domingo, 13 de noviembre de 2011

Arbeit macht frei

   Hace unos años, Branko Kurtanjek tuvo la amabilidad de enviarme un panfleto contra el trabajo que yo cometí la estupidez de borrar de mi ordenador después de haberlo leído. He deseado volver a repasarlo en múltiples ocasiones. Como no lo recuerdo con claridad no sé si en él aparecía el término "trabajo virtual" en el sentido en que lo uso hoy o si este concepto llegó a mi cabeza por otra vía. El caso es que estoy repasando los Textos contra el trabajo y el manifiesto sobre el mismo tema que publicó el grupo Krisis. Sigo manteniendo mis distancias con ellos. Allí donde creen ver una serie de desajustes producidos por la muerte del trabajo, yo considero que todo es una consecuencia más de nuestro paso de la época de la representación a la época de la imagen. Hace más de un siglo que vivimos en el reino de la imagen y seguimos pensando en términos de representaciones. Esto nos lleva a quejarnos de un régimen político que ya no es una democracia sino una imagocracia y a observar el trabajo desde la óptica de la producción cuando el trabajo se ha convertido en trabajo virtual. Además, los textos de estos vagos (me consta que no lo considerarán un insulto y yo tampoco lo uso con pretensiones de tal), parecen carecer de otra armadura lógica que la mera concatenación de hechos repetidos varias veces. Pese a ello, deberían ser lectura obligatoria de todos los expertos y opinadores profesionales que pueblan las ondas electromagnéticas y los periódicos de este país, dando sesudos consejos acerca de cómo salir de la crisis. Les sugiero que guarden sus declaraciones para dentro de cinco o diez años, cuando haya quedado demostrado lo disparatado de sus teorías y ellos estén ya diciendo algo absolutamente contrario a lo que dicen ahora.
   Algunos de los datos utilizados por estos autores contra el trabajo no dejan lugar a discusión. Uno es que las sociedades de cazadores-recolectores vivían en un estado ideal en que el que el trabajo, tal y como lo entendemos hoy día, básicamente, la fabricación de arcos, flechas y azagayas, difícilmente ocuparía más de dos horas diarias. Sin embargo, estos cazadores-recolectores estaban mejor alimentados que los primeros agricultores. Tampoco a éstos le fue tan mal. Los recuentos de días festivos en la Edad Media muestran que los tristemente famosos siervos de la gleba trabajaban más o menos lo mismo que un ejecutivo actual. ¿Para qué ha servido entonces la introducción de las máquinas? Para acortar la jornada laboral no, para disminuir el número de días laborables, tampoco. ¿Para qué entonces? Un obrero actual tiene a su disposición una fuerza de trabajo equivalente a la de cien o mil campesinos medievales, pero los cien o mil obreros cuya fuerza de trabajo ha sido reemplazada por la máquina y el que la opera siguen teniendo los mismos días festivos que los campesinos medievales. ¿Cómo puede ser? ¿qué ha ocurrido? ¿acaso no ha habido aumento de la productividad? Pues no, ni lo habrá. El trabajo real que efectúa la inmensa mayoría de los trabajadores actuales se puede conseguir con unas cinco horas de trabajo diario tirando muy lejos. ¿Por qué tiene que permanecer tres o cuatro horas más en su puesto de trabajo si, realmente no van a producir nada en él? Todo el tiempo que el trabajador ya no tiene que trabajar para producir lo que realmente se necesita, se lo ocupa con trabajo virtual o, directamente, ficticio. La forma más habitual de trabajo ficticio consiste en rellenar papeples, papelillos y papelotes que, al parecer, es imposible que un ordenador rellene de modo automático. ¿Para qué? Bueno, en algunos casos para tener la excusa de contratar al cuñado, al primo o, en el caso del Estado, a algún compromiso del partido, para que revise esos papeles, papelillos o papelotes. En otros, porque se sospecha que, en su tiempo libre, los trabajadores sólo pueden dedicarse a cultivar sus perversiones, leer, adquirir conocimientos, hacer el amor y cosas así.
   En medio de todo esto algún cenutrio del gobierno, sorprendentemente no español sino portugués, ha tenido la idea de suprimir todos los puentes del año para "aumentar la productividad". ¿La productividad de qué? ¿qué producción se va a ver incrementada? ¿la producción de trabajo virtual? Pongamos el caso de una fábrica de coches. Se suprimen los puentes, luego se fabrican más coches. Ahora bien, no hay puentes, luego no hay escapadas de puente, luego se usan menos los coches, luego la gente tarda más tiempo en comprarse un coche nuevo. ¿Qué va a pasar con nuestra muy productiva fábrica de coches? Pues que conseguirá llenar más rápidamente su almacén de coches destinados a la chatarra antes de tener su primer dueño. ¿Qué es lo que va a ocurrir en realidad? Lo que va a ocurrir es que los nuevos días "productivos" se dedicarán a reuniones de los trabajadores para que generen brainstormings con los que aumentar la eficacia de la empresa o... su productividad, a trabajo virtual en definitiva, que poco o nada tendrá que ver con la producción.
   ¿De verdad se quiere aumentar la productividad? Bien, pues quítesele a los trabajadores toda la burocracia de encima, que efectúen únicamente el trabajo por el que se supone que se les paga y déjeseles marchar a casa cuando hayan terminado. Contrátese a administrativos que hagan efectivamente el trabajo burocrático imprescindible y que también se vayan a sus casas cuando hayan terminado. Ahora ya tenemos a quienes están trabajando actualmente y a nuevo personal contratado, todos con una jornada laboral de cuatro o cinco horas diarias. ¿Qué van a hacer con el tiempo libre que tienen ahora? ¿plantarse delante del televisor? ¿dar vueltas por Facebook? ¿encerrarse en sus casas hasta la hora de dormir? Al principio, tal vez. Después se aburrirán, saldrán a pasear, se cansarán y se sentarán en la terraza de un bar, verán algo que se les antoje comprar, se apuntarán a clases de sevillanas... ¿Se dan cuenta? Acabamos de reactivar la economía. Dentro de muy poco, volverá a haber listas de espera para comprar un coche. Pero, claro, esta senda es peligrosa. Es lo que decía la Sra. Aguirre, a los profesores no se les puede dejar la tarde libre porque esa clase de gente es capaz hasta de pensar. Por esta senda muy pronto no habría paro y sin paro, la sociedad capitalista no es nada. Aún peor, alguien acabaría por darse cuenta de que, con la próxima revolución industrial, podría pedirse la jornada de dos horas o la de cero horas. A poco que nos despistásemos estaríamos en el pleno desempleo. Todavía peor, el populacho terminaría no gestionando su tiempo libre, sino gestionando libremente su tiempo. Y esto, amigos míos, es lo mismo que decir que el capitalismo habría muerto.
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jueves, 10 de noviembre de 2011

Habemus programmata

   Siempre me han gustado las campañas electorales, uno se lo pasa en grande oyendo a políticos angelicales haciendo promesas tan falsas como sus sonrisas. No obstante, la que estamos viviendo promete ser una de las más divertidas de la historia. Para empezar, ya tenemos programas electorales. La gente no suele entender muy bien de qué van estos programas electorales y después le echan en cara a los políticos saltárselos a la torera desde el primer día de gobierno. Parecen creer que estos programas son como los de ordenador, que van cumpliendo sus pasos conforme pasan los días. Otros piensan que son auténticos proyectos de gobierno y, al final de la legislatura, ajustan cuentas de hasta qué punto se han cumplido. Muy pocos los toman como es debido. "Programa", en este caso, no significa plan, ni proyecto, ni sucesión de instrucciones para hacer algo. En "programa electoral" la palabra "programa" designa lo mismo que en "programa televisivo", un espacio para distraerse un rato mientras llega la hora de gobernar o hacer oposición. Esta es la función de los programas electorales y, a decir verdad, los de PP y PSOE cumplen muy bien tal función.
   El programa del partido de Mariano Rajoy, en lo económico, es un breve resumen de neoliberalismo de guardería. Es difícil decir si está más alejado del sentido común o de la realidad. Se echa uno unas buenas risotadas leyéndolo. Si han seguido Uds. las medidas para reducir el déficit, sabrán que la contención del gasto público exigida por el FMI y la UE se va cumpliendo con creces. Mas, ¡oh sorpresa de las sorpresas! resulta que el montante del déficit no parece reducirse porque la contención del gasto va acompañada de una disminución de los ingresos que amenaza todos los cálculos. Naturalmente, esto era imposible de prever, entre otras cosas, porque a quienes lo previeron antes de iniciar los tijeretazos del gasto público (caso de Joseph Stigliz y demás perroflautas keynesianos), se los silenció convenientemente. Pues bien, el Sr. Rajoy propone, nada más y nada menos que disminuir los impuestos para rebajar aún más los ingresos del Estado y, cabe suponer, precipitar la bancarrota. Es cierto, la disminución de los impuestos le facilitará la vida a quienes el próximo puente de la Inmaculada Constitución estarán paseando por las playas de las Islas Seychelles (desde luego, ni a Ud. ni a mí) y, después de pillar un buen bronce allí, igual les entran ganas de invertir creando alguna empresilla. Ahora bien, como el PP también prevé moderar (aún más) los salarios, ninguna de estas medidas contribuirá lo más mínimo a disminuir el nivel de endeudamiento de las familias. En consecuencia, tampoco estimulará la demanda. Eso sí, gracias a estas medidas y otras complementarias, se aumentará la productividad, es decir, se lanzarán al mercado una cantidad cada vez mayor de productos. De este modo tendremos, por un lado, una demanda interna en estado de muerte clínica y un mercado saturado de productos de todo tipo y género. Lean cualquier manual de economía y les dirá lo que eso significa: deflación. Así que si alguien se tomara en serio el programa del PP (cosa que espero que no haga el futuro ministro de economía) nos encontraríamos de aquí a un par de años con un Estado en bancarrota y una economía deflacionaria. Sabemos que, en lo personal, Rajoy y Zapatero se tienen simpatía, nunca pensamos que el primero estaba empeñado en hacer que echáramos de menos al segundo.
   La economía no es el único tema en que el programa del PP homenajea al PSOE. El otro tema es el aborto. ¿Se acuerdan de aquel PP que llamaba "asesino" a Felipe González por aprobar una ley del aborto con tres supuestos? Ahora resulta que la ley de los tres supuestos es el objetivo del PP en este tema. Dicho de otro modo, el PP es el PSOE con treinta años de retraso. Uno se pregunta a qué viene esa insistencia del PP en el tema del aborto. La respuesta que se le ocurre a todo el mundo es que detrás del PP está el Opus Dei. La verdadera respuesta es todavía peor. El tema del aborto es uno de los temas favoritos de los políticos de todo espectro por tres razones: está fuertemente cargado de ideología, hagan lo que hagan no va a cambiar ninguna realidad y, lo más importante, es gratis. Cambiar una ley sobre la protección del medio ambiente cuesta millones de euros, cambiar una ley sobre el aborto sólo cuesta el precio del papel en el que va impresa. Por lo demás, las mujeres seguirán abortando bien en la seguridad social y conforme a la ley, bien en la seguridad social buscando los subterfugios de la ley, bien en clínicas privadas de acuerdo con la ley o bien en clínicas privadas de modo ilegal. Por supuesto, no existen estadísticas al respecto, pero no estaría de más averiguar qué incidencia han tenido los cambios legislativos sobre las tasas de aborto real en los últimos cincuenta años de nuestro país. Yo apuesto porque no ha tenido ninguna. La única diferencia, la única diferencia significativa, es que en los sesenta sólo podían abortar con garantías sanitarias las hijas de familias con fuerte poder adquisitivo y con la última ley aprobaba puede abortar con garantías sanitarias cualquier mujer. Sinceramente, yo preferiría una ley que permitiese que ninguna mujer tuviera necesidad de abortar. Pero claro, esta ley sí que sería cara, es decir, no resulta "progresista" pedirla.
   El programa del PSOE es igualmente un guión digno de "Vaya semanita", el genial programa humorístico de la televisión vasca. El Sr. Rubalcaba, ese miembro de un gobierno que se acostó socialista y se levantó convertido en Eduardo Manostijeras Liberal, propone ¡aumentar el gasto público! No sabemos si con "aumentar el gasto público" quiere decirse volver al nivel de gasto que había antes de que el gobierno del que él formaba parte metiera las tijeras o superar ese nivel. Lo que realmente se teme uno cuando oye estas palabras en boca de un socialista es una versión corregida y aumentada del famoso plan E (plan español de estímulo a la economía). Hasta ochenta y tres mil millones de euros se entregaron a los ayuntamientñs, no para que sanearan sus economías, no, sino para que los tirasen en lo que fuera. Hablo por lo que conozco. En mi pueblo sirvieron para construir una preciosas cataratas en una de las entradas, plantar petunias en las rotondas y terminar la parte correspondiente a nuestro municipio de un ramal del metro de Sevilla, cuya entrada en funcionamiento ni está prevista ni lo estará hasta que las ranas se peinen con la raya en medio. Mientras tanto, ir de Alcalá a Sevilla sigue suponiendo, como hace cincuenta años, tomar un autobús que se las apaña para emplear una hora en recorrer quince kilómetros.
   Cuando hablan de aumentar el gasto público, estos socialistas siempre mencionan a Roosevelt, que ganó unas elecciones y no a Keynes, que fue quien explicó cómo funcionaba la cosa. ¡Claro! a Keynes hay que leerlo y con Roosevelt basta ver un documental. Y en los documentales, Roosevelt aparece inaugurando rotondas con petunias. Pero lo fundamental que hizo Roosevelt no fue inaugurar rotondas con petunias sino modernizar, entre otras cosas que incluían la educación, el sistema de transporte norteamericano. Un auténtico plan de aumento del gasto público en nuestro país sólo tendría sentido si contribuyera, por ejemplo, a mejorar nuestro disparatado sistema de transporte. En España sobran aeropuertos y faltan trenes, sobran trenes de alta velocidad y faltan trenes de mercancías, sobran sistemas radiales y faltan modos de llegar, por ejemplo, de Cádiz a Jaén sin pasar por Sevilla. Pero, obviamente, inaugurar un aeropuerto luce mucho e inaugurar una vía de tren convencional viste muy poco, por muy útil que sea.
   Las cataratas, las fuentes, la petunias están muy bien. Yo, personalmente, preferiría que hubiesen construido colegios, por lo escasos que son por aquí y porque no suelen perder sentido cuando surge eso tan imprevisible y raro en este país que se llama "sequía". Entonces se iniciarán las consabidas campañas para el ahorro de agua. Si leen cualquier estudio serio les dirá que, en España, el agua para consumo humano, supone un 12% del total. Una campaña que consiguiese un éxito espectacular reduciría ese consumo a la mitad, es decir, conseguiría un ahorro de agua del 6%. El 88% del consumo de agua es para usos industriales. La gestión de ese agua es tan desastrosa que los cálculos más moderados indican que la mitad del caudal empleado se pierde, entre otras cosas, por deficiencias de la canalización. Dicho de otro modo, el 44% del agua destinada al uso industrial se desperdicia. Un plan E sensato, un aumento del gasto público inteligente, debería empezar precisamente por aquí, por mejorar nuestra gestión del agua, por conseguir ahorrar ese 44% de agua que se desperdicia. Eso generaría verdaderamente mucho empleo, mejoraría la competitividad de nuestras empresas e impediría que nuestros campos quedaran a merced de la pluviometría. El problema está en que mejorar una red de tuberías no es algo muy fotogénico, las rotondas con petunias, sí. Adivine, pues, dónde se va a ir ese aumento del gasto público que preconiza el Sr. Rubalcaba.
   En fin, ya sabe, "rebélate", "pelea por lo que quieres" y "súmate al cambio", pero no vaya a gritar lo que piensa en una plaza pública porque entonces le tacharán de antisistema y, lo que es peor, será verdad.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Demasiado bonito para ser cierto

   Una de las características de todas las tragedias es que personajes, en apariencia, secundarios, acaban por ser claves en su desenlace. Los griegos saben mucho de esto, por algo fueron los inventores de las tragedias (también saben mucho del eterno retorno y si no me creen busquen, busquen apellidos como Papandreu, Venizelos o Karamanlis). Este Papandreu (y digo "este" porque yo ya conocí a otro Papandreu gobernando Grecia), parece el actor ideal para desempeñar ese papel. Si algún historiador hubiese tenido que describir el desarrollo de la actual crisis europea, apenas le hubiese dedicado dos líneas. Es el típico político que se gana el apodo de "el compresa", porque está en el mejor lugar pero en el peor momento. Parecía uno de esos perritos que estuvieron tan de moda hace tiempo. Se los colocaba en la bandeja posterior del coche e iban diciendo que sí con la cabeza todo el viaje. Hasta ahora Papandreu había sido el correveydile de la Unión Europea, sirviendo de mensajero y paragolpes a la vez. Lo malo de ir de un lado a otro recibiendo recriminaciones por donde se pasa es que uno acaba cansándose. Tal vez han sido presiones familiares, tal vez se le ha aparecido en sueños su abuelo, tal vez estaba harto desde hacía tiempo, tal vez ha visto las fotos del mausoleo de Néstor Kirchner y le ha entrado envidia, el caso es que el bueno de Papandreu se sacó de la manga un referéndum sobre el último paquete de "ayudas" comunitarias. Por supuesto, este "nuevo" paquete de "ayudas" tiene tanto de "nuevo" como de "ayuda". A cambio de otra reducción del tamaño del Estado, que, según tengo entendido, incluye vender la sede del gobierno a una inmobiliaria y celebrar las reuniones debajo de un puente alquilado, otorga una cierta calderilla para llegar a los aguinaldos. La novedad ha consistido en que nuestro hombrecillo, en lugar de decir que sí, se ha sacado de la manga una consulta popular. "Con ella Grecia recuperará el papel que le corresponde en Europa", dicen que le ha largado a Merkel en toda la cara (por teléfono, claro). Efectivamente, Grecia hubiese recuperado, gracias a una consulta popular, la capacidad para negociar, para decidir su propio futuro, en definitiva, su soberanía.
   Dicen que a Papandreu lo han "invitado" a una cena en la próxima cumbre del G-20. Me lo imagino. Veinte mandatarios internacionales con enormes tenedores y cuchillos para cortar la carne en sus manos y el bueno de Papandreu, sentado en un taburete más bajo que los demás, tratando de alzar la voz. Si se hubiese atrevido a hablarles del derecho del pueblo griego a decidir su futuro, de la supremacía de la democracia sobre los mercados, de que Europa se debe construir tomando como base una libertad diferente a la de horarios comerciales, lo hubiese nombrado "héroe de la Torre de Marfil". Naturalmente, a título póstumo. La primera decisión después de anunciar la convocatoria de un referéndum fue destituir a la cúpula del ejército por si las moscas. Difícilmente hubiese salido vivo de Cannes y mucho menos para volver a Grecia. De hecho, es un cadáver político. Incluso si hubiese convocado un referéndum, le hubiese quedado la hercúlea tarea de decidir cuál hubiese sido su propia postura en el referéndum. Es obvio que hubiese ganado el "no" al último acuerdo con la Unión Europea. ¿Hubiese sido capaz Papandreu de encabezar una campaña por el "sí" y ganarla contra toda lógica? Caso de lograrlo, le estaría reservado en Europa un sillón que no ha ocupado nadie desde que Felipe González ganase el referéndum sobre la OTAN. Pero si hubiese perdido, las voces llamándolo tonto se podrían escuchar desde aquí. La otra posibilidad era encabezar una campaña por el "no", tratando de ponerse a la cabeza de la contestación ciudadana. Era un poco tarde para ello, pero igual hubiese podido ingeniárselas para presentarse como gran líder patriota y sacar algún rédito. El problema era, nuevamente, que, contra todo pronóstico, el "sí" hubiese conseguido la victoria, en cuyo caso, hubiese terminado en un psiquiátrico.
   La victoria del "no" sólo podía conducir a un camino. La Unión Europea cancelaría sus ayudas a Grecia, el país se declararía en bancarrota y abandonaría el euro. Adoptaría una moneda en caída libre que sanearía las cuentas públicas a cambio de reducir a nada los ahorro de los griegos. En medio de este reajuste salvaje, Grecia arrastraría a los tenedores de su deuda pública y a los tenedores de los seguros contra impago de su deuda, es decir, la banca francesa y alemana. Francia tendría que optar entre recapitalizar sus bancos o dejar que se hundiesen. Lo primero significaría aumentar brutalmente su ya enorme deuda pública, acabando en el mismo precipicio en el que ahora se encuentra la propia Grecia. Por el camino quedarían otros exquisitos cadáveres, Italia, España, Bélgica... ¿Y el euro? Ya lo dije con anterioridad, sería la moneda común de Alemania y Finlandia. ¿Cuánto podría exportar Alemania a unos vecinos con divisas hundidas? ¿podría exportar? Pero éste es sólo un escenario posible.
   En esta vida siempre suele haber opciones. Para evitar un escenario de esta naturaleza, Alemania podría garantizar la deuda pública griega con su propia deuda. Hay algo de justicia poética en ello, pues, gracias a las penurias griegas, Alemania ha estado financiando su propia deuda a precios ridículos a pesar de que, como ya he dicho varias veces, su sistema financiero está tan podrido o más que el irlandés o el islandés. Más simple todavía, podrían dar el sí definitivo a la creación de los eurobonos. Claro, que, de ser lo suficientemente inteligentes para adoptar esta solución, la habrían adoptado el primer día de la crisis y se hubiesen ahorrado tanto sufrimiento y quedar ahora como estúpidos. El gobierno alemán tendría que tragarse sus palabras del último año y medio, pero, bueno, al fin y al cabo son políticos, hubiesen sabido cómo hacerlo y quedar bien. Finalmente había otra opción: volver a invadir Grecia. Teniendo en cuenta que ésta hubiese sido, probablemente, la opción más barata, estoy seguro de que la hubiese apoyado Herr Schäuble.
   Sí ya sé, no es del todo justo insinuar que el señor Schäuble es un neohitleriano. No se merece ese título... él solo. De Durao Barroso a Frau Merkel, son muchos quienes han amenazado con gravísimas consecuencias a quien deseara ejercitar las libertades democráticas y consultar al pueblo. Esto públicamente. Entre bambalinas la componenda no resulta difícil de imaginar. ¿Cuánto dinero le hubiese costado a los principales bancos europeos la decisión de Papandreu? ¿y cuánto les ha costado convencer a algunos políticos griegos para que "le hagan entrar en razón" o le den la patada? ¿cuántas llamadas han recibido los parlamentarios griegos en el día de hoy desde las altas esferas de los principales bancos franceses y alemanes? ¿a cuánto se ha llegado a cotizar el voto contra Papandreu en la moción de confianza? La mitad de los gobiernos europeos y todos y cada uno de los que se lanzaron a una espiral de ventas después del anuncio de Papandreu, se han desenmarscarado al fin y han dejado claro lo que son y ha sido siempre, una peligrosísima banda de neofascistas. Nadie, desde Hitler o Mussolini había dejado tan claro que al pueblo ni se lo debe ni se lo puede consultar. Al pueblo, asfixia económica y antidisturbios, robarle sus salarios, sus ahorros, su salud y su futuro y si quieren protestar, que griten en las calles o que elijan, cuando se les pida, entre dos partidos que están dispuestos a compartir el poder bajo la premisa de pagar y callarse. Cualquier otra posibilidad, ya lo sabemos, es una majadería irrealizable típica de los perroflautas.¿Y éstos son los que van a darles lecciones de democratización a los chinos, a Siria, a los libios, a los tunecinos? ¿Éstos son los que se asombran de que pidamos democracia real ¡ya!?

jueves, 27 de octubre de 2011

¡Viva España!

   Quizás estoy cargando tintas en demasía contra los nacionalismos y no sé si me estoy explicando. En realidad, entiendo muy bien a los independentistas. Yo también quiero irme de España y no volver a casa ni en navidad. Si hubiese podido, no hubiese vuelto la primera vez que me fui. Cuando digo esto, siempre me espetan que en este país se vive muy bien. Curiosamente siempre lo dicen quienes no han vivido fuera de él ni tres meses. Ahora que estamos en crisis es menos frecuente encontrar a estos defensores de nuestra peculiar calidad de vida. En la época de bonanza nos invadió una oleada de chauvinismo español que llegó a su culminación cuando ganamos el mundial de furgo. Entonces pude observar lo que hubiese jurado que no iba a ver nunca: la gente colocaba banderas de España en su azotea, en su balcón, en su coche. Cuanto más grandes mejor. Después, claro está, llegó el otoño y, con él, la caída de las banderas. Fueron unos años buenos. Empezó a circular la especie de que en nuestro país la droga, la prostitución, la delincuencia eran cosa desconocida hasta que llegaron los sucios inmigrantes. Era de dominio público que los españoles, santos varones, jamás habíamos robado, ido de putas ni nos habíamos drogado hasta que llegaron los primeros inmigrantes, ¿verdad? Tampoco eran españoles los inmigrantes que, en Alemania, en Suiza, en Francia, tenían fama de pendencieros, de borrachos y de sucios. Por ensalmo, se borró de nuestra memoria atávica aquellos carteles de restaurantes franceses que decían: "prohibida la entrada a perros y españoles". ¡Lo que hace el dinero!
   En aquellos años de pizza con champán, de coches caros y viviendas de cien millones, hasta llegó a decirse que era de izquierdas sentirse orgulloso de ser español. Y esta es una idea que nunca he entendido. ¿Qué puede querer decir sentirse orgulloso de ser español? Yo me siento muy orgulloso de la enseñanza que me dieron en mi colegio público, por parte de gente muy implicada que, de verdad, quería hacer cosas nuevas. Me siento muy orgulloso de las pequeñas cositas que he ido consiguiendo con mi propio esfuerzo. Me siento orgulloso, ya lo he dicho, de ser hombre, cuando veo a otros hombres haciendo lo posible por ayudar a las mujeres a seguir adelante en la lucha por sus derechos. Pero, ¿orgulloso de ser español? ¿qué puede significar eso? ¿sentirse orgulloso de compartir la misma procedencia geográfica, la misma lengua, la misma cultura que Millán-Astray, que Pepe Mari Aznar, que Escrivá de Balager? Todavía, si me dijeran que comparto orígenes con el Dioni...
   A lo mejor, sentirse orgulloso de ser español significa sentirse orgulloso de nuestra historia, que, al fin y al cabo, nos ha constituido como somos. En mi caso esta posibilidad resulta problemática. Mi primer apellido es típico de judíos y el segundo de clara procedencia árabe, es decir, llevo sangre conversa se mire por donde se mire. Algo de lo que, por cierto, se me olvidó ponerlo en la lista anterior, también me siento enormemente orgulloso. Por tanto, no tengo muy clara cuál debe ser "mi" historia, la historia en la cual yo deba reconocerme. Supongamos, para simplificar, que es de verdad la historia de España. ¿Qué hay en ella para sentirse orgulloso? La transición democrática, por supuesto, lo ocurrido en mayo de este año... Y, ¿antes de eso? ¿la guerra civil? ¿el Desastre de Annual? ¿la derrota de Trafalgar? ¿Rocroi? Sí, estoy siendo muy negativo. También hay grandes victorias en nuestra historia, empezando por la conquista de América. Pero también en este caso me acosan las dudas. La cuestión de la conquista de América no es que masacráramos mucho o muy poquito. La cuestión es por qué lo hicimos. Lean Uds. la biografía de los grandes conquistadores, son todas iguales. Todos nacieron en pueblos perdidos de la mano de Dios, pueblos de niños enfermos y malnutridos, de grandes señores infames, pueblos de miseria sin parangón. Nuestros antepasados (o los antepasados de quienes no son marranos, como yo), no fueron a conquistar perdidos reinos con el corazón henchido de lemas imperiales, ni con las cabezas plagadas de prejuicios racistas, fueron con algo terriblemente peor, con la ferocidad de quien tiene el estómago vacío desde que su memoria recuerda. Poco o mucho, masacramos, esclavizamos, sometimos, tratando de huir del hambre. ¿Quién puede sentirse orgulloso de eso? Creo que la única manera de sentirse orgulloso de un país es desconociendo su historia real, olvidando las derrotas, tapando los espantosos ridículos y las viles traiciones. Leer mucha historia no forja grandes patriotas.
   Ahora, los descendientes de aquellos a quienes nosotros masacramos, han venido a nuestro país exactamente como nosotros fuimos al suyo, huyendo del hambre y ¿los llamamos qué? ¿los acusamos de qué? ¿y se supone que debo sentirme orgulloso de eso? Igual que no me puedo sentir orgulloso del pasado, tampoco puedo sentirme orgulloso del presente. ¿Qué clase de país es éste? Tantos años de bonanza ¿en qué nos ha hecho mejores? ¿qué lecciones hemos aprendido? ¿cómo ha mejorado nuestro comportamiento? Cualquier respuesta que se pueda dar a estas preguntas se resume en algo que todos hemos vivido. Llega uno a su casa y trata de entrar en su cochera. Observa que hay un coche aparcado delante de ella, obstaculizando nuestro paso. No parado, como dice la ley, con el conductor al volante, no, aparcado, con los retrovisores bien plegados y, por supuesto, sin nadie en su interior. Ud. pita. ¿Aparecerá un Sr. con prisas, pidiendo disculpas y esbozando una excusa? No. Para empezar, no aparecerá al primer pitido, sino al segundo, al tercero o, simplemente, cuando le dé la gana. Si le oye pitar le preguntará que a dónde va con tanta prisa. No le conteste. En caso de hacerlo, se le pondrá borde, sonreirá con suficiencia y, naturalmente, volverá a aparcar en el mismo sitio cuando Ud. haya pasado. Puede llamar a la policía. Tendrá mucha suerte si le ahorra esta escena. Así es España. No es que se haga lo que está prohibido, es que parece que tenemos el imperativo moral de hacerlo. Y si, además, se molesta al prójimo, entonces hasta es una acción meritoria. El español es incapaz de disfrutar sin joder a los demás. Poderse se puede, pero es como una primitiva sin bote, no se hace con la misma ilusión. La sodomía es la obsesión nacional. Nos resulta imposible dormir en paz si el recuento de la cantidad de veces que hemos conseguido penetrar analmente a los demás durante el día no es bien largo. ¿No me creen? pues averigüen, averigüen en cuántos países del mundo la gente practica el bonito deporte de rayar el coche nuevo del vecino.
   ¿Tengo que sentirme orgulloso de nuestra pulsión sodomita? La verdad es que, por mucho que me cuenten que es la manera de encontrar el punto G masculino, no me entusiasma. Porque el problema, el problema real de este país, es que no todas las sodomizaciones las padecemos por igual. Las hay que nos joden y nos joden bien. Las hay que ya no las olvidamos y esperamos ansiosos la ocasión de devolverlas. Sin embargo, las gordas, las que son más bien una violación en toda regla, esas las ignoramos, hasta las disfrutamos sin que dejen rastro en nuestra memoria. La lista es interminable. Pondré un solo ejemplo. Hacia 1.990 se terminó de construir el Teatro de la Maestranza de Sevilla, primer auditorio de la capital en el que se podrían montar óperas más o menos grandes. Era una de las obras estelares de la exposición universal del 92. Costó una millonada. Presentó todo tipo de espectáculos durante la mencionada exposición, con un lleno más que respetable. El público de Sevilla se volcó. Cerró sus puertas con la expo. La programación que se había efectuado llegaba hasta esa fecha. Nadie tenía ni idea de qué hacer con él después. Lo contrario hubiese significado romper la regla de oro que rige este país: no planificar nunca nada. ¿Para qué planificar si podemos derrochar?
   Pasaron un par de años y, entonces, a algún consejero de la Junta se le ocurrió que estaría bien eso de asistir en el palco de honor al estreno de una ópera. Al cabo se reabrió. ¿Qué fantástica máquina de hacer dinero tenemos, para presuponer en todo momento, que podemos gastarnos millones en cosas cuyo uso no está en absoluto claro? La historia no termina aquí. Si Sevilla tiene un Teatro de la Maestranza, ¿por qué Alcalá de Guadaíra no puede tener un espacio escénico comparable? Al fin y al cabo, el alcalde de Sevilla era alcalde de Sevilla, pero el de Alcalá ha sido Alcalde-Senador. Así nació el Teatro Auditorio Riberas del Guadaíra, nada, una chuchería de 479.000 € (reconocidos, claro). Aforo completo en la práctica totalidad de representaciones desde que se inauguró hace siete meses. Aforo completo, entre otras cosas, porque la mitad de las localidades de cada función han sido generosamente regaladas por el ayuntamiento y/o quienes en él ocupan un cargo. El uno de enero echa el cerrojo. No hay dinero para mantenerlo. Carece de programación para el próximo año y no hay perspectivas de cuándo volverá a tenerla. Alguien está durmiendo muy a gusto. Su lista de sodomizados incluye unas 75.000 personas, todos los contribuyentes de Alcalá y, lo que es todavía mejor, los sodomizados, lejos de echar pestes como cuando alguien aparca en su cochera, están encantados. Gracias a nuestro ilustre personaje podrán ver cantar (es un decir) en directo a David Bisbal.
   Mejor lo dejo aquí y me voy a una asamblea de indignados.

jueves, 20 de octubre de 2011

Reflexiones sobre el fin de ETA

   Estas reflexiones en torno al fin de ETA no contienen realmente nada nuevo. Es un compendio, actualizado, de cosas que he ido escribiendo por aquí y por allá. Si ha tenido Ud. la encomiable paciencia de seguir mis escritos, puede obviar el presente. En caso de que no desee hacerlo, comenzaré señalando que un movimiento terrorista no nace debido a la situación de injusticia y/o marginación en la que vive la población por él defendido. Si éste fuese el motivo central de nacimiento del terrorismo, hace décadas que estaríamos combatiendo el terrorismo gitano. Sin embargo, pese a la discriminación, a las injusticias que se ha cometido contra ella y a poseer una lengua propia, hasta donde yo sé, la población gitana nunca ha desarrollado un movimiento terrorista. Un movimiento terrorista surge en el seno de lo que Martha Crenshaw llamaba una "cultura de la violencia" y debido a un bloqueo político y/o social. Sus posibilidades de mantenerse dependen de dos factores: el primero es que el propio movimiento terrorista permita perpetuar esa cultura de la violencia en cuyo seno nació; el segundo es que las fuerzas que conforman el juego político legal saquen partido de su existencia. Hace tiempo que ETA fracasó en lo primero. La kale borroka sirvió para hacer presente en fiestas y jolgorios "el conflicto" y para llenar las filas de ETA de ardientes jovenzuelos ansiosos de bronca y acción, aunque ignorantes de cualquier cosa parecida a la estrategia política, los sutiles compromisos y la frialdad del tiro en la nuca. El resultado quedó patente: los comandos caían antes de atentar, la "dirección" no sabía adónde dirigirse y a la excusa última de todo (los presos) se los dejaba de lado por carcamales.
   En un país de mantas, hasta nuestra seña de identidad más perdurable, el terrorismo de ETA, acabó en manos de unos descerebrados que tirotearon a un policía francés y trataron de convencernos de que "alto el fuego definitivo y permanente" son términos compatibles con un atentado mortal en la terminal de Barajas. Es normal, durante las conversaciones con un movimiento terrorista, que los interlocutores asignen significados diferentes a las palabras. Pero si uno habla con alguien para quien las palabras carecen de la más mínima atadura a un significado estable, es que no se está hablando. En tal caso, o se le recomienda un buen psiquiatra a nuestro "interlocutor" o se actúa. No hay diálogo posible. Con la gente que había en la cúpula de ETA en aquella época no se podía hablar, de nada. Había que actuar. Se hizo y se hizo muy bien.
   Pero he dicho que hacen falta dos elementos para mantener un movimiento terrorista vivo. El primero ha desaparecido. Quien más quien menos, en el País Vasco, está harto de la cultura de la violencia y deseoso de probar otras cosas. Lamentablemente, el interés de los partidos políticos por ETA no ha desaparecido. Esa es la razón por la que ahora los vemos a todos danzando un baile mágico alrededor del moribundo para mantenerlo vivo, al menos hasta el próximo 20 de noviembre (por cierto, esta situación me recuerda la de otro moribundo al que se mantuvo con vida hasta un 20 de noviembre, ¿quien era? ¿quien era?... vaya, no consigo acordarme). ¿Que no concibe cómo todos los partidos políticos han sacado tajada de la existencia de ETA? Vamos a empezar por lo más fácil. Gracias a ETA, la izquierda abertzale ha conseguido permanecer unida durante más de treinta años, algo totalmente impensable analizando su propia naturaleza. Lo que une a sus fieles votantes no es la idea de una Euskadi libre, ni la idea de una Euskadi sozialista, ni nada semejante. La izquierda abertzale carece de cualquier cosa que suene a una ideología reconocible. Lo que la mantiene unida es la experiencia vital de haber sido detenido por las fuerzas de orden público o tener un familiar que ha pasado por semejante experiencia. Sin ese pastor que ha sido ETA, hace tiempo que se hubiese disgregado en una multiplicidad de grupúsculos.
   Lo del PNV también es muy claro. Xavier Arzálluz lo sabía. De un partido de recios hombres de palabra como fue en la Segunda República, ha pasado a un partido de gente con michelines que, de no ser por ETA, hubiese acabado por convertirse en una suerte de partido regionalista como la Chunta Aragonesista, pero sin cantantes en sus filas. Ahora bien, ¿qué sería del PP si no hubiese podido defender la sacrosanta unidad de España? Todo nacionalismo necesita de un nacionalismo contrapuesto a él para subsistir, sin una némesis, la cosa no tiene chiste. No hay nada como poner a la gente a seguir una bandera para convencerla de las mayores estupideces. Y si no me creen, piensen en los hinchas de fútbol. Por eso, siempre que alguien me habla de su nación milenaria, de la unidad de la patria, de la defensa de la lengua de sus mayores y cosas así, sigo el consejo de Don Miguel de Unamuno y me echo mano a la cartera, porque ése, ése viene a por mi dinero. Piensen Uds. en el gobierno de Artur Mas. Llegó ahí predicando la soberanía de Catalunya y lo primero ha hecho ha sido meterle la mano en los bolsillos a todos los ciudadanos, catalanoparlantes o no.
   Quien mejor ha sabido exprimir el tema de ETA, con sucesivas modulaciones de su política, ha sido el PSOE. Comenzó con un disparatado y chapucero "ojo por ojo" que condujo a ETA a la mayor situación de fortaleza de su historia. Eso sí, el PSOE empezó a pescar votos en caladeros en los que jamás se pensó que podía obtenerlos. Todavía hoy la gente de derechas habla con admiración de Felipe González. En lo referente al terrorismo, las cosas fueron hasta tal punto mal, que se aceptó unas conversaciones con el movimiento terrorista en Argel. La verdad es que fueron lo más cerca que se ha estado nunca de acabar negociadamente con el terrorismo en España. Durante esas conversaciones, comenzó a forjarse entre los socialistas la idea de que podrían ganar muchas elecciones si conseguían, por fin, acabar con ETA. Así, que, sin otra opción, empezaron a hacer las cosas bien y en el año 92, la cúpula de la organización fue detenida en Bidart después de una investigación policial como hay que hacerla en estos casos. Aquello fue el principio del fin de ETA. Pero he aquí que, ahora, ETA está a punto de morirse antes de tiempo. El santo grial del harakiri etarra parece a la vuelta de la esquina. Cuál sea el día exacto en que se produce, es la última esperanza del PSOE para ganar las próximas elecciones. A cambio de participar en la astracanada de la conferencia de paz, los socialistas esperan la noticia de la defunción de ETA en la jornada de reflexión, para lograr un inesperado vuelco de los sondeos. Mientras, el PP espera que se produzca en el inicio de la campaña electoral o después de la misma. En el primer caso, acusarían al PSOE de connivencia con ETA. En el segundo se apuntarían un tanto nada más empezar. Pero ¿y ETA?
   Ante todo, no hay que esperar de los etarras que tengan las menor intención de disolverse. Dudo mucho de que haya ahí alguien con los dedos de frente necesarios para darse cuenta de que el momento ideal para hacerlo es... hace mucho tiempo. No hay un solo indicio objetivo que muestre la intención de la banda de disolverse si exceptuamos la supuesta noticia de que está vendiendo sus armas. Sus últimos comunicados no dicen nada diferente de lo que han venido diciendo siempre. Cierto, está el llamamiento de su aparato político, el cual ni suspira sin pedir permiso a los de Francia. Yo les sugiero que vuelvan a leer su declaración. No hay ninguna petición expresa a la banda para que se disuelva. Otra cosa es lo que los lectores de esta declaración (dudo mucho que la hayan redactado ellos), han expresado en entrevistas varias... ¿a título personal? Por fin, después de muchos meses de ostracismo, los etarras vuelven a salir en primer plana de los medios de comunicación. Parte de la campaña electoral puede estar centrada en ellos. Todo el mundo los mira. Luego... ¿para qué disolverse ahora? No creo que lo vayan a hacer para contentar al PSOE y mucho menos como "gesto de buena voluntad" ante el nuevo gobierno. Más bien, conociendo su trayectoria, yo apostaría porque anunciarán su renuncia a la lucha armada (sin renunciar por ello a cometer atentados), su abandono de las armas (sin dejar de usarlas), y su compromiso con las vías estrictamente políticas (sin dejar de estar comprometidos con todas las demás vías). Y, creánme, no saben Uds. hasta qué punto me pondría contento si me equivocase.

domingo, 16 de octubre de 2011

Ascensor averiado, usen las escaleras de incendio

   Recuerdo una mujer que subió en el autobús que hacía el trayecto de Alcalá a Sevilla. Parecía que le habían cortado el pelo con unas tijeras de podar setos. Llevaba una camisa blanca y unos pantalones de hombre atados con una cuerda. Iba descalza. En brazos llevaba un niño de corta edad semidesnudo. La acompañaban dos niños más. Eran menores de cinco años y sus ropas parecían habérseles quedado pequeñas meses atrás. Ella se sentó en un escalón del autobús y pasó todo el trayecto con la mano en la mejilla. Los dos niños estuvieron todo el rato peleándose, se dieron una infinidad de golpes en el estómago y se insultaron de modo terrible. Después me fui a mi facultad y un profesor del Opus, con un chaleco de Burberry, me expuso una brillante teoría suya, según la cual el sufrimiento en el mundo demostraba la existencia de Dios.
   La parada en la que se había subido aquella mujer pertenecía a una de las peores barriadas de Sevilla. Durante décadas, sus jóvenes estudiaron en el mismo instituto que lo hice yo. Un puñado de ellos llegaron a la universidad y alcanzaron la licenciatura. Recuerdo en concreto a dos compañeros de mi promoción. Eran hijos de obreros, vivían en una zona relativamente buena de aquella barriada y acabaron impartiendo clases de química. No destacaban especialmente en nuestra promoción en el sentido de que, la mayoría de nosotros, también éramos hijos de obreros. De hecho, el modelo familiar de los que acabamos formando parte de una promoción de licenciados en diferentes especialidades era el mismo: madres amas de casa y padres trabajadores de escasa cualificación. A lo mejor algún tendero, algún tabernero, cosas así. No recuerdo que hubiese hijos de licenciados entre nosotros. Con toda seguridad los hubo, pero eran la minoría.
   Visité las casas de muchos de mis compañeros de promoción. En la mayoría de ellas, los primeros atisbos de una biblioteca lo constituían los ejemplares que ellos mismos habían comenzado a comprar. Lo que sí había en nuestros hogares era la conciencia, el estímulo, la voluntad decidida de nuestros padres, para que fuésemos un paso más allá de lo que ellos habían ido en la vida. Todo el mundo parecía estar de acuerdo en que, el mejor modo para conseguirlo, era estudiar. Recuerdo discusiones muy desagradables entre nuestros mayores, verdaderos piques, por tal nota en tal asignatura y a los segundones de cada casa intentando obtener notas superiores a las de sus hermanos mayores para atraer la atención parental.
   No tengo la sensación de que las cosas sigan igual. Un número significativo de mis alumnos son hijos de licenciados. Pero existe una especie de fatalismo familiar. Son ellos los que en mayor proporción alcanzan la universidad. Los hijos de obreros, los hijos de obreros de baja cualificación o ninguna, como fuimos nosotros, sólo lo consiguen en muy escaso número. Casi se palpa el ansia, las ganas de aprender, la curiosidad, de quienes están acostumbrados a tener libros en casa. Los hogares dominados por la televisión e Internet no parecen estimular a los jóvenes en el mismo grado.
   Las estadísticas que vengo leyendo me indican que no es una sensación mía. Todos los análisis que se realizan coinciden en que el nivel de estudios y lectura de los padres es determinante en las probabilidades de éxito educativo de los hijos. El sistema educativo no consigue limar las diferencias sociales, muy al contrario, las acentúa. Estamos inmersos en una situación en la que los hijos de obreros tienen que cambiar su destino si quieren llegar a ser algo más que obreros ellos mismos. Mientras, los hijos de licenciados, sólo tienen que seguir la corriente para llegar a ser licenciados y los hijos de clases altas sólo tienen que evitar las tonterías para no caerse desde su altura. Se puede decir de otro modo: el ascensor social está parado. Para la mayoría, la única manera de ascender socialmente es por la escalera de emergencia, es decir, adhiriéndose a las corruptelas políticas y practicando el tristemente famoso "pelotazo".
   Hace al menos treinta años que las primeras podas neoliberales del Estado del bienestar condujeron a un drástico cercenamiento de las aspiraciones de los ciudadanos. Desde entonces, todo ha conspirado para ir atrapando a los individuos en la franja de ingresos en la que nacen a medio o largo plazo. Es difícil sobrevalorar las consecuencias de una situación así. Cuando un individuo cae en la cuenta que no le espera nada diferente de lo que puede ver que han vivido sus padres, primero lo embarga la desesperanza, pierde el interés por cualquier esfuerzo, desfallece al primer obstáculo. Pero, poco a poco, con los años, va naciendo en él el resentimiento hacia todos aquellos que, únicamente merced a su nacimiento, pueden aspirar a algo más. Ese resentimiento lo adquirirán con la leche materna sus descendientes y ya no tendrán que pasar por la primera fase para llegar a la segunda. Al cabo de unas generaciones, lo que queda es el puro odio desde la más tierna infancia. Un ascensor social parado, un mundo en el que a los individuos sólo les cabe aspirar a lo que ven que aspiraron sus padres, es una bomba de relojería puesta en marcha, cuyo estallido será tanto más violento cuanto más tiempo pase.
   Por todo ello, las actuales discusiones acerca del recorte de las políticas sociales, son ridículas por desenfocadas. La única política social con sentido es aquella que ayuda a los hijos de una mujer descalza a embarcarse en unos estudios con la misma probabilidad de éxito que los hijos de un cirujano. Todo lo demás es demagogia política, despilfarro a manos llenas, limosna encalada de populismo. Y eso es lo que ha venido ocurriendo con las política sociales en los últimos treinta años. Los billetes, por su uso inconsistente y por insuficientes, se han ido convirtiendo, uno tras otro, en barquitos de papel circulando alcantarillas abajo. Si de verdad se quiere crear empleo, si de verdad se quieren poner los cimientos para un crecimiento sólido, si de verdad se quiere cambiar el modelo productivo, si de verdad se quiere sanear la economía, no hay mejor camino que invertir en el futuro, invertir en nuestra base social, invertir en nuestros jóvenes. La mejor manera de crear empleo en sectores en los que difícilmente se va a destruir, es con una poderosa política social que de verdad ayude, que permita la movilidad social, que ofrezca la posibilidad a todos de llegar a lo que aspiren. ¿Quieren que nuestros jóvenes sean emprendedores? Ofrézcanles a todos la oportunidad de emprender. ¿Quieren acabar con el défict? Ofrézcanles a todos la oportunidad de tener ingresos con los que pagar impuestos. ¿Quieren reactivar la economía? Reactiven el ascensor social.

domingo, 9 de octubre de 2011

First we take Manhattan...

   Cuando el año 2.012 comience, habrá quedado en claro la cuestión que va a decidirse en los próximos meses. Esta cuestión es bien simple, a saber, si las revoluciones mediterráneas supondrán un hito histórico o bien se quedarán como un fugaz rayo de esperanza. Los contendientes saben de la seriedad de lo que se avecina y están tomando posiciones. No hace falta más que mirar las diferentes trincheras. En Túnez y Egipto, las fuentes de esta revolución, los detentadores del poder han optado por imponer un ritmo lento de reformas para conseguir que, de tanto esperar, al final la ciudadanía se olvide de qué estaba pidiendo y se acabe acostumbrando a otro dictadorzuelo "provisional". En Libia, ha comenzado la cuenta atrás para la fotografía que nos muestre al sátrapa colgado cabeza abajo, como aquella gloriosa instantánea de Mussolini. En Siria falta muy poco para que se "libianicen". En España quedan seis semanas para las elecciones. Hay que recordar que unas elecciones son la gran fiesta de la democracia. Es responsabilidad de todos nosotros que sea eso, una fiesta, una gigantesca fiesta y una gigantesca fiesta de la democracia, de la democracia real. Y, lo más sorprendente, el Mediterráneo ha resultado tener una orilla en New York. El movimiento "Ocupa Wall Street", se ha propuesto, algo tan extraño en los Estados Unidos como expropiar a los expropiadores, rescatar nuestro futuro de las manos de aquellos que ya se quedaron con nuestro pasado.
   Qué se espera de nosotros, los ciudadanos, está claro y qué debemos hacer también. Túnez, Egipto y España necesitan de una acción decidida por nuestra parte. Como ya he dicho, la democracia se convierte periódicamente en una gran fiesta. Hemos de festejar nuestras democracias por venir en cada calle, en cada plaza, en cada mitin, en cada rueda de prensa, en cada acto en que alguien que no sean los ciudadanos quiera robarnos el protagonismo de una fiesta que nunca debió de dejar de ser nuestra, de todos. No obstante, no hay que ser ingenuos. No va a ser fácil. El ejemplo de Gadafi, de Al Assad cunde. Hasta 700 detenidos hubo en New York por ocupar un puente y su alcalde ya ha amenazado con hacer valer los derechos de la mayoría silenciosa, es decir, con sofocar cualquier intento de no ser obediente. En Bruselas la policía ni siquiera permitió la concentración de los peligrosísimos manifestantes. En España las señales también son nítidas. El pasado viernes, una valerosa unidad de élite de ese cuerpo de seguridad que tienen en Cataluña, apellidado "escuadra"(1), detuvieron a un puñado de perroflautas que tomaban una copa en la cafetería de la Ciudad de la Justicia a la espera de entregarse al juez en cuanto éste se lo permitiera. Dicen que los miembros de la "escuadra" de asalto, haciendo gala de la habitual contención policial, no emplearon sus armas reglamentarias para repeler un durísimo roce de las rastras de uno de los detenidos. El juez de guardia intentó ponerse en contacto con el juez competente y éste, actuando conforme a la ley (del Talión), se negó a aceptar su entrega si no era esposados y previo paso por los calabozos. No era menos lo que merecían, ciertamente, estos facinerosos que hasta se atrevieron a arrojar pintura a uno de los que hace tiempo que debería estar en el calabozo donde ellos durmieron por apropiarse de lo que es de todos en nombre de los necesarios recortes.
   Andalucía no es como Cataluña. Aquí gozamos de un espléndido gobierno de izquierdas que ha tenido la gentileza de aprobar una ley de participación ciudadana, calcada de la estatal aprobada hace ya hace unos años. Una comisión del 15-M explicó a los miembros del Parlamento andaluz lo que ellos ya sabían, que con una ley de este género van a llegar a dicho Parlamento el mismo número de leyes por iniciativa ciudadana que los que han llegado al Parlamento nacional. ¿Cuántas leyes se han aprobado hasta ahora por iniciativa popular en este país? Pues, en números redondos, cero. Es normal, la cantidad de trámites es tan elevada, el procedimiento tan prolijo, las molestias que ocasiona a sus promotores de tal calibre, que sólo alguien con enormes recursos y fácil acceso a los medios de comunicación podría tramitar una cosa así. ¡Adivinen! Los únicos con medios para lograr que una ley sea aprobada por iniciativa popular son los ricos. Pero, insisto, esto es muy diferente al modo de gobernar en Cataluña. Es un gobierno de izquierdas. Un gobierno de izquierdas tiene siempre en la sensatez del gasto y su beneficio para la mayoría la guía de su actuación. Por ejemplo, para restaurar el Palacio de San Telmo, patrimonio de todos los andaluces y, por casualidad, sede de la presidencia de la Junta de Andalucía, se han gastado 53.000.000 de euros. Aunque la oposición asegura que la factura real asciende a 100 millones de euros y los rumores que circulan por Sevilla la elevan a 200 millones. Y si Ud. se está preguntando cuántos desahucios se podrían evitar con cincuenta y tres millones de euros, es que Ud. también es un maldito antisistema con rastras, más o menos como yo.
   Lo anterior demuestra que, en las actuales circunstancias, las reivindicaciones de cualquier movimiento social que se precie no pueden ser estrictamente políticas. Poco a poco, las cartas van quedando al descubierto. La última rebaja del rating de la deuda española por parte de la agencia de calificación Fitch muestra cuál es la dinámica real. Siempre se nos ha contado que las agencias de calificación analizan los datos de determinadas entidades, emiten informes resultantes de esos análisis y los inversores actúan en consecuencia. Es mentira. El funcionamiento real de las agencias de calificación es otro. Son los grandes inversores internacionales los que analizan la situación de determinadas entidades para ver las posibles acciones que pueden conducir a pingües beneficios. Una vez establecidas éstas, piden a las agencias que suban o bajen la calificación para que el movimiento consiguiente de los inversores medianos y pequeños acabe por proporcionarles los beneficios ya calculados. A España se la ha bajado dos escalones en la escala de riesgo de Fitch sin ninguna justificación objetiva. Simplemente, la acción concertada de los bancos nacionales había tirado por tierra las apuestas ya hechas por los grandes inversores de un despeñamiento de las economías europeas. Había que poner en marcha una reacción brutal de los mercados que sobrepasara toda capacidad de actuación por parte de los bancos nacionales y la respuesta era, obviamente, una bajada de dos escalones. Ahora los beneficios de los grandes inversores quedan salvaguardados.
   Si los movimientos ciudadanos quieren convertirse en actores reales de los acontecimientos que van a venir, es imprescindible un programa económico. En qué debe consistir éste resulta claro. A partir de este momento a España lo que le queda es ver cómo los tipos de interés solicitados para su deuda aumentan exponencialmente. Como consecuencia, aumentará nuestra deuda soberana, lo cual provocará, en un círculo vicioso, el aumento de los intereses. Al final, el FMI se ofrecerá para "ayudarnos". El caso de Suramérica en los años 70, de los países africanos en diferentes etapas y de Grecia, Irlanda y Portugal recientemente, muestra que, lo que debemos evitar, no es la bancarrota sino, precisamente, es "ayuda" del FMI que, después de sacrificios bestiales sin fin acaba conduciendo.... a la bancarrota. Por tanto los ciudadanos debemos exigir una reestructuración inmediata de la deuda soberana y autonómica. Debemos reestructurar nuestra deuda ¡ya! haciendo una quita significativa y progresiva, mayor para los grandes inversores. Reestructurar nuestra deuda ahora significará ahorrarnos varios años de sacrificios absolutamente inútiles que, como demuestra el caso griego, al final sólo agravan el mal que pretendían curar. Naturalmente, esta reestructuración debería hacerse sin la "ayuda" del FMI ni de Europa, quiero decir, deberá hacerse mediante una salida del euro a partir del próximo 1 de enero de 2.012. De hecho, deberíamos invitar a todos los países de la zona euro a salirse del mismo, salvo aquellos países sin problemas fiscales. Es cierto que esto dejaría al euro circulando únicamente por Alemania y Finlandia, pero las circunstancias lo exigen. Quizás esta medida suponga que se dispare la inflación, pero hay que recordar que ese aumento de la inflación conduciría, en realidad, a la práctica cancelación de la deuda que quede tras la reestructuración.
   En este punto se me puede acusar de inconsistente, pues en una entrada anterior manifesté mi adhesión a la idea de Europa y a su moneda única. No hay tal inconsistencia. Únicamente se trata de una diferencia entre táctica y estrategia. Los países con problema fiscales deben abandonar momentáneamente la zona euro. ¿Durante cuánto tiempo? ¿hasta que acaben sus problemas fiscales? Tal vez no sea necesario esperar tanto, bastará con volver a la zona euro cuando en ella no manden ni Herr Schäuble ni Frau Merkel. Aunque, claro, habría que ver cuánto tiempo sobrevivirían, políticamente hablando, si un solo país concretase su amenaza de abandonar el euro. Y entonces... entonces tomaremos Berlín.



   (1) Por cierto que, como siempre, no todos los miembros del colectivo están cortados por el mismo patrón y, si no me creen, lean, lean