domingo, 21 de octubre de 2012

Homeland

  
   La ganadora de la reciente edición de los premios Emmy ha sido Homeland, serie que tuve la ocasión, digamos, de ver, a lo largo del verano. El artículo de El País en el que se daba cuenta de este hecho, gloriaba unos guiones que funcionaban como un mecanismo de relojería, para no estropear el tópico. La verdad es que es una de esas ocasiones en las que me pregunto si el periodista ha visto la misma serie que yo o si ha visto alguna en general. Los guiones de Homeland rozan lo inverosímil cuando están bien cosidos. En el resto de los casos, se mantienen en los márgenes del disparate. Así ha salido el tal Nicholas Brody, un marine capturado por los talibanes y que parece tan feliz al lado de su esposa como al lado de su amante, junto al vicepresidente de los EEUU y junto al líder terrorista, vestido con su uniforme y con un chaleco explosivo. Más que un alma atormentada, carece de alma, es un monigote, puro cartón piedra del que se puede esperar todo y nada pues los guiones circulan por su interior sin alterarlo lo más mínimo. No es de extrañar que haya una segunda temporada. Con un personaje así puede haber una tercera, cuarta y una quinta, en la que se le cambiará de sexo. El punto fuerte de la serie está en otro lado, en haber reunido un elenco de actores realmente fantástico, que dan verosimilitud a un espectáculo más falso que el rey Miguel. Ahí está, por ejemplo, Mandy Patinkin, dándole vida a un extraño agente de la CIA del que no sabemos muy bien de dónde viene ni a dónde va, cómo aprendió árabe, por qué se separa de su mujer ni por qué defiende a su aprendiz. Aunque la tarea del héroe ha recaído en un ex-alumno de Eton, de nombre Damian Lewis. Lo descubrí, me imagino que como la mayoría, en Hermanos de sangre. Grande, pelirrojo, con un rostro atravesado por numerosos surcos en cuanto realiza el menor gesto, debió aprender muy pronto que, si quería ser actor, debía autocontenerse y componer el personaje por su modo de andar, de moverse, de (no) gesticular. Es de esos actores que le dan un empaque muy propio y característico a un papel en cuanto aparece en pantalla. Desde luego, la persona ideal para insuflar vida en ese monigote que es el sargento Brody.
   Goloso en extremo es el personaje de su némesis, la desgraciada agente de la CIA Carrie Mathison. Frágil, inmisericorde, desequilibrada, sagaz, obcecada e insegura. Al cabo, una víctima más del espionaje norteamericano como aquellos a quienes ella misma ha enviado a la tumba. Claire Danes sabe moverse entre los extremos, mostrar siempre nuevos gestos que transparentan su clarividencia ante todo, salvo a ante su propio estado mental. De hecho, lo mejor de la primera temporada es el brutal y fugaz romance entre ambos personajes, Brody y Mathison, un idilio apasionado y falso, feroz y tierno, sin esperanza y, por encima de todo, nada idílico. Hasta ahí llega la audacia de la serie. Su transgresión, su capacidad para romper tabúes, acaba, prácticamente, donde termina la cabecera. En ese montaje inicial hay, ciertamente, muchas más cosas explicadas acerca de lo que ha sucedido en los últimos veinte años, que en muchos tratados sobre el tema y, desde luego, hay muchas más explicaciones que en lo que viene a continuación en cada capítulo. Es una constante de los actores, guionistas y personajes de la serie la insistencia en que no se pueden hacer sinónimos Islam y terrorismo, pero lo cierto es que todos los musulmanes que vemos en su minutaje, participan, apoyan o defienden las acciones terroristas. Por este lado, siempre queda claro quiénes son los malos, aunque su intención sea vengar el asesinato de 82 niños.
   El mérito de la serie, si es que queremos encontrar alguno, radica en que nunca está muy claro quiénes son los buenos. Por la propia Mathison, uno puede sentir ternura, nunca simpatía. Miente, presiona, se salta las normas, buscando siempre su salvación personal más que otra cosa, sin importarle demasiado qué o a quién se tenga que llevar por delante. Los que están por encima de ella tampoco son mejores. Como sabe cualquier buen conocedor de los servicios secretos, el enemigo contra el que se combate es una mera excusa para acabar con el verdadero enemigo, a saber, el tipo que está sentado en el despacho de al lado. De hecho, la parte central de cada capítulo de Homeland son los tiras y aflojas entre Mathison y sus inmediatos superiores. Y es que los servicios secretos son un caldo de cultivo perfecto para las rencillas personales, las envidias y los odios entre sus miembros. En el caso de la CIA, hay dos factores que contribuyen a multiplicar exponencialmente este clima de guerra de todos contra todos. El primero de ellos es la complejidad de este mastodonte que, de tanto abarcar, rara vez ha sido capaz de imponer una cierta coherencia a sus acciones en teatros diferentes. El segundo consiste en ser una de esas curiosas agencias de espionaje que proporciona candidatos a cubrir los altos cargos políticos, costumbre ésta típica de las dictaduras y que hace de dos de las grandes potencias nucleares, democracias bajo sospecha.

domingo, 14 de octubre de 2012

Sobre pijos ácratas

  
   Los hechos son bien conocidos, pero no estará de más recapitularlos. La pasada primavera, dos mujeres que se conocían por Internet, decidieron poner en marcha una protesta bajo el lema "ocupa el Congreso", que recordaba el ya famoso "ocupa Wall Street". Rápidamente, una serie de microcolectivos se unieron a la protesta amplificando su magnitud. Alguien colgó en youtube un texto leído por un sintetizador de voz llamado "Jorge", con las reivindicaciones a conseguir. Entonces surgió la magia. La efervescencia virtual era de tal grado que los políticos recuperaron el espíritu de la Transición, es decir, sintieron miedo. ¿Qué hace un padre de la democracia cuando ve peligrar su poltrona? Muy fácil, intenta aterrorizar a la población. Las concentraciones preparatorias del 25-S comenzaron a llenarse de policía más o menos infiltrados, que tomaban nota, grababan e identificaban a quienes más se dejaban ver. Por cierto, ¿sabe Ud. cuántas identificaciones lleva a cabo la policía española, por qué motivos y con qué resultados? ¿No lo sabe? Ni Ud. ni nadie, es un secreto de Estado. Desvelarlo pondría en peligro los fundamentos de nuestra democracia, es decir, dejaría en claro que tenemos una apariencia de democracia.
   En cuanto los cabecillas de este movimiento sin líderes fueron identificados, se los detuvo. El delito cometido era muy claro, impedir la celebración de un pleno que todavía no se había celebrado. Ahora había que llevarlos ante un juez. Pero, como siempre en estos casos, era preciso espera a que estuviera de guardia el juez apropiado. Debía ser alguien fácilmente influenciable, con ambiciones y proclive al gobierno, aunque no demasiado. Era preciso dar cierta apariencia de instrucción ecuánime. Por último, si tenía buena presencia, mejor. ¿Qué tal Santiago Pedraz? A él llegó un informe policial que hablaba de golpe de Estado, de masas alucinadas que tomaban las calles, en definitiva de un peligroso levantamiento popular para ocupar ilegítimamente esa casa del pueblo que es el Congreso. Alarmado, el juez hasta pidió los nombres de quienes habían ingresado dinero en las cuentas para pagar los autobuses.
   Y llegó el 25 de septiembre. El terror estatal surtió efecto y hubo mucha menos gente de la esperada. También surtió efecto en otra dirección. Lo que inicialmente era una fiesta se había llenado de gente nerviosa, crispada, atenta al primer incidente. Frente a ellos, policías traídos de toda Esapaña, lo cual lleva a la pregunta inevitable: ¿por qué traídos de toda España? ¿No había policías suficientes en Madrid o es que los políticos no se fiaban de ellos? Aún más, ¿a quiénes se llevó a Madrid? ¿cómo se hizo la selección? ¿eran unidades disponibles? ¿eran voluntarios? ¿se eligió a los más bragados en situaciones difíciles, a los que eran capaces de detener feroces turbas con absoluta sangre fría o a las unidades más aguerridas?
   El resto está colgado en youtube: cargas policiales en Neptuno, desde donde sólo con un mortero se podía impedir el normal funcionamiento de las Cortes; heroicos policías defendiendo a palos nuestra democracia de peligrosísimos viajeros que pretendían tomar... un tren en las estación de Atocha; y padres de familia ejemplarmente apaleados delante de sus hijos, para que éstos vayan aprendiendo a dónde se llega con el pacifismo. A la mañana siguiente hubo un juez que se levantó y, al mirarse en el espejo, vio a alguien a quien habían tomado por un tonto útil. Por si acaso, pidió las actas de la sesión del Congreso. Después le faltó tiempo para cerrar el caso y dejar a los imputados en libertad sin cargos. "Las convocatorias origen de estas diligencias, -dice el auto- no suponen comisión de delito alguno. Ninguno de los imputados en la presente causa, como otros identificados inicialmente como posibles partícipes de la convocatoria, ha cometido delito alguno". Y continúa: "La gravedad aventurada por la Policía no era tal". Para terminar, un poco de sentido común: "No cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política".
   El gobierno ha ganado la batalla en la calle, pero sus objetivos iban más lejos, anhelaban escarmentar a futuros convocantes. La presión de los ciudadanos les molesta y mucho. Hay que pararla como sea. La represión policial y jurídica era el camino elegido. Pero, en lugar de ello, se han encontrado con la reconvención del juez. ¿Qué hace un gobierno democrático cuando choca con los límites de su poder? Insulta y amenaza. "Pijo ácrata", "indecente", "inaceptable", "impresentable" e "intolerable", fueron las lindezas que le dedicó el portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso, Rafael Hernando. Entre líneas, el habitual estribillo mafioso: "prepárate, porque vamos a por ti". El resto de partidos reaccionó de modo más matizado, aunque todos coincidían en lo esencial, el juez Pedraz había cometido el error de creerse esa tontería de que el poder judicial es un poder independiente.
   Sin pretenderlo, porque no creo que la mollera del Sr. Hernando dé para tanto, el portavoz del PP ha trazado de un modo nítido la línea que está fracturando España y que, desde luego, no pasa por el Ebro. A un lado están los pijos y los ácratas, los padres de familia y los estudiantes, los jueces y los perroflautas, la gente que está en paro y la gente que transita por los apeaderos de Atocha camino del trabajo. Unas recientes declaraciones públicas han dado la pista para identificar a los que están al otro lado. Al otro lado están quienes han convertido la crisis económica y social que atraviesa el país en una cuestión de orden público. ¿Que quién ha dicho eso? Pues José María Benito, portavoz del Sindicato Unificado de Policía.

domingo, 7 de octubre de 2012

Monadología como mercadología (y 2)

   Si lo que vimos en la primera parte de esta entrada es verdad respecto de los instrumentos de análisis, no deja de serlo respecto de los planteamientos habituales sobre los mercados. Es un dogma neoliberal que la información se distribuye de modo homogéneo, puesto que está "ahí" y sólo hay que descubrirla. Los críticos del neoliberalismo señalan que la información se concentra allí donde hay concentración de dinero, con lo que no hay distribución homogénea de información y, por tanto, tampoco de oportunidades. Ambos tienen razón. La información se distribuye de modo homogéneo dentro de unos círculos concéntricos cuyo perímetro viene trazado por la cantidad de dinero disponible para la inversión. De un modo burdo podemos decir que hay tres de estos círculos. El primero y más numeroso es el conjunto de pequeños y medianos inversores cuyas fuentes de información son las noticias que pululan por los periódicos o Internet. Entre ellos puede haber diferencias notables en lo referente a la cantidad de dinero y de información disponible, pero estas diferencias son menores de las que guardan, como conjunto, con los integrantes del segundo círculo, el de los agentes que se dedican a efectuar compras y ventas en el mercado. Finalmente, están los grandes potentados, directores de los grandes fondos de inversión, presidentes de grandes entidades financieras y otros actores capaces de determinar con sus decisiones las tendencias que seguirán los anteriores. Es cierto que un pequeño inversor tiene las mismas oportunidades que cualquier otro, pero, en absoluto puede competir con el empleado de un banco que maneja una cantidad de dinero de éste invirtiéndola en bolsa y no digamos con el presidente del mismo. Por tanto, los mercados no son eficientes en un sentido general y sin restricciones. Lo son en la distribución de ganancias entre los actores que manejan las mismas herramientas de análisis y entre los que tienen una cantidad de información y de dinero comparable.
   Insisto, Stevens es inteligente y calla más de lo que dice. Por eso el libro comienza advirtiendo a los lectores, sin llegar a decir una palabra, de las consecuencias que para sus bolsillos puede tener todo lo anterior. El modo que suele hacerse eso tradicionalmente es recitando los consejos de la doctrina neoliberal sobre "cálculo de riesgos". Ése fantástico charlatán que es Nassim Taleb contaba en El cisne negro (maravilloso ejemplo de cómo escribir un libro para no decir nada), una anécdota esclarecedora sobre lo que es el "cálculo de riesgos". En el transcurso de una jornadas sobre dicho tópico, organizadas por un conglomerado de casinos de Las Vegas, se le mostraron, previa firma de un compromiso de confidencialidad, todas las medidas de seguridad que se seguían en las diversaas salas de juego. Las medidas, le aseguraron a Taleb, cubrían todos los riesgos posibles. No obstante, también le confesaron que habían pasado dos situaciones apuradas. La primera fue cuando un empleado, en lugar de entregar cada día a sus superiores el obligatorio formulario para Hacienda, los fue guardando en un cajón. La broma le costó a la entidad una multa que casi la arruina. La segunda ocurrió cuando unos mafiosos secuestraron a la hija de uno de los mayores accionistas. La conclusión, correcta, que saca Taleb es que resulta absurdo hablar de prevención de riesgos. El riesgo, por definición, es el conjunto de circunstancias que no podemos prever. Hablar de prevención, de cálculo de riesgos, es, simplemente, un modo de tranquilizar a quienes están destinados a correrlos, a la vez que se libera de responsabilidades a quienes sacan beneficios de que los demás los corran.
   Pues bien, exactamente, ¿cuántas cosas hay que cambiar en el libro de Stevens para convertirlo en un buen tratado de nigromancia? Veamos, las líneas de los gráficos se pueden sustituir fácilmente por líneas de la mano. El reconocimiento de patrones, el descubrimiento de indicios, la identificación de las tendencias predominantes, son algo tan aplicable a lo uno como a lo otro. Charles Dow ya descubrió el secreto de todo buen nigromante, a saber, la capacidad para beneficiarse de los sentimientos del mercado (o del cliente). Todos esos "puede" que Stevens utiliza cuando habla de que los patrones, los indicadores "pueden" servir (o no) para predecir el comportamiento del mercado, es posible dejarlos sin alteración en lo que se refiere a las líneas de la mano. Las profecías que se autocumplen son el secreto del éxito en ambas disciplinas. Muchos inversores juegan en bolsa (y hacen fortuna) siguiendo los consejos de sus astrólogos. No estaría mal que alguien del MIT investigase qué disciplina tiene mayores porcentajes de acierto, el análisis técnico o la nigromancia.
   Ahora, hagamos como hace Stevens, pongámoslo todo junto. De una parte, tenemos unos mercados que funcionan gracias a métodos de análisis cuya "objetividad" consiste en que todo el mundo utiliza las mismas herramientas y, por tanto llegará a las mismas conclusiones; tenemos, por tanto, un sin fin de profecías que se autocumplen; tenemos una "ciencia" que en poco se diferencia de la más tramposa adivinación mágica; tenemos actores económicos capaces de determinar tendencias; tenemos cálculos de riesgos que no calculan nada; tenemos mercados que reparten eficazmente beneficios en función del capital que se posea; tenemos a la muy socialista familia Papandreu especulando con seguros sobre impagos mientras uno de sus miembros dirigía Grecia hacia el impago de la deuda; y tenemos países atrapados en una espiral de recortes por recomendación de quienes los han lanzado a necesitar esa espiral de recortes. De otra parte, tenemos diabéticos griegos que acuden a Médicos Sin Fronteras porque no tienen para pagar su dosis diaria de insulina. ¿A qué conclusión llegamos?

domingo, 30 de septiembre de 2012

Monadología como mercadología (1)

   Este viernes he terminado de leer el libro de Leigh Stevens, Essential Technical Analysis. Tools and Techniques to Spot Market Trends (John Wiley & Sons, 2002). Es un libro magnífico. Da gusto leer algo escrito de un modo tan claro por una persona inteligente, especialmente, si el tema no es baladí. Y, desde luego, el tema de este libro no lo es. A lo que hace referencia el "análisis técnico" es al conjunto de técnicas estadísticas para predecir el comportamiento de un mercado, sea de acciones, de futuros o de cualquier otro bien negociable. Dicho de otro modo, son las herramientas con las cuales los actores que conforman "el mercado" toman sus decisiones. Existe toda una panoplia de ellas. La más elemental es el trazado de "canales" por los que circula el precio de un valor, enlazando al menos tres mínimos o máximos. Se supone que, al llegar al borde inferior de ese "canal", el precio "rebotará" y otro tanto, aunque en sentido inverso, ocurrirá cuando llegue al borde superior. No obstante, hay que vigilar el valor medio entre ambos extremos, pues marca la tendencia y ésta puede desembocar en nuevos valores mínimos y máximos del "canal". También hay que tener en cuenta el volumen total negociado, ya que, como estableciera el padre de todo esto, un tal Charles Dow (fundador de Dow, Jones & Co.), el volumen precede al precio. Además, hay que vigilar otro género de gráficas, como uno ideado por un japonés del XVIII, conocido popularmente como el modelo de "velas". "Velas" que, por supuesto, pueden ser blancas o negras (les juro que no estoy de coña). Por si fuera poco están los ángulos y arcos que es preciso reconocer en las gráficas, las islas, los rectángulos, las banderas, las oscilaciones, cuándo un mercado es un "toro" y cuándo un "oso", etc. etc. etc. Si ahora ponemos todo esto a funcionar tomando un valor cualquiera y realizando su análisis técnico, indefectiblemente, un tercio de los resultados le dirán que el valor bajará sin duda, el otro tercio le indicará un alza más que probable y el tercio restante no le señalará ni en una dirección ni en otra. Stevens cuenta una anécdota esclarecedora al respecto. Dicen que si uno hace meditación trascendental durante cinco años, las casas dejan de parecer casas y los árboles dejan de parecer árboles. Pero si se sigue haciendo meditación trascendental cinco años más, al final, las casas vuelven a parecer casas y los árboles, árboles. Algo muy semejante puede decirse del análisis técnico. ¿Cómo toman entonces sus decisiones los actores económicos? ¿cómo saben de qué elementos del análisis han de fiarse? Para ello es necesario un buen conocimiento del mercado o, dicho de otro modo, una mezcla de suerte y corazonadas. En definitiva, las decisiones se toman, habitualmente, por motivos que no pueden calificarse de racionales. Digo "habitualmente", porque hay casos en los que todos los parámetros están de acuerdo en que habrá subidas o bajadas. Son esos casos en los que Ud. y yo también somos capaces de augurar una subida o bajada sin necesidad de ningún análisis técnico.
   Stevens es inteligente y no deja de advertir contra el uso "mecánico" de las herramientas que él proporciona. Llega, incluso, a calificar de "ideología", el aferrarse a la pura matemática (pág. 306). No obstante, todo este conjunto de precauciones, resultan un tanto misteriosas. Su punto de partida era la ya consabida "eficiencia de los mercados", esto es, la inconmobible fe neoliberal en que el precio acabará por reflejar toda la información que existe sobre un activo. Si los mercados son eficientes, ¿por qué no son tan predecibles como la trayectoria de una bala de cañón? La razón es que hay dos errores en esta manera de enfocar las cosas, errores que, sin duda, Stevens conoce, pero que, de aclararlos, harían inútil este libro.
   El primero es un error básico de planteamiento. El punto de partida es la idea de que hay, por una parte, un sujeto y, por otra, un objeto, llamado "el mercado". La realidad es muy diferente. No se trata de un sujeto confrontado a un objeto, sino de una multiplicidad de sujetos que interactúan de forma compleja entre sí. Por poner un modelo filosófico, no estamos ante en sujeto cartesiano, que trata de conocer un mundo absolutamente diferente de sí mismo. Más bien, estamos ante la mónada leibniciana. Leibniz definía su mónada como un reflejo del universo, pero este "universo" no era sino una pluralidad de mónadas que se reflejaban unas a otras. Exactamente eso es el mercado, una pluralidad de sujetos en todo momento pendientes de todos los demás. Ahora bien, la pregunta que cabe plantear respecto de esta manera de entender las cosas es, precisamente, la inversa de la que vimos anteriormente, a saber, cómo puede haber pautas de regularidad en el comportamiento de una masa de sujetos, todos pendientes unos de otros, dispuestos a reaccionar el menor síntoma de pánico o de euforia. Y la respuesta está en Leibniz y en el análisis técnico. El universo leibniciano era un todo ordenado porque todas las mónadas estaban constituidas de la misma manera y el mercado presenta regularidades porque todos sus actores utilizan las mismas herramientas para analizarlo. Son estas herramientas las que conducen a soluciones equivalentes y las que garantizan una cierta homogeneidad de comportamientos. Evidentemente, no todos los actores van a una porque, como hemos visto, estas herramientas proveen soluciones dispares y dependerá de a cuál de ellas se le preste atención preponderante. Estamos, en cualquier caso, lejísimos del modelo clásico de un sujeto que tiene que conocer un objeto llamado "mercado". Esta es la razón del éxito de los paseos aleatorios por la bolsa.
   Hace ya tiempo, unos periodistas demostraron que, vendándose los ojos, lanzando dardos sobre las páginas de cotizaciones del Wall Street Journal y comprando las acciones así "seleccionadas", se podían obtener beneficios superiores a los obtenidos mediante la utilización de cualquier método de análisis. Es significativo que Stevens dedique un considerable esfuerzo a demostrar que los instrumentos por él descritos proporcionan resultados mejores que un paseo aleatorio. A tal efecto cita muy pronto un estudio del MIT que vendría en apoyo de sus procedimientos aunque, como acabaremos descubriendo si seguimos leyendo, los resultados del MIT sólo dicen que el análisis técnico es mejor que un paseo aleatorio para ciertos mercados, bajo ciertas condiciones y a largo plazo, cuidándose mucho Stevens de cuantificar el porcentaje de aciertos (por no mencionar de dinero) del que estamos hablando.
   Que las herramientas de análisis son la causa de los resultados y no, simplemente, el método que conduce a ellos, explica una curiosa paradoja. Charles Dow, Muchisa Homma, W. D. Gann y otros padres del análisis técnico, fueron exitosos inversores que lograron obtener notables fortunas personales utilizando algunos instrumentos de su invención. En realidad, nunca se nos aclara, ni se nos aclarará, si esa fortuna se debió a su éxito como inversores o como escritores de libros que se vendieron como rosquillas, pero, bueno, supongamos lo primero. Todos los que vinieron después, usaron sus herramientas, progresivamente con menos éxito. Ninguno de ellos logró repetir la acumulación de dinero de que hicieron gala los fundadores del método. ¿Por qué? Pues porque cuando todo el mundo utiliza las mismas herramientas de análisis, la ventaja que éstas proveen desaparece, pasando a integrarse como canales reguladores del propio flujo económico. Con ello, dejan de ser parte de la solución y se convierten en parte del problema. La prueba más simple de lo que venimos diciendo es que cuando los análisis coinciden en que un valor debe subir o bajar, éste sube o baja, sin que haya necesariamente nuevas informaciones sobre él, simplemente, porque las herramientas de análisis conducen a una profecía que se autocumple.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Portugal

   España limita al Norte con Francia, al Este con el Mediterráneo, al Sur con Marruecos y al Oeste con una cosa que todos sabemos que está ahí, pero que nadie conoce. Si uno analiza el turismo español, encontrará que, tradicionalmente, ha habido más afluencia a la lejana y cara Praga que a Lisboa. Ud. dice: "he pasado unos días en Lisboa" y la gente le mira raro, como si, repentinamente, se hubiesen acordado de la existencia de una remota ciudad con ese nombre. En las hermosas tierras lusitanas, encontrará numerosos portugueses que hablan español o, al menos, una versión suavizada y sin acentos de su lengua, versión ésta a la que se conoce como "portuñol". ¿Cuántos españoles hablan portugués? Ni uno. Bueno, es mentira, yo tengo un primo que estudió portugués, pero eso sólo demuestra lo raros que somos en mi familia. Los españoles no aprendemos idiomas ni a tiros. Nos inculcan con cinco años que nuestra lengua la hablan 300 millones de personas y que es un idioma en expansión, así que los niños ven inútil aprender inglés, alemán, chino o cualquier cosa parecida. Ahora las cosas están cambiando, las familias se pirran porque sus hijos estén en un colegio bilingüe y dominen el inglés antes de saber leer. En cualquier caso, sigue habiendo algo pacato en nuestra mentalidad. Hablar idiomas significa hoy hablar inglés. ¿Para qué aprender varios idiomas si con el inglés se puede ir a todas partes? Pero me estoy desviando del tema sobre el que quería escribir.
   Portugal es un país lleno de encanto, con ciudades maravillosas, playas preciosas (aunque de aguas heladas) y una dulce melancolía que lo envuelve todo. Los portugueses son gente humilde, trabajadora, que siempre parecen estar y no estar, como si tratasen de pasar desapercibidos. Naturalmente, hay gente engreída, pero un portugués engreído es un español modesto... Y después está Mourinho. Por algo los portugueses declararon fiesta nacional el día en que lo fichó el Chelsea.
   La relación entre españoles y portugueses es la de un matrimonio feliz, dormimos espalda con espalda. Históricamente siempre hemos estado en alianzas diferentes, nosotros con los franceses y ellos con los ingleses. La cosa cambió con el surgimiento de la Comunidad Europea. Los ingleses entraron porque estaba Francia, aparte de eso nunca le han encontrado aliciente. Tampoco los portugueses se lo veían, pero la posibilidad de que entrase España cambió las cosas. Tuvieron que hacer una difícil elección. De un lado estaba la posibilidad de que un día dejara de existir su frontera con nosotros, de otro, que España estuviese en Europa y ellos no. Al final, se tragaron el sapo fronterizo y entraron.
   Los portugueses nos admiran, nos temen y nos desprecian a partes iguales. Desprecian nuestra arrogancia, temen el hecho de que seamos más que ellos y admiran nuestro civismo a la hora de conducir. Es imposible explicar esto último si Ud. no pasado por la inefable experiencia de conducir por las carreteras portuguesas. Todavía me acuerdo de una ocasión en la que estaba al volante de mi coche, esperando que un semáforo lisboeta se pusiera en verde. Llegó un conductor autóctono por detrás y empezó a echarme las largas para que me lo saltara. Pese a ello, a mí siempre me ha parecido que Portugal iba por delante de nosotros en muchas cosas. Por ejemplo, los portugueses se libraron de su dictadura un año antes que nosotros de la nuestra. Y no porque se les muriese el dictador en su cama como nuestro tormento, no. Una generación de mandos intermedios, ideologizados en las guerras coloniales, plantaron los tanques en la calle con dos narices. De inmediato, el pueblo salió a manifestarse, para dejar claro de parte de quién estaba. Ahí aparecieron los claveles y un nombre para la historia.
   Otra razón por la que creo que Portugal va por delante de nosotros es que tiene curiosas tradiciones. Una de ellas es que si un ministro tiene responsabilidad en un escándalo, ofrece un trato de favor a un familiar, insulta a un diputado o cualquier cosa semejante, ¡dimite! Sí, sí, los ministros pueden dimitir. Yo me enteré, precisamente, por la noticia de la dimisión de un ministro portugués. Siempre había pensado que las constituciones democráticas lo prohibían. En España, cuando a uno le entregan la cartera de ministro, en ella van los correspondientes remaches del 14 especial, con los cuales queda ya atornillado a la poltrona hasta el siguiente cambio de gobierno. El único ministro que dimitió, hasta donde yo recuerdo, fue Manuel Pimentel. Este singular personaje de la derecha española, no dejó el gobierno por un escándalo, sino por desacuerdos con la política sobre inmigración, es decir, por principios. No me extrañó que después acabase por abandonar la cúpula del PP cuando Pepe Mari decidió pasar a la historia invadiendo Irak. Manuel Pimentel es un ejemplo más de que quien no entra en la política para medrar, acaba por irse.
   Portugal nos mostró el camino, de nuevo, cayendo al abismo antes que nosotros. En realidad, no había motivos para ello. Sus cifras macroeconómicas no habían empeorado significativamente en los últimos años, sus bancos no se habían vuelto locos de codicia como en Irlanda, no habían mentido sobre las cuentas públicas como Grecia y ni siquiera habían tenido una burbuja inmobiliaria como la nuestra. Simplemente, era una economía pequeña, era posible tumbarla y los merkados fueron a por ella. Si Portugal hubiese tenido el tamaño de España, estaría todavía viéndolas venir, como Francia o Bélgica. Y llegaron los hombres de negro, con sus hojas de cálculo, sus informes de mil páginas y sus poderosísimas herramientas de análisis para hacer lo mismo que hacía mi madre cuando los rosales no daban rosas: podar todo lo podable. Algunas veces, a mi madre le salía bien y el rosal, escarmentado, comenzaba a echar flores antes de que le volvieran a salir las hojas. La mayor parte de las veces les ocurría como a los países sudamericanos en las décadas de los 70 y los 80, como a Grecia, a Irlanda, a España y a Portugal, esto es, se deprimían y se morían. Los portugueses, de hecho, llegaron a la conclusión de que no querían un país recortado, que les habían metido a la fuerza en un proyecto en el que no querían estar, que les estaban robando la vida para que unas cifras, que por sí mismas no significan nada, cuadrasen. El sábado 15 de septiembre se lanzaron a la calle, unos 300.000 en Lisboa, alrededor de un millón en todo el país. Las manifestaciones las llenaron los perroflautas de siempre: jubilados, policías de paisano, funcionarios en general, parados, estudiantes, familias enteras. Corearon esloganes simples, pidieron cosas elementales: que se les dé a quienes lo necesitan, que se les quite a quienes tienen, que se emplee racionalmente lo recaudado, que no se les robe el futuro a generaciones enteras. Ahora, esos perroflautas asisten a cada acto político, a cada cena pagada con dinero público, a cada bonita fotografía para la posteridad, con huevos, tomates y carteles donde puede leerse: "ladrones". Este sábado, más de 10.000 personas se han concentrado frente a la sede de la jefatura de Estado, a la hora en que estaban reunidos el Presidente de la República, el Primer Ministro y buena parte de su gabinete, entre otras personalidades. A diferencia de la, supuestamente, democrática España, no se ha detenido a ningún instigador de la protesta antes de que haya cometido delito alguno. El Sr. Passos Coelho, que hasta ayer, como el Sr. De Guindos, sólo parecía ufano cuando los podadores le daban una palmadita en la espalda, ya ha dicho que una cosa es ser firme y otra intransigente. Su sólido gobierno se tambalea y acaba de descubrir que, al fin y al cabo, en las reuniones de primeros ministros europeos hay 25 para tirarle de las orejas y en las calles portuguesas hay millones. Por todo ello, pienso que nuestros vecinos peninsulares están, otra vez, mostrándonos el camino a seguir.

domingo, 16 de septiembre de 2012

El curso ha empezado con normalidad

   Hay un colegio cuya fachada está protegida por una malla, pero la autoridad educativa asegura que no hay peligro de que caigan cascotes demasiado grandes.
   Hay un colegio, inaugurado hace cinco años, que imparte clases en el comedor y en la sala de profesores y que el curso que viene ya no podrá acoger más alumnos porque no tiene sitio.
   Hay un centro de secundaria en el que se invirtieron varios miles de euros para dotarlo de una red wi-fi. Hace dos años una avería impidió su funcionamiento en uno de los edificios. Está en una lista de espera de la empresa encargada de las reparaciones y ahí sigue. En el otro edificio, cuando todos los ordenadores que existen en él se conectan, la red wi-fi se cae. No tiene capacidad para absorber ese tráfico. Este centro tiene más suerte que otros en los que, cuando se encienden todos los ordenadores, lo que se cae es su anticuada instalación eléctrica. Han llegado a un acuerdo para que la mitad de las aulas enciendan los ordenadores los días pares y la otra mitad los días impares. No obstante, se acusa a los profesores de luditas, de negarse a utilizar las nuevas tecnologías y no querer desarrollar contenidos multimedia para impartir sus clases, contenidos multimedia de los que, por lo demás, la Junta de Andalucía se apropia, negándose a reconocerles derechos de autor a los profesores.
   Hay un centro en el que ciento cuarenta y tantos alumnos de segundo de bachillerato van ser repartidos en cuatro cursos. Para disminuir la ratio, la única solución otorgada por la autoridad educativa era eliminar un curso de primero de bachillerato. No era factible. La ratio en primero de bachillerato es de 37 alumnos por clase. En uno de ellos, será integrada una alumna con necesidades educativas especiales. La ley dice que no puede tener más de 24 compañeros. La autoridad educativa va a obligar al centro a incumplir la ley. Es lo habitual.
   Los centros educativos andaluces han sido obligados a instalar pizarras digitales al precio de 3.000 € la unidad. Ningún centro las solicitó. Con un proyector y una pizarra táctil se puede conseguir algo igualmente operativo. El precio total de esta instalación ronda los 700 €. 2.300 € de sobrecoste por aula han salido de lar arcas públicas para acabar en cuentas privadas sin necesidad alguna y en plena época de recortes.
   Los directores medianamente inteligentes se han negado a que las pizarras tradicionales abandonen las aulas. La utilización de las nuevas tecnologías exige que haya que esperar el encendido de un ordenador y la inicialización de una pizarra digital para escribir un nombre que los alumnos no entienden. Simplemente, no es funcional. Ahora bien, no todas las aulas son lo suficientemente grandes como para que ambas pizarras quepan una al lado de la otra. En la mayoría, cada pizarra ocupa una pared. Como la mesa del profesor debe estar en las inmediaciones de la pizarra digital, pues en ella se instala el ordenador que la controla, los alumnos tienen que cambiar la dirección de sus sillas y/o pupitres cada vez que el profesor necesita escribir algo en la otra pizarra. Las nuevas tecnologías han conseguido que las pizarras tradicionales tampoco sean ya funcionales.
   Gracias a los recortes y al aumento de horas lectivas, los profesores de filosofía van a impartir música; los de geografía e historia, educación física; y los de francés, latín. El ilustrísimo, aunque más valdría decir, el ilustrativo (de lo que es el actual gobierno) Sr. Wert, quiere convertir este desaguisado en norma. Un proyecto de ley obligará a los profesores "de letras" a dar lengua y a los profesores de "ciencia" a dar matemáticas. Los habrá implicados que intentarán asumir el reto con dignidad. Los habrá tan desmoralizados que no llegarán ni a eso. Ni unos ni otros tendrán el entusiasmo mínimo que exige esta profesión para que las cosas salgan bien. Los economistas neoliberales aplaudirán el ahorro. Socialmente es el mayor despilfarro de la historia. Todos los millones gastados en formar especialistas se tira a la basura por el ocurrendo de un ministro, como si ese dinero hubiese crecido en los árboles.
   Este curso comienza un nuevo modelo educativo. Hasta ahora, se podía elegir entre educación pública y educación privada. Dada la red de centros privados que existe fuera de Madrid y Barcelona, la elección, en realidad, era entre educación pública y educación para élites económicas. Con mucha dedicación, algunas artimañas y un poco de suerte, una familia trabajadora podía conseguir para sus hijos una educación pública bastante aceptable. A partir de ahora, la educación pública ofrecerá, exclusivamente, el gran encierro de los adolescentes, sin otra finalidad que el control social y el adocenamiento. No se trata de un logro del Sr. Wert. El sólo ha culminado un intento que comenzó hace unos treinta años. Por ello, la única conclusión posible es que el curso ha empezado con normalidad.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Más basura (genómica ahora)

   Esta semana hemos asistido al primer gran descubrimiento científico del siglo XXI. Ha sido llamativo, pero, desde luego, no sorprendente. Como ya dijimos en una entrada anterior, la basura es tremendamente informativa, lo cuenta todo acerca de nosotros. Y eso, a nivel molecular, es lo que acaba de hacer público el llamado Proyecto Encode. Para entender de qué estamos hablando, hay que contextualizar el hallazgo. Hay por ahí un gusanito, llamado Caenorabditis elegans, que, de tan elengante, contiene 19.000 genes en su DNA. Por otra parte, hay un sabroso (y venenoso) pez globo japonés, cuyo DNA está constituido, en más de un 95% por genes (tiene alrededor de 30.000). Bien, si ahora añadimos el dato de que una cadena de DNA humana, es ocho veces más grande que la del pez globo, ¿cuántos genes hacen falta para crear un ser humano? Piénselo bien, en nuestro cerebro hay 100.000 millones de neuronas con sus 1.000 billones de conexiones. El Caenorabditis elegans tiene 302 neuronas. Si Ud. repasa la literatura científica sobre el tema, encontrará que las primeras estimaciones no bajaban de los 400.000 genes. Poco a poco la cifra se fue reduciendo, 300.000, 100.000, 40.000... La transcripción del mapa genético humano a cargo del Proyecto Genoma dejó la cifra en torno a 23.000. Sí, sí, 23.000, un poco más que el gusanito elegante de las narices.
   Pero, ¿y toda esa cantidad enorme de DNA que nos constituye? 23.000 genes son menos del 2% de nuestro DNA. El 98% restante es basura, secuencias que no dan información acerca de ninguna estructura significativa de nuestro organismo. Dicho de otro modo, un pececito que nos zampamos tiene un 95% de DNA significativo, nosotros un 1,5%. Tomemos el DNA humano, eliminemos todo esa basura y compactémoslo, ¿saldrá de ahí un ser humano? La apasionante respuesta es, no.
   ¿Cómo puede salir nuestro cerebro de 23.000 genes? Obviamente, nuestros genes tienen que estar pluriempleados. Muchos, la mayoría quizás, tienen que codificar más de una proteína, dependiendo de a partir de qué punto sean leídos, incluso, en qué dirección sean leídos. Y aquí viene la gran pregunta: ¿cómo sabe nuestro organismo en qué dirección y a partir de qué punto hay que leer en cada momento un gen concreto?
   Veamos, si estamos constituidos por 23.000 genes y de ellos salen el millón de proteínas que nos constituyen, péptidos aparte, las instrucciones para el desarrollo humano, las correspondientes a la especialización que debe sufrir cada célula para formar parte de un organismo y los 1.000 billones de conexiones neuronales, ¿cómo demonios puede haber un gen para la agresividad, un gen de la homosexualidad y un gen del talento? ¿De dónde han salido esos genes tan especializados que copan, con frecuencia, espacio en los medios de comunicación de masas y en las revistas de difusión científica? ¿No será que todo esto es pura ideología carente de la más mínima base científica? Si Ud. le pregunta a un especialista medianamente serio le dirá que un gen por sí mismo no es nada. Todo gen tiene un mecanismo regulador, que indica cuándo tiene que expresarse y cuándo tiene que dejar de hacerlo. Sin ese interruptor, el gen no sirve para nada. Y ese mecanismo regulador no puede funcionar si no es en interacción con la expresión de otros genes y con el medio ambiente. Ningún gen determina nada por sí mismo sin un mecanismo que lo lleve a expresarse y ese mecanismo es extremadamente sensible al contexto. Dicho de otro modo, sólo somos uno de los resultados posibles de la interacción de los genes que nos constituyen.
   Como pueden imaginarse, los mecanismos reguladores de los genes, la clave de todo, son de una complejidad extrema. Aquí se ha abierto paso la biocomputación con el uso de modelos matemáticos, topología avanzada y, por supuesto, supercomputadores de procesamiento en paralelo. Con todo, sólo se conocen las formas más simples y aplicadas a organismos elementales... Hasta ahora. Lo que el Proyecto Encode ha puesto de manifiesto es, precisamente, que el 98% de nuestro DNA codifica mecanismos reguladores de nuestros genes. El DNA "basura", dice cómo y, lo que es todavía más importante, cuándo, se tienen que expresar los diferentes genes. La sucesión física de pares de base del DNA, lleva implícita una red abstracta, en la que cada instrucción es un nodo. Cada secuencia de DNA ocupa un lugar, guardando relaciones de vecindad con otras secuencias, pero también una posición en una red, en la que sus vecinos ya no tienen por qué estar próximos físicamente. Dos nodos son adyacentes si uno ejerce influencia directa sobre el funcionamiento del otro. Y toda esa red de interacciones entre fragmentos de DNA es muy sensible a la situación en la que se encuentra el organismo. La cartografía de esa red nos permitirá entender cómo saben las diferentes células del embrión a qué órgano tienen que dar lugar, qué mecanismo llevan al organismo adolescente a secretar hormonas y de qué modo el malfuncionamiento de un gen afecta a todos los demás, entre otras muchas cosas. Ciertamente estamos más cerca de curar enfermedades con cuya curación jamás se soñó. La verdad es que, contrariamente a lo que dicen los medios de comunicación, no mucho más cerca. Queremos alcanzar la Luna y nos hemos subido en una escalera. Pero, al menos, hemos avanzado algo. Si el Proyecto Genoma Humano permitió asomarse al ojo de la cerradura de la vida, el Proyecto Encode ha entornado esa puerta. Aún queda un proyecto más ambicioso, la proteómica, la secuenciación de cada una de las proteínas que nos constituyen. Entonces, entonces sí, la puerta estará abierta definitivamente.