De lo ocurrido en los últimos días se pueden sacar, al menos, las siguientes lecciones:
1ª) Exactamente, ¿cuánto dinero se ha ahorrado desmantelando la unidad de enfermedades altamente contagiosas del Carlos III? No se trata ya de la posible pérdida de una vida. Hay que volver a poner en su sitio todo lo que se quitó, previa eliminación del montón de cosas que se pusieron de cualquier manera a toda velocidad. Hemos estado ante la posibilidad de atender a 17 pacientes de ébola, que hubiesen sido ninguno de no haberse tirado a la basura años de inversión. ¿Cuánto se supone que hemos ahorrado todos los españoles? La poda que ha puesto en marcha la crisis, el tijeretazo radical de todos los gastos, no ha supuesto un ahorro real en términos de contabilidad más que si se lo mira con la miopía típica de los neoliberales. Ciertamente se ha ahorrado, se ha ahorrado hoy lo que mañana vamos a tener que pagar por duplicado. Lo que se ha ahorrado en el Carlos III en los últimos dos o tres años, se va a gastar, corregido y aumentado, en los próximos meses. ¿Qué ahorro supone eliminar medidas de prevención cuando éstas fueron creadas para evitar los enormes gastos que suponía tener que hacer frente a las contingencias que evitaban? ¿A cuántos hospitales más, a cuántas unidades hospitalarias más, a cuántas instituciones sanitarias, educativas y de protección civil puede aplicárseles el mismo razonamiento llegando a la misma conclusión? ¿Qué hemos permitido que nos hicieran si no ha sido destruir lo que funcionaba para que nunca vuelva a hacerlo?
2ª) El cuerpo de auxiliares de enfermería es único en Europa. Su función es librar al cuerpo de enfermeros/as de una serie de tareas o, dicho de otra manera, asegurarse de poner un límite al número de enfermeros/as necesarios. Dado que el grado de formación y, por tanto, el nivel salarial de ambos cuerpos es diferente, estamos de nuevo ante una medida de ahorro. Medida de ahorro ésta que se tomó mucho antes de que la actual crisis asomara las orejas. De hecho, las funciones del cuerpo de auxiliares de enfermería vienen reguladas por el Real Decreto 137 de 11 de enero de 1984. No pretendo entrar a discutir si este cuerpo es el idóneo para todas las funciones que se ven obligados a cumplir en el día a día de un hospital, no es eso lo que quiero decir. Lo que quiero decir es que las medidas de ahorro, que los recortes en sanidad y educación comenzaron en España, prácticamente, el día mismo que el Estado decidió asumir dichas funciones.
3ª) El sistema sanitario español vive cotidianamente al borde del colapso. Las urgencias son hospitales de campaña en pleno frente de combate. Si cada día los pacientes son medianamente atendidos se debe a la buena voluntad de (por lo menos, una parte de) los profesionales implicados. Una administración cuyo funcionamiento depende casi en exclusiva de la buena voluntad de sus trabajadores, es una administración lenta, ineficaz, e inestable. La menor emergencia, el menor caso fuera de lo habitual, hace que el sistema zozobre. Existe voluntad política para hacerse fotos ante las puertas de los hospitales, pero ningún programa serio para mejorar las condiciones de nuestra sanidad. O esta situación cambia pronto o debemos hacernos a la idea de que, más pronto que tarde, un patógeno cualquiera, una catástrofe cualquiera, no necesariamente grave, provoque la implosión de todo el sistema sanitario español.
4ª) La idea que nuestros políticos tienen del funcionariado como una tropa que debe acatar las órdenes que vienen de arriba, por estúpidas que sean, sin rechistar y ponerlas en práctica tal cual, es una memez de un calibre que sólo puede caber en la cabeza de quien actualmente la tiene. Cuando se trata así a los funcionarios éstos sólo saben responder de dos maneras. Una minoría pone en juego su salud para lograr que la sinrazón de los que mandan no provoque consecuencias irreparables a la población en general. Una mayoría se aferra a normas y reglamentos absurdos (como dejar de atender un teléfono de emergencia a las tres de la tarde) para preservar su salud psíquica y mental. Hace sesenta años Everett M. Rogers, en su clásico Diffusion of Innovations dejó claro que era imposible lograr que una innovación se expandiera mediante el “ordeno y mando” desde las partes superiores de una institución hacia su base. Las innovaciones, las revoluciones, en definitiva, la transmisión efectiva de órdenes, sólo se logra por convicción de los que, en última instancia, tienen que ponerlas en práctica o por el liderazgo carismático de sus inmediatos superiores. Toyota lo descubrió hace mucho tiempo. Si de verdad quiere ahorrar, si de verdad quiere mejorar las cosas, si de verdad quiere atajar una epidemia, pregúntele a los profesionales que tienen que enfrentarse con la gestión cotidiana del asunto de que se trate. Nadie puede darle mejor información de lo que ocurre y de lo que se necesita que ellos. Pero, claro, estamos hablando de planificar, de atender necesidades reales en lugar de seguir los ocurrendos de un ministro o alguno de sus lacayos, cosas todas ellas prohibidas en España.
5ª) El tratamiento de toda enfermedad es una forma de control social. El ébola ha llegado a España en el cuerpo de dos ciudadanos españoles. Ha llegado en avión y en un avión pagado por el Estado. Ha llegado por una decisión política y se ha convertido en una crisis por culpa de una gestión como la que sólo saben llevar a cabo los políticos de este país. El ébola se ha contagiado a una ciudadana española y es esta ciudadana española la que ha peregrinado por diferentes centros de salud poniendo (no por voluntad propia) en peligro de contagio a otros. Sin embargo, ya pueden oírse voces que claman por un aumento del control de las fronteras, por una restricción del flujo de pateras, cuando no por el ametrallamiento de las mismas. Ante una enfermedad contagiosa se procede al aislamiento de los individuos que la padecen, pero este aislamiento se convierte rápidamente en el anticipo del aislamiento que la propia sociedad se lanza desesperadamente a pedir. No hay nada como el miedo a la enfermedad para acabar con otro miedo mucho más arraigado en los seres humanos, el miedo a la libertad.
6ª) El modo ideal para un político de atajar una crisis es lanzando un señuelo. Hay que encontrar algún tema, alguna cuestión, por absurda que sea, pero que esté relacionada con el tema de que se trate, para desenfocarlo, para que se discuta en la radio, en la televisión, en las redes sociales y que la gente se aleje tanto como se pueda de las preguntas que realmente debería hacerse. Si se trata con habilidad, si se presenta como es debido en las imágenes televisivas, si se le dedica el tiempo suficiente en los “plurales” noticieros de las diferentes cadenas, pronto la gente estará peleándose con la policía por proteger a un perro y no por linchar a quien ha acusado a una víctima de la estupidez de haber contraído voluntariamente el ébola.
7ª) Ningún ser humano, ninguna cultura, ningún país, es una isla. Todo cuanto ocurre en cualquier parte del mundo nos afecta. Los madrileños, los africanos, no son mis hermanos, soy yo. El ébola no habría contagiado a ninguna auxiliar de enfermería, a ningún misionero si, en lugar de venderle a Sierra Leona, a Liberia, a Guinea, armas para que se mataran entre ellos, les hubiésemos vendidos productos hospitalarios a precios que hubiesen podido pagar. Resulta claro, para alguien que esté menos obnubilado por la astrología que los economistas, que construir allí hospitales, enviar médicos, regalarles material sanitario, es un ahorro de proporciones colosales y, aún mejor, nos proporcionaría una colosal tranquilidad. En cualquier caso, ahora que están empezando a morir blancos, esta enfermedad, que sólo había matado negritos (y, además, pobres) que a nadie le importan un comino, será investigada por fin. Dentro de poco habrá vacunas y medicamentos y se salvarán vidas. Vidas de blancos, claro, porque un esfuerzo investigador semejante dará por resultado medicamentos inevitablemente caros, que sólo los Estados occidentales podrán pagar, mientras que los negritos siguen muriendo sin que a nadie le importen un comino.
8ª) Llevo escritas diez páginas hablando de una noticia que ha ocupado la portada de los periódicos durante una semana y la verdad es que sólo han muerto dos españoles, unas 3.200 personas en Africa. Dicho de otro modo, el actual brote africano de ébola ha causado en 10 meses tantas muertes como causa allí el SIDA cada día. ¿Dónde está la noticia? ¿qué importancia tiene una enfermedad así? ¿por qué tanto interés? O, mejor dicho, ¿a quién le interesa tanto? Casualmente, estamos ante una enfermedad nueva, para la que no hay medicamentos, que ha llegado a occidente, es decir, a países capaces de pagar cualquier tratamiento. Estamos hablando, pues, de dinero, de mucho dinero, para quien invente una vacuna o, mejor aún, para quien, como ocurre con el SIDA, convierta a los infectados por el virus en enfermos crónicos, lo cual no deja de ser una manera curiosa de ver las cosas, ¿se imaginan que nuestros abuelos hubiesen hecho de la tos ferina una enfermedad crónica? ¿Seguro que nadie interesado en esas montañas de dinero ha azuzado a los periodistas para que los gobiernos queden convencidos de la necesidad de gastárselo? ¿Seguro que la inquietud desatada en la población no ha hecho ya ganar dinero a las empresas farmacéuticas por la vía de aumentar el valor de sus acciones? ¿Seguro que hemos estado leyendo noticias de portada y no anuncios en gran formato?