al año. Ud. no es ni baronesa ni entrañable, no representa a las grandes firmas petrolíferas ni eléctricas, por no ser, ni siquiera es Ud. un jeque de la dinastía gobernante en Abu Dhabi. Vamos a decirlo de otra manera, Ud. es, simplemente, un ciudadano de a pie, de los que se levantan todos los días a las seis de la mañana, va a trabajar cuando tiene trabajo, sueña con ganar 2.000 euros al mes, teme a Hacienda y paga sus impuestos para que se subvencione a las empresas de algún jeque. Supongamos que tiene Ud. un problema grave, por ejemplo, que un banco va a embargarle su casa porque, tras diez años de hacerlo, hace seis meses que no puede pagarle la hipoteca. ¿Qué hará Ud.? ¿llamará al rey? ¿llamará al ministro? ¿a su diputado? ¿por qué no? ¿Qué probabilidad hay de que, siendo Ud. un ciudadano de a pie, pueda ser recibido por uno de ellos en su despacho, pueda desayunar con uno de ellos, tenga, aunque sea, “un encuentro social” con ellos? Y si no lo consigue, ¿cómo puede hacer oír su voz? Bien, la Constitución tiene mecanismos para eso. Por ejemplo, puede unirse a otros y presentar una Iniciativa Legislativa Popular. ¿Será aceptada a trámite? ¿será aprobada? ¿recibirá Ud. de la gente que está ahí gracias a su voto, otra cosa que no sean burlas, escarnios y menosprecios? Insisto, ¿cómo puede Ud. hacer oír su voz? Pues mucho me temo que la única opción que le queda, si quiere que un político oiga su voz, es irse a la puerta de su casa a gritarle. ¿Comete Ud. un delito con ello?
El ejercicio de la política es una pesada carga, entre otras cosas, porque desde el momento en que uno acepta entrar en él está renunciando a toda la parte de su vida privada a la que renuncian los personajes públicos. Yo diría, incluso, que algo más, porque si bien un cantante de rock puede decir que mudarse a una mansión, esnifar cocaína y tratar de esquivar una multa de tráfico, son cuestiones de su vida privada, en ningún caso puede decirse lo mismo de un político. Es lógico que los votantes de alguien demanden mayor información sobre sus actividades privadas que los fans de una estrella de rock. Al fin y al cabo, están depositando la gestión de su futuro en manos de quien recibe sus votos. Si el asunto es tan simple como identificar el sitio en el que vive un político, es poco menos que ridículo querer ver en ello objeto de delito.
Calificar a los escraches de prácticas antidemocráticas, anticonstitucionales o, directamente, nazis, es, simplemente, mostrar el nerviosismo de quienes quieren recibir únicamente las  entrañables visitas de baronesas como Corinna y demás lobistas cargados de sobres y promesas de cargos futuros.  Es, obviamente, lógico que pidan eso, todos pedimos lo más favorable para nuestros intereses. No por ello nuestras peticiones son sensatas ni racionales. Si uno ejerce un cargo público debe estar preparado para recibir todo tipo de visitas, buenas y malas, y si no quiere recibirlas, lo único que tiene que hacer es tratar de escuchar las demandas y preocupaciones de sus votantes. De lo contrario la situación se vuelve tan disparatada que Jorge Verstrynge acaba teniendo razón, porque, efectivamente, si a los ciudadanos se los trata como a perros, es normal que acaben mordiendo.
Y, por cierto, lo que caracterizó al nazismo no fue señalar las casas de sus rivales políticos, lo que caracterizó al nazismo fue imponer de un modo insensato e irracional sus intereses, bien por la fuerza de unas leyes alteradas para favorecer a unos pocos, bien por la fuerza bruta de uniformados con porras.

domingo, 21 de abril de 2013

Casualidades y escraches (1)


Dado que vamos a hablar de casualidades, emplearemos nombres supuestos cuya coincidencia con la realidad será, pues eso, pura casualidad. Javier Benjumea fundó Abengoa, empresa dedicada a la obra civil en 1941. Durante años supo dónde debía estar para crecer de modo continuado. Cuando los tiempos comenzaron a cambiar, Abengoa demostró estar dispuesta a montarse a lomos de la historia y no, como muchas otras empresas sevillanas, a levantar diques contra ella. Si, por ejemplo, hubiese habido noticias de que un joven abogado de la tierra había sido nombrado secretario general de un partido histórico, aunque en aquellos momentos ilegal, se hubiesen puesto todas las facilidades para que se entrevistase con Don Javier. De este modo si un día ese joven llegara a ser presidente del primer gobierno socialista de la democracia, Abengoa estaría en el saco de las empresas que se internacionalizaron con él. Aún más, el triunfo del socialismo en España es, casualmente, coetáneo con la fundación de Abengoa Solar, filial que aprendió los secretos de su oficio gracias a su colaboración con el Instituto Weizmann, auténtico MIT de Israel.
Hacia finales del siglo XX, bajo el mando de la segunda generación familiar, ciertas operaciones de Abengoa con una de sus filiales acabaron despertando el interés de la Fiscalía Anticorrupción y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Si uno fuera malpensado, imaginaría que la empresa echó mano de sus contactos políticos y que éstos le indicaron que ese favor era bastante considerable, es decir, que tenía que subir el nivel de los favores que les estaba haciendo. Yo, como no soy malpensado, me limitaré a indicar que, casualmente, el caso se archivó sin mayores consecuencias y que, a partir de esa fecha, Abengoa decidió abrir su consejo de administración a personas no pertenecientes a la familia Benjumea. De este modo entraron en él “consejeros independientes”. Casualmente estos consejeros tenían apellidos conocidos, había un Polanco, un Borbón, un Sebastián... Además se contrató a una Chaves y la empresa se convirtió en cliente de Equipo Económico, dirigida en aquel entonces por un tal Montoro. Si Ud. se sorprende de que familiares de políticos de izquierda, de derecha y “de arriba”, se sentaran en amor y compaña en un consejo de administración es que ignora la Regla Número 1 que rige este mundo, a saber, todo lo que la política (aparentemente) desune, lo une (realmente) el dinero.
Vamos a imaginar ahora un país. Es un país un poco peculiar. Tiene petróleo para dar y repartir, por tanto es rico. Precisamente por ser rico atrae a gran número de empresas que disparan el consumo eléctrico. Pero nuestro país no refina el petróleo que exporta, con lo que sus posibilidades de aumentar la producción eléctrica pasa por las energías alternativas. Es un país soleado, aunque también arenoso y no hay peor enemigo para las placas solares que las tormentas de arena. Le pondremos un nombre fantástico a este país imaginario, por ejemplo, Abu Dhabi. Si un país de este género existiese, desde luego, atraería el interés de Abengoa Solar y pondría a funcionar toda su maquinaria de contactos, a la izquierda, a la derecha y arriba, para entrar en ese jugoso mercado. Habría algunos inconvenientes, entre los cuales, el sello hebreo de sus primeros pasos no sería el menor. Entiéndasenos, aquí debe aplicarse otra vez la Regla Número 1. Judíos y musulmanes se matarán y se habrán matado mucho a lo largo de la historia, pero nunca han dejado de hacer negocios si las dos partes salían beneficiadas. Eso sí, en ningún papel en manos de uno debía figurar el nombre del otro y mucho menos, como en el caso de Abengoa Solar, hacerlo constar casi en la presentación de su página web. Por tanto, Abu Dhabi pidió contrapartidas por abrirle las puertas a Abengoa. Obviamente no se las pidió a la empresa en cuestión a la que considerarían poco menos que los albañiles que venían a hacerles las chapuzas. Se las pedirían a quienes la habían recomendado.
El año 2007 es el año del Real Decreto que regulaba las energías renovables en España. Casualmente es el año de la firma del memorando para la colaboración entre España y Abu Dhabi, entre otras cosas, en materia de energías renovables. Casualmente, también, el Real Decreto contenía un error significativo. Subvencionaba generosamente a las empresas dedicadas a la energía solar no por suministrar potencia a la red eléctrica, sino por el simple hecho de instalar placas solares. El resultado fue que este país se llenó de placas solares. Fuimos el país con más metros de placas solares per capita del mundo. Eso sí, la contribución de la energía solar a la producción de electricidad se mantuvo prácticamente estable. La mayoría de los parques fotovoltaicos españoles no estaban conectados a la red eléctrica. No había incentivos para ello. Se instalaron placas solares por el mismo motivo por el que se sembró lino, por las subvenciones, no para producir electricidad. Así es como la empresa Masdar, ligada al fondo de inversión de Abu Dhabi, sembró de placas solares media España pese a que era incapaz de desarrollar proyectos en su propio país. De hecho, para la gran instalación solar en tierra de los Emiratos Arabes, Shams-1, necesitó la colaboración de la francesa Total y, casualmente, la española Abengoa Solar.
Alguien maledicente podría ver aquí un claro ejemplo de expolio del patrimonio público, pues las subvenciones con dinero del Estado fueron a parar a un fondo de inversión extranjero con objeto de favorecer los intereses de una empresa privada (y, obviamente, nunca sabremos quién puso más dinero en su lado de la balanza). Sin embargo, mi intención no es demonizar Abengoa. Abengoa es, simplemente, una gran firma haciendo negocios como éstas suelen hacerlos. En este país es normal que las leyes se redacten al dictado de las compañías, hasta el punto de que algún que otro anteproyecto de ley ha comenzado a circular todavía con el membrete de la empresa que lo redactó en sus páginas. Aún más, la apuesta de Abengoa por las energías renovables la ha conducido a múltiples batallas contra enemigos mucho más grandes y mucho menos honestos que ella: las empresas petrolíferas.