jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Más Europa, es la guerra!

   Lo he ido insinuando por aquí y por allá, pero quiero decirlo con todas las letras: creo en Europa, creo en la vieja, decadente y burocratizada Europa. Si consultan con cualquier experto, discrepará mientras sonríe complacientemente. Les hablará de la potencia China, del imperio americano al que, aunque en crisis, todavía le queda mucho por colear, les mencionará que el número de patentes europeas desciende año tras año, incluso puede que les hable de la India o Brasil. Desconfíen. Probablemente será el mismo experto que puso por modelo a los "tigres asiáticos" hasta el mes antes de que se derrumbaran, el mismo que renombró a Irlanda como el "tigre celta" y que no se enteró de nada de lo que estaba pasando en Grecia hasta que fue tarde. Es cierto que las patentes europeas van disminuyendo progresivamente, pero también lo es que los científicos norteamericanos envidian proyectos como el LHC. Saben que en Europa es más fácil conseguir fondos para ciencia "pura" y temen que, a medio o largo plazo, eso suponga una ventaja estratégica. En cuanto a la India, ha progresado de modo asombroso, desgraciadamente le queda mucho para llegar a ser una potencia de índole mundial. Y, por supuesto, está China, que crece a un ritmo del 9% anual, mientras Europa no consigue pasar de un raquítico 2%. Lo que no se suele mencionar es que China necesita crecer a porcentajes de dos cifras para crear empleo y, creciendo a porcentajes de dos cifras es casi imposible evitar la inflación. Esta es una palabra de resonancias bíblicas en China. La inflación derivada de un patrón monetario fijado a la plata fue lo que desencadenó las turbulencias que culminaron en la guerra civil y el triunfo del Partido Comunista. Nadie mejor que ellos sabe que la inflación tumba gobiernos. Combinar creación de empleo con dominio de la inflación, desarrollo de las "zonas especiales" con el mantenimiento de la mayor parte de la población dedicada a la agricultura, no es un reto menor. Claro, que si estuviésemos hablando de Europa, sería una fruslería.
   Hagamos un poco de historia. En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años. Para nosotros, seres medicalizados, es difícil imaginar la catástrofe que supuso esta guerra. El hambre, las enfermedades, que no los combates, dejaron despoblada centroeuropa. En buena medida, la guerra termina porque la escasez de habitantes ha dejado a los contendientes sin recursos económicos. Países en cuyo suelo no se combatió, como España, inician un declive del que ya no saldrán. Para cualquier región del mundo, la historia hubiese acabado aquí por unos cuantos siglos. Sin embargo, en esta guerra participa Descartes. Leibniz, Newton y Leeuwenhoek, entre otros muchos de una brillante generación de científicos y matemáticos, ya están en el mundo cuando termina. El siglo XIX se inicia con el ciclo de guerras napoleónicas. En 1848, las revoluciones románticas ponen de manifiesto que los problemas iniciados por ellas no han terminado. Pues bien, Hegel escribe su Fenomenología del Espíritu mientras oye los cañones de Napoleón a las puertas de Jena. Antes de que termine el siglo, Europa acaba de hacer una aportación a la humanidad que, para bien o para mal, lo cambiará todo: la revolución industrial. No contenta, el nuevo siglo lo inicia, otra vez, con una guerra. Aunque no es muy destructiva desde el punto de vista militar o económico, se lleva por delante una generación de jóvenes en los campos de Verdún o el Somme. Una década después, ya está alcanzando su madurez una nueva generación de científicos brillantes, la de Einstein o Heisenberg. Como todos estos retos parecían pequeños, decidimos hacernos el harakiri. 1945 es el año cero para Europa. No ha quedado nada en pie de lo que fue, ni militar, ni económica, ni arquitectónica, ni moralmente hablando. Devastada, medio hibernada por culpa de una guerra fría, veinte años después está asombrando al mundo con una revolución en la cultura de masas. Salimos de nuestro estado de hibernación a finales de los ochenta y todavía hay quien se asombra de que tengamos las articulaciones rígidas.
   "Bueno, se me dirá, todo eso es historia, el futuro..." El futuro es brillante. Como se decía en el filme del majadero de Lars von Trier, esto es Europa y aquí todo el mundo ha traicionado a todo el mundo. No sólo nos hemos traicionado, nos hemos peleado, combatido, humillado, violado y exterminado de todas las maneras que cabría imaginar. En cualquier otro lugar del planeta eso hubiese significado la perduración de odios atávicos. En Europa nos ha hecho llegar a la conclusión de que es hora de intentar lo que nunca antes habíamos intentado: entendernos y convivir. Países sin una tradición cultural, sin un idioma, sin una política común, han decidido crear un proyecto de Estado.
   Un amigo mío que no es hermeneuta, me planteó una cuestión digna de tal: "¿cómo voy a compartir yo cosas con un granjero escocés? ¿qué tengo yo en común con un granjero escocés?" Pues ésa es la gracia de toda esta historia. Como han demostrado los chats, los foros y demás, con quien estamos dispuestos a compartir cosas es con quien no tenemos nada que ver, aunque sí posibilidades de comunicarnos. Con quien lo tenemos todo en común, lengua, cultura, costumbres y normas de comportamiento, es con nuestro vecino de al lado, ése al que no podemos ver ni en pintura y al que, por no comunicarle, ni siquiera le damos los buenos días. Al nivel de países, un caso que a mí me resulta particularmente triste es el de Iberoamérica. Desde río Bravo a Tierra del fuego, una pluralidad de pueblos comparte un idioma y un bagaje cultural común (por mucho que pueda considerarse que fueron impuestos). ¿Para qué les ha servido? Pues, hasta ahora, desgraciadamente, para que se entiendan sin problemas cuando se insultan. Bolivia perdió su acceso al mar a resultas de la Guerra del Pacífico (o del guano o del salitre) en 1883. El tratado de paz entre ambos países tardó 21 años en firmarse. ¡¡Y el artículo correspondiente en la Wikipedia todavía está sometido a discusión!! Por lo que tengo entendido, a los niños bolivianos se les sigue inculcando el odio a Chile como si la guerra hubiese terminado ayer.
   En esta Europa en la que no compartimos lengua ni cultura, tenemos un país llamado Polonia. No es que le hayamos quitado su salida al mar, es que nos lo hemos repartido un par de veces. Prácticamente todas las sagradas tierras de nuestros padres fueron holladas por botas francesas y la inmensa mayoría también por botas alemanas. ¿Inculcamos el odio al vecino en nuestros hijos? ¡Hombre, la verdad es que ganas no nos faltan! Pero, en lugar de eso, los europeos han creado las becas Erasmus. Mediante ellas, miles de estudiantes europeos pasan seis u ocho meses en universidades de otro país. Es el mayor instrumento de integración jamás puesto en marcha. Ha contribuido, de modo fundamental, a fomentar no ya el entendimiento o la comprensión, sino el amor entre los pueblos... o, por lo menos, el sexo. Y es que, seamos francos, nuestra opinión acerca de otro país mejora sensiblemente cuando uno consigue, por fin, echar un buen polvete en él (aunque sea con nuestra/o novia/o de toda la vida). Si de verdad se quiere consolidar la integración en Iberoamérica, en lugar de grandilocuentes discursos, haría falta generalizar unas becas de este tipo. Aunque no es preciso ir tan lejos. Nada contribuiría más a la unidad de España que unas becas Erasmus internas. Estudiantes de Sevilla podrían ir becados al País Vasco, Cataluña, Canarias o Galicia y todas las viceversas posibles. Con un instrumento de este género, la rémora de los nacionalismos (vasco, catalán, gallego, canario, español, etc.) que llevamos arrastrando más de dos siglos, desaparecería de nuestras vidas tan rápido como suelen hacerlo los preservativos usados. Pero, claro, políticamente no interesa.
   Llegamos así a la razón por la que tengo que creer en el proyecto Europa: detesto las fronteras. Nadie ha matado más gente ni ha causado más infelicidad que el tipo que las inventó. Se pueden argumentar muchas cosas a favor de ellas. Yo entiendo algunos de esos argumentos, pero nada me evitaría ser feliz si me diesen una goma con la que borrar de los mapas todas las fronteras. Por eso, un proyecto que pretende anular las fronteras entre 27 ó 30 países, las fronteras por las que tanta sangre se ha vertido, sólo puede contar con mi más caluroso y entusiástico apoyo. Y de nada me sirve que se me argumente que esta Europa es la Europa del capital o la Europa de los políticos. Ambos son argumentos que implican un error deductivo. Si se dice que ésta es la Europa del capital, se están presuponiendo los planteamientos marxistas. Leyendo detenidamente a Marx uno encontrará que, según él, el capital se mueve de modo contradictorio y anula las fronteras a la vez que las reconstituye. Pero cuando Marx dice eso, está simplemente, describiendo una situación. Lo que el proletariado debe hacer es aprovechar ese carácter contradictorio del capital en su propio beneficio. En lo que a nosotros se refiere, decir que ésta es la Europa del capital es, en realidad, un argumento para participar en ella y aprovechar los resquicios que ofrece para transmutarla en otra cosa.
   Aún más grave es el oxímoron que pasa por rechazar el proyecto de construcción europeo como un proyecto "de los políticos". En efecto, esta afirmación revela una grave contradicción en nuestras ideas. Por una parte, asumimos que el nivel de estulticia en la sangre de los políticos es bastante más alto que en la población en general. Por otra, nos oponemos a hacer lo que los políticos nos piden porque consideramos que siempre favorecerá sus intereses, dado que son... ¿muy inteligentes? Si, efectivamente, son tontos, desearán cosas que, en realidad, están lejos de favorecerles. Comprobar que es ésta, precisamente, la situación, es fácil, basta con observar el rictus que se les queda a nuestros gobernantes, empezando por Frau Merkel y Herr Schäuble, cada vez que se menciona en su presencia la palabra "eurobono".

domingo, 4 de septiembre de 2011

Lecciones de una crisis

   La verdad es que Bienvenido Mr. Chance, película protagonizada por Peter Sellers en 1979, me aburrió soberanamente. Contiene, sin embargo, una lección que debería figurar en el frontispicio de las facultades de economía de todo el mundo. El Sr. Chance, jardinero analfabeto que sólo conoce la vida por lo que aparece en televisión, acaba teniendo una conversación con el presidente de los EEUU. Para burlarse de él, éste le pregunta qué opina de la situación económica. La respuesta del Sr. Chance es algo así como que en otoño las hojas de los árboles se caen, en invierno todo parece estar muerto, pero luego llega la primavera y las plantas vuelven a florecer. El presidente se queda perplejo y le contesta que es la opinión más favorable que ha recibido nunca de su política económica. Es, desde luego, una gran lección de economía política. El crack bursátil que nos aguarda a dos años vista, marcará el invierno de esta crisis que vivimos. Después, volverán las lluvias de primavera, el calorcito y con ellos, las flores. Y volverán los expertos, esos que ahora nos dicen que vivimos un cambio de era, a vaticinar un sempiterno crecimiento iniciado sobre bases sólidas y estables. No estaría de más que entonces nos acordemos de las lecciones que nos está enseñando esta crisis, que son muchas y muy provechosas, tanto que deberíamos llevarlas marcadas a fuego en la piel.
   La primera de ellas, es que nuestra Constitución no es un andamiaje oxidado, que sirvió en su momento, pero se ha quedado anticuada. Esta crisis nos ha dejado claro que nuestra Constitución es tan sabia, que contiene los elementos necesarios para reformarla. Y que para reformarla, no se tiene que dar ningún fantástica confabulación de astros o una larguísima y fundamentada reflexión. De hecho, ni siquiera hace falta el consenso. Simplemente, hay unos procedimientos establecidos. Si se cumplen, se la pueda modificar y modificar en el sentido que se quiera. En consecuencia, no se le puede esgrimir a ninguna de las nacionalidades que componen este país, que su proyecto no tiene cabida en la Constitución. No lo tiene si no hay voluntad política para que no lo tenga. Porque si hay voluntad política, se puede cambiar la Constitución para que todos tengamos cabida bajo ella.
   La segunda es que una reforma constitucional no tiene que ser para siempre, ni por muchos años, ni siquiera duradera. Recordemos, los que han establecido el tope de déficit que va a figurar en nuestra Constitución, son los mismos que hace algo más de tres años decían que no había crisis y que, caso de haberla, ésta era psicológica. De hecho, son los mismos que vaticinaron una duración de la crisis de un año, máximo de catorce meses. ¿De verdad hemos de creer que ha venido a iluminarlos el Espíritu Santo de las finanzas para que, ahora sí, acierten con la cifra justa y necesaria?
   La tercera es que hubo un señor llamado Karl Marx, que, a lo mejor, no se lució mucho ideando modelos de sociedad, pero que caló hasta lo más hondo la naturaleza de nuestras democracias burguesas. Lo que no pudieron hacer los ochocientos muertos de ETA, lo que no pudo hacer el plan Ibarretxe, lo que no pudo hacer un gesto en favor de la igualdad de género como era la modificación de la línea de sucesión en la corona, lo que era imposible hacer para satisfacer cualquier proyecto político, lo ha logrado fácilmente el poder económico de unos mercados cuya opinión está por encima y, en muchos casos, en lugar de la opinión de los ciudadanos. Después hay quienes preguntan qué significa el lema "democracia real, ya". Bueno, pues muy fácil, es lo mismo que decir: "de esto, ¡basta ya!"
   La cuarta es que PP y PSOE, izquierda y derecha, el dóberman y la socialdemocracia, en lo fundamental, están total y absolutamente de acuerdo. Sin duda, hay matices, modos de presentar las cosas, actitudes, que diferencian a determinadas alas de un partido de determinadas alas de otro. Incluso, estoy dispuesto a admitir, que existen diferencias entre ellos si se trata de despilfarrar el dinero de las arcas públicas cuando éste corre a raudales. Hasta ahí llegan las diferencias. Cuando se trata de afrontar una crisis, cuando el dinero escasea y los fondos se agotan, la socialdemocracia es pura palabrería y todo lo que queda es el liberalismo neoconservador que riega las venas tanto de unos como de otros.
   La quinta es que ese pilar del "estado del bienestar" que es la sanidad, no está ahí para mejorar la salud de los ciudadanos, ni siquiera para mejorar su capacidad productiva. Puede observarse cómo, todos los debates en torno a la misma, son debates puramente mercantiles. La salud es una mercancía regida por los dictados de una industria que sólo quiere que consumamos cantidades progresivamente incrementadas de sus productos. Cuántos pacientes van a ser atendidos por un ATS en las noches de un hospital, cuántos enfermos se van a morir en las salas de espera de las urgencias, cuántos diagnósticos erróneos se van a producir por la saturación de las consultas, son asuntos cuya importancia se diluye ante la gran cuestión: cuánto va a dejar de ganar la industria farmacéutica si se siguen aplicando recortes en sanidad.
   La quinta es que a nadie le importa un comino la educación. No le importa a nuestros políticos que son lo suficientemente estúpidos para considerarla desde una perspectiva exclusivamente económica. La sangría de dinero público que se va en ella les escandaliza por la sencilla razón de que sus resultados no se podrán mostrar antes de las próximas elecciones. No le importa al conjunto de administraciones públicas, a las que sólo le interesa la publicidad de un curso que "comienza con normalidad" y la foto de consejeros regalando ordenadores portátiles a niños que están hartos de manejar modelos mucho mejores en sus casas. No le importa a los padres y abuelos de esos niños, que celebran el látigo de siete colas aplicado a los profesores porque, en este país, los que logran algo por su esfuerzo, como aprobar unas oposiciones libres, es que "han tenido mucha suerte".
   La sexta, que dejaremos como última, es que nadie debe temer que haya "más Europa", que la política fiscal escape de las manos nacionales o que sea terrible no poder hacer los presupuestos generales del Estado sin consultar con otros países. Ni siquiera debemos temer que "nos intervengan". Ya estamos intervenidos. Nos gobiernan desde fuera, son otros países, otros gobiernos, los que toman las decisiones acerca de lo que debemos hacer. Es el precio que pagamos por haber aceptado que "gobernar también es improvisar".

domingo, 28 de agosto de 2011

Perdidos en la traducción (2)

   Hace relativamente poco, el eximio antropólogo Ian McMarrashow, de la Johannes Mastropiero University of Pasanena, ha hecho público los sorprendentes hallazgos de su convivencia durante quince años con los habitantes de una remotísima zona del Amazonas uruguayo. En su libro (Fifteen Years in the Ass of the World), McMarrashow cuenta cómo, entre picadura de insecto y picadura de insecto, entró en contacto con tres pueblos, los dan, los ran y los pronastei, que poseen la sorprendente característica de dejar registro escrito de sus respectivas lenguas. Para ello usan unas tablillas obtenidas de un árbol muy abundante en la zona, el áyamot.
   Los dan inscriben en sus tablillas cuatro signos. Con ellos codifican las largas palabras-oraciones que configuran su idioma, bastante pobre fonéticamente hablando. En realidad, el sistema gráfico de los dan es casi un lenguaje especializado, pues codifica únicamente instrucciones. Tal y como lo explica McMarrashow, podríamos decir que la unidad mínima de significado para los dan es una instrucción. Si tomamos por caso "clava cuatro estacas formando un cuadrado", esta instrucción vendrá representada por una sucesión de los cuatro signos gráficos de los dan, que no tendrá ningún parecido aparente con "clava cuatro estacas formando un rectángulo". No obstante, no debemos confundir una instrucción con una tablilla. Un buen número de ellas pueden ser leídas de derecha a izquierda o de izquierda a derecha y comenzando por diferentes puntos en la sucesión de signos. Cada una de esas lecturas corresponde a una instrucción diferente, con lo que una misma tablilla puede contener varias instrucciones. Algunas de esas instrucciones parecen tener un cierto aire de familia, pero otras pueden ser heterogéneas a primera vista.
   McMarrashow calcula que los dan manejan algo así como 23.000 tablillas diferentes aunque es obvio que en sus quehaceres necesitan muchas más instrucciones. De todos modos lo más sorprendente de todo es que los dan suelen atar sus tablillas de instrucciones a largas ristras de tabillas en las que no parece decir nada. Las explicaciones que los dan le dieron a McMarrashow de este proceder no le sirvieron para aclarar mucho la cosa, pero cuando él mismo creó una ristra de tablillas todas ellas conteniendo una representación gráfica de instrucciones, los dan le dijeron no entender qué ponía allí. McMarrashow postula que la larga ristra de tablillas sin sentido aparente oculta una sucesión de metainstrucciones que aclaran para qué sirve cada tablilla, dónde está y cómo debe leerse en cada caso. De momento no parecer haber datos para confirmar esta hipótesis.
   Los ran utilizan tablillas muy semejantes a los dan, de hecho, comparten con ellos tres de los signos que utilizan aquellos, aunque hay otro que no utilizan nunca y en su lugar usan uno propio. Tampoco tienen la costumbre de atar sus tablillas, de modo que siempre tienen clara la dirección en la que se tiene que efectuar la lectura. Lo sorprendente es que leen los signos de tres en tres. Cada tríada tiene significado independiente. Con ello estamos más cerca de nuestra manera de entender las cosas. Si para los dan el significado de una tabilla es la instrucción que en ella se halla contenida, para los ran cada tríada representa una unidad mínima. Estamos, sin embargo, lejos de nuestro sistema gráfico. Hay, por ejemplo, diferentes tríadas para significar "leu", todas las cuales difieren una de otra en sólo una posición.
   El caso de los pronastei es bastante diferente. Como los dan, tienen la manía de unir unas tablillas con otras formando largas ristras, pero, a diferencia de los otros dos pueblos, en sus tablillas no hay nada escrito. En lugar de escribir signos en ellas, los pronastei les hacen muescas. Los tipos de muescas que con más frecuencia se usan son 20. Lo más sorprendente de ellos es que, apenas han terminado su ristra de tabillas, engarzan las muescas unas con otras dando lugar a una estructura tridimensional, una especie de pictograma espacial. En realidad, mientras uno va uniendo las diferentes tablillas, otro le va dando su forma tridimensional. Teniendo en cuenta que algunas de estas ristras contienen hasta 500 tabillas, no cabe duda de que los pronastei deben tener algún truco para saber cuál es el plegado correcto. No obstante, McMarrashow no ha conseguido penetrar mucho en el proceso. Para los pronastei las diferentes tablillas con muescas carecen de significado, la propia ristra de tabillas carece de significado, sólo a la conformación tridimensional le adjudican un significado, de hecho, es la representación gráfica de una letra, una palabra o un concepto. De la riqueza léxica de los pronastei da cuenta que McMarrashow afirma haber visto no menos de 486.000 pictogramas tridimensionales diferentes, aunque está seguro de que hay muchos más. Por comparación, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua no llega a las 90.000 entradas.
   Y ahora viene la gran pregunta ¿hay algún modo correcto, es decir, fiel y legítimo para traducir los textos de los dan en textos de los ran y/o de los pronastei? ¿es concecible que pueda traducirse un texto de un código de cuatro signos en otro de veinte? ¿existe alguna manera de pasar de palabras-instrucción, a palabras formadas por una sucesión de tríadas de signos, a palabras representadas tridimensionalmente? ¿alguien que sólo concibe que pueda tener sentido una instrucción puede ver el mundo como alguien que sólo le asigna sentido a estructuras tridimensionales? ¿existen en el mundo dos lenguas que puedan ser más heterogéneas que la de los dan, los ran y los pronastei? ¿acaso viven estos pueblos vecinos en mundos diferentes? ¿son sus culturas inconmesurables? La respuesta más sensata a todas estas preguntas es: ¡a quién demonio le importa! ¿¡para qué demonios ha querido alguien alguna vez tener una traducción perfecta de un texto!? ¿qué rayos puede ser "una traducción perfecta"? ¿una traducción término a término? ¿de qué disparatada mente ha salido la idea de que eso es lo deseable? Precisamente porque en ningún momento se ha considerado conveniente una traducción fiel, literal, término a término, los textos de los dan y de los ran se han venido traduciendo entre sí desde hace millones de años y, prácticamente desde la misma fecha se han venido vertiendo los textos de ambos en el idioma de los pronastei. De haber sido perfectas, fieles y equivalentes término a término estas traducciones ni Ud. ni yo estaríamos vivos ahora mismo porque lo que acabo de describirle es la estructura del DNA, el RNA y las proteínas.

domingo, 21 de agosto de 2011

Siria

   Con frecuencia, los países quedan atrapados en su acto fundacional y no son capaces más que de recrearlo una y otra vez bajo diferentes formas. Es el caso de Pakistán y su traumática separación de la India, es el caso de España y la unificación de las coronas de Castilla y Aragón y es caso de Siria y Líbano. Para los sucesivos gobiernos sirios y para una parte de la población libanesa, la frontera que separa a ambos países es, simplemente, un resultado de la frontera que delimitaba los protectorados francés y británico. El panarabismo sirio, sus reyertas con Israel y su intervencionismo en Líbano son tres aspectos de esta fijación. Pero, cuando se plantean de este modo las cuestiones, acaban por no ser nunca unidireccionales y así llegamos a la situación actual.
   Siria es un Estado autoproclamado socialista, con lo que tiene el dudoso honor de ser la primera monarquía republicana y socialista de la historia. Aunque suene raro, existen numerosos ejemplos de esta suerte de oxímoron. Napoleón, por ejemplo, fue emperador de una república y, en tiempos más recientes, Corea del Norte es una monarquía comunista. Otro caso es Grecia, una república parlamentaria con una familia real, los Papandreu que, cada cierto tiempo, heredan el cargo de presidente del PASOK y, a la corta o a la larga, de Primer Ministro. El trono sirio está ocupado por un tipo que es mismamente el príncipe Felipe pero con bigote y expresión mucho más aviesa.
   A raíz de las recientes revoluciones mediterráneas (porque ni en España ni en Israel ha habido muchos árabes en las manifestaciones), una parte de la población siria ha llegado a la conclusión de que ellos también quieren democracia y libertad (por cierto, a los que ya no somos jóvenes, ese grito de "democracia y libertad" nos suena de algo ¿verdad?) Pero Siria no es España, ni Israel, ni Egipto y ni siquiera Libia. Tiene un ejército que durante cuarenta y tantos años se ha estado entrenando, se suponía que para la liberación de los Altos del Golán, pero que ahora está claro para qué lo hacía. Si hemos de creer las noticias que llegan desde el interior del país, ese ejército lleva más de cinco meses disparando contra la población civil y arrasando ciudades. Si hemos de creer a la prensa oficial, está defendiendo a la población de bandas armadas que la masacran, pero que se dejan filmar tan ricamente cuando se acerca la televisión estatal. Juzguen Uds. mismos. Yo suelo creerme muy pocas de las cosas que dice una televisión estatal, sea del país que sea. Alguien que sabe que unidades del ejército van a asaltar su ciudad, que sabe que va a morir en el anonimato, que sabe que después de cinco meses la situación no avanza y que, aún así, está dispuesto a salir a la calle para manifestarse, merece respeto, admiración y apoyo. Respeto, admiración y apoyo que, desde luego, no les están llegando de las muy libres y democráticas sociedades occidentales.
   Las muy libres y democráticas sociedades occidentales están mirando hacia otro lado, como miraron en el caso de Bahrein y como ya habían hecho algo antes en el caso de Tian’anmen. Y es que, ya se sabe, la democracia y la libertad están muy bien para Europa, porque aquí está claro que no van a entrar en conflicto con otra libertad más importante, la del mercado, pero para otros países... Verdaderamente, ¿qué situación más beneficiosa para los intereses occidentales puede esperarse en Siria que la dictadura de este sátrapa? Francia y Estados Unidos parecen haber llegado a un acuerdo tácito con él por el que sus tejemanejes en Líbano se van a hacer ahora bajo una pátina democrática, es decir, cada uno apoyará a sus aliados políticos. Para Israel, los Asad desde la Guerra del Yon Kipur, son una perita en dulce. Mantienen el control de los Altos del Golán, desde los que se domina el camino hacia Damasco sin mayores sobresaltos. Cuando sacan un poco los pies del tiesto, les bombardean una central nuclear y ni rechistan. Es cierto que, de vez en cuando, les azuzan a las milicias de Hezbollah, pero eso está incluso bien si se pueden ocultar escándalos políticos, problemas económicos y crisis sociales con un buen bombardeo del sur del Líbano. A todo ello hay que añadir que, con el actual Asad, ha habido una liberalización económica que a todos ha interesado.
   Este es el punto en el que el intervencionismo sirio en Líbano obtiene su justo reflujo. Para empezar, se rumorea que si los opositores al régimen poseen teléfonos por satélite y acceso a Internet es gracias a poderosos hombres de negocios libaneses con poco apego por Siria. Además, el tipo con la cara del príncipe Felipe estreñido, sigue en el poder porque las clases medias de Siria y una buena parte del ejército (junto con las potencias occidentales), temen que su desaparición conduzca a una libanización de Siria, con partidos encerrados en sus comunidades étnicas y/o religiosas y la constante amenaza de una guerra civil.
   Todos los dictadores juegan con el fantasma de una guerra civil y a todos ellos se los mantiene en el poder porque la democracia no está hecha para... Libia, Egipto, Siria... España. ¿Se acuerdan? Los que ya vamos cumpliendo más años de la cuenta, recordamos que también los gritos pidiendo democracia y libertad en España solían obtener la réplica de que la democracia y la libertad no estaban hechos para los españoles. Los únicos que parecen haber creído en el derecho de cualquier pueblo a la democracia y la libertad han sido los "facinerosos" de Anonymous, que hace ya meses lanzaron un raid contra las páginas web de las embajadas sirias en Europa. Triste destino el de nuestras democracias ciertamente, si los únicos que defienden su exportación a otros países son los que se hallan en el límite de su legalidad. Y si la pregunta es "¿qué puedo hacer yo?" la respuesta es, como siempre, muchas cosas, empezando por aquí.

jueves, 18 de agosto de 2011

Perdidos en la traducción (1)

   Lost in Translation es un maravilloso disco de Roger Eno de 1994, inspirado en el muy herético y medieval pensador flamenco Walthius Van Vlaanderen y con canciones en latín. Tan flamenco y hereje fue el tal Van Vlaanderen que sólo parecen conocerlo Roger Eno y en su casa a la hora de comer. En cuanto al “latín” de las canciones, mejor no hacer comentarios. Sabiéndolo o no, Sophia Coppola tomó este título para una película con Bill Murray y Scarlett Johansen. Narra la historia de dos personajes, perdidos en sus vidas, que se conocen en uno de los peores sitios para encontrar nada: Japón. La cámara de Coppola no les ofrece asideros, ni les muestra el camino, se limita a acompañarles en su deambular por un país inverosímil. En una escena, el actor venido a menos que encarna un superlativo Bill Murray, tiene que rodar un anuncio. El director de rodaje no parece estar muy satisfecho con su trabajo, de modo que le suelta una larga parrafada. La traductora que acompaña al personaje de Bill Murray no acierta a decirle más que “more intensity”. El actor vuelve a intentarlo, pero le vuelven a largar otra parrafada cuya traducción al inglés parece ser, de nuevo, “more intensity, more intensity”.
   Antes que el título para un disco y de una buena película, “Perdidos en la traducción” debería ser el título del volumen dedicado a la filosofía del siglo XX de cualquier historia de la filosofía. Los filósofos del siglo XX se han dedicado a discutir sobre el sexo de las traducciones mientras los nuevos otomanos barrían a mazazos la cultura clásica. Cualquier estudiante aceptable será capaz, al finalizar su carrera en una facultad española, de recitar cual papagayo las consecuencias básicas de la tesis de Sapir-Whorf, los problemas implícitos en la fusión de horizontes de que hablaba Gadamer y las perspectivas que se abren a las investigaciones sobre los tipos de racionalidad. Si se trata de un estudiante aplicado, hasta será capaz de soltar todos estos truismos antes de que Ud. logre parpadear. Si, no obstante, consigue reponerse o, en caso de que Ud. tenga realmente talento para estas cosas, parar su retahíla, le resultará tan fácil descolocarlo como lo es desmontar todos estos “hechos”. Porque lo cierto es que la tesis de Sapir-Whorf no es un hecho, es una tesis, aún más, una tesis refutada (en contra de lo que quería Popper, sólo fuera de la ciencia existen las refutaciones) y la imposibilidad de la fusión de horizontes es una memez digna de Gadamer, a la que cualquier estudiante de filosofía africano es su justa respuesta. Sí, sí, hay estudiantes de filosofía en Africa, aún más, hay filósofos en Africa. Siempre los ha habido, ¿no se acuerda Ud. de San Agustín? En cambio, lo de los tipos de racionalidad es cierto, básicamente existen dos, la de los que no son capaces de recitar más que tristes tópicos típicos y la de aquellos pocos a quienes los eslóganes de la tribu les suenan muy raros (algo que, con frecuencia, les convierte en raros a ellos mismos).
   Vamos a empezar por el principio. Traducir no es una tarea fácil. Yo la consideraba imposible y la esquivé tanto como pude, hasta que me hicieron una serie de propuestas que no pude rechazar. Lo que realmente me ponía nervioso de la traducción no era encontrar las palabras adecuadas, que las encontraba, el problema era de estilo. Si traducía del modo que me parecía correcto, me sonaba todo arcaico y artificial. Si traducía de un modo mucho más elegante, temía estar traicionando lo que decía el texto. Dudaba con cada línea, hasta que me encontré una con la que, simplemente, ya no podía. Tras muchas idas y venidas, busqué alguna traducción ya hecha de un párrafo semejante. Encontré una, de una persona a quien conocía. Sabía que era un auténtico perfeccionista, una persona quisquillosa con los términos, profeta de la fidelidad a los textos y exigente hasta el límite. Para mi sorpresa era muy parecida a la que le hacían al personaje de Bill Murray en la escena ya comentada. Me quitó todos los complejos. Desde entonces, cuando alguien me habla de Gadamer, de fusión de horizontes, de tipos de racionalidad y todo eso, tengo por costumbre contrastar sus traducciones con el original. Ahora que nadie nos oye contaré lo que he descubierto: todo el mundo traduce como puede y, sin embargo, ¡funciona! El problema de la traducción no es que sea imposible, el problema de la traducción es que es imposible que sea buena con lo que pagan por traducir.
   Que los traductores son traidores, que no hay una traducción fiel, que la literalidad es imposible cuando se pasa de un idioma a otro, pues sí. ¿Y qué? Voy a poner ejemplos de filosofía porque es lo que mejor conozco, pero lo que aquí digo se puede aplicar por igual a la religión, la literatura y hasta la ciencia. Supongamos un autor que escribió en una lengua ya muerta. Supongamos que sus escritos son trasladados a otro país, algo lejano y que ese país es invadido por gente de otra procedencia. Por una extraña veleidad sus textos son traducidos al idioma de los invasores y, andando el tiempo, son llevados miles de kilómetros más lejos, hasta otra frontera en la que son traducidos a la lengua que hablan gentes que luchan contra esos invasores. ¿Cuántas traiciones habrán sufrido esos textos en esta sucesión de traducciones? ¿cuántas tergiversaciones? ¿cuántos fragmentos, si no libros enteros, habrán perdido su sentido original? ¿cabe esperar que unos textos así traicionados, mutilados, tergiversados, encuentren una sola persona a la que le interesen? Bueno, la verdad es que no encontraron una persona, encontraron una legión. Esta es, precisamente la historia de los textos de Aristóteles y de cómo llegaron al pensamiento cristiano. Las traiciones, las mutilaciones, las tergiversaciones que sufrieron en las sucesivas traducciones no impidieron de ninguna manera que el aristotelismo conquistara primero el pensamiento musulmán y, después, el pensamiento cristiano. Aunque, quizás, habría que decirlo de otra manera: el pensamiento de Aristóteles conquistó el mundo musulmán primero y el cristiano después gracias a las traiciones, tergiversaciones y mutilaciones que sufrió por parte de sus traductores. Si un texto no se traiciona,  no se tergiversa y no se mutila, es que no se lo lee. Esto es algo así como lo que ocurre con las culturas. Una cultura que no cambia, que no incorpora elementos nuevos, que se conserva prístina, o está muerta o está en vías de extinción.
   En realidad, la gran tergiversación que sufrió Aristóteles no provino de sus traductores, fue muy anterior. A su culpable se lo conoce: Andrónico de Rodas. La gran tergiversación de Aristóteles ha sido convertirlo en autor de un libro que ni escribió ni tuvo intención de escribir nunca, la Metafísica. Y esto, amigos míos, es lo que saben los editores y los hermeneutas no parecen ni habérselo olido: cuando un texto llega a manos de los traductores, ya ha sido manipulado y deformado de un modo que puede haber cambiado por completo su sentido. De buena parte de los libros de filosofía conservamos su edición en formato estándar, es decir, con tapas más o menos duras que marcan su principio y su final. Pero de la mayor parte de la filosofía, es decir, de la mayor parte de los escritos de los autores de filosofía, no sabemos, ni siquiera, si pretendían que formaran algo. Los hay  fáciles de editar, otros plantean inmediatamente preguntas clave: ¿dónde colocar una nota marginal que en el texto no se indica dónde colocar? ¿qué es una disgresión y qué una nota a pie de página? ¿qué es una tachadura intencionada y qué un borrón no intencionado? si en el manuscrito figura un “no” y en el libro editado por el autor está ausente ¿es una errata o una corrección de última hora? Es al linealizar los textos cuando se toman decisiones que pueden cambiar de modo trascendental su sentido. Frente a este poder, la capacidad de alterarlos mediante la traducción palidece como simple cuestión de estilo.

domingo, 14 de agosto de 2011

En busca de la mediocridad

   En busca de la excelencia fue un best-seller neoconservador de los años ochenta que recopilaba características comunes de las 43 empresas norteamericanas más exitosas. Todavía recuerdo a cierto profesor de mi facultad que se pasó todo un trimestre haciendo genuflexiones ante este libro como si fuese lo último de Escrivá de Balaguer*. Pero la "búsqueda de la excelencia" se convirtió rápidamente en "la maldición de la excelencia" pues, al poco tiempo, la mayoría de las 43 empresas analizadas pasaron del éxito a luchar por su supervivencia. Como ya he explicado, la economía tiene de ciencia lo que yo de santo. Se parte de unos presupuestos que no son más que ideología, se extraen una serie de consecuencias y se estudia el caso de la empresa X, que alcanzó el éxito gracias a hacer esto. Por supuesto, no se menciona el caso de las otras 500 empresas que también hicieron esto y se pegaron el gran batacazo. Desgraciadamente nadie publica o nadie recomienda o nadie lee, libros que se titulen: Cómo me arruiné en seis meses, Biografía de cien personas que no se hicieron millonarias o Empresas que alcanzaron rápidamente la quiebra. Habría en ellos muchas más enseñanzas sobre la economía real que en los best-sellers habituales. En la realidad, las empresas parecen buscar cualquier cosa menos el éxito.
   Voy a hablar del personal de ventas como podría hablar de muchos otros empleados de una empresa, desde los conserjes hasta los altos ejecutivos. Cualquier libro de economía le dirá que el fin último de una empresa es vender. De verdad parece que éste es su fin último, es decir, lo último que esperan hacer. Como rápidamente le aclararán, no más de un 5% del personal de ventas está realmente capacitado para vender. Y eso sin contar a España. De los vendedores de este país puede decirse que algo menos del 5% no trata de impedir que el cliente compre. Como muestra dos botones.
   "Cliente, al teléfono.- Hola, soy el cliente que habló con Ud. anteayer. Me interesó la oferta que me hizo sobre un coche de modelo tal, pero quería preguntarle: ¿esa oferta se aplica a los coches que están entregando ahora o a los coches cuya venta están formalizando ahora? Me comentó que el coche tardaría unos meses y quisiera saber si para entonces mantendrá su oferta.
   Vendedora- Pues no lo sé, espérate que le pregunte a mi jefe y te llamo".
   El cliente lleva cuatro años esperando a que la vendedora lo llame.
   El siguiente ejemplo es de una tienda de Carolina Herrera.
   "Clienta- Hola, quería saber si este abrigo de este catálogo que tenéis encima del mostrador, está ya en esta tienda.
   Vendedora- No lo sé, está entrando mercancía y no todo está colocado. Espera que te miro en el ordenador.- Consulta la pantalla.- Pues no te lo puedo decir.
   Clienta.- ¿Es de lana? Por lo que dice el catálogo no me queda claro si es 100% lana.
   Vendedora.- Pues no te lo puedo decir.
   Clienta.- ¿Sabe si le va a entrar?
   Vendedora.- Pues no te lo puedo decir".
   La clienta se fue pensando: "pues yo sí te puedo decir que no me lo voy a comprar".
   Pongo estos dos ejemplos como podría poner cientos, pero me parecen paradigmáticos. El primero por una tendencia institucionalizada en este país. Uno llega a una tienda y dice "¡Buenos días! ¿me puede Ud. atender?" y el/la vendedor/a, mascando chicle, responde: "¿qué quieres?" Vamos a ver, lo primero que quiero que me aclares, es cuál fue ese día en que bebí tanto, como para no recordar que me fui contigo de botellona. Alguien parece haberle dicho a la mayoría de los vendedores que es una muestra de proximidad tratar a los clientes de modo descortés, como si fueran amigotes. No es que yo sea demasiado estirado, pero sinceramente, no me gusta que me trate como coleguilla alguien que no es mi coleguilla.
   El segundo ejemplo es paradigmático de otra cosa. Parece ser norma en las empresas españolas la idea, hasta donde yo sé, no demostrada por ningún estudio, que los vendedores rinden más cuanto más machacados y menos informados están. El prototipo a este respecto es El Corte Inglés. Su lema parece ser: "a la venta por el látigo". El resultado es muy simple, a ver ¿recuerdan Uds. cuándo fue la última vez que les sonrió un dependiente de El Corte Inglés? Viendo su comportamiento habitual uno deduce: a) que el uniforme de la empresa incluye un cilicio; b) que uno de los requisitos imprescindibles para ser jefecillo de algún nivel es saber humillar a sus subordinados delante de los clientes; y, c) que todos ellos pasan por un cursillo intensivo titulado "cómo no tener ni idea de qué se vende en su sección". Hagan Uds. la prueba. Vayan a un chino, elijan un producto al azar, apréndanse sus características de memoria y acudan al mostrador a preguntar que si lo tienen. Repitan la experiencia en El Corte Inglés. Mientras el chino les está cobrando, el dependiente de los grandes almacenes todavía le está preguntado si de verdad lo que le han pedido se llama como Ud. dice que se llama. Realmente yo no sé de dónde saca El Corte Inglés todos los beneficios que cada año dice que obtiene. De vender, desde luego, no.
   Otra cadena de tiendas sobre la que mantengo mis reservas acerca de cuál es su fuente de ingresos es La casa del libro. La casa del libro era una institución en Madrid, hasta que decidió, primero, pasarse a Internet y, después, expandirse por toda España. Creo que fue por esa época en la que, sin que nadie se enterase, la adquirió Telecinco. Desde entonces se dedica a hacer todo lo posible porque la gente deje de leer de una vez. Todavía me acuerdo de su buscador de la página web. Uno buscaba "teoría de grafos" y le salían cinco ediciones distintas de Sabor a hiel. Pese a ello me pasé unos meses comprándoles las cantidades habituales de libros que compro. Hasta que un día, me llegó uno con páginas en blanco, sin imprimir (por cierto jamás me ha ocurrido esto con un libro comprado fuera de España). Amablemente me indicaron que lo devolviera (pagando yo los costes de envío, naturalmente). Un mes más tarde tuvieron la gentileza de volver a enviarme de nuevo el libro... contra reembolso. Los llamé para decirles que pretendían cobrármelo por segunda vez. Me dijeron que no me preocupara, que lo pagase y me devolverían el dinero. Lo hicieron 24 horas después... de haberlos amenazado con denunciarlos por estafa, a los seis meses del pago contra reembolso y tras cuatro llamadas y otros tantos e-mails. Por supuesto, nada de disculparse. Perdieron un cliente.
   No recuerdo si llegué a comprar algo cuando abrieron la tienda en Sevilla. Al principio había gente que parecía entender de libros y todo. Ahora debería llamarse "El Lidl de los libros". El personal se ha reducido a un par de personas por planta cuya función principal es asegurarse de que nadie roba nada. Tendrán suerte si les pueden informar acerca de algún libro reseñado en Qué leer. Pero si de verdad quieren que les agredan verbalmente, intenten preguntarle a uno de los que atienden las cajas de la salida. El colmo es que alguien con un máster, ha decidido que la zona de descompresión debe estar ocupada por expositores con lápices, bolígrafos, caleidoscopios, marcapáginas y chucherías de ese tipo. Ahora, para entrar, hay que esquivar al grupo de niños que siempre está curioseando por allí. Mientras lo hace, uno se pregunta si de verdad está en la casa del libro o en la papelería del barrio.
   ¿Acaso no hay buenos vendedores en España? Pues sí, los hay y muy buenos. Ocasionalmente se los puede encontrar en El Corte Inglés, en alguna tienda de libros, en FNAC y hasta en Mediamarkt. No duran mucho. En medio de la incompetencia generalizada, de la mala leche contenida contra "los de arriba", de las faenas cotidianas, despiertan rápidamente los recelos de sus compañeros y el resentimiento de sus jefes. En cuanto se detecta alguien que no pierde la sonrisa, alguien que se conoce los entresijos de su sección o, el síntoma decisivo, alguien a quien los clientes conocen por su nombre, se los traslada, se los manda al almacén o, más fácil todavía, se los despide. La respuesta a cualquiera que trate de indagar por los motivos es siempre la misma: "es que fulanito/a era problemático/a". ¡Y tanto que lo era!
   Decía más arriba que los libros de marketing y/o gestión de empresa afirman que sólo un 5% del personal de ventas reúne las aptitudes que se les supone. Los buenos libros aclaran por qué. Formar personas así es caro, rara vez ignoran su valía y, como consecuencia, suelen reivindicar la justa recompensa que les corresponde por sus méritos. ¿Resultado? se las despide o, mejor aún, se las prejubila. Nadie quiere gente así. Los empleados eficaces no convienen. Lo realmente interesante son los inútiles, se les puede pagar tan miserablemente como se quiera, carecen de liderazgo para organizar una resistencia a la superioridad y es difícil que reclamen algo más subversivo que dinero. A cambio, lo único que las empresas buscan obtener es el tiempo que se pasan detrás del mostrador, que cubran la apariencia de estar ahí para vender, su trabajo virtual. Pero de esto he hablado ya.
 
   *Famoso admirador de Sade (hasta el punto de querer ser marqués como él) que creó el chiringuito financiero más exitoso de España.
 

miércoles, 10 de agosto de 2011

"Son puras matemáticas" (y 2)

   No son las matemáticas las que han conducido a Grecia donde está. Grecia ha llegado donde está porque carece de un sistema fiscal serio (los inspectores de hacienda griegos tienen fama, no sé si merecida o no, de ser los más corruptos de Europa), ha gastado más de lo debido durante años y, encima, ha mentido reiteradamente acerca de sus cuentas públicas. Irlanda, como Islandia, alentó la expansión de unos bancos que llegaron a tener más dinero invertido en productos especulativos del que podían generar sus pequeñas economías patrias. Portugal, país que quizás sea el primero en salir del agujero, nunca ha tenido una economía muy productiva. Pero España, como siempre, es diferente.
   A pesar de todos los pesares, el Banco de España es la institución más seria del país. No es que eso sea decir mucho en este país de opereta, pero es un dato a tener en cuenta. Desde hace décadas lleva a cabo una lucha soterrada con los políticos por el control (es decir, el descontrol) de las cajas de ahorro. Si queremos entender la raíz del problema hay que aclarar que las cajas de ahorro en España son como el sistema de correos en Japón, el retiro dorado al que se van los políticos y altos cargos que abandonan poltronas más visibles. A cambio, las cajas son las que más generosamente dan créditos en época de elecciones. No sólo daban créditos a los partidos políticos. En contra de las recomendaciones del Banco de España, dieron barra libre a los promotores inmobiliarios, esos que se las apañaban para conseguir la recalificación de terrenos y dar un pelotazo tras otro. ¿Y quiénes eran los encargados de efectuar esas recalificaciones? Obviamente, los políticos no realizaban tales favores a cambio de comisiones para financiar los partidos, era todo por amor al servicio público. Resultaba lógico, por tanto, que hicieran lo posible para dejar el sistema financiero en manos de las cajas. Llegaron a promulgar una ley por la cual una caja podía comprar un banco pero no a la inversa. Cuando la tendencia económica cambió, las cajas de ahorro se encontraron con un montón de créditos imposibles de cobrar.
   Desde hace unos años, el Banco de España está tratando de poner orden. En primer lugar, exigió que las cajas se reagruparan y trabajaran bajo una licencia bancaria. Esencialmente esta última maniobra las dejaba bajo su control exclusivo. En cuanto a agruparlas, también era una medida sensata. No es lo mismo intervenir cuatro entidades, aunque sean grandes, que veinte pequeñas. Lo primero sería interpretado por los inversores internacionales como actuaciones puntuales, lo segundo como una señal de que el sistema está podrido.
   Por otra parte, se ha actuado de modo implacable contra quienes han osado desviarse lo más mínimo del guión. Es el caso de la CAM y fue el caso de CajaSur. El Banco Central realizó un asalto fulgurante a la caja de la Iglesia... ¡Un momento! ¿La caja de la Iglesia?... ¿los seguidores de Jesucristo se dedicaban a la usura?... No puede ser. Esperen, voy a consultar mis fuentes... Pues sí, la caja de la Iglesia, ¡qué cosas! Como decía, tras asaltarla, fue puesta a la venta y adjudicada a una entidad vasca pese a los gritos de nuestro presidente de la Junta de Andalucía, Pepito Griñán. Que efectivamente esta adjudicación obedeciese a una maniobra del gobierno para conseguir el necesario apoyo del PNV o no, no viene al caso. De cara a la galería todo quedó como un proceso realizado de acuerdo con las exigencias del banco central.
   Pues bien, la cantidad de dinero que las cajas tienen expuesta en forma de créditos a la vivienda de difícil cobro es lo que se conoce como “exposición al ladrillo” y es una de las causas de que los inversores internacionales no quieran comprar bonos españoles, esto es, del aumento del “riesgo país”. Curiosamente, como hemos visto, los responsables últimos de esta situación son nuestros políticos. El temor actual radica en la sospecha de que la cantidad real de dinero expuesto de esta manera sea muy superior a lo declarado. En realidad, no es una sospecha, es un hecho. No obstante, la situación no es tan grave. En el peor de los casos, que las cajas de ahorros tuvieran que acudir a una especie de concurso de acreedores, siempre tendrían algo que llevar a él, a saber, pisos o terrenos, cuyo valor tal vez fuese escaso, pero tendrían algún valor. Si los bancos irlandeses, franceses o alemanes se vieran en esta situación, lo único que tendrían que llevar a ese concurso de acreedores serían pilas enormes de cheques sin fondo, es decir, bonos de países en suspensión de pagos. Por tanto, el agujero de las cajas de ahorro puede ser grande, puede ser enorme, pero nunca será un agujero negro que se trague al país entero, como ha ocurrido con Irlanda.
   Por otra parte, el mercado inmobiliario español puede bajar, puede bajar mucho, pero difícilmente se desplomará. Un factor que no parece estar tomándose en consideración en los diferentes análisis del sector es que éste es un país con una escasa movilidad geográfica. La mayoría de la gente se muere en un radio de unos 20 Km del lugar donde ha nacido. El resultado es que, incluso en estos tiempos, permanecemos aferrados a la idea de que alquilar una vivienda es tirar el dinero a la basura y que una casa en propiedad es una inversión a largo plazo. Por tanto, es poco probable que la "exposición al ladrillo" acabe por convertirse en un agujero sin fondo. Estos factores, en cuanto la situación se calme un poco y los análisis vuelvan a ser racionales, jugarán a nuestro favor.
   El segundo elemento que nos ha llevado a la situación en la que estamos es el déficit público. España tiene uno de los mayores déficits públicos de la zona euro. No obstante, ésta tampoco es una cuestión tan grave. Países como Italia o Bélgica están en una situación peor. Tal vez sus déficits no sean tan altos como el nuestro, pero es poco probable que lo disminuyan de modo significativo. Italia, el país que inventó una nueva acepción para el término "tangente", el país que ha promulgado varias amnistías fiscales y que poco menos que alienta la evasión de capitales, es poco probable que sea capaz de disminuir su déficit público. Por lo que me cuentan quienes conocen el país, en Bélgica hay carreteras que no conducen a ninguna parte. Simplemente había que construir una carretera en Valonia y había que hacer los mismos kilómetros de carretera en Flandes (o viceversa). No son circunstancias muy favorables para disminuir el déficit público. A ello hay que añadir que 400 días después de las elecciones los políticos belgas consiguieron ponerse de acuerdo no en la formación de un gobierno sino en los principios básicos que debían regir la negociación para la futura formación de gobierno (sí, en todas partes cuecen habas).
   En la época de Solbes, España encadenó un superávit detrás de otro. Que estos superavits fuesen ficticios o no, no quita para demostrar que, pese a nuestra habitual tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades, el Estado sabe cómo contener el gasto. De hecho lo está haciendo y, muy probablemente, los resultados serán incluso mejores de lo previsto. Otra cosa es que sea lo suficientemente bajo como para compensar el déficit de las autonomías. Pero, de nuevo, aquí las perspectivas son buenas. Si todo va como dicen las encuestas, de las próximas elecciones saldrá un gobierno del mismo color que las autonomías, lo cual debe contribuir a aunar esfuerzos en la reducción del déficit público. Este también debería ser un dato que cuente a nuestro favor cuando se racionalice la toma de decisiones por parte del mercado. En cualquier caso, de lo que acabamos de decir se deduce una curiosa consecuencia y es que, sin más análisis, ya podemos tener claro que el déficit público es responsabilidad de nuestros políticos.
   Finalmente, el tercer elemento que ha conducido a la desconfianza de los inversores internacionales es la deuda pública. En realidad, este dato habla claramente a nuestro favor. Hace apenas unos meses se daba por descontado que acabaría llegando al 80% del PIB. En estos momentos, ni los análisis más pesimistas tomando en consideración los resultados más adversos suponen que se vaya más allá del 75%, lo cual nos deja, en todo caso, por debajo de la media en la zona euro. Los cálculos dicen que si un Estado tiene que pagar más de un 7% por sus bonos, su situación se hace insostenible. Una deuda pública claramente por debajo de un 80% debería permitirnos incluso llegar algo por encima de ese tipo de interés, lo cual nos debería conceder un cierto margen de actuación. No es el caso de Italia. Con una deuda pública del 128%, un interés por encima del 5% implica que su deuda pública tendrá que aumentar necesariamente, esto es, resulta insostenible.
   De todo lo anterior se deducen una serie de consecuencias. La primera es que la situación de la deuda soberana de España no debería ser la que es. De hecho, debería ser sensiblemente mejor que la de Italia o Bélgica. La segunda es que, si no es ésta la situación en la que nos encontramos, los responsables últimos son los que hicieron que las cajas de ahorro prestaran dinero a quienes no debían y que el déficit público se disparase. Esos que parecen pertenecer a una generación de gente de su clase, que ocupa los altos puestos de toda Europa, con un nivel de estulticia en sangre muy superior al que debería estar permitido para ocupar esos cargos. Es de estos políticos incapaces de quienes los inversores internacionales, los “mercados”, como Ud. o como yo, no se fían ni mucho ni poco ni nada. La tercera y no menos importante de las consecuencias es que, a diferencia de lo que ocurre con las ciencias, en economía los problemas y las soluciones nunca son “pura matemática”.